Elegida por el jeque - La secretaria y el magnate - Liz Fielding - E-Book
SONDERANGEBOT

Elegida por el jeque - La secretaria y el magnate E-Book

Liz Fielding

0,0
3,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Elegida por el jeque. Cuando Violet Hamilton encontró un misterioso objeto en su casa y lo llevó a ser evaluado por un experto de la televisión, el jeque Fayad al Kuwani fue a buscarla. Tras descubrir aquella reliquia de familia desaparecida, la única manera en que podía proteger a Violet era meterla en su jet privado, llevársela a su reino del desierto y… ¡casarse con ella! La secretaria y el magnate. Tras un desastroso primer día de trabajo, Talie Calhoun estaba convencida de que su nuevo y atractivo jefe, Jude Radcliffe, la odiaría para siempre. ¡Eran completamente opuestos! Jude estaba casado con su trabajo, pero Talie creía que la vida era para vivirla. Su verdadero trabajo sería persuadir a Jude para disfrutar de la vida al máximo… ¡con ella!  

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 191

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2008 Liz Fielding. Todos los derechos reservados. ELEGIDA POR EL JEQUE, N.º 2380 - febrero 2011 Título original: Chosen as the Sheikh’s Wife Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011

© 2004 Liz Fielding. Todos los derechos reservados. LA SECRETARIA Y EL MAGNATE, N.º 2380 - febrero 2011 Título original: The Temp and the Tycoon Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9788-4 Editor responsable: Luis Pugni

ePub X Publidisa

Elegida por el jeque

La secretaria y el magnate

LIZ FIELDING

ELEGIDA POR EL JEQUE

Capítulo 1

Violet llevaba esperando lo que le parecían horas, pero por fin llegó su turno y se acercó cojeando con el objeto que había llevado al programa Basura o tesoro.

Ya había pasado por la clasificación basura-interesante-estupendo en la entrada, y dado que el objeto que había llevado había recibido un «estupendo» por parte de todos y había sido etiquetado con una pegatina roja para indicar su estado, una cámara de televisión se acercó para captar la reacción del experto.

Ella no había querido ir. Era Sarah, su vecina de al lado, la que había insistido en arrastrar a sus huesos cansados al ayuntamiento para que pudiera ser humillada públicamente ante millones de espectadores. Sarah que, justo cuando la necesitaba para darle apoyo moral, había desaparecido en busca de un lavabo.

El embarazo no era una excusa…

–¿Qué tenemos aquí? –el «experto» le resultaba familiar tras las noches que Violet había pasado viendo aquel programa con su abuela.

–No lo sé –dijo ella mientras colocaba el sobre marrón sobre la mesa–. Para ser sincera me siento un poco tonta trayéndolo aquí, pero mi vecina vivió en Oriente Medio durante un tiempo y creyó que era… interesante.

«Patético, Violet Hamilton», pensó. «Patético culpar a alguien que no está aquí para defenderse».

–Bueno, echémosle un vistazo –el hombre señaló el paquete envuelto en harapos puesto sobre la mesa.

–Lo he encontrado así –dijo Violet apresuradamente–. Esta mañana –añadió–, cuando se me ha colado el pie entre las tablas del suelo –el cámara apuntó con el objetivo hacia su tobillo vendado. Genial. Aquéllos eran sus quince minutos de fama y su tobillo ya resultaba más interesante–. Debía de llevar ahí años.

Sin decir una palabra, el experto desenvolvió el objeto y reveló una daga profusamente decorada. La gente se arremolinó para observarla de cerca.

Que era antigua no estaba en duda. La empuñadura tenía la pátina gastada del uso, e incrustada en la punta había una piedra roja del tamaño del huevo de una paloma. La funda no era recta, sino ligeramente curvada y adornada con filigranas doradas y plateadas, con tres piedras rojas en forma de lágrima que disminuían de tamaño a medida que se acercaban a la punta, como si la piedra de la empuñadura sangrase.

El hombre permaneció callado durante tanto tiempo que Violet dijo:

–Si lo hubiera visto en el puesto de algún mercado, habría jurado que era un accesorio de atrezzo. Algo que el genio podría llevar en Aladdin –la gente se rió irremediablemente–. Todo cuentas de cristal y empuñadura de plástico –añadió ella.

Entonces, cuando el experto sacó el cuchillo de la funda, las risas cesaron.

–No es un accesorio de atrezzo –dijo.

–No –y Violet se preguntó exactamente cuántas leyes habría roto llevando el arma en público.

–¿Dice que lo encontró bajo las tablas del suelo? ¿Y a qué tablas se refiere?

–Mis tablas –respondió ella a la defensiva–. Soy la cuarta generación de mi familia que vive allí –añadió. Y la última.

–¿Entonces no es probable que alguien de su familia la escondiera allí?

–A no ser que los ladrones hayan empezado a entrar en las casas y a dejar el botín en vez de llevárselo –convino ella, e hizo que la gente se riera una vez más. Tal vez debiera plantearse una carrera en el mundo del espectáculo…

–Desde luego –dijo el experto con una sonrisa falsa. Era su trabajo hacer comentarios graciosos–. Tal vez podamos regresar a eso –entonces le dio la vuelta al cuchillo–. El mundo árabe siempre ha sido famoso por sus armas y esto es un khanjar. Actualmente suele llevarse como pieza ceremonial, del mismo modo que las espadas se llevan con los uniformes. Este cuchillo es excepcional –continuó–. La hoja no sólo es de muy alta calidad, sino que la empuñadura está fabricada con cuerno de rinoceronte muy valorado.

–Vaya –dijo Violet mientras se recostaba en su silla.

–Tiene más de cien años.

–¿Y eso cambia algo? –preguntó ella–. Aun así el rinoceronte murió sólo para proporcionarle a algún hombre la empuñadura para su cuchillo.

–La transferencia de poder tiene un atractivo muy potente. Era un mundo distinto…

–No tan distinto.

–No –el experto cambió entonces a un tema más seguro–. Las filigranas son de oro y plata, y el uso de rubíes…

–¡Rubíes! –exclamó Violet, y se olvidó del pobre rinoceronte que había renunciado a su cuerno para que algún idiota pudiera sentirse invencible cuando agarrara la daga–. ¡No pueden ser rubíes! Quiero decir que son enormes. Creí que eran de cristal.

–Podrían haberlo sido –convino el experto–. En este tipo de cuchillos se ha usado toda clase de decoración, pero estas piedras son de verdad. Rubíes cabochon. Eso significa que han sido tallados, no cortados. Lo que tenemos aquí es el tipo de arma que habría pertenecido a un jefe. A un jeque. Tal vez incluso un sultán. Hay que limpiarla, claro, pero incluso en este estado no recuerdo haber visto jamás algo tan delicado.

Era raro que algo dejase en silencio a Violet, pero él lo había conseguido.

–La pregunta realmente importante es cómo llegó a estar escondida bajo su suelo.

Violet era consciente de lo que debía de parecer. Lo que todos debían de estar pensando. Que habría sido robado y escondido, y que finalmente se habían olvidado. Pero su familia tenía suficiente historia sin añadir robo a la lista.

–Supongo que podría tener algo que ver con la leyenda familiar.

–¿Leyenda familiar?

–La que dice que mi tatarabuela era una princesa árabe que cosió sus joyas a la ropa –explicó–, y que huyó de su marido con mi tatarabuelo.

–¿Una princesa árabe? –repitió el experto.

–De ojos azules –agregó ella–. Yo siempre había asumido que era uno de esos cuentos que se habían transformado según pasaban de boca en boca.

–Casi todas las historias tienen un elemento de verdad en ellas –dijo él–. ¿Él era un soldado? Su tatarabuelo.

–Estaba en el ejército. Era camillero.

–Es probable que trajera esto de Oriente Medio como un trofeo –dijo él, y aparentemente interpretó la teoría de la princesa árabe como una fantasía–. Posiblemente de Turquía. Este tipo de decoración elaborada es típica de la dinastía otomana.

–De hecho –dijo ella–, siempre he pensado que lo de la princesa y las joyas era la parte inventada de la historia –su tatarabuelo había sido un hombre valiente que llevaba a los soldados heridos a un lugar seguro, incluso le habían concedido una medalla militar por su heroísmo, y Violet no iba a permitir que lo tacharan de ladrón–. Aunque la tatarabuela Fátima era real. Tengo una foto de ella.

Era una foto en sepia de una mujer guapa y exótica, de pie detrás de su marido, que estaba sentado, en la «galería familiar» del aparador de la cocina.

–Y una carta. En árabe…

–Bueno –por un momento el experto pareció haberse quedado sin palabras–. Bueno, tiene usted una historia real. Un tesoro auténtico. Los cuchillos como éste están muy demandados y, si lo sacara a subasta…

Mencionó una suma de dinero ridícula y todos a su alrededor se quedaron con la boca abierta. Fue ella la que se quedó sin palabras.

Había estado en el dormitorio de su difunta abuela, vaciando su armario, seleccionando las cosas que podía donar, cuando había dado un paso hacia atrás y había partido con el pie uno de los tablones del suelo. Después, al sacar el pie, había visto el paquete envuelto.

Un tesoro enterrado.

Aún estaba sorprendida cuando el fotógrafo del periódico local dijo «¡Sonría!», y le sacó una fotografía.

–Siento molestarte, Fayad –dijo el embajador–, pero el departamento de prensa acaba de recibir una llamada del London Chronicle sobre una historia que van a publicar mañana. Es algo que pensé que querrías saber.

El jeque Fayad al Kuwani, nieto del gobernante Ras al Kawi, levantó la vista de su ordenador portátil. Su primo no lo habría molestado a no ser que se tratara de algo importante.

–¿En qué escándalo nos ha metido ahora mi padre? –preguntó mientras se recostaba en su asiento, preparado para lo peor.

–No… No se trata de eso, in sh’Allah –le aseguró Hamad inmediatamente–. Parece que una joven llevó un khanjar para que lo examinase un experto en un programa de televisión que se grababa esta tarde.

–¿Eso sale en las noticias nacionales en este país?

–Eran rubíes –respondió su primo–. Rubíes muy grandes. Y una historia sobre una princesa árabe fugada, y joyas robadas, lo que convierte a la historia en… –vaciló un instante– sexy –añadió con desprecio.

–Continúa.

–El periódico local se ha hecho eco de la historia y la ha transmitido. Tras algunas averiguaciones, el Chronicle ha dado con el misterio de La Sangre de Tariq. Van a publicar la historia utilizando la fotografía de tu tatarabuelo con Lawrence, junto con el original de 1917 para la primera edición de mañana. Esperaban obtener algún comentario de la embajada.

–¿Y lo han conseguido?

–Han dicho que durante los años se han encontrado muchas falsificaciones de La Sangre de Tariq, y que sin duda ésta es una de ellas. Que el valor de los rubíes no es nada comparado con el valor de poseer el khanjar tocado por Lawrence.

–Sí… –convino Fayad.

La Sangre de Tariq tenía un poder místico que hacía que no tuviera precio. Tenerla en las manos era tener el destino de Ras al Kawi.

Una falsificación.

Tenía que ser una falsificación. Aunque tal vez aquello fuese irrelevante.

Lo que importaba era lo que la gente creyese.

Desaparecido, el khanjar era una leyenda, un cuento de ancianos sentados alrededor de una hoguera recordando glorias pasadas.

Encontrado, era un problema.

Su abuelo estaba cada vez peor de salud, su padre era un desastre, e incluso en las manos equivocadas una falsificación podía ser desastrosa para su país.

–¿Sabes quién es esa mujer? ¿Dónde encontrarla?

–Se llama Violet Hamilton. Tiene veintidós años, soltera. Durante los tres últimos años ha estado cuidando de su abuela enferma. La anciana murió hace dos semanas. Ahora vive sola en la casa de su abuela en Candem, donde encontró el khanjar. La casa, sin embargo, pertenece a una compañía inmobiliaria, así que pronto se verá sin hogar.

Fayad arqueó una ceja y el embajador sonrió.

–Yo no pregunto cómo lo hace, pero en cualquier intercambio de información puedes estar seguro de que nuestro hombre hizo el mejor trato.

–Dale las gracias de mi parte.

–Lo haré. ¿Entonces le harás una oferta a la chica? Sabes que no puede ser real, Fayad. Probablemente el original fuese despedazado para utilizar el oro y las piedras hace décadas.

–La princesa Fátima nunca habría hecho eso. Sabía que su valor residía en algo más que los rubíes y el oro. Conocía su poder en las manos acertadas. Pero, real o no, es un mal momento para que salga a la luz. Hay facciones tribales que harán lo que sea para apoderarse del arma.

Dada la naturaleza solitaria de su abuelo, y debido a la falta de interés de su padre en algo que no fuera el dinero, Ras al Kawi había permanecido relativamente ajeno a las oleadas de turismo que invadían los países vecinos.

Fayad tenía planes similares para el país, y justo cuando las cosas comenzaban a tomar forma y estaba preparado para colocar a su país en el escenario internacional, se enfrentaba a un símbolo místico sacado de un melodrama medieval.

No podía ser coincidencia.

Tenía que ser un plan elaborado por alguien con sed de poder. Salvo por la historia de la princesa. Y aun así, a cambio de poder, algún miembro resentido de la familia podría haberlos traicionado. Incluso su padre desheredado…

–Apenas importa si es real o no, Hamad –dijo abruptamente–. Tenemos que conseguir ese cuchillo antes de que la historia cobre peso. Y a la mujer también.

–¿La mujer? No estarás sugiriendo llevarla a Ras al Kawi como prueba simbólica de la restauración del orgullo Kuwani. Como embajador de tu abuelo, yo no podría permitir algo así.

–Como el embajador de mi abuelo, te sugiero que te concentres en la palabra «simbólica». Olvídate del khanjar por un momento. ¿Crees que esa mujer estará segura cuando se rumoree que es descendiente de la princesa Fátima? Habrá gente dispuesta a todo.

–¿Y qué quieres hacer tú con ella, Fayad? Teniendo en cuenta que es a mí a quien el secretario de asuntos exteriores británico echará un rapapolvo si le ocurriera algo.

–¿Qué iba a querer salvo mostrarle a la descendiente de la princesa Fátima la hospitalidad de nuestro país? Invitarla a descubrir su verdadera herencia.

–Supón que no quiere ir a Ras al Kawi.

–Tendré que utilizar todas mis habilidades diplomáticas para persuadirla de que es lo mejor para ella. No temas, Hamad. La trataré con respeto. Después de todo, si es descendiente de Fátima al Sayyid, entonces ella también es princesa.

–En otras palabras, la agasajarás para que no se dé cuenta de que está en una jaula dorada. ¿Y qué ocurre si quiere salir volando?

–Mi abuelo está desesperado por que me vuelva a casar –dijo él–. Una alianza entre la familia Kuwani y una descendiente de la princesa Fátima al Sayyid sería muy apropiada en muchos aspectos…

–Puede que la familia Sayyid no lo vea así. Ni la señorita Hamilton.

–Cierto. Pero la posesión, como dicen, es lo que cuenta.

–Aún no tienes a la chica, Fayad. Por lo que sabemos, podría haber vendido ya el cuchillo a alguno de los comerciantes que sin duda muestran interés en este tipo de cosas.

Capítulo 2

–Sinceramente, Violet –dijo Sarah negando con la cabeza–, ése es el primer lugar en el que un ladrón buscaría objetos de valor.

–Entonces les deseo buena suerte.

Había envuelto el cuchillo primero en plástico de burbujas y luego en varias capas de papel de cocina. Después, tras ponerle una etiqueta en la que había escrito «muslos de pollo», estaba haciendo sitio en el congelador para poder ocultarlo tras la bolsa de guisantes descongelados que había utilizado para bajar la hinchazón del tobillo.

–Sé por experiencia que, de aquí a una hora, cualquier ladrón tendría que usar un soplete para pasar por encima de los guisantes.

–¿Y si alguien decide robar el frigorífico?

–¡Oh, por favor! No hay más que escuchar el ruido que hace para saber que está en las últimas –contestó Violet–. Como el resto de las cosas que hay en esta cocina. Quiero decir que, ¿quién estaría tan desesperado? Pero no te preocupes. Mañana lo sacaré y lo llevaré al banco.

–Si yo fuera tú, me ahorraría los intermediarios e iría directamente a algún comerciante. Llama al experto, él conocerá a alguien. Te dio su tarjeta, ¿verdad?

Violet asintió.

–Pues ya está. Solucionado. Así tendrás para pagar la entrada de un piso de dos dormitorios y, si alquilas una habitación, tendrás la hipoteca cubierta. Podrías terminar ese curso de diseño que estabas haciendo…

–Sé realista, Sarah. ¿Quién en su sano juicio me concedería una hipoteca basándose en que alquile una habitación? Además… –se encogió de hombros y negó con la cabeza.

–¿Qué?

–Ella lo robó, ¿verdad? De acuerdo, puede que las joyas fueran técnicamente suyas, pero el cuchillo…

–Violet, cariño. Fue hace casi cien años. ¿A quién se lo ibas a devolver? –Violet negó con la cabeza y Sarah frunció el ceño–. ¿Estarás bien?

–Sí. Sí, claro que sí –contestó ella–. Supongo que aún estoy algo sorprendida.

–No me sorprende. Creía que el cuchillo podría valer algo, pero el resultado ha sido sorprendente.

–Sí. Gracias por insistir en que fuera al programa.

–Oh, sólo quería salir en televisión. Aunque me perdí el gran momento. No importa. Me encantará verte cuando emitan el programa la semana que viene.

–¿En qué estaría pensando para firmar esa hoja?

–Da igual. Mañana estarás en primera página en el periódico local.

–¿Por qué contaría todas esas cosas sobre mi tatarabuela Fátima? He perdido la cabeza.

–¿Todo eso era cierto?

–¿Crees que podría inventarme algo así? –señaló con la cabeza hacia la galería familiar que su abuela siempre había guardado en el aparador–. Es ella, la del centro en la parte de arriba.

–Madre mía –Sarah bajó la fotografía para verla de cerca–. Te pareces a ella, Violet. Algo en los ojos. Los suyos tienen luz también. Es raro, ¿verdad?

–Supongo…

–Será mejor que me vaya a casa para alimentar a la bestia antes de que se coma la pata de la mesa –dijo tras dejar la foto en su sitio–. Tendrás cuidado, ¿verdad, Violet? Cuando esto se sepa… Bueno, una mujer con dinero caído del cielo es un blanco fácil para hombres en busca de fortuna.

–¿Crees que podría tener una vida? –preguntó Violet riéndose.

–Y ya es hora. Te has pasado los últimos tres años como cuidadora a tiempo completo. Sin vacaciones. No tienes dinero salvo la pensión de cuidadora y el poco dinero que sacas en el puesto. Créeme, sé lo duro que ha sido.

–Te equivocas, Sarah. No ha sido duro. Mi abuela era la única persona del mundo que siempre ha estado ahí por mí, que nunca me ha decepcionado, y la quería. Intento decirme a mí misma que ya no sufre, pero lo realmente duro es no tenerla aquí.

Sarah le dio un abrazo y luego se apartó.

–Ahora estás muy vulnerable. Tengo miedo de que entregues tu corazón al primer hombre con sonrisa atractiva que te encuentres.

–Tener la oportunidad sería agradable –dijo Violet–. Pero tener una vida tendrá que esperar un poco. Primero hay muchas cosas que hacer aquí. Tengo que ordenar las pertenencias de mi abuela, encontrar un lugar donde vivir… –los de la agencia le habían dado hasta final de mes– y conseguir un trabajo.

–Bueno, al menos ahora tendrás algo de dinero.

–Sí… Gracias de nuevo por acudir al rescate esta mañana.

–No hay de qué. Sólo grita –Sarah sonrió, volvió a abrazarla y finalmente se marchó.

Violet cerró la puerta y se quedó apoyada en la madera durante unos segundos. Por mucho que quisiera a Sarah, era un alivio estar sola por un momento y poder pensar.

¿Podría ser cierto que Fátima había sido una princesa? Cuando Sarah se lo había preguntado le había parecido una tontería, ¿pero podría ser cierto?

Necesitaba respuestas. Y arriba, en el fondo del armario de su abuela, estaba la vieja maleta de piel con las cosas de las que las mujeres no podían separarse. Flores secas. Cartas. Pañuelos bordados. Invitaciones de boda. La medalla militar del tatarabuelo.

De pequeña era como una bolsa mágica y cuando le permitían «ordenarla» era una ocasión especial.

Al final, bajo un falso fondo, se encontraba el sobre que nunca le habían permitido abrir. El que contenía los documentos familiares. Certificados que decían quiénes eran y de dónde venían. Un sobre que su abuela había dicho que podría abrir «cuando fuese mayor».

Claro que la tentación había sido demasiado fuerte para una niña de diez años. Y por eso sabía lo de la carta en árabe, aunque en su momento no había sabido lo que era. Por eso sabía por qué su abuela había tenido que buscar dinero con tanta precipitación…

Tenía un nuevo documento que añadir al archivo familiar, pero había estado posponiéndolo. Había estado ignorando la maleta desde que su abuela había muerto, retrasando el momento en que habría de convertirse en la matriarca familiar. La guardiana de su historia. De sus horribles secretos.

Necesitaba la carta de Fátima, pues había una mujer iraquí que trabajaba en el mercado y que podría ayudarla a traducirla, pero no se atrevía a vaciar el contenido de la maleta sobre la cama de su abuela.

No eran sólo los datos de sus vidas, sino los pequeños objetos de amor a los que las mujeres se aferraban. La historia familiar estaba escrita con los nombres de los hombres, pero aquella maleta contenía la historia de las mujeres.

Cuando el reloj del vestíbulo dio la una, se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo leyendo viajas cartas, escudriñando viejas tarjetas que nada tenían que ver con su búsqueda sobre la verdad de Fátima, aunque sí mucho que ver con su vida.

La vida de su madre.

Un libro de ejercicios lleno de estrellas doradas. Un viejo pasaporte azul. Fotografías escolares llenas de esperanzas y promesas que nunca se habían cumplido.

Echó todo eso a un lado y sacó el sobre. Todos los certificados estaban allí. Y la carta escrita en árabe que, sólo con tenerla en las manos, le aceleraba el corazón. Sólo la propia Fátima podía haberla escrito, y Violet se llevó la carta al pecho como si pudiera sentir las palabras, conectarse de algún modo con esa extraordinaria mujer.

No abrió el último sobre. El que contenía los documentos de cesión de derechos que su abuela había firmado y la carta de su padre.

Ser lo suficientemente mayor no cambiaba nada y, como había hecho al desafiar las órdenes de su abuela y abrirla, se subió a la cama y se tapó con la colcha. Salvo que en esa ocasión no había nadie que pudiera descubrirla.

Fue el teléfono lo que la despertó.

Ignoró el sonido y finalmente cesó, lo que le permitió concentrarse en el dolor de cabeza, y el hecho de que sentía como si alguien hubiera estado echándole arena en los ojos toda la noche.

La luz del sol no ayudaba.

Se dirigió al cuarto de baño, y estaba en la ducha cuando el teléfono empezó a sonar de nuevo. Pensó que sería Sarah. Ya la volvería a llamar…

Se lavó el pelo y se cepilló los dientes. Decidió que se vestiría después de haberse tomado un café.

El periódico local yacía sobre el felpudo.