Encuentros entre la educación popular y la salud en Colombia - Luis Emilio Zea Bustamante - E-Book

Encuentros entre la educación popular y la salud en Colombia E-Book

Luis Emilio Zea Bustamante

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Encuentros entre la educación popular y la salud en Colombia aborda los discursos de las corrientes críticas de la educación y de la salud que emergieron durante la segunda mitad del siglo xx en el marco de los profundos cambios políticos y sociales ocurridos en el mundo. Con base en esos discursos, algunas instituciones reformularon sus acciones y optaron por fortalecer la articulación de los campos de la educación y la salud, tanto en su estudio como en su práctica. El libro se apoya en una investigación histórico-pedagógica que abarca las décadas del sesenta al ochenta en Colombia, periodo en el que se revisan los conceptos tradicionales de la salud y la enfermedad, y se propone una atención primaria en salud que propicie la participación y la organización comunitaria. La obra muestra que la relación entre educación popular y salud se ha llevado a cabo en contextos históricos diversos, por lo cual el autor plantea la pertinencia de seguir pensando su fortalecimiento en nuestros días.

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Encuentros entre la educación popular y la salud en Colombia

Una mirada histórica y pedagógica

Luis Emilio Zea Bustamante

Salud / Educación

Editorial Universidad de Antioquia®

Colección Salud / Educación

© Luis Emilio Zea Bustamante

© Facultad de Enfermería, Universidad de Antioquia

© Editorial Universidad de Antioquia®

ISBN: 978-958-501-094-9

ISBNe: 978-958-501-092-5

Primera edición: diciembre del 2021

Hecho en Colombia / Made in Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia®

Editorial Universidad de Antioquia®

(57) 604 219 50 10

[email protected]

http://editorial.udea.edu.co

Apartado 1226. Medellín, Colombia

Imprenta Universidad de Antioquia

(57) 604 219 53 30

[email protected]

Introducción

El presente libro propone reconocer la coexistencia en América Latina entre la salud y la educación popular (ep) durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, pues fueron, para dicha región, un periodo relevante por los diferentes hechos históricos, sociales, políticos y económicos que ocurrieron, los cuales produjeron cambios en el devenir del mundo. Es importante mencionar —para situar la discusión que aquí se aborda— que dichos cambios también se dieron en lo concerniente a la educación y la salud.

Mientras el mundo se debatía en la Guerra Fría y las tensiones que produjo, los sistemas de salud y de educación repensaban sus posibilidades, asumiendo que la existencia de modelos tradicionales en ambos campos situaban la acción en asuntos más ligados a las ganancias que a los derechos. Es así como en el campo de la salud se realizaron diferentes conferencias mundiales en las cuales se promovió, por primera vez, un cambio en la concepción de la salud y el papel de sus agentes, al establecer la necesidad de articular acciones educativas con el objeto de transformar las condiciones de vida de las comunidades mediante la participación, la educación y el diálogo.

Entre estas conferencias se encuentran laConferencia Internacional sobre Atención Primaria en Salud, realizada en septiembre de 1978 en la ciudad de Alma-Ata, capital de la antigua Kazajistán, y la Conferencia Mundial de Promoción de la Salud, realizada en Ottawa, Canadá, en 1986. La primera de ellas, en su declaración final, hace una apuesta por la educación y llama la atención para que esta ayude a solucionar “los problemas de salud prevalentes y sobre los métodos para prevenirlos y controlarlos” (Organización Mundial de la Salud, 1978). Así mismo, en la segunda, la educación aparece como estrategia de la promoción de la salud, pues reconoce que “favorece el desarrollo personal y social en tanto que proporcione información, educación sanitaria y perfeccione las aptitudes indispensables para la vida” (Organización Mundial de la Salud, 1986).

Ambas conferencias surgen a partir de la pregunta sobre los modelos de salud hegemónicos que se centran en una perspectiva biologista, que se basan en la detección y el tratamiento de enfermedades de manera individual, que favorecen la atención por rangos de complejidad, y en los que la enfermedad es atribuida, en mayor medida, a decisiones personales, desligándola de los preceptos sociales, culturales o políticos.

La tensión entre este modelo biomédico y la cada vez más creciente necesidad por ser transformado, llevó a los países participantes de las conferencias a mirar hacia una salud que basara sus acciones en la atención primaria en salud (aps), la cual centra sus esfuerzos en favorecer la participación y la organización comunitaria mediante acciones educativas, interdisciplinarias e intersectoriales.

Es así como los sectores académicos y sociales del campo de la salud reafirman los postulados de la medicina social1 y la salud colectiva2 emergentes en dichas décadas, los cuales planean una mirada diferente frente a los conceptos tradicionales de la salud y la enfermedad. Para ellos, ambas son producto de procesos sociales, políticos, económicos y culturales que las determinan, por lo que plantean los elementos epistemológicos, teóricos y políticos para la redirección de sus acciones (Iriart et al., 2002).

Ambas corrientes reconocen, además, que la educación es decisiva para la transformación de las condiciones de vida; por lo que se propicia una interesante sinergia entre la sociología médica, las ciencias sociales, la salud y la educación. Para estas corrientes de pensamiento, la salud debe estar ligada y debe nutrirse de acciones educativas, en las que se supere la entrega de información y se lleguen a definir procesos colectivos que permitan que las comunidades, por medio del acto educativo, acepten una perspectiva crítica frente a la salud, sus derechos y los procesos organizativos.

Ahora bien, así como en el campo de la salud, la educación toma para sí sus propios cambios. Mientras la educación tradicional, que asume la verticalidad, la autoridad y la ausencia de reflexiones políticas, cobraba mayor presencia en América Latina, como instrumento tanto del Estado como de la economía, en diferentes países se gestaron procesos populares que reivindicaban una educación diferente, centrada en el ser y en sus posibilidades transformadoras.

En ese contexto surge, entre otras, la ep como producto de las acciones de exigibilidad y liberación. Esta es definida como “un esfuerzo de las clases populares, un esfuerzo en favor de la movilización popular o un esfuerzo incluso dentro del propio proceso de movilización y organización popular con miras a la transformación de la sociedad” (Moncús, 1988, p. 144). Reconociendo su acción política, se hace explícita en esta concepción una respuesta a los modelos hegemónicos educativos que prevalecieron en estas décadas; acción que se da desde múltiples escenarios sociales, populares y académicos, y en los que se cuestionan los modelos de educación dominante de algunos países de América Latina.

Así, las propuestas educativas de Paulo Freire, la teología de la liberación y los procesos de alfabetización y educación de los adultos ganaron relevancia y se propagaron rápidamente en América Latina, estableciendo la acción ética y política como centro de transformación de los sujetos y las comunidades. Una educación que propugnó por la esperanza, la participación y la concientización (Mejía y Awad, 2003).

En síntesis, los cambios vividos tanto en el campo de la salud como en el campo de la ep abrieron el camino para la conjunción de acciones entre sus discursos3 e instituciones,4 construyendo nuevos escenarios de trabajo con las comunidades pobres y excluidas en América Latina. La existencia de ambos campos ha permitido acciones en conjunto, ya sea en la educación, considerando la salud como un asunto colectivo y motor de transformaciones, o desde la salud, tomando reflexiones y métodos de la educación para proponer y cambiar sus acciones. Esta intersección estuvo presente en América Latina en países como Nicaragua, Panamá, El Salvador, Brasil y Colombia, entre otros.5

Según esto, se pueden plantear cinco asuntos centrales para el presente texto. En primer lugar, es posible establecer cómo en Colombia los discursos emergentes, de corrientes críticas tanto en la salud como en la educación, encontraron un lugar aplicable y experiencial, donde diferentes instituciones lograron repensar sus acciones desde ambos campos. Segundo, se reconoce que desde los discursos y las acciones se deja un camino abierto para pensar que la salud y la ep en Colombia entretejieron caminos y abrieron posibilidades tanto históricas como pedagógicas. Tercero, se da a conocer que la relación entre educación y salud se ha dado en contextos históricos diversos, lo que posibilita seguir pensando su uso hoy en día. Por otro lado, y como cuarto aspecto central, es preciso aclarar que este trabajo no aborda la totalidad de instituciones que durante las tres décadas han adelantado acciones entre la ep y la salud, por el contrario, busca dejar un rastro para reivindicar a quienes silenciosamente han construido este camino; y, por último, que la ep, por las experiencias de agentes e instituciones mediante sus discursos y prácticas, cobra una mayor relevancia en el texto, al ser esta la que más contribuciones hace al campo de la salud, desde sus puntos de vista éticos, políticos y pedagógicos.

Este libro es producto de la tesis doctoral Una mirada histórico-pedagógica a la intersección de los campos de la educación popular y la salud en Colombia. Décadas de 1960, 1970, 1980 realizada entre los años 2013 y 2017 en la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. Para la recolección del material, se reconoció metodológicamente la investigación histórico-pedagógica (Zuluaga, 1997, p. 24), la cual permite, entre otras cosas, entender la producción de las teorías y la relación con las fuerzas que la producen, la controlan y la imponen. Durante el proyecto se revisaron 2.092 documentos entre libros, periódicos, fotografías y entrevistas, con el objetivo de reconocer el proceso de intersección de la ep y la salud en Colombia, en las décadas de los sesenta, los setenta y los ochenta, desde las experiencias que llevaron a cabo las instituciones y los agentes que allí participaron.

1 Para Franco et al. (1991), la medicina social (citando lo expuesto por Mejía y Torres) es un campo multitemático también en construcción. Multitemático en tanto está constituido por los discursos de las ciencias sociales y las ciencias médicas que, hace no más de cinco décadas, se instalaron en América Latina, y que aún hoy siguen su proceso constitutivo.

2 Para Jaime Breilh (2012), la salud colectiva comporta la conjunción y dinamización de diferentes saberes y disciplinas, como es el caso de la economía política, la epidemiología, la sociología, la antropología crítica y la ecología, entre otras.

3 Para hablar de losdiscursos se toman los planteamientos de Olga Zuluaga (1997), que propone que estos hacen parte de un sistema de formación y son inseparables de las prácticas. Zuluaga plantea que las prácticas y los discursos son indisolubles en tanto se contienen las unas en los otros y es, en estos últimos, donde se accede y analizan las prácticas.

4 Desde la perspectiva de la teoría de campos de Pierre Bourdieu, las instituciones aparecen como un lugar de control que se gesta y transforma dentro del campo en medio de tensiones que buscan su dominancia sobre otras instituciones.

5 En el caso de Nicaragua, esta intersección se puede ver en la implementación de la Cruzada Nacional de Alfabetización, la Asociación Red Solidaria y la Red para el Desarrollo Comunitario, así como del Centro de Educación y Capacitación Integral en Managua. En Panamá, se creó el Centro de Estudios, Promoción y Asistencia Social. En El Salvador se dio con la Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental y la Asociación Intersectorial para el Desarrollo Económico y el Progreso Social. Brasil contó con una amplia variedad de acciones, entre las cuales están: el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (Harnecker, 2002) y el Movimiento de Reforma Sanitaria (Peralta, Dos Santos y De Albuquerque, 2011, p. 398).

1. Las décadas de los sesenta, setenta y ochenta: puertas de entrada de la educación popular en Colombia

En este capítulo se proponen los diferentes lugares o puertas de entrada por medio de las cuales la educación popular (ep) llegó a Colombia y se vinculó al campo de la salud, hasta lograr establecer una relación particular que se entretejió en medio de situaciones políticas, sociales y económicas. Para comprender los procesos que se vivieron durante las décadas de estudio, se propone un abordaje a partir de la narración de hechos sociales y políticos que allí ocurrieron, pues se reconoce que la génesis, tanto de la ep como de la medicina social y la salud colectiva, se gestó en América Latina en momentos históricos diversos. En síntesis, durante estas décadas se muestra la manera como diferentes instituciones y discursos permitieron el encuentro entre la ep y la salud, estableciendo límites, proximidades y diferencias que posibilitaron la conjunción y la confrontación de las inequidades sociales y la desigualdad en Colombia.

Como se verá durante todo el libro, estas tensiones provocaron diferentes reacciones tanto de los movimientos sociales y populares como de los gobiernos y sus militares. Situaciones que radicalizaron la protesta social y propiciaron el fortalecimiento de las organizaciones de base mediante la ep. Como consecuencia, se produce el aumento desmedido de la represión hacia la izquierda en el centro y sur de América. Esta situación provocó la conjunción de diferentes corrientes de pensamiento por medio de instituciones de toda índole, como las eclesiales, académicas y organizaciones de base —armadas o no armadas— (Múnera, 1998). En Colombia, la educación liberadora, la teología de la liberación y la educación y alfabetización de adultos se convirtieron en puertas de entrada para la dinamización de las acciones populares.

Década de los sesenta: conflictos políticos y emergencia de los movimientos sociales y populares

La marcada tensión entre la expansión del comunismo en América Latina y las decisiones económicas y políticas emanadas de las diferentes administraciones del gobierno norteamericano, sirvieron de epicentro para la emergencia de movimientos de base,1 tanto populares2 como sociales,3 con un carácter abierto y participativo. De igual forma, se da la configuración de grupos guerrilleros con tendencia marxista-leninista-maoísta con influencia directa en varias regiones del país, por medio del trabajo de base y del enfrentamiento armado contra el Estado y sus fuerzas.

Esta tensión, a su vez, provocó el auge de gobiernos autoritarios de corte militar y civil. Como ejemplo de ello están: el golpe de Estado en Argentina contra la presidenta María Estela Martínez de Perón, segunda esposa de Juan Domingo Perón, por parte del general Juan Rafael Videla en 1976, que lo llevó al poder hasta 1983, y el golpe militar al presidente Salvador Allende por parte del general Augusto Pinochet en Chile, en 1973. Estos gobiernos instauraron múltiples medidas que vulneraron los derechos de las comunidades, donde las desapariciones forzadas y las detenciones arbitrarias tomaron el rumbo de la seguridad nacional en dichos países.

De igual forma, se caracterizaron por el uso de medidas represivas4 que hacían parte de un plan internacional liderado por los Estados Unidos, con el fin de evitar la expansión del comunismo, haciéndose cargo de los procesos ideológicos y formativos para los militares del Cono Sur por medio de la Escuela de las Américas, creada a mediados de la década de los cuarenta en Panamá. Allí, más de cincuenta mil agentes se capacitaron en estrategias militares para liderar o apoyar los golpes de Estado, como ocurrió en el caso chileno, donde “casi todos los oficiales chilenos que derrocaron a Allende se habían entrenado en una escuela de servicio militar estadounidense antes del golpe; la mayoría había asistido a la prestigiosa School of the Americas, del Ejército estadounidense” (Gill, 2005, p. 16).

Ahora bien, en medio de la tensión ya expresada, se debe reconocer el papel de la Revolución cubana y su triunfo ante el gobierno de Fulgencio Batista, en 1959; una revolución mediada por una apuesta al cambio radical en la isla que impactaría en los años siguientes a toda la región.

Este triunfo por la vía militar, la implementación de medidas de nacionalización de las empresas norteamericanas en la isla, el inicio de la campaña nacional de alfabetización, así como la defensa férrea de la invasión a Bahía Cochinos a solo un año de la toma del poder por Fidel Castro y sus combatientes, fueron el motor que encendería la llama tanto en Centroamérica como en Suramérica para el derrocamiento de los gobiernos militares y la inequidad reinante.

Lo vivido en Cuba recorre otros países prontamente; es el caso de Nicaragua, en 1961, con la creación del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que logra el derrocamiento de Anastasio Somoza en 1979. De igual manera, en Chile, el creciente auge de la Unión Popular permite la instalación de un gobierno socialista en cabeza del presidente Salvador Allende, en 1970, que contó con el respaldo popular mediante expresiones artísticas y culturales lideradas por las universidades y los grupos y sectores de base.

En el resto del Cono Sur se da la emergencia de múltiples guerrillas, como el caso de Colombia con el Ejército de Liberación Nacional (eln) en 1964, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-ep) en 1964, el Ejército Popular de Liberación (epl) en 1967 y el movimiento M-19, conformado el 19 de abril de 1970.

Todas estas acciones crecientes en Centroamérica y Suramérica generaron en los gobiernos de turno la adopción de las políticas emanadas en la Alianza para el Progreso, con el fin de impedir la expansión del comunismo. Estas políticas se materializaron en la consolidación del Plan Cóndor y la Escuela de las Américas.

La Alianza para el Progreso, pactada en la reunión extraordinaria del Consejo Interamericano Económico y Social, en agosto de 1961 en Punta del Este, Uruguay, tuvo como objeto

procurar una vida mejor a todos los habitantes del continente. [...] Esta alianza se funda en el principio de que al amparo de la libertad y mediante las instituciones de la democracia representativa es como mejor se satisfacen, entre otros anhelos, los de trabajo, techo y tierra, escuela y salud (Organización de los Estados Americanos, 1961, p. 5).

En dicha reunión, se insta a los países participantes a fortalecer sus instituciones democráticas, desarrollar reformas agrarias integrales, remunerar de manera justa a los trabajadores y erradicar el analfabetismo, entre otros. Lograr esto incluye, efectivamente, un conjunto de reformas tributarias para fortalecer el fisco, situación que se plantea con el apoyo de la empresa privada nacional o internacional.

Por su parte, los Estados Unidos se comprometen con apoyo económico en términos de

cooperación financiera y técnica [con préstamos a largo plazo] de por lo menos veinte millones de dólares [y una cooperación técnica con] expertos independientes y altamente capacitados […] a disposición de los países latinoamericanos para ayudar a la formulación y examen de los planes nacionales de desarrollo (Organización de los Estados Americanos, 1961, p. 6).

Lo que interesa destacar de la Alianza para el Progreso y su implementación en América Latina es la preocupación y la búsqueda de la estabilidad de los Estados, denominados por la alianza como “democráticos”. Ello se funda, como se mencionó anteriormente, a partir de la reestructuración fiscal, sus medidas económicas y la búsqueda de la erradicación del analfabetismo. Como se verá más adelante, esta se centrará en la educación tradicional y los procesos de alfabetización funcional vividos durante las décadas de los sesenta a los ochenta en Centroamérica y Suramérica.

La implementación de dichas medidas se da en Colombia al mismo tiempo que se consolida el Frente Nacional (1958-1974), en el que liberales y conservadores se turnaron la sucesión del gobierno de una colectividad a otra, periodo tras periodo; situación que también provocó el nacimiento de organizaciones de base que exigían, por medio de procesos de movilización y formación política, sus derechos y la posibilidad de gobernar. Cabe mencionar, entre ellas, la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (anuc) y el Frente Unido, liderado por el sacerdote Camilo Torres.

Por su parte, la anuc5 establece un punto de inflexión en la historia de las luchas populares en Colombia, ya que sus génesis y transformaciones están directamente ligadas a las acciones gubernamentales adoptadas por mandato de la Alianza para el Progreso y la necesidad de favorecer las reformas agrarias6 en América Latina. Debido a sus dimensiones políticas, se conforma como una fuerza política de base campesina.

En cuanto al Frente Unido, cabe decir que su importancia radicó en dos aspectos fundamentales. El primero fue la fuerza que se imprimió en los diferentes escenarios políticos y de movilización de los grupos de izquierda, al alcanzar en solo pocos meses la vinculación a sus procesos de más de tres mil personas (García, 1990), desde el momento en que se hizo el lanzamiento de la “Plataforma del Frente Unido del pueblo colombiano” por parte del sacerdote Camilo Torres,7 en la ciudad de Bogotá, el 22 de mayo de 1965. El segundo, con la puesta en marcha del periódico Frente Unido, el cual, según Peresson (1991, p. 23), se convirtió en el primer periódico de ep en Colombia, en tanto su calidad periodística estaba unida a la metodología educativa.

El mensaje de unión expuesto por Camilo Torres, durante su proceso en la izquierda colombiana, lo lleva a fortalecer los lazos con los sectores populares de los barrios periféricos de las ciudades, los obreros, los sindicatos y los estudiantes, y con aquellas personas que denominaba los “no alineados”; gente del común que no pertenecía a ninguna organización y que él concebía como la base popular del Frente Unido (García, 1990).

Dicha plataforma retomó, entre otros aspectos, el derecho a la tierra y el trabajo, la vivienda digna en las ciudades, el fortalecimiento de los cabildos indígenas, un plan de inversión pública, una política tributaria direccionada a la creación de impuestos a los más ricos y la garantía del derecho a la salud y a la atención médica (Torres, 1965a). Una plataforma integradora y contundente que hizo temblar a las clases dominantes y, por ende, agudizó los procesos de detención y señalamiento; situación que llevó a Torres a ingresar a las filas del eln (García, 1990).

Pocos meses antes de ser asesinado por efectivos del Ejército colombiano, en 1966, Camilo escribe a los miembros del Frente Unido para recordarles los motivos que lo llevaron a su formación y la necesidad imperiosa de continuar de forma unida el proceso de lucha y movilización que se da en las grandes ciudades (Torres, 1965b). Poco después de conocerse el asesinato de Camilo Torres, el Frente Unido se divide y se da nacimiento a las brigadas camilistas8 en la ciudad de Bogotá (Múnera, 1998).

Si bien la anuc y el Frente Unido tuvieron una génesis en las mismas causas sociales y políticas, queda claro que su inserción en las luchas sociales marcó su importancia en la década de los sesenta; en tanto que diferentes sectores populares establecieron como norte fundamental la reforma agraria y la lucha por los derechos de los conciudadanos.

Por otro lado, y durante el mismo periodo, la Iglesia latinoamericana participó en procesos sociales que avanzaban en países como Argentina, Brasil y Colombia por medio de la renovación de las doctrinas emanadas del Concilio Vaticano II, impulsado por el papa Juan XXIII durante los años 1962 y 1965, y que se materializa en Colombia con la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en la ciudad de Medellín en 1968.

Caso específico de la inserción de la Iglesia en dichos procesos sociales es la conformación del grupo de sacerdotes llamado Golconda, quienes, durante sus dos primeras reuniones en 1968, discutieron y acordaron la forma de materializar los postulados de la encíclica papal Populorum Progressio de 1967, y crear así una plataforma de trabajo con las comunidades.

Muchos de los planteamientos expuestos por Camilo Torres en el Frente Unido aparecen como parte de la declaración de la segunda reunión del Golconda realizada en la ciudad de Buenaventura, Valle del Cauca, en noviembre de 1968. Es así como la reforma agraria, la reforma urbana y la necesidad del trabajo con los pobres se muestran de forma explícita y como camino para la salvación del hombre en la tierra.

En síntesis, esta década deja abiertas las puertas para la agudización de las posiciones de los movimientos sociales y populares y los gobiernos autoritarios. Situación que lleva a estrategias renovadas por parte de cada una de las partes, estableciendo nuevas tensiones, el uso desmedido de la fuerza y la vinculación del discurso de la ep como camino para la consolidación de los procesos llevados a cabo en el país.

Década de los setenta: radicalizaciones y propuestas organizativas, otra puerta de entrada de la educación popular

La década de los setenta, más que una continuación diacrónica de la década pasada, registra también un sinnúmero de hechos históricos que dan la entrada a América Latina, en general, y a Colombia, en particular, de la ep.

La crisis emanada por el auge del comunismo y las arremetidas políticas y económicas del neoliberalismo se acentúan. Estados Unidos entra en la fase final de la voraz guerra contra el pueblo vietnamita, al ser derrotados militarmente a principios de los setenta. La Guerra Fría contra la Unión Soviética se encuentra en pleno furor y se crea, dentro de Estados Unidos, una tendencia social y cultural marcada por la cultura hippie que toma las banderas de la paz y la libertad.

Esta coyuntura política y cultural se traslada a América Latina, donde los movimientos de base y los movimientos guerrilleros adquieren una postura mucho más crítica y organizada frente a los gobiernos y sus formas de exclusión social. Chile y Uruguay, en 1970, y Bolivia, en 1971, abren la década con el triunfo de las propuestas de cambio (Peresson, 1991). Este momento de esplendor de la izquierda se ve truncado por la agudización de la respuesta militar planteada por la Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana,9 mediante la Escuela de las Américas y el Plan Cóndor.

En Colombia, las organizaciones sociales y populares enfrentan su mayor reto frente a su consolidación o fragmentación, caso concreto de la anuc, la cual, durante los primeros años de esta década, concentra sus esfuerzos de movilización popular en la recuperación de las tierras que habían sido usurpadas por los terratenientes a sangre y fuego, especialmente en los departamentos de la Costa Atlántica, en el Huila, el Tolima y el Cauca (Múnera, 1998). Se agudizan las confrontaciones con el Ejército tras la toma de tierras y los paros cívicos nacionales promovidos por la anuc.

Luego de arduas luchas por una tierra para el que la trabaja, la anuc se fragmenta en 1974 por problemas en su interior. Se da paso entonces a una arremetida del Gobierno por la retoma de las tierras, dejando de lado la tan anhelada reforma agraria —impulsada no tanto por iniciativas propias de los gobiernos de América Latina, sino más bien por las imposiciones emanadas de la Alianza para el Progreso—, la cual también incluía la erradicación del analfabetismo como motor de desarrollo. Un desarrollo que vinculaba en sus intenciones iniciales no solo la disminución de las importaciones, sino también el aumento de las capacidades técnicas y tecnológicas de los países, con el fin de incluir a una gran cantidad de la población a la vida productiva.

La educación pasó entonces a ser concebida como una inversión que aumentaría la tasa de crecimiento, dejó en consecuencia de ser desde el punto de vista económico un gasto que limita la capacidad de inversión de la sociedad para ser considerada una inversión en recursos humanos que se convierta en uno de los factores básicos para crear y acelerar ese desarrollo (Allard, 1980, p. 14).

Bajo estos preceptos, la educación desempeña un papel preponderante en el desarrollo futuro de las sociedades en América Latina y, especialmente, en lo concerniente a la educación de adultos, la cual cerró sus filas hacia los procesos de alfabetización. Un ejemplo de ello fue el Proyecto especial de educación de adultos para el desarrollo rural integrado (1981), liderado por la Organización de los Estados Americanos (oea).

Estos procesos de alfabetización se desarrollaron ampliamente en países como Brasil, con el Movimiento Brasileño de Alfabetización (mobral) en 1970; Bolivia, con el Programa Nacional de Alfabetización el mismo año; Ecuador y Perú, en 1969, y en Colombia, con la Campaña Nacional de Alfabetización Simón Bolívar en la década de los ochenta. Todas estas propuestas contaron con el apoyo de organismos multilaterales como la oea y la Asociación Internacional para el Desarrollo (aid) (Allard, 1980).10

Como respuesta a esta arremetida de la educación y alfabetización funcional,11 Paulo Freire, desde los primeros años de la década de los sesenta, presenta en la ciudad de Recife, estado de Pernambuco, la propuesta de crear Círculos de Cultura, en los que los integrantes pudiesen aprender a leer y escribir en corto tiempo. Este proyecto se inscribe dentro del Movimiento de Cultura Popular en Brasil, con el apoyo del Servicio de Extensión Universitaria de la Universidad de Recife y el Ministerio de Educación y Cultura de Brasil, desde el cual, “en muchos lugares, trabajando con campesinos, llegó a obtener resultados extraordinarios; en menos de cuarenta y cinco días un iletrado aprendía a decir y a escribir su palabra. Alcanzaba a ser el dueño de su propia voz” (Barreiro, 2005, p. 4).