Elías Hoisoi - Celso Román - E-Book

Elías Hoisoi E-Book

Celso Román

0,0

Beschreibung

Elías Hoisoi es un relato sobre la vida y la naturaleza. Su protagonista, Elías, es una especie de Quijote moderno y urbano que sueña y vive en un mundo que no es de él. El caos y hacinamiento de una urbe como Bogotá se convierten en la imaginación de Elías en el espacio propicio para reconstruir las cosas que el desarrollo desmesurado y caótico le han tajado a la naturaleza. Por su imaginación pasan nuestros aborígenes extintos, dragones míticos, unicornios fantásticos, formas de vida primitiva, que van a confluir en la personalidad romántica de un hombre y su familia que por encima de todo se mantienen unidos para soñar o vivir en ese mundo de fantasía creado por Elías Hoisoi y secundado por la señora María Pa y las niñas María Jo y Valentina Fa.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 106

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Román, Celso, 1947-

Elías Hoisoi / Celso Román ; ilustraciones Óscar Soacha. -- Editor César Cardozo Tovar. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2019.

136 páginas : ilustraciones ; 21 cm. -- (Literatura juvenil)

ISBN 978-958-30-5909-4

1. Cuentos juveniles colombianos 2. Realismo mágico - Cuentos juveniles 3. Ciudades y pueblos - Cuentos juveniles 4. Fantasía - Cuentos juveniles I. Soacha, Oscar Albeiro, lustrador II. Cardozo Tovar, César A, editor III. Tít. IV. Serie.

Co863.6 cd 22 ed.

A1634965

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Segunda edición en Panamericana Editorial, julio de 2019

Primera edición, 1995

© Celso Román

© Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Edición

César Cardozo Tovar

Ilustraciones

Óscar Soacha

Diagramación

Martha Cadena

ISBN 978-958-30-5909-4 (impreso)ISBN 978-958-30-6254-4 (epub)

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008

Bogotá D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

El autor dedica este libro a las dos Marías (Patricia y José) y a la Valentina Fabia, con quienes comparte este viaje por las estrellas.

—Dime necio, ¿tienes dinero?—He amado.

—¿Tienes villas, o castillos,o ciudades, condados o ducados?

—Tengo amores, pensamientos, llantos,anhelos, trabajos, decaimientos, que son mejoresque imperios o reinos.

Llull, «Libro del Amigo y del Amado»

Elías va a la selva

«Nací en Bogotá, en una casa de madera llenade árboles, gallinas y otros animales.En ese medio me sentí el Rey de la Selva»

alekos, en «Cúcuru-Mácara»

Elías Hoisoi a veces encuentra la selva y todos sus habitantes en medio de la gran ciudad.

Él quisiera vivir en una de esas casas que, a pesar de estar en un barrio, parecen casas campesinas, porque tienen abuelos que aman las plantas, las riegan, deshierban los canteros, podan las enreda­de­ras y hablan a las flores:

—Cómo está hoy de linda mi begonia, qué bella amaneció la rosa, qué perfumada la azalea…

El amor no solo florece, sino que da frutos en esos patios.

Por eso los abuelos siempre tienen algo para ofrecer a los nietos: el durazno o la naranja, el dulce de mora o el almíbar de papayuela, el jugo de curuba o el néctar de la guanábana.

En medio de los árboles los niños se pierden en la penumbra selvática.

Allí conviven el misterio y la aventura, los alacranes de tijereta en la cola y los insectos prehistóricos, pequeñitos y acorazados, que habitan en lo profundo de los helechos y debajo de las materas, entre las galerías de las lombrices.

Pero Elías Hoisoi no tiene ni una casa, ni un abuelo, ni un patio sombreado.

Vive en arriendo en una casa desnuda de árboles, sin enredaderas en las paredes ni prados en el frente.

Lo más cercano a la naturaleza verde es el domingo, cuando ejerce, aún con la piyama puesta, el noble oficio de la jardinería.

Tiene materas de barro cocido y en ellas las plantas raquíticas que cada ocho días anima con la imaginación convirtiéndolas en bosques al alcance de la mano.

Por eso cada vez que puede, recorre las calles de su ciudad a la hora del descanso después del almuerzo, o a las cinco, al salir del trabajo y… mira.

Mira con mucha atención el mundo que lo rodea, o tal vez, más que mirar, Elías Hoisoi busca con curiosidad el paisaje dentro de la ciudad.

Selecciona el mundo verde dentro del universo de ladrillo y cemento: se maravilla con una azotea de la que sobresalen geranios desgreñados, rojas flores de novios tiznadas por el hollín y uno que otro arbolito raquítico, disminuido por la vida en las alturas.

Imagina pájaros allá arriba, el agradable despertar en una casa llena de plantas, de hojas aperladas por el rocío, abigarrada como un pequeño bosque.

«Tal vez en esa esquina del techo donde se asoma una malla tengan un palomar, y un enamorado envía mensajes a su amada con el sol de la mañana y con el sol de la tarde…

»O tal vez tienen conejos que en las noches de luna corretean por las azoteas perseguidos por los gatos que merodean como tigres por los alares…

»O de pronto allá vive un ermitaño que tiene una huerta hidropónica y vive como un astronauta náufrago, arriba de la ciudad, bajo la noche espacial…».

Todo esto piensa Elías mientras recorre la ciudad soñándola a su manera.

Le parece que sería lindo que se levantaran árboles en las rajaduras del piso, entre las losas de cemento, en las rajaduras y junturas de calles y andenes donde ahora asoma una brizna verde.

Les daría una oportunidad a las raíces poderosas para que con su paciencia de siglos desguazaran la ciudad, le abrieran campo y le dieran apoyo a las enredaderas, a los bejucos y las lianas que cubrieran la ciudad poco a poco con un manto verde de vida.

Ciudad devorada por la manigua hasta el fin, hasta que la metrópoli se convirtiera en una Tikal maya o en una Buritaca tairona, arropadas por la selva y la neblina y el canto de los pájaros y el rugido de las fieras…

Y él, Elías Hoisoi, estaría allí parado en medio de la floresta.

Ya no sería nunca más auxiliar segundo de Contabilidad de la División de Presupuesto.

Sería un aborigen como su requetetatarabuelo Curripaco, y tendría los ojos puestos en el salto de un quetzal de cola larguísima, verde como una esmeralda deshaciéndose, que vuela de esa rama a esa piedra, en la misma ruta por donde ahora de esa ventana a esa cornisa vuela una de esas sucias, tiznadas, piojosas palomas callejeras.

Elías Hoisoi está parado allí en ese lugar mágico donde el tiempo no corre porque le pertenece, y no hay relojes, y no significa nada el paso de los siglos.

Por eso en vez de ese perro de orejas caídas y cobarde rabo entre las piernas, que hurga miedoso entre las bolsas de basura, hay un jaguar.

Nota la presencia de Elías y se queda mirándolo a los ojos, con fijeza, como se miran los dioses.

Pasa orgulloso exhibiendo la moteada piel, las anchas manos, y el poderoso cuello. Continúa su camino con la tranquilidad de un rey en sus domi­nios y se pierde entre las sombras del follaje, difuminándose entre las monedas de luz que dejan filtrar las altas copas de los árboles.

Y a lo lejos, hacia el centro de la ciudad, el pito de los carros es el grito de las bandadas de guacamayas que vuelan como las coloridas banderas de la vida contra el verde fondo del ramaje.

La sirena de una ambulancia es el gemido de la terrible Patasola, que huye por las cañadas llorando su desgracia y aterrorizando a quienes le profanan su selva.

Los campanazos de los apresurados bomberos son el ¡ayayayyyy…! del Hojarasquín del monte, enorme y con la piel cubierta de lianas, orquídeas y bromelias, capaz de paralizar del miedo a quienes cortan los árboles.

Los hombres de la empresa del acueducto son los barbados Mohanes, protectores del río; el ladronzuelo callejero es el maligno Curupira a quien se debe despistar tejiendo un complicado nudo con la fibra de la palma canangucha, pues mientras trata de deshacerlo se olvida de la víctima que persigue.

Alrededor de Elías está toda la magia, todo el secreto palpitar de la manigua misteriosa que él ama porque la sabe parte de sí mismo.

El tráfago de la capital, el ronco rumor metropolitano allá lejos, a muchas cuadras a sus espaldas, es una catarata intensa, interminable, vaporosa, que eleva su neblina en medio del vuelo de las águilas magníficas que se acercan dibujando círculos en el cielo hasta que descubren a Elías Hoisoi allí parado en esa isla del tiempo.

Como si a través de la sangre le fuera dado contemplar lo que viera su lejanísimo tatarabuelo de la familia Curripaco, las mira aproximarse cautelosas, sobrevolarlo y llegar tan cerca que percibe con claridad los fijos ojos amarillos, escrutadores, avizores…

Son los mismos ojos de las vecinas suspicaces de ese barrio, que lo espían desde hace rato y sospechan del ladrón.

Alistan las garras para tomar el teléfono como si fuera un hueso carnudo y llevárselo al pico para llamar a la policía si no se va pronto de ahí, hace más de una hora que ese tipo mira las casas, de seguro planea un robo para esta noche, el vecindario está imposible con tanto atraco estos días.

Elías Hoisoi, atento al peligro, siente el golpe de las miradas, vuelve la cabeza y las ve esconderse detrás de las cortinas al sentirse descubiertas.

Comprende que debe seguir su camino y su corazón volador despliega las hermosísimas alas azul metálico, tan iguales a las de la mariposa emperador de Muzo (Morpho cypris westwood), capaz de soñar y volar tanto, que a veces los pilotos enamorados las ven arriba de las nubes.

Se aleja con tranquilidad de ese barrio de terrazas florecidas para tomar el bus atestado rumbo a casa.

Por el camino dejará de soñar. Pondrá la mente en blanco como una hoja de papel para que de pronto pase un pajarito migratorio y sin que Elías Hoisoi se dé cuenta, le surja otro de sus sueños descabellados, que lo lleve a volar a otra aventura maravillosa.

Elías y los migrantes

La atención de Elías Hoisoi respecto a lo que ocurre a su alrededor es constante, y de pronto siente que la vida lo ha puesto en la ruta de las aves migratorias.

Basta que salga de su trabajo y en una calle abun­dante en jardines se cruce con él un pajarito amarillo limón con alas negras.

—¡Qué maravilla! Es el tiempo del vuelo hacia el sur: se acerca la Navidad.

Elías Hoisoi vive en un país sin estaciones, muy cerca de la cintura de mujer embarazada del pla­neta. Está pendiente de los viajes de los pájaros que con frecuencia cruzan por su ciudad, a mitad de camino entre los polos de la Tierra.

Consciente de las dificultades que acarrea un viaje tan largo. Elías ha establecido en el techo de su casa una estación de servicio para los viajeros del aire. Los conoce por las referencias de su tomo II de La vida de los animales y sabe que los migrantes consumen granos, insectos, frutos o lombrices según como la magia de la evolución los haya preparado para la vida.

En diferentes cajones, tarros de galletas y latas de sardinas coloca los manjares, previa organización de perchas hechas con palos de escoba para que los viajeros puedan posarse cómodamente. En un platón organizó el bebedero con agua fresca “que se debe cambiar todos los días” según recomienda a las pequeñas María Jo y Valentina Fa, quienes le colaboran con más curiosidad que con interés naturalista.

Para ganarse la confianza de los pájaros, subió algunas materas con sus raquíticas plantas, que sin embargo, contribuyen a dar un toque de verdor al desolado tejado.

Conocedor de la importancia de la observación en el conocimiento de la vida natural, elaboró un escondrijo camuflado para mirar sin ser visto. Con una estructura simple de madera, recubierta de papel verde lleno de huecos, organizó un mirador portátil para estudiar el comportamiento de cualquier forma de vida silvestre que llegara a su techo.

La instalación completa fue bautizada SALMO (Sistema de Apoyo Logístico al Migratorio Ocasional) y el aprovisionamiento obedecía a la más simple de las filosofías:

—Un puñado de cada cosa que saque del cajón de la despensa no va a hacer rico ni pobre a nadie, y en cambio puede convertir esta casa en un santuario migratorio, objeto de un documental de la National Geographic Society.

Con estas palabras y en nombre de la vida, sacó del armario de la cocina un puñado de arroz, maíz, avena en hojuelas y cuanto alimento seco que consideró pudiera ser atractivo para los pájaros.

Las lombrices de tierra fueron conseguidas en una operación nocturna contra un lote enmalezado de la vecindad. Los tres naturalistas llegaron con los zapatos embarrados, con el consiguiente disgus­to de la señora María Pa, quien mantiene su casa como tacita de plata.

La provisión de gusanitos se logró mediante el expediente de dejar en la sombra húmeda dos guayabas y tres plátanos que pronto tuvieron encima una nubecilla de diminutas moscas de la fruta:

—Drosophilla melanogaster —dijo Elías a las pe­que­ñas María Jo y Valentina Fa mostrándoles la ilus­tración en el tomo III.

De los huevos puestos en la oscura pulpa de la fruta fermentada, muy pronto eclosionaron, bullen­tes, miles de larvas.

El sábado siguiente Elías Hoisoi madrugó a acurrucarse dentro de su observatorio y dio comienzo a la espera de las aves.