Error 404 not found - Magdalena Barraza Sepúlveda - E-Book

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Magdalena Barraza Sepúlveda

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Magdalena Barraza Sepúlveda nació en la ciudad de San Felipe, en la región de Valparaíso. Desde pequeña, siempre tuvo un gran interés por la lectura, el cual pronto se convertiría en el deseo de escribir sus propias historias. Sin embargo, no sería hasta años después cuando se enfocaría plenamente en la escritura. Inspirándose en su propia vida, nació "Error 404 not found", su primera novela y la ganadora del primer lugar en el VIII Concurso Cementerio Metropolitano del año 2023.

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ERROR 404 NOT FOUND 

Magdalena Barraza Sepúlveda

PRIMERA EDICIÓN Febrero 2024

Editado por Aguja LiterariaNoruega 6655, dpto 132 Las Condes - Santiago - Chile Fono fijo: +56 227896753 E-Mail: [email protected] Sitio web: www.agujaliteraria.com Facebook: Aguja Literaria Instagram: @agujaliteraria

ISBN: 9789564091174

DERECHOS RESERVADOSNº inscripción: 2024-A-890Magdalena Barraza SepúlvedaError 404 not found

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia 

TAPAS Diseño: Constanza Andrea Riffo Pacheco

ÍNDICE

LA RADIO ES MÁS FUERTE QUE LA ESPADA

QUIEN NO ARRIESGA NO GANA 

EL PINGÜINO CONTRAATACA

LA TRISTEZA INFINITA

NOS DESPEDIMOS CON UN EPISODIO FINAL

FUE LINDO MIENTRAS DURÓ

AGRADECIMIENTOS

A mi mamá, preciosa de mi corazón,

por nunca rendirse conmigo.

La radio es más fuerte que la espada

El Liceo Aconcagua de Excelencia siempre daba de qué hablar en la ciudad de San Felipe. La mayoría de los padres actuales habían estudiado allí, pues era el colegio municipal más antiguo de la comuna. Su momento de mayor popularidad fue cuando, en un año, dos estudiantes consiguieron ser puntaje nacional en la PSU, sorprendiendo a todos, ya que la institución nunca se había distinguido por sus resultados académicos. Sin embargo, fue aún más sorprendente cuando el director del colegio anunció que, debido a los puntajes obtenidos, iban a implementar un examen de admisión para los nuevos postulantes.

Siempre me causó gracia el alboroto que intentaron crear en el colegio por los resultados de esos chicos; en todos los años que llevaba estudiando en el Liceo de Aconcagua, jamás me había parecido un lugar distinguido, mucho menos de excelencia, como resaltaba en su nombre. Por el contrario, me parecía un lugar aburrido, con profesores a quienes les importaba poco y nada enseñar, con inspectores que recorrían los pasillos como perros buscando una presa.

Era el año dos mil doce y, a pesar de todos estos cambios, no veía que algo fuera a ser diferente en mi vida. Acababa de pasar a primero medio y no tenía mayores preocupaciones que escuchar a los profesores hablar sobre la importancia de todas nuestras notas y que debíamos empezar a reflexionar sobre qué queríamos ser en la vida. Como si no fuera suficiente molesto escuchar esa odiosa frase en boca de nuestros padres, ahora teníamos que aguantarla de los profesores.

Nunca me gustó llamar la atención, era callada y con poca personalidad, o al menos eso decía mi mamá. Creo que tal vez eso influyó en que nunca sospecharan de mí, al menos hasta el final. Después de todo, ante los ojos del resto, solo era una chica tímida que no tenía algo interesante que decir. Claro que no tenían idea de lo equivocados que estaban, pero pronto todos iban a estar sorprendidos, incluyéndome.

Una mañana de septiembre, en la asignatura de Artes, nos estaban haciendo decorar el salón con papeles de lustre. Teníamos que hacer formas de copihues o banderas de Chile en honor al Día de la Independencia. Era uno de esos momentos en el colegio donde el profesor a cargo no solía hacer mucho, y todos los alumnos podíamos hablar y jugar sin miedo a ser castigados. Mis amigos, Nicole y Oliver, conversaban animados sobre quién estaba haciendo el copihue más deforme, mientras yo veía por la ventana con la mirada perdida.

Me encontraba frustrada porque había pasado gran parte de la noche tratando de avanzar con mi novela, una historia que llevaba un par de semanas construyendo, pero cada vez que intentaba plasmarla en papel, las ideas simplemente no fluían. Solía llevar una pequeña libreta en la mochila por si la inspiración para escribir me sorprendía. Sin embargo, bien podría decirse que la llevaba de adorno, ya que todas sus páginas estaban en blanco. Esto me frustraba, en especial porque uno de mis sueños era convertirme en escritora. Desde hacía años, había desarrollado un gusto por plasmar ideas en papel y desde entonces no había parado. Siempre escribía historias que compartía con mis amigos. A veces las publicaba en Facebook, lo que me permitía que jóvenes de otras ciudades leyeran mis obras, sin embargo, llevaba como una semana en que no había escrito; las palabras no salían. 

En el patio del colegio, un grupo de estudiantes llamó mi atención. Estaban formando un círculo y una chica en el centro parecía estar dando un discurso. A pesar de la distancia, los reconocí enseguida, eran del centro de estudiantes. Lo supe porque justo al medio del grupo estaba Andrea Riffo, la presidenta. También sabía perfecto lo que hacía y no pude más que suspirar y negar con la cabeza. Le había dicho que no debía meterse en problemas, pero la linda nunca me hacía caso. Casi sentí una pequeña satisfacción cuando vi acercarse al inspector, sin embargo, me arrepentí enseguida al ver que caminaba con su actitud de tipo malo. Ese sujeto era una de las personas más temibles que había conocido, se llamaba Juan y su sola presencia infundía miedo. Supongo que era precisamente la razón por la que lo habían contratado, para asustar a los estudiantes y evitar que quebrantaran las reglas. Tenía unos cuarenta años y nos trataba como animales. Dado que era la mano derecha del director, tenía su propia oficina a la que llamábamos la "cámara de tortura", porque allí iban los alumnos castigados por los profesores. Se contaban las peores historias sobre ese lugar, desde abusos físicos hasta psicológicos. Incluso corrían rumores de abusos más graves, aunque hasta ese momento nunca se había presentado denuncia al respecto; era más una leyenda urbana.

Minutos después, estábamos varios pegados a las ventanas para observar lo que sucedía. Juan había comenzado a gritarle a los chicos para que despejaran el lugar, mientras se dirigía hacia Andrea. Si un hombre tan amenazante como él se me hubiera acercado de esa manera, me habría encogido en posición fetal, esperando que de alguna forma todo se solucionara, pero ella se mantuvo firme y comenzó a decirle algo que no pude escuchar. Los demás estudiantes del Consejo estaban atentos a todo lo que sucedía, incluso aplaudían algunas de las palabras que pronunciaba su presidenta. En ese momento, nadie se dio cuenta de que algunos de los compañeros de Andrea habían escapado antes de que los pudiera alcanzar el inspector. Nadie, excepto yo, porque sabía bien el plan de mi amiga; no les quité el ojo de encima a ese pequeño grupo hasta que desaparecieron en el edificio.

El Liceo de Aconcagua consistía en un edificio con forma rectangular de tres pisos, que albergaba todas las aulas. También tenía dos patios; uno era el espacio recreativo, con el suelo de cemento, algunas bancas y un pequeño quiosco en que todos luchaban por comprar algo en los recreos. Además, se encontraban pequeñas oficinas que funcionaban como la sala de computación, la librería y la enfermería. En el otro patio había una pequeña cancha de fútbol de cemento, estanterías para sentarse y el resto estaba cubierto de tierra; también las duchas y el comedor estaban en ese lado, aunque fue una mala decisión haberlas ubicado allí, ya que solían estar llenas de polvo. En la parte delantera del colegio se encontraban dos oficinas; una, un poco más pequeña, pertenecía al inspector, y la otra, mucho más grande, era del director, Luis Flores. Asimismo, uno de los lugares preferidos de los estudiantes era la azotea; por alguna razón que no entendía, esa puerta siempre se mantenía abierta, y algunos alumnos tenían la costumbre de ir a fumar allí. Por eso no me sorprendió cuando comenzaron a caer papeles desde allí. 

Cuando sonó el timbre que anunciaba el término de las clases, todavía había papeles esparcidos en algunas partes de ambos patios. El director se había enojado tanto que obligó a los involucrados a limpiar el desorden, además de cambiar su matrícula a condicional. Esto significaba que, si volvían a meterse en un problema, por más pequeño que fuera, serían expulsados. Todos lo supimos porque el inspector pasó por cada salón de clases informando, con el fin de disuadir cualquier otro tipo de conducta similar. A pesar de la prohibición de leer el contenido de esos papeles, hubo muchos de mis compañeros, como Mauricio y Loreto, que los escondieron en sus mochilas. A mí me daba miedo que me descubrieran, así que ni siquiera pensé en desobedecer, tampoco es que me hubiera hecho falta. Cuando llegué a mi casa, ahí estaba Andrea con uno de esos papeles en la mano y una gran sonrisa en su rostro.

—Te traje una entrega especial, Lili—. Su sonrisa no podría haber estado más llena de satisfacción—. Me imaginé que no recogerías ninguno.

—Obvio que no—. Sostuve el papel en mi mano—. ¿Te das cuenta de que el director los puso a todos como condicional?

—No es para tanto —Andrea trató de quitarle peso al asunto—. Es como las anotaciones negativas, están solo para tratar de asustarte.

Hice un sonido de reproche mientras leía. Era una lista de libros y dónde conseguirlos, además de un mensaje contra la censura y la corrupción. No me sorprendí, ya que al principio del año el Gobierno había aprobado una ley que prohibía ciertos libros en las escuelas, principalmente todo lo que tenía contenido considerado de izquierda, así como algunos libros con ideología LGBT, o así lo llamaron. La parte graciosa es que se reemplazaron esos libros con otros de temática religiosa, según se anunció era para promover la fe en las nuevas generaciones de estudiantes. Supongo que no sabían que las clases de religión se basaban en obligarnos a ver películas. Creo que nunca en toda mi vida me habían pedido leer un libro, excepto la Biblia, por supuesto.

Desde entonces sucedieron muchas protestas contra esa medida, catalogándola de discriminatoria, pero hasta ese momento no se consiguió un cambio. En nuestro colegio, Andrea y su grupo de amigos habían protestado desde el primer día de clases sin obtener algo, por eso optaron por medidas más drásticas. Aunque con sinceridad yo no veía el punto de hacer esto, solo iban a meterse en problemas con el director. Ese hombre era conocido por ser una persona muy estricta, afín a las ideas de derecha, por lo que era improbable que cambiara de opinión respecto a los libros. Aun así, ahí estaba Andrea, tan sonriente como si hubiera ganado el premio de "¿Quién quiere ser millonario?".

—Sabes que el director nunca cambiará de idea respecto a los libros, ¿verdad? 

—Ni siquiera cambia de ropa y va a cambiar de idea —se burló mi amiga—. No esperamos nada del Pingüino, esto fue para enviar un mensaje. 

No pude evitar que una sonrisa apareciera en mi rostro. Andrea y sus amigos solían llamar al director "el Pingüino," como uno de los villanos de los cómics de Batman. Yo nunca había leído uno de esos, así que no tenía idea si la comparación era acertada, pero me hacía mucha gracia cómo sonaba. Al menos podía asegurar que encajaba en el rol de villano.

—Igual deberías tener cuidado con tus mensajes. No creo que el Pingüino tenga problemas en expulsarte si haces algo más. 

—No le tengo miedo, Lili—. La sonrisa de mi amiga se apagó un poco—. Sabes, últimamente he averiguado más sobre la escuela y parece que han pasado cosas muy turbias, este lugar es peor de lo que imaginaba… pero ahora mismo no puedo hacer nada, necesito contar con más información. 

Me percaté de que la cortina del living de mi casa se movió sospechosa y tuve la certeza de que mi madre estaba espiándonos, como solía hacer. Odiaba cuando hacía eso, en especial porque le tenía sangre en el ojo a Andrea; siempre me decía que no le gustaba que fuéramos amigas, la veía como una mala influencia para mí y esas cosas típicas de una mamá controladora. Hice una seña a mi amiga para que se diera cuenta de que nos estaban escuchando.

—Algunas cosas nunca cambian—. Suspiró profundo—.  Supongo que esto significa que no es un buen momento para hablar del carrete del sábado, ¿verdad? 

Una pequeña punzada cruzó por mi corazón. Esa noche nos habíamos reunido con unos amigos y todo anduvo relativamente bien hasta que mis labios y los de ella se encontraron, aún no tengo idea de cómo sucedió. En un momento estábamos riéndonos por un chiste estúpido que ni siquiera recuerdo, y al siguiente me encontraba teniendo mi primer beso. No fue como en las películas donde suena música mágica y los protagonistas se miran como si toda su vida hubiera adquirido sentido, pero aun así fue bastante agradable, y feliz me habría pasado el resto de la noche besándome con ella. Sin embargo, uno de sus amigos, César, nos encontró momentos después y ninguna de las dos supo qué hacer, así que todo quedó en eso.

—Sabes que siempre me gusta hablar contigo, pero creo que tienes razón, lo mejor es esperar o de lo contrario mi mamá se va a manifestar a nuestro alrededor y nos hará vivir un momento muy incómodo. 

—Por supuesto, además no queremos meternos con los poderes de tu mamá —sonrió Andrea—.  Supongo que tenemos una conversación pendiente. 

—Estaré esperando ese momento —dije sonrojada.  

Ella se acercó y me dio un beso en la mejilla a modo de despedida. Entré a mi casa con su sonrisa pegada en mi mente y con mi nivel de confusión sobrepasando los mil puntos porque en realidad no entendía nada. Sabía que existían personas que salían con gente de su mismo sexo, pero yo jamás había conocido a alguien así, mucho menos me había planteado ser una de ellas. Al menos en mi ciudad jamás se veía a gente gay o lesbiana, solo a personas heterosexuales; lo más cercano a algo diferente eran unas travestis que trabajaban en un pub llamado “Divinas”. Una sola vez pasamos con mi mamá cerca de ese lugar y me dijo que nunca debía entrar allí porque esas personas tenían una enfermedad mental, así que hablar con ella sobre lo que me estaba pasando quedaba completamente descartado. Por supuesto que, cuando entré a mi casa, ella me dio su típico discurso de que no le caía bien mi amiga, que era una mala influencia para mí, y todas esas cosas. Lo más divertido era cuando mencionaba las peores características de Andrea (según ella), que eran el no comportarse como una señorita y usar ropa de hombre, todo porque tenía el pelo corto y le gustaba vestir suéteres anchos. Al final, logré evitar el tema con la excusa de terminar un trabajo para mi clase de Historia, una tarea que era real, pero que en definitiva no me iba a poner a hacer. 

Saqué mi libreta de la mochila y me quedé mirando su horrible página en blanco. No podía haber nada más aterrador para alguien que soñaba con convertirse en escritora. Redacté un par de ideas generales, aunque en el fondo sabía que las iba a desechar. Estuve gruñendo y enojándome conmigo misma durante media hora hasta que tiré la toalla y entré en Facebook, donde, para mi sorpresa, estaban muchos de los chicos de mi colegio discutiendo. En la página del consejo escolar habían subido el contenido de los papeles que habían entregado y daban enlaces para descargar algunos de los libros en formato digital. Los alumnos del Primero Medio A, liderados por Fernanda Ritz, una chica que odiaba con toda mi alma, comentaban que esta no era la forma de protestar, además de estar muy enojados con Andrea y los otros chicos del consejo por no enfocarse en otros asuntos mucho más importantes, aunque en ningún comentario se mencionaba sobre qué era eso “tan importante". Ni siquiera pensé en meterme en la discusión; era muy tímida para hablar en público y eso incluía la bandeja de comentarios de Facebook. Me disponía a cerrar la página cuando recibí un mensaje de mi amigo Oliver. Solo tenía escrito el enlace a una página a la que entré por simple curiosidad. Sin embargo, no entendí nada, estaba todo en inglés. En el centro de la pantalla se veía un dibujo de una radio muy grande, así que asumí que era para poder escuchar música. Después de unos intentos inútiles de hacerla funcionar, apagué todo y me fui a leer una novela de fantasía, mi viejo refugio para evadirme de la realidad. En los días siguientes, Oliver me explicó lo que buscaba hacer con esa página. Se utilizaba para crear una radio en línea. Transmitías música o lo que quisieras y podías enviar un enlace de escucha a tus oyentes. El servicio que ofrecía esta red era anónimo, así que tenías que enviar el enlace cada vez que usabas la radio, lo que me parecía muy poco conveniente. 

—Es mejor así, Lili —trataba de convencerme—. También tengo descargados programas de edición y puedo hacer que nuestras voces suenen diferentes. Podríamos usar la radio para hablar de cualquier cosa.

No pude evitar poner los ojos en blanco. Entendía de dónde venía todo esto; mi amigo Oliver era un chico fascinado por las computadoras y las teorías de conspiración, extraterrestres, demonios y no sé qué más. Dentro de todo, una de las cosas que más le interesaban era la organización Anonymous, así que podía comprender su interés en la radio, pero seguía encontrándole poco sentido.

—Tú sabes que me da vergüenza hablar en público, Oliver—. Miré a mi amiga Nicole en busca de apoyo, pero extrañamente se veía sonriente.

—Yo vi el programa que tiene Oliver —agregó—, de verdad no se sabe quién está hablando porque la voz suena como robótica. Igual sería entretenido; podríamos decir que los profesores son una mierda y hacer el ranking de los peores.

—¡Sí! —se emocionó de inmediato—. También podríamos revelar los secretos de la escuela y poner algo de buena música. 

No quise preguntar a qué secretos se refería, pero de alguna manera me habían contagiado su ánimo. Después de todo, lo más probable es que no dijera nada. Podía quedarme atrás riéndome de las tonterías que dirían mis amigos.

Nos pasamos el resto del día organizando todo lo necesario para nuestra primera emisión. Como teníamos que enviar el enlace a los oyentes, mi idea era pedírselo a Loreto Poblete, la presidenta del curso, pues tenía los correos de todos para enviar información de las clases y otras cosas. Claro que Oliver se negó rotundamente, diciendo que sería obvio que nosotros éramos los de la radio y la idea era permanecer anónimos. Debido a esto, llevamos a cabo uno de los peores planes en la historia de la humanidad, el cual consistió en que yo debía distraer a Loreto mientras mis amigos buscaban la lista de correos en sus cuadernos. La parte de verdad humillante fue mi excusa para acercarme a ella, lo único que se me vino a la cabeza fue pedirle consejos para bailar cueca. Imaginé que no despertaría muchas sospechas porque estábamos en septiembre; lo que no esperaba era que me hiciera bailar junto a ella para poder enseñarme mejor. Si bien debí verme muy tonta, dado que se me pusieron las mejillas rojas, como sucedía siempre que tenía vergüenza, de alguna forma todo funcionó, incluso aprendí un poquito de cueca.