En brazos del jeque - Sue Swift - E-Book
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En brazos del jeque E-Book

Sue Swift

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Beschreibung

Ven y sé mía para siempre... Cami Ellison sabía que estaba jugando con fuego cuando el jeque Rayhan ibn-Malik le pidió que cruzara el arroyo que separaba sus ranchos. Pero no pudo resistirse a aquel sofisticado desconocido que le provocaba escalofríos con solo mirarla. Ray estaba a punto de olvidar que la dulce y sensual Cami era la misma pilluela que había prometido utilizar como instrumento para su venganza. Había jurado hacerle pagar al padre de Cami por haberlo estafado. Pero no había previsto que la muchacha conquistara su corazón de aquella manera. Quizá la sed de venganza pudiera convertirse en amor.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Susan Freya Swift. Todos los derechos reservados.

EN BRAZOS DEL JEQUE, N.º 1813 - 29.10.03

Título original: In the Sheikh’s Arms

Publicada originalmente por Silhouette Books

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2669-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Con rabia, Rayhan ibn-Malik aceleró su Land Rover y, lanzando nubes de polvo al abandonar el Double Eagle, su rancho texano, entró por el portón abierto de la propiedad de los Ellison.

Nada había cambiado en el C-Bar-C desde que Rayhan firmase la engañosa escritura y comprase el Double Eagle.

No había ningún signo de escándalo en las amplias praderas, ni indicación del abundante petróleo que bullía bajo la superficie del pacífico rancho; ninguna pista revelaba la riqueza que Rayhan pensó haberle comprando a Charles Ellison ni señalaba el botín que el viejo le había prometido.

El C-Bar-C parecía estar tan apacible y bien administrado como siempre. En el horizonte se veían las torres y las bombas de petróleo, con su constante balanceo. Una hilera de árboles seguía el curso del arroyo que serpenteaba entre las dos propiedades. Ordenados corrales encerraban el ganado de los Ellison.

A Rayhan se le aceleró el corazón al acercarse a la vivienda. Hacía apenas unos días se había sentado en la galería de aquella blanca casa, bebido cerveza y firmado los documentos, creyendo que Charles Ellison era su amigo.

La rabia le retorció las entrañas. Para ser justo, la culpa no era enteramente de Ellison. El hecho de que Rayhan hablase mal el inglés y tuviese un abogado incompetente seguramente habían contribuido a la debacle... en parte.

Pero solo en parte.

Rayhan dio un volantazo para esquivar el parterre de césped en medio del amplio camino de grava, lanzando una lluvia de guijarros con las ruedas del coche. Clavó los frenos y el Land Rover se detuvo de golpe.

Como si lo esperase, Ellison se hallaba en la galería. La expresión de su rostro no se podía distinguir en la sombra.

Rayhan se bajó del jeep y lo cerró dando un portazo.

–¡Me engañó! –acusó al ranchero directamente, sin motivo para censurar sus palabras.

Ellison sonrió, pero el rictus de sus labios no era de triunfo.

–La próxima vez, leerás mejor lo que firmas, niñato –le dijo en tono condescendiente–. Te ha costado poco aprender la lección. Nunca te embaucarán otra vez.

Rayhan se ruborizó. Niñato. Con veinte años, no necesitaba que nadie le recordase su inexperiencia.

–¿Otra vez? ¿Cuándo? Esta transacción sin valor me ha dejado sin un dólar.

–Compraste un magnífico rancho y un rebaño de hermosas reses Hereford por añadidura.

–¿Vacas? –exclamó Rayhan con desprecio–. Vacas, pero nada del petróleo que hay en el subsuelo.

Sin el petróleo que deseaba, Rayhan no tendría nada que enseñarle a su familia en Adnan. Ninguna forma de demostrarle a su padre, el rey, que era digno del puesto de gobierno que deseaba. Al ser uno de los hijos menores, hacía tiempo que había aceptado que nunca gobernaría, pero anhelaba el poder, la responsabilidad y el respeto que creía merecer por su cuna y su educación.

–Aunque quisiese, no podría venderte los derechos de explotación del mineral. Le pertenecen a ella –dijo el viejo Ellison y señaló con la cabeza el parterre de césped frente a la casa.

Rayhan no se había dado cuenta de que una niña jugaba con una camada de cachorrillos, arrodillada en la hierba. Tenía el cabello rubio partido en dos coletas mal hechas y el peto rosado manchado de verde. Su apariencia descuidada lo sorprendió. Una legión de niñeras se había ocupado siempre de que sus hermanas estuviesen inmaculadas. ¿Aquella granuja era de veras una rica magnate?

–¿El petróleo es de ella? –preguntó Rayhan, intentando contener su rabia y su sorpresa.

–Mi hija, Camille –dijo Ellison con evidente orgullo. Bajando los escalones del porche, pasó junto a Rayhan, que seguía de pie en el sendero de grava. Acercándose a la niña, prosiguió–: Esta tierra le perteneció a su madre, por eso se llama C-Bar-C, por los Cromwell. Mi mujer le dejó todo a Cami. Yo lo administro, por supuesto. Según los términos del testamento, puedo vender la tierra, pero no los derechos de explotación del petróleo. Cuando sea mayor de edad, todo esto le pertenecerá a ella.

Rayhan le clavó la mirada a la niña de rubio cabello. Levantando la cabeza, ella lo miró con los grandes ojos azules muy abiertos.

«Suerte que las niñas se convierten en vulnerables mujeres», pensó él, recordando la letra de una vieja canción. Sonrió. Todo sería de ella, había dicho Ellison.

«No, viejo, no. Todo será mío».

Capítulo 1

Cami Ellis, frente al espejo del cuarto de baño, cepillaba con irritación su largo cabello. Se lanzó una mirada de rabia, como si con ello pudiese eliminar el grano que le había salido en la barbilla. ¡Todavía tenía espinillas, como si tuviese trece años en vez de veinte!

Dejó caer el cepillo con estrépito, se puso protector solar en el rostro y se tapó la roncha con maquillaje. Trenzó su pelo, lo sujetó con una goma color púrpura y abrió el armario para mirar su contenido.

Una extraña inquietud la consumía. Quería que sucediese algo, lo que fuese. Sabía que su padre viudo la había consentido sin remedio, pero, después de pasarse un año fuera, en la universidad, Cami se sentía enjaulada en la rutina con él en el rancho C-Bar-C.

Desde su vuelta de San Antonio, provista de nuevos conocimientos, se había pasado todos los días ocupándose de la administración del rancho. Si hoy no salía de la casa, comenzaría a golpearse la cabeza contra la pared.

No sabía lo que quería. Quizá una buena cabalgata la librase de la tensión que le retorcía las entrañas como un muelle, lista para saltar con una ansiedad que nunca había sentido antes y de la que no sabía cómo librarse.

Se puso un sujetador deportivo y una camiseta color rosa que metió en la cintura de los vaqueros elásticos. Ajustó el cinturón con adornos de metal y, calzándose un par de gastadas botas vaqueras, agarró el viejo sombrero Stetson que colgaba de un gancho sobre el escritorio. No le apetecía sentarse a desayunar con su padre. La idea de conversar banalidades mientras tomaba café con tostadas le dio deseos de gritar. Se escabulló sin que la viesen.

Al atravesar la puerta de la cuadra, los olores y la tibieza del lugar la calmaron. Se paseó lentamente por el pasillo central, saludando a todos sus amigos, hasta que se detuvo frente a su compañera, Sugar. Sugar, una yegua baya de crines rubias, era su montura desde que se hizo demasiado mayor para ir en su poni, Funnyface. Cami le abrió la puerta y, tomándola del cabestro, la hizo salir. Ella le apoyó el largo morro en el hombro y resopló, su forma de saludarla todos los días. Riendo, Cami la llevó a ensillarla.

Unos minutos más tarde galopaban por los campos del C-Bar-C. Se veía a lo lejos una hilera de arbustos y árboles, gris verdosa y polvorienta. Cami recordó que su follaje escondía un arroyo serpenteante, límite entre el rancho de su padre y el Double Eagle, donde criaba caballos Ray Malik. Se decía en McMahon, el pueblo, que los caballos árabes de Malik, apreciados como yeguas y sementales, habían ganado numerosos premios, incluyendo una medalla olímpica.

Aunque eran vecinos desde hacía diez años, a Cami nunca le habían presentado a Ray. Su padre, amigo de casi todo el mundo, siempre había guardado las distancias con Ray Malik. Nunca le había comentado los motivos a Cami, y ella, que respetaba los sentimientos de su padre, tampoco se lo había preguntado.

Yegua y jinete penetraron la sombra moteada de los algodoneros que bordeaban el arroyo. Cami le dio rienda suelta a Sugar, que se acercó a una poza y bebió. Desmontando, Cami se apoyó contra un árbol para estirar las piernas Aunque era una experta jinete, llevaba sin montar desde su última visita a casa y estaba tensa.

A través de las ramas, divisó algo blanco que se movía con la brisa. Alargó el cuello para ver mejor, acariciando inconscientemente las crines de Sugar.

Un jinete en un gran caballo tordo penetró el bosquecillo junto al arroyo. Al ver el gutra blanco con el que el hombre se cubría la cabeza, Cami se preguntó quién llevaría un atuendo tan estrafalario. Mientras una parte de ella pensaba con cinismo que él parecía escapado de una película de Rodolfo Valentino, su espíritu romántico se despertó al ver el blanco tocado árabe ondeando en la brisa. Permanecieron escondidas tras un grupo de arbustos.

Él había detenido al hermoso tordo entre los algodoneros, permitiéndole que se refrescase. Desmontó y, quitándose el gran pañuelo y la camisa blanca, se quedó en botas y pantalones de montar color beige. Su cuerpo, lustroso por el sudor, brillaba a la dorada luz de la mañana.

Cami sintió que el aliento se le atragantaba. Se quitó el Stetson y se abanicó con él. No era la primera vez que veía el torso desnudo de un hombre, por supuesto, pero ninguno de sus compañeros de clase le había resultado tan... hermoso.

Seguramente aquel hombre era Ray Malik, su misterioso vecino. Los años de duro trabajo criando y adiestrando purasangres se notaban en sus amplios hombros y firmes pectorales. El árabe se hincó junto al arroyo, salpicándose con el agua fresca. Cuando sacudió la cabeza, su cabello semilargo disparó gotas que relucieron en arcos diamantinos.

¿Cómo sería tocarlo?, se preguntó Cami. Nunca había acariciado el torso desnudo de un hombre. Se imaginó recorriendo aquellos músculos con las yemas de los dedos, dándole la vuelta a aquellos oscuros pezones. Su mano se tensó involuntariamente en las crines de Sugar. La yegua se movió, delatándola al dar un resoplido.

El hombre se enderezó de golpe. Su mirada se clavó en la de ella con la actitud de un jeque que elige a una esclava para pasar con ella la noche. Luego le sonrió, indicándole a Cami con un gesto que cruzase el arroyo y se acercase.

Ella titubeó, consciente de la actitud distante que su padre mantenía con Ray. Sin embargo, Charles Ellison nunca le había dicho que se apartase de él, ni prohibido que pisase el Double Eagle. Y ella siempre había sentido curiosidad por conocer a Ray Malik. Lo había visto en alguna ocasión en McMahon o en el rancho, montando alguno de sus magníficos purasangres. Había oído rumores de lo más fascinantes con respecto a él. Los más disparatados decían que era un príncipe árabe exiliado por cuestiones políticas. Otros, que había sido un espía, retirado a aquel tranquilo rincón de Texas. Algunos chismorreaban sobre sus conquistas, aunque ninguna de las mujeres exóticas que supuestamente se llevaba a la cama había aparecido por McMahon.

Bien, ella había deseado que algo sucediese... y allí lo tenía. Recordó un viejo proverbio: «Ten cuidado con lo que deseas... puede que lo consigas».

Agarró las riendas de Sugar y volvió a montarla. Chasqueando la lengua, la guió hacia un estrecho vado y la hizo cruzar.

Se ruborizó, pero no supo cómo esconder su vergüenza. Aquel atractivo hombre la había pillado espiándolo. Un hombre mayor que ella, que irradiaba sensualidad y experiencia. Se sintió joven e inexperta a su lado. Sin embargo, deseaba suscitar su interés, demostrar que podía atraer a hombres más maduros que los chicos con los que había salido en el instituto y la universidad.

Sabía que estaba jugando con fuego. Se daba cuenta de que un hombre tan guapo como Ray Malik probablemente pretendiese algo más que una conversación agradable con una mujer que flirteaba con él. Se dijo que no le prometería nada que no estuviese dispuesta a darle.

Aunque deseaba su atención, no sabía cómo conseguirla, y fijó la mirada en el espacio entre las orejas de Sugar, el agua brillante que despedían los cascos de la yegua... en cualquier lado con tal de evitar la mirada oscura y penetrante de Ray.

Sugar llegó a la orilla del arroyo y subió a ella. Cami detuvo su montura junto a la de Ray y lo miró. Los profundos y castaños ojos de él brillaban de travieso humor. Ella se hallaba lo bastante cerca como para oler el perfume masculino, una loción de afeitar que sugería misteriosos zocos y exóticos puertos.

Ninguno de los cuales conocía, muy a su pesar, pensó Cami. Era un total cero a la izquierda. ¿Cómo podía interesarle a un hombre como Ray Malik? Carraspeó.

–Hola –dijo como una pazguata–. Soy Cami, y esta es Sugar.

Él sonrió. Sus dientes, parejos y blancos, contrastaron con sus oscuras mejillas. Tenía la piel color miel y una boca hermosa, con labios ni demasiado gruesos ni demasiado finos y delicadamente perfilados. Cami sintió una sensación extraña en el estómago.

–Sé quién eres, Camille Cromwell Ellison. Y conozco a tu Sugar. Es una hermosa yegua. Tiene muy buen linaje –acarició el cuello del animal, que respondió con un amistoso resoplido.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Cami con sorpresa.

–Lo sé todo sobre ti.

–¿Por qué? ¿Cómo? –volvió a preguntar ella, que casi se cayó del caballo–. Nadie puede saberlo todo sobre una persona.

–Llevo muchos años observándote.

Cami debería haberse ofendido cuando él reconoció haberla espiado, pero ¿acaso no hizo lo mismo ella cuando lo vio refrescándose con el torso desnudo?

–¿Por qué?

–Me cuesta trabajo no interesarme en una hermosa joven, especialmente si monta casi tan bien como lo hago yo.

Cami lanzó una exclamación ahogada. La sonrisa masculina se le reflejaba en los ojos, divertidos. Hubiese jurado que él se estaba burlando de ella, pero ¿por qué?

–No lo digo por insultarte. Te estoy tomando el pelo.

¿Qué era lo que pretendía aquel hombre?

Él se dirigió a la pila de ropa blanca que había dejado en la orilla, donde se la había quitado. Se puso la camisa y no se la abrochó, dejando el pecho al descubierto, y luego se acomodó el gutra. Los músculos se le marcaron bajo la piel ámbar y satinada.

–¿Por qué te pones eso en la cabeza? –le preguntó Cami, y se apartó la camiseta del cuerpo para refrescarse.

Él se encogió de hombros.

–A veces, echo en falta mi país, así que me visto con el atuendo de mi gente. Es muy cómodo. Si te envuelves bien en él, el gutra te protege del polvo. ¿Has llevado alguno alguna vez?

–No –no.

Él agarró las riendas de su caballo y montó con un ágil y elegante movimiento.

Cami tuvo que reconocer que ella nunca había sido capaz de hacerlo así de bien.

–Bonito tordo. ¿Es uno de tus caballos árabes?

–No te he dicho quién soy –dijo él, con una sonrisa maliciosa.

–Tú no eres el único que conoce los alrededores. Eres Ray Malik, crías purasangres en el Double Eagle.

–Ah, así que lo sabes todo sobre mí –dijo Ray, esperando que no fuese así. Si su padre la había envenenado con historias de la rabia de Ray por el engaño del petróleo, nunca podría concretar su venganza, largamente planeada.

Según pasaban los años, Rayhan había tenido cuidado de evitar a Charles Ellison. No quería que Ellison tuviese ningún motivo para hablar de su vecino con su hija. Desde su desastrosa compra, Rayhan no había hecho nada más llamativo que criar caballos y viajar.

Intentando cambiar el curso de la conversación, recordó un cumplido que siempre funcionaba bien con las mujeres.

–Montas muy bien tu yegua. ¿Has competido alguna vez?

Al verla ruborizarse y agachar la cabeza, Ray se preguntó qué pasaba con los hombres americanos. Aquella hermosa joven se comportaba como si nadie la hubiese halagado nunca. Imposible. Ridículo. Sin embargo, a Rayhan le gustó su modestia. La camiseta y los vaqueros de ella revelaban un sinuoso cuerpo femenino. Seguía teniendo el cabello rubio, una melena que brillaba como un halo a la luz de la mañana y que llevaba sujeta en una larga trenza que le pendía sobre un pecho, rozándolo. Envidiaba aquella trenza. Sonrió. La granujilla se había convertido en una princesa. La venganza sería verdaderamente dulce.

–Sí –respondió ella–. Sugar y yo competíamos antes de que me fuese a la universidad en San Antonio. No tengo tiempo de montar cuando estoy en la universidad.

–San Antonio es una bonita ciudad. ¿Qué estudias?

Cami abrió los ojos y sus manos se tensaron en las riendas, sacudiéndolas. Por algún motivo que Rayhan no pudo identificar, la pregunta pareció asombrarla. La yegua giró la cabeza y la miró.

–Ten cuidado –le dijo él–. Montas bien, pero a ella no le gustan los movimientos bruscos.

–Ya lo sé. Lo que pasa es que me sorprendiste con tu pregunta sobre mis estudios.

–Como te he dicho, no es raro que un hombre se interese por una joven hermosa, particularmente si ella es su vecina.

–Antes no demostraste ningún interés.

–Eras demasiado joven. A vosotros, los americanos, no os parece bien que un hombre sea amigo de una niña.

–Supongo que tienes razón –rio ella–. Pues, en respuesta a tu pregunta, estudio Administración de Empresas, con especialidad en petróleo.

–Entonces, ¿sabes lo que quieres hacer?

–Oh, quiero quedarme aquí –dijo Cami con decisión–. El C-Bar-C es mi hogar. Yo llevaré las riendas del negocio familiar. Hace años que ayudo a mi padre.

–¿Y si te casaras? –le preguntó él, manteniendo la voz neutra.

–¿Qué? Lo único que puedo decir es que será mejor que a mi esposo le guste Texas.

Rayhan decidió que le gustaría Texas el tiempo suficiente como para conseguir a quien quería. Sonrió.

–Entonces, es una suerte que me guste Texas.

El rostro de Cami reflejó confusión antes de que ella lograse esbozar una sonrisa nerviosa. Rayhan decidió que sería mejor no ir tan rápido.

–¿Cómo haces para saltar a la montura de esa forma? Sugar no me deja –le preguntó ella, cambiando de tema e indicándole que quería ir más despacio.

De acuerdo, lo haría. Si podía.

–Es fácil, pero tu caballo tiene que estar preparado para el peso repentino. Prueba montar a Kalil –dijo él, bajándose de la montura.

–¡Vaya!, gracias –exclamó Cami, desmontando. Se acercó a Kalil y le acarició el morro–. Es precioso. ¿Lo las criado tú?

Se había acercado y estaba a centímetros de Rayhan, que inhaló su delicada fragancia, natural, que le recordó el viento y el cielo, el color de sus ojos. Acostarse con ella no sería ninguna tarea desagradable. Con esfuerzo, Rayhan se recordó que su objetivo era la venganza, no el placer. Volvió a la conversación, arrancándose de sus pensamientos. ¿De qué estaban hablando? Ah, sí, Kalil.

–Sí, es uno de mis purasangres. Me di cuenta pronto de que no sería adecuado para semental, así que lo castré y se ha convertido en mi montura favorita.

–Pobre Kalil.

–Tú sabrás que los sementales son muy malas monturas –rio él–. Son demasiado salvajes e inquietos. No te gustaría, por ejemplo, montar a Karim, mi semental. Te desmontaría en cuestión de segundos.

–Karim y Kalil. ¿Qué significan esos dos nombres?

–Karim significa «noble» y Kalil es «amigo íntimo».

–Qué bonito –dijo Cami, fascinada. La realidad de Ray Malik era mejor que lo que indicaban los rumores sobre él. Era guapo, agradable y le había dicho directamente que estaba interesado en ella, sin rodeos. Le gustó eso, lo prefería a los juegos, y odiaba el engaño.

–Intenta saltar a la montura. El truco está en utilizar la fuerza de los muslos.

Cami miró al caballo. Estaba segura de que Kalil se comportaría bien, pero era un animal alto, más de dos metros hasta la cruz. Aunque ella no era baja, no estaba segura de poder saltar a la montura con la gracia de Ray. Ahora que él había manifestado su interés por ella, no quería arruinarlo todo cayéndose sobre el trasero en el lodo del arroyo.

–Quizá en otro momento.

–¿Eres miedica?

Cami lanzó una risilla. La frase infantil parecía incongruente proviniendo de los labios de Ray.

–¡Claro que no!

–¡Claro que sí! –dijo él, apoyándose contra Kalil y mirándola con los ojos entrecerrados.

Ojos de dormitorio. Eso era lo que Ray tenía: ojos de dormitorio. Cami nunca había comprendido del todo aquella expresión hasta aquel momento, cuando la ardiente mirada masculina se cruzó con la de ella. Apartó la suya con esfuerzo e intentó no perder la compostura.

–Eres... eres ridículo... ¿cómo te atreves? Puedo hacer todo lo que haces tú y mejor.

–Bien, entonces, ¿por qué no probamos algo menos difícil, pero quizá más emocionante?