En brazos del jeque - En brazos del seductor - Una vida perfecta - Sue Swift - E-Book

En brazos del jeque - En brazos del seductor - Una vida perfecta E-Book

Sue Swift

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Beschreibung

Ómnibus Jazmín 569 En brazos del jeque Sue Swift El jeque Rayhan ibn-Malik estaba a punto de olvidar que la dulce y sensual Cami Ellison era la misma pilluela que había prometido utilizar como instrumento para su venganza. Había jurado hacerle pagar al padre de Cami por haberlo estafado. Pero no había previsto que la muchacha conquistara su corazón de aquella manera. En brazos de un seductor Renee Roszel Taggart Lancaster había accedido a hacerse pasar por su amigo por una buena razón. Pero su papel de mujeriego estaba teniendo tanto éxito, que todo el mundo creía que así era él realmente. Mary O'Mara no quería tener nada que ver con un tipo así. El problema era que no le quedaba más remedio que pasar algún tiempo con él. Una vida perfecta Susan Lute Dillon Stone andaba buscando a la esposa perfecta, pero no podría ni haberse imaginado casado con la irresistible Eleanor. Lo que necesitaba no era pasión, sino una madre para su hija. ¿Sería aquella la mujer que le daría el amor y la ilusión que tanta falta le hacía?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 569 - enero 2024

© 2003 Susan Freya Swift

En brazos del jeque

Título original: In the Sheikh’s Arms

© 2003 Renee Roszel

En brazos de un seductor

Título original: Surrender to a Playboy

© 2003 Susan Lute

Una vida perfecta

Título original: Oops...We’re Married?

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1180-612-1

Índice

 

Créditos

En brazos del jeque

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

En brazos de un seductor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Una vida perfecta

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

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Prólogo

Con rabia, Rayhan ibn-Malik aceleró su Land Rover y, lanzando nubes de polvo al abandonar el Double Eagle, su rancho texano, entró por el portón abierto de la propiedad de los Ellison.

Nada había cambiado en el C-Bar-C desde que Rayhan firmase la engañosa escritura y comprase el Double Eagle.

No había ningún signo de escándalo en las amplias praderas, ni indicación del abundante petróleo que bullía bajo la superficie del pacífico rancho; ninguna pista revelaba la riqueza que Rayhan pensó haberle comprando a Charles Ellison ni señalaba el botín que el viejo le había prometido.

El C-Bar-C parecía estar tan apacible y bien administrado como siempre. En el horizonte se veían las torres y las bombas de petróleo, con su constante balanceo. Una hilera de árboles seguía el curso del arroyo que serpenteaba entre las dos propiedades. Ordenados corrales encerraban el ganado de los Ellison.

A Rayhan se le aceleró el corazón al acercarse a la vivienda. Hacía apenas unos días se había sentado en la galería de aquella blanca casa, bebido cerveza y firmado los documentos, creyendo que Charles Ellison era su amigo.

La rabia le retorció las entrañas. Para ser justo, la culpa no era enteramente de Ellison. El hecho de que Rayhan hablase mal el inglés y tuviese un abogado incompetente seguramente habían contribuido a la debacle... en parte.

Pero solo en parte.

Rayhan dio un volantazo para esquivar el parterre de césped en medio del amplio camino de grava, lanzando una lluvia de guijarros con las ruedas del coche. Clavó los frenos y el Land Rover se detuvo de golpe.

Como si lo esperase, Ellison se hallaba en la galería. La expresión de su rostro no se podía distinguir en la sombra.

Rayhan se bajó del jeep y lo cerró dando un portazo.

–¡Me engañó! –acusó al ranchero directamente, sin motivo para censurar sus palabras.

Ellison sonrió, pero el rictus de sus labios no era de triunfo.

–La próxima vez, leerás mejor lo que firmas, niñato –le dijo en tono condescendiente–. Te ha costado poco aprender la lección. Nunca te embaucarán otra vez.

Rayhan se ruborizó. Niñato. Con veinte años, no necesitaba que nadie le recordase su inexperiencia.

–¿Otra vez? ¿Cuándo? Esta transacción sin valor me ha dejado sin un dólar.

–Compraste un magnífico rancho y un rebaño de hermosas reses Hereford por añadidura.

–¿Vacas? –exclamó Rayhan con desprecio–. Vacas, pero nada del petróleo que hay en el subsuelo.

Sin el petróleo que deseaba, Rayhan no tendría nada que enseñarle a su familia en Adnan. Ninguna forma de demostrarle a su padre, el rey, que era digno del puesto de gobierno que deseaba. Al ser uno de los hijos menores, hacía tiempo que había aceptado que nunca gobernaría, pero anhelaba el poder, la responsabilidad y el respeto que creía merecer por su cuna y su educación.

–Aunque quisiese, no podría venderte los derechos de explotación del mineral. Le pertenecen a ella –dijo el viejo Ellison y señaló con la cabeza el parterre de césped frente a la casa.

Rayhan no se había dado cuenta de que una niña jugaba con una camada de cachorrillos, arrodillada en la hierba. Tenía el cabello rubio partido en dos coletas mal hechas y el peto rosado manchado de verde. Su apariencia descuidada lo sorprendió. Una legión de niñeras se había ocupado siempre de que sus hermanas estuviesen inmaculadas. ¿Aquella granuja era de veras una rica magnate?

–¿El petróleo es de ella? –preguntó Rayhan, intentando contener su rabia y su sorpresa.

–Mi hija, Camille –dijo Ellison con evidente orgullo. Bajando los escalones del porche, pasó junto a Rayhan, que seguía de pie en el sendero de grava. Acercándose a la niña, prosiguió–: Esta tierra le perteneció a su madre, por eso se llama C-Bar-C, por los Cromwell. Mi mujer le dejó todo a Cami. Yo lo administro, por supuesto. Según los términos del testamento, puedo vender la tierra, pero no los derechos de explotación del petróleo. Cuando sea mayor de edad, todo esto le pertenecerá a ella.

Rayhan le clavó la mirada a la niña de rubio cabello. Levantando la cabeza, ella lo miró con los grandes ojos azules muy abiertos.

«Suerte que las niñas se convierten en vulnerables mujeres», pensó él, recordando la letra de una vieja canción. Sonrió. Todo sería de ella, había dicho Ellison.

«No, viejo, no. Todo será mío».

Capítulo 1

Cami Ellis, frente al espejo del cuarto de baño, cepillaba con irritación su largo cabello. Se lanzó una mirada de rabia, como si con ello pudiese eliminar el grano que le había salido en la barbilla. ¡Todavía tenía espinillas, como si tuviese trece años en vez de veinte!

Dejó caer el cepillo con estrépito, se puso protector solar en el rostro y se tapó la roncha con maquillaje. Trenzó su pelo, lo sujetó con una goma color púrpura y abrió el armario para mirar su contenido.

Una extraña inquietud la consumía. Quería que sucediese algo, lo que fuese. Sabía que su padre viudo la había consentido sin remedio, pero, después de pasarse un año fuera, en la universidad, Cami se sentía enjaulada en la rutina con él en el rancho C-Bar-C.

Desde su vuelta de San Antonio, provista de nuevos conocimientos, se había pasado todos los días ocupándose de la administración del rancho. Si hoy no salía de la casa, comenzaría a golpearse la cabeza contra la pared.

No sabía lo que quería. Quizá una buena cabalgata la librase de la tensión que le retorcía las entrañas como un muelle, lista para saltar con una ansiedad que nunca había sentido antes y de la que no sabía cómo librarse.

Se puso un sujetador deportivo y una camiseta color rosa que metió en la cintura de los vaqueros elásticos. Ajustó el cinturón con adornos de metal y, calzándose un par de gastadas botas vaqueras, agarró el viejo sombrero Stetson que colgaba de un gancho sobre el escritorio. No le apetecía sentarse a desayunar con su padre. La idea de conversar banalidades mientras tomaba café con tostadas le dio deseos de gritar. Se escabulló sin que la viesen.

Al atravesar la puerta de la cuadra, los olores y la tibieza del lugar la calmaron. Se paseó lentamente por el pasillo central, saludando a todos sus amigos, hasta que se detuvo frente a su compañera, Sugar. Sugar, una yegua baya de crines rubias, era su montura desde que se hizo demasiado mayor para ir en su poni, Funnyface. Cami le abrió la puerta y, tomándola del cabestro, la hizo salir. Ella le apoyó el largo morro en el hombro y resopló, su forma de saludarla todos los días. Riendo, Cami la llevó a ensillarla.

Unos minutos más tarde galopaban por los campos del C-Bar-C. Se veía a lo lejos una hilera de arbustos y árboles, gris verdosa y polvorienta. Cami recordó que su follaje escondía un arroyo serpenteante, límite entre el rancho de su padre y el Double Eagle, donde criaba caballos Ray Malik. Se decía en McMahon, el pueblo, que los caballos árabes de Malik, apreciados como yeguas y sementales, habían ganado numerosos premios, incluyendo una medalla olímpica.

Aunque eran vecinos desde hacía diez años, a Cami nunca le habían presentado a Ray. Su padre, amigo de casi todo el mundo, siempre había guardado las distancias con Ray Malik. Nunca le había comentado los motivos a Cami, y ella, que respetaba los sentimientos de su padre, tampoco se lo había preguntado.

Yegua y jinete penetraron la sombra moteada de los algodoneros que bordeaban el arroyo. Cami le dio rienda suelta a Sugar, que se acercó a una poza y bebió. Desmontando, Cami se apoyó contra un árbol para estirar las piernas Aunque era una experta jinete, llevaba sin montar desde su última visita a casa y estaba tensa.

A través de las ramas, divisó algo blanco que se movía con la brisa. Alargó el cuello para ver mejor, acariciando inconscientemente las crines de Sugar.

Un jinete en un gran caballo tordo penetró el bosquecillo junto al arroyo. Al ver el gutra blanco con el que el hombre se cubría la cabeza, Cami se preguntó quién llevaría un atuendo tan estrafalario. Mientras una parte de ella pensaba con cinismo que él parecía escapado de una película de Rodolfo Valentino, su espíritu romántico se despertó al ver el blanco tocado árabe ondeando en la brisa. Permanecieron escondidas tras un grupo de arbustos.

Él había detenido al hermoso tordo entre los algodoneros, permitiéndole que se refrescase. Desmontó y, quitándose el gran pañuelo y la camisa blanca, se quedó en botas y pantalones de montar color beige. Su cuerpo, lustroso por el sudor, brillaba a la dorada luz de la mañana.

Cami sintió que el aliento se le atragantaba. Se quitó el Stetson y se abanicó con él. No era la primera vez que veía el torso desnudo de un hombre, por supuesto, pero ninguno de sus compañeros de clase le había resultado tan... hermoso.

Seguramente aquel hombre era Ray Malik, su misterioso vecino. Los años de duro trabajo criando y adiestrando purasangres se notaban en sus amplios hombros y firmes pectorales. El árabe se hincó junto al arroyo, salpicándose con el agua fresca. Cuando sacudió la cabeza, su cabello semilargo disparó gotas que relucieron en arcos diamantinos.

¿Cómo sería tocarlo?, se preguntó Cami. Nunca había acariciado el torso desnudo de un hombre. Se imaginó recorriendo aquellos músculos con las yemas de los dedos, dándole la vuelta a aquellos oscuros pezones. Su mano se tensó involuntariamente en las crines de Sugar. La yegua se movió, delatándola al dar un resoplido.

El hombre se enderezó de golpe. Su mirada se clavó en la de ella con la actitud de un jeque que elige a una esclava para pasar con ella la noche. Luego le sonrió, indicándole a Cami con un gesto que cruzase el arroyo y se acercase.

Ella titubeó, consciente de la actitud distante que su padre mantenía con Ray. Sin embargo, Charles Ellison nunca le había dicho que se apartase de él, ni prohibido que pisase el Double Eagle. Y ella siempre había sentido curiosidad por conocer a Ray Malik. Lo había visto en alguna ocasión en McMahon o en el rancho, montando alguno de sus magníficos purasangres. Había oído rumores de lo más fascinantes con respecto a él. Los más disparatados decían que era un príncipe árabe exiliado por cuestiones políticas. Otros, que había sido un espía, retirado a aquel tranquilo rincón de Texas. Algunos chismorreaban sobre sus conquistas, aunque ninguna de las mujeres exóticas que supuestamente se llevaba a la cama había aparecido por McMahon.

Bien, ella había deseado que algo sucediese... y allí lo tenía. Recordó un viejo proverbio: «Ten cuidado con lo que deseas... puede que lo consigas».

Agarró las riendas de Sugar y volvió a montarla. Chasqueando la lengua, la guió hacia un estrecho vado y la hizo cruzar.

Se ruborizó, pero no supo cómo esconder su vergüenza. Aquel atractivo hombre la había pillado espiándolo. Un hombre mayor que ella, que irradiaba sensualidad y experiencia. Se sintió joven e inexperta a su lado. Sin embargo, deseaba suscitar su interés, demostrar que podía atraer a hombres más maduros que los chicos con los que había salido en el instituto y la universidad.

Sabía que estaba jugando con fuego. Se daba cuenta de que un hombre tan guapo como Ray Malik probablemente pretendiese algo más que una conversación agradable con una mujer que flirteaba con él. Se dijo que no le prometería nada que no estuviese dispuesta a darle.

Aunque deseaba su atención, no sabía cómo conseguirla, y fijó la mirada en el espacio entre las orejas de Sugar, el agua brillante que despedían los cascos de la yegua... en cualquier lado con tal de evitar la mirada oscura y penetrante de Ray.

Sugar llegó a la orilla del arroyo y subió a ella. Cami detuvo su montura junto a la de Ray y lo miró. Los profundos y castaños ojos de él brillaban de travieso humor. Ella se hallaba lo bastante cerca como para oler el perfume masculino, una loción de afeitar que sugería misteriosos zocos y exóticos puertos.

Ninguno de los cuales conocía, muy a su pesar, pensó Cami. Era un total cero a la izquierda. ¿Cómo podía interesarle a un hombre como Ray Malik? Carraspeó.

–Hola –dijo como una pazguata–. Soy Cami, y esta es Sugar.

Él sonrió. Sus dientes, parejos y blancos, contrastaron con sus oscuras mejillas. Tenía la piel color miel y una boca hermosa, con labios ni demasiado gruesos ni demasiado finos y delicadamente perfilados. Cami sintió una sensación extraña en el estómago.

–Sé quién eres, Camille Cromwell Ellison. Y conozco a tu Sugar. Es una hermosa yegua. Tiene muy buen linaje –acarició el cuello del animal, que respondió con un amistoso resoplido.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Cami con sorpresa.

–Lo sé todo sobre ti.

–¿Por qué? ¿Cómo? –volvió a preguntar ella, que casi se cayó del caballo–. Nadie puede saberlo todo sobre una persona.

–Llevo muchos años observándote.

Cami debería haberse ofendido cuando él reconoció haberla espiado, pero ¿acaso no hizo lo mismo ella cuando lo vio refrescándose con el torso desnudo?

–¿Por qué?

–Me cuesta trabajo no interesarme en una hermosa joven, especialmente si monta casi tan bien como lo hago yo.

Cami lanzó una exclamación ahogada. La sonrisa masculina se le reflejaba en los ojos, divertidos. Hubiese jurado que él se estaba burlando de ella, pero ¿por qué?

–No lo digo por insultarte. Te estoy tomando el pelo.

¿Qué era lo que pretendía aquel hombre?

Él se dirigió a la pila de ropa blanca que había dejado en la orilla, donde se la había quitado. Se puso la camisa y no se la abrochó, dejando el pecho al descubierto, y luego se acomodó el gutra. Los músculos se le marcaron bajo la piel ámbar y satinada.

–¿Por qué te pones eso en la cabeza? –le preguntó Cami, y se apartó la camiseta del cuerpo para refrescarse.

Él se encogió de hombros.

–A veces, echo en falta mi país, así que me visto con el atuendo de mi gente. Es muy cómodo. Si te envuelves bien en él, el gutra te protege del polvo. ¿Has llevado alguno alguna vez?

–No –no.

Él agarró las riendas de su caballo y montó con un ágil y elegante movimiento.

Cami tuvo que reconocer que ella nunca había sido capaz de hacerlo así de bien.

–Bonito tordo. ¿Es uno de tus caballos árabes?

–No te he dicho quién soy –dijo él, con una sonrisa maliciosa.

–Tú no eres el único que conoce los alrededores. Eres Ray Malik, crías purasangres en el Double Eagle.

–Ah, así que lo sabes todo sobre mí –dijo Ray, esperando que no fuese así. Si su padre la había envenenado con historias de la rabia de Ray por el engaño del petróleo, nunca podría concretar su venganza, largamente planeada.

Según pasaban los años, Rayhan había tenido cuidado de evitar a Charles Ellison. No quería que Ellison tuviese ningún motivo para hablar de su vecino con su hija. Desde su desastrosa compra, Rayhan no había hecho nada más llamativo que criar caballos y viajar.

Intentando cambiar el curso de la conversación, recordó un cumplido que siempre funcionaba bien con las mujeres.

–Montas muy bien tu yegua. ¿Has competido alguna vez?

Al verla ruborizarse y agachar la cabeza, Ray se preguntó qué pasaba con los hombres americanos. Aquella hermosa joven se comportaba como si nadie la hubiese halagado nunca. Imposible. Ridículo. Sin embargo, a Rayhan le gustó su modestia. La camiseta y los vaqueros de ella revelaban un sinuoso cuerpo femenino. Seguía teniendo el cabello rubio, una melena que brillaba como un halo a la luz de la mañana y que llevaba sujeta en una larga trenza que le pendía sobre un pecho, rozándolo. Envidiaba aquella trenza. Sonrió. La granujilla se había convertido en una princesa. La venganza sería verdaderamente dulce.

–Sí –respondió ella–. Sugar y yo competíamos antes de que me fuese a la universidad en San Antonio. No tengo tiempo de montar cuando estoy en la universidad.

–San Antonio es una bonita ciudad. ¿Qué estudias?

Cami abrió los ojos y sus manos se tensaron en las riendas, sacudiéndolas. Por algún motivo que Rayhan no pudo identificar, la pregunta pareció asombrarla. La yegua giró la cabeza y la miró.

–Ten cuidado –le dijo él–. Montas bien, pero a ella no le gustan los movimientos bruscos.

–Ya lo sé. Lo que pasa es que me sorprendiste con tu pregunta sobre mis estudios.

–Como te he dicho, no es raro que un hombre se interese por una joven hermosa, particularmente si ella es su vecina.

–Antes no demostraste ningún interés.

–Eras demasiado joven. A vosotros, los americanos, no os parece bien que un hombre sea amigo de una niña.

–Supongo que tienes razón –rio ella–. Pues, en respuesta a tu pregunta, estudio Administración de Empresas, con especialidad en petróleo.

–Entonces, ¿sabes lo que quieres hacer?

–Oh, quiero quedarme aquí –dijo Cami con decisión–. El C-Bar-C es mi hogar. Yo llevaré las riendas del negocio familiar. Hace años que ayudo a mi padre.

–¿Y si te casaras? –le preguntó él, manteniendo la voz neutra.

–¿Qué? Lo único que puedo decir es que será mejor que a mi esposo le guste Texas.

Rayhan decidió que le gustaría Texas el tiempo suficiente como para conseguir a quien quería. Sonrió.

–Entonces, es una suerte que me guste Texas.

El rostro de Cami reflejó confusión antes de que ella lograse esbozar una sonrisa nerviosa. Rayhan decidió que sería mejor no ir tan rápido.

–¿Cómo haces para saltar a la montura de esa forma? Sugar no me deja –le preguntó ella, cambiando de tema e indicándole que quería ir más despacio.

De acuerdo, lo haría. Si podía.

–Es fácil, pero tu caballo tiene que estar preparado para el peso repentino. Prueba montar a Kalil –dijo él, bajándose de la montura.

–¡Vaya!, gracias –exclamó Cami, desmontando. Se acercó a Kalil y le acarició el morro–. Es precioso. ¿Lo las criado tú?

Se había acercado y estaba a centímetros de Rayhan, que inhaló su delicada fragancia, natural, que le recordó el viento y el cielo, el color de sus ojos. Acostarse con ella no sería ninguna tarea desagradable. Con esfuerzo, Rayhan se recordó que su objetivo era la venganza, no el placer. Volvió a la conversación, arrancándose de sus pensamientos. ¿De qué estaban hablando? Ah, sí, Kalil.

–Sí, es uno de mis purasangres. Me di cuenta pronto de que no sería adecuado para semental, así que lo castré y se ha convertido en mi montura favorita.

–Pobre Kalil.

–Tú sabrás que los sementales son muy malas monturas –rio él–. Son demasiado salvajes e inquietos. No te gustaría, por ejemplo, montar a Karim, mi semental. Te desmontaría en cuestión de segundos.

–Karim y Kalil. ¿Qué significan esos dos nombres?

–Karim significa «noble» y Kalil es «amigo íntimo».

–Qué bonito –dijo Cami, fascinada. La realidad de Ray Malik era mejor que lo que indicaban los rumores sobre él. Era guapo, agradable y le había dicho directamente que estaba interesado en ella, sin rodeos. Le gustó eso, lo prefería a los juegos, y odiaba el engaño.

–Intenta saltar a la montura. El truco está en utilizar la fuerza de los muslos.

Cami miró al caballo. Estaba segura de que Kalil se comportaría bien, pero era un animal alto, más de dos metros hasta la cruz. Aunque ella no era baja, no estaba segura de poder saltar a la montura con la gracia de Ray. Ahora que él había manifestado su interés por ella, no quería arruinarlo todo cayéndose sobre el trasero en el lodo del arroyo.

–Quizá en otro momento.

–¿Eres miedica?

Cami lanzó una risilla. La frase infantil parecía incongruente proviniendo de los labios de Ray.

–¡Claro que no!

–¡Claro que sí! –dijo él, apoyándose contra Kalil y mirándola con los ojos entrecerrados.

Ojos de dormitorio. Eso era lo que Ray tenía: ojos de dormitorio. Cami nunca había comprendido del todo aquella expresión hasta aquel momento, cuando la ardiente mirada masculina se cruzó con la de ella. Apartó la suya con esfuerzo e intentó no perder la compostura.

–Eres... eres ridículo... ¿cómo te atreves? Puedo hacer todo lo que haces tú y mejor.

–Bien, entonces, ¿por qué no probamos algo menos difícil, pero quizá más emocionante?

Ella se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Él estaba lo bastante cerca para tocarlo, con su amplia camisa abierta, mostrando el musculoso torso. Era la virilidad personificada. Demasiado cerca, demasiado rápido. «Cami, no prometas lo que no puedes dar». Retrocedió un paso, inspirando aire, nerviosa. Craso error. El aroma masculino la hizo acercarse. Luchó contra las feromonas de él y contra sus propios instintos.

Cuando Ray sonrió, cautivándola y le pasó un dedo largo y elegante por la línea del mentón, a Cami le cosquilleó la piel. Cerrando los ojos, inhaló, sintiendo un exquisito placer al percibir la exótica esencia masculina y la reacción de su propio cuerpo ante ella. Ray había logrado convertirla en una temblorosa masa de sensaciones con solo un roce. ¿Cómo lo habría hecho? Antes la habían tocado, pero ningún hombre había logrado excitarla de aquella manera. Con un ligero roce del dedo, Ray había logrado que las apagadas brasas de su feminidad se convirtiesen en un incendio. Los pezones presionaron contra el sujetador y no necesitó bajar la mirada para ver lo que había sucedido. Ardiente de deseo como estaba, se moriría de vergüenza si Ray se diese cuenta. Por un lado deseaba marcharse, pero no podía renunciar al desafío que Ray le había hecho. Lo miró.

Los ojos de Ray se dirigieron a la boca femenina, deteniéndose allí.

–¿Has besado alguna vez a un hombre sobre una montura? –le preguntó él.

Capítulo 2

Desde luego que sí.

Rayhan sintió que la rabia lo invadía. Lo enfadaba que otro hombre hubiese tocado a su princesa texana. Ella le pertenecía. Se controló, recordándose que ella era americana y que muchas jóvenes eran promiscuas en sus relaciones. Probablemente ella había realizado el acto sexual sobre la montura, pensó asqueado. Se le hizo un nudo en la tripa. ¿Sería capaz de casarse con una mujer así, por más que lo hiciese para apoderarse de la fortuna que se merecía? Su honor se hallaba en juego. La venganza le propiciaría un gran placer, pero atarse a un producto de segunda mano le causaba repulsión. Miró a Cami.

–Cuando era pequeña, mi padre me sentaba frente a él y cabalgábamos todas las mañanas –dijo ella con expresión soñadora.

Ray se tranquilizó. Ella había recibido el cariño de su padre sobre la montura, no se había acostado con un equipo de fútbol de la universidad.

–Se me había ocurrido algo más... estimulante. Monta a Sugar, que te lo demostraré –y montándose en Kalil, hizo que este se colocase junto a la yegua.

Cara a cara con Cami, que se encontraba nuevamente sobre Sugar, Rayhan vio una expresión de femenino interés en los ojos de ella. Tomando aire, soltó las riendas de Kalil. El caballo se mantuvo inmóvil como una roca. Ray sabía que se arriesgaba a espantar a su presa. Aunque sabía que no debería presionarla, no pudo resistirse a la abierta curiosidad de la mirada de ella.

–Cami –le dijo, acariciándole la mejilla, suave y tierna como los pétalos de una rosa del desierto.

Los labios de ella se entreabrieron y él sintió que ella estaba dispuesta y anhelante. Inclinándose, le rozó los labios con los suyos. Estaban húmedos y dulces. Y ella le devolvió la caricia con inconfundible inocencia. ¿Era posible que hubiese permanecido incólume? El corazón se le aceleró al pensar en ello. Deseaba más y lo tomó.

Cami sintió que el mundo le daba vueltas. Alargó las manos y se agarró a la pechera abierta de la camisa de Ray, buscando el equilibrio. Pero en lo más profundo de su corazón supo que él no le ofrecería equilibrio, sino, por el contrario, una vida con todas las complicaciones de la emoción. Ella había crecido rodeada del afecto de su padre, pero lo que anhelaba ahora era otro tipo de amor: el torbellino de la pasión de un hombre poderoso y sexy. Para conseguir a Ray, sería capaz de cruzar Texas descalza. Tiró de la camisa para acercarse más cuando él profundizó el beso.

Ray le rozó la barbilla con el pulgar, urgiéndola a que abriese la boca, y luego la penetró con la lengua.

Después del sobresalto inicial, el fuego que ella llevaba dentro se acrecentó. Sabía que lo que hacía estaba mal, que era una locura, que Ray no era el hombre adecuado para ella. Le exigiría más de lo que ella, una virgen, estaba dispuesta a darle a un hombre antes de que este le pusiese una alianza en el dedo. Y, sin embargo, un beso de Ray había hecho que ella se cuestionase hasta sus más profundas creencias.

Los labios masculinos se curvaban sensualmente alrededor de los de ella, y la lengua de él bailó dentro de su boca. Aunque la habían besado antes, Cami nunca había sentido aquello. Nunca le había gustado que los chicos la baboseasen. Pero Ray... Ray era diferente. No era vacilante ni baboso.

Detenerse era imposible ya. Y continuar... continuar estaba mal, mal, mal. Si no paraban, permitiría que Ray la arrastrase en una alfombra mágica de pasión y se entregaría a él en la ribera del río.

Sugar hizo una cabriola hacia atrás, resoplando. Cami se dio cuenta de que le había comunicado su indecisión a la sensible e inteligente yegua.

–Azhi –exclamó Ray, parpadeando.

–Si con ello quieres decir : «¡Cielos!» en árabe, estoy de acuerdo contigo. Eso sí que ha sido un beso.

Él asintió lentamente con la cabeza, y la expresión de sus ojos sensuales fue la de un predador decidido. Volvió a alargar la mano para agarrarla.

Era ahora o nunca. Cami se humedeció los labios y se separó de él, apartándose de la tentación que le ofrecía.

–Yo, ejem, creo que tengo que decirte que yo no hago... eso.

–¿Qué, besar a un hombre? –preguntó él, soltándola. No parecía sorprendido; en realidad, parecía que sabía por la inquietud de Cami que ella no era muy experimentada.

La vergüenza hizo que todo su cuerpo se encendiese de calor.

–Ya sabes... eso.

–¿Eso? –le preguntó, aparentemente intrigado.

«¡Dios Santo!», pensó ella. «¿Se lo tengo que decir todo, con pelos y señales?». Luego, recordando las diferencias entre sus culturas y sus lenguajes, llegó a la conclusión de que probablemente sí. Tragó e hizo un esfuerzo para ser totalmente clara y honesta.

–No me acuesto con hombres así como así.

–Es un alivio –dijo él tras un a pausa, de forma tan clara y honesta como ella–. Ese beso sería menos especial si lo hicieses. ¿Qué edad tienes, Cami, veinte? Recuerdo lo que sentía al tener tu edad.

–Hablas como si fueses un viejo. Tengo diecinueve.

–Yo tenía veinte cuando vine a Texas hace una década –dijo él, con un rictus amargo, como si lo molestase recordarlo.

–¡Vaya! Entonces, ¿tienes treinta? ¡A papá le dará un patatús!

–Tienes razón –dijo Ray, que pareció volver a elegir sus palabras con cuidado–. Quizá tu padre no me apruebe.

–¿Por qué no?

–Soy mucho mayor que tú. A decir verdad, no debería estar contigo en absoluto –dijo, haciendo girar al caballo como si fuese a marcharse.

–¡Espera! –dijo Cami, interceptándole el camino con la yegua–. Mira, yo soy una adulta. Mi padre sabe que yo me veré con quien quiera.

–Lo que pareces es una hija muy desobediente. Eso no está bien. No querría causar una ruptura en tu familia –dijo él, arrugando la nariz en un cómico gesto de desaprobación.

–Mira, no voy a hacer nada malo –dijo ella, sonriendo–. Ya te lo he dicho, yo no... ya sabes.

–¿Tú tomaste esa decisión a pesar de que otras chicas, ejem, lo hacen?

–Cuando estaba en el instituto, mi padre me vigilaba bastante y me hizo prometerle que no lo haría hasta que cumpliese los dieciocho. Me dijo que cuando me fuera a la universidad sería una adulta y podría tomar mis propias decisiones. Y cuando llegué a la universidad y vi todas aquellas chicas acostándose con unos y con otros, me di cuenta de que no eran felices. Algunas se quedaron embarazadas y tuvieron que abortar. Otras pescaron enfermedades venéreas. Y otras dejaron la universidad porque estaban tan ocupadas con sus novios que no iban nunca a clase.

–Entonces, ¿tú decidiste no...? ¿Cómo puedo decirlo? ¿No seguir su ejemplo?

–Exacto –dijo ella, asintiendo con la cabeza.

–Creo que eres una mujer muy inteligente, Cami Ellison –dijo Ray, que no podía estar más satisfecho. Seguro de que la seduciría, ahora sabía que ella sería un límpido vehículo para su placer.

La miró nuevamente, observando los detalles que se había perdido antes. Un decidido y pequeño mentón, una boca firme. Ambos indicaban una fuerte voluntad. Aquella mujer no sería fácil, pero valdría la pena invertir todo el esfuerzo que le llevaría ganarla. Ray llevaba suficiente tiempo en Norteamérica como para que le comenzasen a gustar otro tipo de chicas, no solo las pequeñas y morenas, como las de Adnan. Era una princesa texana, alta, fuerte, inteligente e intacta. Era perfecta.

Sorprendido, Rayhan se dio cuenta de que no se le había ocurrido antes que pudiese llegar a desear a la hija de Ellison. Pero eso no importaba. La tendría como fuese. La había testado insinuando que su padre podría no aprobar su relación; ella había reaccionado con una demostración de independencia. Cami estaba dispuesta a enfrentarse al desagrado de su padre. Estaba lista.

–¿Cuándo te volveré a ver? –le preguntó, con la voz extrañamente ronca. Carraspeó.

–Me estás viendo ahora –dijo ella, pestañeando.

–¡Qué pena no poder entretenerme contigo todo el día! –miró el reloj–. Tengo que administrar un rancho. Pero esta noche... esta noche es otra cuestión. ¿Te gusta bailar?

–Claro.

–¿Conoces el Dancin’Nancy’s, en McMahon? Vamos esta noche, a eso de las nueve.

Cami sonrió, entusiasmada, prácticamente bailando en la montura. Sus movimientos sobresaltaron a Sugar, que volvió a lanzarle una mirada.

¡La había invitado a salir! ¡Tenía una cita! Haciendo un esfuerzo, Cami volvió a la realidad, recordando su espinilla y su guardarropa. En unos días, el granito habría desaparecido y además, tendría oportunidad de ir de compras.

–¿Qué te parece, ejem, el sábado?

–Preferiría verte antes, pero el sábado también está bien –esbozó una sonrisa maravillosa y se despidió–. Hasta el sábado a las nueve, entonces.

Afortunadamente para Cami, su salón de belleza en San Antonio le compuso el rostro. Ataviada con un nuevo vestido de algodón con escote fruncido, el bajo de volantes y un cinturón ajustándole la cintura, se sentó ante la barra del Dancin’ Nancy’s el sábado por la noche. Ray había dicho a las nueve, pero Cami, nerviosa e impaciente, llegó antes. Se tomaría una gaseosa y bailaría una o dos piezas para calmarse antes de que él apareciese.

Marcó el ritmo con sus botas de vestir favoritas de piel de vaca con manchas blancas y negras. La barra, como una gran rosquilla, ocupaba el centro del local. A un lado había unas mesas de pool iluminadas por lámparas Tiffany. Vaqueros y obreros de los campos de petróleo jugaban y tonteaban a su alrededor.

Una banda de música country tocaba en un escenario en el lado opuesto del recinto. Una pista de baile, donde Nancy daba clases, ocupaba la zona entre el escenario y el bar. Las luces se reflejaban en una bola de espejos que giraba en la pista, a la que rodeaban mesas y bancos.

Cami iba al Dancin’ Nancy’s desde que era adolescente. Ahora, sentada ante la barra, oía el ruido de la conversación mientras pensaba en Ray Malik. Tuvo que reconocer que no había pensado en nada más durante días. Deseaba que él la tocase, ansiaba sus besos a todas horas del día. Y, cuando dormía, soñaba con amarlo. Contemplado las burbujas que subían en su gaseosa, se dio cuenta de que sabía poco o nada de aquel misterioso hombre.

No era americano, tenía treinta años, criaba caballos magníficos. Y punto.

Era la persona más fascinante que había conocido en su vida y quería saber más de él. De repente, como si fuese el eco de sus pensamientos, oyó que lo nombraban. Sorprendida, levantó la mirada de su vaso.

A poca distancia de ella, del otro lado de la barra, dos mujeres hablaban de Ray, sus voces apenas audibles por encima de la música. Cami titubeó. Luego, agarrando su vaso, se cambió a dos asientos más cerca. Quedaba de espaldas a la puerta y no podía ver quién entraba, pero las oía perfectamente.

–... la puso en un avión en Houston y no se supo más de ella –dijo una de ellas, una pelirroja con un top de lentejuelas.

–¿A una supermodelo? –preguntó su compañera, abriendo mucho los verdes ojos–. ¿Así como así? –chasqueó los dedos.

Cami se quedó de piedra. ¡Caramba, aquel hombre tiraba a las mujeres a la basura como si fuesen botes de gaseosa vacíos! Estiró el cuello para oír más, pero, al percatarse de ello, una de las cotillas le dio la espalda, bajando la voz. No le importó. Ya había oído lo suficiente». ¡No prometas lo que no vas a dar!», repitió para sí. De repente, la puerta tras ella se abrió y sintió una corriente de aire.

Ray había llegado.

Cami giró la cabeza cuando él se deslizó en el asiento a su lado. El corazón femenino le latía en el pecho como el batir de las alas de un pájaro. Del otro lado de la barra, las cotillas se callaron. Cami no pudo resistir lanzarles una sonrisita de triunfo antes de concentrarse totalmente en Ray.

Aunque llevaba vaqueros y una camisa de percal como la mayoría de los hombres del bar, Ray llamaba la atención. Por encima del cuello de su camisa inmaculada y sin una arruga, se le ensortijaba el pelo húmedo, recién lavado. Cami sintió su exótico perfume cuando él se inclinó hacia ella para hablarle.

–Hola, Cami –le susurró él al oído y, agarrándole un rizo de pelo, jugueteó con él–. Me gusta que lleves el cabello suelto. Parece tan... alborotado y libre.

A Cami se le secó la boca. Tragó, esperando que él hubiese captado su mensaje cuando hablaron la última vez. Le hacía sentir deseos de ser libre, libre y desenfrenada, aunque a su propio ritmo. ¿Era eso coherente? Probablemente no, pero le daba igual.

Ray apoyó sus antebrazos en la barra, mostrando sus muñecas. En una de ellas llevaba un reloj de oro de aspecto caro.

Eso era bueno, pensó Cami. Significaba que él tenía dinero y no iba tras el C-Bar-C. Cuando cumplió catorce años, su padre comenzó a advertirle sobre los chicos que intentarían conquistarla por su rancho. Al ver las fuertes manos de Ray, recordó la sensación de aquellos largos dedos contra su rostro cuando se besaron, y el corazón se le aceleró. Aquel había sido el momento más excitante de su vida. Hizo una profunda inspiración. Tenía que controlarse.

–Hola, Ray –le dijo, en un esfuerzo por parecer despreocupada–. ¿Cómo estás?

–Bien, ahora que estoy contigo –dijo Ray y pareció no darse cuenta de que a ella se le aceleraba el pulso–. ¿Qué tomas?

–Ginger ale.

–¿Qué va a tomar? –preguntó el barman, acercándose.

–Lo mismo que mi amiga. Y, por favor, tráigale otra, que casi ha terminado –dijo Ray, y le sonrió a Cami.

Ella se sintió increíblemente tensa y anhelante. Tenía la piel húmeda de excitación. Se levantó el cabello de la nuca para refrescarse, preguntándose si aquello sería amor. Esperaba que no. No sabía cuánto más podría soportarlo. Sentía que explotaba.

Al sentir la cálida mano de Ray deslizarse por su rodilla, bajo el vestido, que se le había subido hasta medio muslo, y apretarle la carne desnuda, Cami no pudo contener un estremecimiento de deseo. Levantó el vaso y tomó un sorbo de la helada bebida, esperando que las burbujas no la hiciesen eructar. «¡Por favor, Dios, por favor, permite que la noche acabe sin que yo haga ninguna tontería!».

Recordó un consejo que había oído más de una vez: «A los hombres les encanta hablar de sí mismos». Lo único que necesitaban era un poquito de aliento.

–Pues... Ray, dime algo sobre ti. Corren rumores extraños sobre tu persona.

–¿Rumores? ¿De qué estilo? –dijo él, soltándole el muslo.

Ella titubeó. Probablemente parecería tonta.

–¿Eres un príncipe? Esa parece que es la teoría más popular al respecto.

–Sí, soy lo que se podría llamar un jeque.

A Cami casi se le cayó la bebida. ¡Vaya! ¡Un jeque árabe de carne y hueso en Texas! Hizo un esfuerzo por recobrar la compostura.

–¿Y cómo te llamas en tu idioma? –le preguntó.

–Rayhan –dijo él, sonriente.

A ella le gustó aquello. Él no era jactancioso.

–Rayhan –repitió–. ¿Tiene algún significado?

–Sí. Significa «favorecido por Dios» –dijo él, y su sonrisa se convirtió en una mueca irónica y luego en un triste rictus.

–¿Qué te sucede?

Ray se pasó las húmedas palmas de las manos por los vaqueros, incómodo. Les sirvieron las bebidas y las pagó antes de responder.

–Soy el séptimo hijo y el cuarto varón de mi padre, que era el rey de Adnan.

–¿No es eso en África del norte, cerca de Marruecos?

–Muy bien. La mayoría de los americanos no han oído nunca hablar de Adnan, y mucho menos de dónde se encuentra.

Cami, curiosa, quiso averiguar el motivo de la evidente inquietud de Ray.

–¿Y a tu padre no le parecía que el cuarto hijo fuese importante?

–No, en absoluto. Mi hermano mayor es el rey ahora. El segundo es el gran visir. Se pasó la vida preparándose para ese puesto. El tercero es el jefe de las Fuerzas Armadas. Mis hermanas se casaron por conveniencias políticas.

–¿Y el cuarto hijo varón? –le preguntó ella.

–Siempre he creído que mi mayor utilidad es como recambio, listo para tomar el puesto de mis hermanos mayores en caso de que alguno de ellos sufriese daño o muriese –dio él, encogiéndose de hombros como si le diese igual el rechazo de su familia.

–Qué injusto –dijo Cami, consciente de que su padre la había malcriado. No pudo imaginar lo que Ray sentiría al darse cuenta de que era de recambio, en vez de irreemplazable.

–La vida es injusta muchas veces –dijo él.

La dureza de su voz la sobresaltó, pues todavía no le había visto el lado oscuro. Luego, él se encogió de hombros y ella se preguntó si se habría imaginado su enfado.

–Así es que me vine... – prosiguió él– ¿cómo se dice?, a hacer la América. No había nada para mí en Adnan. El rey ni siquiera consideró al inútil de su cuarto hijo para un puesto de poca importancia.

–Comprendo –dijo Cami, deseando consolarlo–. Mi padre tiene una foto mía de hace diez años junto a su cama. ¡Qué difícil convencer a mi padre de que soy una adulta cuando todavía me ve como una niña de nueve años!

–Una observación muy acertada –dijo Ray, arqueando las cejas–. Sí. Nuestros padres tienden a vernos como éramos, no como somos. Así es que me vine a Norteamérica enfadado con mi padre, decidido a demostrarme a mí mismo y a ellos que podía tener éxito aquí.

–Y te dedicaste a criar caballos de fama mundial que han ganado montones de premios –dijo Cami–. Lo has logrado, ¿no?

–Sí, supongo que sí –dijo él con ironía–. ¿Hablas idiomas, Cami?

–Solo inglés y español.

–Muy útiles. Ojalá mi inglés hubiese sido mejor cuando llegué aquí –dijo él.

Cami lo miró. No había aprendido a interpretar sus cambios de humor, pero le pareció que él estaba molesto por aquella conversación. Comprendía su disgusto por la actitud de su padre, pero ¿por no saber idiomas?

–¿Has hecho fortuna? ¿Estás feliz con tu vida aquí? –le preguntó, esperando que él le dijese que sí, que no escondía el anhelo de volver a su patria. Quería descubrir lo que sucedería entre ella y Ray.

–Me ha ido bien, pero creo que recientemente he descubierto el tesoro más grande de todos –dijo él y le volvió a acariciar el muslo, causándole un estremecimiento de placer con su contacto–. ¿Quieres bailar? –le preguntó, poniéndose de pie y acomodándose los vaqueros.

–Sí, seguro que sí –dijo ella. Tomó un sorbo de su bebida y se puso de pie.

La banda comenzaba a tocar un tema y la gente se puso en hileras, preparándose para bailar. A Cami le causó gran placer descubrir que Ray era tan buen bailarín como jinete, y se divirtió con el siguiendo los pasos, que incluían golpes con el trasero. Cami se excitó al sentir el contacto del trasero de él contra el suyo.

La banda comenzó una pieza lenta y Ray la tomó en sus brazos, acariciándole la espalda desnuda por encima del volante del escote. Cami sintió que ardía y que su mundo se reducía hasta contenerlos solamente a ellos dos, las luces que se reflejaban en la bola de espejo que giraba lentamente y la música.

–Eres deliciosa –le susurró él, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

–¿Siempre devoras a tus parejas en la pista de baile? –rio ella.

–Solo a aquellas que saben tan dulces como un dátil –respondió él, y deslizándole una mano por la cadera, la acercó más a sí.

Su cuerpo se apretó, caliente y duro, a través de la ropa que los separaba. Ella se quedó sin aliento ante su atrevimiento. El mundo le daba vueltas.

–Enseguida vuelvo –dijo él. Aflojando el abrazo y tomándole las manos, indicó con la cabeza la parte de atrás del local, donde se encontraban los servicios–. ¿Nos vemos en el bar en... digamos que cinco minutos? –le besó las muñecas.

–De acuerdo –murmuró ella. Volvió al bar y pidió otra gaseosa para refrescarse. El ejercicio de bailar le había dado calor, pero sabía que Ray era el causante del sensual ardor que la invadía.

Había sentido la dureza del cuerpo masculino. Aunque no era experimentada, sentía y comprendía su necesidad y que él se había apartado antes de perder el control. Si seguían donde habían comenzado, había solo un sitio donde acabarían: en la cama. ¿Cómo tendría que reaccionar? Cami se mordió el labio, reconociendo que, en el pasado, preservar su virginidad no le había resultado difícil, dado que nunca había conocido a nadie que la tentase a perderla... hasta Ray.

Le dieron un tironcito de pelo, haciendo que girase el taburete. Eran Jenelle Watson y su marido, Jordy, sonrientes.

–¡Hola, Cami! –dijo Jordy, dándole un abrazo que la levantó del asiento.

Cami se soltó, molesta.

–Hola, Jordy. Jenelle –dijo. Abrazó a su amiga y luego la contempló. Aunque se había casado con su novio del instituto al acabar la escuela, Jenelle no parecía feliz. A pesar de su embarazo, sus ojos tenían una expresión triste que Cami no había visto nunca en ellos. ¿Por qué no sería feliz?–. Vamos a sentarnos a una mesa –les dijo y, tomando su gaseosa, se dirigió a un sitio más tranquilo, lejos de las conversaciones.

Jordy ya había pedido una cerveza. Se acercó con un vaso lleno en la mano.

–¿Jenelle? –dijo, alargándoselo a su mujer.

–Sabes que el bebé y yo no podemos tomar eso –dijo ella con una mueca.

–¿Cómo te han dado una cerveza? –le preguntó Cami–. Eres menor de edad.

–«Poderoso caballero, don Dinero», cariño –dijo Jordy guiñándole un ojo, y volvió a la barra.

«¿Cariño?». ¿Qué pasaba allí? Jordy nunca la había llamado de aquella forma. La expresión de Jenelle era de desagrado, con los labios apretados y la mandíbula tensa. Cami decidió no hacer ningún comentario.

–¿Qué tal va el restaurante? –le preguntó. La pareja regentaba un restaurante de comida tex-mex en régimen de franquicia.

–Horrible –dijo Jenelle, señalando con la cabeza a Jordy, sentado a la barra–. Ya ves, se bebe todas las ganancias.

–Oh –dijo Cami, mirando alrededor. ¿Dónde estaría Ray?

Un vaquero se acercó a la mesa y la invitó a bailar. Ella negó con la cabeza. Prefería quedarse con Jenelle y ponerse al día con los chismes. Jenelle aceptó la invitación del vaquero y le lanzó una mirada a su marido, que seguía en la barra. A Cami le dio pena verla reducida a bailar con extraños para llamarle la atención a su marido. La vida no había sido amable con Jenelle, que tenía diecinueve años, estaba embarazada y atrapada en un matrimonio horrible.

La música cambió, la siguiente pieza fue más lenta y Cami deseó que Ray volviese. Echaba de menos la emoción de su abrazo. Conteniendo el aliento, recordó la rigidez masculina contra la suavidad de su cuerpo. La había hecho arder a través de sus vaqueros y su vestido. Ardía por él ahora.

Momentos más tarde, Jordy se acercó y la invitó a bailar. Aburrida de esperar, ella aceptó. Se arrepintió de haberlo hecho inmediatamente. El olor de Jordy, una espantosa combinación de grasa, chile, cigarrillo y cerveza, le hizo desear salir corriendo. Estaba claro que él no se había duchado después de cerrar la hamburguesería. Él se acercó para susurrarle algo al oído. No podía oírlo porque estaban cerca de los parlantes.

Se separó de él.

–¿Qué? –le gritó al oído, haciéndole dar un salto. Sonrió. Ahora mantendría las distancias–. Perdona –le dijo.

–Decía que estás más guapa que nunca, Cami Ellison –dijo Jordy, lanzando una mirada a su mujer, que bailaba cerca de ellos. Una fugaz expresión de asco se le reflejó en el rostro al ver su vientre distendido.

¿Dónde se habría ido Ray?, se preguntó Cami, mirando a su alrededor.

–Perdona –le dijo a Jordy, y se alejó hacia los servicios.

Jordy la tomó por la cintura con un brazo y la empujó hacia la salida trasera.

El aire nocturno y las luces le dieron a Cami de lleno como un puñetazo. Se giró, parpadeando, y arrugó la nariz al sentir el olor de los cubos de la basura.

–Todavía no hemos acabado, Cami –le dijo él con una sonrisa desagradable–. ¿No recuerdas lo mucho que te gustaba en el instituto? Pues bien, ahora es tu oportunidad.

Aturdida por sus mentiras, ella no supo qué hacer cuando él apretó sus labios contra los de ella y le dio un tirón al escote de su vestido, rasgándoselo. Cami no llevaba sujetador y sus pechos quedaron expuestos. Jordy se los agarró, retorciéndole un pezón y pellizcándole el otro mientras le metía la lengua en la boca.

Cami sintió que se ahogaba. Se apartó. Al hacerlo dio con la cabeza contra la pared. El dolor la mareó y la cabeza se le fue hacia delante, dándole con fuerza a Jordy y haciendo que un chorro de sangre le brotase a él de la nariz. Accidentalmente le había propinado un soberano cabezazo. Por suerte, la mente se le aclaró. Reuniendo todas sus fuerzas, le dio un pisotón y luego levantó la rodilla y le propinó un rodillazo donde más le doliese.

De repente, estaba libre. Ray se encontraba allí y había lanzado a Jordy contra la pared de ladrillos. Con un bufido y un grito ahogado, este se deslizó hasta caer al suelo, agarrándose los genitales.

–¿Cami? ¿Camille? –dijo Ray a su lado con ansiedad.

Ella se agarró la cabeza. Le dolía todo: la frente donde le había dado en la nariz a Jordy, el cráneo en el sitio donde se había golpeado contra la pared y los pobres pezones que Jordy había maltratado.

–Estoy bien –masculló.

–No me lo parece –dijo Ray, ayudándola a levantarse.

Se tambaleó, apoyándose en él. Él la sujetó con un brazo sin apretarla, como si comprendiese que un apretón de un hombre, cualquier hombre, habría sido demasiado en aquel momento. Lo miró para agradecérselo.

Tenía la mirada clavada en sus pechos desnudos.

Capítulo 3

Hijo de...! –exclamó Cami, intentando apartarlo. Rebuscó en su bolsillo, intentando encontrar las llaves de la camioneta. ¡Malditos hombres! ¡Eran todos iguales!

–Tendrías que cubrirte –le dijo Ray con desaprobación.

–¿Para qué? Ya lo has visto todo –dijo ella.

De repente, la dominó el horror de lo que había sucedido, de lo que podría haber sucedido si no se hubiese librado de Jordy, o si Ray no hubiese aparecido. Se tambaleó, a punto de caerse.

Ray la agarró, sujetándola fuerte esta vez.

–Te has dado un susto, ¿sí? Pero ya pasó –dijo, sin soltarla y hablándole con suavidad–. Cami, tienes que tener más cuidado.

Ella se enjugó las lágrimas con un gesto de rabia.

–¡Pero si conozco a todo el mundo en McMahon! ¡He crecido aquí! –señaló con la cabeza a Jordy, desmadejado en el suelo–. ¡Lo conozco desde que éramos niños!

–La gente cambia. Los sitios cambian –dijo Ray, cubriéndole los pechos con el vestido–. Perforaron un nuevo pozo del otro lado del pueblo desde que tú te fuiste a la universidad. Hay muchos hombres aquí que tú no conoces, y que no conocen a tu padre. Y hay otros a quienes les da igual –dijo, señalando a Jordy con el pulgar.

–Tienes razón –admitió ella, dando un trémulo suspiro.

–Quiero que no te separes de mí mientras estemos en McMahon por la noche –le dijo, levantándole el mentón para que lo mirase a los ojos–. Ya no es el pueblecito tranquilo donde creciste.

–De acuerdo –susurró ella. Apenada, cerró los ojos. Cuando estaba en San Antonio, nunca salía de noche sin un amigo, pero pensó que en su pueblo estaría segura. Lloró por todo lo que había perdido.

–Cami, Cami –dijo Ray y apretándola contra sí, se dirigió a un pequeño parque cercano. Allí se sentó en un banco y la subió sobre su regazo–. Cami, no sabes cuánto lo siento. No te tendría que haber dejado sola tanto tiempo.

–¿Qué –qué pasó? ¿Dónde estabas?

–Un tipo quería hablar sobre la compra de uno de mis caballos. Salimos a charlar y se marchó unos minutos antes de que me diese cuenta de... –después de un profundo suspiro de pesar, le besó las mejillas, secándole las lágrimas.

Su ternura la abrumó. Cuando él le rozó los labios con los suyos, no se resistió, sino que inmediatamente se abrió a él. Con la adrenalina todavía corriéndole por las venas y sin nadie que la amenazara ya, lo deseó más que nunca y le hundió las manos en el cabello de la nuca para acercarlo más, para hacer más íntimo el beso. Exploró con la lengua la boca masculina, buscando su calor y su fuerza, y él respondió inmediatamente, apretándola contra sí, los músculos tensos. La fuerza apenas reprimida del abrazo la sacudió; se dio cuenta de que él se controlaba, pero con esfuerzo.

Ray separó su boca de la de ella, haciendo varias inspiraciones entrecortadas para calmarse. Luego, le recorrió la garganta con besos suaves como plumas, bajando hasta la clavícula.

Aferrándose a él, con el cuerpo trémulo de deseo, ella echó la cabeza hacia atrás y un leve gemido se le escapó de la garganta. Los bordes rotos de su vestido le acariciaban la suave piel.

Ray la sentó en el banco para hundirle la nariz entre los pechos. Con un suavísimo movimiento, se los cubrió con la tela y luego le acarició los pezones a través de ella hasta que se pusieron tensos y duros de deseo.

Cami hizo una trémula inspiración. La delicadeza de Ray era tan diferente a la brutalidad de Jordy, que se le volvieron a saltar las lágrimas.

Sin titubear, Ray la siguió acariciando con dulzura, como si supiese exactamente lo que ella necesitaba. Ramalazos de placer la recorrieron, haciéndole lanzar un alarido.

–Quiero que seas mi mujer –le dijo él en voz baja, casi ronca.

Aturdida, ella solo pudo mirarlo con la boca abierta.

–Eso significa no tener contacto con otros hombres, nada de coqueteos, ni bailes, ni besos.

Ella seguía sin encontrar qué decir. Lo miró a los ojos. La tenue luz los convertía en dos pozos profundos de deseo.

Con lenta y sensual deliberación, Ray le recorrió con un dedo el hueco de la garganta y luego siguió hacia abajo, trazando una línea de ardiente deseo hasta el valle entre los pechos femeninos, que el vestido roto dejaba al descubierto. Masajeó uno con la palma de la mano y luego apretó la punta de su pezón, mirándola con los ojos entrecerrados.

Enderezándose, ella lanzó una exclamación ahogada. Nadie, ni siquiera el hombre que acababa de maltratarla, se había atrevido a tocarla nunca de aquella forma. Un calor comenzó a surgir en el centro de su ser.

–¿O permites que cualquier hombre te toque de esta manera?

Su tono insultante la impulsó a apartarse y propinarle un bofetón. Escandalizada por su atrevimiento, se deslizó hasta una esquina del banco y se cubrió con el vestido hasta arriba.

–Bien –sonrió él–. Una digna compañera.

–No permito que me falten el respeto –dijo ella, frotándose con la muñeca los labios sensibles.

Ray se echó hacia atrás, extendiendo los brazos sobre el respaldo del banco.

–¿A qué falta de respeto te refieres? Te quiero. En retribución, te ofrezco mi persona, completamente.

Cami se lo quedó mirando. Las diferencias culturales nunca le parecieron una barrera tan profunda. ¿A qué se refería? ¿Quería ser su novio?

–Esto es... no sé... no pensé que sucedería esto.

–¿No? –dijo él, ajustándose los vaqueros–. ¿Nunca? ¿Hace mucho que no te miras al espejo? Eres una mujer hermosa .

Cami se ruborizó y apartó la vista, sintiéndose como si tuviese catorce años.

–Mira, tenemos mucho de que hablar, ¿no? Desayuna conmigo.

Un hastío femenino comenzó a subirle por la espalda. ¿Qué se creía Ray, que pasaría la noche con él?

–Solo desayuno, nada más –dijo él, sonriendo levemente–. En el pueblo –señaló con la cabeza en dirección a la calle principal–. En Pete’s.

Ella se tranquilizó. Todo el mundo iba a Pete’s a desayunar.

–Mañana a las diez –dijo él–. Y ahora, te llevo a casa.

–Mi camioneta...

–No deberías conducir, no después de lo que ha sucedido esta noche.

Le levantó una mano. Temblaba.

–No es nada –dijo ella, cerrando la mano en un puño–. Conduciré despacio.

–Yo te seguiré, ¿de acuerdo? Hazlo por mí, Cami. Solo deseo que no corras peligro.

Mientras la seguía hacia el rancho C-Bar-C, Rayhan pensó en los diez años que habían transcurrido. Diez años eran mucho tiempo y él no había permanecido ocioso, desde luego. Tampoco lo había obsesionado su venganza. Después de descubrir que no podía perforar en el rancho, se había dedicado a su primer amor: los caballos. Si había tenido una obsesión, había sido por sus purasangre árabes, rápidos como el viento y hermosos como la medianoche. El programa de cría ya había dado frutos y los caballos del Double Eagle tenían fama mundial por su calidad para monta y exhibición.

No, Rayhan no estaba obsesionado, pero era un planificador. Quería purgar su honor y vengarse de Charles Ellison, pero se negaba a involucrarse en un desagradable litigio. La violencia tampoco era el método más adecuado. Había decidido hacía diez años que se apropiaría de la adorada hija de Ellison en pago por el petróleo que él le había robado. Ella sería el medio de resarcirse.

Casarse por motivos que no fuesen el amor no era algo que lo preocupase. Como miembro de una familia real, siempre había sabido que sus esposas lo beneficiarían política o económicamente. Una empresa tan importante como el matrimonio no podía depender de los caprichos del corazón.

En alguna ocasión había visto a Cami mientras ella crecía y pasaba de ser una bribonzuela a una adolescente desgarbada. Nunca había hablado con ella, por lo que no sabía nada de su personalidad.

Y ahora que ella se había convertido en una mujer, ya no la podía considerar solo una peón dentro de sus planes, sino que se veía obligado a considerarla como lo que era: una joven inteligente con una buena cabeza sobre los hombros, una firme voluntad y una incisiva intuición femenina.

Impresionado por la forma en que ella se había dado cuenta de la necesidad que él tenía de reconocimiento paterno, llegó a la conclusión de que Cami se convertiría en una admirable compañera en su vida o, por el contrario, en una obcecada adversaria.

Hoy había visto su fuerza. Ella se había defendido con habilidad. Aunque alterada por la situación, no se había dejado dominar por el pánico. El pecho se le hinchó de orgullo: sería la madre idónea para sus hijos. Y, en cuanto a amante... Ray sonrió. Se había dado cuenta hacía días que un beso de ella se le subía a la cabeza más que el más fino coñac. Ahora había probado su ardor y su hermosura: sus pechos, como frutos maduros, le habían llenado las manos con su pesada dulzura. Había deseado tomarla en aquel momento, en el banco del parque, entre las sombras, pero se dio cuenta de que la espera haría que su unión resultase más maravillosa.

Casarse con Cami Ellison haría que cumpliese muchos de sus objetivos: se apoderaría del petróleo que había deseado durante mucho tiempo, llevando a cabo su venganza; tendría una hermosa mujer que le calentase la cama y le diese hijos, y además restregaría en la cara la rica heredera texana a su familia en Adnan, que siempre lo había menospreciado.

Apretó los dientes. El último comunicado de su hermano, el rey, amenazaba a Rayhan con casarlo con una joven de las tribus del desierto, siempre díscolas, e insinuaba que Ray sería recompensado ampliamente.

Rayhan suponía que la alianza política forzaría a su hermano a nombrarlo en algún ministerio. Un puesto inferior insultaría a la familia de la mujer. Por fin, después de tantos años le habían encontrado una utilidad, pensó con amargura. Quizá obedeciese, quizá no.

¿Sería capaz de abandonar sus sueños de lograr un puesto elevado en el gobierno de Adnan por Cami Ellison y todo lo que ella representaba?