Escrito en el cielo - Emma Darcy - E-Book

Escrito en el cielo E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Tras la muerte de sus padres adoptivos, Kristy decidió encontrar a su familia biológica. Cuando Armand Dutournier irrumpió en su vida acusándola de una traición que ella no había cometido, Kristy se preguntó si no tendría una hermana gemela. Armand era el único que podía ayudarla en su búsqueda, pero su apasionado deseo de venganza y la poderosa atracción que ella sentía por él hacían que resultara realmente peligroso aceptar su ayuda...

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Seitenzahl: 182

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Emma Darcy

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Escrito en el cielo, n.º 1094- enero 2022

Título original: A Marriage Betrayed

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-538-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN cada vida hay giros, algunos que ocurren por elecciones conscientes, otros tienen lugar por casualidad. Cuando Kristy Holloway decidió interrumpir su viaje de Londres a Ginebra para pasar una noche en París, ni sospechaba que el sino le iba a presentar un serio giro sin vuelta atrás. Nunca.

La parada en la capital de Francia no fue una decisión, ni parte de un plan deliberado. Kristy actuó guiada por un impulso, un impulso sentimental. Un nostálgico tributo a Betty y John, se dijo, para intentar olvidarse de la culpabilidad de ir a Ginebra a hacer algo que nunca hubiera hecho mientras sus padres adoptivos vivían.

Ambos habían fallecido, pero conservaba su amor en su corazón, que le causó unas lágrimas involuntarias mientras bajaba del taxi y miraba la imponente fachada del Hotel Soleil Levant.

La arquitectura renacentista era muy impresionante, como correspondía a uno de los hoteles más prestigiosos de París, con su ubicación privilegiada entre la Avenida de los Campos Elíseos y las Tullerías. Hasta la más modesta habitación en un sitio como ése haría indudablemente un agujero en sus finanzas cuidadosamente calculadas, pero Kristy hizo a un lado toda preocupación con respecto al dinero. Un recuerdo de las dos personas que ella había amado con todo su corazón era más importante que el dinero. Hacía más de cuarenta años que Betty y John Holloway habían pasado su luna de miel de tres días en el Soleil Levant. Una extravagancia que se habían permitido una vez en la vida y que se había convertido en un recuerdo romántico que Betty le había relatado a Kristy muchas veces. Había recordado las anécdotas vívidamente cuando se había encontrado la vieja postal entre las posesiones de John, un souvenir que él había atesorado.

Dejar el pasado en paz… eso era de lo que se trataba esa parada en París y ese viaje a Ginebra. Un último recuerdo de la gente que la había educado como si fuese su hija, y luego averiguar de una vez por todas si había algún dato de su familia real en las oficinas centrales de la Cruz Roja en Ginebra.

Se había dejado llevar desde la muerte de John, sintiéndose sin propósito u objetivo en la vida. Había llegado el momento de recobrar el control, hacer algo positivo, tranquilizar esa inquietud, ese anhelo que la embargaba y que no podía identificar del todo. El futuro se extendía ante sus ojos pero todavía no le podía dar forma. Aún no.

Siempre podía retomar su carrera de enfermera, pero no quería volver a ello en ese momento. El largo periodo que se había pasado ayudando a John a pelear la batalla perdida contra el cáncer le había supuesto un profundo desgaste emocional. Sentía que no le quedaba nada más que dar en esa área, al menos por un tiempo.

En cuanto a su vida sentimental… no había ningún prospecto allí desde que Trevor la había dejado, frustrado por su dedicación a John. Había cancelado demasiadas citas como para que la relación durase. No es que Trevor fuese el amor de su vida. Eso era algo que ella no había experimentado nunca, ya que su relación con los hombres no lo había suscitado.

Había lamentado perder la agradable compañía de Trevor, pero dada la enfermedad de John, añadida al dolor de la pérdida de Betty… no había tenido posibilidad de elección. Les debía a sus padres adoptivos demasiado como para siquiera considerar no darle a John todo el apoyo y cariño posibles.

Así que allí estaba, con veintiocho años de edad y sin familia ni pareja, con su carrera interrumpida y nada importante o lo bastante sólido como para dedicarse a ello.

El hotel frente a ella era ciertamente sólido, pensó con irónico humor. Suspirando para sobreponerse a sus reflexiones, cruzó la acera hacia la entrada y encontró el primer pequeño y enervante incidente que la hizo preguntarse si el impulso de detenerse en París no habría sido una tontería.

El portero acabó de charlar con una elegante pareja que salía del hotel y la vio acercarse. La benevolente expresión de su rostro cambió tan abruptamente que Kristy sintió que sus pies dudaban en acercarse más. El escrutinio al que se veía sujeta se convirtió en intriga, luego en sorpresa con una pizca de incredulidad, que rápidamente fue creciendo hasta tornarse en horror.

¿Serían sus ropas? Desde luego que sus vaqueros y su gastada chaqueta eran poco sofisticados, y sus cómodas Reebok estaban bastante deslucidas, pero era cierto que esa ropa no era muy diferente a la que todos los viajeros llevaban en todas partes del mundo. Por otro lado, el bolso de lona que llevaba tampoco proveía un aura de elegancia, y ése era un hotel muy elegante.

Kristy razonó rápidamente que, mientras pudiese pagar por su alojamiento, no había motivo para que nadie la rechazase. La vidriosa mirada de incredulidad en los ojos del portero tenía que ser un reflejo de ese esnobismo. Decidió desarmarlo con una amistosa sonrisa.

Su sonrisa siempre había sido su mejor rasgo, aunque Betty siempre le había admirado el pelo. Con su particular tono rubio albaricoque, le llegaba en una cascada de rizos hasta los hombros. Su rostro no era tan espectacular, aunque ella siempre lo había considerado agradable. Tenía la nariz y la boca proporcionadas, aunque no llamativas, y los ojos, de un azul claro que a muchos gustaba, hacían un bonito contraste con su pelo.

El portero, sin embargo, no cedió ante su sonrisa. Por el contrario, se mostró profundamente alarmado por ella. Kristy decidió que su segunda mejor opción era impresionarlo con su francés.

—Bonjour, monsieur —lo saludó dulcemente, demostrando su excelente acento. Si algo tenía, era una enorme facilidad para las lenguas, lo que le permitió adaptarse fácilmente a todos los destinos donde la carrera militar de John la había llevado.

—Bonjour, madame.

No había entusiasmo en su respuesta, sólo una acartonada formalidad. Kristy no se molestó en corregir el madame y decirle que era mademoiselle. Era obvio que el hombre estaba incómodo ante su presencia y se entretuvo un instante al llamar a un botones, que se apresuró a acercarse para tomarle la maleta. Al menos no la rechazaban.

Le sujetó la puerta puntillosamente para que ella ingresara en el vestíbulo. Kristy entró, desembarazándose con un esfuerzo de la sensación de que la consideraban poca cosa.

El botones que llevaba su bolsa pasó rápidamente a su lado y se dirigió con prisa a la recepción. Uno de los empleados de detrás del mostrador pareció ser alertado por alguien detrás de Kristy. Luego su mirada se dirigió a ella y el cambio de la expresión de su rostro fue asombroso. Era más que incredulidad, era directamente horror. ¿Que sucedía? ¿Por qué causaba ella esa extraña reacción? ¿La consideraban realmente inaceptable en el hotel?

Kristy no le encontraba ni pies ni cabeza, pero si la iban a echar, no estaba dispuesta a que la privaran de su encuentro con la nostalgia. Había ido al hotel a sentir, dentro de lo posible, lo que Betty había sentido cuarenta años atrás. Una beligerante decisión la detuvo y la hizo recorrer con la mirada lentamente el soberbio vestíbulo.

Bañado en una suave luminosidad dorada… mágico. Ésas habían sido las palabras de Betty y seguían siendo verdad, a pesar de todo el tiempo transcurrido. El brillo dorado de la luz parecía provenir de las paredes, recubiertas del rico mármol de Siena profusamente veteado. El suelo era un reluciente damero de baldosas de mármol, tal como Betty lo había descrito, y los suntuosos candelabros añadían su brillante efecto.

Betty no había exagerado el ambiente de opulencia. Kristy no tardó en darse cuenta de que la sensación de riqueza se reflejaba también en la clientela, elegantemente vestida, que se hallaba en la amplia habitación. No se veía ni un solo par de vaqueros. Ni siquiera vaqueros de diseño. En cuanto a gastadas zapatillas de deporte, Kristy sospechaba que la gente que la rodeaba no se las pondría ni muerta.

No encajaba allí. Ésa era la verdad sin tapujos. Seguro que Betty y John habían llevado su ropa más elegante de luna de miel mientras estuvieron allí. Ir al hotel no había sido en su caso un impulso.

Sin embargo, lo hecho, hecho estaba y no era necesario que ella encajara allí, se dijo Kristy. Sólo quería una habitación donde pasar la noche. Eso completaría su misión allí y no veía motivo para no hacerlo. Una vez que se metiera en la habitación, ya no resultaría un incordio para nadie. Además, no había nada malo en que se diese el gusto.

El botones montaba guardia junto a su bolsa en el mostrador de recepción. Tanto él como el empleado que había sido alertado de su presencia la vigilaban inquietos. Aunque a Kristy no le gustaba sentirse rechazada, esa gente no significaba nada para ella. La fantasía de una luna de miel de hacía cuarenta años tenía mucho mayor atractivo para ella que su aprobación.

Kristy se dirigió a la recepción, rehusando ser intimidada. Notó cómo el conserje se colocaba directamente frente a ella para servirla. Era obvio que era el empleado de mayor rango. Seguro que era él quien se ocupaba de los clientes «difíciles».

—¿En qué puedo ayudarla, madame?

Era una cortesía afectada, pensó Kristy. Era evidente que no quería ayudarla en absoluto. La arruga de preocupación de su frente y la ligera ansiedad de su voz indicaban el deseo de deshacerse de ella cuanto antes.

—Quiero una habitación para esta noche. Sólo por una noche —respondió ella con énfasis, esperando que su corta estancia le ganase su tolerancia. Al menos no podría decir que su francés era malo, pensó, ya que había copiado exactamente su acento.

—Tenemos una suite… —dudó él, la incertidumbre velándole un instante la mirada.

Kristy lo miró directamente a los ojos. Seguro que había supuesto que ella no podría permitirse una suite y por eso se la ofrecía.

—Quiero una habitación, una habitación normal. Por una sola noche. ¿Lo que quiere decir es que no puede alojarme?

Él pareció asustarse ante su modo asertivo, quizás porque se olía la posibilidad de una escena desagradable.

—Non, madame —respondió presuroso—, podemos darle una habitación.

—La habitación más barata que tenga —repitió Kristy claramente para que no hubiese ningún error.

—Oui, madame —dijo, atragantándose. Las cejas se le levantaron y la cara se le demudó. Le acercó el libro de registro y Kristy lo rellenó, sintiendo que había ganado una victoria menor. ¿Por qué la llamarían madame? Lo importante era que ya estaba dentro. Eso era lo único que le interesaba.

Cuando acabó de escribir la información y le alargó el registro, hubiera jurado que los ojos se le salieron al conserje de las órbitas cuando vio sus datos. Probablemente la sorpresa de ver que no era francesa, sino americana.

Sin embargo, ello no explicaba porqué se pusiese tan nervioso y metiese el libro bajo el mostrador como si estuviese apestado. Luego le dio la llave al botones, y señaló hacia los ascensores.

El botones comenzó a andar a buen paso, pero la actitud del conserje la intrigó, sacándole a relucir su obcecado orgullo, que la impulsó a quedarse en el vestíbulo. No le gustaba hacer nada por la fuerza, o que la considerasen basura descartable. Su espíritu independiente insistía en hacerla ignorar tales presiones.

Le llamó la atención una pareja sentada detrás de una mesita, conversando en voz baja con el tipo de intimidad característica de los franceses. La mujer era una morena llamativa, maravillosamente arreglada que vestía un modelo blanco y negro, evidentemente la creación de un renombrado diseñador parisino. Hacía que la palabra chic adquiriese un nuevo significado.

Su acompañante era todavía más atractivo, la imagen perfecta de la elegancia aristocrática. Era guapo de una forma claramente gala, con una amplia frente intelectual, una nariz ligeramente larga pero muy refinada, una firme e imperiosa mandíbula y una boca extremadamente sensual. Vestía un traje gris de perfecto corte que cubría un cuerpo lleno de vitalidad y gracia viril.

Algo en él le hizo pensar que lo conocía, sin embargo estaba segura de que lo recordaría si lo hubiese visto antes. El sentimiento la hizo estudiarlo con interés más acusado.

Llevaba un elegante corte de pelo, como si supiera que no necesitaba extravagancias que distrajesen de la fina sensibilidad de su rostro. Se lo imaginaba con una profunda apreciación del arte y la música, así como del buen vino y la buena mesa. El arco de sus cejas sugería que tenía una mente alerta y curiosa, y el oscuro brillo de sus ojos parecía prometer que no se le escapaba nada.

Había pasión en la ligera apertura de sus fosas nasales y un cínico aunque no maligno gesto mundano en sus labios finamente esculpidos. Kristy supuso que rondaría la treintena, con la madura autoridad que viene aparejada con el éxito.

Sintió que envidiaba a la mujer que se hallaba junto a él. Parecían celebrar algo. Había una botella de champán en un cubo de plata a su lado y dos copas a mano. ¿Estarían de luna de miel? Sintió un agudo rechazo al pensarlo.

El hombre le dirigió una radiante sonrisa a su acompañante y Kristy contuvo el aliento al ver cómo su atractivo se multiplicaba por mil. La acometió un súbito deseo de que esa sonrisa estuviese dirigida a ella… sólo a ella. Sintió tal agitación que tuvo que retirar la vista.

El botones esperaba impaciente junto a los ascensores. No había requerido sus servicios, pensó Kristy irritada. Como cliente del hotel tenía todo el derecho del mundo de moverse como le viniese en gana, sin depender de él. Seguro que la pareja que ella miraba lo hacía así. Los volvió a mirar con un impulso de ardiente resentimiento que era totalmente ajeno a su naturaleza.

Lo que sucedió luego fue inexplicable. ¿Habría Kristy lanzado de algún modo una onda negativa a través de la habitación? El hombre pareció sentir que algo lo golpeaba y repentinamente levantó la cabeza, retirando su atención de su acompañante para fijarla en Kristy con tal intensidad que le hizo contraer el corazón. Él comenzó a levantarse del asiento con el rostro demudado. En él se reflejaba… ¿qué? ¿Sorpresa… asombro… culpabilidad… enfado?

Hizo un gesto inconsciente con la mano y golpeó una de las copas, que se volcó, derramando el dorado líquido. El hombre intentó agarrarlo, pero al hacerlo, golpeó la mesa que cayó al suelo con estrépito. Hielo y trozos de cristal se esparcieron en el impoluto suelo de damero, en el que se extendió un espumoso charco de champán.

Durante un segundo los ojos de él se apartaron de Kristy para seguir el sendero de destrucción que radiaba frente a él. Su expresión mostraba asombro total, sin embargo sus ojos parecieron apuñalarla, dejando de lado el desastre y mirándola acusatoriamente, como si fuese culpa de ella y ella lo supiese de forma tan fehaciente como lo sabía él.

Hizo que Kristy se sintiese rara, como si el tiempo y el espacio hubiesen entrado en otra dimensión. Los latidos de su corazón se aceleraron de tal modo que las sienes le latieron. Como en una nube, vio que la mujer se ponía de pie y le agarraba el brazo, requiriendo su atención. Luego una mano le tocó a ella el brazo, sacándola con un sobresalto del estado hipnótico en que se hallaba. Era el conserje.

—Su habitación, madame —insistió con ansiedad—. El botones la espera en el ascensor.

—¡Oh! Yes, okay —balbuceó, olvidándose por un instante de hablar francés.

Forzó a sus piernas a que se apartaran de la embarazosa escena. No era culpa suya. ¿Cómo podía serlo? No era nadie allí. Ella no conocía al hombre y el hombre no la conocía a ella. Seguro que esa extraña sensación de conexión era el fruto de su mente.

El botones le mantenía abierta la puerta del ascensor.

—Un desgraciado accidente —comentó, por decir algo.

—Un scandale —masculló él, metiéndose en el ascensor tras ella y soltando las puertas, aislándolos de lo que seguía sucediendo en el vestíbulo—. Un scandale terrible —añadió con triste voz, mientras apretaba el botón de su piso.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

QUÉ tontería melodramática!

Kristy decidió olvidar la impresión irracional que había tenido y sintonizar en un nivel sano y sensato.

Puede que un accidente de ese tipo fuese poco común en un hotel de categoría, pero el personal ya estaría limpiando el desastre de forma rápida y eficaz, haciendo desaparecer todo rastro del accidente, y en poco tiempo todos se habrían olvidado de lo que había sucedido. De un accidente a un escándalo había mucho trecho.

Decidió no hacer más comentarios mientras el ascensor subía a su piso. Era obvio que ella y el botones no compartían puntos de vista. Además, todavía se hallaba alterada por la fuerza de lo que había sentido provenir del hombre del vestíbulo.

Nunca había experimentado algo por el estilo. Quizás, una combinación de pena, estrés y cansancio había afectado su sistema nervioso, sacando a relucir emociones contenidas. Hasta el impulso de ir al hotel le parecía ahora tonto. Evidentemente, no había sopesado bien las consecuencias de sus actos, dada la reacción del personal del hotel. ¿O estaría poniendo demasiado énfasis en ello también, haciendo que los sentimientos creciesen hasta escapársele de las manos?

En cuanto al hombre que había desencadenado ese espectro tan vívido de emociones… ¿sería cierto que uno recordaba a personas de otras vidas? Sacudió la cabeza. Quizás era el hotel que le había desbordado la imaginación… el hotel de la luna de miel de Betty y John. Su fuerte atractivo por el guapo extranjero había coloreado su percepción, haciéndole ver las cosas de forma distinta a la realidad.

Quizás la mujer que estaba con él había dicho algo que le había molestado. Luego se había alterado por la insistente mirada de Kristy, especialmente cuando había volcado la mesa. A nadie le gustaba que los demás se diesen cuenta de que estaban haciendo una escena. Era estúpido intentar darle más importancia al incidente de la que tenía.

El ascensor se detuvo. Las puertas se abrieron. Kristy salió, habiendo recobrado la compostura y decidida a que nada más la alterara esa noche en París.

El botones la llevó a una habitación que no pretendía ser barata en lo más mínimo. Se le contrajo el corazón al pensar el precio que tendría que pagar al día siguiente, pero luego se dijo con seriedad que estaba allí para embeberse de la atmósfera y el ambiente que la rodeaba. El precio era secundario.

Revolvió en el bolso buscando unas monedas para darle una propina al botones, pero fue en vano. El muchacho salió corriendo con sorprendente rapidez. Parecía que la cortesía oficial acababa en la puerta, y ahora que se había deshecho de ella para evitar que causara más problemas.

Suspiró, sintiéndose como una ciudadana de segunda clase, y se dispuso a recorrer la habitación que le habían asignado. Al menos, allí se hallaba sola. No incordiaría a nadie y nadie la incordiaría a ella.

El dormitorio era encantador. Decorado en tonos blanco sucio, crema y castaño con negro como contraste, era muy elegante y parisino. También era demasiado moderno para existir hacía cuarenta años. Era lógico que la decoración se hubiese cambiado varias veces desde que Betty y John se alojaran allí, pero estaba segura de que ellos habían estado tan subyugados con su habitación como lo estaba ella con la suya. Por supuesto, estar enamorados se lo habría hecho todavía más hermoso.

El cuarto de baño de mármol era un lujo total. Kristy se imaginaba perfectamente a Betty disfrutando de lo que consideraría el súmum de una decadencia deliciosa.

Kristy comenzaba a desempacar e instalarse cuando un discreto golpe en la puerta le llamó la atención. La abrió y se encontró a un caballero de porte distinguido con traje gris rayado. Tenía redondas mejillas, bien alimentadas, y aunque no era más alto que Kristy, exudaba un aire de tranquila autoridad.

—Madame, ¿me permite una palabra? —solicitó con tranquilidad.

—Y usted, ¿quién es? —le dirigió ella una sonrisa radiante.

—Un buen chiste, madame —replicó él con una jovial risilla.

Kristy se preguntó cuál sería el chiste.