Equis Equilibrio - Paola Vicenzi - E-Book

Equis Equilibrio E-Book

Paola Vicenzi

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Beschreibung

Sonia es una mujer viuda. Tiene una hija de diecinueve años a la que considera buena y obediente. Ambas llevan una vida tranquila, hasta que un día Martina, la hija, sufre un brote psicótico que las condena a ambas a un aislamiento completo en la casa. Equis Equilibrio relata con una sencillez, y a la vez rara intensidad, la desesperación y el cansancio de una madre que enfrenta prácticamente sola la enfermedad de su hija. Si bien la novela está escrita como si fuera un diario, con un estilo casi documental, la autora logra dotar a su creación de una belleza poética. El jurado del premio de la Cátedra Vargas LLosa destacó que: «La autora ha tenido la capacidad de ahondar en la mente de una persona que está pasando por el proceso de cuidar a un enfermo, reflejándolo de un modo tan vívido que da la sensación de constituir un diario real».

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PAOLA VICENZI nació en Buenos Aires en 1972. Es escritora y correctora. Su camino literario comenzó con la publicación del libro En su propio vuelo, narraciones breves vinculadas a su experiencia como madre de trillizos.

En 2017 obtuvo el Premio MGE de Editorial Random House por su autobiografía La otra vida de papá, y en 2018 fue reconocida con el Primer Premio de la Revista Literaria Guka por el microrrelato Monstruo. En 2019 publicó la novela Recién ahora, que aborda el tema de la infertilidad. En 2020, la serie de relatos Cuarentena en Buenos Aires y el libro de microficción Camino inverso.

En 2021, Equis Equilibrio fue galardonada con el XXVI Premio Vargas Llosa de Novela, otorgado por la Cátedra Vargas Llosa de la Universidad de Murcia. Ha participado en antologías de España y de Perú, y varios de sus trabajos se difundieron en revistas literarias de diversos países de Hispanoamérica.

Dicta talleres de narrativa y organiza ciclos de lectura.

 

 

 

Sonia es una mujer viuda. Tiene una hija de diecinueve años a la que considera buena y obediente. Ambas llevan una vida tranquila, hasta que un día Martina, la hija, sufre un brote psicótico que las condena a ambas a un aislamiento completo en la casa.

Equis Equilibrio relata con una sencillez, y a la vez rara intensidad, la desesperación y el cansancio de una madre que enfrenta prácticamente sola la enfermedad de su hija. Si bien la novela está escrita como si fuera un diario, con un estilo casi documental, la autora logra dotar a su creación de una belleza poética.

El jurado del premio de la Cátedra Vargas LLosa destacó que: «La autora ha tenido la capacidad de ahondar en la mente de una persona que está pasando por el proceso de cuidar a un enfermo, reflejándolo de un modo tan vívido que da la sensación de constituir un diario real».

Equis Equilibrio

COLECCIÓN

Las Hespérides

PAOLA MARÍA VICENZI

Equis Equilibrio

ESLES DE CAYÓN2022

 

 

© De los textos: Paola María Vicenzi

Madrid, noviembre 2022

Edita: La Huerta Grande Editorial

Serrano, 6 28001 Madrid

www.lahuertagrande.com

Reservados todos los derechos de esta edición

ISBN: 978-84-18657-29-0

Diseño de cubierta: La Huerta Grande

Producción del ePub: booqlab

A los que sufren.A los que sufren al lado de los que sufren.A los que sostienen a los que sostienen.

A Mónica, Valeria, Laura y Jorge.Y en ellos, a todas las personas que trabajan,día a día, en el ámbito de la salud mental.A Carolina, Santiago y Nicolás,motor y faro en mi vida.A Marcelo, por su amor y su sensatez,sin los cuales esta novela no hubiera sido.

Soy víctima de un Dios frágil, temperamentalque en vez de rezar por mí, se fue a bailar,se fue a la disco del lugar.Quiso mi disfraz, vivir como un mortal.Y como no logró matarme, me regalóuna visión particular.El loco(Babasónicos)

I

Sonia sale de la cocina con una taza de té y entra en el dormitorio. Suelta un suspiro y cierra la puerta. Va a enfrentarse con sus demonios, y quiere que sea ahí y solo ahí. La lucha no excederá los límites de su cuarto, no invadirá su vida, su todo. No esta vez. Deja la taza sobre la mesa de luz, mueve el cuello en círculos, se quita los zapatos. Intenta controlar el temblor de sus manos mientras abre el armario y busca, en el tercer cajón de la derecha, el cuaderno de tapas duras espiralado que lleva doce años sin tocar. Pero hoy puede, hoy sí. Porque viene de donde viene, porque pasó lo que pasó. Hoy puede, hoy tiene el valor.

12 de febrero

El verano se terminó de repente, lo arrancaron del almanaque, no está más. Se fue a la mierda. Desaparecieron los planes de vacacionar unos días en la costa, los vecinitos del dúplex de al lado tirándose de bomba en la pileta, las noches sentada en el césped disfrutando del rocío con una copa de vino rosado. Se borró la alegría, de un momento a otro se mandó a mudar. Sí, la alegría propia es un recuerdo borroso. La ajena, la que percibo en sordina a través del ligustro, me da envidia y me da bronca.

No entiendo mi vida, no entiendo qué pasa, qué le pasa, qué me pasa. No entiendo lo que pasó para que esto pase. No entiendo nada.

13 de febrero

Cuando era chica tenía un diario al que le contaba mis amores imposibles, las peleas con mi hermana, la cada vez más tensa relación entre mamá y papá… Lo que sentía, lo que pensaba, lo primero que se me pasaba por la cabeza. Y ponerlo ahí, en el papel, me aliviaba, mucho me aliviaba. Por eso ayer, cuando volvía de la farmacia, paré en la librería y compré este cuaderno gordo de tapa dura tamaño oficio. Espero el mismo alivio, lo necesito.

No sé ni cómo empezó todo esto. O sí sé, en el sentido de que puedo ubicar el momento en que tuve la idea, vaga al principio, de que algo no andaba bien.

Una noche salí a dejar la basura en el canasto y vi una bolsa de consorcio repleta que me llamó la atención. La abrí, miré, y fui directo al cuarto de Martina. Me encontré con las paredes desnudas. Y no solo las paredes, ni una muñequita ni una bola de nieve, ni uno solo de los objetos que con tanto amor y cuidado había ido coleccionando a lo largo de los años. Los que le habíamos regalado en cumpleaños y navidades, los que compraba con sus ahorros y esos con los que sus abuelos la habían consentido. Martu amaba a las princesas de Disney, y de pronto ni rastro de Aurora, Mulán, Pocahontas, Jasmín… ni siquiera de Ariel, su favorita indiscutida. ¿Le daría vergüenza, a los diecinueve, seguir con esas cosas? No, no podía ser eso. La mayoría de sus amigas compartían la pasión por la animación, los cómics, las princesas y todo ese universo que fascinaba a Martina. Con las chicas no se perdían una exposición de esas a las que muchos van disfrazados de personajes y qué sé yo qué. No, claro que no podía ser eso… Cuando llegó y vio que la bolsa estaba en el suelo de la cocina, sin decir una palabra la agarró y volvió a llevarla al canasto. Le pregunté por qué hacía eso, y me contestó «es obvio, mamá». Le dije que le podía regalar las cosas a una de las vecinitas o llevarlas a la parroquia. Entonces me miró con una cara que nunca le había visto y me contestó que ella no era una asesina.

No sé si me encogí de hombros, si suspiré, si pensé qué cosa estos adolescentes… no sé, pero de alguna manera me conformé, pasé el momento y seguí preparando la cena.

Al otro día amanecí temprano, y me senté con el termo y el mate en el jardín. Pensaba cómo organizar mi semana. Tenía agendadas varias clases particulares, de las que se cobran bien: un editor que necesitaba mejorar su francés para acompañar a un autor en su próxima gira, una curadora de arte, varias alumnas del liceo que iban a rendir en marzo.

Tenía que aprovechar las últimas semanas de febrero. Pronto las clases en el colegio y en el instituto me iban a ocupar la mayor parte del tiempo y ya no iba a tener esos extras que tan bien nos venían. Además, quería estar para Martina, que estaba entusiasmadísima con arrancar la facu.

Antes queríamos pasar tres o cuatro días en Cariló o Mar de las Pampas… Tres o cuatro días, la economía no me daba para mucho más. Mantener un dúplex de dos dormitorios con un pedacito de jardín en zona norte no es poca cosa para una profesora de secundaria viuda. Los servicios, los impuestos… y encima la comida, la ropa, la prepaga. Dios. Pero esos tres o cuatro días pensaba tomar revancha y me iba a olvidar del mundo.

Nos sentamos a comer una tarta de verduras, y, como siempre, puse el canal de noticias. Noté que el pie derecho de Martina repiqueteaba en el parqué, y que ella no tocaba el plato. «¿Qué pasa, hija?», le pregunté. Yo sabía que no era amiga de las espinacas, aunque nunca era para tanto. «¿No ves?», dijo señalando la tele con el tenedor. «¿Si no veo qué?». «Dale, no te hagás la idiota». La miré. Un llanto me subió por la garganta. Quise decirle cómo le vas a hablar así a tu madre, o qué te pasa, Martu, qué te pasa... pero no me salieron las palabras. Ella se levantó, estrelló el vaso de agua contra el suelo, y gritando «Ya está, ya está, ya empezaron», se encerró con un portazo en su cuarto.

EL CUERPO DE LA ADOLESCENTE FUE ENCONTRADO EN UN DESCAMPADO, decía el zócalo de las noticias.

Estuve un rato largo golpeándole la puerta, cerrada con llave. Me aullaba (porque no eran gritos, no, eran aullidos) que la dejara en paz, que me fuera, que se había dado cuenta de que yo también. «¿Yo también qué? ¿Yo también quééé?», le grité hasta quedarme sin voz. Tenía los puños colorados y la garganta seca. Me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, a esperar. A esperar no sabía qué.