Emboscada de pasión - Julia James - E-Book

Emboscada de pasión E-Book

Julia James

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Beschreibung

El engaño le costó demasiado caro… Athan Teodarkis conocía bien a las de su clase, mujeres que recibían todo tipo de regalos de sus amantes ricos, desde lujosas joyas a ropa de alta costura. Sin embargo, nunca se había interesado por ninguna de ellas… hasta ese momento. Sospechando que el marido de su hermana tenía una aventura con la hermosa Marisa Milburne, Athan decidió ponerle freno a cualquier precio. Seguro de que sus millones distraerían con facilidad a la cazafortunas, Athan trazó un sencillo plan: seducirla y abandonarla. Pero, al contrario de lo que él esperaba, la tímida Marisa no era una mujer fría y sin corazón. Llena de inocencia, cayó de lleno en la trampa…

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Julia James. Todos los derechos reservados.

EMBOSCADA DE PASIÓN, N.º 2210 - febrero 2013

Título original: Painted the Other Woman

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2633-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Marisa soltó un grito sofocado cuando el hombre que tenía delante abrió la cajita que acababa de sacarse del bolsillo de la chaqueta.

–Para ti –dijo él, mirándola con cariño–. Quiero que lo tengas.

Emocionada, Marisa acarició las piedras, que brillaban bajo la luz de las velas.

–¡Es precioso! –exclamó ella y, al momento, su gesto de tornó de preocupación–. ¿Pero estás seguro...?

–Sí, muy seguro –afirmó él, asintiendo con decisión.

Marisa tomó la cajita y cerró la tapa, mirando al hombre que acababa de darle tamaña prueba de lo que ella significaba para él. La guardó en el bolso de cuero que también él le había regalado y volvió a posar los ojos en su acompañante. ¡Solo tenía ojos para él! Desde luego, no para el hombre de mediana edad que se ocupaba en teclear algo en su móvil, sentado unas mesas más allá.

Ian era el centro de su vida y Marisa no tenía ojos ni pensamientos para nadie más. Desde su primera cita hasta ese precioso momento, él había transformado su vida por completo. Ella no había esperado nada parecido cuando había aterrizado en Londres hacía unos meses. Era cierto que había tenido un objetivo y ambiciones, pero seguía resultándole maravilloso que se hubieran hecho realidad. Y más que se hubieran materializado en el cuerpo de un hombre tan maravilloso como el que tenía delante, contemplándola con absoluta devoción.

Lo único que no le gustaba era tener que esconderse, como si fuera algo vergonzoso, pensó Marisa, mordiéndose el labio. Nunca sería presentada en público. Por eso, debían verse así, en lugares que Ian no solía frecuentar y donde no sería reconocido. No podían arriesgarse a que nadie cuestionara qué estaban haciendo juntos. Nadie que los conociera a él y a Eva.

Eva...

Su nombre resonaba en los pensamientos de Marisa como un fantasma persistente. Con ojos humedecidos, contempló al hombre que le sonreía al otro lado de la mesa. Si Eva no tuviera el papel que tenía en la vida de Ian...

Capítulo 1

Athan Teodarkis ojeó las fotos que tenía esparcidas sobre el escritorio y apretó los labios, lleno de furia.

¡Había sucedido justo lo que él tanto había temido! Desde el momento en que su adorada hermana Eva le había confesado de quién se había enamorado...

Con la espalda rígida, trató de controlar su rabia. Sumido en sus pensamientos, levantó la vista hasta las magníficas panorámicas de la ciudad de Londres que podían verse desde las ventanas de su despacho en la sede central de Teodarkis International.

De nuevo, posó la mirada en las fotos. Aunque habían sido tomadas con un móvil y desde seis metros de distancia, eran una prueba irrefutable. Mostraban a Ian Randall observando con devoción a la mujer que tenía delante.

En parte, Athan entendía por qué.

Era rubia, como Ian, de piel clara y muy hermosa. Su pelo le caía como una cascada de oro sobre los hombros. Sus rasgos eran perfectos... labios carnosos, delicada nariz y enormes ojos azules. No tenía nada de raro que hubiera cautivado a su acompañante.

Había sido predecible por completo. Desde el principio, Athan había temido que Ian Randall fuera un hombre débil y un mujeriego.

Como su padre.

Martin Randall había sido famoso por sucumbir a todas las mujeres guapas que se habían cruzado por su camino. Había ido de flor en flor una y otra vez.

Athan apretó la mandíbula con disgusto. Si así iba a ser también el hijo de Martin...

¡Debería haber impedido que Eva se casara con él! ¡Debería haberlo evitado a cualquier precio!

Pero no lo había hecho. Le había dado a Ian el beneficio de la duda, a pesar de que eso había significado ir contra su intuición. Al fin, se había demostrado que había tenido razón. Ian no era mejor que su padre.

Era un mujeriego y un libertino.

Un adúltero.

Furioso, Athan se puso en pie y recogió las fotos que podían hacer saltar por los aires el matrimonio de su hermana. ¿Habría todavía algo que salvar?

¿Desde hacía cuanto tiempo había estado Ian siendo infiel?, se preguntó. Lo que sabía era que su amante había sido instalada en un piso lujoso pagado por Ian y que su peinado de peluquería, su ropa de diseño y el collar de diamantes que acababa de recibir demostraban que su relación no era baladí. ¿Pero habría pagado su acompañante el precio en especie a tantas atenciones?

A juzgar por las fotos, Ian parecía hechizado. No era el rostro de un lascivo mujeriego, sino de un hombre atrapado en las redes de una fémina de pies a cabeza. Una mujer con la que estaba derrochando su fortuna. Sin embargo, no podía decirse lo mismo de su tiempo. Esa era la única razón por la que Athan mantenía un poco de optimismo ante una situación tan sórdida.

Según el informe del detective privado, no había evidencias de que Ian Randall hubiera visitado a esa chica en su lujoso apartamento, ni que la hubiera llevado a ningún hotel. Hasta el momento, solo había estado con ella en restaurantes y su única muestra visible de adulterio era su expresión embelesada.

Athan se preguntó si estaría a tiempo de parar aquello.

Al parecer, Ian Randall estaba siendo bastante cauteloso y discreto. En eso se diferenciaba de su padre, que no se había molestado en ocultar sus escandalosos escarceos. Sin embargo, si su mirada cautivada era sincera, no tardaría mucho en dejar de lado la prudencia y hacer de esa joven su amante.

Era inevitable.

Athan lanzó el informe de nuevo a la mesa, preguntándose furioso qué podía hacer.

Tenía que hacer algo. Era su responsabilidad. Si hubiera seguido su instinto desde el principio y hubiera impedido el matrimonio de su hermana con Ian, se habría librado de muchas preocupaciones. Sí, Eva se habría quedado destrozada, eso lo sabía... ¿pero qué iba a ser de su hermana cuando se enterara de lo que andaba haciendo su maridito a escondidas?

Athan sabía muy bien en qué se convertiría si su esposo seguía el mismo camino que había seguido su padre. Terminaría tan infeliz y atormentada como la madre de Ian.

Athan conocía muy bien la historia de Sheila Randall, que había sido la mejor amiga de su madre desde el colegio.

–Pobre Sheila –había comentado la madre de Athan una y otra vez, después de sus interminables charlas para intentar consolar a su amiga, en persona o por teléfono.

A pesar de que había estado claro que su marido no iba a cambiar, Sheila no había dejado de esperar que abandonara su vida adúltera y se diera cuenta de que ninguna mujer lo había amado como ella. Y la madre de Athan siempre la había apoyado en sus vanas esperanzas, pues había sido de disposición romántica como Sheila, algo que había heredado su hija Eva.

Para colmo, la madre de Athan había descubierto lo imposible de la redención de Martin Randall de un modo que había estado a punto de echar al traste su propio matrimonio... y su amistad con Sheila. Martin Randall había caído tan bajo como para tratar de conquistar a la mejor amiga de su esposa. Un intento que, tal y como recordaba Athan, había desatado la tormenta en ambas familias. Su madre había tenido que hacer todo lo posible para convencer a su marido y a su amiga de que el acoso de Martin no había sido invitado ni bienvenido.

Los hombres como Martin Randall causaban dolor y desgracia siempre a su alrededor, reflexionó Athan. Casi había conseguido romper el matrimonio de sus padres. Si Ian se parecía a él en lo más mínimo, estaba seguro de que no dejaría más que destrucción a su paso.

Sin embargo, de ninguna manera, iba Athan a consentir tal cosa. Detendría a Ian antes de que pudiera hacer nada. Costara lo que costara.

Con una mueca de rabia, deseó que su hermana Eva pudiera ver a Ian Randall tal cual era. Pero el encanto traicionero de su cuñado la había cegado... igual que le había pasado a Sheila.

Ian Randall había crecido mimado y malcriado por su madre, sobre todo, después de la muerte temprana de su padre. Con su atractivo y sus dotes de seductor, había causado estragos en la adolescencia y en su juventud.

La expresión de Athan se oscureció. Si hubiera podido predecir los acontecimientos, no habría permitido que su hermana Eva se hubiera ido a vivir con Sheila. Sin embargo, cuando su hermana había tenido dieciocho años y su madre había sufrido una muerte trágica, la invitación de Sheila de hacerse cargo de ella le había parecido caída del cielo.

Después de haber perdido a su padre de un ataque al corazón solo dos meses antes, el fallecimiento de su madre había sido un terrible golpe para Eva. Athan había tenido que hacerse cargo de la empresa familiar y su piso de soltero en Atenas no había sido lugar apropiado para una adolescente. Tampoco le había parecido adecuado dejar a Eva sola con los criados en la mansión de la familia.

Le había parecido mucho mejor opción que su hermana se mudara a Londres y fuera a una de las mejores universidades de Inglaterra. Sheila había sido como una segunda madre para ella.

Lo malo había sido que Eva se había enamorado de pies a cabeza del guapo hijo de Sheila.

Pero lo que no entendía Athan era por qué el consentido de Ian Randall había respondido a la pasión de Eva con una propuesta de matrimonio. Aunque tenía sus sospechas. Tal vez, Eva no había consentido irse a la cama con él sin una alianza por delante. O, peor aún, era posible que la inmensa riqueza de la familia Teodarkis lo hubiera cegado.

Aunque Athan sabía que era el único en albergar tan oscuras sospechas. Ni la inocente Eva, ni Sheila Randall las compartían. Por eso, ante la extática felicidad de su hermana, él había aprobado que se casara. Y le había ofrecido un puesto a Ian en el grupo Teodarkis. En parte, lo había hecho para darle gusto a Eva y, en parte, para poder tener a su cuñado bien vigilado.

Durante dos años, sin embargo, Ian se había comportado como un devoto esposo. Hasta que su verdadera naturaleza había salido a la luz. Las pruebas eran contundentes. Estaba viéndose en secreto con una hermosa rubia a la que había acomodado en un lujoso apartamento y había regalado un collar de diamantes.

Su próximo movimiento sería empezar a visitarla en su nido de amor... y cometería la temida infidelidad.

Athan se removió incómodo en su silla de cuero. No permitiría que su querida hermana se convirtiera en la piltrafa de mujer que había sido la mejor amiga de su madre en su matrimonio, esperando que el hombre que amaba rectificara. ¡No lo consentiría! Tenía que parar aquello cuanto antes. ¿Pero cómo?

Podía enfrentarse a Ian con las fotos en la mano, pero su cuñado encontraría alguna manera de explicarlo y salir airoso, pues todavía no había cometido adulterio. También podía llevarle las fotos a Eva, pero así solo conseguiría lo que más temía, romperle el corazón. No podía hacerle eso a su hermana... si podía evitarlo.

Por otra parte, tal vez debiera darle una última oportunidad a Ian, se dijo. Si pudiera cortar esa incipiente aventura de raíz, quizá, Ian Randall terminara siendo un marido decente para Eva.

Podía darle una oportunidad y, si volvía a defraudarle, no tendría piedad con él, caviló Athan.

La pregunta era cómo darle esa oportunidad y prevenir que sucumbiera a los innegables encantos de esa rubia a la que estaba conquistando.

Necesitaba una estrategia, fría y lógica, pensó, frunciendo el ceño.

Entonces, algo se forjó en su cerebro. De acuerdo, Ian quería tener una aventura con esa rubia y, por la expresión que tenía en las fotos, la dama en cuestión parecía tan interesada como él. Tal vez, sus motivaciones tuvieran que ver con la riqueza de Ian o con su seductor atractivo. En cualquier caso, parecía muy dispuesta a complacerlo. Lo más probable era que Ian necesitara hacer muy poco esfuerzo para llevársela a la cama.

A menos...

Un torbellino de ideas inundó la mente de Athan.

Para que hubiera infidelidad, hacían falta dos personas, el adúltero y una amante dispuesta.

¿Qué pasaría si esa amante dejara de estar disponible? ¿Y si Ian Randall no fuera el único hombre rico y bien parecido que la cortejaba? ¿Y si un rival entrara en escena?

Despacio, Athan notó que su tensión se relajaba, por primera vez desde que había abierto el maldito sobre y había visto las fotos.

Reflexionó un poco más sobre su plan. ¿Podía funcionar? Sí, pues solo reemplazaba a Ian Randall por otra persona. Alguien con una inmensa fortuna y un largo historial de conquistas de mujeres hermosas...

Por un instante, Athan titubeó. ¿De veras podía hacerlo?, se preguntó. También, era posible que la rubia estuviera enamorada de veras de Ian Randall... lo cierto era que su expresión de devoción era evidente en las fotos.

Sin embargo, apartó la duda de su mente.

Si ella estaba enamorada, le haría un favor al ayudarla a salir del embrollo, ofreciéndole un sustituto. ¿Qué felicidad iba a encontrar amando a un hombre casado?

Si su plan funcionaba, Eva no sería la única mujer a la que iba a ahorrarle muchas lágrimas innecesarias, se dijo con una tensa sonrisa.

Athan volvió a posar los ojos en la foto que tenía delante y se fijó en ella. Era muy, muy hermosa...

¿Pero sería ético seducir a una mujer y tener una aventura con ella solo para separarla del hombre casado con su hermana? ¿No era un plan demasiado frío y calculador?

Sin dejar de darle vueltas a la cabeza, intentó buscar una justificación para sus acciones.

No pretendía hacerle ningún daño a aquella chica, se dijo. Solo quería apartarla de Ian, con quien no podía tener una aventura.

La lógica de su estrategia era irrefutable, sin embargo, algo le preocupaba. Allí sentado, en su despacho, era fácil maquinar todos los pasos para salvar el matrimonio de su hermana. ¿Pero qué sentiría cuando pusiera su plan en acción?

Una vez más, observó el rostro perfecto y ovalado de la chica en cuestión, el azul celestial de sus ojos, la curva perfecta de sus tiernos labios...

Y tomó una decisión. Sí, lo haría. Claro que lo haría...

Durante un largo instante, Athan siguió mirando el retrato de la bella rubia que tenía sobre la mesa. Entonces, le asaltó la imagen de su hermana, hermosa también, llena de amor por su marido, que a su vez solo tenía ojos para la mujer de la foto.

Athan estaba decidido a proteger a Eva costara lo que costara. Solo tenía que poner su plan en práctica. Sin titubeos.

Con determinación, guardó las fotos en un cajón del escritorio y lo cerró con llave. Tomó el teléfono para llamar a su diseñador de interiores. Su piso de Londres era muy cómodo y lujoso, pero era el momento de redecorarlo. Y, mientras se hacía, tendría que buscar otro sitio donde vivir de forma temporal. Sabía muy bien qué lugar elegir para eso...

Marisa regresó a su casa con paso ligero y el corazón lleno de alegría. La calle Holland Park estaba muy transitada por tráfico y peatones, pero a ella no le molestaba. En comparación con el lugar donde había vivido cuando había llegado a la ciudad, parecía otro mundo. Con su miserable sueldo, solo había podido permitirse una deteriorada habitación con un lavabo en una esquina y un baño compartido al final del sucio pasillo. ¡Londres era tan caro!

El dinero que había ahorrado para hacer el viaje desde Devon le había durado muy poco y encontrar un trabajo con un sueldo decente no había sido tan fácil como ella había anticipado al principio. Aunque no era tan difícil como en Devon, donde casi no había empleo y los pocos que había estaban muy mal pagados. Sin embargo, el coste de la vida en Londres era mucho más alto que en su ciudad natal, sobre todo el alojamiento. Ella nunca había tenido que pagar por el alojamiento antes. La casa en la que había crecido había sido pequeña y vieja, pero no había tenido que pagar nada por ella. En Londres, incluso en las peores zonas, los alquileres eran prohibitivos. Eso significaba que, aunque hubiera encontrado trabajo durante el día, habría tenido que buscar otro de turno de noche para poder llegar a fin de mes.

Aunque todo eso había cambiado en el presente. Su vida no podía ser más diferente. ¡Y todo gracias a Ian!

Conocerlo había sido increíble. Igual que la transformación que Ian había obrado en su vida, pensó, brillante de felicidad. En cuanto él había sabido dónde había vivido ella, le había ofrecido mudarse a un piso de lujo en Holland Park y pagar todos sus gastos.

Y el piso no era lo único que le pagaba.

Sus manos con perfecta manicura apretaron el bolso de cuero y las preciosas botas a juego que llevaba. Se sentía esbelta con ellas, igual que con el abrigo que la mantenía caliente a pesar del frío invernal. El clima era más frío en Londres que en su hogar natal. Sin embargo, en su casita de Devon, la chimenea no había bastado muchas veces para frenar la penetrante y heladora humedad que provenía del Atlántico en invierno.

El calor de la candela podía ser romántico en vacaciones, pero dejaba de serlo cuando había que acarrear leña bajo la lluvia o cuando había que limpiar las cenizas al día siguiente. Por no hablar de lo mal aislada que había estado su casa, una vieja cabaña de granjero que nunca había sido reformada.

No obstante, a la madre de Marisa nunca le había importado. Había estado agradecida por tener un sitio donde vivir. Durante toda su infancia, Marisa había tenido que sufrir la carencia de dinero y recursos. Su madre no había tenido a nadie que la ayudara ni cuidara de ella...

Pero Marisa sí tenía a alguien.

Sumida en sus pensamientos, sonrió, feliz porque Ian cuidara de ella con tanto mimo. Se sentía abrumada por sus atenciones. Por la casa y por el dinero que le había metido en una cuenta para que lo gastara en lo que quisiera, en ropa, en la peluquería, en tratamientos de belleza... Se había comprado ropa maravillosa, cosas que solo había visto antes en las revistas de moda.

También, se sentía abrumada por la insistencia de Ian en que ella formara parte de su vida para siempre, como le había pedido durante la cena, cuando le había regalado el impresionante collar.

Pero algo nubló la felicidad de Marisa. Por mucho que Ian se preocupara por ella, nunca podría ser el centro de su vida, ni presentarse en público, ni ser aceptada por los demás.

Con un nudo en la garganta, se recordó a sí misma que solo podía ser para Ian lo que era en ese momento. Nunca sería nada más.

Solo un secreto que no debía saberse...

Athan miró el portátil que tenía delante con gesto ausente. Apenas podía concentrarse en el informe que tenía en la pantalla. No podía dejar de pensar en el teléfono que tenía sobre la mesa. En cualquier momento, sonaría. El equipo de seguridad que había contratado para vigilar los movimientos de su objetivo le había informado de que ella estaba a punto de llegar a su piso. Pronto, volverían a llamarlo para decirle que había entrado en el edificio y se dirigía al ascensor.

Apagó el ordenador, lo metió en el maletín y se puso en pie. Su coche lo esperaba en la calle.

Tenía que llegar justo en el momento exacto, se dijo, encaminándose a la puerta con el teléfono móvil en la mano. Entonces, sonó.

–El objetivo acaba de entrar en el edificio y las puertas del ascensor se están abriendo –informó el detective–. Estará en su planta dentro de diecinueve segundos.

Athan colgó, contando los segundos. Al llegar a cero, abrió la puerta de su piso. Nada más hacerlo, las puertas del ascensor al otro lado del pasillo se abrieron

La supuesta amante de Ian Randall salió.

Al verla, a Athan se le encogió el estómago. Era mucho más guapa en persona que en las fotos. Alta, elegante, de piel luminosa y preciosos ojos, el pelo como la seda... Una mujer que quitaba el aliento.

No era de extrañar que Ian no hubiera podido resistirse a ella. Ningún hombre podría.

Si, hasta el momento, había albergado alguna duda sobre su plan, se desvaneció en ese mismo momento. Athan había estado seguro de que era la forma más eficiente y menos dolorosa de separarla de Ian. Pero no había estado seguro de ser capaz de hacerlo.

Sin embargo, al verla en carne y hueso y notar cómo reaccionaba su cuerpo, supo que tenía otra muy buena razón para hacerlo.

No... No podía dejarse llevar, se reprendió a sí mismo. Tenía una misión y debía concentrarse en llevarla a cabo. Sus propios deseos debían limitarse a servir sus propósitos. Eso era lo que no podía olvidar.

Athan caminó hacia el ascensor con paso decidido. Ella se detuvo nada más salir. Se quedó paralizada, mirándolo.

Estaba reaccionando a su presencia, tal y como él había esperado. Estaba acostumbrado a que las mujeres reaccionaran así al verlo. Sin vanidad, tenía que reconocer que su físico siempre le había resultado atractivo al sexo opuesto. Era cierto que no tenía el aspecto infantil y rubicundo de Ian Randall, pero sabía que su cuerpo fuerte y sus rasgos morenos causaban una buena impresión en las féminas. Como estaba sucediendo en ese momento...

–¿Puedes sujetarme las puertas? –pidió él, siguiendo con su plan.

Marisa salió de su estupor para apretar el botón de apertura de puertas. Athan continuó acercándose y le dedicó una sonrisa de agradecimiento al pasar por su lado.

–Gracias –dijo él, recorriéndola con la mirada.

La habría mirado de todos modos, reconoció Athan, aunque aquello no hubiera sido parte de su estrategia. Cualquier hombre lo habría hecho. De cerca, era mucho más bonita. Ella lo observaba con ojos llenos de interés y los labios entreabiertos. Emanaba un suave perfume, tan embriagador como ella.

Athan entró en el ascensor y apretó el botón de bajada. Un instante después, las puertas se cerraron, separándolos.

Mientras bajaba, él no pudo evitar lamentar ir en la dirección opuesta a ella.

¿O era otra cosa lo que lamentaba?, se preguntó, sin querer darle mucha importancia. Tal vez, lo que le molestaba era que esa preciosa mujer tuviera que estar relacionada con Ian Randall.

No era un pensamiento bienvenido, así que Athan lo dejó de lado y se subió al lujoso coche que lo esperaba. Era irrelevante darle más importancia a esa tal Marisa Milburne, por muy guapa que fuera. No era más que una amenaza para la felicidad de su hermana, eso era todo.

Apretando los labios, abrió su portátil y empezó a trabajar. Era un hombre muy ocupado. La multinacional que había heredado de su padre no le dejaba mucho tiempo libre.