Empezar otra vez - Maisey Yates - E-Book

Empezar otra vez E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Bianca 2982 Las noches de pasión que había olvidado… y el multimillonario que la reclamaba. Cuando despertó del coma, Riot Phillips no recordaba el pasado año, ni al hombre taciturno sentado en la cama que decía ser su prometido y el padre de su hija. Krav Valenti tenía una segunda oportunidad. La amnesia de Riot era una oportunidad para reinventar su arrolladora aventura amorosa con la inocente joven, y hacerlo bien en aquella ocasión. Pero cuando Riot recordó la verdad, Krav tuvo que enfrentarse con el peor de sus miedos. Debía mostrarle quién era, qué lo había hecho como era, o arriesgarse a perderla, a ella y a su preciosa hija.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Maisey Yates

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Empezar otra vez, n.º 2982 - enero 2023

Título original: The Secret That Shocked Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411413800

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Riot Phillips por fin había hecho algo espontáneo y el resultado era un desastre.

Su nombre, tan inusual, regalo de una madre hedonista, nunca había representado su personalidad. Ella siempre había sido una chica sencilla y sacar todo el dinero que tenía en el banco para hacer un viaje de ensueño a Camboya no era algo que hubiese entrado nunca en sus planes.

Pero su compañera de piso, Jaia, era una de esas personas a las que no podías decir que no. Entusiasta y activa, era la clase de chica que llevaba un aro en la nariz y que se hacía tatuajes cada semana porque sí. Y cuando Jaia había dicho que se iba a Angkor Wat con unas amigas para explorar las famosas ruinas y hacer una búsqueda espiritual, Riot se había dejado llevar por la emoción.

Había mirado su pasaporte, que no había usado nunca. Había mirado su maleta, que tampoco había usado nunca, y decidió ir con ella.

Y todo iba bien hasta que se reunieron con las amigas de Jaia. Lilith y Marcianne eran como ella, pero aún peor. Más temerarias, más desorganizadas y más borrachas. Supuestamente, habían reservado habitación en varios hostales, pero terminaron durmiendo en un parque y en una casa con paredes de papel. Y cuando los vecinos de habitación se pusieron amorosos, la casa entera temblaba.

Y lo peor era que no había entendido inmediatamente por qué, algo que provocó todo tipo de burlas por parte de Lilith.

Pero los días que habían pasado explorando los pueblecitos de la zona habían sido estupendos y cuando no podía soportar a las chicas, se iba a explorar sola.

Esa noche habían llegado a Siem Reap, el pueblo más cercano a las ruinas, pero el hostal estaba lleno. El propietario de un bar les había ofrecido una habitación diminuta y Riot había pasado la noche en vela, pero al día siguiente, cuando fueron a ver las ruinas, se había olvidado del drama y del caos porque aquello era tan precioso, tan sereno, como las fantasías que había tenido siempre sobre lo que había ahí fuera. Algo más grande y más emocionante que el pueblo de Georgia en el que vivía.

Eran las ruinas de un antiguo templo, pero las piedras contenían más vida y más espíritu que nada que hubiera visto nunca, y cuando respiraba sentía como si estuviera respirando de verdad por primera vez.

Y entonces empezó a llover a cántaros. Era la estación del monzón y el agua caía a chorros. Su vestido quedó empapado en unos segundos y tuvo que correr para buscar refugio.

Y entonces se dio cuenta de que estaba sola.

La habían dejado atrás. El tuk-tuk alquilado había desaparecido con Lilith, Jaia y Marcianne y los demás turistas debían haber hecho lo propio porque allí no había nadie.

Riot corrió hacia la entrada de uno de los templos, pero la estructura de piedra ya no le parecía serena sino inquietante.

En fin, aquello parecía una repetición de tantos momentos dolorosos de su infancia.

Sacó el móvil del bolso y llamó a Jaia, pero el buzón de voz saltaba una y otra vez mientras la lluvia caía sobre ella, empapándola. Nerviosa, se acurrucó en un corredor que estaba solo parcialmente a merced de los elementos.

No tenía frío, pero estaba empapada y el agua rodaba por su nariz. No era la primera vez que la dejaban abandonada y no debería asustarse, pensó.

«Aquí no sabes cómo arreglártelas, por eso es diferente».

Y ese era el resultado de ser espontánea, pensó. Debería haber sabido que aquella aventura no era para ella.

Pero entonces levantó la mirada y se quedó inmóvil.

No estaba sola, había un hombre allí.

El telón de agua que caía entre ellos impedía que lo viese con claridad, pero llevaba un traje de chaqueta oscuro, como si hubiera ido allí para asistir a una reunión.

En las ruinas de un templo, bajo una lluvia torrencial.

Era muy alto, o al menos lo parecía desde donde estaba. Tenía las manos en los bolsillos del pantalón como si aquello fuese algo normal para él, como si aquel fuera su sitio. No estaba segura por qué sabía eso, pero lo sabía.

Debería salir corriendo.

Estaba sola, con el vestido pegado al cuerpo. Y él era un extraño.

Pero no salió corriendo. No tenía dónde ir, de modo que se quedó inmóvil.

Fue él quien se movió. En silencio, con agilidad, como un tigre acosando a su presa.

Tenía el pelo negro, la piel de un tono dorado oscuro, el rostro esculpido, de pómulos altos y marcados, una nariz recta y una boca que, por alguna razón, le parecía peligrosa.

Sus ojos eran tan oscuros e hipnotizadores como todo en él y, de nuevo, pensó que debería salir corriendo, pero no lo hizo.

Era tan alto como había pensado y eso la alarmó aún más. Si había estado en lo cierto sobre eso, seguramente también estaría en lo cierto sobre su carácter de predador.

Pero no salió corriendo.

«No puedes correr más rápido que un tigre».

No sabía si debía decir algo o salir corriendo, pero se quedó inmóvil y el tigre seguía avanzando hacia ella.

–¿Te has perdido?

Su voz era como el rugido de un tigre. Ronca y viril. Riot la sintió por todas partes, pero no sabía si quería encogerse de miedo o acercarse a él.

–No me he perdido –respondió.

La respuesta quedó ahogada por la lluvia, por las plantas, por la tierra bajo sus pies y las antiguas piedras cubiertas de musgo.

–¿Tienes algún problema?

–Mis amigas se han ido sin mí.

«Ya, genial, dile a un extraño que estás sola».

–Eso ya lo sé porque aquí no hay nadie más.

–¿Y qué haces tú aquí? –le preguntó Riot, sintiéndose valiente por un momento.

–Salí a dar un paseo –respondió él–. Vivo cerca de aquí.

–¿Con traje de chaqueta? ¿Ibas a un funeral? –bromeó ella.

Él esbozó una sonrisa.

–Sí.

Riot hizo una mueca.

–Ah, lo siento.

El extraño se encogió de hombros y dio otro paso hacia ella. Era alto e imponente, enérgico.

Y le parecía más atractivo a medida que se acercaba.

–«Lo siento» no ayuda mucho –dijo él entonces.

–No se trata de ayudar sino de hacer saber a alguien que no está solo.

Pero estaban solos. Y juntos.

Seguía lloviendo a mares y el vestido se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Riot se dio cuenta entonces de que no llevaba sujetador y el efecto del agua fría era evidente bajo la tela.

Él la miró entonces y ese examen lento la hizo sentir… acalorada.

Había algo peculiar en él. Sentía como si lo conociese y, al mismo tiempo, le parecía un ser completamente extraño. La hacía sentir segura y asustada al mismo tiempo, como si representase un peligro.

Pero el peligro estaba en ella misma.

Como si aquel hombre hubiese despertado en ella algo desconocido.

–¿Y qué clase de amigas te dejan atrás en medio de un monzón?

Riot no tenía nada que hacer más que hablar con él. No sabía cómo iba a volver al hostal y sus irresponsables amigas la habían dejado sola.

–En realidad no son mis amigas –respondió.

Y se dio cuenta de que era verdad.

–Eso parece evidente.

–Bueno, Jaia es mi compañera de piso. Las otras dos son amigas suyas y en cuanto nos reunimos con ellas…

–Las antiguas amigas tomaron prioridad sobre la nueva, ya veo.

–Sí, bueno, yo no sabía que Jaia era tan poco fiable. Este viaje ha sido un desastre, un caos. Y hoy, en cuanto empezó a llover desaparecieron. O conocieron a alguien y se fueron, yo qué sé. Con ellas no se sabe nunca.

–Y nadie se encargó de buscarte.

–Es culpa mía. Me alejé un poco de ellas para…

Riot no terminó la frase.

–¿Para qué?

–No sé, me pareció una oportunidad para conectar con la Naturaleza, un momento espiritual –respondió ella por fin.

Sonaba algo tonto e inmaduro y la hacía sentir expuesta, especialmente al lado de un hombre que tenía ese aire de sofisticación. En fin, sonaba como lo que era, una chica ingenua. Pero quería que la entendiese, por tonto que eso pudiera parecer.

–Me he pasado la vida luchando por una cosa o por otra y, por fin, había llegado a un sitio donde no todo era tan difícil.

–¿Por eso has venido a Angkor Wat?

–Tenía algo de dinero ahorrado y pensé que sería buena idea venir aquí y experimentar algo diferente, tal vez alimentar mi alma durante unos días. No sé cómo explicarlo, para curarla.

–Yo estoy aquí por la misma razón –dijo él entonces, mirándola fijamente.

Y Riot tuvo la impresión de que podía ver su alma.

No le parecía una tontería. Al contrario, era una convicción profunda.

–Me llamo Riot Phillips.

Él sonrió de nuevo, aunque la sonrisa no lo hacía menos intimidante.

–Krav –dijo sencillamente.

–¿Vives por aquí?

–Vivo en muchos sitios, donde me conviene en cada momento.

No parecía un bohemio como lo era Jaia. Tal vez era el traje de chaqueta lo que no encajaba. Porque aquel parecía ser su sitio. En las ruinas del templo, en la jungla, bajo la lluvia.

–¿Has venido aquí para asistir a un funeral? –le preguntó, intentando bromear.

–Al entierro de mi madre –respondió él–. Vine hace unas semanas, cuando los médicos dijeron que no le quedaba mucho tiempo.

Riot tragó saliva.

–Vaya, lo siento mucho.

Ella no tenía buena relación con su madre, pero sabía bien que la mayoría de la gente quería a la suya. Y para ser justos, también ella quería a su madre, por eso era tan difícil. Si no sintiera nada, todo sería más fácil.

–Así es la vida –dijo él, con tono desolado–. Solo me siento conectado con ella cuando estoy aquí, así que me pareció el sitio perfecto para pasear un rato.

Seguía siendo un tigre, pero Riot estaba segura de que no iba a comérsela.

No hacía mucho frío, pero estaba calada hasta los huesos y la tela del vestido se pegaba a su cuerpo.

–Ven conmigo –dijo él entonces–. Estás empapada y mi casa no está lejos de aquí.

–¿Tu casa está por aquí?

–Sí, a través de los árboles. Ven, sígueme.

Y ella lo siguió porque no había nada más que hacer. Y porque, irracionalmente, la idea de no ir con él la llenaba de tristeza. Cuando llegaron al sitio en el que terminaban las ruinas él siguió adelante, adentrándose en la jungla.

La oscuridad del follaje parecía tragárselos.

–No creo que…

Y entonces levantó la mirada. Había una luz entre los árboles… una casa.

Una casa construida sobre un baniano, algo como de otro mundo. El alto baniano parecía sujetarla entre sus ramas como una madre sujetaría a su hijo. Una escalera que se enroscaba firmemente alrededor del tronco llevaba hasta la amplia terraza que rodeaba el exterior de la casa.

Era un sitio increíble.

Una vez arriba, una puerta de madera labrada pareció abrirse como por arte de magia. Y el interior era aún más sorprendente, con miniaturas de las esculturas del templo y grandes tapices colgando de las paredes. El salón era amplio, con almohadones por todas partes.

–Espera un momento –dijo él, antes de desaparecer en una habitación. Volvió unos segundos después con un kimono de seda colgado de una percha–. Deberías cambiarte inmediatamente. Estás empapada.

–Pero yo…

El corazón de Riot estaba enloquecido y no sabría decir por qué.

–Puedes cambiarte en el baño –dijo él, señalando una puerta.

Debería pedirle que la llevase de vuelta… ¿dónde? No habían reservado hostal en Siem Reap y no sabía dónde estaban Jaia y las chicas.

Pero, por el momento, lo mejor sería esperar a que dejase de llover.

Cuando entró en el baño se quedó boquiabierta. Al contrario que el exterior de la casa, el baño era moderno y mucho más lujoso de lo que uno podría haber esperado en una vivienda construida sobre un árbol.

¿Quién era aquel hombre?

Temblaba mientras se quitaba el empapado vestido, pensando que estaba desnuda en la casa de un extraño, sobre un árbol, en medio de la jungla. Casi le daban ganas de reír.

Aquella no era la aventura que había imaginado, pero era una aventura.

El kimono era precioso, de color jade, con un bordado de grullas sobrevolando el paisaje.

Ella nunca se había parado a pensar en su aspecto físico. Ser guapa no ayudaba a sobrevivir. Al contrario, atraía una atención masculina que no deseaba. Pero en aquel momento, en aquel sitio tan extraño, se sentía hermosa.

Y tal vez eso debería preocuparla. Estaba sola con un desconocido, pero no tenía miedo.

Seguía siendo un tigre, pero ya no temía lo que pudiese hacerle.

Riot salió del baño sujetando innecesariamente los bordes del kimono sobre el pecho.

Y allí estaba él, con un pareo de seda azul, el ancho torso desnudo, los abdominales bien marcados.

Se quedó atónita al verlo, tan fuerte, tan imponente, recostado sobre unos almohadones, con una tetera y dos tazas frente a él.

Como si no fuese el hombre más apuesto que había visto en toda su vida. Como si no fuese letal.

Krav había dicho que se llamaba. No tenía acento camboyano, sino algo diferente, pero podía ver el legado de aquel hermoso país en su rostro anguloso. Parecía un hombre que encajaría en cualquier sitio y en ninguno. Como si pudiera ser parte de cualquier cultura, pero siempre distinto porque era demasiado singular.

–Ven –le dijo, haciéndole una seña–. Toma el té mientras está caliente.

Riot podía oír el estruendo de la lluvia golpeando el tejado de la casa.

–Gracias –murmuró, inclinándose para sentarse a su lado sobre los almohadones.

–¿Entonces has venido aquí en una búsqueda espiritual? –le preguntó él–. ¿O pensabas ganar seguidores en internet haciéndote selfis en las ruinas del templo?

Ella negó con la cabeza.

–No, no es eso. Nunca había podido viajar hasta ahora y me pareció una oportunidad maravillosa.

Estaba a punto de decir algo sarcástico sobre el desastroso viaje, pero la verdad era que no olvidaría nunca aquel momento. Sentada al lado de aquel hombre que la miraba con tanta atención sentía como si aquella fuese la aventura que había soñado sin saberlo siquiera.

Krav era la aventura.

Él sirvió el té y le ofreció una taza, rozando su mano al hacerlo y provocando una oleada de calor que, Riot estaba segura, no tenía nada que ver con la sencilla infusión.

–Eres una chica muy peculiar –dijo él.

–¿Ah, sí? Pensé que era corriente.

–¿Cómo puede una mujer con ese nombre tan peculiar pensar que es corriente?

Tal vez era él, tal vez era el momento, la lluvia, pero Riot quería contárselo. Quería contárselo todo.

–El nombre es un error. La gente espera alguien salvaje y desinhibido y yo no soy así. Mi madre era la niña en nuestra casa, no había sitio para otra.

–Pero podrías cambiártelo.

–Sí, ya, pero hay algo desafiante en llevar este nombre y seguir siendo quien soy.

Él esbozó una sonrisa.

–Ah, lo entiendo.

Riot tomó un sorbo de té. No debería tener nada en común con aquel hombre, pero intuía que podría entenderla mejor que nadie.

Las horas pasaron a toda velocidad. No hablaron de nada profundo y, sin embargo, las cosas de las que hablaron, sus platos favoritos, las estaciones que más les gustaban, descubrían retazos de quiénes eran. Y era algo profundo, real.

Y cuando él se inclinó hacia delante para besarla no fue como besar a un extraño porque ya no eran extraños. Lo conocía.

Krav, que vivía en los árboles.

Krav, cuya madre acababa de morir.

Krav, que la besaba como si fuera un sueño, pero era real. Tan real. Cálido y ardiente, haciéndola vibrar. Como si el tigre la hubiese llevado a su guarida, pero no para comérsela sino para hacerla suya.

Nunca la habían besado porque nunca había confiado en un hombre lo suficiente como para dejar que lo hiciese.

Su madre había arruinado su vida por culpa de los hombres y, por eso, ella no quería saber nada de relaciones. Había querido independencia, libertad, pero nunca se había sentido tan libre como en aquel momento, besando a un extraño en medio de la jungla.

Él deslizó un dedo por su cara y su cuello, creando una sensación ardiente en su pecho, entre sus piernas, hasta que sintió que estaba ardiendo.

–Krav –susurró.

Con esos ojos oscuros clavados en ella, Riot entendió por qué el deseo hacía que la gente tomase decisiones irresponsables y por qué Jaia siempre estaba enamorada de uno o de otro. Porque en aquel momento todo eso le parecía razonable, aunque sabía que no debería ser así.

Y no solo le parecía razonable sino necesario abrir los labios para él y dejar que deslizase la lengua en el interior de su boca para saborearla como si fuese el más dulce de los postres.

Tal vez estaba liberando una rebeldía contenida durante años.

Él tiró de la manga del kimono y la seda se deslizó por sus hombros, descubriendo sus pechos. Tal vez se habría asustado si no le pareciese algo natural. Si no pareciese precisamente lo que tenía que pasar.

Los ojos oscuros se clavaron en sus pezones endurecidos y Riot sintió…

Ningún hombre la había mirado de ese modo, con esa atención, con ese ardor.

Y era todo. Él era todo. Aquel era el momento.

Era una certeza, una verdad. Era por eso por lo que estaba allí.

Ta vez era para eso para lo que había nacido, para sentirse hermosa mientras aquel hombre la acariciaba, para experimentar el exquisito placer de sus labios deslizándose por su cuello, sus hombros, sus pechos. Para sentir la punta de su lengua rozando un endurecido pezón antes de meterlo en su boca.

Riot echó la cabeza hacia atrás y gimió de gozo. Nunca había entendido el placer hasta ese momento. La excitación, sí, pero aquello era diferente. Él llevaba el control, él le daba placer marcando el ritmo, decidiendo dónde tocarla, dónde saborearla. Era maravilloso.

Ella le había dado ese derecho y, por alguna razón, eso la hacía sentir poderosa.

Riot le echó los brazos al cuello y Krav la miró a los ojos antes de apoderarse de sus labios en un beso duro, intenso. Y ella cayó hacia atrás, sujeta entre sus fuertes brazos, sintiendo como si estuviera flotando.

El beso era devorador y tuvo que reír porque tal vez Krav iba a comérsela después de todo.

Pero la risa se convirtió en un gemido cuando él abrió el kimono y clavó los ojos en su parte más íntima.

Y luego puso la boca allí.

Riot se arqueó hacia delante. Aquello iba mucho más allá de sus fantasías. Aquello era completamente nuevo. El tigre iba a devorarla y había hecho bien al no salir corriendo.

Su lengua y sus dedos eran mágicos, provocando sensaciones nuevas que le robaban el aliento.

Krav puso las manos bajo su trasero y la levantó, como una ofrenda pagana a punto de ser consumida… y el clímax la envolvió como una ola. Se quedó agotada, sin aliento, intentando agarrarse a algo, a cualquier cosa que la mantuviese clavada al suelo.

Krav era lo único que existía.

Krav, que estaba sobre ella, mirándola con sus ojos oscuros. Se dio cuenta entonces de que estaba desnudo y su precioso cuerpo, iluminado por la suave luz de la habitación, era un despliegue de potencia masculina.

Pero no tuvo oportunidad de mirarlo durante mucho tiempo porque él se colocó entre sus muslos y entró en ella con una embestida que provocó un gemido de dolor.

Él no pareció darse cuenta y el dolor dio paso al mismo placer que había encontrado con su boca, pero diferente al mismo tiempo.

Estaban conectados. ¿Y no había sentido ella que lo conocía mejor que a nadie un momento antes?

Nada podía compararse con aquello.

Eran uno solo y la belleza de ese momento, la increíble intimidad, hacía que sus ojos se llenasen de lágrimas. Porque aquello no era algo barato o sórdido. Para ella no lo era y nunca podría serlo.

Era hermoso, mágico. Era el destino.

Ella nunca se había sentido destinada para nada. Se sentía como un error, siempre había sido así. Como algo inoportuno, indeseado, pero allí no lo era. Krav la necesitaba y cuando empezó a moverse de modo frenético, temblando en su desesperada carrera por llegar a la meta, supo que nunca se había sentido tan completa, tan entera.

Como si aquel fuera su sitio en el mundo.

El placer se convirtió en algo vivo, en algo que levantaba el vuelo dentro de ella y la enviaba a las estrellas antes de devolverla a los fuertes brazos que la sujetaban, evitando que se rompiese por completo.