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Todo es posible si una se lo propone. Después de su último, y notorio abandono, Kyra White decidió que era hora de cambiar unas cuantas cosas. Así que lo primero que tenía que hacer era seguir los consejos de un libro de autoayuda y conquistar a algún miembro del otro sexo. Y resultó que pudo hacerlo... y muy bien. De repente, parecía que todos los hombres con los que se cruzaba querían llevársela a la cama... incluyendo a Michael, su mejor amigo. Michael Romero llevaba años fantaseando con su amiga y, ahora que se había convertido en el objeto de deseo de cualquier hombre, ya no podía reprimir sus sentimientos por más tiempo. Y, si bien era cierto que Kyra no se quejaba al respecto, Michael tenía que admitir que eso no era todo lo que él quería... Él deseaba que Kyra formase parte de su vida para siempre, pero para ello tendría que convencerla de que lo que había entre ellos era mucho más profundo.
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Seitenzahl: 149
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Lori & Toni Karayianni
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En el alma, n.º 41 - junio 2018
Título original: Skin Deep
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-713-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
1
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Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Sección I
Los cambios son buenos. Muy buenos.
No sabía lo que le pasaba con aquella mujer.
Michael Romero se frotó el cuello y miró a Kyra White, que estaba sentada en una mesa cercana del Tampa, la cafetería de Florida que frecuentaban los trabajadores de las empresas de la zona, incluidos los de la firma de arquitectos donde trabajaban tanto ella como él. Además de trabajar juntos, eran grandes amigos; él era uno de los cuatro socios y Kyra se encargaba de la administración.
Su relación se había cimentado durante los primeros días de la mujer en Fisher, Palmieri, Romero y Tanner. Al principio cometió algunos errores por nerviosismo y sus socios querían echarla, pero Michael comprendió que solo estaba asustada y la ayudó; no fue ningún sacrificio y resultó ser una administrativa excelente. Después, se hicieron grandes amigos. Y ahora se encontraba en una situación imposible: la deseaba, pero no estaba a su alcance.
Tal vez la palabra deseo no fuera la más apropiada para definirlo. Sin embargo, se estremecía pensando en ella sin ni siquiera mirarla. Y cuando la miraba, era todavía peor. No podía sacarla de su pensamiento.
Tampoco lo ayudaba demasiado que en aquel momento estuviera sentada con la última de sus conquistas pasajeras; siempre eran individuos completamente idiotas.
Michael admiró el largo cabello castaño de Kyra, sus ojos verdes ovalados, sus rasgos amables y su esbelta figura, oculta bajo una falda de color caqui y una blusa blanca. Nunca pensaba en ella en términos sexuales cuando estaban cara a cara, cuando salían a un nuevo restaurante o veían algún vídeo en la televisión.
Entonces solo era su mejor amiga, una persona llena de entusiasmo y de grandes ideas, que le reía hasta el peor de los chistes, recriminaba su actitud por no llevar una dieta más sana y le decía que debía encontrar una mujer digna de él.
Pero en momentos como aquel, Michael siempre se preguntaba si el tipo que estaba sentado con ella sabía lo afortunado que era por poder besar sus labios; si sabía cómo tocarla, cómo acariciarla hasta conseguir que se estremeciera, cómo llevarla al clímax.
Miró a su nuevo novio. En los cuatro años que habían transcurrido desde que la conoció, le había presentado a muchos hombres similares. Había perdido la cuenta, pero sin duda eran más de diez, así que decidió de forma arbitraria que aquel debía de ser el número trece. El número le quedaba bien.
Craig Holsom era un abogado muy pedante, pero también atractivo. Kyra llevaba tres semanas saliendo con él, todo un récord para ella. En aquel momento, Holsom miró a una exuberante camarera que pasaba junto a su mesa y Michael deseó darle un buen puñetazo y borrar aquella sonrisa de su cara.
Echó un trago de cerveza y pensó que habría sido mejor quedarse en casa en lugar de salir con Kyra, sobre todo sabiendo que iba a estar con Craig. En general, se limitaba a saludar a sus acompañantes antes de marcharse a alguna otra mesa; aquella noche la excusa había sido una inexistente cita: aunque tenía que ver realmente a Jennifer Polasky, lo había llamado al trabajo para decirle que estaba muy ocupada y que no podría salir.
Volvió a mirar a Kyra y pensó que parte de la atracción que sentía se debía al irrefrenable deseo de protegerla.
Además de su hermana Alannah, era la persona que mejor la conocía. Había comenzado a admirarla cuando le confesó que había crecido en un apartamento de dos habitaciones de una pequeña localidad a las afueras de Memphis, en Tennesse; había empezado a trabajar a los diez años, cuidando niños y llevando periódicos a las casas, y aun así se las había arreglado tras la muerte de sus padres para estudiar y cuidar de su hermana.
Además, también se sentía extrañamente orgulloso por haberla ayudado en la oficina, cuando cometió un error que a punto estuvo de costarle el puesto.
Ahora, en cambio, prácticamente lo dirigía todo.
Kyra era un soplo de aire fresco para un hombre que había crecido en un medio familiar bastante confuso. Y siempre lo ayudaba a no sentir lástima de sí mismo.
—Recuerda que las cosas siempre pueden empeorar —solía decir.
Sin embargo, no entendía por qué se empeñaba en salir con hombres que no la comprendían en absoluto. Se lo había dicho más de una vez, pero ella se limitaba a reír y a decir que no podía evitarlo. Así que Michael se quedaba a su lado y la ayudaba cuando tenía problemas con alguno de aquellos cretinos, cosa que sucedía con frecuencia.
Entonces, notó que Holsom y Kyra estaban manteniendo una conversación que no parecía muy agradable. La confusión de su amiga era evidente. Michael no podía escuchar lo que decían, pero supo de inmediato lo que sucedía: su acompañante acababa de romper su relación con ella.
Kyra dijo algo a Holsom, que se levantó. Michael también lo hizo, con intención de dirigirse hacia su mejor amiga, pero supuso que ya era tarde.
—¿Ah, sí? —dijo Holsom, irritado—. Pues tú eres tan activa en la cama como un pez muerto.
Kyra se quedó boquiabierta, consciente de que todo el mundo la estaba mirando. Craig acababa de abandonarla y por si fuera poco la había insultado en público. No sabía qué le había molestado más.
Cerró los ojos y se frotó las sienes. Llevaba un día terrible. Primero, había discutido con su casera porque decía que su despertador sonaba demasiado alto. Después, la tintorería había estropeado casi toda su ropa. Más tarde, había encontrado un error de contabilidad en la empresa que podía costarle el puesto si no lo resolvía con rapidez. Y ahora, Craig la abandonaba.
Pensó que Michael estaba en lo cierto. Craig era un idiota. El único problema era que Michael siempre tenía razón, algo que la irritaba sobremanera. Entonces, vio que su amigo avanzaba hacia ella y se alegró; así podría salir del local con cierta dignidad. Le temblaban las piernas y tenía la sensación de que podía caerse en cualquier instante, pero se sintió extrañamente aliviada ahora que su relación con Craig se había roto.
—Bueno, es mejor ser un pez muerto que una causa perdida —dijo al fin a su acompañante—. Aunque tomes Viagra.
Craig se quedó mudo, sin saber qué decir, y ella intentó disculparse:
—Siento lo que he dicho. No pretendía…
Entonces, sintió que una mano se cerraba en uno de sus brazos. Era su amigo.
—Vámonos —dijo Michael.
—¡Maldita bruja! —exclamó Craig.
—Si vuelves a insultarla, te tragarás todos tus dientes —amenazó Michael.
Por suerte, la cosa no fue a más y en pocos segundos Kyra y Michael se encontraron en el exterior del local.
—¿Te he dicho ya que últimamente eliges muy bien a tus novios? —preguntó él, con ironía.
—No dejas de decírmelo.
—Por lo visto, no lo digo lo suficiente. No entiendo por qué te acuestas con tipos como ese.
—¿Quién ha dicho que me he acostado con él?
Caminaron hacia el aparcamiento. Kyra tenía un Mustang descapotable de 30 años de antigüedad. Y él, un vehículo bastante más moderno.
—Oh, vamos, ahora vas a empezar con la segunda fase, como siempre —dijo él.
—Cállate.
—Bueno, tus rupturas siempre tienen algo bueno: son una fuente inacabable de bromas.
—Me alegra que te diviertan.
—No me divierten, porque después empiezas a deprimirte y te sientes rechazada.
—Es que me han rechazado…
Kyra abrió su vehículo y entró en él.
—Acto seguido, empiezas a comer más de lo normal y te empeñas en que yo también lo haga.
Ella sonrió.
—Pero esa fase no te molesta tanto…
—Eso es verdad —dijo, mientras entraban en el vehículo—. Pero no deberías salir con gente así. No te merecen.
Kyra se puso el cinturón de seguridad.
—Yo nunca te presiono tanto cuando rompes con alguna de tus novias.
—Porque no suelo necesitar de tanto consuelo como tú.
—Tal vez porque estoy dominada por mis hormonas, como dices —declaró.
Kyra sonrió, pero derramó una lágrima. Conocía bien a Craig Holsom y sabía que no la merecía en absoluto, pero a pesar de todo le disgustaba terriblemente que la hubiera rechazado.
Michael tenía razón. Era una idiota. Aunque él nunca había dicho nada parecido.
—¿Estarás bien? —preguntó Michael.
—Claro.
Él le acarició la mejilla y la miró con una sonrisa.
—Sígueme en tu coche e iremos a un local que no conoces.
Kyra lo observó mientras se alejaba hacia su vehículo. Michael Romero era un hombre en extremo atractivo, alto, de anchos hombros y pelo negro, y una sonrisa arrebatadora.
Por desgracia, también era su mejor amigo.
Michael la llevó a una pequeña librería que había descubierto en las afueras de la ciudad. En cuanto la vio, supo que a Kyra le gustaría mucho. Y acertó. Su amiga olvidó enseguida lo sucedido con Craig.
—Es maravillosa —dijo ella.
—Sabía que te gustaría. Pero por favor, no tardes mucho. Esperaré cuarenta y cinco minutos y luego me marcharé con o sin ti.
—No te marcharías nunca sin mí.
Michael suspiró y pensó que tenía razón. Después, la siguió por el establecimiento, admirando su cuerpo.
—¿Has leído este libro? —preguntó ella.
—No.
—Pues no sabes lo que te pierdes.
Michael contempló sus labios y una vez más se maldijo por desearla. Apreciaba demasiado su amistad y no quería arriesgarla por una simple cuestión de deseo.
El destino le había jugado una mala pasada: cuatro años antes, cuando la conoció, estaba saliendo con Jessica. De no haber sido así, tal vez lo habría intentado con Kyra. Pero ahora le parecía que era demasiado tarde y tenía la impresión de que una vez más había perdido la posibilidad de mantener una relación estable con alguien.
Era hijo único, de madre peruana y padre español, y llevaba toda la vida intentando asumir sus diferentes rasgos culturales, sin saber muy bien de dónde era en realidad. Kyra lo había ayudado mucho. No podía resolverle el problema, pero le había hecho comprender que él era él y que no debía obsesionarse con aquello.
Miró su reloj y se preguntó cuánto tiempo pensaría estar en aquel lugar y cómo podía arreglárselas para sacarla de allí.
—Tic, tac —dijo Michael.
Kyra lo miró, sonrió y suspiró profundamente. Amaba los libros. Amaba el sonido que hacían al abrirlos, el olor de las ediciones nuevas, las texturas de los encuadernamientos. Amaba la ficción, el ensayo, la literatura, todo. Y desde luego, le apasionaban las historias románticas.
Un año, Michael le había regalado una suscripción a un club de libros. Kyra sospechaba que lo había hecho para no verse obligado a acompañarla a sus habituales salidas a las librerías y bibliotecas. Todavía tenía la suscripción, pero ella prefería salir y comprar los libros personalmente. Le gustaba hacerlo, disfrutaba con ello. Los libros conseguían que no se sintiera sola.
Apretó los labios y pensó que la ruptura con Craig la había afectado más de lo que imaginaba, aunque menos de lo que sospechaba. Se preguntó si realmente sería una mujer fría en la cama y si eso explicaba que todos la abandonaran.
Entonces, se fijó en un libro sobre sexualidad y lo sacó de la estantería. Lo abrió y echó un vistazo. Hablaba de la necesidad de cambiar, de adoptar nuevos hábitos, de romper viejas costumbres para disfrutar del sexo sin inhibiciones. Y Kyra se preguntó si ya sería tarde para cambiar.
Michael seguía a su lado, tan atractivo como siempre. Al igual que ella, se había hecho a sí mismo a partir de una infancia difícil. Pero él era arquitecto y socio de una empresa, y ella, solo una administrativa.
Pasó una mano por la cubierta del libro y se dijo que tal vez debería seguir sus consejos; su vida sexual no era precisamente satisfactoria. Si cambiaba, hasta podría conseguir que Craig volviera a ella, se pusiera de rodillas y le pidiera perdón. Pero, curiosamente, no pensó en Craig al imaginar una nueva e intensa vida sexual: pensó en Michael.
—Ya he terminado.
Michael dejó el catálogo sobre Centroamérica que estaba mirando y volvió con su amiga.
—Has batido todo un récord de rapidez.
—Es que he encontrado algo que me interesa.
Michael intentó ver el libro que había comprado, pero ella se lo impidió.
—¿Qué sucede? Normalmente siempre te empeñas en que vea lo que compras.
—Sí, pero este libro solo es para mí.
—¿Qué es? ¿Pornografía para mujeres?
Ella rio y se alejó.
—Vamos —insistió él, mientras la seguía—. Deja que lo vea.
—No.
—Me lo vas a enseñar más tarde o más temprano. Así que, mejor, hazlo ahora.
—No —repitió.
—Está bien. Me rindo.
Ella lo miró, sospechando.
—Ese truco no te va a servir de nada. No te lo voy a enseñar.
Michael le abrió la puerta y salieron del establecimiento. Después, la acompañó a su coche. Kyra dejó la bolsa con el libro en el asiento del copiloto y entró.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó él.
—Sí, gracias.
—¿Te apetece que vayamos a cenar? Podríamos ir a un restaurante cubano.
—No tengo hambre. Creo que volveré a casa y me acostaré temprano.
—¿Tan interesante es el libro que has comprado?
Ella rio.
—Anda, márchate a casa. Te veré mañana en el trabajo.
—Está bien. Buenas noches…
Kyra extendió una mano y lo tocó.
—Gracias por todo.
—¿Para qué están los amigos? —se preguntó él.
—No lo sé. ¿Para qué?
Entonces, arrancó el Mustang y se alejó sin despedirse de él con la mano, como solía hacer.
Michael se frotó la mandíbula y caminó hacia su vehículo. Tenía la sensación de que Kyra acababa de romper uno de los códigos que hasta entonces habían marcado su relación. Y la posibilidad le asustaba y le encantaba.
Algo no andaba bien.
A la tarde siguiente, Michael conducía por las atascadas calles de la ciudad. Hacía mucho calor y el cielo amenazaba tormenta. De repente tuvo que frenar en seco para evitar a otro vehículo y pensó que los atascos no mejorarían su mal humor.
Desde que habían estado en la biblioteca, tenía una sensación extraña que aumentaba con el tiempo. La noche anterior la había llamado por teléfono, pero le había saltado el contestador. Además, cada vez que la había mirado en la oficina, la había descubierto leyendo el libro; y una vez más le había impedido que lo viera. Y para añadir más misterio a todo, acababa de descubrir que se había marchado a casa una hora antes.
Se preguntó si estaría enojada con él, pero no había dado muestras de enfado. De hecho, incluso parecía haber olvidado el asunto de Craig Holsom. Algo bastante extraño si se tenía en cuenta que, normalmente, tardaba más de una semana en salir de la depresión y del consiguiente consumo exagerado de comida, aunque la relación rota no hubiera durado más de siete días.
No entendía nada.
No obstante, pensó que no estaba tan recuperada como imaginaba y se dijo que podía llevarla a tomar algo. Salió de la autopista, se detuvo en un centro comercial cercano para comprar un par de cosas y veinte minutos más tarde estaba en la puerta de la casa de Kyra.
Pero nadie contestó.
—¿Kyra?
Michael sabía que estaba dentro porque acababa de ver su coche aparcado en la esquina.
—Sé que estás ahí, así que abre.
Hasta llego a pensar que tal vez había regresado con el cretino de Holsom, pensamiento que le molestó más de lo que le habría gustado. Mucho más.
Maldijo en voz baja y volvió a llamar a la puerta. Entonces, oyó la voz de la casera:
—¡Sea quien sea, márchese! Estoy viendo un programa de televisión y me molesta. ¡Esto no es ningún burdel!
Michael se asomó al hueco de la escalera y vio el rostro amargado de la señora Kaminsky.
—Lo siento, hablaré en voz más baja.
—¡Espero que sí!
La mujer desapareció y Michael volvió a llamar a la puerta.
—¿Kyra?
Entonces, notó que estaba abierta y entró. La casa era bonita, con tarima de madera, habitaciones luminosas y un gran dormitorio. Sin embargo, la casera era tan irritante que de haber estado en el lugar de Kyra, ya se habría mudado.
Notó que había montones de ropa por todas partes y le extrañó; aquello no era propio de ella. Como no la veía por ninguna parte, se acercó al cuarto de baño. Delante de la puerta había una caja.
—Kyra, ¿estás ahí?
Oyó el inconfundible sonido del cerrojo de la puerta, pero se llevó una sorpresa. En lugar de abrir y salir, había cerrado.
—¿Se puede saber qué te sucede? —preguntó.
—Márchate.