Elogio de Ameghino - Leopoldo Lugones - E-Book

Elogio de Ameghino E-Book

Leopoldo Lugones

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Beschreibung

Florentino Ameghino (1854-1911) fue un científico autodidacta de la generación del 80 de Argentina. Con esta publicación, encargo de la Sociedad Científica Argentina, Leopoldo Lugones homenajea al científico argentino.-

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Leopoldo Lugones

Elogio de Ameghino

 

Saga

Elogio de Ameghino

 

Copyright © 1915, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726641837

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PROTESTA

Sólo la fuerza mayor de los acontecimientos que trastornan el mundo, ha impedido al autor editar esta obra en Europa, como era su propósito y como lo hizo ya con El Libro Fiel , para substraerla al despojo autorizado por la ley argentina de propiedad literaria; pero declara que, a lo menos, no cumplirá ninguno de los requisitos establecidos por dicha ley, para evitar, siquiera, el consentimiento de su inícua potestad.

DOS PALABRAS

Conocidas mi asiduidad como lector de Ameghino, y mi fidelidad de admirador suyo, la Sociedad Científica Argentina me pidió esta contribución al homenaje de aquél que se proyectaba.

He cumplido mi parte, y la entrego a la publicidad con esta advertencia: Nunca fu í otra cosa que estudiante de las ciencias preferidas por el sabio, lo cual explicará el desembarazo, tal vez excesivo, de mis opiniones; pues no tengo reputación científica que cuidar, ni la busco, ni la merezco. En el mismo carácter, deseo manifestar mi gratitud al ingeniero Dr. D. Angel Gallardo, director del Museo de Historia Natural, al secretario y bibliotecario de la misma institución, D. Agustín Péndola, y especialmente al director de la sección de paleontología, D. Carlos Ameghino, quienes contribuyeron al adelanto de mis estudios con inagotable bondad.

No pretendo, como siempre, más que contribuir al desarrollo de la cultura idealista, fundada en el beneficio de la verdad, el amor a la libertad y el desinterés de la belleza.

El lector verá si lo hice bien.

L. L.

ADVERTENCIA

La Geología clasifica el estudio de la tierra en la siguiente forma, que considero útil recordar.

Después de la primera edad, llamada arcaica por lo antigua, y azoica porque no hubo en ella animales, la historia de la tierra comprende cuatro eras, correspondientes a otros tantos grandes aspectos de la evolución vital: la primaria (paleozoico) ( 1), la secundaria (mesozoico), la terciaria (neozoico) y la cuaternaria (moderno). La era primaria subdivídese en cinco períodos: precámbrico, silúrico, devónico, carbonífero y pérmico. La era secundaria, en tres sistemas: el triásico, el jurásico y el cretáceo, y en cinco períodos: liásico, mediojurásico y supra-jurásico, correspondientes al sistema jurásico; infra-cretáceo y supra-cretáceo, correspondientes al sistema de igual nombre. La era terciaria, en dos sistemas, el eógeno y el neógeno, y en cuatro períodos: eoceno y oligoceno, correspondientes al primer sistema; mioceno y plioceno, correspondientes al segundo. La era cuaternaria, comprende un solo sistema y un solo período: el pleistoceno. Cada período, subdivídese, a su vez, en formaciones o acumulaciones complejas de materiales, que presentan, sin embargo, una homogeneidad general; y cada acumulación parcial, recibe el nombre de piso, terreno u horizonte. Algunos geólogos agrupan estos pisos en series, comprendidas por las formaciones. Las eras, sistemas y períodos, comprenden todos los fenómenos geológicos y biológicos, cualesquiera que sean los elementos causantes. Las formaciones divídense en marítimas y terrestres o subaéreas. La palabra período, suele usarse también para designar las eras y los sistemas; los períodos, propiamente dicho, reciben, a veces, el nombre de series. Por esto hay que atenerse, en todos los casos, al adjetivo correspondiente.

L. L.

I

Belluae, cui dicebatur exposita fuisse Andromeda, ossa Romae, asportata ex oppido Judaeae Joppe, ostendit inter reliqua miracula in aedilitate sua M. Scaurus, longitudine pedum XL, altitudine costarum Indicos elephantos excedente, spinae crassitudine sesquipedali.

Plinius, Nat. Hist. lib. IX, (V).

En el fondo del pabellón que remata la galería de los mamíferos y aves fósiles, donde el museo de Londres exhibe la prodigiosa escultura de esas faunas extintas, está colgado, a la izquierda de la ventana, un curioso documento. Es la primera descripción literaria, gráfica y geográfica del megaterio, hallado, por cierto, a las orillas del río de Luján en la República Argentina. Un letrero inglés subscribe aquel primer dibujo del esqueleto del “gigantesco perezoso cavador” (giant ground sloth) o Megatherium americanum Cuv. de la formación pampeana ( 2 ); pero la descripción antedicha está en lengua española, y comenta una imagen bastante fantástica, en la cual los huesos aparecen estilizados como piezas de máquina o elementos de arquitectura. Hácenos saber también el letrero que aquel dibujo se debe a un artista español de las postrimerías del siglo XVIII. Tal es, por decirlo así, el acta de nacimiento de la paleontología argentina ( 3 ) redactada en el mismo sitio donde un precursor de mérito y un sabio genial, constituirían aquella ciencia algunos años después.

He aquí la historia sucinta de ese documento y del hallazgo a que se refiere.

La lámina de Londres es copia de un dibujo ejecutado por el teniente de artillería D. Francisco Javier Pizarro, de orden del virrey marqués de Loreto en 1787, según publicación documental de Trelles ( 4 ). Por las mismas piezas allá insertas, sabemos que el descubridor del megaterio fué el P. Manuel de Torres, dominico, quien se hallaba en Luján el año indicado. Debía ser hombre de alguna instrucción y de criterio liberal (Trelles piensa que fuese el mismo fraile de su nombre y apellido, a quien, dice, se ve figurar en la preparación del movimiento emancipador, el año diez) ( 5 ), pues se dió cuenta de su descubrimiento y pidió al virrey el dibujante, tomando medidas para la conservación de los restos. El esqueleto llegó a España al promediar el año siguiente (1788), en siete cajones, por cuyo conocimiento vemos que alguien había hecho acá, con bastante propiedad, la clasificación anatómica de los huesos. Este alguien debió ser D. José Joaquín de Araujo, quien, según D. Juan Ma. Gutiérrez, ( 6 ) formó parte de un grupo de entendidos que procedieron a montar el esqueleto antes de enviarlo a España; lo cual demuestra que el hallazgo había despertado interés. Araujo, que desempeñaba entonces el empleo de oficial escribiente en la contaduría de la Real Hacienda, era historiógrafo y estadígrafo ( 7 ), lo cual revela que tenía sus letras de instrucción general, así como el hábito de la clasificación metódica.

Acompañaban al envío dos láminas: una de conjunto, y es la que más arriba menciono, acuarelada, o mejor dicho, lavada al ocre claro, el cual es rojizo en el zócalo; y otra que contenía once figuras del primer color citado, concernientes a los huesos sueltos. La escala de cuatro varas, indicada al pie, permite comprobar que las medidas del esqueleto fueron bien tomadas.

Dichas láminas constituyeron una preciosa contribución científica.

Efectivamente, el preparador del museo de ciencias naturales de Madrid, D. I. B. Bru, quien había procedido a montar el esqueleto “con un cuidado tan loable como escaso de espíritu crítico”, dicen jueces expertos ( 8 ), grabó las láminas, apenas retocadas, en cinco planchas que debían ilustrar una memoria aparecida en 1796 ( 9 ). El primero de aquellos grabados fué a dar clandestinamente, ignórase cómo, al Magasin Encyclopédique de París, el cual lo publicó el mismo año 1796, poco antes de que apareciera en España la memoria de Garriga. Tales fueron los documentos de que Cuvier dispuso para describir y clasificar al fósil con asombrosa penetración.

Los Annales du Muséum d’Histoire Naturelle (tomo V) publicaron una traducción bastante extensa de la memoria de Garriga en 1804, aumentando sus ilustraciones con algunos nuevos dibujos de cierto Ximenes, sobre el cual nada he podido descubrir. Pero todas estas descripciones, incluso el texto de Garriga (o de Bru) que sólo conozco en la mencionada traducción, poco valían como exactitud ni como dibujo; y solamente en el ya citado monumental atlas de osteología de Pander y de D’Alton, apareció un grabado exacto, dibujado directamente por los mismos autores, quienes consideraban, con justicia, que los diseños de Bru eran “extremadamente groseros y sin carácter”.

Vale la pena agregar todavía este detalle pintoresco: Carlos III ordenó al marqués de Loreto que mandara averiguar si era posible conseguir en el virreinato un animal de la misma especie, aun cuando fuera pequeño; en cuyo caso habían de remitírselo vivo, o por lo menos “disecado y relleno de paja, organizándolo y reduciéndolo al natural” ( 10 )...

Detengámonos todavía un momento en aquella especie de avenida de las esfinges que el museo de Londres abre al paso de la ciencia.

En el mismo pabellón que acabo de citar, está el esqueleto del megaterio, empinado sobre las patas traseras, mientras apoya las anteriores sobre el tronco de un árbol. Ameghino ha demostrado, precisamente, que esta posición ya clásica en las láminas de paleontología (y debida a Owen, me parece) ( 11 ) no corresponde al medio, ni por consiguiente, a la vida de relación del antiguo monstruo; pues éste vivió en pampas desprovistas de árboles como las actuales, siendo, entonces, cuadrúpeda su estación de comensal ( 12 ).

Algo más allá, a la entrada de la galería, encuéntrase en una urna de cristal los restos impresionantes del gripoterio, otro gravígrado como el megaterio: trozos de cuero peludo, huesos que aun llevan adheridos pedazos de carne y de tendón, estiércoles parecidos a los del elefante. El naturalista argentino Lista fué quien los descubrió en una caverna de la antigua Patagonia, que parece haber servido de establo prehistórico.

Pocos pasos más, y vemos en otra urna el cráneo del Fororaco, ave colosal descubierta y clasificada por Carlos y por Florentino Ameghino, respectivamente. Su cabeza armada de formidable pico aguileño, era mayor que la de un caballo. Pertenecía a las rapaces corredoras de la antigua Pampa, las más grandes aves que hayan jamás existido.

Otra pieza notable de la galería es el esqueleto del antiguo tigre de las Pampas, descubierto también por un argentino, el doctor Muñiz, quien, por cierto, le dió su nombre: Muñifelis Bonaërensis. La clasificación inglesa, atribúyelo a Lund, bajo el nombre de Machaerodus Neogeus, aun cuando Ameghino ha demostrado que se trata de una especie distinta, si bien perteneciente al género Machaerodontidae, restableciendo su denominación específica bajo los términos de Smilodon Bonaërensis (Muñiz). ( 13 ).

Después, por todos los armarios laterales, el nombre de Ameghino abunda, ora en la determinación de géneros y especies nuevos como el tripotherium, el pyrotherium, el trigodon Gaudryi, el minúsculo pachyrucos, el peltephilus ferox y muchos más todavía; ora en la contribución y en la enmienda de las clasificaciones; pues se trata, como vamos a verlo, de uno de los más prodigiosos descubridores que haya contado la ciencia ( 14 ).

Tal aparecen en su incomparable riqueza las faunas de la antigua Pampa, que dijérase así predestinada a formular en su página de cien mil kilómetros el plan de la creación. Basta recordar, en efecto, la teoría de Darwin que fué allá concebida y las leyes filogénicas de Ameghino: es decir, dos de los tres monumentos que con la anatomía comparada de Cuvier, representan el mayor esfuerzo de la mente contemporánea para explicar científica y filosóficamente la organización original de la vida.

Y esto, porque, como decía nuestro sabio, la Pampa es la página geológica más completa que la eventualidad de los fenómenos naturales nos ha conservado ( 15 ): comprobación sugerente, sin duda, de magníficos destinos; pues sea que considerándola con criterio positivista, veamos en ella una causa, o que bajo un concepto idealista, la apreciemos como un efecto trascendente, ella comporta para el país donde se la verifica una ventaja natural, dadas las consecuencias que en tal sentido apareja toda predisposición favorable, y el papel cada vez más importante de la ciencia en el desarrollo de la civilización. La geología y la paleontología de un país deben influir sobre dicho desarrollo, tanto como la geografía, aunque sus resultados sean menos perceptibles e inmediatos. Tendríamos ya una demostración de este postulado en la evidente predilección científica que manifiesta la inteligencia argentina. Es, desde luego, la inclinación natural hacia el libro abierto; pero como la emancipación de los espíritus estriba principalmente en la ciencia, una y otra cosa irán, así, constituyéndonos el país más libre; es decir, el más feliz y el más fuerte. La riqueza paleontológica de nuestro territorio, tanto como la obra del sabio que hubo de organizarla con perspicacia superior, cobra de esta suerte toda su importancia social. Fácil es explicar, entonces, el entusiasmo patriótico que ese eminente argentino ponía en ella. El emancipaba también como los libertadores de los tiempos heroicos; él fundaba también la patria, echándole de cimiento la roca formidable que sedimentaron y fundieron a su vez las aguas primordiales y los fuegos protégenos; él dilataba también el nombre argentino, de polo a polo, como dice nuestro canto de gloria, y no tampoco sin combates que pusieron a prueba su temple y su fama, ni sin penosa labor que arrancó su secreto por centenares a los enigmáticos monstruos de piedra; así fué un héroe él también, y así su túmulo, labrado por el mar en el mismo potente bloque de la patria, es aquella pirámide patagónica, cuya punta señala en la soledad polar el camino de la Antártida futura ( 16bis).

____________

II

Hay en todo su destino una evidente predestinación.

La actual cañada de Luján, resto al parecer de algún vasto desagüe prehistórico, es uno de los más importantes yacimientos fosilíferos que existen en el país.

Allá había residido durante quince años el Dr. D. Francisco Javier Muñiz, ya citado como descubridor del Smilodon Bonaërensis, y quizá el primer hombre de ciencia, verdaderamente digno de este nombre, que haya contado la Argentina. Así creyéronlo Darwin, con quien correspondía sobre asuntos de historia natural, tan importantes como el atavismo de la vaca roma, Burmeister y la Academia de ciencias de Estocolmo cuyo miembro fué. En 1825, es decir, siete años antes del viaje de Darwin, describió, ya con criterio científico, los restos del gliptodonte. Fué también descubridor del artoterio, especie de oso gigantesco; del lestodon, formidable desdentado, casi tan corpulento como el megaterio, y del caballo fósil de las pampas. La primera idea de las formaciones pampeanas pertenécele igualmente; y esto, antes de los viajes de Darwin y de D’Orbigny. Ameghino, para quien debían tener aquellos descubrimientos grande importancia inicial, según lo ha recordado él mismo, nació allá en 1854.

Era primogénito, circunstancia que con cierta regularidad, parece no ser extraña a la aparición del hombre de genio. Sus padres fueron italianos y con ellos pasó los primeros catorce años de su vida. Los dos hermanos que con él llegaron a la adultez, no se casaron. El sí, pero no ha dejado descendencia. Esta particularidad es ya notable, tratándose de raza tan prolífica como la italiana. Parece que su padre sufrió ataques mentales; con lo cual, reconociendo en aquel hijo una gran semejanza ( 17 ), intentó retardar sus estudios, pues temía por su cabeza. El maestro primario de Ameghino desvaneció aquella inquietud, elogiando el raciocinio vivaz y la notable memoria de su discípulo. Era éste, dice, taciturno y retraído, al mismo tiempo que rebelde a toda imposición dogmática. Así, el cura lo excluyó de la enseñanza dominical del catecismo, “por indisciplinado”.

Conservó toda su vida la independencia un tanto levantisca y la repugnancia filosófica al principio de autoridad, resumen práctico de todos los dogmas. Su carácter volvióse, en cambio, expansivo, al asegurarse con los años juveniles su poderosa vitalidad. Gustábale el comentario irónico, a veces rayano en indiscreto; la chispa ingeniosa aunque frisara en grosera; y algo — pero sólo como estímulo de hilaridad — el cuento verde. Todo ello reservado, sin embargo, a la intimidad amistosa y sin llegar nunca a maligno; antes puerilizado en una especie de malicia bonachona que apenas avinagraba su miel. Tampoco excluía esto la sátira mordaz, el rudo epíteto, pues ante la mentira o la injusticia, salía pronto lo amargo de su verdad. Mas su decoro físico y moral fué siempre severo. Su fidelidad conyugal perfecta, a pesar de su temperamento vivamente amoroso. Su afectuosidad, delicadísima; su desinterés, sin límites; su entusiasmo, ardoroso; su probidad clara y perfecta de suyo como un cristal nativo; su sinceridad, sonora como el hierro; su voluntad tenaz como el bronce. Y todo esto parecía fundirlo la bondad en un lingote de oro.