Jánako y la luz encantada - Celso Román - E-Book

Jánako y la luz encantada E-Book

Celso Román

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Beschreibung

Una pequeña manatí se aleja del cuidado de su mamá y una niña, Tomasa, pierde su casa al ser destruida por la creciente. El destino de las dos se une tras la tremenda tormenta que se lleva la casa de la niña y, a su vez, arrastra a la manatí lejos de su hogar. Ocurren una serie de aventuras acompañadas de magia, dentro de un contexto de protección del medio ambiente y de los animales, que llevarán al lector a un viaje por el río, el mar y los misterios del firmamento. Es una tierna historia inspirada en la vida real: Jánako fue una manatí que la autora rescató de un mercado, donde pretendían venderla para aprovechar su carne.

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Jánako

y la luz

encantada

Barbosa Jhoana

Jánako y la luz encantada / Jhoana Barbosa, Celso Román ; ilustraciones Óscar Soacha. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2021.

136 páginas : ilustraciones ; 14 x 21 cm.

ISBN 978-958-30-6275-9

1. Novela juvenil colombiana 2. Manatíes - Novela juvenil 3. Animales - Novela juvenil 4. Protección de animales - Novela juvenil I. Román, Celso, 1947-

II. Soacha, Óscar Albeiro, ilustrador III. Tít.

Co863.6 cd 22 ed.

Jánako

y la luz

encantada

Celso Román - Jhoana Barbosa

Querido lector:

Esta es una historia para viajar por muchos lugares —la hermosa tierra, el aire transparente y el tibio mar tropical—. Compartirás las mágicas aventuras de una pequeña manatí llamada Jánako —cuyo nombre significa “flor del agua”—, de dos niños y de varios de sus amigos que corren, vuelan, nadan, y para ello usarán patas y manos, alas y aletas.

Ya puedes lanzarte al estanque de palabras que es este libro, el tuyo.

Contenido

Capítulo 1. Una estrella amiga11

Capítulo 2 . Un personaje singular23

Capítulo 3. Tomasa encuentra la imaginación33

Capítulo 4. Los tesoros de Tilo41

Capítulo 5. La tormenta49

Capítulo 6. La inundación55

Capítulo 7. El invento de Tilo67

Capítulo 8. Rumbo al río 79

Capítulo 9. La cacería91

Capítulo 10. El nacimiento 103

Capítulo 11. La madre de Jánako109

Capítulo 12. Tomasa descubre el universo115

Capítulo 13. El encuentro121

11

Capítulo 1

Una estrella amiga

El sol de la mañana con su pincel de luz coloreó de naranja el agua, mientras la brisa jugaba levantando olas diminutas que balanceaban las canoas en la Cié-naga de la Vida. Una de ellas estaba fondeada en la puerta trasera de la casa de la familia de pescadores donde vivían la niña Tomasa y su hermanito Rodo. Para montarse en la canoa solo necesitaban apoyar una mano en la puerta, y al extender el pie, queda-ban haciendo equilibrio en la chalupa.

Rodo ya había madrugado para hacer sus oficios, que consistían en alistar una larga red para atrapar peces y poner en los anzuelos trozos de vísceras de pescado, que usaban como carnada y que habían apartado el día anterior. Todo estaba listo para irse en la canoa con Santiago, su padre, y dejar la red

en algún lugar de la Ciénaga de la Vida, para luego continuar pescando con los cebos de tripa en otros lugares poco profundos. La jornada terminaba cuan-do revisaban las artes de pesca y recogían los peces capturados.

Santiago había prometido a su hijo comprar-le bolitas de uña, que era como los niños del lugar llamaban a las canicas de cristal, que les fascinaban por los colores que parecían flotar dentro de ellas. Esa promesa solo podría ser cumplida si la pesca era

14 ✤Capítulo 1

abundante, pero lo que atrapaban a diario apenas al-canzaba para el alimento del día, pues el padre cam-biaba los pocos peces capturados por arroz, manteca y plátanos. Eso hacía que el pequeño Rodo cada vez tuviera menos esperanzas de recibir el regalo de las bolitas de cristal con el arcoíris en su interior.

Tomasa, la hermanita de Rodo, dormía plácida-mente en la hamaca cuando un impertinente rayito de sol le tocó la nariz. La luz era tan intensa que no tuvo más remedio que levantarse. Respiró profundo, estiró su cuerpo, bostezó para apartar toda la pereza y de un brinco saltó de la hamaca, corrió a la cocina, se sirvió agua fresca de la tinaja y quedó lista para dar comienzo a sus deberes matutinos. La primera tarea era enjalmar el burro, colgar dos tarros y su-birse en él para ir a recoger agua limpia. Aunque en tiempos de los abuelos el agua se podía tomar sa-cándola directamente del frente de las casas, desde que los vecinos decidieron arrojar las basuras justo en los embarcaderos, el agua para el aseo y la cocina tocaba traerla en burro desde un lugar distante de la Ciénaga de la Vida.

El líquido lo sacaban de un estanque construido por los vecinos, quienes debieron cavar muchos me-tros hasta encontrar agua potable. El preciado recur-so era extraído con una máquina de bombeo que a su vez llenaba el estanque, el cual se había convertido en

Una estrella amiga ✤15

un buen lugar para citarse con los amigos, quienes, como Tomasa, también llegaban en burro. Mientras llenaban las canecas y los tarros, jugaban salpicán-dose hasta quedar empapados o se lanzaban a nadar en el reservorio, y el tiempo corría sin darse cuenta y terminaba cuando el grito de algún adulto los sacaba del jugueteo.

Cuando Tomasa llegaba a la casa, Rodo casi siem-pre estaba listo para irse a la escuela, y como era su costumbre, corría para darle de comer a la mascota de la familia, el perro Huesitos.

La niña se bañó echándose agua con una totuma, se secó y se vistió con el uniforme escolar, que ya tenía un color ocre, teñido por la tierra de tal manera que no había ni jabón ni palo que quitara ese tono. Tomasa vio muchas veces a su madre lavando la ropa, restre-gándola e incluso dándole golpes con un palo para sa-carle la mugre, pero esta se resistía al poder del jabón.

Al llamado de doña Sara, la mamá, se sentaron a la mesa para desayunar pescado frito, sazonado con leche de coco y acompañado de plátano cocido. Antes de salir para la escuela, doña Sara les dio al-gunas monedas para que en el descanso compraran un helado en agua empacado en una bolsa pequeña, que los niños llamaban boli, y disfrutaban como una de las mejores cosas del día, en el calor que parecía derretir hasta las piedras.

16 ✤Capítulo 1

Los niños llegaban a la escuela por el camino que seguía paralelo al curso del río y dejaba atrás la Cié-naga de la Vida. Los hermanitos hablaban de muchas cosas: de la niña vecina que le quitaba el sueño a Rodo, de las bolitas de uña que había visto en la tien-da de la seño Tina, de los pastelitos de parra que Tomasa quería comer en su cumpleaños y que solo la abuela Elva sabía hacerlos con una receta tan vieja como la misma anciana.

La niña no dejaba de mirar el río —como si qui-siera irse con él—, y dijo a Rodo:

—¿Cuánto tardaré en llegar al mar? —Y suspiró con melancolía.

Rodo subió los hombros haciendo mohínes.

—Me gustaría ir al mar. Papá dice que es mucho más grande que la Ciénaga de la Vida, que todo el río, y que se ve azul, más azul que el cielo. Dice que cuando joven sacaban miles de camarones, como pa-ra llenar un barco pesquero.

—A mí no me interesa ir al mar porque papá me contó que está lleno de agua salada. ¿Y para qué sir-ve el agua salada que sabe tan feo? —dijo Rodo sa-cando la lengua con una mueca de asco.

—Pero ¡qué cosas dices, Rodo! ¿Acaso la maestra no te ha enseñado que casi todo nuestro planeta es-tá cubierto de agua salada donde viven millones de animales? ¡Además hay tesoros hundidos, de barcos

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piratas que naufragaron, llenos de oro, con joyas y piedras preciosas!

—¡Niñaaaaaaa, un tesoro pirata! Eso sí me gus-taría encontrar, para construir un castillo gigante, y tener cocineros que hagan muchos pastelitos de pa-rra para ti y pasteles de dulce para mí —dijo Rodo, lamiéndose como un gato con los bigotes untados de leche.

—¡Sí serás torpe, Rodo! ¿Para qué vas a construir un castillo gigante que no te deje ver las montañas más allá de la ciénaga ni los bosques de las orillas del río?

—Pero entonces dime, Tomasa…, ¿para qué más sirve un tesoro?

—No sé, debe haber algo mejor en qué gastar-lo… Pero, por ahora, ¡corre, que ya casi llegamos, y si se nos hace tarde, perdemos el descanso y los bolis!

Se apresuraron por entrar a la escuela, pero el pensamiento de Tomasa se quedó en el agua, nave-gando por el río, imaginando los seres que vivían en el mar… ¡Seguramente, ellos sí sabían dónde esta-ban todos los tesoros de los piratas y debían tener muchas y mejores historias para contar!

La tarde pasó mientras Tomasa, con los ojos abier-tos, soñaba con el mar… Suspiraba y pensaba en lo mismo una y otra vez. Al llegar a la casa comió con afán y fue a sentarse en la puerta donde amarraban

18 ✤Capítulo 1

la canoa; desde allí vio ocultarse el sol lentamente en el agua y le pareció que el astro también iba para su casa a dormir hasta el día siguiente.

Con ganas de ver el cielo, se metió en la canoa y se acostó a lo largo del maderamen oloroso a brea y a pescado, y se dejó arrullar por la brisa y el balan-ceo del agua. Entonces apareció la primera estrella y luego fueron saliendo, una tras otra, incontables lu-ces en el cielo. Tomasa conversaba con ellas como si fueran amigas que podían escucharla; les contó todo, desde sus más íntimos secretos del corazón hasta sus mayores temores y grandes alegrías. Les dijo que le habría gustado ser estrella para iluminar la Tierra y poder contemplar todo el mar desde el cielo.

Extendió su brazo por la borda de la canoa y su mano tocó el agua donde se reflejaban los astros, y sintió que tal vez había estrellas que quisieran venir al mar; luego miró el firmamento y pensó que acaso algún día también ella podría recorrer los cielos co-mo una de esas luces. Sus labios estaban en silencio cuando pasó una estrella fugaz.

—¿Por qué vas tan deprisa, amiga estrella fugaz? Quédate —dijo Tomasa cerrando los ojos, imaginán-dose que la abrazaba y podía volar con ella por todo el universo.

—Hija, es hora de dormir, entra ya a la casa. —Era la voz de doña Sara, que la sacaba de su ensoñación.

20 ✤Capítulo 1

Tomasa asintió, le dio las buenas noches a la ma-má, se acostó en su hamaca todavía suspirando y se quedó dormida. En lo profundo de la noche sintió un suave cosquilleo, acompañado de susurros, y cuando abrió lo ojos vio una luz brillante girando por toda la habitación. ¡Un espanto! Pensó la pequeña y, muerta del miedo, se acurrucó contra la pared de adobe de su dormitorio.

—¡Hola, amiga! Soy yo —dijo una dulce voz que salía de la luz, se dirigió a ella a toda prisa, se metió en la piyama de la niña y la iluminó toda, como si fuera una lámpara gigantesca.

Tomasa estaba paralizada del miedo, pero la luz empezó a hacerle cosquillas y a llenarla con una sensación de felicidad que la niña jamás había experimentado.

—No tienes por qué asustarte… Aquí estoy por-que pediste que me quedara.

Tomasa no podía creer lo que escuchaba. Enton-ces eso significaba que ahora tenía una estrella fugaz en su habitación.

A la mañana siguiente, la niña se puso su uni-forme con la estrella en el bolsillo para que nadie más la viera y cumplió con todos sus deberes.