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Beschreibung

Mitología, Guerra y Amor en una historia épica y universal.

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Table of Contents

Copyright

ENEIDA

LIBRO I

LIBRO II

LIBRO III

LIBRO IV

LIBRO V

LIBRO VI

LIBRO VII

LIBRO VIII

LIBRO IX

LIBRO X

LIBRO XI

LIBRO XII

Copyright

Copyright © 2014 / FV Éditions

Ilus. Portada : J. Flaxman

Trad : Eugenio de Ochoa

ISBN 978-2-36668-863-4

Todos Los Derechos Reservados

ENEIDA

Publio Virgilio Marón

LIBRO I

 Yo aquel que en otro tiempo modulé cantares al son de la leve avena, y dejando luego las selvas, obligué a los vecinos campos a que obedeciesen al labrador, aunque avariento, obra grata a los agricultores, ahora

canto las terribles armas de Marte y el varón que, huyendo de las riberas de Troya por el rigor de los hados, pisó el primero la Italia y las costas Lavinias. Largo tiempo anduvo errante por tierra y por mar, arrastrado a impulso de los dioses, por el furor de la rencorosa Juno. Mucho padeció en la guerra antes de que lograse edificar la gran ciudad y llevar a sus dioses al Lacio, de donde vienen el linaje latino y los senadores Albanos, y las murallas de la soberbia Roma. Musa, recuérdame por qué causas, dime por cuál numen agraviado, por cuál ofensa, la reina de los dioses impulsó a un varón insigne por su piedad a arrostrar tantas aventuras, a pasar tantos afanes. ¡Tan grandes iras caben en los celestes pechos!

Hubo una ciudad antigua, Cartago, poblada por colonos tirios, en frente y a gran distancia de Italia y de las bocas del Tiber, opulenta y bravísima en el arte de la guerra. Es fama que Juno la habitaba con preferencia a todas las demás ciudades, y aun a la misma Samos; allí tenía sus armas y su carro, y ya de antiguo revolvía en su mente el propósito y la esperanza de que llegase a ser señora de todas las gentes, si lo consintiesen los hados; pero había oído que del linaje de los Troyanos procedería una raza que, andando el tiempo, había de derribar las fortalezas tirias, y que de ella nacería un pueblo dominador del mundo, soberbio en la guerra y destinado a exterminar la Libia; así lo tenían hilado las Parcas. Temerosa de esto, y recordando la hija de Saturno aquella antigua guerra que ella la primera suscitó a Troya por sus amados Griegos, tenía también presentes en su ánimo las causas de su enojo y sus crudos resentimientos. Vivos perseveraban en su alta mente el juicio de Paris y el desprecio hecho a su hermosura, y su odio al linaje troyano y las honras tributadas al arrebatado Ganimides. Exasperada por estos recuerdos, apartaba a gran trecho del Lacio, haciéndolos juguete de las olas, a los Troyanos, reliquias de los Griegos y del cruel Aquiles; y así, a impulso de los hados, andaban, hacía muchos años, errantes por todos los mares. ¡Tan ardua empresa era fundar el linaje Romano!

Apenas perdidas ya de vista las costas de Sicilia, bogaban alegres los Troyanos por la alta mar, cortando las salobres espumas con la acerada proa, cuando Juno, viva en lo hondo de su pecho la eterna herida, exclamó, hablando consigo misma: “¿Habré de desistir, vencida de lo comenzado, y no podré apartar de Italia al Rey de los Teucros?

Los hados me lo impiden; mas ¿no pudo Palas incendiar la armada de los Griegos y anegarlos a todos en el Ponto por sólo la culpa y los furores de Ayax, hijo de Oileo? Ella misma, arrojando desde las nubes el rápido fuego de Júpiter, desbarató las naves y revolvió los mares con los vientos, y arrebatándole expirante en un torbellino, traspasado el pecho y arrojando llamas, le estrelló en un agudo peñasco. ¡Y yo, reina de los dioses y hermana y esposa de Júpiter, sostengo guerra por tantos años contra una sola nación! ¿Quién, después de esto, adorará al numen de Juno, o suplicante llevará ofrendas a sus altares?”

Revolviendo consigo misma la diosa tales pensamientos en su acalorada fantasía, partióse a la Eolia, patria de las tempestades, lugares henchidos de furiosos vendavales; allí el rey Eolo en su espaciosa cueva rige los revoltosos vientos y las sonoras tempestades, y los subyuga con cárcel y cadenas; ellos, indignados, braman, con gran murmullo del monte, alrededor de su prisión. Sentado está Eolo en su excelso alcázar, empuñado el cetro, amasando sus bríos y templando sus iras,

porque si tal no hiciese, arrebatarían rápidos consigo mares y tierras y el alto firmamento, y los barrerían por los espacios; de lo cual, temeroso el Padre omnipotente, los encerró en negras cavernas, y les puso encima la mole de altos montes, y les dio un rey que, obediente a sus mandatos, supiese con recta mano tirarles y aflojarles las riendas. Dirigióse a él entonces suplicante Juno con estas razones:

“¡Oh, Eolo, a quien el padre de los dioses y rey de los hombres concedió sosegar las olas y revolverlas con los vientos! Una raza enemiga mía navega por el mar Tirreno, llevando a Italia su Ilión y sus vencidos penates. Infunde vigor a los vientos y sumerge sus destrozadas naves, o dispérsala y esparce sus cuerpos por el mar. Tengo catorce hermosísimas ninfas, de las cuales te daré en estable himeneo y te destinaré para esposa a la más gallarda de todas, Deyopea, a fin de que, en recompensa de tales favores, more perpetuamente contigo y te haga padre de hermosa prole.”

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

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