Elina, aroma terrestre - Rosamel del Valle - E-Book

Elina, aroma terrestre E-Book

Rosamel del Valle

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Beschreibung

“Es un poema relatado que se articula en monólogos, diarios, trozos de invención dramática o confesión onírica, cuentos, poemas, exámenes de conciencia, declaraciones de fe: todo un conjunto de formas múltiples, engarzadas por una aguja sutil, una sombra intermitente, que nunca se impone del todo ‒Elina‒, la que proporciona unidad, perspectiva, fundamento y organicidad a un texto eminentemente fluido, con pulsaciones, estallidos de luz, esencialidades; la riqueza inaudita de imágenes y de símbolos”. Humberto Díaz Casanueva Si bien Rosamel del Valle (1901-1965) es reconocido por su poesía, también incursionó en la narrativa. Elina, aroma terrestre fue publicada en Ediciones Panorama, en Canadá, el año 1983. Esta colección también incluye otra de sus novelas póstumas Eva y la fuga y Las llaves invisibles,  su único libro de cuentos.  

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Elina, aroma terrestre Rosamel del Valle

© 2017 de la obra por ROSAMEL DEL VALLE

© 2017 de la primera edición por LA POLLERA EDICIONES

Primera edición, La Pollera Ediciones (2017) ISBN 978-956-9203-60-2

Edición: Ergas / LeytonDiseño: Pablo MartínezTranscripción: Santiago LorcaPortada: Archivo del escritor / Biblioteca Nacional

www.lapollera.cl / [email protected] 

Índice
Elina, aroma terrestre o una alegoría de la vida poética de Rosamel del Valle por Macarena Urzúa
Prólogo a la versión original de 1983 por Humberto Díaz Casanueva
I
II
III
IV
VI
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII

Elina, aroma terrestre o una alegoría de la vida poética de Rosamel del Valle

Por Macarena Urzúa Opazo
“La ciudad no era ciudad, ni Septiembre era Septiembre
Sin tu paso debajo de las horas. Sin la guirnalda
Que tejieron los olvidos. Tal vez para ti.
Un día sin nombre, algo gastado por la luz.
Las imágenes crecen y se visten al par del susurro”.
“Muerte ardiente”, Rosamel del Valle

Un paseo por el Parque Forestal recordando “Ulalume” de Edgar Allan Poe, o Parque del Otoño como debiera llamarse según el narrador de Elina: “Pero los pequeños vientos jugaban entre las hojas desprendidas y como la joven de la cita tardaba, he ahí que Ulalume acudía de nuevo en mi socorro, diciéndome: ‘sigamos esa luz trémula y pura’” (“Let us on by this tremolous light!”). Una visita al Palacio de Bellas Artes donde Nicanor Plaza guarda un retrato no finalizado del sujeto y narrador que deambula por estas páginas; un espectro de Magallanes Moore; una mención a Julio Ortiz de Zárate, la aparición y huida de Elina, la Fuente Alemana, la calle Bandera, todos lugares, paisajes y personajes, conocidos y reconocidos por quienes han pasado por Santiago; incluso el narrador nombra lugares desaparecidos, o desconocidos, como el Jardín Mercurio, descrito como “pequeño acuario de flores que se agita, sin desbordarse, en la vieja calle Bandera al llegar a la de Moneda”: un Santiago antiguo con aires de cosmopolita, y atravesado por una “doble avenida de azucenas”.

De acuerdo a las palabras de Rosamel esta novela es más bien un “relato breve, apretado y con lo maravilloso del poema”, quien parece hablar en estas páginas, en un diálogo constante con un lector que como él, es decir como esta imagen de este narrador que construye del Valle, está traspasado por la nostalgia y por la literatura: “¿Es posible tan profunda nostalgia en esa edad donde el alma se cae de transparente?”. Adentrarse en esta poética novela, o largo poema en prosa, es entrar en una mixtura entre Miguel de Unamuno, Nadja de Breton, Aurelia de Gerard de Nerval y también un poco en una autobiografía en prosa poética, gesto moderno en cuanto a la forma escogida, con ecos que nos llevan a Eva y la fuga (1970) y al gran poemario País blanco y negro (1929), también del mismo autor. Estas obras perfectamente podrían leerse como una sola, perseguidas con el único afán o creencia de poder acercarse un poco al alma del poeta, quien hace de esta narración una cronología y una crónica de lecturas, sensaciones, delirios y deseos.

Elina, aroma terrestre forma parte del rescate editorial realizado en conjunto con La Pollera Ediciones. Fue publicada originalmente por Ediciones Panorama en Canadá en 1982, colección al cuidado de Ludwig Zeller y Susana Wald. Esa edición es la que se utilizó como base o referente para la presente publicación que pone atención a los nuevos usos del español actual. La escritura y corrección están datadas entre 1929 y 1940. Según Humberto Díaz Casanueva, en el prólogo que acompañó a esa primera edición, y que también inlcuimos en esta, Elina, aroma terrestre es una obra concebida “según la aspiración al texto integral o polifónico”. Elina sería un personaje femenino que participaría de características de heroínas como Aurelia (de Gérard de Nerval), Nadja, Eurídice y Ofelia. Ella sería la “mediadora” entre los arquetipos de la mujer fatal o demoníaca y la mujer angélica o vidente. Este texto muestra, desde la nostalgia, algunos recorridos por ciertos lugares icónicos de la ciudad de Santiago de esta figura femenina y ella, en parte sueño y en parte amor incomprendido, deambula y desaparece ante los ojos del narrador. Es este texto un manifiesto poético, diario de recorrido de un flâneur, de un wanderer, transeúnte citadino que hace una crónica de este andar a la búsqueda del azar, en este caso de Elina, y en cuyo tránsito verá las imágenes de lo que ha desaparecido o de lo que acaso nunca estuvo. Geografía poética, o más bien una cartografía del surrealismo traída a las calles santiaguinas: “… el mundo no es sino aire y agua, ruido y color y una nueva vida, sumergida en el tiempo, surge de pronto y llena la memoria con una fiesta, con una especie de encantamiento al que es poco menos que imposible sustraerse. Elina, tú vienes por el aire del mundo. Tú estás, sentada en tu barca. Sola bajo los tilos. Dormida sobre el agua que te conduce a través de la noche”.

Elina, aroma terrestre es una cronología y una crónica de lecturas, sensaciones delirios y deseos, aunados todos en la búsqueda de la cercanía del sujeto poético con Elina. La imagen surrealista atraviesa toda esta novela, así como la conjunción entre vida y poesía está al centro de la existencia, esta “bella dificultad” de la que habla Rosamel: “¿Es posible tan profunda nostalgia en esa edad donde el alma se cae de transparente? Pero el estremecimiento no tiene edad y suele correr detrás de aquel terrible hombre de saco que es el Tiempo”.

Llama la atención en este texto la gran cantidad de citas, referencias literarias que lo configuran, como un texto meta e intertextual, así como también meta literario, es decir, es un escrito que reflexiona sobre las formas de la prosa o el poema (cita unos de sus versos en un pasaje del libro). Ese carácter intertextual resulta ser uno de los aspectos más interesantes del libro: el narrador dialoga constantemente con sus autores, sus lecturas, y los versos que cita como parte de su perspectiva literaria y que calzan cada cual con un pasaje de Elina. Las referencias van desde el Fausto de Goethe, hasta pasajes de obras y sonetos de William Shakespeare, además de los románticos alemanes e ingleses. Pareciera que estas notas son un modo de ponerse como autor en el mapa literario; del Valle habla, dialoga con sus lecturas e influencias: Hölderlin, Shelley, Dryden, Donne, Cavalcanti, Nietzsche, von Kleist, Les chefs-d’oeuvre de l’Occultisme, Madame Blavatsky, Magallanes Moure, Rimbaud, Baudelaire, Santa Teresa, Wiliam Blake, incluso Fantasía de Walt Disney aparece por ahí.

Esas referencias permanentes son partes cruciales en la configuración de este libro. Desde su llegada a Santiago, desde Curacaví en los años veinte, del Valle leyó muchas de esas obras (originalmente escritas en francés, alemán e inglés) a través de traducciones al español. No sabemos cuál habrá sido realmente el acceso a libros de Rosamel, pero sí sabemos que su conocimiento del francés es autodidacta y que se ha nutrido de lecturas facilitadas, entre otros, por Vicente Huidobro, luego de su llegada a Chile en 1925, así como también por su amigo Humberto Díaz Casanueva, quien le presta (imagino) libros de poetas alemanes. Esto se suma a la creciente red de publicaciones de revistas de vanguardias en Santiago, Perú y Argentina, con las que Rosamel desde sus publicaciones en Ariel y Panorama, colaborará y extenderá estas alianzas. A través de esas relaciones Rosamel arma su propia biblioteca, material fundamental para su escritura. Hemos transcrito aquí íntegramente las citas del autor, así como también creemos que más de algún lector irá en la búsqueda por las citas originales de los versos de Shakespeare, Shelley o John Donne, a los que accederá vía Rosamel.

Todas las referencias literarias son leídas indistintamente por el narrador y por Elina a lo largo del texto. Varias de las obras nombradas, sobre todo las de William Blake, Rimbaud con sus Iluminaciones y sus infiernos, junto a Las moradas de Santa Teresa, nos remiten al mundo de las visiones poéticas y místicas, al cielo y al infierno, al éxtasis divino y poético, el cual será dado al narrador de estas páginas desde la poesía, así como también por el encuentro con aquella figura femenina que lo conecta con esa otra realidad, Elina. Es quizás ella en parte el resultado de ese cuaderno / diario de sus propias traducciones cuyo título en esta ficción es “La poesía, su testimonio” y habla del “encuentro con la poesía a través de otros idiomas”, es decir, ver en la poesía una sola, siguiendo los postulados de las vanguardias como el creacionismo y el surrealismo. Este cuaderno, que transmite la ansiedad de situarse en ese espacio habitado por los poetas cosmopolitas, es una zona que habita desde el texto, como se ve en Elina, con rasgos ficcionales, la que sin duda podemos leer como su acercamiento a estas poéticas o “correspondencias”, como señala el narrador siguiendo probablemente a Charles Baudelaire y Las flores del mal (cuyo poema “Correspondencias” es transcrito íntegramente por el narrador).

De este modo, vida y poesía en conjunción con el ideal romántico son traspasadas aquí por un espíritu de la visión cercana a aquello buscado por los surrealistas, una visión entregada por la poesía, la magia y Elina. Es este un libro al que se puede entrar por cualquier parte, incluso invito a leerlo como una gran alegoría, o bien como si estas fueran sostenidas imágenes, poemas en prosa, prosas de poemas y de citas literarias que nos dan cuenta de la “cocina de la escritura” de Rosamel del Valle. “Vida y poesía. Lo humano y lo mágico. Vamos hacia alguna parte a vivir y a mirar”.

Una biografía, un cuaderno de citas, de ensayos, traducciones y bosquejos de lo que podemos leer como una gran obra, una visión de sus poéticas ya esbozadas en País blanco y negro, Eva y la fuga, en las crónicas para La Nación y aquí, ahora, con Elina, aroma terrestre.

Prólogo a la versión original de 1983

Por Humberto Díaz Casanueva

Con este libro, tan leve en su densidad, tan clásico en el transcurso de una obra caracterizada por una imaginación destellante, Rosamel del Valle legitima su creación entera, la condensa y la ofrece en su propia germinación. A los 18 años de su muerte, dilata, en forma vivísima y actual, su aporte a la creación poética moderna. No se trata de un testamento sino de un tramo más en la marcha que inició cuyo objetivo fue la búsqueda inagotable, porque jamás será exhaustiva, de los poderes inéditos del hombre, su autenticidad, su dimisión y su misión. Este oficio de buzo de las tinieblas, este exponerse a las emboscadas, esta perforación de la imagen lógica de la realidad, se cumplen en él sin que pierda el señorío de su luz mental. Al palpar vetas oscuras, y propiciar la maduración del enigma, extrema sus dones en una visión, implacablemente afinada, que da más horizonte y sentido al hombre siempre incierto. Poeta a quien nadie le niega su inmenso talento y la originalidad de su obra, está situado siempre en los extramuros, emparedado e intocable, como si su supuesto hermetismo fuera mayor que la intensidad de sus méritos. Toda su vida deslizóse ajena al halago y al galardón, no por soberbia sino por el imperativo ético de entregarse plenamente a lo que él consideraba un noble e irrenunciable mandamiento. Ojalá que este libro incite, especialmente a los jóvenes, a una exploración seria de un mensaje poético, uno de los más impresionantes de la época. Este libro es, fundamentalmente, un libro de claves, límpido, abierto, meridiano, de comunicación transparente, que vale por sí mismo, pero que a la vez nos orienta para penetrar en una maraña de raíces, y así emprender el camino hacia la dilucidación de su obra entera. Es ciertamente una prosa, pero de médula, expresión y resonancia poemáticas. Es un poema relatado que se articula en monólogos, diarios, trozos de invención dramática o confesión onírica, cuentos, poemas, exámenes de conciencia, declaraciones de fe: todo un conjunto de formas múltiples, engarzadas por una aguja sutil, una sombra intermitente, que nunca se impone del todo -Elina-, la que proporciona unidad, perspectiva, fundamento y organicidad a un texto eminentemente fluido, con pulsaciones, estallidos de luz, esencialidades; la riqueza inaudita de imágenes y de símbolos. Esta obra a la que es imposible situar en alguno de los géneros que señalan los retoricistas, está concebida según la aspiración al texto integral o polifónico, síntesis que tiende a intensificar y ampliar las posibilidades, tanto del develamiento como de la expresión. Rasgo importante de esta obra es su intertextualidad, considerada no como absorción o permutación de textos sino como el reconocimiento expreso de la obra de aquellos a quienes Rosamel debe ejemplaridad y cauce. Rinde tributo a creadores, casi siempre sufriendo de una extraña videncia, que le proporcionaron la linterna para internarse por galerías subterráneas. Pero es menester ser cuidadoso con la llamada ascendencia del que escribe en un determinado tiempo y en una precisa encrucijada cultural. Rosamel elige a aquellos con los cuales siente mayor afinidad, impulsado por las intuiciones y conflictos de su espíritu y por las tribulaciones de una cultura en crisis. Por ejemplo, sin que niegue a Goethe, le reprocha su exceso de equilibrio y afán de seguridad, y aunque emocionalmente se incline a aquellos románticos alemanes que se alucinan con sus espectros, prefiere a Hölderlin, más lúcido, aún dentro de su locura. En Rosamel es muy claro el proceso que se establece entre sus predecesores, el ímpetu de una poesía que fulgura abriendo horizontes insospechados, y su propio combate que lo libra solo, casi enclaustrado, para mayor autoconciencia y sublimación de su ardimiento. Elina interviene en este ejercicio sacramental: el encuentro de Elina con Hoffmann, constituye uno de los capítulos más hermosos del libro. Elina nos recuerda a Aurelia, a Nadja, tal vez a Eurídice, por supuesto a Ofelia, y luego a Eva de su libro anterior Eva y la fuga. Estas consonancias son importantes, pero no alcanzan a identificar la presencia de Elina, personalidad más dulce y próxima, quizás porque su misión es atravesar laberintos para conducir al poeta a un mayor contacto con lo terrestre y con lo humano. Elina está situada entre la mujer fatal y la mujer angélica: ella es la mujer mediadora, la que concilia, la clarividente, la apaciguadora. El poeta no la priva de su corporeidad, pero tampoco se empeña en sensualizarla. Elina, siendo liberadora, se libera de su propio subyugamiento secular y participa en la liberación general del espíritu, aunque siempre está contagiada por lo demoníaco y en la plenitud de su amor se halla el sombrío fulgor de la muerte. La mujer exalta su presencia para proporcionar mayor aliento al espíritu quebrantado; se esfuma o se diluye cuando cree que el poeta debe acometer resueltamente, el desciframiento de la vida, a la cual tiene que darle sentido. Hacia Elina convergen, simultáneamente, lo manifiesto y lo sellado, lo tangible y lo invisible, la claridad y el frenesí. Ella es la médium en medio de una vida más honda y más plena, la que suministra al poeta aquellas “llaves invisibles” a las cuales se refiere Rosamel en un libro anterior del mismo título. Elina está junto a un lago “donde se mira pensar”. El lago, el lago… esta imagen me surge para referirme tanto a Elina como a la expresividad lírica del texto al que nos estamos refiriendo. Digo: la escritura de este libro es como un lago que manara para adentro de sí. Aquí ha de recordarse que la mujer del poeta se llama Thérèse Dulac y que ella procedió con él, y lo sigue haciendo conforme a la alusión de su nombre. El lago: los teólogos egipcios lo consideraban manifestación terrestre de la Vaca del Cielo, cielo líquido donde el sol está misteriosamente escondido… El lago nos lleva al encantamiento de los poetas románticos. Arriesgado sería calificar de romántico a Rosamel, término ambiguo que sólo posee, para los efectos que buscamos, una mayor implicación si se establecen vínculos con los románticos alemanes, a los cuales él siempre alude, o con algunos poetas franceses, herederos legítimos del romanticismo como Baudelaire, Nerval o Rimbaud, o con Blake. Espíritu dionisíaco ‒en el fondo de la sensibilidad romántica‒ que una a la vigilia, las potencias del sueño, de la intuición, de lo abisal, y que exalta la interioridad, la afectividad, la imaginación, a trueque de tentar las vías del esoterismo o de la mística. De ahí la marea y el brillo de esta “prosa” excepcional que se desliza como un dictado ondulante, siempre espontáneo, musical y poético a la vez, todo un entretejido diáfano que nos otorga, más que magnificencia, el sentimiento de lo inefable. Su escritura es un campo magnético por el cual pasa una corriente vibradora, a la vez que destellan como chispas los símbolos en que condensa los secretos que arranca a la tenebrosidad. Es una escritura afinada por una excavación incesante de sus estratos más escondidos y por el incesante de sus estratos más escondidos y por el estremecimiento visionario. Leerlo es oír una persistente campanada. Para leerlo con certitud y provecho y goce, y antes de cualquier requerimiento crítico, hemos de consentir en que nos magnetice y colme de poeticidad. Pero este trasporte de lo más íntimo del poeta no lo despega de este mundo ni de su situación en un determinado lugar de la tierra. Así como Nerval y Breton deambulan por calles, torres y plazas de París, Rosamel nos invita a transitar con él por la calle Bandera o el Parque Forestal de Santiago de Chile, sobre todo este Parque, alfombrado en otoño, y lleno de calma en aquellos años de la juventud del poeta. En la evocación de la calle Bandera percibimos una nostalgia por cierta nocturnidad incendiada de vino y estremecida de pianolas. Lejos estamos del Nueva York que deslumbró al poeta en sus últimos años y electrizó algunos de sus poemas. Pero aún, en la gran urbe, cegado por los resplandores, huye hacia el Parque Central y juguetea con las ardillas. En este libro aparece, con mayor fuerza, su ruralidad, lo que fue primigenio de su vida, su hermandad con el campesino, y su culto por los árboles y pájaros, o por las campanas y las lámparas, y su terror por los “leones de los sueños confusos”. En aquellos parajes visibles, pero dobles, porque sobre ellos se extienden capas de sueño. Elina adquiere una mayor certidumbre, tanto terrestre como fantasmal, y solo así ella le facilita el acceso a la analogía universal. No adviene la huida hacia lo ilusorio intemporal o hacia el cielo platónico o hacia el intrasubjetivismo; se trata de afianzar lo cotidiano, dejando a un lado lo convencional, para profundizarlo en lo imprevisto y maravilloso que él contiene. Así, Elina es la culminación mágica de lo fortuito, la necesidad imponderable de un azar, el encuentro desprevenido, pero determinado por impulsos ciegos del inconsciente, con cierta finalidad: la fuerza de un amor que se torna adivinación, fosforescencia y afirmación tenaz de lo humano. De súbito, el Zaratustra de Nietzsche surge como la señal de un destino tenso. ¿Qué ha sucedido en estos diez y ocho años de ausencia de Rosamel? Ha de reconocerse que ha estado siempre a nuestro lado, con una vigencia admirable, imperceptible, pero fiel, con su verbo, su cilicio, su dádiva, que tal vez ahora, solo ahora, podamos apreciar en su magnitud inagotable. El hombre se ha tornado más complejo, más torturado, hay más angustia y obsesión apocalíptica, pero él, contemplándose en la nada, no sabe que en medio de su pánico “hay una estrella vestida de verde”. Ojalá se sienta en estas palabras un latido de unción para reverenciar a Rosamel que mantiene entre sus dedos crispados el rayo de la poesía.

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