Ellos vienen - Javier Enrique Quintana - E-Book

Ellos vienen E-Book

Javier Enrique Quintana

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Beschreibung

El libro "Ellos vienen", presenta doce relatos de terror, donde el lector podrá deleitarse con cuentos que mezclan vampiros, brujas, hombres lobos, muertos vivientes, Chamanes guaraníes que adoran a dioses maléficos. Todo un coctel de historias que limitan la realidad de la ficción, con una franja que puede ser borrada de sus páginas, solamente por la imaginación del lector.La invitación está hecha, para que los lectores se sumerjan en los cuentos. Siempre y cuando se tomen algunos segundos para mirar si alguien viene.

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Seitenzahl: 81

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Ähnliche


Javier Enrique Quintana

ELLOS VIENEN

Cuentos de terror para leer por la noche

Editorial Autores de Argentina

Apellido autor, Nombre

Título obra. - XXa ed. - Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

XXX p. ; 20x14 cm.

ISBN XXX-XXX-XXXX-XX-X

1. Temática xxx . 2. Xxx. I. Título.

XXX XXXX

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mis padres; Ana Beatriz Bruno Gianella,Ricardo Antonio Quintana Méndez

La confianza mató a Sabio

La bruma empezaba a levantarse como una capa blancuzca sobre la superficie del río Hutok, como siempre lo hacía al despuntar el alba. A la orilla, se encontraba un individuo que sumergía su mano izquierda en forma de cuenco para llevarla después a la boca y probar el frío sabor del agua dulce a esas horas de la mañana. Con su bastón en la otra mano se ayudó para levantarse y mirar el esplendoroso paisaje que develaban sus ojos. Aspiró profundamente y sintió esa relajante brisa que entraba por las fauces de su nariz, animándose a decir para sus adentros:

«Esta vez, no vendrán». Y suspiró aliviadamente.

Pero, a medida que las nubes grises empezaban a agruparse desde el sur, opacando el reciente amanecer, Sabio se volvió entre sus pasos y corroboró la amenazante tormenta que se avecinaba. «Con ella vendrán los Úculos», se dijo; seres del otro mundo, deseando cobrar venganza por lo que había pasado en otros tiempos.

Sabio lo sabía y no perdió tiempo en dirigirse a la aldea para juntar sus cosas y sacar el bastón de la eternidad, único elemento que lo protegería de ellos.

La rapidez con que se movió fue verdaderamente sorprendente para sus largos años de vida. A medida que sus pies trepaban las rocosas superficies de la pequeña pradera que mediaba su hogar, sintió correr por su cuerpo un escalofrío sin igual provocado por el caluroso viento que formaba lenguas de fuego, mientras él se acercaba a su vivienda.

Los negros nubarrones terminaron de tapar la claridad reinante del lugar en escasos minutos. Sabio llegó hasta su hogar, abrió la puerta y tiró el tronco de madera que lo ayudaba para desplazarse de un sitio a otro. Abrió el baúl de los encantos y sacó su arma predilecta; luego juntó sus pertenencias y al cabo de un tiempo, empezó a escuchar los gritos guturales provenientes de los abismos. Al salir, la oscuridad lo tapó por completo y las risas de los Úculos se percibían por todos lados. Sabio no perdió el tiempo, con el bastón de la eternidad empezó a trazar un círculo alrededor de él para que los espectros no entrasen y se mantuviesen fuera de la línea sagrada.

–Ahora sí, bestias del mundo oscuro, pueden venir cuando quieran. –Desafió a todos, alzando los brazos y mostrando su arma.

–No te servirá de nada Sabio, ya hemos traspasado tu mundo, no te diste cuenta de ello. –La voz ululante venía de apenas unos metros de donde él empuñaba el bastón, clamando la presencia de sus ancestros para que lo protegieran.

–¡Vengan bichos de la esfera donde nada crece, vengan! –rugió Sabio, sin saber que los Úculos ya habían traspasado el círculo y se encontraban al lado suyo.

«¿Cómo es posible?», se dijo Sabio, esto no puede pasar.

–¡Tú nos abriste la puerta para que entremos! Hemos arrojado la noche anterior nuestro brebaje hechizado por los magos oscuros sobre tu río Hutok, y tú lo has probando hoy.

Las risas de los Úculos resonaban por todo el lugar y con cada paso que daban borraban la línea circular que el anciano había creado. Dejaban entrever, en la multitud de esos putrefactos cuerpos, solo los brazos en alto de Sabio que seguía sosteniendo su bastón, ya de un color oscuro y sin esplendor alguno. Lo último que se escuchó en aquel tenebroso sitio fueron los desgarradores alaridos de Sabio, clamando por su vida.

Premonición

La marea iba deslizando el bote de Robert hacia las inmediaciones de la playa, donde a 500 metros tenía su casa. Al encallar en la arena, se bajó y empezó a tirar de él hasta que quedase en buena posición, para que no se lo llevaran las aguas cuando la marea subiera.

Recogió sus elementos de pesca y caza y se los colocó a ambos lados de los hombros; del cuerpo que estaba tirado en el bote se ocuparía más tarde.

Todos los lugareños de esa isla sabían a qué se dedicaba Robert, la pesca y la caza era solo un argumento: él era un ajustador de cuentas. Lo llamaban para saldar una situación agobiante y él iba, la paga era buena, la tarea no tanto; pero era una vida que le permitía vivir solitariamente, como era su estilo.

Cuando llegó a su casa, se sentó en su silla predilecta en el porche y encendió un cigarro. La bocanada que exhaló fue un alivio para su cuerpo y su mente que habían pasado por otra situación extrema. Era su trabajo, pero al terminar cada uno de ellos la sensación de paz era muy extensa y la relajación lo era aún más. Puso los pies en una mesita y estiró las piernas lo más que pudo. Al cabo de unos minutos se fue a buscar una Budweiser al refrigerador y se sentó de nuevo.

La pregunta que le rondaba por la cabeza era por qué había matado a ese señor que le parecía una buena persona, pero se respondía inmediatamente estableciendo que el trabajo era el trabajo y no había que hacer cuestionamientos.

Fue por otra Bud, desde el porche vigilaba el bote con mucha cautela, el cuerpo lo enterraría en pleno monte con los demás. De nada sirvieron las advertencias de un curandero del pueblo que le había mencionado que al sacarle la vida a la octava persona, ellos se levantarían y vendrían por él. La que estaba en el bote, de un color violeta, era su octava víctima. Pero él no hacía caso de las extrañas advertencias de un viejo brujo que todo el día se pasaba de choza en choza queriendo expandir sus creencias. Queriendo salvar a niños cuando necesitaban un médico de verdad, no un curandero que expandía humo saliente de sus hojas quemadas para tratar de salvarlos.

Lo cierto es que los chicos no se sanaban y Robert se encargaba de llevarlos en su camioneta hasta la ciudad más cercana, ubicada a casi 200 kilómetros de donde vivían. Lo hacía para intentar ayudar a las familias que vivían allí, por eso Robert era muy querido entre los habitantes y ninguna persona se involucraba en su forma de vida y cómo hacía para ganarse el dinero. Absolutamente nadie en esa isla era lo suficientemente íntegra moralmente, todos tenían un pasado aberrante y se ocultaban de todo el mundo en esa pequeña población.

Lo cierto era que la advertencia del brujo le rondaba por la cabeza y no podía apartarla, para sus adentros se preguntaba «¿será cierto que me vendrán a buscar esas almas?», pero rápidamente trataba de pensar en otra cosa. Al final, la noche llegó, la luna llena alumbraba el pórtico donde Robert se había adormilado justo cuando terminaba su décima segunda cerveza. Ya un poco ebrio se levantó y miró la luna y pensó en la magnífica vida que tenía antes de todo aquello, era un buen padre y un buen esposo, pero la vida se había encargado de arrebatárselos sin ninguna explicación, se los llevó y listo. Toda esa ira contenida tenía que explotar por algún lado, por ello no dudó cuando su amigo Peter le ofreció el primer trabajo. Ahora en su casa, en una isla remota, mugrienta, sin que nadie supiera dónde se encontraba, comenzaba a hilvanar los hechos de su pasado que fugazmente pasaban por su cabeza.

Tenía que terminar con la víctima, agarró la pala que tenía guardada en un cuarto al fondo de su casa y se encaminó hacia el bote. La arena le pesaba cuando caminaba, pero podía arreglárselas bien, tomaría el cuerpo, lo pondría en su hombro y lo enterraría en el bosque donde estaban los otros. Cuando se aproximaba a la nave, escuchó un ruido proveniente de las viviendas lindantes a la orilla, pero no hizo caso; cuando llegó a su embarcación los ojos se le salieron de sus cuencas: el cuerpo no estaba, no había ni rastros de él. Empezó a buscar por todos lados, primero en las lonetas que cubrían parte de sus elementos de trabajo en el bote, luego lo hizo en los alrededores de las casas cercanas, pero no había rastros, ni huellas de nada. «Se lo habrá tragado la tierra» pensó, o era cierto el presagio del anciano. Empezó a ponerse nervioso, no le gustaban las tareas a medio terminar, puesto que tendría que enterrar a ese sujeto antes de que amaneciera para no tener que toparse con los lugareños y explicarles lo sucedido.

Pasaban las horas y Robert no daba con el paradero del cuerpo; el calor reinante en el lugar era agobiante, más aún cuando se internó en pleno bosque para tratar de encontrar una pista del cadáver. Cuanto más se adentraba en las malezas, más sudor corría por su cuerpo, como si ese lugar estuviera cerca de un infierno próximo.

Al cabo de unas horas, las luces emanadas de la luna llena ya no lo ayudaron más, tenía que manejarse con la linterna pequeña que traía en el bolsillo de sus pantalones, el haz de luz dirigía su tenue iluminación por todo el terreno, pero no podía divisar nada. En un momento miró para todos lados y se encontró perdido, no sabía por qué lugar había ingresado al bosque ni tampoco le era familiar todo ese vasto