En el ojo de la libélula - Samuel R. García Ochoa - E-Book

En el ojo de la libélula E-Book

Samuel R. García Ochoa

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Beschreibung

Cuando la mítica y la mística se unen, grandes cosas suceden, y mundos inexplorados aparecen.  Dicen que la fe mueve montañas, y que la necesidad de ella guia al ser humano a explicar su origen. ¿Y si su origen no es el que se espera? Tres hermanas separadas en su infancia por el peor de los males, la batalla del Aire y el Mar por recuperar lo que les pertenece, la Tierra. Diosas, reinas y princesas apuntando a un destino en común.  Una historia de amor y odio, verdades, mentiras y muerte.

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Seitenzahl: 928

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Samuel Raúl García Ochoa

En el ojo de la libélula

Editorial Autores de Argentina

García Ochoa, Samuel R.

   En el ojo de la libélula / Samuel R. García Ochoa. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-440-9

   1. Novela. 2. Novelas Existenciales. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Índice

Prólogo

1.La Libélula.

2.El Cazador.

3.El Inicio.

4.La Batalla del Dominemos.

5.La Embestida.

6.La Princesa.

7.Hombres y Musas.

8.Los Jardines de Ninfa.

9.Retomando la Historia.

10.En el Ojo de la Libélula.

11.La Horda de las Diosas

12.Espirales de Seda.

13.Hojas de Sangre

14.En las manos de la Tierra.

Datos Biográficos

Palabras del Autor

Prólogo

¿Qué cosas creo, y qué cosas no? ¿En qué cosas debo creer, y en qué cosas no? ¿Qué existe, y que no? Esa es mi pregunta, y busco una respuesta. ¿Quién me podrá responde?

Hay una vieja creencia china que dice que cuando una libélula entra en tu hábitat, y muere, algo bueno está por ocurrir en tu vida. Ayer a la noche, después de haber llegado de mi trabajo unos minutos antes que cambiase la hora para la media noche, y luego de haber cenado unos ricos bocadillos que había dejado preparado en la heladera para cuando regresara a casa recalentarlos, servirlos y disfrutarlos, recogí la mesa, y me puse a fregar lo que había ensuciado. Una libélula entró por entre los vidrios de la ventana, se posó sobre mi mano mojada, me miró, aleteó suavemente un poco, y murió como posó, con sus alas extendidas y mirándome. Mi tiempo de escribir ha llegado.

====X====

Capítulo 1.

La Libélula.

Todo comenzó la madrugada del viernes de la primera semana de junio de dos mil once en las orillas del lago Jalaput, cerca de la localidad de Paduwa, India. La noche estaba serena, y eran las tres de la madrugada cuando los tres hermanos Ishaan, Savir y Jalil, junto con su tío Ranjiv emprendieron viaje en sus barcas para ir de pesca.

Ishaan era el mayor de los hermanos, tenía treinta años de edad, y medía un metro con sesenta centímetros de estatura. Su cuerpo era delgado como una serpiente, pero muscularmente bien definido como dibujo de anatomía. De pelo medianamente corto y bien peinado, tenía siempre bigote y barba a medio rasurar. Usaba pantalón gris recogido en dobleces hasta las rodillas, y camisa blanca con las mangas recogidas hasta los codos, manchada y descolorida por las cicatrices del uso y el tiempo. Una voz grave y un tono fuerte distinguían su autoridad. Su pasión era pescar de noche, y observar las estrellas para tratar de leer los designios que ellas contaban, mientras esperaba que los peces hicieran lo suyo entrando en su red. Pacifista, y mediador de todas las discusiones en las que se enfrascaban sus hermanos. Matemático de vista, calculaba con precisión las medidas y acciones que necesitase realizar para navegar su barca con maestría y saña. Ishaan era el único casado del grupo, tenía cuatro hijos por los cuales se desvivía trabajando y pescando todos los días.

Savir, el mediano de los hermanos, tenía veinticinco años de edad, y su estatura era unos diez centímetros más que Ishaan. Su cuerpo era corpulento y fornido, cuello ancho, grandes músculos en sus brazos, muslos, pantorrillas y pectorales. Sus abdominales y pectorales hacían la delicia visual de las chicas que lo miraban. Tenía el pelo muy corto, y andaba siempre afeitado. Usaba pantalón negro hasta las rodillas, y atado con una faja roja. Le encantaba practicar el Thang-ta, y cada vez que salían a pescar aprovechaba el tiempo de espera para practicar el balance, realizando movimientos de artes marciales. Su voz gruesa y tono relajado denotaban su espíritu alegre y juguetón. Le gustaba dominar, y que todos siguieran sus órdenes sin contradecirle, porque empezaba a discutir como si lo hubieran insultado. El único que le podía decir o contradecir en cualquier momento sin causarle ninguna molestia era su hermano mayor, al que nunca cuestionaba o ponía en duda sus palabras por considerarlo como una ley, y un ejemplo a seguir. Vigilante y atento, Savir era el protector del grupo. A la hora de enfrentar un problema era quien siempre saltaba como resorte, sin pensar, ni medir las consecuencias por defender a los suyos. Le fascinaba pescar de noche, y escuchar el ruido que hacía el agua ante el movimiento desplazante de su barca por el Jalaput.

Jalil era el menor de los hermanos, tenía diecinueve años de edad, y su estatura era cinco centímetros menos que su hermano Ishaan. Muchacho de panza grande, dura y casi redonda. En contraste con el tamaño de su abdomen, sus piernas y brazos se veían muy sólidos y fornidos. No tenía pelos en su cabeza, ya que cuando era apenas un bebé de cinco meses de edad, se le quemaron con el calor del fuego de una hoguera durante una celebración familiar de casamiento. Por suerte fue sólo un susto, y no pasó a mayores porque cuando apenas se le encendió el cabello, rápidamente uno de los invitados que había llegado del lago con lo que había pescado como regalo de boda, le volcó encima un balde de repleto de agua y peces. Lamentable, y desafortunadamente para el niño, un pescado que había quedado atascado en el balde, saltó sobre su cabeza, y le clavó tres espinas de su aleta dorsal. En un intento desesperado por zafar y escapar de su clavadura, el pez se sacudió bruscamente de un lado a otro, abriendo y cortando la piel y la carne de la cabeza del infante. Una marca de por vida, tres surcos abiertos en el centro de su cabeza que se transformarían en una cicatriz como una huella rasgada por garras. Jalil usaba pantalón largo de color gris, y una camisa gris manga corta. Aunque era de temperamento tranquilo, no le gustaba para nada que le impusieran o le dijeran que hacer como si fuese una obligación, causa y motivo principal de las peleas con su hermano Savir. Su voz no era tan grave y su tono era mediano. Amante de la música y de la naturaleza, se la pasaba estudiando constantemente la relación armoniosa que existe entre el día, la noche, la lluvia, la música y la naturaleza a su alrededor. Siembre en búsqueda de la espiritualidad, y el punto de balance perfecto entre todos los factores. Su pasión por la pesca iba mucho más allá de una necesidad humana por encontrar alimento, era un instante ideal para estudiar la relación entre el ecosistema, los astros, y las estaciones del año. Se conocía el Jalaput como la palma de su mano, por lo que era el encargado de guiar el grupo al mejor lugar que le dictase la noche para ir a pescar. Mal que le pesaba a su hermano, Jalil era quien decidía que cosas se podían llevar, y que cosas no, según como él viese la noche, decía cuales cosas eran necesarias para la pesca. Justo esa noche había decidido que llevarían todo lo que tenían a su disposición, tanques de combustible, motores, remos, antorchas, machetes, bicheros, redes, anzuelos, pesas y cordeles. El joven pescador siempre viajaba en la barca de Savir, pues más allá de sus habituales discusiones, Jalil se sentía protegido por su hermano, y ambos se la pasaban conversando y haciendo chistes todo el tiempo.

Ranjiv era tío de los tres hermanos, tenía cincuenta años de edad, y medía un metro con setenta centímetros de estatura. Delgado como serpiente, y no tan definido muscularmente como Ishaan, el pasar de los años y una vida tranquila pescando se habían encargado de desmarcar sus abdominales. Tenía el pelo largo recogido como cola de caballo, barba frondosa y larga hasta la barriga. Su voz era ronca y tenue, rara vez se le escuchaba hablar. Su lenguaje era la seña de apuntar con sus dedos lo que quería, y asentar o denegar con la cabeza las afirmaciones o negativas de sus respuestas. Siempre vestido con su camisa blanca de manga larga, y un pantalón gris largo hasta los tobillos. Amado y respetados por sus sobrinos, Ranjiv siempre viajaba en la barca de Ishaan, embarcación en dónde él se podía sentar y mover con más comodidad. Todas las mañanas, antes de partir a pescar ordeñaba su vaquita para llevar consigo un tarro de leche fresca. Ranjiv era pescador y granjero de vocación, por la madrugada se iba a pesca con sus sobrinos, y durante el día se la pasaba cosechando y sembrando en un terrenito que tenía junto a su casa.

Esa noche un manto de estrellas cubría el firmamento por donde quiera que se mirara. El canto de los grillos, el croar de las ranas, y el chillar de las chicharras inundaban con su música, y cubrían en concierto toda la majestuosidad del Jalaput, unidos en una melodía ideal para una noche de pesca. Luego de casi media hora de viaje, y encontrar el lugar en donde Jalil consideraba era apropiado para pescar, las dos barcas detuvieron su marcha. A dos remos y medio de distancia por el lado de estribor de la barca de Savir, se podían visualizar juncos, lirios y musgos acuíferos. Mirando por babor, a cinco remos de distancia Ishaan y su tío esperaban por instrucciones de Jalil.

Jalil —Savir, Savir… Este es el lugar perfecto para empezar nuestro día. Las estrellas, la noche, el nivel de las aguas, los juncos y las plantas acuíferas están en armonía.

Savir —Muy bien hermanito, lánzale la cuerda a Ranjiv. (Volteando su cabeza y hablándole a Ranjiv con voz fuerte.) Tío, despabílate y presta atención.

Jalil —Tío, a la cuenta de tres te lanzo la cuerda… A la una, a las dos, y a las… tres.

Ranjiv atrapó la cuerda y la amarró en la proa de la barca. Haciendo señas con sus manos, Jalil dio instrucciones a Ishaan para que remara en semicírculo, y unieran las barcas popa con popa. Ahora cada barca traía atada a su proa un extremo de la red. La barca en donde descansaba la trampa permaneció quieta e inmóvil, mientras sus pescadores Savir y Jalil la servían con gentileza a las aguas del Jalaput. La otra barca que era empujada suavemente por el palear de los remos de Ranjiv, bajo la supervisión de Ishaan fue halando, estirando y colocando la red, hasta formar un semicírculo de flotantes sobre el agua. Una vez que la red estuvo ubicada, y las barcas unidas popa con popa, los pescadores comenzaron a orar. Ranjiv encendió un incienso, y cada uno de los hermanos lanzó tres puños de arroz sobre los flotantes en el agua. Jalil colocó una vela prendida sobre un barquito porta velas que había hecho con madera de sándalo, boyó su barquito sobre el agua, y lo envió hacia la trampa. Los pescadores oraron y cantaron por algunos minutos, y luego de sus plegarias comenzaron a desayunar. Ishaan repartió pan que hacía en su casa, Savir repartió parchas de su huerta, y Ranjiv compartió la leche recién ordeñada de su vaca. Jalil sólo comía y disfrutaba.

De pronto, un chapoteo se escuchó en el agua, el barquito porta vela había desaparecido sin dejar olas, ni rastros. Un aire suave y sutil como la calma se apoderó de la noche. Las estrellas del firmamento brillaban tan fuertes como nunca antes, cuando de repente, y al mismo tiempo, titilaron dos veces y volvieron a su brillo normal. Otro chapoteo se escuchó en el agua, esta vez fue más fuerte que el primero. La red, los flotantes y sus amarras habían desaparecido, no hubo ruido, no hubo nada, ni siquiera crujidos de cuerdas cuando las amarras se soltaron de las barcas.

Los pescadores separaron sus barcas. Mientras Savir y Ranjiv remaban, Ishaan y Jalil peinaron las aguas con ganchos y palos para ver si daban con algo. Ni los flotantes, ni la red mostraron rastros de existencia alguna. El agua estaba tan quieta como un plato, y tan reflejante como un espejo, pero aun así no daba señales de nada. Una brisa fría, tenue y susurrante se apoderó del lugar, una fina capa de niebla se posó sobre las aguas que cubrían el Jalaput. Dos estrellas fugaces cruzaron el cielo, una hacia el norte, y otra hacia el este. Perplejos y preocupados, los pescadores irrumpieron rápidamente en un canto susurrante y desesperado. Sin dejar de mirar al cielo, clamaban al cielo por su protección divina. De repente, un chapoteo casi silente se escuchó cerquita de las barcas. Los flotantes se volvieron a ver, y los pescadores lanzaron sus ganchos para poder alcanzarlos...

Ishaan —(Con voz de júbilo y desbordante de alegría.) Debe ser algo grande y enorme para haberse llevado la red así. Rápido, hay que subirla.

Jalil amarró la cuerda nuevamente a la proa de la barca, y junto con Savir comenzaron a subir la red con mucha prisa y poco esfuerzo. Entre los pocos peces que traía la red se pudo distinguir el barquito. Jalil tomó el portavelas entre sus manos, y pudo observar tres surcos como marcados por garras que cruzaban el barquito de un extremo al otro. Surcos iguales a los que le había marcado un pez cuando él todavía apenas era una criaturita.

Jalil —(Con voz fuerte, y asustado.) Esto no está bien. Algo ha marcado mi barquito portavelas con tres surcos iguales a los de mi cabeza…

Savir —(Hablando en mofa.) Sí, lo que pasa que el barquito ha ido a parar con el tátara nieto de tu peluquero estrella.

Ranjiv — Vámonos... Ahí hay algo peligroso, y no sé qué es. Ese algo nos asecha, y yo no quiero ser su cena.

Ishaan —Ya oyeron al tío…

Un chapoteo muy, muy fuerte se escuchó en el agua al lado de la barca, y la red empezó a tirar desde lo más profundo. Una libélula rosada de ojos azules observaba tranquila desde un junco, una rana saltó del agua sobre la hoja de un lirio ubicada detrás del junco en donde se encontraba la libélula. La punta de la proa de la barca de Savir tocó su borde con el agua, y la red seguía tirando como caballo a su rienda. Jalil cayó al lago, en ese instante la red se destensó, y la barca de Savir se estabilizó nuevamente. El menor de los hermanos había desaparecido bajo la oscuridad de las aguas. Ranjiv y Savir hacían silencio y ondeaban las antorchas cerca del agua en espera de cualquier señal. Ishaan se sentó, y comenzó a llorar mientras oraba pidiendo por Jalil. De repente unas burbujas emergieron del agua, y ambos pescadores apuntaron las antorchas hacia ellas. Ishaan se lanzó al agua, y una quietud escalofriante se apoderó del momento cuando un rugir del cielo comenzó a escucharse.

Nubes de tormentas que se acercaban lentamente se podían vislumbrar a lo lejos por la brillantez de sus relámpagos. Un chapoteo rompió la calma, y un respiro profundo se dejó escuchar. Savir tomó la mano de Jalil, y lo subió a su barca de un tirón. Ranjiv hizo lo mismo con Ishaan, después remó un poco y amarró las barcas una con otra. Los cuatro hombres se abrazaron entre llantos y sollozos. El tío de los hermanos descubrió tres surcos muy profundos en la espalda de Jalil, quien sangraba profusamente por las heridas que le recorrían la espalda, desde el costillar superior izquierdo hasta el costillar inferior derecho. Ranjiv saltó a la barca para auxiliar a Jalil, Ishaan y Savir subieron la red y armaron un reposo. El joven herido se recostó entre musgos y peces, y al recostarse un brillo cobrizo y opaco llamó su atención. Era una punta en gancho de media flecha que se había enganchado en la red. Jalil se sentó en su reposo, agarró el gancho que había entre las cuerdas, e inmediatamente hizo señas a los demás para que se acercaran. Savir y Ranjiv se acercaron con las antorchas, trayendo consigo la luz que el joven necesitaba. En ese momento Jalil se puso en pie, y extendiendo sus brazos hacia arriba alzó el gancho al cielo. Un relámpago rojo magenta que provino de las nubes en la distancia les cayó encima, casi al mismo tiempo que un destello en azul brilló en el lago.

El sapo en el lirio saltó al agua, la libélula rosada de ojos azules que observaba desde el junco emprendió su vuelo, y un halcón peregrino negro que apareció de la nada cayendo en picada, se llevó la libélula. Se disipó la noche, y un sol renaciente iluminó la mañana. Tres siluetas calcinadas y petrificadas yacían paradas, inmóviles y silentes como estatuas de la muerte sobre el piso de la barca chamuscada de Savir. Entre juncos, lirios y musgos, se escondía un cuerpo tirado en el agua, flotando boca abajo a medio hundir, y su espalda surcada expuesta al sol. A su lado, una barquita porta velas yacía hundida en el agua. Tres días después de lo sucedido, cerca del medio día los cuerpos calcinados fueron encontrados por otros pescadores que navegaban en las cercanías. Desde la distancia los pescadores visualizaron algo extraño que salía del agua, pero al acercarse se encontraron con la escalofriante escena. Como alma que huye del mal, los hombres dieron aviso a las autoridades, y rápidamente la noticia se difundió por todo el planeta.

====X====

En la sala de profesores del departamento de antropología de la Universidad de Florida en Gainesville, se encontraba el Doctor Enzo Martínez, almorzando en su despacho mientras escuchaba las noticias de una radio boliviana a través de su computadora.

Enzo Martínez, natural de Achacachi, Bolivia, era un reconocido médico forense experto en antropología, lenguas primitivas y jeroglíficos indoamericanos. Tenía sesenta y siete años de edad, y una estatura de un metro con sesenta centímetros. Su cabello era corto y parado como un sombrero cosaco, su nariz era chata y de fosas grandes, y su voz era gruesa y tenorezca. De corpulencia mediana, no era delgado, pero tampoco obeso, su panza era pequeña y poco se notaba. Aunque vestía muy bien, nunca iba de traje, ya que no le gustaba usar corbatas porque sentía asfixia. Era un hombre muy admirado y respetado por sus colegas y estudiantes. Sus conocimientos antropológicos iban más allá de lo que los libros tradicionales y avanzados podían explicar. Todo momento o rato libre que tenía entre clase y clase, lo aprovechaba para escuchar noticias, leer revistas, diarios, y libros que portaba en su maletín, fuentes de información importante de dónde sacaba las conclusiones que anotaba en sus cuadernitos; cuadernitos que tenía propiamente identificados y clasificados. En su tiempo de ocio hogareño, le fascinaba tirarse a leer poemas y poesías, recostado bocabajo sobre el tapete de la biblioteca en el sótano de su casa.

A sus siete años de edad aproximadamente, había ido a la casa de su abuelo en la localidad de Huarina, Bolivia, para pasar algunos días con él. Su abuelo se dedicaba a la cría y pastoreo de llamas y alpacas. Era un hombre de unos setenta años de edad, con una estatura de un metro setenta centímetros aproximadamente, voz ronca, delgado, fornido y pelo blanco. A orillas del Lago Titi Caca tenía una casita sencilla con dos puertas de madera, y cuatro ventanitas con puertillas de madera. Una de las puertas de la casa daba hacia el lago, y la otra en dirección opuesta. La pequeña vivienda consistía en una sola habitación grande en donde dormían alrededor de una hoguera, el abuelo y todo aquel que lo visitara. A un costado de la habitación había una mesa con cuatro sillas, y en el centro de todo, se encontraba un círculo de tierra y rocas en donde se prendía el fuego que usaban para cocinar y pasar el frío durante la noche. A unos pasos de su casa había una roca bastante grande a la que le llamaban La Gorra por su forma tan peculiar. La visera de La Gorra colgaba en el aire a centímetros de las aguas, y su enorme corona se encontraba firmemente empotrada sobre suelo terrestre. Cada tanto, el pequeñito se trepaba sobre la visera de La Gorra para lanzar un cordelito al lago, teniendo la suerte de que siempre pescaba algo bueno. A Enzo le gustaba saltar, gritar y molestar a su abuelo desde lo alto de la roca. Se trepaba desde tempranito para gritarle «barba blanca» a su abuelo hasta hacerlo enojar. Una mañana, el pequeño Enzo se había levantado de su lecho mucho más temprano de lo que comúnmente lo hacía. Como no tenía sueño, y todavía era de noche, se había sentado en el escalón de la puerta que daba al lago para ver el firmamento. La noche estaba repleta de estrellas, y el lago cundido de luciérnagas que revoloteaban de un lado a otro. Un pequeño canto proveniente de la roca apenas se escuchó. Enzo salió corriendo hacia La Gorra, se trepó en ella por el lado contrario al lago, y cuando llegó a la cima rocosa, cinco luciérnagas que estaban en la roca del lado que daba hacia el lago salieron volando en la misma dirección. Enzo se recostó bocarriba sobre el tope de la roca, donde calzaba su cuerpo como en una cama perfectamente diseñada para él. Al ratito nomás de haberse recostado para ver las estrellas, un pequeño chapoteo se escuchó en el agua al lado de la visera, y un canto muy bonito volvió a sonar. Enzo se agachó sigilosamente, y con mucho cuidado comenzó asomarse. Estando a menos de un milímetro de poder ver qué sucedía, un cóndor salió volando del lado de la visera. El niño gritó del susto, y otro chapoteo más fuerte en el agua frente a la visera se volvió a escuchar. El pequeño se asomó, pero no vio nada. El chico curioso saltó silenciosamente sobre la visera, pero algo no estaba bien, la roca estaba mojada. Su único pensamiento decía y cuestionaba qué algo, que había salido y luego regresado al agua, estuvo ahí recostado, y por qué. Acercándose al lago sin decir una sola palabra, el pequeño miró hacia el agua que estaba casi bajo sus pies, y fue allí en donde pudo ver una luz azul que se atenuaba rápidamente, como luciérnaga marina que se va alejando. El resplandor azul parecía perderse más y más en la profundidad del lago que había bajo sus pies, hasta el instante que dejo de verse. Enzo se giró, apuntó su mirada a la parte alta de la corona, y justo antes de saltar, cuando estaba por levantar su pie izquierdo al aire, sintió algo acordonado que se enredaba entre los dedos de su pie. Detuvo su marcha, miró su pie, y fue en ese entonces cuando encontró un collar de perlas del cual colgaba una escama grande del tamaño de una naranja. Tomó el collar, subió a lo alto de la roca, saltó a tierra y corrió hasta la casa. Después de entrar rápidamente a la vivienda, y cerrar la puerta casi herméticamente, sin decir palabras y con pequeños golpes suaves en el brazo, despertó a su abuelo. El abuelo en silencio preguntó qué pasaba, y el niño en respuesta le entregó el collar. Sin ni siquiera mirar lo que su nieto le había entregado, el hombre mayor saltó inmediatamente a toda prisa para cerrar todas las puertas y ventanas de la casa, y extinguir la hoguera con un balde de agua.

Abuelo —(Hablando con voz susurrante y ronca.)Desde ahora no dirás ni una sola palabra hasta que yo te digas que puedes hablar. No importa lo que escuches, y no importa lo que pase, te quiero lejos de las puertas, y lejos de las ventanas. (Apuntando con su dedo índice al rincón derecho de la pared que estaba del lado del lago.) Anda, toma tu frazada, y siéntate en aquel rincón. Cúbrete y escóndete bajo ella, y permanece quieto hasta que te diga. Yo voy a estar en el otro rincón haciendo lo mismo que tú.

Mientras hablaba, el abuelo colocó el collar dentro de una bolsa de cuero de alpaca, y rellenó su interior con cenizas frías para cubrir el collar.

Abuelo —Apenas entre la luz del sol por la ventana, nos marchamos directo para Achacachi. Estás en un gran peli…

Un resplandor azul entró por las rendijas de la ventana y la puerta que daban al lago. Dos voces provenientes del mismo lado se empezaron a escuchar cada vez más cerca y más fuerte, aunque no se entendía lo que decían.

Voz 1 —(Voz varonil gruesa y un tono enojada.) Areiv et euq odajed sah omóc, adadiucsed anu sere. [Eres una descuidada, cómo has dejado que te viera.]

Voz 2 —(Voz de niña de 6 años, con tono sollozante.) Areiv em euq nis íuf em, otirg us ítnes sanepa. Oiv em on, ísa se on, on. [No, no es así, no me vio. Apenas sentí su grito, me fui sin que me viera]

Voz 1 —(La voz se tornó muy furiosa.) It ed ogla oiv oruges, mira ut eneit.   [Tiene tu Arim, seguro vio algo de ti]

Voz 2 —Areiv em euq nis rapacse a opmeit oid em euq ol, aicneserp us óitnis odnauc odnalov óilas Nagrom. [Morgan salió volando cuando sintió su presencia, lo que me dio tiempo a escapar sin que me viera.]

Voz 1 —¿Mira ut etsajed ednód? Ogitnoc Nagrom abatse euq etsivut etreus. Sonamuh ratam atsug em on y.  Olratam euq érdnet aroha. Adadiucsed añin anu sere, adadiucsed. [Descuidada, eres una niña descuidada. Ahora tendré que matarlo. Y no me gusta matar humanos. Suerte tuviste que estaba Morgan contigo. ¿Dónde dejaste tu Arim?]

Voz 2 —Acor ase erbos.   [Sobre esa roca…]

Voz 1 —Ílla ednocse es secnotne… [Entonces se esconde allí.]

La puertilla de madera de la ventana que da hacia el lago reventó de un golpe

Voz 1 —Adaeuqolb átse adartne us.  [Su entrada está bloqueada.]

Un gran ruido anunció la brusca apertura de la puerta al lago. Desde el rincón del abuelo se podía observar claramente como una enorme silueta armada, y oscura en contraluz con el resplandor azul que entraba por la ventana, miraba y hurgaba el interior de la vivienda. 

Voz 1 —Raroll érah et ertneucne et euq aíd le. [El día que te encuentre te haré llorar.]

 Luego de algunos segundos otro gran golpeteo se escuchó…

Voz 1 —Azac ut atreivda acram atse euq. [Que esta marca advierta tu caza.]

Un chirrido muy fuerte se escuchó en la puerta, al tiempo que un destello verde alumbró la habitación…

Voz 1 — Odnarepse someratse et otnemom ese ne y, sortoson a sagnev euq aíd le áragell ay. Sonomav. [Vamonos. Ya llegará el día que vengas a nosotros, y en ese momento te estaremos esperando.]

Voz 2 — (Llorando.) Ralloc im oreiuq… [Quiero mi collar.]

Otras palabras más se escucharon alejarse en la distancia. Unos segundos después, el resplandor azul desapareció en la nada, y todo quedó en calma. Un gallo se escuchó cantar en la lejanía, y un rayo de sol se filtró por las rendijas de la ventana en la pared opuesta al lago. El abuelo agarró su bolso de cuero, tomó a Enzo de la mano, y salió de la casa por la puerta que alumbraba el sol. Subió al chico sobre un fardo de lana que había en su carreta, se trepó en su sillín, arreó su burro, y emprendieron viaje rumbo Achacachi sin detenerse.

Enzo —Abuelo, mi brazo chorrea sangre.

Abuelo —A ver, déjame ver. ¿Qué pasó allí?

Enzo contó lo sucedido a su abuelo, desde que se levantó temprano, hasta que se encontró el collar luego de haber visto la luz azul que desaparecía en el fondo del lago.

Abuelo —Arre burro, arre... No tengo todo el día... Hijo, eso que tienes en el brazo se quita solo. No te va pasar nada. Lo más probable es que cuando el ave emprendió su vuelo, rozó sus garras contigo. Te recomiendo que te escupas en la herida, restriegues tu saliva, y la dejes secar de forma natural. Ahora… escúchame bien atento, y recuerda por el resto de tus días esto que te voy a decir, podría salvar tu vida, o mantenerte a salvo por más tiempo. Nunca, pero nunca, nunca, por nada del mundo saques ese collar frente a nadie. El día que lo hagas, será porque el destino mismo te indicará que lo hagas. Tanto tú como el collar deben estar siempre lo más lejos posible del agua, y cuando digo agua, quiero decir que se mantengan lejos de los ríos, pantanos, lagos, océanos y mares, especialmente muy lejos de estos últimos dos, los mares y los océanos. Si tú o el collar tocan una de esas aguas antes de lo sellado por tu destino, será el último día que verás la luz, porque vendrán por ti, y sabrá tu madre qué cosas terribles harán contigo. Este collar puede significar tu muerte, pero a futuro y destino cumplido, podría significar tu vida.

Enzo —¿Cómo sabes eso abuelo?

Abuelo —El tiempo y la historia te lo dirán. Estudia mucho y aprenderás. Lee, infórmate, no te quedes en el presente, ni tampoco pretendas avanzar demasiado, porque no somos adivinos y no podemos ver el futuro. Aprende del pasado que sí lo podemos ver. Busca tu pasado, apréndelo, y úsalo como tu guía, esto te llevará a tu verdadero camino… (Hablando para sí en forma de murmullo.) El cóndor te vio, pero… ¿Qué vio el cóndor en ti? …La primera marca corresponde al don de la sabiduría y al poder de discernimiento… Me pregunto si ese rasguño será la… (Abriendo bien grande sus ojos.) No es un rasguño… es una herida, una herida triple… Esas tres rayas que cortan su hombro son la marca que salvará su vida…

Enzo —(Interrumpiendo a su abuelo que pensaba en murmullo.) Abuelito, ¿estás bien?

Abuelo —Sí hijito, me encuentro perfectamente. Enzo, recuerda bien lo que te voy a decir... El tiempo y la historia te lo dirán. Cuando llegue el momento, entregarás ese collar al cazador…

Enzo —Cazador… ¿Qué cazador? ¿Me va proteger?

Abuelo —Sí Enzo, él te va proteger, como también va proteger a otros que encontrarás en tu camino…

Enzo —¿Y tiene armas, Abuelito?

Abuelo —Sí hijito... Su arma es un lápiz, y su escudo es un papel… No es el tipo de cazador que tú estás pensando...

Enzo —¿Y qué tipo de cazador es? ¿Usa falda?¿Tiene trenzas en el pelo?¿Es mujer?

Abuelo —El tiempo y la historia te lo dirán… Una vez entregues el collar, la…

Enzo —¿Cómo sabré que es el cazador?

Abuelo —El tiempo y la historia te lo dirán… Quédate tranquilo mi niño, quédate tranquilo…

El hombre mayor le dio un beso en la frente a su nietito, y luego lo abrazó bien fuerte…

Abuelo —Te amo mucho hijito, te amo mucho… y mientras viva, yo cuidaré de ti… Arre burro, Arre…

Voz de reportero en la radio: Interrumpimos este segmento para brindarles una noticia de última hora. Autoridades nacionales y municipales de la localidad de Paduwa en India, han reportado un misterioso hecho ocurrido en las aguas del Lago Jalaput. Tres cuerpos humanos calcinados, petrificados e irreconocibles fueron encontrados sobre una barca en aguas cercanas a la localidad de Paduwa. Para mal y peores, familiares directos de las víctimas informaron de una cuarta persona que habría viajado con los fallecidos, y estaría desaparecida desde ese entonces. El jefe de la policía departamental, y el director de investigaciones especiales a nivel nacional, comentaron que han buscado mediante rastrillaje terrestre y subacuático en un perímetro bastante grande, pero que hasta ahora no han conseguido dar con el cuerpo, ni tampoco han obtenido pistas que den indicio de que el desaparecido hubiese escapado, o sido atacado por algún animal… Y ahora continuamos con nuestra programación habitual, música maestro…

Un golpeteo en la puerta del despacho del Doctor Martínez, interrumpió la hora de almuerzo y descanso del forense. Enzo abrió la puerta de su oficina, permitiendo la entrada de un hombre de un metro con setenta centímetros de estatura, con el pelo negro, lacio, largo hasta medio cuello, alguna que otra cana dispersa, y una calva de algunos centímetros de diámetros en la parte superior trasera de su cabeza. Este hombre tenía un bigote negro de pocos pelos, y una barba mediana muy llena de canas.

Enzo — Adelante, por favor...

Luar — Buenas tardes profesor. Le pido perdón por interrumpirlo... Buen provecho.

Enzo —Muchas gracias. No es nada… Dígame señor, ¿cómo le puedo ayudar?

Luar —Profesor, vine a verlo porque me enteré que está organizando una tertulia de poemas y poesías…

Enzo —¿Sí? ¿Te gusta la poesía?

Luar —Yo amo la poesía. Es algo mágico y sin igual que cuenta una historia, un relato, una pasión o…

Enzo —¿Nos conocemos?

Luar —un hechizo al corazón... Perdón. Sí, sí nos conocemos. Me llamo Luar, y soy estudiante de la clase de antropología que da los martes y jueves a las ocho de la mañana… ¡Ah!, también de su clase de lenguas y simbología indoamericana, (Asentando con su cabeza.) los mismos días a la siguiente hora.

Enzo — ¿Y qué carrera estudias?

Luar —Ninguna. Sólo soy un simple pescador que le interesa aprender de otras cosas, para ganar un poco más de conocimientos. ¿Sabe? La vida es muy dura, y hay que batallarla. Disculpe mi atrevimiento y curiosidad, pero ese dibujo que tiene en la pared.

El profesor agarró la mano con la que el estudiante apuntaba a la pared, la observó menos de un segundo por los ambos lados y la soltó…

Luar —¿Es el dibujo de la escama de un pez de aguas profundas, que tiene tallada la boca de una lamprea de un lado, y en el otro lado tiene tallada el ojo de un pez mirando un arpón de tres puntas que se le acerca?

Enzo —(Interrumpiendo en seco y en forma rápida.) El viernes a las ocho de la noche…

Luar —Sepa disculparme nuevamente profesor. Ese otro dibujo, ¿es la misma escama pero…?

Enzo — (Interrumpiendo a Luar.) En la biblioteca de mi casa. Aquí le doy mi tarjeta, ahí está mi dirección. Por favor sea lo más puntual posible…

Luar — Una cosita más, y con esto me despido. ¿Vio lo de los quemados de la India?

Enzo —(Mostrando interés y cara de alegría.)Estaba escuchando mi radio, pero justo llegaste tú, y tuve que cortar. Así que no me enteré de mucho...

Luar —A ver… Permítame un segundito, permítame un segundito. Permiso…

El hombre se puso en pie, se acercó hasta la computadora del profesor, y comenzó a escribir.

Luar —Sólo un segundito, y no lo molesto más… Listo… Esta página es un diario de la India, la cual le permite leer y ver la noticia en varios idiomas. Si quiere ver el video de lo sucedido, entra aquí, marca aquí, y listo... Ahora puede ver el video, y leer la noticia cuantas veces quiera… Bueno, yo ya me retiro para no molestarle más… Profesor, aquí le dejo mi cuadernito con varias poesías que he escrito. Me gustaría que las leyera, y me diera su opinión cuando nos veamos de nuevo... Gracias por su tiempo, y que tenga buen día…

Enzo —No, al contrario. Gracias a ti por tu visita...

Luar se retiró del despacho del profesor con dirección incierta, y Enzo se quedó mirando la noticia de la India desde su computador.

====X====

En el Pabellón Niuxin, cerca de los templos budistas de Emei Shan situado en la provincia de Sichuan, China, conversando a la luz de una lámpara incandescente, se encontraban tranquilamente sentados en una banca de madera el director del Monasterio Wannian, el maestro Tao Ran, y su joven aprendiz, Lang Hao.

Tanto Tao Ran como Lang Hao eran amantes de las aves, por eso siempre se reunían a las cinco de la mañana en el mismo pabellón para escuchar el canto de las aves, cuando saliera el sol una hora más tarde aproximadamente. Esa hora previa la utilizaban para meditar, conversar y compartir conocimientos. Ambos monjes eran muy parecidos físicamente, sin cabello, delgados, muscularmente bien definidos, un andar feliz, y siempre vestidos con su túnica naranja. Tao Ran era un hombre de noventa años de edad, y tenía una estatura de un metro con cincuenta y cinco centímetros. En su ser ya se le notaba el cansancio y la lentitud en el habla por los años vividos. Tenía ojos negros achinados, nariz pequeña con fosas grandes, labios finos y orejas medianas. Su voz era suave, ronca y áspera. Lang Hao era un joven que tenía veinticinco años de edad, y tenía una estatura de un metro con setenta centímetros. Tenía orejas medianas, labios gruesos, y ojos negros achinados. Su voz era fuerte y de tono agudo. Era un joven de actitud muy entusiasta. Siempre andaba corriendo de templo en templo, de arriba para abajo, y de abajo para arriba por la montaña, sin dejar sólo ni descuidar de su maestro por un segundo. Esa noche, el cielo estaba entechado de nubes, y la niebla que cubría la montaña era tan densa, que incluso dentro del Pabellón Niuxin el maestro y su estudiante no se podían ver bien la cara el uno al otro. La luz de la lámpara incandescente se disipaba con la niebla, y desaparecía a muy corta distancia.

De repente, un chillido espantoso quebró el silencio de la noche, un halcón pelegrino que bajó en picada desde las nubes entró al pabellón, y se posó entre ambos monjes.

Tao Ran—Dime criaturita, ¿qué te trae por aquí a esta hora? Cuéntame.

El ave miró fijamente a Tao Ran, luego se volteó mirando fijamente a Lang Hao, y levantando un poco su ala derecha chilló nuevamente.

Tao Ran —(Con voz susurrante.) Creo que trata de decirte algo, y algo muy importante.

Lang Hao — (Con voz susurrante y dulce.) Esto es una maravilla, un halcón me quiere hablar. A ver amiguito, ¿qué anda pasando con tu ala?

Antes de que Lang Hao tocara el ala del halcón, el ave dio otro chillido, rasgó una sola vez la madera con su garra, y sobre la rasgadura pico tres veces, dejando así tres puntos marcados en línea paralela con el tercer surco de la rasgadura. Al ver esto, los ojos de Tao Ran se abrieron como nunca. Y con voz atónita y casi silente se dirigió a su aprendiz.

Tao Ran —Pídele que cierre el ala haciéndole señas con tu cuerpo. Dobla tu brazo como ala medio abierta, y cierras tu ala. Luego sácate la faja de la túnica, y ofrécele con ella cobija entre tus brazos. Si el ave acepta, se subirá a su cobija, y esperará pacientemente a que las cubras con tu faja para que nada ni nadie la vea. Cuando ya se sienta cómoda, seguro nos dirá lo que nos tiene que decir… Ahora, si no se sube, intenta agarrarla con tu faja lo más suave posible para que no se lastime. Si no se deja atrapar, sólo extiende tu mano abierta hacia ella, y no la mires. Si te entrega algo en esta última opción, que no te de miedo, ni hagas nada… sólo cúbrelo rápidamente con la faja, y por nada del mundo se te ocurra mirarlo. —

Lang Hao —A ver amiguita, te voy a pedir algo…

El joven aprendiz realizó el movimiento con su brazo tal cual fue indicado por su maestro.

Lang Hao —Eso es... Cierra tu alita suavemente para que no te lastimes.

El ave cerró su ala, y sin dejar de mirar fijamente a Lang Hao, asentó tres veces con su cabeza y volvió a chillar. Lang Hao se sacó la faja de la túnica, arrugó la tela, y como colchón que invita a descansar, le mostró la cobija al ave. El halcón miró fijamente a Tao Ran, dio un chillido suave, y saltó a su reposo entre los brazos del joven aprendiz. Los ojos del Lang Hao se llenaron de lágrimas, y con toda la emoción que sentía cubrió el ave con mucho amor.

Tao Ran (Hablando con voz susurrante e imperativa.) Sígueme, y no hables más hasta que yo te diga. Lleva el ave cubierto, y no lo descubras hasta que yo te indique que estamos a salvo. No te asustes, y no grites por lo que puedas ver, o encontrar a partir de este momento… El ave te ha elegido a ti. A partir de ahora, y por el resto de tu vida, serás uno de los seis.

Lang Hao —Maestro, no sé de qué me habla, pero si usted lo dice… Bien…

Tao Ran —Sha, sha, sha… silencio…

Ambos monjes se levantaron de la banqueta, y se fueron caminado rápidamente por el puente que pasa sobre el Arroyo Dragón Blanco, y conecta con el camino que lleva a la Caverna Bailong. Ni bien terminaron de cruzar el puente, un rayo rojo magenta cayó del cielo sobre la banqueta en dónde el halcón había rasgado y picoteado. El impacto del rayo partió la tabla del banco en varios trozos que eran consumidos por el fuego sobre el suelo del pabellón. A medio camino rumbo a la Caverna Bailong, el maestro detuvo sus pasos y cerró sus ojos. Tao Ran extendió sus brazos hacia los costados, y quedando como una cruz dio tres saltos hacia delante sobre su pie derecho, y un salto hacia atrás sobre su pie izquierdo. Sin bajar su pie derecho al suelo, ni bajar sus brazos extendidos, el monje giró su cuerpo hacia la izquierda, y volvió a saltar hacia delante sobre su pie izquierdo. Entonces bajó su pie al suelo, flexionó su brazos hacia delante chocando mano con mano en posición de rezo, y estiro sus brazos unidos hacia delante. El monje metió sus manos a través de la vegetación que caía de la montaña, y separándolas un poco, despejó el camino. Sosteniendo la vegetación con una mano, y apuntando con la otra a un pequeño agujero que se abría en la pared rocosa de la montaña, el maestro habló a su alumno.

Tao Ran —Por ahí. Sigue mis pasos, e imita mis movimientos hasta que entremos. Una vez estemos dentro, esa entrada se cerrará para siempre.

En ese momento Tao Ran abrió sus ojos, Lang Hao asentó con su cabeza, y siguió las instrucciones tal cual su maestro le había indicado que hiciera. Tao Ran se ahincó en el piso, se recostó en el suelo con las manos extendidas hacia delante, y moviéndose arrastras con mucho cuidado, entró por el agujero. Este espacio angosto entre las rocas, era la entrada a un túnel de unos cincuenta metros de longitud que desembocaba en la cámara de una caverna. A unos segundos de distancia apenas se entraba, habían seis diminutas piedras divididas en dos grupos de tres que estaban separados a treinta centímetros de distancia uno del otro. En cada grupo, las pequeñas obsidianas que eran tan filosas como cuchillo de quirófano, estaban perfectamente alineadas a lo ancho del camino, y separadas a un centímetro de distancia entre ellas.

Tao Ran —Protege a nuestro amigo con toda tu alma. Y por favor ten cuidado con los dientes del dragón cuando entres, cortan muchísimo.

Lang Hao —(Murmurando para sí.) Y ahora me lo dice... Recuérdeselo a mis brazos cuando salgamos.

Tao Ran —Escucha atento niño. Ni bien estés cruzando la entrada en la cueva, ponte de pie lo más pegado que puedas a este túnel, y no te vayas a mover por nada del mundo. No pretendas dar un paso para delante, y mucho menos para el costado. Una vez que estés en pie, házmelo saber en susurro...

Entrando en la cueva, Tao Ran se puso en pie lo más pegado posible a la salida del túnel, y dio tres pasos cortos para su costado derecho. Lang Hao le siguió detrás e hizo exactamente lo que le indicó su maestro.

Lang Hao — (Hablando en susurro.) Listo. Está muy oscuro, no veo absolutamente nada.

Tao Ran —Destapa el ave, y deja que haga lo que tiene que hacer.

Lang Hao destapó al ave, que rápidamente pegó un chillido ensordecedor cuando se sintió liberada.

Lang Hao —Maestro, ¿y ahora qué hago?

Tao Ran —Aguarda en silencio, sólo aguarda.

En ese momento un rugido estremecedor y aturdidor se escuchó en la cueva. Algunos monjes que estaban en los templos cercanos de Xixin y Wannian, pudieron escuchar y sentir el fuerte rugido que logró que muchas caritas con asombro, y otras con terror, se asomaran por las ventanas de los monasterios, tratando de identificar la dirección de dónde provino tan espantoso sonido. Luego del enorme rugido, el sonido de algo grande que cortaba el aire con mucha fuerza se podía sentir acercándose a gran velocidad. Un choque de rocas contra rocas que hizo que temblara la cueva, selló el túnel por donde habían entrado. Después del estruendo producido por el temblor, un silencio sepulcral se apoderó de la caverna. En ese mismo instante de paz, el halcón extendió su ala, y un resplandor rosado emanó bajo sus plumas. Una libélula rosada y brillante emprendió vuelo por la cueva, se iba a la distancia y volvía, después de hacer varios giros y vuelos rápidos, regresó posándose sobre la mano de Lang Hao. El animalito observó fijamente por algunos segundos al joven aprendiz, luego emprendió su vuelo hasta quedar fijamente suspendido en el aire volado frente a los monjes.

Tao Ran —(Hablando en voz alta y en tono fuerte.) Amoorg, amo y señor de esta caverna, guardián de puertas y llaves. Ilumina mi sendero, y guárdanos con tu luz. Tao Ran y Lang Hao, tus fieles servidores hemos venido con un mensaje para ti…

En ese momento la libélula voló un poco más cerca de los monjes, y una bola de luz comenzó a subir desde lo más profundo con gran velocidad y estruendo. El calor se intensificaba, y la caverna tomaba forma a medida que aumentaba la visibilidad. Una gigantesca bola de fuego pasó frente a los ojos atónitos de los monjes, tocando el techo de la cueva que estaba a unos cuarenta metros de altura. El fuego se esparció por toda la cúpula, encendiendo varios grupos de antorchas que había en lo más alto. Maestro y alumno pudieron ver que estaban parados al borde de un abismo de más de un kilómetro de caída. El túnel por donde entraron desembocaba en una pequeña plataforma en ele, que salía medio paso para delante, y tres pasos para el lado derecho la pared. Desde la pequeña plataforma en donde estaban los monjes, comenzaba una escalera en descenso que iba bordeando la pared de la cueva, sin barandales o apoya manos. Sus estrechos escalones flotantes, eran plataformas ásperas y rocosas que estaban empotradas en la pared.

La libélula bordeó la pared de la cueva hasta llegar a la pared del fondo. Después de llegar hasta donde quiso, regresó volando directo hasta los monjes que se encontraban a unos ciento treinta metros de distancia de la pared del fondo. Cristales blancos, rosas, amarillos y azules que se encontraban dispersos por las paredes de la caverna comenzaron a brillar con todo su esplendor. Las maravillas del lugar se mostraban en toda su magnitud. Paredes con dibujos y escritos daban cuenta de una historia con guerras, muertes, nacimientos y conquistas; tiempos de abundancia y alegría, tiempos de carencias y desolación; grandes eventos que marcaron el pasado, o grandes eventos que estarían por venir.

Tao Ran —Tenemos un camino largo y peligroso en el descenso. Son muchos escalones, y muchos metros por bajar. Hay que guardar el aire para mantener las fuerzas. Lo que tengamos que decir, lo conversaremos al final del descenso…

La libélula se detuvo nuevamente en el aire frente a ellos, y después de algunos segundos salió volando sobre los escalones en descenso, como si ella también bajara la escalera. Voló y voló camino abajo hasta desaparecer de la vista de los monjes. El halcón extendió sus alas, y sacudiéndolas un poco, emprendió vuelo a lo alto. Cerca del techo de la cueva el ave chilló fuertemente, y se lanzó en picada hasta desaparecer en el abismo. Los monjes emprendieron su descenso, lenta y silenciosamente, prestando atención a la bajada, y también a lo marcado en las paredes. A mitad de camino, se escuchó el chillido del halcón. Lang Hao tomo su faja, y la puso como cobija entre sus brazos. El ave se posó sobre la tela, extendió su garra, y soltó un objeto sobre la cobija. Entonces el halcón hizo un gesto reverente a Lang Hao, y emprendió vuelo hasta desaparecer nuevamente de la vista de los monjes.

Tao Ran —Cubre el objeto con tu faja, y protégelo como protegiste al ave… Sigamos caminando, ya falta menos.

Tao Ran y Lang Hao continuaron su descenso, pero esta vez se concentraron solamente en bajar, y no prestar más atención a los dibujos y escritos que había en las paredes. Bajaron y bajaron un escalón tras otro, y cuando por fin llegaron al último escalón, se sentaron a descansar. Tao Ran se colocó la mano en su pecho, cerrando sus ojos tomó una bocanada de aire, y exhaló profundamente. Luego se puso en pie, y colocándose al lado de su aprendiz, lo tomó por el brazo y se aferró a éste para poder caminar. Lang Hao colocó la mano del maestro sobre su cuello, y lo sostuvo con su otra mano. Ambos contemplaron asombrados la magnitud, y majestuosidad de la cueva donde estaban.

Tao Ran —Es hermosa.

Lang Hao —(Hablando casi sin aliento.) Maestro, esta es la cueva que vi en los sueños que le conté.

Tao Ran —Me alegro, porque a partir de ahora y por un tiempo, será nuestra casa…

Esta caverna de paredes cubiertas con jeroglíficos y cristales luminosos de diversos colores, estaba conformada por dos cuevas semiovoides unidas por una galería subterránea. El primer semiovoide tenía un poco más de un kilómetro de altura, y un diámetro horizontal de ciento treinta metros en su punto más ancho. El segundo semiovoide tenía una altura de ochenta metros, y un diámetro horizontal de cien metros en su punto más ancho. Ambos semiovoides estaban conectados por una galería en arco de treinta metros de longitud, y treinta metros de altura. El suelo cavernario no poseía formaciones rocosas que sobresalieran de su piso, y al igual que los escalones, era rocoso y áspero. En el centro de la segunda cueva había un lago de aguas cristalinas de unos cincuenta metros de diámetro aproximadamente. La primera cueva, la que tenía la escalera que descendía bordeando sus paredes, tenía cuatro pequeñas grutas cuyo interior no eran más grandes que un ascensor para tres personas. Cada gruta estaba iluminada en su interior por un cristal de un color distinto al de las otras tres. Las grutas con los cristales azules, rosa y blanco estaban una cerquita de la otra, pero del lado contrario al que se encontraba la gruta del cristal amarillo. Bajando el último escalón, y caminando algunos metros hacia delante, se encontraba la gruta de cristal amarillo que estaba a pocos pasos de la entrada a la galería. La segunda cueva tenía once grutas de iguales características que las de la primera cueva. En esta cueva, las once grutas estaban ordenadas en tres grupos de tres grutas con cristales del mismo color cada grupo, y dos grutas con cristales de distinto color separadas individualmente. Cada grupo y gruta de un mismo color tenían su particularidad y su encanto, pero una y cada una de las grutas encerraba un misterio distinto al de las demás. Las grutas blancas tenían una puerta de vidrio blanco en su fondo. Las grutas rosadas tenían una escalera que se perdía en su techo. Y el piso de las grutas azules era un charco de agua de mar. Entrando a la segunda cueva por la galería, se podía observar que en la pared de fondo estaban las grutas de cristal rosado, en el extremo izquierdo de la cueva estaban las grutas de cristal azul, y en el extremo derecho las grutas de cristal blanco. La gruta de cristal amarillo estaba a unos pasos a la derecha de las grutas de cristal rosado, bajando hacia la izquierda por una pequeña escalera que bordeaba la pared. A nueve pasos para la izquierda de las grutas de cristal blanco estaba la gruta sin luz, una gruta muy tenebrosa y oscura en su interior.

Tao Ran —En esta cueva reina la vida, pero también decide la muerte... Y ella está aquí, justo detrás de mí...

Lang Hao —Maestro, ¿cómo puede saberlo? La muerte es algo que no se ve… Es algo que llega, sucede, y ya.

Tao Ran — Puedo sentir la muerte, como tú… ¿Puedes ver el aire?

Lang Hao —No...

Tao Ran — ¿Pero puedes sentir el aire?

Lang Hao — Sí…

Tao Ran —Y porque puedes sentir el aire, aunque no lo veas, sabes que está ahí…

Lang Hao —Sí, sí, totalmente…

Tao Ran —Lo mismo pasa con la muerte. Cuando está cerca de ti, puedes sentir su presencia. Puedes estar en una jaula con un león hambriento, y no sentir la muerte, entonces bien podrás saber que en ese día no te tocar irte. Más sin embargo, puedes estar orando en el templo tranquilamente, y sentir que está ahí, bien sabrás que ese día tu vida dependerá de la decisión de ella; si quiere tu vida, o no...

Una vez que se encontraron parados sobre el suelo de la primera cueva, los monjes caminaron hasta la pequeña gruta iluminada con el cristal de circón amarillo. Allí había una fuente tallada en granito con las imágenes de Zeus y Poseidón sosteniendo sobre sus cabezas un recipiente lleno de agua.

Tao Ran —Mete tu mano en la cobija de tela, y saca el objeto que te dio el ave. Por favor, que por nada del mundo se te ocurra mirarlo, simplemente deposítalo en la fuente. Yo voy a cerrar mis ojos. Después que lo sueltes dentro del agua, avísame. Ya podremos ver tranquilamente nuestro mensaje.

Tal cual su maestro le había indicado, el joven aprendiz siguió las instrucciones al pie de la letra..

Lang Hao —Listo.

Los monjes se acercaron a la fuente, y cuando miraron dentro del recipiente, se encontraron con una punta en gancho de media flecha. Al ver esto, ambos monjes a la vez dijeron una misma palabra, en el mismo tono, y al mismo tiempo: «Poseidón».

Lang Hao —Maestro, ¿y ahora qué hacemos?

Tao Ran —Nada... Sentarnos en el suelo y esperar... Simplemente esperar.

Una pequeña luz rosa apareció titilante sobre suelo de la cueva.

Tao Ran —Vamos a la luz, vamos a esa luz que está allá.

====X====

En una finca cercana a la ciudad de Manaos en Brasil, un cocinero bailador discutía con un cliente de casi dos metros de estatura, delgado, pecoso y ojos verdes azulados, que había entrado a su negocio.

Savik —Yo te alquilo mi bote. Yo te presto mi bote si no tienes plata para pagarme ahora o nunca. Yo no manejo mi bote. Yo no doy paseos turísticos en mi bote. Yo no te rescato, y no uso mi bote para rescatarte. Si te caes al agua, te salvas tu solito. Yo sólo cocino bagre en la parrilla, en estofado, en guiso, o pelado, y mientras cocino te bailo, como lo hace un pescado cuando sale del agua. Así… mira… mira que bien bailo. Savik es el rey de la cocina, de la música y el baile. Para bailar no tienes que escuchar la música, sólo tienes que sentirla, como lo hace el pescado que sale del agua. Así… mira… mira como baila el pez. Savik no entra al agua, porque Savik detesta el agua, y Savik no sabe... Lo que a usted no le importa que Savik no sepa. Esa agua mata, tiene cocodrilos y pirañas malas. No te muestro donde me mordió una porque…

Cliente1 —(Interrumpiendo a Savik con el acento de un anglosajón que trata de hablar español.) Buenou, nou hacer falta que me muestrei…

Savik —¿Y qué te voy a mostrar? Mal pensado… No te muestro donde me mordió una, porque nunca lo hizo ninguna. (Riéndose burlonamente.) Ja, ja, ja, ja… Estoy bromeando mi bagresote con pecas y ojos verdes. No se me enoje... La única agua que se lleva con Savik es la de la lluvia, que sirve para bañarse y tomarla mientras cae. !Ah! Se me olvidaba, también el agua de coco, que es muy rica para ir tomando mientras se come un rico bocadito de bagre al horno. Si necesitas mi bote, ahí lo tienes, puedes usarlo. Para moverlo tienes que cargar el tanque con combustible, porque con el tanque vacío no creo que lo muevas, y con esos remos menos.

Cliente1 —¿Y cuántou valer el alquiler?

Savik —Por mis bagres, si no supiera de dónde vienes, diría que por tu forma de hablar eres familiar directo del rey de los monos. (Riéndose burlonamente.) Ja, ja, ja, ja. Alquilo por día, y no por horas. Son doscientos cincuenta billetitos de los verdes con la cara del expresidente de tu país por día. Cada día tiene doce horas. Si se pasa de las doce horas, es otro día más. El alquiler por día le incluye tanque lleno y cuatro bocaditos de bagre a la parrilla con limón.

Cliente1 —Y si le pidou prestadou el boutei, ¿cuántou valer el tanque lleno?

Savik —Si es así, ¿qué le puedo cobrar mi bagre del norte? Porque, ¿qué es prestarle la barca y llenarle el tanque? Unos doscientos cincuenta billetitos verdes, que me los tendrías que pagar antes de poner una sola gota de combustible en el tanque, y una denuncia a la policía portuaria por robo si no está aquí en cinco horas. En caso de regresar el bote antes de las cinco horas, se te devuelve cero billetitos, y te haré entrega de un: «Muchas gracias por su visita, espero le haya gustado. Vuelva pronto»…

Cliente1 —Perou, me estar cobrandou lo mismou.

Savik —Un aplauso pal delfincito. ¿Lo premiamos con un pescadito? Es muy inteligente su observación... Savik no presta el bote. Si quiere usarlo, hay que pagar… ¿Coumprendei? (Riéndose burlonamente.) Ja, ja, ja, ja. Ahora, si me disculpa, tengo platos que servir, y otros clientes por atender. Si se decide, le paga a la chica de la caja, ella le da su boleto, y yo le entrego la llave. Tenga buen día…

Savik era un muchacho de unos 27 años de edad, propietario de una finca de treinta hectáreas. Tenía una estatura de un metro setenta y dos centímetros aproximadamente, usaba anteojos de marco rectangulares. Su pelo negro era liso, y rebelde hasta los hombros. Aunque físicamente no era de panza grande, se notaba claramente que estaba muy bien alimentado. Su cuerpo era robusto, y su cara era casi redonda. Su pasión era la música, el baile y la cocina. Se la pasaba todo el día tarareando, silbando, y cantando las pocas estrofas que se acordaba de las canciones que le gustaban, o él mismo inventaba. A ésto, le agregaba cada tanto su particular bailecito que consistía en imitar a un pescado cuando sale del agua, y salta sobre la madera. El joven bailador estiraba sus brazos hacia abajo, y los pegaba a los costados de su cuerpo. A la altura de la parte baja de su espalda estiraba sus manos hacia afuera como si fuesen aleta, y volteando su rostro para arriba, cerraba su boca en pico abierto como si fuera la boca de un pez. Entonces saltaba y agitaba su cuerpo de un lado para el otro mientras iba cantando con su boca de pez. Más allá de este bailecito tan peculiar, el muchacho bailaba muy, muy bien, y las chicas que visitaban su negocio se deleitaban al verlo bailar mientras cocinaba para ellas. Cada tanto, entre pedido y pedido se tomaba cinco minutos para salir al salón comedor, tomar de las manos a alguna comensal linda, y ponerse a bailar con ella algún sertanejo; pequeño detalle que agradaba mucho a su público, y convertía el restaurante en uno de los lugares más populares y demandados de Manaos. Las reservas en el lugar estaban llenas hasta varios meses a futuro. Savik era un chef excelente, que no solamente amaba la cocina, también amaba lo que cocinaba. En la cocina era el genio de la parrilla, el horno y la sartén. Su único menú era el bagre, ya que consideraba que otro tipo de carne o pez que no fuera bagre, no era merecedor de ser tocados por sus manos, y no le gustaba cocinar otra cosa que no fuera bagre. Bagre frito, entero o en filete, con arroz, en guisos, a la parrilla, en bocaditos, al horno, y por último su sándwich especial de milanesa de bagre. A estos platos siempre los acompañaba con papas fritas, al horno, o en puré, o simplemente una rica ensalada de lechuga, tomate, cebollines, aceitunas, y huevos duros.

Su restaurante consistía de un techado de paja sostenido sobre varios pilares de tronco, haciendo así un enorme y espacioso salón comedor abierto al aire libre. Las paredes laterales del negocio eran verjas de madera de noventa centímetros de altura, construidas en tablas cruzadas que iban de un pilar a otro. La parte frontal era totalmente abierta, y no tenía ningún cartel que anunciara el restaurante de Savik. Tanto la cocina como el salón comedor tenían techos tipo choza, pero con la diferencia de que el techo de paja de la cocina se apoyaba sobre un techado de chapas, y en la parte superior tenía una chimenea con tapa aguas. Al igual que el salón, la cocina era totalmente abierta a la intemperie. En el lado derecho de la cocina había un pequeño cuarto de ladrillos en donde se guardaban las heladeras, la alacena, copas, vajillas y demás elementos de cocina que siempre se usaban. El fondo de la cocina era una gran parrilla y una estufa de doce hornallas. El frente de la cocina era una gran mesa en donde se preparaban los alimentos, y se armaban los platos que serían entregados a los comensales. La pared izquierda de la cocina era una verja igual a la verja del comedor.