En brazos del deseo - Marilyn Pappano - E-Book
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En brazos del deseo E-Book

Marilyn Pappano

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Beschreibung

Aunque Jamie Munroe había ayudado a la avariciosa de su ex mujer a quitarle la mitad de su fortuna, Russ no podía olvidar la química que había existido entre ellos cuando estudiaban en la Facultad de Derecho. Aunque Russ Calloway le había roto el corazón unos años antes, aceptar su protección le resultó de lo más natural a Jamie. Sobre todo, cuando las amenazas del hombre que la estaba acosando empezaron a ser más serias. ¿Dónde iba a sentirse más segura que en los brazos de su enemigo?

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Seitenzahl: 197

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Marilyn Pappano. Todos los derechos reservados.

EN BRAZOS DEL DESEO, N.º 1899 - junio 2011

Título original: Intimate Enemy

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-396-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Promoción

Capítulo 1

EN una ciudad pequeña como Copper Lake, en Georgia, tener el despacho en la esquina del edificio tenía sus ventajas, pensó Jamie Munroe, mirando por la ventana. Desde ella se veía el enorme proyecto de construcción que estaba transformando un edificio en ruinas en la elegante casa que había sido antes de la Guerra de Secesión.

El ruido y el tráfico podían ser un inconveniente, pero los obreros…

—Te juro que son los tipos más guapos de todo el condado —murmuró para sí misma.

Cerca de ella estaba Lys Paxton, asistente jurídico, experta en ordenadores y amiga, que estaba con los pies apoyados en la cajonera y la vista clavada en el par de espaldas y traseros más fuertes y sexys que había visto Jamie. Los dos hombres vestían vaqueros desgastados y sucios, y ambos se habían quitado la camiseta porque hacía calor y estaban descargando maderos de una camioneta. Estaban para comérselos con los ojos.

Lys suspiró, sujetando sin fuerza una lata fría de refresco light.

Eran las diez y media de la mañana del miércoles y Jamie y Lys habían hecho un descanso. Hasta un par de semanas antes, siempre habían cerrado el despacho y se habían ido a tomar algo a una cafetería que había en la esquina para relajarse durante quince minutos, pero desde que habían empezado las obras de la mansión, se quedaban allí, disfrutando de las vistas.

En esa época aquélla era la única relación que Jamie tenía con un hombre. Era patético.

—¿Cuánto hace que no sales con nadie? —le preguntó Lys.

—No me acuerdo.

—Yo tampoco. Y lo necesito. Mucho.

Hacía mucho tiempo que Jamie no necesitaba a un hombre, desde su época en la Facultad de Derecho, y no tenía pensado volver a necesitarlo. No era que no quisiese volver a salir con alguno. Podría tener una relación normal, pero jamás volvería a necesitar a un hombre.

Los hombres eran peligrosos. No conocía ni una mujer a la que no le hubiesen roto el corazón y destrozado la autoestima. Varias hasta habían perdido dinero por culpa de algún cretino.

—Voy a llamar al de la derecha, el que tiene el roto en el vaquero justo debajo de ese impresionante trasero —dijo Lys.

—Estupendo. Yo me quedaré con el de la izquierda. Me gustan los hombres que reservan su ropa más atrevida sólo para mí.

—De acuerdo, a ver si se dan la vuelta. ¿Crees que los conocemos?

—Si los conocemos, nunca los habíamos visto así.

Aunque Jamie no tuviese como costumbre fijarse en el trasero de los hombres.

Descargaron el último madero y ambos se giraron, primero, el de Lys. De frente era tan atractivo como de espaldas, y ninguna de las dos lo conocía. El de Jamie tardó más en darse la vuelta. Se inclinó para tomar una botella de agua de la nevera que tenía a los pies antes de incorporarse y beber.

Jamie alargó la mano para darle también un trago a su refresco cuando el hombre se giró hacia la ventana.

El refresco se le cayó por todo el escritorio. Lys tosió y Jamie se quedó helada.

Era Russ Calloway, dueño de Calloway Construction y hermano de su amigo Robbie. Demandado en el primer caso de divorcio que había llevado al llegar a Copper Lake. Su enemigo. Y antiguo amante.

—Bastardo —dijo Lys, tomando un puñado de pañuelos para limpiar la mesa y el suelo—. Tenía que llevar un cartel advirtiendo de su peligrosidad.

Jamie consiguió esbozar una sonrisa.

—Tanto en las camionetas como en el cartel que hay en la esquina pone Calloway Construction.

—Sí, pero es el jefe. No debería estar ahí.

Un jefe que también trabajaba y Jamie había imaginado que, antes o después, aparecería por allí. Se había preparado para verlo.

—No es como si no lo viese por la ciudad —comentó, intentando tranquilizar a Lys al tiempo que se tranquilizaba a sí misma—. Una puede perderse fácilmente entre veinte mil personas, pero siempre existe la posibilidad de encontrarse.

—Ya, pero si te lo encuentras en el supermercado, no babeas por él, ¿no?

—Por supuesto que no —admitió Jamie.

Aunque la verdad era otra. No recordaba ni una sola vez en su vida en la que no hubiese sentido deseo por Russ. Ni cuando la había dejado, ni cuando le había roto el corazón, ni cuando se había encontrado con él en una sala de conferencias y Russ la había mirado con desprecio, al igual que a la que pronto sería su ex mujer.

Su hermano Robbie le había dicho a Jamie en una ocasión que él se lo perdía. Russ se había comportado como un cerdo.

Pero, si él se lo perdía, ¿por qué le dolía tanto a Jamie?

—¡Para ya! —la regañó Lys—. Sé que estás pensando otra vez en él, lo veo en tus ojos.

—En realidad, estoy pensando en el contrato que tengo que negociar con Robbie dentro de diez minutos —mintió—. Es un falso. Le hace creer a todo el mundo que es vago, superficial, que no le importa nada y sólo quiere divertirse, pero en realidad es muy buen abogado.

—Lo que no quiere decir que no sea un vago y un superficial.

Lys separó la carpeta del caso Andersen del montón que había encima del escritorio de Jess y se la dio.

—Es todo un Calloway. No merece la pena ninguno, salvo Sara, que, en realidad, no es de la familia, a pesar de seguir en ella después de que su marido muriese.

Jamie metió la carpeta en su enorme bolso, en el que le cabía cualquier cosa. Siempre estaba preparada para lo que se le presentase.

Salvo para darse cuenta de que el hombre por el que había estado salivando era Russ.

—La reunión con Robbie es en el club de campo a las once —le dijo Lys—, y luego se supone que tienes que ir a ver al loquero ese de Augusta, con respecto a Laurie Stinson. Te espera a las dos. Y dado que cobra por horas, seguro que se enrolla mucho, así que lo mejor es que, cuando termines, te marches directa a casa. Yo cerraré el despacho.

—Robbie ha cambiado el lugar de la comida a ese sitio nuevo que han abierto en el río, Chantal’s. Dice que su estómago va a tener que estar una temporada sin probar la comida del club.

Jamie se quitó el jersey y se lo puso encima del brazo. En el restaurante haría fresco, pero el paseo a las cuatro de la tarde la haría sudar.

—Y voy a volver. Quiero redactar el informe de la entrevista de esta tarde, pero no me esperes.

Antes de salir por la puerta, Jamie se giró y dijo:

—Y muchas gracias, Lys. No sé qué haría sin ti.

—Probablemente estarías compartiendo despacho con Robbie, que no te dejaría trabajar —Lys fue hasta su mesa y se sentó—. Que te diviertas, jefa.

Jamie atravesó el vestíbulo y se dijo que no iba a mirar hacia donde estaba Russ cuando saliese a la calle. Giraría a la izquierda, llegaría a la esquina y volvería a girar. Nada más.

Abrió la puerta y salió al bochornoso calor del mes de mayo, y miró hacia la obra tan deprisa que se le nubló la vista. El fichaje de Lys seguía allí, lo mismo que Russ. Estaban hablando. Si lo hubiese intentado, Jamie podría haber oído su voz. La calle no era demasiado ancha, ni había tanto ruido a esa hora.

Pero no lo intentó. Se puso las enormes gafas de sol, que ocultaban la mitad de su rostro, giró a la izquierda, pasó por delante de su coche y llegó a la esquina casi sin darse cuenta. Volvió a girar, suspiró por fin y relajó los hombros.

Había sabido que no le sería fácil vivir en la misma ciudad que la familia de Russ, pero no había imaginado que fuese a ser tan duro.

Copper Lake era una ciudad muy agradable y armoniosa. En el centro todo eran edificios de estilo histórico y los barrios más nuevos eran casi tan encantadores como los antiguos. Ni siquiera el centro comercial desentonaba.

Atravesó la plaza, cruzó River Road y no tardó en llegar a la zona comercial de Calloway Construction, recientemente terminada. El conjunto de edificios era bonito, parecía tener un centenar de años y, a pesar de llevar abierto sólo un mes, ya estaba funcionando al cien por cien. Jamie se preguntó cuánto habría aportado Russ a todo aquello y cuánto sus arquitectos y diseñadores de interior. Era duro pensar en él y en algo bonito al mismo tiempo. Incluso antes de que la odiase, no había sido demasiado cariñoso con ella. Había sido directo y sincero, pero no cariñoso.

Chantal’s estaba en la esquina y una camarera la acompañó hasta una terraza con ventiladores en el techo. Robbie estaba sentado a una mesa cerca del río, mirándolo como si desease estar pescando, en vez de trabajando.

Ella le dio un golpecito en el hombro antes de dejar el jersey y el bolso en el asiento de enfrente del suyo. Robbie iba vestido con vaqueros, zapatos náuticos y un polo color amarillo fuerte. El resto de los abogados de la ciudad iban siempre de traje, pero él no solía ponérselo ni para ir a un juicio. Siempre decía que la ropa no cambiaba a las personas. Aunque él tenía la suerte de ser un Calloway, y un buen abogado.

—Eh, nena —dijo, levantándose y dándole un beso en la mejilla antes de apartarle la silla para que se sentase—. Has venido andando, ¿verdad? Si me hubieses llamado, habría pasado a recogerte.

—Si hubiese querido venir en coche, habría venido en el mío. ¿Cómo estás?

—Pensando en mis vacaciones. Mañana a las seis y cuarto de la mañana estaré en el avión, de camino a Miami.

Jamie se sabía de memoria el viaje. Robbie iba a Miami a pescar, a beber cerveza y a tomar el sol. Aquello era todo lo que necesitaba un Calloway para ser feliz.

—Que te diviertas.

—Todavía puedes acompañarme.

No era la primera vez que la invitaba, pero Jamie volvió a rechazar la oferta.

—Para mí, ir a pescar no es ir de vacaciones.

—Tú te lo pierdes. ¿Alguna novedad acerca de…?

Ella sonrió de manera educada a la camarera, que le dejó un vaso de agua con hielo en la mesa, y luego miró a Robbie e hizo una mueca.

—Había conseguido no pensar en ello en toda la mañana, y vas tú y me lo recuerdas.

Él frunció el ceño y Jamie pensó en sus hermanos. Gerald Calloway había tenido cuatro hijos, tres con su esposa y un cuarto con una novia. Rick, Russ y Robbie, y Mitch Lassiter, y todos se parecían. Eran morenos de pelo y de piel, con increíbles ojos azules, con voces parecidas, y todos fruncían el ceño del mismo modo. Jamie había decidido hacía mucho tiempo que Rick era el más guapo, Mitch el más misterioso, Robbie el más encantador y Russ el más sexy.

—Es un acosador, Jamie. No deberías olvidarlo.

Aquello hizo que volviese a ponerse tensa. Acosador era una palabra tan fea que ella evitaba utilizarla para hablar del misterioso hombre que había aparecido en su vida un par de semanas antes. Admirador secreto le resultaba mucho más inocuo. Menos amenazador.

Aunque también era menos probable que lo fuese, pero, en esos momentos, lo prefería.

—Lo último fueron las rosas.

Una docena de rosas color melocotón, sus favoritas, que había encontrado en un jarrón, en las escaleras de su casa el lunes por la noche.

—¿Qué clase de hombre manda rosas color melocotón? —inquirió Robbie—. Rojas, amarillas, rosas… Pero si ni siquiera venden rosas color melocotón en Copper Lake.

—¿Tú también has llamado a todas las floristerías?

—Por supuesto. Y no las ha comprado aquí. ¿Has avisado a la policía?

—¿Y qué iba a decirles? ¿Que alguien me ha regalado flores? ¿Que ha dejado una nota en el alféizar de mi ventana? ¿Que me ha mandado unos bombones al despacho? Es escalofriante, pero, en realidad, ese tipo no ha hecho nada malo.

—Todavía.

—Vaya, gracias. Eso me hace sentir mucho mejor.

—Jamie…

Ella sacó la carpeta de su bolso.

—Tengo que estar en Augusta dentro de un par de horas. Deberíamos trabajar un poco mientras comemos.

Él la miró como si quisiera protestar, pero no lo hizo.

—Está bien, pero si vuelve a pasar algo y no llamas tú a la policía, lo haré yo, ¿de acuerdo?

Jamie supo que hablaba en serio. El mejor amigo de Robbie era detective en el departamento de policía de Copper Lake, Rich trabajaba en la Oficina de Investigación de Georgia y Mitch, en la de Misisipi.

—De acuerdo.

Aunque no iba a ocurrir nada más. Su admirador era tímido, pero inofensivo. O eso quería creer ella. Necesitaba hacerlo, para poder estar tranquila.

Cuando sonó el teléfono, Russ Calloway pensó seriamente en no responder. Recibía unas cincuenta llamadas diarias, y al menos cuarenta y nueve eran quejas. Aquélla no podía ser la excepción.

No obstante, se sacó el aparato del bolsillo y lo abrió.

—Calloway al habla.

—Hola, hermanito, soy Robbie, tu hermano pequeño, abogado de la empresa y tu pesadilla.

—¿Qué pasa? —preguntó Russ, ausente.

—Acabo de hablar con Mitch.

—¿Y cómo está?

—Deseando que nazca su hijo.

—¿Sigue Jessica tan irascible?

—Al parecer, cuando no está vomitando, está enfadada. A Mitch le da miedo acercarse a ella.

—Las mieles de la inminente paternidad —comentó Russ en tono seco—. Espera un momento.

Estudió el marco de una puerta y tomó un martillo.

—Vaya, ¿no puedes dejar de trabajar ni dos minutos mientras hablamos?

—Algunos trabajamos para vivir.

—Sí, pero tú te pasas. Apuesto a que ni siquiera has parado para comer.

Russ se miró el reloj. Eran casi las dos.

—Todavía no, pero seguro que tú sí lo has hecho. Un descanso de un par de horas. Con una mujer bonita.

—He tenido una comida de trabajo, pero no ha durado dos horas. Con respecto a la mujer, tienes razón. Es preciosa.

—¿Y cómo se llama esa diosa?

—Jamie.

Robbie siguió hablando, pero Russ dejó de escuchar. Se le hizo un nudo en el estómago y apretó la mandíbula hasta que le dolió. Jamie Munroe era la cuestión más delicada que había entre su hermano y él. Robbie pensaba que era la mujer perfecta, y Russ no la soportaba. Había pasado mucho tiempo deseando que desapareciese de la faz de la Tierra.

Pero ella se había instalado en la ciudad y no parecía querer marcharse, así que había aprendido a ignorarla. Cuando se la encontraba por casualidad, era siempre una sorpresa. Le hacía recordar los viejos amigos, la Facultad de Derecho, su boda. Y, entonces, fruncía el ceño.

Russ se dio cuenta de que su hermano estaba esperando a que le contestase.

—¿Qué has dicho?

—Que no me puedes negar que es guapa.

¿Jamie? ¿Guapa? Tenía el pelo castaño, la piel clara, algunas pecas, los ojos azules. Sí, tal vez fuese guapa, para el que le gustasen las víboras.

—Por supuesto que sí —le respondió—. No olvides que la he visto con colmillos y capa de vampiro.

—Venga ya. Han pasado tres años. No le tengas rencor porque ganase la mejor abogada.

Russ se corrigió, había más de una cuestión delicada entre su hermano y él. Robbie pensaba que tenía que haber dejado atrás el tema del divorcio al día siguiente de éste. Pensaba que Russ había sido un idiota al representarse a sí mismo, que Jamie era mejor que él.

En eso estaban de acuerdo, Jamie era mejor abogada que él, que había hecho la carrera sabiendo que jamás ejercería.

Y sabía que había sido un idiota al representarse a sí mismo, aunque pudiese hacerlo. Robbie había querido ocuparse del caso, pero él no se lo había permitido. Robbie habría peleado porque ganasen, por conseguir el mejor trato para él.

El matrimonio de Russ había sido lo más importante de su vida. Y pasar por el divorcio había sido horrible. Enterarse de las aventuras de Melinda, de cómo lo despreciaba y de sus mentiras, le había resultado casi insoportable. Y, por si hubiese sido poco, Jamie, que había sido su amiga, había permitido, tal vez incluso fomentado, que Melinda lo engañase… Y él había pasado de amar a una y ser amigo de la otra, a despreciarlas a ambas.

El divorcio estaba superado. Había seguido con su vida, pero no era de los que olvidaban y perdonaban. Su lema era: vive y aprende, y no vuelvas a tropezar otra vez en la misma piedra.

—¿Me has llamado para algo? —le preguntó a Robbie—. Porque tengo que seguir trabajando.

—Creo que necesitas echar un polvo. Cada día tienes peor humor. Claro que te llamo para algo. Mamá ha intentado localizarte, pero le salta siempre el buzón. Rick y Amanda van a venir el sábado, y quiere que vayas a cenar tú también. A las siete, con ropa que no sea de trabajo y, si quieres, puedes llevar a alguna chica, no pondrá ninguna pega.

—De acuerdo, el sábado a las siete. Allí estaré —respondió él, y antes de que a su hermano le diese tiempo a añadir nada más, colgó.

Que si quería llevar a una chica… Llevaba sin salir con nadie más de seis años, desde que se había casado con Melinda, y sin tener sexo tres años, desde que ésta lo había dejado. Sus hermanos comprenderían que no saliese con nadie, pero lo del sexo… Hasta su madre se preocuparía si lo supiera.

Y no era que no le interesase el tema. Era la intimidad lo que no quería, y se le había olvidado cómo se hacía para separar ambas cosas. Había sabido hacerlo bien en el instituto, en la facultad. Siempre había tenido una o dos novias, y había disfrutado del sexo sin que éste significase nada.

Darse cuenta de que el sexo no había significado nada para la mujer a la que había amado lo había dejado destrozado.

Frustrado, se acercó a una de las ventanas, miró hacia el río y vio varios de sus proyectos, antiguos y nuevos.

Siempre había querido dedicarse a la construcción, aunque todos los hombres de la familia Calloway tuviesen que ser abogados, ejerciesen o no. Él había estudiado Derecho para contentar a su familia y así había conocido a Jamie y a Melinda.

Y hablando del rey de Roma… Vio a Jamie saliendo de su despacho, que estaba al otro lado de la calle. Llevaba el pelo recogido, pero despeinado, y un vestido rojo y blanco que no le llegaba a las rodillas, un jersey en el brazo, un bolso grande y una botella de agua. Y unas gafas de sol enormes que le impedían ver hacia donde miraba, pero estaba seguro de que no había mirado hacia allí antes de meterse en su descapotable negro.

La vio arrancar y dirigirse hacia el sur. Con un poco de suerte, conduciría hasta el golfo de México, pero no, al final de la calle giró hacia la derecha y fue hacia el norte.

—Mirando por la ventana no vas a adelantar trabajo.

Russ se giró y vio a J.D. Stinson, su primo. Su madre era la hermana pequeña del padre de Russ. J.D. era vicepresidente adjunto de Fondos Fidelity y le gestionaba los préstamos. No había nada como que todo quedase en familia.

—Siempre termino antes de tiempo y sin acabar con todo el presupuesto —le contestó.

—Y sueles llevarte primas por hacerlo, porque así figura en los contratos.

Russ se encogió de hombros. Tenía fama de trabajar bien y a buen precio. Si sus clientes estaban dispuestos a pagarle más por hacerlo pronto, ¿por qué no?

—¿Qué haces aquí, en un día tan caluroso como hoy, pudiendo estar en tu despacho?

J.D. siempre había dicho que quería trabajar en un despacho, con aire acondicionado y bien vestido.

—Tenía negocios que atender al otro lado de la calle.

—¿Y qué negocios tienes con Satán?

J.D. frunció el ceño.

—Si estuviese la mitad de enfadado que tú con Jamie…

—No estoy enfadado con ella. No me gusta. Y, dadas las circunstancias, tú tampoco deberías tratar con ella.

Jamie también estaba representando a la esposa de J.D., Laurie, en su separación.

—No estoy tratando con ella. Por eso he esperado a que se marchase para venir aquí.

Russ miró hacia el edificio de enfrente y vio a Lys Paxton sentada trabajando. Volvió a mirar a su primo.

—¿Lys Paxton? Venga ya.

J.D. silbó.

—Lys y yo estuvimos saliendo juntos. No hay nada de malo en ella.

—Sí, claro.

Lys era joven, muy rara y no le caían bien los Calloway. Además, trabajaba para Jamie y había salido con J.D.

—Hoy ni siquiera he hablado con ella. Jamie todavía no se había marchado, así que he venido aquí.

—Bueno, pues ya se ha ido.

—¿Estabas espiándola? —le preguntó su primo.

Russ se apartó de la ventana y fue hacia la puerta en la que había estado trabajando cuando lo habían interrumpido por primera vez y se agachó.

—No sé si sabrás, J.D., que salir con la asistente jurídica de tu ex mujer podría considerarse como una de las mayores tonterías que se te han ocurrido.

J.D. miró por la ventana.

—Cállate, Russ. No eres mi padre, ni mi hermano, ni mi abogado, ni mi cura, ni mi jefe. No tienes que decirme lo que debo hacer.

—Alguien tiene que hacerlo.

—Sí, también a ti tiene que enderezarte alguien, pero no aceptas consejos.

Russ frunció el ceño, molesto.

—Me va bien la vida.

—Sí, tienes tu trabajo, tu trabajo y, ah, sí, tu trabajo.

—Sí, pero al menos ya no tengo a Jamie Munroe rondándome.

—Ya no. Yo, al menos, he sido lo suficientemente inteligente como para contratar a Robbie.

A Russ se le cayó la herramienta que tenía en la mano, juró en silencio.

—Drácula ha salido y la ayudante de la vampiresa está sola en su guarida. Si quieres complicarte la vida, adelante. Ahora, vete de aquí y déjame trabajar.

La sonrisa de J.D. era tensa y a Russ le recordó a la de su padre, que había fallecido cuando él tenía sólo siete años.

—Sí, como ya he dicho, tienes tu trabajo.

Russ escuchó hasta que dejó de oír sus pasos en la casa y luego suspiró. Eso era, tenía su trabajo.

Y no quería nada más.

El despacho del psicólogo que Jamie había encontrado en Augusta estaba cerca de la Facultad de Medicina de Georgia. Durante dos horas, había escuchado cómo éste le contaba que su paciente había sufrido mucho a manos de su marido. En esos momentos, lo que Jamie necesitaba era un perito para su perito porque estaba convencida de que Laurie y el psicólogo se habían puesto de acuerdo para sacarle el dinero a J.D. Stinson.

—Es un Calloway, ya sabe —le había dicho el psicólogo al final de la conversación.

Mientras abría el coche, Jamie se preguntó qué había querido decir con aquello. Abrió la puerta y esperó a que se saliese un poco el calor. ¿Había algo en la genética de los Calloway que los llevase a maltratar a sus mujeres? ¿Tenían algún derecho que les hiciese sentirse por encima de la ley? ¿Eran lo suficientemente ricos para compensar económicamente a sus mujeres descontentas lo mereciesen éstas o no?

Jamie dejó su bolso en el asiento del copiloto y se quitó el jersey. En el despacho del psicólogo había hecho fresco. Luego metió la llave en el contacto, la giró y… nada. Volvió a intentarlo, nada.

Buscó su teléfono móvil, salió del coche y fue a ponerse a la sombra más cercana, debajo de un árbol. No sabía nada de mecánica, así que hizo lo que hacía siempre que tenía un problema: llamar a Lys. Treinta minutos después llegaba una grúa, que iba a llevar su coche al taller y, poco después, le daban un coche de sustitución.