El Yunque - Christopher Coates - E-Book

El Yunque E-Book

Christopher Coates

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Beschreibung

La radiación mortal de un cometa que pasa está a punto de destruir la vida en la Tierra.

Desesperado, el gobierno de los EE. UU. construye una serie de refugios subterráneos para proteger a tantas personas como sea posible. Se espera que permanezcan bajo tierra durante 20 años, antes de regresar a la superficie.

Pero, ¿podrán sobrevivir a su tiempo dentro de los confines del refugio subterráneo... y qué encontrarán cuando finalmente emerjan?

'El Yunque' es una fascinante historia de supervivencia y valor en un entorno de ciencia ficción postapocalíptico.

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EL YUNQUE

CHRISTOPHER COATES

Traducido porELIZABETH GARAY

Índice

Parte I

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

II. 10 años después

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

III. 23 años después

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

IV. 8 años después

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Capítulo 71

Capítulo 72

Epílogo

Estimado lector

Copyright (C) 2021 Christopher Coates

Diseño y Copyright (C) 2022 por Next Chapter

Publicado en 2022 por Next Chapter

Editado por Celeste Mayorga

Diseño de portada por CoverMint

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es mera coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, ya sea electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el debido permiso del autor.

ParteI

Prólogo

Se formó hace eones. Poco después de que el universo comenzara a existir. Pasó generaciones orbitando una estrella distante antes de que algo cambiara y de que algo sacara a este simple cometa de su órbita y lo enviara como un rayo mucho más lejos en la galaxia de lo que nunca había estado jamás.

A lo largo de los siglos, su camino fue impulsado de una forma u otra por los campos gravitacionales de las estrellas por las que pasaba. Durante su trayectoria, algo sucedió. Tal vez chocó con otro cuerpo celeste y adoptó algunas de sus particularidades. Quizás otra civilización había arrojado desechos mortales por donde pasó. Nadie lo sabrá nunca. Pero este simple, pero gran cometa interestelar, pasó de estar compuesto únicamente de roca, hielo y vapor de agua a tener otra cualidad. Una que nadie entenderá jamás.

Ahora emitía cantidades masivas de poderosa radiación. Algo que normalmente no se ve en los cometas. Viajaba a más de 80,000 kilómetros por hora. Fue así como esta bola de hielo mortal estaría pasando muy cerca de un pequeño mundo habitado.

Los habitantes de este mundo lo vieron venir, y algunos incluso entendieron el peligro que enfrentaban. Pero no había nada que pudieran hacer. Nada más que una vez pasado el peligro, se prepararan para su reconstrucción.

Cuando nadie va a sobrevivir, ¿qué se hace?

De "El Arca" de Christopher Coates

CapítuloUno

El presidente Daniel Anson se quedó mirando por las ventanas a prueba de balas de la Oficina Oval. El mundo estaba al borde de la destrucción, y aquí estaba él. Daniel era el líder político más poderoso del mundo y no podía hacer nada. Peor aún, para evitar el pánico, tenía que ocultar esta trágica noticia a las personas a las que había jurado servir. Nunca se había sentido más solo e inútil.

La primera vez que se había enterado del desastre inminente había sido aproximadamente hace un año, cuando solo llevaba unas pocas semanas en su segundo mandato. De lo cual estaba agradecido. Hubiera sido impensable tratar de manejar esta situación, que ya era bastante mala, intentando realizar su campaña de reelección al mismo tiempo.

Esta mañana, el presidente había pedido que lo dejaran solo hasta su próxima reunión de las 9:00 a.m., cuando todos sus visitantes estuvieran presentes. Eso le había dado casi diez minutos completos de tiempo de tranquilidad para contemplar la situación y tomar las decisiones de los próximos meses.

El teléfono de su escritorio vibró y una voz dijo:

—Señor presidente, el general Draper y su grupo han llegado.

—Gracias Liz. Hágalos pasar.

Un agente del servicio secreto abrió la puerta, hizo una revisión visual de la habitación y luego permitió que el trío entrara. El primero en hacerlo fue el general Draper, que era el presidente interino del Estado Mayor Conjunto. El general, de sesenta y tres años, medía ciento noventa y tres centímetros y era relativamente delgado. Su cabello en retroceso dejaba visible una gran cicatriz en su frente.

Después del General estaba el Consejero de Seguridad Nacional. Jeremiah Baker, un hombre afroamericano de sesenta años y exsenador de Virginia. Tenía una amplia experiencia en áreas de defensa nacional y política. Había pasado veinte años como oficial en el Cuerpo de Marines y luego otros ocho años en el Senado, parte de ese tiempo como presidente del Comité de Servicios Armados del Senado.

La última persona en entrar fue Dennis Roberts. Dennis era el subdirector de Seguridad Nacional. Dennis también había sido militar y había pasado ocho años en la inteligencia del ejército antes de ser transferido a la Agencia Central de Inteligencia. Mientras estuvo en la Agencia, sirvió durante más de una docena de años y se distinguió en varias ocasiones. Había ingresado a Seguridad Nacional estrictamente para hacer frente a la crisis actual.

—Caballeros, por favor, entren y tomen asiento. ¿Dónde está el general Fitch? —preguntó el presidente.

—El general Fitch está ocupado, señor, y dado que esta reunión tiene un alcance limitado, le instruí que continuara con su trabajo —explicó el general Draper.

El presidente asintió cuando los hombres entraron y tomaron asiento frente al gran escritorio. También él se sentó antes de continuar:

—Dennis, me alegro de verte de nuevo. Sé que cuando nos conocimos hace un par de meses, te lanzamos una bomba y te asignamos una difícil misión. Como saben, el general Draper, el Sr. Baker, y yo nos reunimos semanalmente en este proyecto. Me han mantenido al tanto de su progreso. Sin embargo, quería que los cuatro nos reuniéramos para ponernos al día acerca de su esfuerzo en el asunto y compartir cualquier idea que podamos tener.

—Entiendo, señor presidente. Ahora que he tenido algo de tiempo para comprender lo que está ocurriendo, creo que es seguro decir que contaremos con alrededor de 150 refugios subterráneos disponibles a tiempo. Estamos trabajando en doscientas ubicaciones, pero no creo que tengamos tiempo para completarlas todas. Los sitios son en su mayoría cavernas naturales o minas abandonadas. Lugares donde hay un suministro de agua limpia durante todo el año. Eso es necesario para el consumo humano y el enfriamiento del reactor.

—Dennis, si hay algo que cualquiera de nosotros pueda hacer para impulsar sus esfuerzos y tener más refugios disponibles, háganoslo saber. Cada refugio significa alrededor de mil vidas salvadas y una mejor oportunidad para que la raza humana se reconstruya.

—Ahora, ¿qué pasa con el proceso de selección? ¿Quiénes irán a las minas y cavernas, y cómo se seleccionarán?

Roberts asintió y explicó:

—Señor, estamos llamando al proceso de selección, el «Proyecto Yunque». Me sorprendió ver los detalles de los registros que Seguridad Nacional tiene sobre los ciudadanos estadounidenses. Comenzamos con los registros de impuestos. Eso automáticamente excluirá a cualquiera que no pague impuestos. Luego eliminamos a cualquier persona con antecedentes penales, de drogas o psiquiátricos. Dado que solo vamos a salvar a una de cada 10,000 personas, debemos seleccionar a aquellas que funcionarán bien y no causarán problemas mientras estén en un refugio subterráneo por un tiempo prolongado.

»También está el problema de los medicamentos. Si bien habrá servicios médicos disponibles en todos los refugios, incluida una farmacia, no podemos almacenar las necesidades de medicamentos recetados de todos los habitantes del refugio durante veinte años. Cualquiera que vaya a un refugio no debe tomar ningún medicamento diario.

»Entonces estamos tratando de ubicar a las personas que residen relativamente cerca de los refugios. Cuando llegue el momento de llegar a esas ubicaciones, habrá un gran esfuerzo logístico, y cuanto más cerca, mejor. Luego, estamos tratando de asegurarnos de que aquellos a quienes estamos albergando tengan habilidades valiosas. Elegiremos a electricistas o traumatólogos, antes que al limpiaventanas o al payaso de la fiesta de cumpleaños.

Hubo una breve risa ante el último comentario antes de continuar.

—También queremos familias. No nos servirá de nada si la mayoría de los habitantes ya no están en su mejor momento cuando los refugios abran en veinte años. Estamos tratando de incluir una amplia gama de orígenes étnicos.

—¿Por qué «Yunque»? ¿Significa algo? —preguntó el presidente.

—Señor, como sabe, los herreros usaban un yunque para tomar el hierro en bruto, machacarlo y convertirlo en algo útil. Estamos usando este proyecto para tomar a las personas que reunimos y formarlas en una nueva sociedad una vez que la radiación haya desaparecido —explicó Roberts.

—Está bien, me gusta eso. Ahora, ¿cómo funcionará cuando sea hora de ir a los refugios?

—Todos los que se apuntan a esto piensan que nunca pasará nada. La idea es que, en caso de una guerra nuclear, una pandemia u otros eventos devastadores, los llevaremos a los refugios. No les informaremos que ya sabemos la naturaleza del desastre y la fecha en que todo esto terminará. Recibirán los requisitos para empacar y un límite de cuánto pueden llevar, y luego seguirán con sus vidas. Con suerte, no pensarán mucho en estar en el Proyecto Yunque, pero sabrán que es real y urgente si reciben la llamada.

»Cuarenta y ocho horas antes del evento, los recogeremos y los transportaremos a los refugios. Parece que habrá algunas personas que iremos a recoger en sus hogares. Otros recibirán un mensaje de texto, indicándoles que se reúnan en un lugar específico. Todavía estamos trabajando en la logística. Ya hemos entrevistado y registrado a alrededor del cuarenta por ciento de los habitantes del refugio.

El presidente señaló a los otros dos hombres en la sala y dijo:

—Si necesitan algo, comuníquese con ellos de inmediato. No quiero que nada frene sus esfuerzos.

Los cuatro hombres continuaron discutiendo los detalles durante varios minutos antes de que finalmente terminara la reunión.

CapítuloDos

2 AÑOS MÁS TARDE

Lucy Wilson, de diecisiete años, luchaba por respirar mientras corría. Podía escuchar pasos detrás de ella, revelando que su perseguidor estaba cerca, muy cerca. Se esforzó aún más, sintiendo que su velocidad aumentaba ligeramente. El sudor le corría por la cara mientras corría y le escocían los ojos, pero no podía secarlo. Había estado corriendo durante más de tres kilómetros; le ardían las piernas y sabía que estaba casi al límite. Al doblar la curva, Lucy vio su objetivo.

Segundos después, cruzó la línea, seguida inmediatamente por su rival y amiga McKenzie Reynolds. La carrera de 3200 metros era el evento que ambas disfrutaban y solo en el que una vez había ganado McKenzie. Por lo general, estaba cerca, pero Lucy siempre era un poco más rápida, a pesar de que era un año más joven.

Las dos se habían enfrentado durante tres años. Su competitividad natural las hacía trabajar más duro, y las dos chicas eran mejores corredoras por eso. Incluso durante la carrera de práctica de hoy, ambas se habían esforzado al máximo, su impulso por ganar no les permitía contenerse.

Era una tarde calurosa y soleada de mayo. Las temperaturas estaban alrededor de los 27ºC y el calor añadía otro desafío para las chicas. Ambas se desplomaron sobre la hierba recién cortada y se quedaron jadeando durante varios minutos.

Después de descansar, las dos amigas se dirigieron a las gradas y sacaron pequeñas toallas y botellas de agua de sus bolsos. Bebieron la mayor parte del agua y luego se dieron la vuelta para caminar por la hierba mientras esperaban que sus ritmos cardíacos volvieran a la normalidad.

—Nuestros tiempos fueron buenos. Creo que lo haremos muy bien la próxima semana —afirmó McKenzie.

Lucy se pasó la toalla por el rostro empapado en sudor y respondió:

—Sí, yo también lo creo. Lo hicimos muy bien, considerando el calor que hace. —Durante el año, Lucy había estado promediando un minuto completo más rápido que el año pasado, cuando estaba en segundo año.

Las chicas hablaron sobre su próximo encuentro de atletismo contra los Upton Beagles. Sería el último encuentro de la temporada y su última carrera juntas, ya que McKenzie se graduaría en unas pocas semanas.

Su entrenador les había dicho a las chicas que después de esta carrera, terminarían por el día. Después de 10 minutos de refrescarse y conversar, Lucy, cansada y empapada en sudor, se alejó de la pista del bachillerato de Armstrong Central High School. Agarró su abultada mochila de la base de las gradas y sacó una segunda botella de agua de un bolsillo lateral, metiendo la primera, ahora vacía, en el interior. Se dio la vuelta y la estudiante atleta se dirigió al estacionamiento para buscar su auto. Normalmente, se habría tomado el tiempo de ducharse en la escuela antes de irse a casa, pero esta semana las cosas eran diferentes.

Temprano por la mañana, sus padres habían volado a Miami para disfrutar de un crucero de siete días por el Caribe, dejando a Lucy a cargo de su hermano de doce años, Sam. Ninguno de los niños podía entender por qué sus padres habían elegido esta época del año para ir al sur, cuando ya hacía tanto calor aquí.

Esta era la primera vez que sus padres los dejaban solos por tanto tiempo, y Lucy estaba decidida a asegurarse de que no se arrepintieran de su decisión. Aunque ella y Sam se llevaban bien la mayor parte del tiempo, ser responsable de él era un desafío. Ambos tenían agendas ocupadas y Lucy tenía que descubrir cómo hacer que todo funcionara correctamente.

Como Sam solo estaba en sexto grado, estaba en un edificio escolar diferente ubicado a varios kilómetros de distancia. Hoy, tenía un partido de béisbol después de clases y le había pedido a Lucy que tratara de ir allí para ver un poco. No estaba demasiado preocupada si llegaba a ver algo del juego, pero no quería que él se quedara atascado, esperando que ella lo recogiera.

Varios años antes, Sam había resultado gravemente herido cuando salió corriendo a la calle y fue atropellado por un automóvil. Lucy había tratado de detenerlo, pero no había podido. Durante casi una semana, no estuvo claro si el niño sobreviviría. Durante ese tiempo, Lucy se había negado a dejar su cama. Aterrorizada de que le pasara algo a su hermano. Tres semanas más tarde, cuando finalmente llegó a casa, ella lo cuidó constantemente. Incluso se encargó de ayudarlo varias veces al día con los ejercicios que tenía que hacer como parte de su rehabilitación. A través de esa horrible experiencia, Lucy se había vuelto muy protectora con Sam, y los dos se habían acercado mucho.

Mientras cruzaba el estacionamiento casi vacío, comenzó a sonreír. De pie junto a su coche estaba Marcus Ditmore. Inconscientemente, su ritmo se aceleró. Marcus medía poco menos del metro ochenta con el pelo negro azabache. Tenía una actitud positiva sobre casi todo y la gente se sentía naturalmente atraída por él.

Lucy y Marcus habían sido los mejores amigos desde el primer grado. Desde niños, habían tenido una profunda confianza el uno en el otro y siempre se habían confiado sus secretos. Su conexión estaba profundamente arraigada y parecía irrompible. Había sido necesario hasta este año escolar para que esa relación se transformara y comenzaran a salir. Esta relación no sorprendió a nadie. Casi todos ya habían pensado que eran una pareja, y el resto se preguntaba por qué habían tardado tanto.

Tres semanas antes había sido su baile de graduación y, desde esa noche, habían estado haciendo planes para buscar universidades a las que pudieran asistir juntos.

Cada vez que veía a Marcus, su mano tocaba instintivamente el brazalete en su muñeca. Era una cadena de oro resistente con una superficie plana que tenía grabado el nombre de Marcus. Él llevaba una versión idéntica pero más grande del brazalete con el nombre de Lucy. Ninguno de los dos se los quitaba nunca.

—Hola, Lucy —dijo mientras iba a darle un abrazo.

—No lo hagas. Estoy sudada y asquerosa. Voy tarde al juego de Sam y no tuve tiempo de ducharme —explicó.

Se besaron brevemente y luego él dijo:

—Mi práctica de béisbol acaba de terminar y necesito ir a trabajar, pero vi tu auto y quería saludarte.

Lucy asintió.

—¿Puedes llamarme esta noche?

—Probablemente no. No terminaremos hasta bastante tarde, pero te veré en clase mañana.

—Está bien. Mis padres se han ido toda la semana, pero debería estar disponible la mayoría de los días después de la práctica.

—Ya se nos ocurrirá algo —prometió. La besó de nuevo y se dirigió a su auto.

Ella subió a su Chevy de cuatro años, encendió el motor, el aire acondicionado al máximo y mientras salía del estacionamiento se dirigió hacia el sur, hacia la Escuela Secundaria Armstrong.

Llegó a la parte trasera de la escuela, buscó un lugar cerca del campo de béisbol y lo encontró fácilmente. La asistencia para ver el partido era pésima para ambos equipos. Mientras caminaba hacia las gradas del campo, escuchó el chasquido de un bate haciendo contacto sólido con la pelota y vio que el jardinero central de Armstrong retrocedía dos pasos antes de alcanzar su guante y atrapar la pelota.

Cuando terminó el juego, hubo una erupción de vítores del equipo local y de sus fanáticos. Lucy se acercó a la cerca, esperando que Sam viera que estaba allí antes de que terminara el juego. Buscó el marcador final que resultaba ser 8-4.

Sam llegó desde su posición de parador en corto, miró hacia arriba y vio a su hermana. Su rostro, que ya estaba emocionado por la victoria, se iluminó un poco más.

Ella esperó unos minutos mientras los equipos se felicitaban y luego se reunían con sus entrenadores para una discusión posterior al juego. Cuando su entrenador despidió a Sam, corrió hacia su hermana. Antes de que pudiera hablar, Lucy dijo:

—Felicidades. Hicieron un gran trabajo. —Esperaba que él no le preguntara cuánto había visto del juego.

—Gracias. Pensábamos que sería difícil, pero resultó muy bien.

—Recuerdo que dijiste eso esta mañana. Hasta ahora, tu equipo va muy bien.

Mientras hablaban, regresaron al estacionamiento.

—Tengo hambre. ¿Podemos parar y comprar pizza? —preguntó el joven pelotero.

—Lo siento, hoy no. Mamá dejó un poco de pollo descongelado en el refrigerador y quiere que lo comamos esta noche.

Al darse cuenta de la mirada decepcionada en el rostro de su hermano, Lucy agregó:

—Tendremos pizza un día de esta semana. Lo prometo.

Cuando Lucy hizo esa promesa, nunca imaginó que sería imposible cumplirla.

CapítuloTres

El taxi amarillo se movía lentamente entre el tráfico del mediodía mientras se acercaba al Puerto de Miami. Todavía a más de un kilómetro y medio de distancia, ya se veían las copas de los majestuosos cruceros. Hoy había cuatro cruceros en el puerto, cada uno entregando su asignación de pasajeros.

En la parte trasera del taxi estaban sentados Marie y Alex Wilson. La pareja estaba ansiosa por abordar su barco y disfrutar de una semana en el mar. Habían viajado en un crucero diecinueve años antes para su luna de miel y se lo pasaron de maravilla. Ahora que sus hijos tenían la edad suficiente para quedarse solos, estaban emocionados de hacerlo de nuevo.

Cuando el taxi entró en la concurrida zona portuaria, pasaron junto a una docena de autocares que se dirigían en dirección opuesta. Los autobuses transportaban a los que desembarcaban, llevándolos de regreso al aeropuerto para que pudieran volver a casa, sus maravillosas vacaciones ya eran solo recuerdos.

Cuando se acercaron a los gigantescos barcos, pudieron ver los muchos camiones estacionados cerca. Estaban esperando para descargar todas las provisiones que serían necesarias para mantener a los miles de pasajeros bien alimentados y entretenidos durante una semana.

Su barco podía albergar cerca de 6000 pasajeros y tenía más de 1500 tripulantes. Era uno de los más grandes de la flota y, de hecho, hoy era el más grande en el puerto. Alex disfrutaba pensando en cómo todos los pasajeros, que llegaban para navegar en barcos más pequeños, miraban al suyo y se preguntaban qué les faltaba a sus barcos para que el monstruo gigante tuviera espacio.

Marie tomó la mano de su esposo entre las suyas, compartiendo físicamente con él la emoción de su llegada. Él le sonrió, sabiendo la emoción que ella sentía porque él también la estaba experimentando.

—El barco es hermoso —exclamó ella.

—Es enorme —respondió Alex.

—Esta va a ser una gran semana.

—Sol, mar y sin niños —agregó Alex.

Marie se rió de su comentario. Habían considerado esperar unas semanas hasta que terminara la escuela y traer a los niños, pero decidieron que necesitaban tiempo para ellos solos como pareja.

Al pensar en los niños, Marie dijo:

—Espero que estén bien. Estamos poniendo mucha responsabilidad en Lucy.

—Sí, pero ha demostrado una y otra vez que puede manejarlo.

—Lo sé —estuvo de acuerdo Marie con una sonrisa triste—. Me temo que cuando lleguemos a casa, si todo salió bien, me daré cuenta de que ya no nos necesita tanto.

—Ella no. Está creciendo, e hicimos bien nuestra parte. Este viaje es una oportunidad para que ella lo demuestre y para que aprendamos a aceptarlo.

Los botones los recibieron cuando llegaron al área de embarque, listos para tomar su equipaje. Después de pagarle al taxista, Alex se bajó y mostró sus documentos al portero, quien verificó que estaban en el barco correcto, en el día correcto.

Marie le dio veinte dólares al botones y lo vio irse con sus seis maletas. Si todo iba bien, el equipaje llegaría a su camarote a la hora de la cena. Levantó su único bolso de mano y Alex los condujo al edificio de la terminal de cruceros. Desde aquí, se trasladarían de estación en estación, presentando sus pasaportes y asegurándose de que toda su documentación estuviera en orden.

Dado que el embarque había comenzado una hora antes, las multitudes en esa área se habían despejado en gran medida y las filas se habían reducido, por lo que pudieron moverse rápidamente a través de las estaciones.

Después de pasar por la estación final, siguieron a algunos otros pasajeros que se dirigían a la pasarela que conducía al barco. Hicieron una última parada, donde un fotógrafo del barco tomó una foto de cada grupo antes de abordar.

Alex trató de pasar por alto al fotógrafo, pero Marie lo agarró del brazo para detenerlo y le dijo:

—Vamos, tomemos la foto.

—No estoy seguro si lo recuerdas, pero estarán tomando estas fotos toda la semana —respondió Alex.

—Lo sé —dijo Marie con una sonrisa—. Pero esta será la primera.

Minutos después, cruzaron la pasarela y se encontraban oficialmente en el barco. Hicieron una pausa para contemplar el increíble paisaje. El espacioso vestíbulo estaba elegantemente decorado y había tres ascensores de cristal que llevaban a los pasajeros a diferentes niveles. Era una excelente primera impresión.

Casi de inmediato, un miembro de la tripulación del barco se acercó a ellos. Era una joven alegre con acento australiano, y les tendió una pequeña cartulina plegable de colores.

—Bienvenidos a bordo. Aquí tienen un mapa del barco.

—Gracias. El barco es hermoso —respondió Marie.

—Me alegra que piense eso. Estamos muy orgullosos de ello. ¿Puedo ver sus documentos de embarque?

Alex se los tendió y ella los miró brevemente.

—Su camarote está en la cubierta seis, en medio del barco. Todavía se está limpiando y debería estar disponible en aproximadamente media hora. Hasta entonces, siéntanse libre de explorar. Hay un buffet abierto en la cubierta principal y también uno en la cubierta nueve en la parte trasera del barco.

—Gracias —respondió Alex con una rápida sonrisa. Abrió el mapa e intentó orientarse.

Marie sacudió la cabeza y dijo:

—Solo sígueme. Queremos ir por este camino. —Y avanzó a través del vestíbulo.

—¿Cómo sabes en qué dirección? Yo tengo el mapa —preguntó Alex con una sonrisa.

—No necesitamos un mapa. Memoricé el diseño del barco hace un mes.

Se dirigieron a los ascensores de cristal justo cuando llegaba el elevador. Subieron suavemente pero se detuvo dos veces para que otros pasajeros entraran mientras se dirigían a la parte superior. Al salir, los Wilson se acercaron a una puerta que se abrió automáticamente, lo que les permitió acceder a la cubierta superior. Las dos primeras cosas que notaron fueron la ráfaga de aire caliente cuando dejaron el cómodo aire acondicionado del barco y la música calipso de una banda en vivo en la cubierta. Se dirigieron a la barandilla y miraron hacia el muelle. Todavía había pasajeros llegando, y diferentes semirremolques estaban descargando su carga. El barco partiría en dos horas y todos estaban terminando los preparativos.

Disfrutaron de la vista durante unos minutos y luego se dirigieron hacia la parte trasera del barco, tomados de la mano, para mirar a los otros barcos que también estaban en el puerto cargando pasajeros. Mientras caminaban, Marie preguntó:

—¿Cómo crees que les va a los niños?

—Están bien. Ambos son dignos de confianza y probablemente disfrutan cuidándose a sí mismos.

—Lo sé, pero me preocupo por ellos.

—Esto es bueno para ellos. Pueden probar un poco de responsabilidad extra, y estaremos de regreso en solo una semana.

Se acercaron a la parte trasera del barco y miraron a otros tres cruceros. Había muchos otros que también disfrutaban de la vista y tomaban fotografías. Muchos de los otros pasajeros ya tenían bebidas en sus manos.

—Interesante, qué diferentes se ven todos —comentó Marie.

—Puede que sean un poco más pequeños que el nuestro, pero todos son impresionantes a la vista —agregó Alex.

Esperaron varios minutos a que los que estaban frente a ellos se despejaran lo suficiente como para que Marie pudiera llegar a la barandilla y tomar algunas fotos con su teléfono.

Al ver que su esposa terminaba, Alex preguntó:

—¿Qué tal si vamos y comemos algo? Tengo hambre.

—De acuerdo. ¿Crees que puedes encontrar tu camino sin el mapa? —bromeó María.

—Sí, puedo. Está en esta cubierta. Vi las líneas mientras caminábamos aquí.

—Bien, solo estaba comprobando —dijo con una sonrisa.

—No tengo problemas con eso de la dirección —respondió Alex a la defensiva.

Tomó la delantera y los guió a la fila del buffet, donde esperaron varios minutos. Podían oler las carnes a la parrilla y ver a los pasajeros pasar con platos apilados; su hambre creció. Eventualmente, la fila se dividió, con la mitad de las personas yendo hacia la parrilla y la otra hacia ensaladas y platos principales previamente preparados en la mesa del buffet.

Marie pidió un sándwich de pollo a la parrilla y papas fritas, y Alex eligió una hamburguesa con queso. Consiguieron sus bebidas y tomaron asiento cerca de la piscina, que estaba cerrada ya que seguían en el puerto.

—Todavía tenemos un poco de tiempo antes de que podamos entrar en nuestra habitación. ¿Qué es lo que quieres hacer? —preguntó Alex entre grandes bocados.

—Bajemos a la cubierta ocho y veamos algunos de los salones y el casino.

—Está bien, eso va bien para mí.

Mientras hablaban, se escucharon dos fuertes toques de la bocina de un barco.

—Parece que uno de los otros barcos se está adelantando a nosotros. Vamos a ver cómo se aleja —sugirió Alex.

CapítuloCuatro

Unas horas más tarde, su barco había partido, pero todavía estaba a la vista de tierra ya que se movía lentamente. Todos los pasajeros estaban completando el simulacro obligatorio del bote salvavidas y la mayoría regresaba a sus camarotes para devolver sus chalecos salvavidas a su compartimiento de almacenamiento adecuado. La Guardia Costera de los EE. UU. requería que todos los pasajeros se presentaran en sus botes salvavidas con sus chalecos físicamente en la mano. Todos necesitaban saber qué hacer en caso de una emergencia.

Marie y Alex tomaron asiento en la cubierta superior, no queriendo quedar atrapados en las hordas de personas que regresaban a sus habitaciones. Había una gran vista de la costa, y se relajaron, planeando esperar hasta que se despejara la multitud. Se sentaron, disfrutaron del movimiento del barco a medida que avanzaba por el océano y pensaron en lo agradable que era estar lejos. Sin embargo, sus pensamientos pacíficos fueron interrumpidos por sonidos simultáneos de sus teléfonos inteligentes a medida que llegaban los mensajes de texto.

—Mira, nena. Incluso en el océano, los niños se las arreglan para perturbar nuestra paz y tranquilidad. —Se rió Alex.

—Pensé que habríamos tenido noticias de ellos un poco antes —respondió Marie mientras se levantaba y sacaba su teléfono de su bolsillo.

Al principio, Marie estaba confundida. El mensaje de texto no era lo que ella esperaba. Luego, lentamente, la claridad volvió.

—No. ¡No, no!.

Mientras luchaba por dar sentido a las dos palabras en la pantalla, Alex también sostenía su teléfono y procesaba el significado y la implicación de «CÓDIGO YUNQUE».

—Esto no puede ser real. Tiene que ser una prueba.

—No, lo dejaron muy claro. Nunca sería una prueba. Si recibimos el mensaje, es real —le recordó Marie—. ¿Qué hacemos?

—Se supone que debe haber un segundo mensaje. Instrucciones y horarios de reunión.

—No atracaremos en St. Maarten hasta dentro un día y medio. ¿Cómo bajamos de este barco? ¡Tenemos que llegar a casa ahora!

—No podemos salir del barco. Incluso si pudiéramos, nunca llegaríamos a tiempo al punto de encuentro. Nos dijeron que todo se movería muy rápido —declaró Alex.

—¿Qué pasará con los niños? Tenemos que llamarlos.

—¿Pretendes enviarlos sin nosotros? Es posible que nunca los volvamos a ver —exclamó Alex, con su voz creciendo involuntariamente con cada palabra.

—No tenemos elección. ¡Es mejor que morir todos nosotros! —Marie gritó de vuelta.

Una mujer con su propio celular en la mano dobló una esquina. Era una mujer caucásica de estatura media de unos treinta años con cabello castaño corto. Había un tatuaje de un caballito de mar en su pantorrilla. Estaba histérica y hablaba más alto de lo que probablemente pretendía.

—¿Qué esperas que yo haga? No puedo bajar del barco. Estamos en medio del océano.

Hubo una pausa y ella volvió a hablar:

—¿Cómo se supone que debo hacer eso? No puedo nadar hasta la orilla. —Se dio cuenta de que se había acercado a los Wilson y su conversación era claramente audible—. Tengo que salir. Averigua tu plan y te llamaré en unos minutos. —Ella desconectó, bajó su teléfono y se volvió para salir del área.

Tan pronto como se dio la vuelta, Marie dijo:

—Señorita, espere un momento.

La mujer se detuvo y miró a Marie. Parecía insegura de si quería quedarse como se le pidió. Con voz temblorosa, preguntó:

—¿Qué desea?»

Marie se acercó a ella con Alex y le dijo:

—No estábamos tratando de oir su llamada. Pero era imposible no escuchar lo que dijo. ¿Recibió un mensaje de texto justo antes de su llamada?

Nerviosa, ella respondió:

—Tal vez, pero no puedo hablar de eso.

Alex procedió con cautela, recordando cómo les habían inculcado que nunca debían hablar del Yunque con nadie. Dio un paso adelante, extendiendo su teléfono para que ella pudiera ver la pantalla.

—¿Se parecía a esto?

La mujer se echó a llorar y Marie la acercó y la abrazó mientras ella también lloraba.

—¿Qué hacemos? No podemos ir a donde se suponía que debemos hacerlo —declaró la mujer.

—Lo sé. Eso es lo que estábamos tratando de averiguar cuando apareció. Venga aquí —dijo Marie mientras guiaba suavemente a la mujer hacia donde se habían sentado.

Alex asintió.

—Soy Alex Wilson, y esta es mi esposa, Marie. Nuestros dos hijos están en casa en el centro de Indiana. Estábamos tratando de decidir qué hacer. ¿Tratamos de llegar a casa con ellos o hacemos que vayan a un refugio sin nosotros?

La mujer asintió y respondió:

—Soy Debbie Maxfield. Estoy aquí con mi hermana. Su esposo murió hace un par de meses, y la convencí de hacer este viaje para tratar de ayudarla a divertirse. Ella no es parte del Yunque, y no tengo permitido contarle sobre eso. Mi novio está en casa con mis hijos y los suyos. Tenemos que decidir si se va o espera. Está en pánico. Supongo que yo también.

Alex se dirigió a ambas mujeres.

—Creo que tenemos que salvar a nuestras familias. Ayudarlos a hacer lo necesario para que lleguen a sus refugios. Una vez que lleguemos a St. Maarten, conseguiremos boletos en los primeros vuelos de regreso a los EE. UU. A partir de ahí, trataremos de reunirnos con ellos. Eso es todo lo que podemos hacer.

—Estoy de acuerdo. No veo otra opción —dijo Marie, luchando por controlar sus emociones.

Sacudió la cabeza y Debbie dijo:

—Ni siquiera sabemos cuál es la amenaza. Tal vez no sea tan grave. Tal vez enviaron el mensaje por accidente.

—Obtuviste la misma información que nosotros. No activarían el Yunque a menos que fuera algo grave. Si recibimos el segundo mensaje, sabremos que no es un error —le dijo Marie.

—Estaba escuchando las noticias en la radio mientras me dirigía al barco. No había nada que sonara preocupante —dijo Debbie.

—Lo sé. —Alex asintió—. Pero tiene que estar pasando algo.

—No puedo simplemente dejar el barco en St. Maarten. Mi hermana está a bordo. Ella es mi mejor amiga. No puedo abandonarla y volar a casa. Incluso si ambas nos bajáramos del barco y llegáramos a mi refugio, no habría lugar para ella.

Mientras decía esto, fue interrumpida por otro mensaje de texto. Miró su teléfono y luego a sus nuevos amigos.

—Supongo que no fue un error. Son las instrucciones. Vivimos en Colorado. Se supone que debemos conducir a una base de la Guardia Nacional para encontrarnos allá. La base está a unos treinta minutos de nuestra casa. Tienen que estar allí en dos horas. Estoy muy contenta de que hayamos podido hablar, pero necesito llamar a mi familia.

Marie abrazó a Debbie y dijo:

—Vamos a llamar a nuestros hijos también… pero no estoy segura de lo que vamos a decir.

Con tristeza, Debbie asintió y caminó hacia la proa del barco mientras hacía la llamada.

Alex fue el primero en hablar después de que Debbie se fue.

—¿Estás de acuerdo en que tenemos que decir a los niños que se vayan?

Marie se quedó en silencio durante varios segundos.

—Sí. Supongo que debemos hacerlo. Pero bajemos del barco lo antes posible y tratemos de llegar a ellos.

Alex y Marie pasarían el día y medio siguiente deambulando por el barco, observando a otros pasajeros. No veían a nadie más que pareciera ansioso por llegar a casa.

CapítuloCinco

Después de empanizar el pollo, Lucy lo colocó en una fuente de horno de vidrio. Tenía que ir al horno durante cuarenta minutos. Planeaba preparar la cena y luego tomar una rápida ducha. Todavía con su ropa de correr, quería meter la carne en el horno para que pudiera cocinarse mientras se duchaba. Cuando volviera a bajar a la cocina, pondría a hervir el agua para la caja de macarrones con queso que comerían junto con el pollo al horno.

Tan pronto como llegaron a casa, mandó a Sam a ducharse y cambiarse. Escuchó que el agua se cerraba cuando deslizó el plato en el horno y ponía el temporizador. Comenzó a subir las escaleras y sonó su teléfono celular. Miró la pantalla y sonrió cuando la vio. «Papá».

—Hola papá. ¿Me extrañas tanto que ya tuviste que llamar? —preguntó Lucy.

—Hola, chica. Quiero que busques a tu hermano y nos pongas en el altavoz. Necesito hablar con ustedes dos. Esto es serio.

Por el sonido de su voz, supo que algo andaba mal.

—¿Qué sucedió? ¿Mamá está herida?

—No, mamá está aquí conmigo ahora. Solo pon a Sam en la línea. Se los explicaré entonces.

—¡Sam! Baja aquí ahora. Papá está al teléfono. Hay un problema —gritó Lucy.

Segundos después, el chico de doce años bajó corriendo las escaleras alfombradas. Estaba recién salido de la ducha y vestía pantalones cortos y llevaba una camiseta.

—¿Qué ocurre?

—Papá necesita hablar con los dos. Algo anda mal —dijo Lucy mientras presionaba el botón, activando el altavoz en su teléfono.

Ambos estamos aquí ahora.

—Hola, Sam. ¿Puedes escucharme?

—Seguro, papá. ¿Qué pasa?

Tomó una respiración profunda y Alex Wilson dijo:

—¿Recuerdan cuando hablamos sobre el Código Yunque y bromeamos sobre el fin del mundo?

—Sí, lo recuerdo —respondió Sam.

—Claro, lo recuerdo —reconoció Lucy y sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

—Mamá y yo acabamos de recibir el texto de Código Yunque. Es real. Algo horrible está a punto de suceder. Necesitamos que ambos saquen las listas de verificación de sus maletas y las preparen. Además, lleven sus mochilas con cosas para el viaje. No sabemos cuánto tiempo tardarán en llegar a su destino. Luego deberán ir al centro comercial Sherman Center. Habrá autobuses allí. Y recuerden, esto es súper secreto. No pueden decirle a nadie lo que está pasando.

Sam respondió primero.

—¿Es ahí donde nos encontrarán?

Lucy, que se había puesto pálida como un fantasma, inconscientemente sacudió la cabeza.

—Chicos, deben estar allí a las ocho de la noche. No más tarde. No podemos salir del crucero por unas buenas veinticuatro horas. Tienen que irse sin nosotros.

Sam, todavía sin comprender el significado de las palabras de su padre, preguntó:

—Entonces, ¿cómo nos encontrarán?

Cuando su papá hizo una pausa, Lucy respondió la pregunta de su hermano.

—No lo harán. —Sintió lágrimas corriendo por su rostro.

—No. Vamos a esperar aquí. Cuando regresen, intentaremos encontrar a dónde debemos ir —dijo Sam enfáticamente.

La voz de Marie se escuchó en la línea.

—Sammy, no vamos a llegar a tiempo. Más que nada, queremos que ustedes vivan. Eso es aún más importante que estar juntos. Tienen que hacer esto. Debes escuchar a Lucy e irse sin nosotros. Intentaremos encontrarlos cuando regresemos, pero eso no será hasta dentro de dos días.

Todo el mundo se quedó en silencio durante varios segundos, y luego Lucy Wilson, de 17 años, sintió que algo cambiaba. Fue como si su mente pasara a una marcha que nunca había usado. Tomó el teléfono del mostrador, apagó el altavoz y se lo acercó a la oreja.

—Entiendo lo que tengo que hacer. Voy a colgar. Tenemos mucho que hacer. Volveré a llamar cuando estemos en el coche.

Antes de que sus padres pudieran responder, colgó. Ya no estaban a cargo, ella sí, y tenía cosas que hacer.

—Sam, arriba, ahora. Saca la bolsa de debajo de tu cama, junto con la lista. Empieza a prepararla. Tendremos mucho tiempo para hablar más tarde.

Obedientemente, el chico corrió escaleras arriba. Nunca había visto a su hermana lucir y sonar como ahora e instintivamente supo que no debía discutir.

Cuando entró en su habitación, sus pensamientos viajaron de regreso al pollo en el horno. El centro comercial estaba a veinte minutos y tenían dos horas para llegar allí. Quería salir corriendo de la casa e ir al centro comercial, pero necesitaban comer. Si las cosas estaban tan agitadas como parecían, su próxima comida podría tardar en llegar. Se tomarían el tiempo para comer antes de irse.

Sacó la bolsa de lona extra grande completamente blanca de debajo de su cama, Lucy sacó la lista de empaque. Cuando los invitaron al Yunque hace varios años, a sus padres se les entregó una bolsa resistente muy parecida. Se les dijo que, si alguna vez sucedía algo, esta bolsa y una pequeña bolsa personal sería todo lo que se les permitiría llevar con ellos. Desde entonces, las bolsas y listas de empaque habían permanecido casi olvidadas debajo de las camas, esperando el fin del mundo.

La enorme bolsa era similar en tamaño a las que usaban los jugadores de hockey para llevar todo su equipo. Miró la lista y vio que la mayoría de los artículos eran obvios: seis conjuntos de ropa, incluyendo al menos dos sudaderas y artículos de tocador. Algunas cosas eran más sorprendentes. Se suponía que debían traer todos sus libros escolares y al menos dos libros de lectura personal. Hizo una pausa, tratando de encontrarle sentido, y luego la lógica la golpeó. Más de mil personas se dirigían al refugio. Si cada uno llevaba dos libros, tendrían una biblioteca instantánea. Continuó con la lista, sin preocuparse de si cada elemento tenía sentido para ella. También se suponía que tenían una bolsa o mochila que contenía lo que querían para el viaje.

Mientras empacaba, sus ojos se posaron en la foto de ella y Marcus al lado de la cama. Estaban vestidos para el baile de graduación. La tomó y lo miró hasta que sintió que se le formaba una lágrima. Lo depositó en la bolsa y siguió empacando. Si dejaba que su mente se desviara de la tarea, no podría continuar.

Volteó la lista y echó un vistazo a los artículos prohibidos, incluidas armas, fuegos artificiales, mascotas y cualquier cosa que requiriera refrigeración. Arrojó la lista de verificación sobre la cama, sin interesarse en el resto de los artículos prohibidos, y escuchó a Sam llamarla.

—Lucy, ven aquí. He terminado.

Fue a la habitación del niño.

—¿Necesitas ayuda todavía?

—Nada. Creo que lo tengo todo, pero todavía tengo mucho espacio.

Miró en el bolso de su hermano, parecía que todo estaba en orden; tomó su lista y rápidamente preguntó algunas cosas y descubrió que estaba completa.

—Agrega un juego más de ropa y dos libros más. ¿Llevas a Oso? —preguntó ella, refiriéndose al animal de peluche marrón de cuarenta y cinco centímetros de alto con el que Sam se acostaba desde que era un bebé.

—No, no estaba en la lista —explicó.

—Mételo en la bolsa. Además, agrega un par de otras cosas que desees que puedas llevar. Necesito terminar la cena. Necesitamos una buena comida antes de irnos. Cuando termines, saca las bolsas de mamá y papá y llénalas con sus listas. No quiero oírte quejarte de tener que tocar su ropa interior.

—Pero pensé que no iban a llegar a tiempo.

—Lo intentarán. En caso de que lo hagan, quiero sus cosas allí para ellos —explicó Lucy.

Tomó su bolso, dio media vuelta y se dirigió escaleras abajo. Mientras avanzaba, una foto enmarcada en la pared llamó su atención. La habían tomado el verano pasado en el parque y era de toda la familia.

Después de depositar la bolsa en el sofá, puso a hervir el agua para los macarrones con queso. Luego, se tomó un minuto para caminar por la casa, recolectando varias fotos enmarcadas de la familia, las cuales colocó en la bolsa, entre capas de ropa para proteger el vidrio. Cuando terminó, su bolso estaba lleno y tuvo problemas para cerrarlo.

Ya estaba terminando cuando apareció Sam, cargando las maletas de sus padres.

—Las bajé todas. La mía ahora está llena, pero todavía hay mucho espacio en la de mamá y papá.

—Bueno. Ven a comer, y piensa qué más nos puede ser útil. Sería un poco estúpido no llenarlas por completo.

—Voy a empacar todos los dulces y bocadillos que tenemos en una de sus bolsas —dijo Sam.

Sacudió la cabeza y Lucy miró a su hermano y le preguntó:

—¿Por qué harías eso?

—Vamos a estar atrapados en este refugio por mucho tiempo con más de mil personas. ¿Cierto?

—Eso es lo que nos dijeron.

—Bueno, vi una película sobre prisioneros que intercambiaban cigarrillos y dulces por cosas que querían. Eran como dinero. Me imagino que, si hay espacio, no estaría de más tener un montón de dulces. ¿Verdad?

Puso su brazo alrededor de su hermano y lo atrajo hacia sí.

—Para ser un tonto hermano pequeño, eres un poco inteligente.

Cuando terminaron de comer, Lucy lavó los platos y luego los guardó. No tenía idea de si sus padres regresarían a casa, pero, si lo hacían, quería que vieran que ella había sido responsable.

CapítuloSeis

Lucy Wilson hizo retroceder el coche fuera del camino de entrada. Se habían apresurado a empacar y comer y habían evitado que sus mentes pensaran en lo que estaba sucediendo. Ahora, mientras se alejaban de casa, posiblemente por última vez, la profundidad de la situación se hizo evidente.

Quería llamar a Marcus. Escuchar su voz sería reconfortante, pero estaba trabajando.

—Nunca vamos a volver, ¿verdad? —Sam preguntó con un dolor denso en su voz.

—No sé. Lo que sea que esté sucediendo podría terminar en un par de semanas. Todavía no sabemos qué está pasando.

—Pasado mañana, mi clase de ciencias se reunirá temprano e intentará ver el cometa. Es tan grande y cercano que podríamos verlo sin un telescopio, incluso a la luz del día —le recordó Sam a su hermana.

—Lo sé. Eso es de lo que todos están hablando. El cometa Menesa está pasando más cerca de nosotros que cualquier otro registrado.