Enrabiados - Jorge Volpi - E-Book

Enrabiados E-Book

Jorge Volpi

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Beschreibung

¿Puede detenerse lo irreversible? ¿Alguien puede convertirse en un teorema sin solución? ¿Es posible huir de un destino que no nos pertenece? ¿Son las redes sociales quienes nos impulsan a la batalla? ¿Un personaje de ficción puede redactar una declaración de principios? ¿Cabe toda la música en un solo cuerpo? Caminamos asediados por interrogantes, sufrimos la desigualdad que nos imponen las esferas de poder, respiramos la ira de sociedades cada vez más polarizadas. Vivimos coléricos, iracundos, Enrabiados. Como si se tratara de un manual sobre la rabia, Jorge Volpi disecciona, incide y profundiza magistralmente en los espacios que generan nuestras confrontaciones y en las hendiduras en las que nos precipitamos o escapamos cada uno de nosotros.

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Jorge Volpi

Jorge Volpi, Enrabiados

Primera edición digital: marzo de 2023

ISBN EPUB: 978-84-8393-696-2

© Jorge Volpi, 2023

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2023

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

Colección Voces / Literatura 341

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

Teléfono: 91 522 72 51

Correo electrónico: [email protected]

Para Violeta y Rodrigo

Irreversibilidad

Armin Zorn-Hassan, físico, médico y filósofo germano-mexicano, especialista en complejidad e irreversibilidad, pasó a mejor vida en su casa de la Ciudad de México el 3 de septiembre de 2021, a los setenta y dos años de edad, ¿a mejor vida?, qué expresión más ridícula, después de la vida no hay vida, menos una vida mejor –a menos que el abono se considere un salto evolutivo–, le ofrezco una disculpa, profesor, la tristeza me impide cazar los virus del lenguaje, usted me habría vapuleado, qué pendejo, Cris, pendejo entre los pendejos y mira que abundan los pendejos en nuestro mundito académico, un doctor es un pendejo salvo prueba en contrario, y sus ojos azulísimos, tan Zorn, se habrían entreabierto en las valvas de sus párpados, lo lamento, profesor, intento de nuevo: Armin Zorn-Hassan, ¿o debería escribir el Dr. Armin Zorn-Hassan?, ¿o Armin Zorn-Hassan, Ph. D.?, no, usted desdeñaba los anglicismos, además su doctorado, sin sumar sus honoris causa, lo obtuvo en Europa, ¿Herr Doktor Armin Zorn-Hassan?, ¿professeur docteur Armin Zorn-Hassan?, en los buenos tiempos mi gracejada habría merecido un reglazo o de plano un coscorrón, como aquella tarde en Copenhague, ¿la recuerda, profesor?, después del paseo por el Faelledparken y el Palacio Real: no es un reproche póstumo, profesor, mire, ya logré escribir póstumo a pesar de la tristeza, voy de nuevo: el doctor Armin Zorn-Hassan, físico, médico y filósofo, ¿resumiré su vida en esta tríada?, ¿es posible condensar una carrera, y sobre todo una tan excepcional como la suya, en un párrafo testarudo y solipsista o en los seis mil caracteres que me confiaron en el sitio web del Instituto para este elogio fúnebre?, ¿qué es un obituario sino una mistificación y un abalorio?, no tenía demasiadas opciones, profesor, desde su entierro aguardaba que el director del Instituto me propusiese la tarea, ¿quién mejor que tú, Cris?, me escupió el mentecato, nadie conoce mejor el pensamiento del doctor Zorn, fuiste su alumno, su asistente, su colega, su –dudó– su fiel amigo, al final ya solo tú lo veías, tengo entendido que eras el único visitante en la casona de Santa María la Ribera, dicen que para entonces ya era una ruina, así dijo el payaso, profesor, me vi obligado a rebatirlo, no, no, no, doctor Espíndola-González (no iba a llamarlo Espátula-Gusano, el apodo que usted le adhirió y todos en el Instituto repetíamos por lo bajo), Armin, quiero decir el doctor Zorn, en los últimos tiempos no veía a nadie y, desde que se desató la pandemia, a nadie nadie, ni siquiera a su encantadora sobrina, la coreógrafa feminista, apenas en julio desoí sus negativas y me apersoné en su portón, él no arrimó siquiera la cortinilla y me abandonó a la intemperie, ensopado, después apenas me lo topaba en zoom, tres o cuatro veces a lo sumo, para él la pandemia fue un milagro, el pretexto ideal para no salir a la calle y vetar la entrada a su guarida, ni su sobrina ni yo conseguimos derribar esa barrera, se encerró a cal y canto con Atila, el chihuahua que sustituyó al difunto Gengis, no se imagina su gesto cuando el rector anunció que se suspendían las clases, conferencias, seminarios y laboratorios, Armin, quiero decir el doctor Zorn, gozó como un escuincle que se va de pinta, se había salido con la suya, la complejidad que tanto había estudiado le retribuía con el desorden global y el confinamiento, ya ves lo que pasa por explotar las selvas vírgenes y empanzonarnos con armadillos y murciélagos, no pude rechazar la tarea, cuente conmigo, doctor Espíndola-González, le dije a Espátula-Gusano, prometo enviárselo en semana y media, el deadline que me concedió el majadero, semana y media para concentrar en seis mil caracteres su legado, profesor, por fortuna ya tenía unas cuantas notas, no piense mal, lo que menos deseaba era su muerte, pero en clase usted siempre nos instó a anticipar el futuro aun si el futuro es inconcebible, en los últimos tiempos me permití trascribir aquí y allá fragmentos de nuestras conversaciones, como Boswell con el doctor Johnson, ahora las retomo y las ordeno, extiendo frente a mí esos mapas del tesoro, reliquias de tantas veladas frente a nuestros cortaditos y nuestras galletas holandesas, ya, ya, vuelvo a la tarea: el doctor Armin Zorn-Hassan, físico, médico, filósofo germano-mexicano, demasiadas vidas en una sola vida, profesor, ¿por dónde empezar?, ¿por dónde lo habría hecho usted?, en las fichas biográficas que me dictaba para toda suerte de asuntos oficiales, premios, becas, comités, trámites administrativos y bancarios, usted insistía en que yo colocara, entre paréntesis, Wolfburg, 1949, y yo, confiado y obediente, nunca infringí sus instrucciones, las cuales ahora me obligarían a colocar, entre paréntesis, Wolfburg, 1949-Ciudad de México, 2021, solo que antier, al fondo del cajón que desatranqué en su mesa de trabajo, hallé una mohosa acta de nacimiento que contradice su historia oficial, pues establece que usted, Armin Zorn Fernández –el Hassan no figura por ningún lado–, nació en Boca del Río, Veracruz, el 10 de julio de 1948, bastante lejos de Wolfsburg, y un año antes de 1949, mire nada más, ¿qué debo hacer entonces, profesor?, dígame, ¿ser más amigo de Platón o de la verdad?, me adelanto a su respuesta, al idealista usted lo despreciaba, no tanto como a Sócrates, pero casi casi, un timorato apenas menos nauseabundo que Rousseau, cómo nos tronchábamos en clase cuando usted repetía eso de nauseabundo, a la mera hora el profesor no es tan mamón como creíamos, ¿me debería decantar por la verdad?, ¿valerme de este obituario para demoler la estatua de sí mismo que usted se esmeró en modelar y sostener que no nació donde dijo y no tenía la edad que se jactaba de tener?, no se inquiete, profesor, me conoce, no es el primer secreto que le guardo, lo que me intriga es la razón del maquillaje, su padre, don Jakob Zorn, fue quien vio la luz en Wolfsburg (lo he constatado en otros documentos), no lejos de Gotinga ni de las sombras de Lichtenberg, Gauss, los hermanos Grimm, Hilbert, Heisenberg, Born, Szilárd, Teller y Von Neumann, un pueblecillo sin interés, soso y nada pintoresco según Google Maps, cuyo único mérito es hallarse a escasos kilómetros de su gloriosa vecina, ¿habrá realizado usted la permuta por coquetería?, suena mejor Wolfsburg que Boca del Río, sin duda, mejor la Ciudad del Lobo que la desembocadura del Pánuco, ¿o debería sumergirme en pantanos psicoanalíticos para hallar una explicación más satisfactoria?, ¿introducir aquí al insaciable Freud (otro adjetivo suyo) para detectar una pulsión escondida?, ¿presuponer que usted ansiaba suplantar a su padre, a ese hombre con quien rompió a los quince?, no se apure, profesor, le prometí no abrir aquí sus arcones, empiezo de nuevo: el doctor Armin Zorn-Hassan (Wolfsburg-1949-Ciudad de México, 2021), físico, médico y filósofo germano-mexicano, vaya, físico –los matemáticos nos consideramos sin falta superiores–, no deja de chirriarme que usted haya iniciado su camino con esos seres pacatos y neuróticos en las aulas de la Facultad de Ciencias, greñudos que casi sin excepción terminaron como profesores de secundaria o medrando en fondos de inversión, tan patético un final como el otro, alguna vez se lo pregunté, profesor Zorn, ¿por qué física?, usted me endilgó dos babosos chascarrillos: ¿sabe por qué Heisenberg murió virgen?, porque cuando encontraba la posición no hallaba el momento y cuando hallaba el momento no encontraba la posición, jajajá, o: ¿por qué un fotón no puede hacer una pizza?, pues porque no tiene masa, jajá, qué manera de escurrir el bulto, sospecho que la física también tuvo que ver con su padre, ¿no es cierto?, antiguo simpatizante de los rojos, próspero empresario y ateo recalcitrante, exiliado en México desde 1950, se comportaba con su familia como si sus órdenes fueran tan inamovibles como las leyes de la física, imagino que usted se descubrió en Ciencias siguiendo su dictado, el problema fue que su padre, con el perdón, se quedó atrapado en la física clásica, al lado de Newton, Lavoisier y Gauss, convencido de que las condiciones iniciales de un sistema bastan para calcular su devenir, si esto empieza aquí y aquí y aquí, sin duda terminará acá y acá y acá, qué sencillez y qué claridad, así funcionaron las cosas por siglos de determinismo, imaginar, por ejemplo, que si uno estudia física terminará convertido en físico o que, si uno inicia un obituario, acabará por lamentar la muerte del biografiado, ¿quién iba a explicarle a don Jakob que, al menos desde Einstein, aunque a Einstein tampoco aprobara la catástrofe, la física se había desviado de esa senda, desvaneciendo la ilusión de orden e instaurando el caos, la imposibilidad de saber qué va a ocurrir después aun conociendo el antes, y la incapacidad de prever, de otra manera que no sea probabilística, el futuro?, pero esa turbulencia fue justo lo que a usted le apasionó en Ciencias, ese desperfecto o ese virus que llevaba décadas infiltrándose en la disciplina, volviéndola más viscosa y menos autoritaria, supongo que, en la UNAM del sesenta y siete, la Facultad no era un dechado de modernidad, con su claustro de dinosaurios y antiguallas, incluso así usted distinguió el espíritu de su tiempo mientras sus compañeros se aprestaban a perderlo en la bacanal que estaba a punto de precipitarse, a diferencia de la mayor parte de sus compañeros, a usted la política le tenía sin cuidado, sus ojos solo se endulzaban con cifras y guarismos, teoremas y vectores, símbolos antitéticos a las siglas de la política, PRI, PCM, CNH, CIA, FSTSE, CNED, PPS, PARM, PAN, FNET y quién sabe cuántas combinaciones más, a usted no le gustaban los líos, allá sus compañeros si querían extraviarse en vías revolucionarias, allá sus profesores si se obstinaban en acompañarlos, allá el rector si se sumaba a sus demandas, usted lo que quería era que lo dejaran en paz con sus libros y diagramas, sus cálculos y sus derivadas, sin alborotos ni marchas ni plantones, sin milicos tampoco, la física como remanso o como limbo, sus compañeros lo tildaban de tibio cuando no de esquirol o de chivato, aunque lo dejaban a su bola, usted era el matadito que nunca levanta la vista de sus fórmulas mientras ellos abandonaban lápices, calculadoras y cuadernos para manifestarse un día sí y otro también, qué desgaste y qué despiste, qué derroche de energía y, sin embargo, usted tampoco dejó de analizar las turbulencias de aquel año, testigo de la maraña política que se tejía y destejía, con sus compañeros como cobayas de un experimento cuyos protocolos ni siquiera comprendían, cada vez más achispados en una reacción que no podría frenarse, catalizada por los granaderos, a más protestas más trancazos, en una espiral que no iba a concluir con el triunfo de los jóvenes, jamás en el gorilato de esa época, sino con una represión mayor a cualquiera vista en esos años de plomo, usted presentía la sangre derramada, el sacrificio, la tragedia, aunque se cuidaba de compartir su opinión ni siquiera con Natalia, esa muchachita de rasgos achinados, estudiante de matemáticas, de quien usted estuvo por unas semanas infatuado, se limitaba a temer lo peor y a esperar con los dedos cruzados que sus cálculos fallaran, por desgracia el Batallón Olimpia le dio la razón, al final ocurrió lo que temía, muertos y heridos y encarcelados y desaparecidos, e incluso usted, sin deberla ni temerla, terminó día y medio en Tlaxcoaque con la nariz partida de un trolazo solo porque un granadero lo confundió a la salida del metro Taxqueña con no sé qué líder del Consejo Nacional de Huelga, usted, que no era capaz de matar una mosca, durmió esa noche en un separo, sobándose la nariz y el ego entre carteristas y maleantes, no fue sino hasta la mañana siguiente cuando don Jakob, a quien los abogados y policías llamaban don Jacobo, lo sacó de allí pagando una mordida, sospecho que al enterarse algo se le rompió adentro además de la nariz, la convicción de que podía permanecer al margen del mundo, de que podía construir una vida apacible lejos de la política, de que podía permanecer a salvo en el oasis de la ciencia, no, debió decirse usted al salir del separo del brazo de ese padre con quien apenas se hablaba, nadie está a salvo en este puto país de mierda, a la postre no hubo ninguna liberación de presos ni se derogó ningún artículo del código penal, nadie pagó por los cadáveres, las Olimpíadas se celebraron sin incidentes y la universidad regresó a clases al año siguiente, las mismas aburridas materias de costumbre, más lúgubres que antes, con la única diferencia de los pupitres vacíos, las sillas desocupadas, todo lo demás como si nada, el aire turbio y mortecino, las lecciones transcurrían bajo una tolvanera con sus compañeros en chirona, los maestros calladitos, a usted de pronto ya nada parecía importarle, perdió el interés por Natalia y por el género humano, asistía a las aulas por inercia, hasta que, preocupado por la depresión de su vástago, don Jakob dispuso un nuevo salvamento y, ateo deus ex machina, le financió una estancia fuera del país, el viejo estaba inquieto, él, que había simpatizado con los revoltosos por su pasado de exiliado y militante, él, que sabía lo que era una dictadura porque había huido de la más atroz de la historia, primero a España y luego a México, le dijo esto se va a poner color de hormiga, Armin, mejor poner pies en polvorosa y, en contra de los deseos de doña Jacinta, usted marchó al exilio académico a Toulouse, donde continuó sus estudios de física sin jugarse el físico, pésimo chiste, profesor, una disculpa, bajo la tutela del gran Semión Petrachevski, el matemático ruso, Medalla Fields 1987, quien a la larga habría de convertirse en su mentor, el hombre destinado no solo a trastocar sus ideas, sino su vida entera, profesor, pero antes de desviarme hacia esa porción fundamental de su itinerario y glosar sus años en Toulouse, debo preguntarle si aquel incidente, su día y medio en la cárcel con el tabique partido de un trolazo, fue más importante de lo que usted admitió, si en ese acto gratuito y brutal se halla en el origen de su nueva actitud vital, de ese carácter, ¿cómo definirlo?, ¿brutal, irreprimible, sardónico, feroz?, que conservó hasta su muerte, me pregunto si aquel tabique desviado y aquella velada fueron el sedimento de su desencanto vital, si ese incidente fue la semilla de su cólera, ¿de ahí viene su encabronamiento con el mundo?, perdone la vulgaridad, profesor, si algo lo definía era su pelea con el género humano y con el cosmos, quienquiera que lo haya tratado en las últimas décadas coincidirá conmigo, no se lo reprocho, solo lo describo, allí están los miles de trinos, 154 248, los he sumado, que confirman esta apreciación, he pensado si sería factible crear un programa para medir el nivel de furia en cada uno, un encabronamientómetro, diríamos, un baremo para clasificar sus invectivas, una forma de analizar, clasificar y preservar para la posteridad esos millares de trinos contra todo y contra todos, contra la izquierda y la derecha, contra la ultraizquierda y la ultraderecha, contra el centroderecha y el centroizquierda y el centro centro, contra los comunistas y los socialdemócratas, contra los liberales y los neoliberales, contra los progresistas y los conservadores, contra el presidente y sus adversarios, contra la oposición y sus aliados, contra los fifís y los chairos, contra los funcionarios públicos y los funcionarios universitarios, contra sus colegas de la Facultad de Medicina y del Instituto de Investigaciones Biomédicas, contra sus discípulos de Filosofía y Letras, de Ciencias y de Medicina, contra el rector y su círculo y sus predecesores, contra sus antiguos maestros y sus nuevos estudiantes, contra los matemáticos y los físicos, contra los médicos y los biólogos, contra los nacionalistas y los universalistas, contra los filósofos y los historiadores, contra los idealistas y los realistas, contra los aristotélicos y los platónicos, contra las feministas y sus críticos, contra los ecologistas y los capitalistas, contra los veganos y los vegetarianos y los carnívoros, contra los indigenistas y los europeizantes, contra los migrantes y los xenófobos, contra su cada vez más numerosa legión de enemigos y contra sus cada vez más escasos simpatizantes, contra sus familiares mexicanos y españoles, con la solitaria excepción de su sobrina, la deliciosa coreógrafa feminista, y contra todas las religiones, salvo el judaísmo que adoptó en sus años postreros, y sí, también, con una saña inédita y espectacular, contra mí, su Cris, su alumno, su adláter, su asistente, su confidente, su manitas, su milusos y hoy biógrafo, ¿quién iba a decir que el principal culpable de esa marea de insultos, ataques, filípicas, sátiras, burlas, regaños, reprimendas, mofas, sarcasmos, pitorreos y sermones cotidianos fui yo mismo?, ¿recuerda, profesor, aquella mañana de octubre de 2010, cuando se me ocurrió mencionarle por primera vez la nueva red social?, nos hallábamos en su despacho del Instituto, usted repantingado en su sillón de cuero, yo asumiendo su reprimenda por no sé qué estupidez, cuando, para airear un poco la charla, le hablé del pajarraco azul, usted reaccionó con su habitual menosprecio, hasta entonces se presentaba como un defensor de la cultura del papel frente a las mamarrachadas digitales, cualquier innovación tecnológica le parecía un retroceso, yo no insistí y usted retomó el rapapolvo por mi falta o mi descuido, a la mañana siguiente me citó en su despacho y, como quien no quiere la cosa, me preguntó cómo diantres funcionaba eso del pajarraco azul, me sorprendió enseñarle algo a usted y no a la inversa, desplacé mi silla hacia su lado del escritorio, extraje el celular de mi morral, tecleé la contraseña, abrí mi cuenta y empecé mi explicación, que usted interrumpía con preguntas cada vez menos desdeñosas, ¿ciento veinte caracteres?, sí, profesor, ¿solo ciento veinte?, pues sí, ¿no se pueden más?, bueno, si se le acaban, puede escribir otros ciento veinte en un nuevo trino engarzado con el anterior, mire, así, lo vi ensimismado y ausente, si bueno y breve dos veces bueno, exclamó usted al cabo de unos segundos e inició una perorata sobre la historia y práctica del aforismo desde los griegos, de Heráclito a Cioran, pasando por Lichtenberg, Nietzsche, Wittgenstein y Gómez Dávila, y sus ojos azulísimos, del mismo color del pajarraco, estallaron como fuegos artificiales, usted atisbaba ya las posibilidades que se le abrían, compartir con millones de lectores las maldades, así las denominaba para disminuir su perversidad, que solía pronunciar en privado, sobre todo ante mi muda presencia de escribano, con la emoción ni siquiera me di cuenta de que, al revelarle los entresijos de la nueva red, yo mismo me degradaba a un papel todavía más insignificante a su lado, replicar y ponerle un corazoncito a cada una de sus mordacidades mientras usted acumulaba seguidores a velocidad supersónica, déjeme contarle que en las semanas posteriores a su muerte me he dedicado a recopilar sus trinos, quiero decir sus aforismos, consciente de que ese material no debería perderse en el ciberespacio, de modo que he regresado, como si fuera posible torcer la flecha del tiempo, al primero de todos, tras abrir su cuenta –la primera, después vendrían otras con distintos seudónimos–, a la que usted denominó soldadoiracundo en un juego de palabras que muy pocos captaron, me hizo teclear aquella frase que definiría su estilo futuro y ya sabemos, con Bouffon, que el estilo es el hombre mismo, a partir de hoy voy a escribir aquí lo que me salga de los güevos y si no les gusta pueden irse directito a la chingada, sin duda no la más sutil de sus contribuciones, en cambio sí una poética que usted ya no abandonaría nunca, ni siquiera el día de su muerte, profesor, cuando alcanzó a teclear en su viejo iPhone 5, pinche cabrón, apenas doce caracteres, su epitafio, una enigmática frasecita que despertaría un sinfín de rumores y teorías de la conspiración, estoy convencido, profesor, que esos miles de aforismos constituyen una porción crucial de su legado y ya he llenado varias solicitudes para obtener una beca de alguna institución extranjera, pues dudo que el doctor Espátula-Gusano me apruebe otro emolumento en el Instituto, más allá de sus memorables libros y artículos académicos, estoy convencido de que en sus trinos, quiero decir sus aforismos, se halla uno de los pivotes de su obra y la mejor aproximación a su ética, un condensado de sus preocupaciones intelectuales, incluso diría emocionales, esas pataletas son más que chispazos de humor retorcido, un testimonio único de nuestra modernidad digital en donde usted pone en práctica las más sutiles variedades de la rabia, ni más ni menos que de la rabia, profesor, esa enfermedad a la cual usted dedicó su tesis de grado para obtener el título de médico cirujano partero, le confieso mi sorpresa cuando reparé que este había sido su tema de estudio, una tesis sobre la rabia, qué estrambótico y a la vez qué natural y qué coherente, tan Zorn, cuando usted aparcó por una temporada la teoría del caos que frecuentaba desde Toulouse bajo la guía de Petrachevski, y tras el paréntesis de Pamplona, no le quedó otro remedio que volver a México con el rabo entre las patas y, al no hallar cobijo en ninguna institución, pues sus envidiosos excompañeros le cerraron las puertas del Instituto, usted huyó hacia adelante y se sumergió en un nuevo campo, a los treinta, con un doctorado y una estimable producción científica a cuestas en Estados Unidos y Europa, tuvo el coraje de empezar de nuevo y se inscribió en Medicina con la idea de aplicar los principios de la complejidad y la irreversibilidad a esta disciplina, pasó seis años de vuelta en la universidad, rodeado de muchachitos diez años menores, sorteando necropsias, lecciones de anatomía y abominables prácticas clínicas, por no mencionar la suficiencia de los cirujanos, esos carniceros, diría usted, para concentrarse en otro misterio, el cuerpo humano, al final de ese periodo, para asombro de su preceptor, consagró su tesis al estudio de la rabia, qué le sucede a nuestro organismo cuando se infecta con este virus perteneciente a la familia Rhabdoviridae, el Lyssavirus