En brazos del griego - Julia James - E-Book
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En brazos del griego E-Book

Julia James

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Beschreibung

Ella corrió el peligro de perder su libertad una vez más. Mel Cooper pretendía viajar por el mundo y, así, dejar atrás los sinsabores de su pasado. Hasta que el carismático millonario griego Nikos Parakis le ofreció probar un bocado de su mundo, lleno de riquezas y deliciosas exquisiteces... Aunque una dependienta sencilla como Mel no era la clase de mujer que salía con un hombre como Niko, ella no pudo resistirse a su proposición: un romance sin ataduras. Sin embargo, Mel descubrió pronto el precio de sus maravillosas noches... ¡Estaba embarazada!

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Julia James

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En brazos del griego, n.º 2509 - noviembre 2016

Título original: Captivated by The Greek

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8971-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

NIKOS Parakis se miró el reloj que llevaba en la muñeca y frunció el ceño. Si quería llegar a tiempo a la reunión, iba a tener que saltarse la comida. No podía permitirse ninguna distracción, pues había salido un poco tarde de su casa de Holland Park, su base de operaciones en el Reino Unido, porque lo había entretenido una larga videoconferencia con clientes rusos. Además, para hacer algo de ejercicio y respirar aire fresco en aquella mañana de verano, había decidido no ir en coche y tomar un taxi al otro lado del parque, en Kensington High Street.

Cuando llegó al ancho pavimento bordeado de árboles, estaba muerto de hambre. Definitivamente, necesitaba recargar baterías.

Dejándose llevar por un impulso, cruzó la calle y se dirigió a un establecimiento de comida para llevar. No era remilgado para comer, a pesar de que tenía toda la riqueza de la familia Parakis a su disposición. Un bocadillo era un bocadillo, no importaba cuál fuera su procedencia.

Sin embargo, en cuanto entró, estuvo a punto de cambiar de idea. Era un local a la vieja usanza, de los que hacían los bocadillos a mano en el momento del pedido con un montón de ingredientes guardados en tarros de plástico detrás del mostrador.

Maldición, se dijo Nikos, irritado. No tenía tiempo para eso.

Pero estaba allí e iba a tener que conformarse con esperar.

–¿Tienen algo que ya esté preparado? –preguntó él a la persona que había detrás del mostrador. No pretendía ser brusco, pero tenía hambre y tenía prisa.

La camarera, que le estaba dando la espalda, continuó untando un pan con mantequilla. Nikos se sintió cada vez más irritado.

–Ponte a la cola, tío –dijo alguien a su lado–. Debes esperar tu turno.

Nikos se volvió hacia un hombre mayor y desarreglado que estaba sentado en un taburete a la barra.

–Enseguida estoy contigo –dijo la camarera, seguramente refiriéndose a Nikos, mientras apilaba jamón sobre el pan con mantequilla. Lo envolvió después en una servilleta y se lo tendió al hombre que estaba sentado en el taburete, junto con una taza de té.

El viejo se acercó un poco más a Nikos. Sin duda, hacía bastante tiempo que ese tipo no se había dado una ducha. Además, apestaba a alcohol.

–¿No tendrás algo suelto? –preguntó el viejo, esperanzado.

–No –contestó Nikos, y volvió su atención a la camarera, que estaba pasando un trapo por la mesa.

El otro hombre se dirigió a la puerta.

–Mantente alejado del vino, Joe. ¡Te está matando!

–Algún día lo dejaré, de verdad –repuso el hombre, y salió con el bocadillo en la mano.

Seguramente, la camarera no le había cobrado, pensó Nikos, que no había presenciado ninguna transacción. Aunque eso no era de su incumbencia. Así que repitió su pregunta sobre si había bocadillos preparados, con visible impaciencia.

–No –repuso la camarera, girándose para recoger algo de la mesa.

Por su tono de voz, parecía molesta, advirtió Nikos.

–Entonces, deme lo que sea más rápido.

Nikos se miró el reloj y frunció el ceño de nuevo. Era ridículo. ¡Menuda forma de perder el tiempo!

–¿Qué te gustaría?

A Nikos le pareció una pregunta tonta y frunció más el ceño.

–He dicho que lo más rápido.

–Eso sería pan con mantequilla –contestó ella. El antagonismo de su tono de voz era inconfundible.

Nikos dejó de mirarse el reloj.

–Con jamón –repuso él, sin ocultar tampoco su irritación.

–¿Pan blanco o integral? ¿De molde o de baguette?

–Lo más rápido –repitió él. ¿Cuántas veces tenía que decirlo?

–Pues de molde, blanco.

–Pan de molde blanco, entonces.

–¿Solo jamón?

–Sí.

Si pedía algo más complicado, iba a tener que pasarse allí todo el día, pensó Nikos.

Ella se dio la vuelta y se concentró en la preparación, mientras él tamborileaba con los dedos sobre el mostrador. De pronto, se dio cuenta de que estaba seco, así que agarró una botella de agua mineral del refrigerador que había junto a la barra.

Cuando puso la botella sobre la mesa, la camarera se volvió hacia él con el bocadillo preparado y envuelto en una servilleta. Miró la botella, calculando mentalmente el total.

–Tres libras con cuarenta y cinco, por favor.

Nikos ya había sacado su cartera y extrajo un billete.

–Es de cincuenta –dijo ella, como si nunca hubiera visto un billete de cincuenta libras antes.

Sin decir nada, Nikos siguió sosteniendo el dinero.

–¿No tienes nada suelto?

–No.

Dando un respingo, la mujer casi le arrancó el billete de la mano y abrió la caja registradora. Tras rebuscar un rato, puso el cambio sobre el mostrador. Consistía en los céntimos necesarios para llegar a cinco, un billete de veinte libras y veinticinco monedas de una libra.

Entonces, clavó los ojos en Nikos.

Y, por primera vez, Nikos la miró a la cara.

Al verla, se quedó paralizado. Sabía que debía dejar de observarla embobado, tenía que recoger su cambio y salir de allí cuanto antes. Debía tomar un taxi, ir a su reunión y olvidarse de que el hambre le había obligado a entrar en un local de mala muerte frecuentado por alcohólicos.

Sin embargo, no se movió.

El cerebro se le quedó por completo anulado ante la respuesta masculina más visceral que había experimentado en su vida.

Era bellísima.

Su rostro parecía esculpido por un artista griego. Tenía los pómulos altos, una mandíbula delicada, nariz recta y perfecta, ojos de un azul increíble y una boca... Su boca jugosa invitaba a ser saboreada como el más delicioso postre de miel.

¿Por qué diablos no se había fijado en ella desde el principio?

Aunque era una pregunta irrelevante. En ese momento, todo carecía de importancia, a excepción del deseo que lo invadía. Apenas podía asimilar el impacto que le causaba su sensual belleza.

Nikos siempre había disfrutado de la compañía de mujeres hermosas. Como heredero de una dinastía de banqueros, estaba acostumbrado a que las jóvenes más bonitas hicieran cola para engatusarlo. Él sabía que no era solo su fortuna lo que las atraía. La naturaleza le había dotado bien, dándole una altura considerable y una buena figura, que mantenía en forma gracias al ejercicio y la buena alimentación. Sin ser vanidoso, tenía que admitir que tenía mucho éxito con el sexo opuesto. Mucho.

Gracias a esa combinación de buen aspecto y dinero, a sus treinta años, había estado en compañía de una larga lista de damas que habían estado encantadas de compartir su cama. Por su parte, él había aprovechado para elegir solo a las más hermosas y selectas.

Y esa mujer que tenía delante, sin lugar a dudas, estaba dentro de esa categoría.

Mientras la contemplaba, se dio cuenta de algo más. No llevaba ni un ápice de maquillaje y tenía el pelo rubio tapado bajo una gorra. En cuanto a su figura, era alta, aunque llevaba una poco favorecedora camiseta, demasiado grande y con el logotipo del local.

Diablos, si estaba tan guapa con esas ropas, ¿qué aspecto tendría con un traje de los grandes diseñadores?

Durante un instante, Nikos tuvo la urgencia de comprobarlo.

Al momento siguiente, su fantasía se desvaneció.

–¡Si buscas un pedazo de carne, ve a la carnicería! –le espetó ella.

Molesto y confundido, Nikos frunció el ceño.

–¿Qué?

Su obvio enfado la hacía todavía más hermosa, pensó él. Le brillaban los ojos como zafiros.

–¡No te hagas el tonto! –exclamó ella–. Recoge tu cambio y tu bocadillo y lárgate.

Entonces, fue Nikos quien se enfureció.

–Es inaceptable que trates a un cliente de una forma tan grosera –dijo él con tono helador–. Si fueras empleada mía, te echaría de inmediato por esa actitud con los clientes que pagan tu salario.

Como respuesta, ella puso las manos sobre el mostrador. Nikos no pudo evitar fijarse en lo bonitas que eran.

–¡Y, si yo trabajara para ti, te denunciaría por acoso sexual! –le espetó ella, lanzándole dagas con la mirada.

La expresión de Nikos se volvió un poco más fría.

–¿Desde cuándo es ilegal admirar la belleza de una mujer?

Para demostrar lo que decía, él la recorrió con la mirada una vez más. Una mezcla de deseo e irritación lo invadía. No sabía cuál de las dos emociones era más fuerte, pero estaba seguro de que lo que quería era provocarla...

–Si quieres ir por ahí mirando a las mujeres como si fueran trozos de carne, deberías usar gafas de sol para evitarnos el mal trago –repuso ella.

De pronto, en ese momento, Nikos empezó a disfrutar del reto que tenía delante.

–¿Mal trago? –preguntó él, arqueando una ceja. Al instante, suavizó la mirada, convirtiéndola en una caricia. Quería hacerle saber que las mujeres que gozaban de su atención no lo consideraban, en absoluto, un mal trago.

Para satisfacción de su observador, ella se sonrojó y bajó la mirada.

–Fuera de aquí –dijo ella con la voz constreñida–. ¡Vete!

Nikos le dedicó una suave risa. Su jugada había surtido efecto. No necesitaba más confirmación de que había logrado romper sus defensas. Sin demasiado esfuerzo, había conseguido atravesar su barrera de rabia y había dado justo en el blanco.

Con un lento movimiento, él tomó las monedas del mostrador y se las metió en el bolsillo, junto al solitario billete de veinte libras. Luego, agarró su bocadillo y la botella de agua.

–Que tengas un buen día –se despidió él con arrogancia, y salió.

Nikos ya no se sentía irritado en absoluto.

Al salir, vio a Joe apoyado en una farola cercana, devorando el bocadillo que le habían regalado. Dejándose llevar por un impulso, se metió la mano en el bolsillo y sacó las monedas que la mujer le había dado.

–Me pediste algo suelto –dijo Nikos, tendiéndole el cambio.

–Gracias –repuso el hombre, agarrando el dinero con ansiedad y los ojos inyectados en sangre.

Al fijarse en sus manos temblorosas, Nikos no pudo evitar sentir un poco de lástima.

–Ella tiene razón –señaló Nikos, sin pensarlo–. El alcohol te está matando.

El viejo levantó una mirada llena de desolación.

–Lo sé, amigo...

Al instante siguiente, el viejo comenzó a alejarse calle abajo, sujetándose el dinero dentro del bolsillo, con los hombros hundidos en señal de derrota. Durante un momento, Nikos se quedó contemplándolo. Luego, cuando vio acercarse un taxi libre, le hizo una seña y se subió, mientras devoraba su bocadillo.

Entonces, recordó las palabras que le había dicho al viejo. «Ella tiene razón».

Apretando la mandíbula, Nikos reconoció que así era. Y la bella camarera no solo había tenido razón acerca del pobre alcohólico.

Después de terminarse el bocadillo, se sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y marcó el número de su asistente personal en Londres. Cuando la secretaria respondió de inmediato, le dio instrucciones.

–Janine, necesito que envíes unas flores...

Mel se quedó inmóvil con las manos sobre el mostrador y la mirada clavada en el alto hombre que salía del local.

Estaba furiosa. Mucho. No recordaba la última vez que había estado tan enfadada.

¡Maldito arrogante!

Todavía podía sentir cómo había apretado la mandíbula desde el primer momento. La forma en que el desconocido se había dirigido a ella, sin esperar su turno siquiera, había sido irritante. La había hablado como si hubiera sido una especie de esclava.

Ella se había esforzado en atenerse a su habitual buena educación mientras había terminado el bocadillo de Joe. Pero, cuando había visto cómo el extraño había mirado a Joe, como si fuera un saco de basura, había comenzado a hervirle la sangre. Sí, era cierto que el pobre viejo olía mal... pero no se trataba de eso. Se trataba de que estaba enfermo y cualquiera con un mínimo de corazón podía apiadarse de él. Sobre todo, un hombre al que la vida, obviamente, no le había tratado tan mal como al desgraciado Joe.

Eso la había puesto de uñas. Y, a partir de ahí, la cosa no había hecho más que empeorar.

Recordó todo el intercambio de monosílabos sobre el tipo de bocadillo que el engreído tipo quería, seguido por la forma en que había pagado con un billete de cincuenta libras. Entonces, Mel había apretado los labios con satisfacción. Había sido un placer entregarle toda esa calderilla de cambio.

De inmediato, había notado cómo a él le había molestado. El problema era que... algo en su tono rabioso había cambiado cuando la había mirado.

Al pensar en ello, Mel se sonrojó de nuevo y le volvió a subir la temperatura. En ese momento, para colmo, su cuerpo había reaccionado por voluntad propia, disfrutando de la atención del desconocido. Hasta los pezones se le habían endurecido...

Maldición.

Ella no había podido controlarlo. Igual que, al revivir la manera en que él la había mirado, su cuerpo comenzaba a reaccionar otra vez.

La había mirado como si hubiera sido un pedazo de carne, se recordó a sí misma. Tal y como le había dicho a él.

Intentó concentrarse en ese pensamiento. Sin embargo, le resultó prácticamente imposible. No podía evitar revivir la maravillosa oleada de calor que la había invadido bajo el escrutinio del extraño. Se esforzó en olvidarlo y recordó cómo le había pedido que se fuera.

Cerró los ojos, suspirando con impotencia. No le quedaba más remedio que admitirlo. Por muy grosero y engreído que fuera ese hombre, también era imponente.

Mel se había fijado en él de inmediato. Había sido imposible no fijarse en su atractivo, desde el momento en que se había girado para ver quién la había hablado de una forma tan brusca y exigente. Aun así, se había concentrado en hacer el bocadillo y el té de Joe, esforzándose en no levantar la vista.

Aun así, se había quedado aturdida por la primera impresión que le había causado aquel tipo con aires de Míster Universo. Sus ojos habían ansiado volver a mirarlo cuanto antes.

Había admirado su altura, su cuerpo fuerte y bien formado, embutido en un traje que le sentaba como un guante y resaltaba sus anchos hombros y su amplio pecho bajo una impecable camisa blanca.

Pero no había sido su caro traje, ni siquiera su atractivo físico, lo que más la había impactado.

No podía sacarse de la cabeza sus ojos. Eran unos ojos oscuros como la noche y fríos como el acero, en una cara impregnada de virilidad. Mandíbula fuerte, nariz recta, mejillas de aspecto duro... y esos ojos con larguísimas pestañas eran armas letales para ella.

Eso era lo que Mel había tenido en la cabeza todo el rato durante su antipático intercambio verbal.

Entonces, como por arte de magia, él había cambiado de tema...

Al recordar cómo la había mirado, su cuerpo se volvió a inundar de calor. La reacción masculina que había tenido ante ella la había atravesado como un rayo láser.

La había recorrido con los ojos bañándola con la mirada como miel caliente, como una sedosa caricia sobre la piel. Casi había podido sentir cómo la tocaba con las manos, con los labios, excitándola...

En ese momento, Mel se había quedado indefensa. No había podido hacer otra cosa más que rogarle que se fuera. ¿Y qué había hecho él? ¡Se había reído! Se había reído de ella. Había advertido perfectamente que había roto sus defensas. Luego, se había burlado de ella.

Como respuesta, ella se había sonrojado al instante, más furiosa que nunca consigo misma por el traicionero color de sus mejillas.

¡Maldito hombre!

Echando humo de rabia, se quedó con la vista clavada en la puerta un rato más. Acto seguido, se ordenó a sí misma dejar de pensar en él y concentrarse en su trabajo.

Nunca había fregado los platos con tanta furia.

Capítulo 2

HAS enviado esas flores?

Fue la primera pregunta que Nikos hizo cuando llegó a su despacho de Londres, después de la reunión. No dudaba que su secretaria hubiera hecho lo que le había ordenado, pues era muy eficiente y estaba acostumbrada a enviar flores a numerosas mujeres que habían desfilado por su vida durante su estancia en el Reino Unido.

Aunque no solían ser damas que trabajaran en un puesto de bocadillos…

Ni mujeres antipáticas que le mostraran enemistad…

Con un aspecto tan impresionante que no podía dejar de pensar en ella...

Meneando la cabeza, intentó olvidar su imagen mientras se sentaba a su mesa. No tenía sentido seguir pensando en esa rubia. Ni especular con cómo le quedaría un atuendo adecuado a su extraordinaria belleza.

¿Podía estar todavía más hermosa?

La pregunta resonó en su mente, acompañada de una poderosa corriente de deseo.

Con el pelo suelto, un vestido envolviendo su esbelta figura, sus ojos de color zafiro, luminosos y con largas pestañas...

Nikos bloqueó esa imagen. Había sido un encuentro fugaz y nada más.

No, se dijo a sí mismo, encendiendo el ordenador. Le había enviado flores para disculparse por su grosería, a pesar de que ella lo había provocado. Nada más. Tenía mujeres de sobra entre las que elegir. No necesitaba más.

Abrió su agenda para comprobar qué tenía que hacer durante el resto de su estancia en Londres. Su padre, presidente del banco de inversiones propiedad de la familia, con base en Atenas, no era amigo de salir de su Grecia natal. Por eso, Nikos era quien se encargaba de todos los negocios que debían gestionarse en el extranjero.

Con el ceño fruncido, caviló que, al menos, allí en su despacho de Londres estaba a salvo de las continuas quejas que su padre le hacía sobre su madre. En cuanto regresara a Atenas, sin embargo, sabía que le esperaba una retahíla de protestas. Así era como su padre se desahogaba. Luego, cuando viera a su madre, lo más probable era que ella también lo usara como paño de lágrimas.

Suspirando con exasperación, trató de no pensar en sus padres, siempre en disputa. Sus peleas no terminaban nunca. Así había sido desde que Nikos tenía uso de razón. Y ya estaba harto.

Tras echar un vistazo a su agenda de nuevo, frunció el ceño todavía más, por una razón muy diferente.

Maldición.

¿Cómo se había dejado convencer para eso? El siguiente viernes por la noche, se había comprometido a asistir a una fiesta benéfica en el hotel Saint James.

El problema era que la velada incluía a Fiona Pellingham. En ese momento, no tenía ningunas ganas de encontrarse con dicha mujer.

Fiona era experta en fusiones y adquisiciones de grandes empresas. Por razones obvias, se había fijado en Nikos durante una reunión de negocios en su última visita en Londres y le había dejado claro que quería que él fuera su próxima adquisición.

Sin embargo, a pesar de que era una morena espectacular, Nikos había comprendido que se trataba de una mujer posesiva, ansiosa por tener mucho más de él que una simple aventura pasajera. Por eso, lo último que quería era ponerse a tiro.

Frunciendo el ceño, se dijo que, aunque no asistiera a esa fiesta benéfica, Fiona encontraría la manera de verlo. Lo acosaría con más invitaciones y excusas para reunirse con él. Lo que debía hacer era quitársela de encima por completo, caviló. Tenía que convencerla de que no estaba disponible en el mercado.

Para eso, necesitaba a una acompañante apropiada para el evento del viernes. Eso mantendría a Fiona alejada. Pero ¿quién podía desempeñar ese papel? Por un instante, se quedó en blanco. Luego, en un momento de inspiración, supo exactamente a quién quería llevar. Recostándose en el asiento, comenzó a darle forma a una idea.

Después de todo, sería una buena manera de comprobar lo hermosa que estaba con un vestido de fiesta, se dijo a sí mismo.

¿Por qué no?

Sus labios se curvaron en una lenta sonrisa.

Mel estaba mirando una mesa llena de sobras. No veía las sobras, sino solo el ramo de flores que había en un jarrón. Los enormes capullos eran tan grandes como sus puños apretados. Era un ramo tan exuberante que resultaba ridículo.

¿Quién diablos se creía él que era?

Aunque ella conocía la respuesta, porque su nombre aparecía al final del mensaje que incluía una tarjeta pegada al papel de celofán que envolvía el ramo.

Espero que estas flores sirvan como disculpa y te quiten el mal humor.

Estaba firmado por Nikos Parakis.

Así que era griego, pensó Mel. Su acento había sido perfecto, a juego con su porte aristocrático, pero su aspecto tenía un toque mediterráneo inconfundible y su pelo era negro como el ala de un cuervo.

Al pensarlo, Mel no pudo evitar recordar sus profundos ojos oscuros y cómo la habían recorrido con sensual admiración.

«¡Como si yo fuera digna de sus atenciones!».

Furiosa, lanzó dardos con la mirada al pobre ramo de flores. Su embriagador aroma llenaba el pequeño local, superando al habitual olor a comida que solía impregnarlo todo. Era un aroma exótico, delicioso... sensual.

Tan sensual como la mirada de Nikos Parakis.

Cuando su cuerpo comenzó a subir de temperatura otra vez, Mel apretó los dientes ante su propia estupidez. No tenía ni idea de dónde poner el ridículo y exagerado ramo. Pero tenía trabajo que hacer.

Estaba ocupándose del local sola, pues Sarrie se encontraba de vacaciones. Merecía la pena, ya que el jefe le iba a pagar un sueldo extra y ella necesitaba el dinero.