Es fácil aprender Inglés si sabes cómo - Dr. Ángel Briones Barco - E-Book

Es fácil aprender Inglés si sabes cómo E-Book

Dr. Ángel Briones Barco

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Beschreibung

¿El inglés se te sigue atragantando? ¿Te parece que saber inglés es dificilísimo?

¿Cuántas veces has dicho que te vas a poner y nunca lo has hecho? ¿Y cuántas has empezado un curso de inglés y no lo has acabado?… ¿Y si encontrases una divertida novela que te ayudase a mejorar tu inglés de una vez por todas? Pues…¡Aquí la tienes!

En estas páginas encontrarás una original historia de un grupo de personas que tienen los mismos problemas y las mismas inquietudes que tú. ¡Y que consiguieron aprender definitivamente!
Aprovecharemos su experiencia para ayudarte a ti, y que a través de ellos:
– Mejores tu inglés más rápido y mejor que nunca: para siempre.
– Sepas cómo acercarte al inglés de una manera única usando tus emociones y tu forma de ser.
– Aprendas tres pasos para tener un inglés fluido de verdad, ¡y no el de tu currículum! ¡Garantizado!
– Desbloquees tu inglés de una vez por todas.
Esta novela te enseñará cómo:
– Sentirte seguro hablando y escribiendo inglés.
– No atragantarte cuando hables inglés ni quedarte en blanco.
– Reírte de tus errores.
– Desenvolverte con rapidez y soltura.
– Nuevas formas más eficaces y directas de mejorar tú inglés. ¡Garantizadas!

¡Adelante! Empieza tu primer día de clase…

SOBRE EL AUTOR

Ángel Francisco Briones-Barco
es formador, terapeuta energético, Máster en PNL y EFT y coach de vida, personal y ejecutivo.
Innovador vocacional, ha creado y desarrollado el Método K.A.R.T.® de coaching, con unas barajas y juegos especiales (R.O.U.T.E. y ORMET). Además, ha realizado una amalgama de las terapias más efectivas, originando un proceso específico para formadores, comunicadores y actores llamado ActInHem, y los modelos terapéuticos y de coaching TappingCoaching, TERAtapping, Mind–Touch®, Gen–Mind–Touch® y Sync–Being®, todos ellos únicos a escala internacional.

SOBRE LA COLECCIÓN PARA TODOS LOS PÚBLICOS

PARA TODOS LOS PÚBLICOS es una colección de divulgación que acerca temas de importancia, a todo tipo de lectores, de una manera sencilla y amena. Aborda todo tipo de materias, como puedan ser la cultura, la religión, las ventas, internet, el cine…, cualquier aspecto de interés en nuestro día a día, pero contado y explicado con discursos fáciles de entender por cualquiera de nosotros. PARA TODOS LOS PÚBLICOS hace fácil lo difícil, ésa es su mayor virtud. Quizá hayamos pensado, también, que las religiones son algo complejas de entender, que las grandes ventas sólo están al alcance de unos pocos privilegiados o que es difícil comprender el cine en toda su dimensión. Y no es cierto. Cualquier lector con ganas de aprender encontrará, en los títulos de esta colección, un libro amigo que le enseñará a resolver cuestiones que le intrigan y que siempre le parecieron demasiado complicadas. Una colección 100 % práctica.

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GUÍA DE LECTURA RÁPIDA

Si quieres saber cuál es el misterio y qué es un triángulo maldito, lee el capítulo 1.

Si te quieres ilusionar con el inglés, la clave está en el capítulo 2.

Si no tienes tiempo para dedicárselo al inglés, salta al capítulo 3.

Si quieres saber qué tipo de superhéroe eres, lo descubres en el capítulo 4.

Si quieres quitarte miedos y bloqueos que tienes relacionados con el inglés, el capítulo 5 es el tuyo.

Si quieres saber cómo aprenden inglés los extraterrestres, se cuenta en el capítulo 6.

Si necesitas nuevos ejercicios para mejorar tu inglés, ve directo al capítulo 7. Y no te asustes.

PERSONAJES PRINCIPALES

ABEL, narrador.

ANTONIA, 55 años.

RODRIGO, 45 años.

RUTH, 27 años.

JULIA, 44 años.

MARGA, 58 años.

LARA, 22 años.

MARCOS, 42 años.

FER, 24 años.

RAMÓN, 44 años.

MONTSE, 32 años.

JORGE, 31 años.

TOMÁS, 35 años.

NURIA, 30 años.

OLIVIA, 31 años.

SUSANA, 34 años.

PRÓLOGO

Da igual cuántos años tengas de experiencia. Siempre pasa lo mismo cuando te preguntan a qué te dedicas:

–Enseño inglés.

La cara de la otra persona es un poema: levanta las cejas, se hincha tomando aire, asiente, sonríe...

–Uy, el inglés es mi asignatura pendiente; a ver si me das unas clases porque...

Y tus gestos mudos dicen “claro, claro, cuenta con ello”.

Llevo enseñando idiomas más de quince años, los suficientes como para haber pasado por más estados que el sólido, líquido y gaseoso. En nuestra vida laboral, los profesores cambiamos de ánimo más veces que el número de Estados Americanos (que muchos norteamericanos no tienen claro). Pasamos de los enfados viscerales porque los alumnos no avanzan, a la estupefacción más tremenda cuando corriges un error y al momento se vuelve a repetir como si no hubieras dicho nada. Nuestras caras cambian con la simetría del cubo de Rubik. Tiempo después nos llega un suspiro generalizado que viene a decir “¡animalitos!”. Lo siguiente es caer en un estado de gracia en el que te identificas con un predicador en el desierto y todo te da igual, aunque te entre arena por los ojos.

Ese es el problema de muchos colegas de profesión que conozco. Todos nos ponemos de acuerdo en lo mismo (la gente tiene que estudiar más, hay que practicarlo constantemente, “todo es ponerse”, etc., etc.), pero pocos profesores hacemos algo por cambiar la situación. Este libro es mi pequeña contribución.

“El inglés es difícil” es la frase más recurrida entre los hispano hablantes. Y la respuesta de la mayoría de educadores es que cuesta “esfuerzo”. Pienso todo lo contrario. Ni es tan difícil ni cuesta tanto. Si algo te cuesta esfuerzo, al final no lo haces. Aunque siempre hay excepciones.

Lo que sí funciona es lo que aquí se cuenta: el proceso que todo el mundo puede seguir para mejorar su inglés de verdad, algo que he probado con mis alumnos poco a poco. Desde aquí les doy mis más sinceras gracias a los que me han “sufrido” en clase, por acompañarme en el viaje.

Todo empezó cuando un día me harté de enseñar inglés de todas las formas que conocía, y conocía muchas. Ese mismo día, por obra y gracia de una ironía dramática típica de Shakespeare, me contrataron para enseñar un curso de inglés intensivo para adultos. Así que pensé que ese trabajo podía ser mi canto de cisne particular.

Llamé a la empresa, les dije lo que pretendía y me dieron permiso para hacer lo que quisiera. Siempre les habían gustado mis resultados y valoraciones. Gracias a mi peculiar fisionomía y una buena caracterización (sin llegar al extremo de la película La Señora Doubtfire), me infiltré perfectamente entre los que se apuntaron y disfruté confundiéndoles, motivándoles y alentándoles. Tiempo después de terminar el curso, uno de los alumnos, Abel, me contó que había escrito una especie de diario del curso y le pedí permiso para usarlo aquí.

Esta es la historia de cómo ese grupo de alumnos sacó provecho al curso por sí sólo con unas mínimas instrucciones.

Fdo: Un(a) Profesor(a) Infiltrado(a).

1EL MISTERIO DE LA CLASE SIN PROFESOR Y EL TRIÁNGULO MALDITO

Me llamo Abel Martínez y cuando estoy escribiendo estas líneas tengo 35 años. Las escribo porque los que me conocen han visto cómo en los últimos meses he mejorado mucho con el inglés, tanto como para sentir que “lo sé”. Ha sido gracias a un curso muy especial que hice hace poco y mis amigos me han pedido que cuente qué pasó allí para que ellos también se beneficien.

El primer día, cuando salí del metro buscando la academia donde me habían otorgado un curso de perfeccionamiento del inglés, me propuse tomármelo de manera distinta y que no fuera un curso convencional como los que ya había hecho antes. Poco podía imaginar que no iban a ser unas clases propiamente dichas, y que las aprovecharíamos muchísimo más.

Desde el primer momento, todos nos dimos cuenta que aquello iba a salirse de lo normal. Sólo unos pocos lo aceptamos y nos dejamos llevar. Fue la mejor decisión de mi vida. Después de todo este tiempo, me he dado cuenta de que realmente todo, incluso saber inglés, depende de eso: dejarse llevar o no. Y sólo tú decides.

Aquel curso era uno de los que se promocionan como cursos de formación para trabajadores y que luego se completan con gente desempleada. Oficialmente se llamaba “Inglés: perfeccionamiento”. Eran clases de tres horas al día, por la tarde, tres días por semana, durante tres meses, en un centro de estudios reformado con la típica fornica, los pupitres clásicos, las sillas demasiado duras... ¿A que te haces una idea?

El primer día éramos catorce personas. Al final nos enteramos que se había incorporado una amiga de la directora de la academia para que fuéramos quince, las firmas justas para que el curso siguiera adelante y lo financiara la Administración.

El nivel de inglés que teníamos todos era el intermedio que pone la mayoría de la gente en el currículo. Es decir, había gente que no había vuelto a estudiar inglés desde que salió del instituto; gente que estaba más allá de un nivel intermedio y que aún así pronunciaban fatal y escribían peor; y gente que tenía un nivel muy básico (es decir, sabía palabras sueltas y pensaba que el inglés es igual que el español, que se habla y se escribe igual). Vamos, que sabíamos todos más o menos lo mismo, pensáramos lo que pensáramos. Incluso nos enteramos después que había gente que tenía el peor nivel de todos: el de hacer cursos de inglés cada dos años, olvidarse completamente de curso a curso y tener que empezar casi de cero.

Como no conocía la zona donde estaba la academia, llegué unos minutos después de la hora en que teníamos que estar allí, pero todavía había gente esperando para entrar. En la recepción enmoquetada nos atendió Susana, una simpática secretaria en la treintena, de melena anaranjada como un león. Tenía una marabunta tremenda de papeles en la mesa y buscaba la lista de asistentes mientras miraba de reojo a varias personas que hacían cola.

Pizpireta, Susana justificó el desorden siempre sonriendo y diciendo que estaba sustituyendo a alguien:

–¿Me podéis apuntar vuestros nombres en este papel y yo os busco en la lista en cuanto la encuentre? Sí, aquí por favor... Luego poned vuestros nombres en estas etiquetas y pegároslas donde se os vea. Podéis pasar a la clase, es ésa de ahí.

Según nos fuimos colocando las pegatinas, entramos a un aula alargada, de techos gigantes, con unas paredes blancas que parecían brillar más por la luz de los fluorescentes. Lo único más moderno era un proyector que colgaba del techo y una pantalla enrollada en la pared. Todas las mesas y sillas estaban mirando hacia la puerta de la clase, al lado de la mesa del profesor, delante de una pizarra blanca. Encima de esa mesa había una pila de fotocopias grapadas. En la portada decía “Saber Inglés”. Imaginé que eran ejercicios o la primera lección, porque no nos habían dicho que íbamos a necesitar libros.

Los compañeros nos sentamos religiosamente y pasados cinco minutos parecíamos estar pensando que en estas ocasiones las sillas son incómodas a propósito. Es una condición indispensable para que la gente esté más despierta.

Éramos un grupo de edades diversas, desde los 18 años hasta los casi sesenta. En un lateral de las primeras filas, una veinteañera de pelo negro, corto y desarreglado, rebelde, seguía escuchando música con los auriculares puestos, apoyada sujetando la pared. Otro joven deportista, que por su vestimenta parecía que venía de jugar un partido de liga de fútbol amateur, trasteaba con un teléfono móvil gigante último modelo. Casi en el centro de la clase, una señora emperifollada, de unos cincuenta años, con un maquillaje tan espeso como la ropa que llevaba, y un moño cardado que desafiaba el buen humor, usaba sus dedos para tamborilear sobre la mesa. Una joven pelirroja de ojos azules miraba por la ventana sonriendo, ensimismada y mirando de reojo al chico deportista. Un hombre canoso que se sentó a mi lado siguió leyendo el periódico, analizándolo como si trabajara en la bolsa...

Si mirabas alrededor, todos éramos tan normales que éramos demasiado particulares, como aquel tipo tan alto y espigado que al pasar el umbral de la puerta, tuvo que ladear su cabeza. Para el beneplácito de muchos, se sentó en la última fila sin planteárselo, tan serio como el traje negro de chaqueta que llevaba.

Pasaron diez minutos más y allí no aparecía nadie. Algunos nos mirábamos con desconcierto, otros con impaciencia y otros nos regalaban gestos de pasividad. Al rato entró en el aula Susana, la secretaria–leona, ahora algo avergonzada y más nerviosa, pero siempre con una sonrisa amable:

–Disculpad... A ver cómo os lo cuento... Bueno, antes de eso, aquí tengo la lista de asistencia. Si sois tan amables, firmar al lado de vuestro nombre y NIF. Y la lista comenzó a pasar de mesa en mesa.

–Gracias. Lo primero de todo, disculpad el retraso. Resulta que la persona encargada de dar el curso va a llegar tarde o quizás no va a poder venir y...

Los comentarios de los asistentes se solaparon con distin to volumen:

–¿Pero hoy o nunca?

–¿Ya nos podemos ir?

–¿No nos podían haber avisado antes?

–¿Entonces se cancela el curso?

–¿Me das un justificante con las horas para el trabajo?

–No, digo sí... –Susana hizo lo posible por responder al mismo tiempo–. Lo del justificante, sí, claro... Y lo de iros, bueno todavía no. Os cuento: ha llamado y ha dicho que no sabe si llegará a tiempo hoy pero que el curso sigue adelante. Nos ha pedido que os demos unos papeles de presentación del curso y que los vayáis leyendo y discutiendo en grupo.

–Anda que vaya curso –dijo la señora robusta de moño permanente, con una voz grave que retumbó por toda la sala–. No pude ver la etiqueta con su nombre. Esto no es serio.

–Ya, lo entiendo. Lo bueno es que a los que estáis traba jando y os habéis apuntado, las horas se os van a justificar igual. Y para los que no trabajáis, sabéis que si no...

–Sí, que si nos vamos, perdemos el subsidio y no nos vuelven a llamar para nada más. La chica que había terminado la frase con un tono desganado era la morena rebelde que parecía seguir escuchando música con los auriculares puestos.

–Por eso –agradeció Susana–. Veréis, lo que me dicen los jefes es lo siguiente: que estéis aquí las horas que dura el curso y así ganamos todos.

–Claro –terció un hombre cuarentón desde una esquina del frente, con un tono travieso–. Sus ojos saltones y sus pequeñas gafas redondas acompañaban su espíritu gracioso. Vosotros cobráis por el curso, nosotros firmamos por las horas, y todos tan contentos.

–Hombre, dicho así...

–Pero es lo que hay, ¿no? –sonrió el hombre jocoso–. Su etiqueta decía que se llamaba Marcos.

–Así va el país –remató la señora cincuentona.

–Bueno, yo lo que os pido es que os leáis esto –Susana empezó a repartir los paquetitos de folios–, lo comentéis y el que se quiera ir que se vaya... Eso sí, si mañana no volvéis, aunque sea a firmar, el curso se tiene que cancelar.

–Yo no sé vosotros, chavales, pero no tengo ningún problema en seguir viniendo si así me escapo tres horas del curro –atajó el guasón de Marcos.

–En pleno siglo veintiuno, seguimos siendo igual de pícaros –susurró melancólico mi compañero de pupitre–, el hombre canoso de sólo cuarenta y cinco años, Rodrigo.

–Yo quiero poner una reclamación –retumbó la voz de la señora del moño.

–Con eso no va a conseguir nada –le contestó la chica de los auriculares desde la primera fila, desafiante.

Susana acalló las voces discrepantes que iban surgiendo poco a poco y su sinceridad y buen hacer nos convenció rápidamente:

–Os entiendo, de verdad, y os pido disculpas. De corazón. Es un imprevisto como otro cualquiera. Y sois libres de iros o quedaros. Lo que pasa es que si se van unos cuantos, quizás fastidien a los demás que querían aprovechar el curso... –y como si se le acabara de ocurrir, cambió el tono a uno más resolutivo–. También lo que podéis hacer es tomaros esto como un primer ejercicio. Podéis iros conociendo y comentar lo que pensáis de este artículo –señaló las fotocopias–. No hay nada que perder.

Tras un breve consenso, los escépticos decidieron quedarse y Susana nos dejó a solas. En un silencio general interrumpido por frases susurradas del tipo “¿me dejas un boli?” o “pero ¿qué hay que hacer, sólo leerlo?”, leímos el artículo. A más de uno nos dejó con un sabor de boca agridulce.

* * *

EL TRIÁNGULO MALDITO: ESTUDIAR, APRENDER, SABER

Para conseguir cualquier cosa en la vida, se tienen que pasar por tres fases que forman un triángulo endiablado. Sus vértices se aplican a casi todas las cuestiones de la vida. Comprendiendo esa figura perfectamente, siempre saldremos victoriosos de cualquier situación y actividad que queramos incorporar a nuestra vida.

En tu caso, quieres usar un idioma determinado, pero antes de darte más información al respecto, vamos a buscar más similitudes que nos ayuden a manejar el triángulo maldito para nuestro beneficio. ¿Qué pensarías si te dijera que el inglés es como conducir un coche? O como cocinar. O incluso como seducir a otra persona. Entenderás a qué me refiero en cuanto te explique los tres vértices del triángulo.

Antes de nada, hay algo determinado que queremos conseguir. Nos enfrentamos a eso, con mayor o menor medida, con más o menos ímpetu, y dependiendo de cómo lo hagamos, conseguiremos resultados satisfactorios invirtiendo tiempo y ganas. En el caso de manejar un coche, desde que somos pequeños, vemos y experimentamos que hay gente que ya lo hace con una destreza determinada y después queremos o necesitamos hacerlo por nosotros mismos.

Siguiendo con el ejemplo de utilizar un vehículo, el primer vértice del triángulo, sería ESTUDIAR cómo conducirlo. Primero hay que estudiar cómo funciona el coche, cierta mecánica y unas reglas de conducción en base a unos símbolos y códigos generales. Todo eso se estudia, y para estudiarlo hay que entenderlo, de la forma más razonada posible.

También podemos no entender las cosas y simplemente absorberlas tal y como son. Es decir, no necesitamos estudiar el mecanismo del freno para entender que si presionamos el pedal correspondiente, el vehículo se detiene. Al entender que el freno tiene esa función podemos seguir adelante.

Después de estudiar, hacemos un examen teórico y en cuanto se aprueba, todo lo estudiado suele desvanecerse. Pareciera que ésa es la única función del estudio: olvidar.

De ahí pasamos al siguiente vértice, el APRENDER a conducir. Es la práctica: utilizar lo estudiado para conseguir lo que se pretenda.

Aquí habría que hacer un paréntesis y añadir que también podemos aprender sin estudiar. ¿Cómo? Por imitación, repitiendo nosotros una serie de comportamientos o patrones que hacen quienes ya saben.

Aprender es asimilar algo, estudiado o no, y llevarlo a la práctica. Aprendemos a conducir practicando, tomando clases prácticas y cometiendo errores constantemente. En esta parte de cualquier aprendizaje, equivocarse y cometer errores es absolutamente necesario para seguir adelante.

Tú también puedes aprender inglés fallando constantemente. Tarde o temprano te darás cuenta de lo que haces mal y lo corregirás inmediatamente. De hecho, hay teorías que dicen que hay que repetir una serie de errores muchísimas veces antes de que asimilemos la forma correcta.

Tanto con el inglés o con manejar un coche, también se necesitan adquirir y potenciar otras habilidades. En la mayoría de los casos son siempre internas y personales: el autoconocimiento, el autocontrol, el tesón, etc. Pero todo eso no es “saber” algo.

La paciencia en todos los vértices del triángulo es fundamental. Pretender conducir un coche sentándonos en el asiento del conductor y girando la llave del contacto, es como construir la casa por el tejado. Por eso tampoco podemos correr a la hora de manejar un idioma, y más uno como el inglés, tan viciado por culpa de leyendas urbanas y complicaciones que nos generamos sin sentido.

El último vértice del triángulo diabólico es para lo que has venido a este “curso”, el SABER.

Sabemos conducir cuando no procesamos paso a paso lo que hacemos mientras conducimos. Se sabe hacer algo cuando el aprendizaje está automatizado e interiorizado. El saber no es asimilar, sino mecanizar algo. Saber es un proceso distinto a estudiar o aprender. ¿No has oído nunca lo de que “la práctica hace al maestro? O, como se dice en inglés, “repetition is the mother of skill” (la repetición es la madre de la habilidad).

Ahora bien, la práctica –y sus repeticiones– tiene que ser correcta, hasta que se haga sin pensar.

Si no, y muchas veces por impaciencia, usamos cosas que nos funcionan en otras disciplinas, pensando que van a funcionar igual, y al final no sabemos de la manera correcta.

Recapitulando, recuerda qué hiciste en su día para que hoy sepas leer estas líneas. O para saber sumar o multiplicar. Primero se suele estudiar basándonos en la repetición, en el uso constante de lo que queremos asimilar, ya sean las tablas de multiplicar o todas las palabras que podamos.

Sabemos hablar nuestra lengua madre estando en contacto de manera permanente con el lenguaje. Sabemos montar en bici o conducir a base de usarlo constantemente. Entonces interiorizamos el aprendizaje, y leer, multiplicar, andar en bicicleta o conducir es automático. Eso es SABER con mayúsculas.

Sabemos algo cuando lo tenemos tan perfeccionado que no tenemos que prestarle atención a cómo hacerlo. Es el conocimiento inconsciente. ¿Se puede conseguir que sepas inglés de una manera automática? Sí. Rotundamente. Lo que hay que hacer es aprender de otra manera, no como has aprendido hasta ahora, que, por otro lado, ¿de qué te ha servido?

Conseguir manejar los tres vértices del triángulo no es tarea fácil, pero tampoco imposible, ni mucho menos difícil. Sólo hay que atreverse y dejar nuestros prejuicios a un lado. Parece evidente que siempre tenemos que pasar por esos tres vértices para conseguir lo que queremos, pero lo que no es tan claro es que para formar todos los lados del triángulo haya que invertir un esfuerzo.

La palabra en sí tiene muchas connotaciones negativas. El que algo cueste un esfuerzo hace que el proceso para conseguirlo sea más doloroso y se termine tan exhausto que uno se rinda fácilmente. Si sigues luchando para saber inglés, estás luchando en contra del inglés, y el idioma se hará más grande y más fuerte.

Sólo podemos ganar la batalla al Goliat inglés utilizando pequeñas estrategias y herramientas. Juntas nos darán la honda victoriosa. De hecho David embistió a Goliat porque “sabía” utilizar la honda. Y seguro que disfrutó todo el proceso. Aparte está que a nadie más se le ocurrió utilizar un arma tan simple para acabar con un enemigo de gran tamaño.

De la misma manera, para seducir a alguien, por ejemplo, hay que saber cómo hacerlo. Hay gente que estudia diferentes reglas y otros que directamente prueban varias opciones que fallan hasta que dan con la correcta para conseguir su objetivo. Cuando ya lo han conseguido, implementan la misma fórmula con otras personas, hasta que dan con una que no sigue la regla. Entonces tienen que volver a estudiar lo que han hecho y aprender de nuevo cómo seducirle. Por eso el triángulo maldito se retroalimenta y una parte lleva a la otra.

Cocinar es lo mismo. Leemos, estudiamos o nos enseñan unas reglas básicas. Tomamos una receta y la seguimos. Si no tenemos cierta destreza cocinando en general, es poco probable que la primera vez que realizamos un plato salga igual que lo habíamos planeado. Cuando hagamos el mismo plato varias veces, saldrá mucho más jugoso y será más placentero, no sólo el producto final sino su realización.

Seguro que conoces a muchas personas que han aprendido a cocinar siguiendo una determinada receta y con la práctica la realizan sin esfuerzo, sin volver a mirar la receta o incluso “a ojo”. Siguiendo el viejo adagio, para hacer una tortilla hay que romper muchos huevos.

Por eso te pregunto: ¿qué estás dispuesto a romper tú para “saber inglés”?

* * *

Al rato, y después de intercambiar miradas cuando habíamos acabado, la señora del moño se irguió como líder y resopló:

–¿Habéis acabado? –Nadie la contradijo.

– A mí esto me parece muy raro, pero en fin, si hay que opinar, yo no estoy para nada de acuerdo con lo que dice.

Como nadie se atrevía a contestarle, me giré hacia ella y le pregunté:

–¿Qué es con lo que no está usté...? Por cierto, yo soy Abel. Nos tuteamos mejor, ¿no? Es que no puedo ver su nombre.

–Perdón, no me he puesto bien la pegatina. –La aludida pareció bajar sus defensas–. Yo soy Antonia.

–Encantado.

–No estoy de acuerdo con lo que dice esto, Abel, me parece palabrería barata y no a lo que hemos venido, que es a mejorar nuestro inglés.

–¿Y cómo se mejora algo?

–Pues practicando y que se nos corrija hasta que lo aprendamos.

–Pero según el artículo –intercedió de buenas maneras la jovencita pelirroja de ojos azules, Lara–, eso no es saber. Quizás hay que hacer lo que dice en un momento el artículo: dejar a un lado los prejuicios.

–Yo no tengo ningún prejuicio, niña –resolvió Antonia.

La mayoría nos miramos sabiendo que pensábamos lo contrario.

–Bueno bueno –otra mujer con claro espíritu organizador, Julia, más joven y estilosa que Antonia, tomó la palabra–: No vamos a empezar a discutir. ¿Y si comentamos lo que más nos haya llamado la atención del artículo, lo resumimos y sacamos nuestras conclusiones?

–Venga pues, chavalotes –celebró el jocoso Marcos–. A mí todo esto me hace mucha gracia, y aunque no me parece normal ni es para lo que hemos venido, como dice Antonia, tengo que reconocer que nunca me había planteado lo de mejorar mi inglés así.

–En eso creo que estamos todos de acuerdo –Julia miró alrededor buscando la aprobación de la mayoría.

Rodrigo, a mi derecha, carraspeó:

–A mí ha habido cosas que me han parecido obvias... pero si quien haya escrito esto lo dice, así será, ¿no?...

Antonia zarandeó el papel buscando un dato:

–No lo firma nadie, ¿no?

–Un tal DeDiego –le contestó el chico deportista, que dividía su mirada entre su móvil gigante de último modelo y la fotocopia–. Según lo que decía el reverso de su camiseta de equipo de fútbol de barrio, se llamaba Fernando, aunque su tarjeta en el pecho decía Fer.

–A mí me parece –Rodrigo se aclaró la voz–, que lo que dice este señor o señora no es nada del otro mundo. Me refiero a lo de conducir. Vamos, que es algo que se sabe, ¿no?

–Pero es que a lo mejor ése es el punto –se giró reivindicativa la chica de melena corta y negra, Ruth–. Aunque se sepan las cosas, muchas veces no caemos en la cuenta. Como es obvio, lo olvidamos, y quizás es por eso por lo que no avanzamos con el inglés, por lo menos en mi caso.

Julia metió baza:

–La verdad es yo no lo había pensado nunca así. Pero estoy dispuesta a desaprender para empezar de cero y hacer las cosas bien...

Antonia insistió vehemente:

–Este curso se llama Inglés Perfeccionamiento, así que yo no quiero volver atrás...

–¿Y si fuera la única manera de seguir adelante? –me atreví a sugerir–. ¿No dicen que Julio César ganaba las guerras perdiendo dos batallas y ganando una? ¿O echando dos pasos atrás y avanzando uno? Algo así...

–¡Italiano tenía que ser el César! –rió Marcos–. Si vamos a retroceder, esto va a durar más de tres meses, chavales. Por mí estupendo, porque así menos horas que aguanto a mi jefe...

–Tampoco creo que queramos eternizarnos –Julia volvió su vista al papel.

–¿Qué otras conclusiones habéis sacado?

–A mí me ha gustado eso que dice del “conocimiento inconsciente” –dijo Lara, risueña–, pero por cómo suena, porque no tengo muy claro a qué se refiere.

–Yo creo que sí –dudé–. Creo que tiene que ver con los cuatro pasos del aprendizaje. Si queréis lo miro en casa y te lo digo el próximo día, porque ahora no me acuerdo bien –me excusé.

Fer levantó el móvil gigante con una mano y lo señaló con la otra:

–Acabo de encontrar algo sobre eso en Internet. ¿Os lo leo?

* * *

NIVELES DE CONOCIMIENTO

[...] a la hora de desempeñar una actividad determinada existen 4 niveles de conocimiento:

A. DESCONOCIMIENTO INCONSCIENTE: