En defensa del amor - Lori Foster - E-Book
SONDERANGEBOT

En defensa del amor E-Book

Lori Foster

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

No esperaba tener que defenderse del profesor de defensa personal. Regina Foxworth no tenía la menor idea de por qué iba en su busca un peligroso desconocido, y tampoco entendía por qué la policía no se tomaba en serio su preocupación. Así que decidió tomar clases de defensa personal y hacerse con un perro guardián... bueno, en realidad se trataba de un pequeño chihuahua. Pero no era precisamente en defenderse en lo que pensó cuando el guapísimo profesor Riley Moore la puso contra el suelo. Teniendo a la vulnerable Regina en el suelo bajo su cuerpo, Riley se dio cuenta de que la deseaba como no había deseado nunca a una mujer, pero lo primero era protegerla. Riley estaba perfectamente preparado para ayudarla... para lo que no lo estaba era para defender su corazón de ella.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 225

Veröffentlichungsjahr: 2018

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Lori Foster

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En defensa del amor, n.º 31 - junio 2018

Título original: Riley

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-703-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

—Levanta las rodillas.

—No —dijo ella. Lo miraba atónita y tensa y había hablado con una voz tan escandalizada que hizo sonreír a Riley Moore.

Eso era lo que tenía Regina. La hacía reír y sentirse alegre, cuando no había creído posible que pudiera volver a experimentar tales sentimientos. No era un mal comienzo.

Sin embargo, tenía otras cosas que conseguir, aparte de sonreír.

—No pienso dejarte en paz hasta que no lo hagas.

Diablos. Estaría encantado de quedarse así durante horas. Aquella mujer no sólo le divertía, sino que también lo excitaba más que ninguna mujer que hubiera conocido hasta entonces. Su cuerpo era ligero, pero muy suave, como un agradable cojín debajo de su cuerpo, más grande y pesado. La calidez que sentía entre el lecho que formaban sus muslos podría volverlo completamente loco.

—Riley, la gente está mirándonos —susurró ella mientras miraba a derecha y a izquierda con sus enormes ojos verdes.

—Lo sé —replicó él. Después de todo, aquello era importante. Ella necesitaba aprender a enfrentarse a él. No había utilidad alguna en desperdiciar todas sus enseñanzas—. Están esperando para ver si has asimilado algo a lo largo de todas estas clases. La mayoría de ellos creen que no. Otros, tienen bastantes dudas.

Una cierta y nueva determinación le hizo fruncir el ceño. Se dibujó una expresión de furia en sus ojos verdes. De repente, colocó las rodillas a lo largo de sus costados, sorprendiéndole con la propia carnalidad del acto. Mientras Riley se dejaba llevar por los pensamientos más picantes, ella se encabritó, se giró… y lo hizo caer de espaldas al suelo.

Llena de orgullo, ella comenzó a golpearle el abdomen y a lanzar gritos de alegría. «Mal hecho, tesoro», pensó él. Con un diestro movimiento, la hizo caer en la misma postura de la que acababa de escapar, aunque aquella vez las piernas de la joven habían quedado atrapadas alrededor de la cintura de él. Contuvo el aliento, ya que se había quedado momentáneamente sin respiración.

Medio frustrado medio divertido, Riley se irguió. Como conocía su habilidad, aunque los demás no la conocieran, siempre utilizaba una cautela y un autocontrol muy estrictos, especialmente con las mujeres y muy en especial con Regina. Preferiría romperse una pierna que lastimarla a ella.

La hizo incorporarse, la obligó a levantar los brazos para ayudarla a respirar. Entonces, sacudió la cabeza.

—Cuando uno consigue dominar a un atacante, no se despista para congratularse.

Al ver que la exhibición se había terminado, la gente se dispersó y regresó de nuevo a su propio entrenamiento. Riley se puso de pie y ayudó a levantarse a Regina Foxworth. No era una mujer de baja estatura pero, a su lado, parecía muy menuda. Le llegaba a los hombros. Las muñecas eran delgadas. Estrechos hombros, con un porte muy delicado… y, a pesar de todo, quería que él le enseñara defensa personal.

Riley bufó. Cuando se acercaba tanto a ella, lo que se le pasaba por la cabeza estaba muy alejado de la autodefensa. Además, el hecho de que, a pesar de lo que él había tratado de enseñarle, Regina siguiera acabando de espaldas sobre el suelo, le hacía pensar en otra clase de consideraciones, como lo que sería tenerla así, sin ropas que los separaran y sin que ella tratara de escapar.

«Muy pronto», se prometió. «Muy pronto».

Con un resoplido, Regina se apartó de él y comenzó a recomponerse su gloriosa melena rojiza. Si se aplicara la mitad de lo que se preocupaba por su apariencia, habrían hecho muchos más progresos. Para las clases de aquel día se había recogido el cabello con una trenza gruesa que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Se le habían soltado algunos mechones, pero su aspecto era impecable. Riley sacudió la cabeza, maravillado. Trabajaba con otras mujeres que sudaban con los ejercicios. Regina no. De algún modo, siempre lograba mantener un aspecto muy atractivo.

Los músculos se le tensaron sólo con observar cómo se atusaba la trenza. Un hombre podía fabricar muchas fantasías sólo con aquella trenza, por no mencionar el cuerpo delicado y extremadamente femenino que la acompañaba. Hasta las pecas que le adornaban la nariz le resultaban adorables.

—Déjate de hacer pucheros, Red —dijo él utilizando el apelativo cariñoso con el que aludía a su pelo rojo.

—No estoy haciendo eso —replicó ella, a pesar de que el labio inferior le sobresalía de un modo muy atractivo.

Normalmente, una princesa como ella no le habría atraído. Sin embargo, bajo aquella delicada apariencia, Red tenía agallas. Desde que la conocía, se había dado cuenta de que era una mujer amable, compasiva y comprensiva. La había deseado desde el primer momento.

Si aquel hubiera sido su único problema, habría encontrado ya un modo de llevársela a la cama. Era mucho más que eso. No habría creído nunca que volvería a desear estar con una mujer, pero con Red sí lo ansiaba.

Le pasó el brazo por los hombros y la llevó hacia las duchas, aunque ella no necesitaba asearse. La fragancia natural de su piel y de su cabello era cálida y femenina. El cuerpo de Riley se tensó un poco más.

—Estamos perdiendo el tiempo con estas clases.

—Necesito poder defenderme.

Aquello era cierto. Tres semanas atrás, Regina se había visto atrapada en un edificio en llamas mientras estaba trabajando para el Chester Daily Press. Como periodista, le gustaba meter su preciosa nariz pecosa en lugares en los que no debía y aquel edificio en particular estaba en una parte poco recomendable de la ciudad. Aquella debería haber sido su primera pista para no estar allí. El hecho de que el distribuidor de fuegos artificiales hubiera tenido problemas en el pasado debería haber sido la segunda.

A pesar de todo, había proseguido en su empeño y había estado a punto de perder la vida. La mayoría se inclinaba a considerar que el fuego había sido un accidente debido a una imprudencia del dueño, que no tenía almacenados correctamente los productos pirotécnicos. Sin embargo, el asunto era mucho más complicado. Antes de que Red se viera atrapada en aquel fuego, había tenido miedo. Riley la conoció por primera vez cuando trataba de entrevistar a su amigo Ethan, por su admirable trabajo como bombero. Incluso entonces, se había mostrado muy nerviosa. Parecía estar tan tensa, que Riley había esperado que comenzara a gritar en cualquier momento.

El día después de la entrevista, ella había acudido al gimnasio de él y le había preguntado cómo podía protegerse. Al contrario de la mayoría de las mujeres que se acercaban a él con las mismas peticiones, Red había parecido estar completamente desesperada, como si necesitara aquellas clases para defenderse de una amenaza inmediata.

Antes del fuego, Riley había descartado sus miedos, como lo había hecho el cuerpo de policía del condado, para el que él trabajaba en calidad de técnico de investigaciones. Seguían sin creerla, pero, a sus treinta y dos años, gracias a la enseñanza que le había dado la vida y algunas lecciones muy duras, Riley había aprendido a leer a las personas. Efectivamente, Red tenía miedo y él se apostaba a que tenía razones para ello.

El día en el que había estado a punto de morir en aquel fuego se había hecho una promesa. Red no lo sabía, pero Riley se había jurado que no permitiría que nadie le hiciera daño.

—¿Por qué no te duchas y luego hablamos al respecto?

—¿Otra vez? —replicó ella—. No hay nada más que decir. La policía no me cree. No ha ocurrido nada de importancia…

—¿Qué quieres decir con eso de «nada de importancia»? —preguntó él, sobresaltándose al escuchar aquellas palabras—. ¿Es que te ha ocurrido algo?

Regina se encogió de hombros, lo que provocó un interesante movimiento de sus pequeños pechos. Iba vestida con unos pantalones de ciclista muy ceñidos y una camiseta de tirantes a juego, por lo que no iba demasiado cubierta. Sin embargo, Riley se había peleado con ella lo suficiente para saber que tenía unos pechos pequeños, pero firmes, que atraían decididamente su mirada.

Con sus enormes manos podía abarcarle con facilidad la totalidad de la cintura, pero desde allí, sus curvas se hacían más rotundas. Tenía un trasero de hermosa forma, redondeado, como a él le gustaba. En realidad, sabía que aquello no importaba. Había aprendido que no se puede juzgar a las mujeres por su apariencia.

Efectivamente, Regina podría haber tenido una docena de aspectos completamente diferentes, pero él la habría deseado de todos modos. La atracción que sentía por ella iba más allá de la apariencia. Sentía una cierta afinidad, la sensación de que podía confiar en ella. Le parecía que la chispa había saltado en el momento en el que la había conocido. Sin embargo, ella lo había ignorado.

—Me mancharon la puerta de mi apartamento el otro día —confesó ella.

Riley se detuvo en seco, justo delante de la entrada de las duchas femeninas.

—¿Por qué diablos no me lo habías dicho? —gruñó con incredulidad.

—Te lo estoy diciendo ahora.

—Ahora es demasiado tarde —le espetó él.

—Había otras tres puertas manchadas, así que me figuré que no se trataba de algo personal. En realidad, el hecho de que alguien te tire un huevo a la puerta de tu casa no es una amenaza, sino sólo una molestia.

—A menos que alguien esté tratando de molestarte lo suficiente como para obligarte a que te mudes.

El hecho de que ella viviera en un bonito bloque de apartamentos con buena seguridad y muchos vecinos a su alrededor había tranquilizado a Riley muchas noches. Precisamente por eso no la había obligado a mudarse. Como sentía que ella estaba segura por las noches, tenía la intención de dejar que Regina se acostumbrara a él a su propio ritmo. Poco a poco, le revelaría sus intenciones. A pesar de todo, se sentía obligado a señalar la importancia de aquellos hechos.

—No me importa lo que tú te figuraras, Red. De ahora en adelante, me lo dirás todo. Yo soy el experto.

Regina le miró el pecho, que estaba tan húmedo de sudor que hacía que la tela de la camiseta se le pegara a la piel. Llevaba toda la mañana dando clases, no sólo a ella.

—Sí, efectivamente eres el experto, Riley —replicó ella, tras levantar la mirada para contemplarle el rostro con sus grandes ojos—. En muchas cosas…

¿Estaría insinuándosele por fin? Riley no estaba seguro, pero le parecía que ya iba siendo hora. Se acercó a ella para que pudiera sentir el calor que emanaba de su cuerpo.

—¿Qué significa eso, Regina? —le preguntó con voz ronca, excitada. Aquel era el efecto que ella tenía sobre él.

—Eres un hombre estupendo, Riley Moore. Eso es todo lo que quería decir. No conozco a ningún otro hombre que haya estado en un equipo de las Fuerzas Especiales de la policía, que trabaje como técnico de investigación en los lugares donde se comete un delito y que sea el dueño de su propio gimnasio.

—No.

—¿No qué? —preguntó ella, con inocencia.

—No voy a hacer esa maldita entrevista.

Tendría que haberse dado cuenta. Se le daba muy bien descifrar los motivos de las personas, pero, cuando estaba cerca de Regina, su sentido de la perspectiva se veía nublado por el deseo. Ella llevaba más de una semana detrás de una entrevista, pero el pasado de Riley era precisamente eso, sólo pasado. No lo reviviría por nadie, ni siquiera por Regina.

—Pero…

En aquel momento, Rosie Winters salió de las duchas como un tornado y los obligó a ambos a dar un paso atrás. Rosie entrenaba a conciencia y, como Riley, ella siempre luchaba para ganar. En aquellos momentos, era lo suficientemente buena como para tener alguna oportunidad frente a un hombre que no tuviera el entrenamiento especial de Riley. Al haber sido miembro de los equipos especiales, él podía ser letal cuando fuera necesario. Además, no le gustaba perder. En nada.

Rosie era una de sus mejores amigas y acudía con frecuencia al gimnasio, para desesperación de Ethan. Ambos se habían casado la semana anterior, pero aquello no había disminuido el ritmo de los entrenamientos de Rosie.

—Eh, Riley —dijo Rosie, antes de darle un beso en la mejilla. Entonces, se volvió a Regina—. Me entretuve un rato en la ducha para poder hablar contigo.

—¿De verdad? —preguntó ella—. ¿Sobre qué?

—Prepárate. Se ha aceptado el préstamo. ¡Puedes comprar esa casa!

Aquellas palabras provocaron gritos de felicidad en las dos mujeres. Rosie se echó a reír. Al lado de Regina siempre se comportaba de un modo más femenino, como en aquel momento, en el que las dos mujeres se habían agarrado las manos y bailaban.

Sin dejar de observarlas, Riley se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared. Le encantaban las mujeres, el modo en que reaccionaban, sus expresiones y modo de actuar. Regina y Rosie no podían ser más diferentes, pero no por eso dejaban de tener similitudes, sólo por ser mujeres.

Estuvo pensando en el placer que le causaba escucharlas hasta que cayó en la cuenta de lo que Rosie había dicho.

—¿Una casa? ¿Que has comprado una casa?

—Es preciosa —afirmó Regina, con una enorme sonrisa en los labios—. Justo del tamaño perfecto para mí.

—Y, además, ha sido toda una ganga —añadió Rosie—. Además, como está vacía, puede ocuparla inmediatamente.

—¿Ocuparla inmediatamente? ¿Estáis hablando de una casa individual, sin protección alguna, a la que se va a mudar inmediatamente? —preguntó él.

—Oh —susurró Rosie—. No había pensado en eso, pero está en un vecindario muy tranquilo, con un jardín bastante grande…

—Genial. Me parece genial.

—Mira, Riley —comentó Regina—. Te comportas como si fuera a acampar en el medio del campo, rodeada por osos salvajes. Sé cerrar las puertas y las ventanas. Incluso compraré un sistema de alarma, ¿de acuerdo? —añadió al ver que él entornaba los ojos.

—Es una pésima idea. ¿Os habéis olvidado las dos que alguien trató de quemaros vivas?

—Yo nunca lo olvidaré —respondió Rosie, temblando. Había acompañado a Regina aquel día y había estado a punto de perder la vida—, pero pareció que la policía pensaba que, o habían sido unos vándalos a los que la situación se les había escapado de las manos, una negligencia por parte del dueño o, en el peor de los casos, venganza contra el dueño, nunca contra nosotras.

—Creen que nosotros fuimos víctimas inocentes —añadió Regina observando a Riley muy cuidadosamente.

—Ya. Entonces, ¿cuál es la razón de que se llevaran tu cámara y de que el dueño haya desaparecido?

Con aspecto de culpabilidad, Rosie se volvió a mirar a Regina.

—Tal vez tenga razón.

—No, no tiene razón. Tengo que vivir en alguna parte, así que es mejor que sea en mi propia casa. Mira Riley, te aseguro que haré que me instalen una alarma y me compraré un perro. ¿Qué te parece?

Al ver que no podía ganar, Riley dejó aquel argumento en particular. Al menos, parecía que Regina estaba dispuesta a tomar algunas medidas. Efectivamente, un pastor alemán o un doberman bien entrenado actuaría como medida disuasoria para cualquiera que estuviera pensando en hacerle daño. Mientras tanto, tendría que seguir avanzando en su intención de seducirla. Cuando ella cediera, Riley tendría el derecho de mantenerla a su lado y así poder vigilarla mejor. Regina pasaría todo su tiempo libre en la cama, con lo que tendría menos tiempo de meterse en líos.

Tras los precipitados planes de boda de Ethan y Rosie, se habían visto obligados a verse con más frecuencia. Como, además, Regina estaba tomando clases con él en el gimnasio, Riley llevaba casi tres semanas viéndola diariamente. Durante el tiempo que llevaban juntos, su relación había sido platónica, dado que no podía luchar con ella y tener pensamientos románticos sobre la joven sin avergonzarlos a ambos. Estaba seguro de que aquello no habría estado bien. Sin embargo, sabía perfectamente lo que sentía. Tal vez fuera siendo hora de que ella también lo supiera. No sería una mala idea vivir con ella hasta que pudiera estar seguro de que ella no correría peligro viviendo sola. Los beneficios de aquella situación eran más que evidentes para ambos.

—¿Cuándo se va a efectuar la compra de la casa? —preguntó.

Rosie se estremeció. Riley la miró resignado e insistió:

—¿Cuándo va a ser?

—Bueno… —comenzó Rosie, tras mirar rápidamente a Regina— como la casa estaba vacía y la situación económica de Regina es buena, tengo que decir que lo he precipitado un poco. Tenemos fecha para mediados de la semana que viene.

Regina lanzó un grito de felicidad, aunque, al ver a Riley tan taciturno, se contuvo enseguida.

—Estás comportándote como un verdadero aguafiestas, Riley —le dijo—. ¿Es que no te puedes alegrar un poco por mí?

Si el momento no fuera tan poco adecuado, estaría encantado por ella. Sin embargo, le preocupaba que estuviera lejos de su complejo de apartamentos. Quería protegerla, no dejar su seguridad pendiente de un perro y de una alarma.

La estudió durante un largo momento, pensando en cómo proseguir sin asustarla. Inmediatamente, se dio cuenta de que su mirada la incomodaba. Trató de sonreír, pero pareció más bien el gesto de un depredador que otra cosa.

—Te invitaré a cenar para celebrarlo —afirmó. Era una orden más que una invitación.

—No sé… —dudó ella.

—Pues di que sí, Regina…

Mientras hablaban, Rosie los miraba con gran interés. Entonces, las mejillas de Regina se ruborizaron.

—Lo que ocurre es que quería comprarme hoy mi perro —dijo ella—. Creí que sería mejor acostumbrarle a que haga sus necesidades mientras yo esté en mi apartamento para que no me estropee la casa.

Riley no cedió. Esperó sin dejar de mirarla hasta que su incomodidad fue palpable. Al fin, ella suspiró.

—Está bien. Si puedes venir a mi casa sobre las seis, tendré preparado algo para que podamos cenar en mi casa.

Aquello sonaba prometedor. Mucho mejor para sus propósitos que un concurrido restaurante.

—Estoy de vacaciones durante las próximas dos semanas, así que estoy a tu disposición.

De repente, Riley se dio cuenta de que Rosie tenía una sonrisa en los labios. Lo conocía mucho mejor que Regina, así que probablemente se había dado cuenta de lo posesivo que se sentía sobre ella.

—Ahora tengo que volver al trabajo —añadió, tras mirar por encima del hombro—. Tengo tres horas más de clases hasta estar libre. Prométeme que tendrás cuidado, Red.

Ella parpadeó y dio un paso atrás. Entonces, esbozó una risa forzada.

—Estamos a plena luz del día. Te aseguro, Riley, que tú estas más inquieto que yo.

—¿Me lo prometes? —insistió él.

—Te lo prometo —le aseguró ella—. No llegues tarde.

Riley observó cómo desaparecía en la sala de duchas. Estaba completamente hipnotizado hasta que Rosie comenzó a reírse. Cuando se volvió para mirarla, ella se colocó una mano sobre el corazón y fingió desmayarse.

—Tonta —dijo Riley, tras inmovilizarla con una llave y darle con los nudillos en la cabeza. Aunque Rosie era muy hermosa y sexy, nunca había tenido pensamientos lascivos sobre ella, y mucho menos después de que Rosie se casara con Ethan.

—Eh —protestó ella—. No es justo. No quiero volver a ensuciarme. Tengo una exhibición esta tarde.

Riley la soltó cuando la joven le dio un codazo en el estómago. Mientras él lanzaba un gruñido, Rosie dio un paso atrás.

—Idiota —replicó ella con una sonrisa. Entonces, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.

Riley se echó a reír. Quería mucho a Rosie, pero no la deseaba. No ardía por ella del modo en el que lo hacía por Regina Foxworth.

 

 

Regina sabía que no era la decisión más sabia que había tomado en su vida. Para ser una mujer que se enorgullecía de tomar sólo decisiones acertadas, debería sentirse abrumada consigo misma. Sólo tenía dinero para decorar la casa e instalar la alarma que le había prometido a Riley.

Trató de convencerse para no hacerlo. De verdad. Sin embargo, mientras miraba a aquellos enormes ojos castaños, se enamoró locamente de ellos. Era tan mono, sobre todo cuando echaba las enormes orejas para atrás, cuando la miraba con aquellos prominentes ojos, temblando de miedo. Probablemente no fuera la clase de perro que Riley tenía en mente, pero el hombre de la tienda le había dicho que eran mascotas muy leales para con sus dueños.

—Me lo llevo.

Algunas veces, ciertas cosas parecen las adecuadas. Como ser periodista. Como comprar la casa. Como estar cerca de Riley.

Aquello también parecía lo adecuado. Tras haber visto aquel perro, sintió que no le serviría ningún otro. Por lo tanto, se sacó los seiscientos dólares de los que, en realidad, no podía prescindir. El amor era el amor y no se debía negarlo, aunque ella no supiera mucho sobre el amor. Lo que sí sabía era que lo deseaba más que nada y, para conseguirlo, estaba segura de que debía darlo. Y ella podía amar a aquel perro.

Mientras se lo llevaba al exterior, el animal no dejaba de temblar ni de mirarla con sus enormes ojos. Nunca había visto una mirada tan patética en toda su vida. Deseaba estrecharlo entre sus brazos, pero era tan pequeño que no se atrevía. Suavemente, le acarició la delgada espalda y le frotó el cuello.

Nunca había acariciado a un perro tan suave. Tenía un pelaje sedoso y cálido. Además, tampoco olía como un perro. Le frotó la nariz contra el cuello y, a cambio, el animal le lamió la oreja.

Cuando llegaron al coche, Regina lo colocó en su trasportín. En aquel momento, el animal comenzó a aullar. Verlo tan asustado resultaba cómico y estremecedor a la vez. Los aullidos prosiguieron hasta que Regina estuvo a punto de sufrir un ataque de pánico.

—Shh… ¿Qué te pasa? Ahora tengo que conducir, bonito. No te puedo tener en brazos ahora porque no sería seguro, pero, en cuanto lleguemos a casa, te prometo que te sacaré de ahí.

Al oír la voz de la joven, el perro se calmó y sacó el pequeño morro por entre los barrotes de la jaula para poder olisquear el aire que la rodeaba. Seguía temblando, pero parecía algo más tranquilo.

Era tan adorable… Los ojos de Regina se llenaron de lágrimas. Efectivamente, había tomado la decisión acertada. Metió un dedo en el trasportín y comenzó a frotarle la oreja.

—Eres tan suave como un conejito, ¿lo sabías?

El perro inclinó la cabeza, como si estuviera escuchándola. Parecía seguir algo triste, pero había dejado de aullar.

—¿Cómo debería llamarte? ¿Qué te parece Elvis? —le preguntó. El perro levantó las orejas y la miró de reojo—. ¿No? ¿Y Doe? Hmm… ¿Ese tampoco te gusta? En ese caso, escogeremos algo más masculino. Ya lo sé. Butch. O tal vez Butchie, ya que eres tan adorable.

Tranquilizado por la voz de Regina, el animal dio un excitado ladrido que pareció ser una afirmación, por lo que Regina asintió.

—Esta bien. Pues será Butch.

Durante el resto del viaje a casa, Regina alternó su atención entre la conducción y el perro. Además, examinaba constantemente la carretera, dado que seguía asustada de que alguien tratara de agredirla. Para tranquilizarse a sí misma y al perro, siguió hablándolo y utilizando constantemente el nombre, tal y como le había recomendado el criador, para que pudiera acostumbrarse a él.

Cuando llegaron al complejo de apartamentos en el que ella residía, el perro pareció sentirse más animado. A pesar de todo, no dejaba de temblar. Como había mucha gente en el aparcamiento, Regina volvió a sentirse segura. Agarró a su perro, junto con toda la parafernalia del animal, y se dirigió a su aparamento. Le había comprado boles, comida, golosinas, un cepillo de dientes, un collar y una camita muy cómoda forrada de piel de oveja sintética.

Al entrar en el apartamento, dejó a Butch en el suelo. El animal volvió a encogerse, por lo que ella decidió que tenía que animarlo de nuevo.

El apartamento era muy pequeño. Sólo tenía un dormitorio, un cuarto de baño, una pequeña cocina y un salón.

—Volveré enseguida, Butch.

Se dirigió a la cocina y dejó todos los artículos que había comprado. Cuando regresó por él, se lo encontró haciendo pis sobre el sofá.

—Oh, no. Eso no está bien, Butch —dijo. El animal se acobardó y bajó la cabeza como si quisiera disculparse ante ella—. Venga, cielo. No importa.

Lo abrazó con fuerza y el animal le lamió la mejilla. Decidió que era el perro más precioso y más perfecto que hubiera podido escoger. Se lo llevó a la cocina, ya que allí sería donde pasaría más tiempo. Tras darle un beso en lo alto de la cabeza, lo metió en su cama y regresó al sofá para limpiarlo. Cuando regresó a la cocina encontró algunas gotas más sobre el suelo. Butch parecía estar muy afligido, por lo que Regina decidió no castigarlo. Comprendía que estaba nervioso y que necesitaba comprensión. En vez de recriminarle su conducta, lo tomó en brazos y lo acarició, tratando de transmitirle así que estaba a salvo y que ella lo adoraba.

Cuando ya había comenzado a preparar la cena y Riley estaba punto de llegar, Butch se había relajado lo suficiente como para empezar a jugar un poco. Seguía a Regina a todas partes. Encantada, ella no podía dejar de tomarlo en brazos, de besarlo y de abrazarlo.

Le colocó una caja en el balcón para que él pudiera utilizarla. Enseguida, el animal comprendió lo que debía hacer. Regina utilizó una pequeña correa para que el perro no pudiera caerse del balcón. Por supuesto, marcó su territorio por todo el interior del apartamento. Regina no estaba segura de si no sabía del todo lo que tenía que hacer, si era un testarudo o no muy inteligente. Esperaba que fuera cualquiera de las dos primeras opciones, ya que la tercera no la tranquilizaba demasiado.

El pollo estaba cocinado y el puré de patatas ya hecho cuando sonó el timbre. Era Riley. Había llamado con una decisión muy propia de su persona.

Aunque no le gustaba admitirlo, sintió el vuelco en el corazón con el que ya se había familiarizado desde que estaba con él. Hacía tres semanas que se conocían y, hasta aquel momento, Riley se había mostrado como un hombre atento, cortés y comprensivo. Sin embargo, lo más importante de todo era que creía sus historias de acosadores y de amenazas cuando nadie más parecía hacerlo. Por supuesto, podría ser que la creyera sólo porque estaba aburrido. Había sido miembro de los Equipos Especiales de la policía. Estaba acostumbrado a la excitación y al peligro. Para un hombre con su preparación y experiencia, vivir en Chester, un lugar en el que no ocurría nada, tenía que suponer una gran frustración. Por eso, perseguir a sus fantasmas era seguramente mejor que nada.

A pesar de todo, no iba a quejarse. Fuera lo que fuera lo que le motivara, necesitaba su ayuda, así que estaba dispuesta a aceptar lo que pudiera obtener.