Espléndida iracundia - José Güich Rodríguez - E-Book

Espléndida iracundia E-Book

José Güich Rodríguez

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Beschreibung

Esta antología, la primera de este tipo realizada en nuestro medio, sondea este completo proceso a través de las obras de cuarenta y cinco autores seleccionados desde diversas perspectivas por ciento veinticinco conocedores de la evolución de nuestra poesía. Por ello, la singularidad de esta publicación radica en que es resultado de consenso y no de la arbitrariedad de los cuatro antologadores.

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La publicación de esta obra se realiza al amparo de la autorización contenida en el inciso a) del artículo 43 del Decreto Legislativo 822, el cual expresa a la letra:

“Respecto de las obras ya divulgadas lícitamente es permitida sin autorizaciones del autor:

La reproducción por medios reprográficos para la enseñanza o la realización de exámenes en instituciones educativas, siempre que no haya fines de lucro y en la medida justificada por el objetivo perseguido, de artículos o breves extractos de obras lícitamente publicadas, a condición de que tal utilización se haga conforme a los usos honrados y que la misma no sea objeto de venta u otra transacción a título oneroso, ni tenga directa o indirectamente fines de lucro”.

Colección Investigaciones

Espléndida iracundia. Antología consultada de la poesía peruana 1968-2008

Primera edición digital, septiembre de 2016

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

Av. Javier Prado Este N.o 4600,

Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33

Apartado postal 852, Lima 100, Perú

Teléfono: 437-6767, anexo 30131

[email protected]

www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Ilustración de carátula: Le poète, Gerardo Chávez, óleo sobre tela, 1,80 x 1,50 m, 1985

Ilustraciones de páginas interiores: Gerardo Chávez

Versión ebook 2016

Digitalizado y distribuido por Saxo.com Peru S.A.C.

https://yopublico.saxo.com/

Teléfono: 51-1-221-9998

Avenida Dos de Mayo 534, Of. 304, Miraflores

Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-379-3

Índice

Advertencia al lector

Introducción

1. Sobre el campo literario: posibilidades de aplicación

2. La antología consultada y el campo literario

3. Las antologías y la poesía peruana 1968-2008

4. Esta antología

Antología consultada de la poesía peruana (1968-2008). Poemas

Manuel Morales

Juan Ramírez Ruiz

Cesáreo Martínez

Armando Rojas

José Watanabe

Elqui Burgos

Guillermo Chirinos Cúneo

Abelardo Sánchez León

Carmen Ollé

María Emilia Cornejo

Luis La Hoz

Vladimir Herrera

Enrique Verástegui

Ana María Gazzolo

Carlos López Degregori

Giovanna Pollarolo

Oswaldo Chanove

Jorge Eslava

Mario Montalbetti

José Morales Saravia

Roger Santiváñez

Magdalena Chocano

Eduardo Chirinos

Domingo de Ramos

Rosella Di Paolo

Mariela Dreyfus

Patricia Alba

José Antonio Mazzotti

Rafael Espinosa

Doris Moromisato

Rocío Silva Santisteban

Luis Fernando Chueca

Rodrigo Quijano

Roxana Crisólogo

Xavier Echarri

Jorge Frisancho

Montserrat Álvarez

Lorenzo Helguero

Martín Rodríguez-Gaona

Miguel Ildefonso

Victoria Guerrero

José Carlos Yrigoyen

Paul Guillén

Anexo

HOY día he visto a la Diosa Ambarina — la misma tez de ámbar — sus ojos de llamarada y tiniebla — encarnación de la única y perennal Belleza.

Su espléndida Iracundia me abrazó el alma — su Belleza funesta se cebó en mi sangre — sus desproporcionados Rencor y Odio me fueron de gloria.

No soy — no seré sino sonámbulo atónito ante la Belleza tremebunda de la Diosa Ambarina.

Nada existe — nada puede existir sino la Diosa Ambarina y su Belleza de Medusa arrebatadora y mortífera.

E.A. WESTPHALEN.Ha vuelto la diosa ambarina

Advertencia al lector

Mil veces he juradoNo hacer más epigramasValiéronme las irasDe mucha gente.

Estos versos de Paladas de Alejandría pertenecen a un epigrama recogido en la legendaria Antología Palatina griega y bien podrían ser un aviso en la conciencia y las expectativas de todo aquel que emprenda la difícil tarea de antologar, aunque los cuatro autores que firmamos este libro decidimos desoírlo. Pero vayamos por partes. El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) indica que una antología es la selección de aquello “digno de ser destacado”; en este sentido, representa inevitablemente una valoración (la del antologador o de los antologadores) con relación a lo más relevante de entre todo aquello producido o existente en el marco establecido en su criterio delimitador. Demetrio Estébanez Calderón en su Diccionario de términos literarios añade una idea interesante para determinar su identidad en tanto cualquier antología es una “[...] forma colectiva intertextual que supone la reescritura o reelaboración, por parte de un lector, de textos ya existentes mediante su inserción en conjuntos nuevos” (1996: 45).

La acotación de Estébanez reconoce a toda antología como una propuesta creativa, es cierto, pero, al mismo tiempo, subjetiva y parcial; la extracción de autores o intertextos del ámbito originario al que pertenecen y su inserción posterior en un nuevo marco son actividades históricas y falibles y el resultado supone inclusiones y exclusiones necesariamente discutibles. Una antología no es, así, un objeto científico susceptible de ser validado cuantitativamente o con criterios objetivos, ni tiene jamás la última palabra; su vigencia responde a unas determinadas coordenadas cronológicas y a la mirada más o menos arriesgada del antologador que ofrece su selección a partir de sus conocimientos y presupuestos estéticos, es cierto, pero también de su ideología y de un amplio abanico de motivaciones personales. Este carácter parcial y provisional se acentúa en nuestra propuesta, que es diferente a muchas otras que han pretendido auscultar la poesía peruana de los últimos cuarenta años. El título de Antología consultada responde, precisamente, a este carácter singular, pues la nómina de cuarenta y cinco autores incluidos no es el resultado de la decisión de uno o algunos pocos antologadores, sino de un cierto consenso de ciento veinticuatro personas que generosamente nos brindaron su opinión. Fuimos nosotros, por supuesto, los encargados de seleccionar la lista de opinantes y de elegir los poemas a incluirse en este libro.

Consideramos oportuna esta advertencia y una explicación inicial del sentido y características de este proyecto, pues uno de los principales reparos que podría hacerse al trabajo que tiene el lector entre manos sería que no refleja sino la arbitrariedad. Debemos ser enfáticos al respecto: es cierto, la refleja y ninguna antología podría dejar de reflejarla, pero en esta oportunidad se trata de la nuestra como responsables de la composición de la lista y también de la arbitrariedad en las opiniones de nuestros consultados. Nos complace contribuir al debate y nos alegra que este pueda ampliarse. La circulación de poesía en el Perú, restringida casi a un intercambio entre poetas y apenas algunos lectores más, necesita vías de contacto con sectores más amplios y esta antología puede avanzar en esta dirección.

Iniciamos este trabajo gracias al auspicio del Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima, en abril del 2009, con el objetivo preciso de indagar la percepción sobre la poesía peruana de las últimas décadas de un grupo significativo de miembros de nuestra comunidad literaria y algunos estudiosos o entendidos extranjeros. Para proponer nuestra consulta, partimos del supuesto de que en el proceso de nuestra poesía ya están consolidadas, en líneas generales, las voces y obras de los poetas peruanos anteriores a la denominada Generación del 70, mientras que por su mayor cercanía y por el hecho de haber sido poco estudiada, la etapa de los poetas surgidos a partir de 1968 se presta a múltiples opiniones divergentes así como a discusiones. Elegimos ese año como punto de partida —adicionalmente, un momento de grandes connotaciones simbólicas—, puesto que en 1967 apareció la antología Los nuevos, de Leonidas Cevallos, que propuso una lectura de la ya mencionada generación y, en buena medida, tal lectura sigue vigente. Decidimos, igualmente, que nuestra consulta inquiriera por los autores nacidos hasta 1980 que contaran, por lo menos, con un poemario editado y cuyos libros hubieran aparecido a partir de 1968. Elegimos ese marco cronológico para que ello nos facultara a considerar escritores con una obra consolidada o en proceso de lograrlo.1

Con la finalidad de facilitar la consulta, procedimos a elaborar una lista de poetas que se situaran dentro del marco cronológico establecido y que fuimos completando con los aportes de muchos opinantes; en dicha nómina incluimos los nombres de tres de los que firman este proyecto pues sus obras poéticas forman parte del proceso de la poesía peruana de los últimos cuarenta años. Esta lista no aspiraba a ser exhaustiva, pero era bastante plural y recogía la producción de gran parte de los escritores que han publicado en los años que cubre esta antología. Con el objeto de disminuir, en alguna medida, el carácter subjetivo y parcial de toda antología, identificamos a ciento treinta y siete representantes de nuestra comunidad literaria, todos ellos lectores informados de poesía peruana contemporánea o de un ámbito dentro de ella. Buscamos que ellos pertenecieran a distintas promociones poéticas y que representaran estéticas diversas; igualmente, tratamos de que se situaran en los distintos espacios del sistema literario entre poetas, críticos, editores, antologadores e investigadores académicos. Incluso, recurrimos a la opinión de algunos estudiosos extranjeros que sobresalen por sus trabajos sobre poesía peruana y por la preparación de antologías dedicadas a la poesía peruana o hispanoamericana contemporáneas.

A cada consultado le solicitamos una lista de veinte poetas representativos que a su juicio deberían figurar en una antología de la poesía peruana y, adicionalmente, si lo consideraban conveniente, podían ofrecer los títulos de cinco libros decisivos en el proceso de la poesía peruana 1968-2008. Le remitimos una carta vía correo electrónico y recibimos las respuestas de ciento veinticinco consultados.2

La lista de aquellos que atendieron a nuestra solicitud y nos enviaron su propuesta es la siguiente:

Ágreda, Javier / Agurto, Gastón / Ampuero, Fernando / Ángeles, César / Anicama, Joel / Ayllón, Ricardo / Bances, Miguel / Barrientos, Violeta / Belli, Carlos Germán / Bernabé, Mónica (Argentina) / Cabel, Andrea / Cabel, Jesús / Cabrera, Miguel / Canfield, Martha (Uruguay-Italia) / Carrión, Ernesto (Ecuador) / Castillo, Luis Alberto / Cisneros, Antonio / Cisneros Cox, Alfonso / Cerón, Rocío (México) / Córdova, José / Crisólogo, Roxana / Chirinos, Eduardo / De Lima, Paolo / De la Fuente, Juan Carlos / De Ramos, Domingo / Di Paolo, Rosella / Dreyfus, Mariela / Elmore, Peter / Eslava, Jorge / Espinoza, Gabriel / Estela, Carlos / Falconí, Ana María /Faverón, Gustavo / Fernández, Carolina / Fernández Cozman, Camilo / Ferreira, Rocío / Gálvez, Javier / García, Luis Eduardo / García Miranda, Carlos / Garvich, Javier / Gazzolo, Ana María / Ghersi, Érika / Gómez, Willy / Gonzales, Odi / González Vigil, Ricardo / Guerrero, Gustavo / Guerrero, Victoria / Guillén, Paul /Helguero, Lorenzo / Henderson, Carlos / Hernández Montesinos, Héctor (Chile) / Huamán, Miguel Ángel / Huamán, Reinhard / Ildefonso, Miguel / Infantas, Ignacio / Iparraguirre, Alexis / Jiménez, Reynaldo / León, Úrsula / Limache, Óscar / López Maguiña, Santiago / Lumbreras, Ernesto (México) / Málaga, Óscar / Malpartida, Miguel Ángel /Martos, Marco / Medo, Maurizio / Mendiola, Víctor Manuel (México) / Mendizábal, Bruno / Mendizábal, Raúl / Mondoñedo, Marcos / Morales Saravia, José / Montalbetti, Mario / Nájar, Jorge / Niño de Guzmán, Guillermo / Ollé, Carmen / Otero, Diego / Oquendo, Abelardo / Orte ga, Julio / Oviedo, José Miguel / Padilla, José Ignacio / Pérez, Hildebrando / Pinasco, Sandra / Planas, Enrique / Polack, Bruno / Pollarolo, Giovanna / Quiroz, Rubén / Rabí, Alonso / Reisz, Susana / Rivera Martínez, Edgardo / Rodríguez-Gaona, Martín / Rodríguez Zavaleta, Jaime / Rohner, Fred / Rosas, Patrick / Ruiz, Víctor / Ruiz Rosas, Alonso / Sabogal, Isabel / Salazar, Claudia / Salazar, Ina / Sánchez Hernani, Enrique / Sánchez León, Abelardo / Sandoval, Renato / Santiváñez, Roger / Sordómez, Romy / Soto, Juan José / Sotomayor, Carlos / Suárez, Modesta (España) / Thays, Iván / Torres Rotondo, Carlos / Tumi, Mito / Urco, Jaime / Usandizaga, Helena (España) / Valdivia, Alberto / Vega, Selenco / Vega, Stanley / Vega Farfán, Denisse / Velásquez, Marcel / Vélez, Elio / Villacorta, Carlos / Wiener, Gabriela / Wiesse, Jorge / Ybarra, Rodolfo / Yrigoyen, José Carlos / Yushimito, Carlos / Zapata, Miguel Ángel / Zúñiga, Luis / Zurita, Raúl (Chile).

Durante los meses de mayo, junio y julio del 2009 recibimos las propuestas de los consultados y con ellas elaboramos el corpus de cuarenta y cinco poetas que forman parte de este libro. Una precisión es necesaria: esta lista no constituye de ninguna manera un orden de méritos, ni es tampoco una nómina de los mejores poetas de las últimas cuatro décadas (algo que no puede decidirse por decreto ni como resultado de una consulta); se trata únicamente del espacio de intersecciones en las preferencias de los ciento veinticinco opinantes que ofrecen su mirada y valoración de la poesía peruana de las últimas cuatro décadas en este momento y como tal debe evaluarse y discutirse. A continuación ofrecemos la lista de los cuarenta y cinco poetas que obtuvieron más menciones en estricto orden alfabético y cuyos poemas son recogidos en este volumen; con la excepción de Jorge Pimentel y Tulio Mora, quienes decidieron no aparecer en esta antología consultada:3

Patricia Alba, Montserrat Álvarez, Elqui Burgos, María Emilia Cornejo, Roxana Crisólogo, Osvaldo Chanove, Guillermo Chirinos Cúneo, Eduardo Chirinos, Magdalena Chocano, Luis Fernando Chueca, Domingo de Ramos, Rosella Di Paolo, Mariela Dreyfus, Xavier Echarri, Jorge Eslava, Rafael Espinosa, Jorge Frisancho, Ana María Gazzolo, Victoria Guerrero, Paul Guillén, Lorenzo Helguero, Vladimir Herrera, Miguel Ildefonso, Luis La Hoz, Carlos López Degregori, Cesáreo Martínez, José Antonio Mazzotti, Mario Montalbetti, Tulio Mora, Manuel Morales, José Morales Saravia, Doris Moromisato, Carmen Ollé, Jorge Pimentel, Giovanna Pollarolo, Rodrigo Quijano, Juan Ramírez Ruiz, Martín Rodríguez-Gaona, Armando Rojas, Abelardo Sánchez León, Roger Santiváñez, Rocío Silva Santisteban, Enrique Verástegui, José Watanabe y José Carlos Yrigoyen.

Quienes contribuyeron con este trabajo no necesariamente estarán de acuerdo con todos los poetas incluidos, pues verán que no figuran seguramente algunos de los veinte que mencionaron y además encontrarán algunos nombres que no hubieran aceptado. Sin embargo, se trata de consensos y creemos que mucho de interés ofrecen los resultados obtenidos.

Les Chercheurs de la lune, óleo sobre tela, 1.46 x 1.14 m, 1982

1. Sobre el campo literario: Posibilidades de aplicación

Todo acercamiento a la producción literaria escrita (y, dentro de ella, la poética) de una determinada sociedad o de un periodo específico en esta no puede realizarse únicamente sobre la base de los textos existentes. Una aproximación de este tipo exige, adicionalmente: (1) un reconocimiento del sistema de relaciones objetivas e intercambios en el que se inscriben tanto la producción como la recepción literarias, y (2) un examen de cómo se clasifican y valoran los textos literarios dentro de ese sistema. En este sentido, las relaciones que se establecen entre poéticas diversas, textos, autores, editores, críticos y lectores no permanecen ajenas a los procesos y dinámicas de dicha sociedad, y más bien involucran tanto las estructuras sociales y de clase como las jerarquías culturales históricamente construidas y consolidadas ideológicamente, el ejercicio del poder y los micropoderes en el interior del llamado “campo literario”,1 y, por último, la ubicación de dicha sociedad en el mundo globalizado.

Pierre Bourdieu considera indispensable no perder de vista el hecho de que el campo literario se caracteriza por la “extrema permeabilidad de sus fronteras” y “por un grado de codificación muy débil” (1995: 335),2 que se evidencia en “la ausencia total de arbitraje y de garantía jurídica o institucional en los conflictos de prioridad o de autoridad y, más generalmente, en las luchas por la defensa o la conquista de posiciones dominantes” (343). Es, sobre todo, por esta razón que Bourdieu prefiere evitar la utilización de la expresión “institución literaria” para referirse al campo literario: su uso —señala el crítico— podría hacer menos notorio su débil grado de institucionalización y dar una engañosa “imagen consensual de un universo muy conflictivo” (343).3

Bourdieu recalca asimismo que teniendo en consideración que “la obra de arte solo existe como objeto simbólico provisto de valor si es conocida y está reconocida, es decir si está socialmente instituida como obra de arte por unos espectadores dotados de la disposición y de la competencia estéticas necesarias para conocerla y reconocerla como tal” (339), el estudio del arte o de la literatura debe tener en cuenta, “no solo a los productores directos de la obra en su materialidad (artista, escritor, etcétera), sino también al conjunto de los agentes y de las instituciones que participan en la producción del valor de la obra a través de la producción de la creencia en el valor de la obra de arte en general y en el valor distintivo de tal o cual obra de arte” (339). De esta forma, distingue dentro del campo literario “una red de relaciones objetivas entre posiciones objetivamente definidas” y, en particular dos campos “metodológicamente indisociables”: el “campo de las posiciones” y el de las “tomas de posición”. Para el crítico francés, el primero tiende a imponerse sobre el segundo:

Las transformaciones radicales del espacio de las tomas de posiciones (las revoluciones literarias o artísticas) solo podrán resultar de transformaciones de las relaciones de fuerza constitutivas del espacio de las posiciones que a su vez se han hecho posibles gracias a la concurrencia de las intenciones subversivas de una fracción del público (interno y externo), por lo tanto gracias a una transformación de las relaciones entre el campo intelectual y el campo de poder. Cuando un nuevo grupo literario o artístico se impone en el campo, todo el espacio de las posiciones y el espacio de los posibles correspondientes, por lo tanto toda la problemática, se encuentran modificados: con su acceso a la existencia, es decir a la diferencia, el universo de las opciones posibles resulta transformado, ya que las producciones hasta entonces dominantes pueden, por ejemplo, ser remitidas al estatuto de producto desclasificado, o clásico (347).

Por otra parte, la indisociabilidad de estos campos puede a su vez también manifestarse en un sentido distinto que involucra los cambios operados dentro del campo literario a lo largo del tiempo:

[…] una toma de posición cambia, aunque permanezca idéntica, cuando cambia el universo de las opciones que son ofrecidas simultáneamente a la elección de los productores y de los consumidores. El sentido de una obra (artística, literaria, filosófica, religiosa, etc.) cambia automáticamente cuando cambia el campo dentro del cual ella se sitúa para el espectador o el lector (Bourdieu 1989: 5).

Es necesario apuntar que la noción de “campo literario” —y dentro de este de las nociones de “campo de las posiciones” y de “tomas de posición”— formulada por Bourdieu (1997) resulta pertinente en la configuración de las bases metodológicas de una antología como la que se plantea en esta investigación. De hecho, por una parte, la noción permite la superación definitiva de la dicotomía que sitúa en dos planos contrapuestos el análisis inmanente del texto —ejemplificada en la lectura «pura» propia del New Criticism o en la teoría estructuralista que confiere “un aura de cientificidad a la lectura interna como deconstrucción formal de textos intemporales” (55)— y el análisis externo “que, integrando la relación entre el mundo social y las obras culturales en la lógica del reflejo, vincula directamente las obras con las características sociales de los autores (con su origen social) o de los grupos que eran sus destinatarios reales o supuestos, y cuyas expectativas supuestamente han de cumplir” (58). Por otra parte, si atendemos a la muestra de textos poéticos incluidos en esta antología consultada, producto de un consenso implícito al que llegan, en primer lugar, los encuestados y, en segundo, los encuestadores al seleccionar los textos a partir del voto formulado por los primeros, creemos que esta selección debe ser examinada a la luz del campo literario del cual se origina, esto es, a partir de las relaciones objetivas que se establecen entre todos aquellos autores, textos, poéticas, críticos, editores y lectores participantes —e, incluso, de quienes conscientemente se hayan abstenido de hacerlo— y la dinámica de los conflictos y luchas que en la actualidad se establecen entre una serie de posibilidades creativas y críticas del quehacer poético en nuestro país. Sin lugar a dudas, la diversidad y heterogeneidad de “las posiciones” y “tomas de posición” constituyen hoy en día el “campo literario” y, en particular, el “campo poético” peruano más allá de las dicotomías que atienden a variables simplificadoras tales como la procedencia geográfica, el género del autor(a) o la extracción social —más aún, consideradas aisladamente— que, aun cuando representan singularidades ineludibles, no comportan un mejor conocimiento de las diversas estrategias y tácticas que adoptan, ya sea los autores o los grupos a los cuales pertenecen estos y que han contribuido a una gradual transformación de nuestra poesía a partir de la fecha que se toma como punto de partida de esta antología, esto es 1968.

En relación con el carácter de la producción y recepción poéticas en el Perú, un hecho de fácil comprobación radica en que el número de volúmenes de poesía publicados guarda una diferencia abismal con aquellos que, en última instancia, acceden al reconocimiento simbólico ya sea a través de la labor de los críticos o el reconocimiento del público lector de poesía.4 Como bien se sabe, los tirajes en muchos casos apenas superan los doscientos o doscientos cincuenta ejemplares, lo que hace difícil alcanzar una repercusión mediática significativa o una atención crítica sostenida.5 De esta manera, en nuestro “campo poético” existe una primera condición que atañe al modo como una obra de arte o, más precisamente, un “libro de poesía” puede llegar a constituirse en un “objeto simbólico provisto de valor”; en tal sentido, resulta evidente que el proceso por el cual la obra entra en contacto con “espectadores dotados de la disposición y de competencia estéticas necesarias” y, en última instancia, con “agentes o instituciones que participan en la producción de valor de la obra” aparece signado por una marcada tendencia a posponer o desplazar ese valor en función de los intereses de determinados grupos de poder, “agentes” o “instituciones” que no necesariamente disponen o participan de las competencias estéticas o críticas a las que alude el modelo planteado por Bourdieu. Por otra parte, resulta también cierto que la adopción de los criterios diferenciadores planteados por el crítico puede resultar problemática en la medida en que las competencias estéticas, como bien se sabe, sufren a su vez una serie de transformaciones que atañen no exclusivamente al cambio de los gustos o convenciones propios del público lector, sino sobre todo al surgimiento de nuevas sensibilidades como producto de la influencia de factores tan disímiles como la tecnología, los cambios que atañen a la estructura socioeconómica y, en general, a los modos como se configura la subjetividad. Por ello, dada la precariedad de las condiciones que en nuestro “campo poético” podrían contribuir a asignar un valor específico a una obra de arte tal como un libro de poesía, creemos que se hace necesario considerar la discontinuidad y precariedad como rasgos inherentes de nuestra recepción poética y, no exclusivamente, como factores distractores de la atribución de valor de un texto poético.6

La consideración de las fuerzas contradictorias que operan en el campo literario encuentra asidero en el modelo planteado por Itamar Even-Zohar, quien inscribe el estudio de la literatura dentro de su teoría de los polisistemas,7 en la que retoma ciertas aproximaciones de Boris Eichenbaum, uno de los formalistas rusos más insatisfechos con los acercamientos excluyentemente autónomos al texto literario. Para el desarrollo de sus planteamientos, Even-Zohar toma prestado el esquema de la comunicación diseñado por Roman Jakobson, haciendo la salvedad de que mientras el punto de partida de este “es el enunciado aislado observado desde el punto de vista de sus constricciones” (Even-Zohar, en línea), lo que él busca “está pensado principalmente para representar los macro-factores implicados en el funcionamiento del sistema literario” (5). Con todo, Even-Zohar reconoce como fundamental en Jakobson —y en ello radica el interés en su propuesta— la visión de que “el lenguaje debe investigarse en toda la variedad de sus funciones” (6). A partir de ello, sustituye los términos que Jakobson utiliza en su esquema por otros que le resultan más pertinentes: “productor” por “emisor”, “consumidor” por “receptor”, “institución” por “contexto”, “repertorio” por “código”, “mercado” por “canal” y “producto” por “mensaje”. Señala al respecto que “la diferencia más importante reside quizá en mi introducción de la ‘institución’ donde Jakobson tiene ‘contexto’”.8

Sobre el concepto de “institución”, Even-Zohar indica que “consiste en el agregado de factores implicados en el mantenimiento de la literatura como actividad socio-cultural” y que “incluye al menos parte de los productores, ‘críticos’ (de cualquier clase), casas editoras, publicaciones periódicas, clubes, grupos de escritores, cuerpos de gobierno (como oficinas ministeriales y academias), instituciones educativas (escuelas de cualquier nivel, incluyendo las universidades), los medios de comunicación de masas en todas sus facetas, y más” (11). El resultado, anota el crítico, no puede verse como “un cuerpo homogéneo, capaz —por así decirlo— de actuar armónicamente y con éxito seguro a la hora de imponer sus preferencias. Dentro de la institución misma hay luchas por el dominio, de modo que en cada ocasión uno u otro grupo logra ocupar el centro de la institución, convirtiéndose en el estamento rector” (11).

Otro aspecto interesante en la propuesta de Even-Zohar radica en que su teoría de los polisistemas invita expresamente a atender a los sistemas literarios de sociedades con una profunda heterogeneidad cultural y a los conflictos, fisuras y posibilidades que esto implica. En sociedades bilingües o plurilingües, por ejemplo, esto se manifiesta “en una situación en que una comunidad posee dos (o más) sistemas literarios, como si de dos ‘literaturas’ se tratase” (4). Este planteamiento puede relacionarse, sin duda, con la noción de totalidad contradictoria acuñada por Antonio Cornejo Polar (1989) para el estudio de la(s) literatura(s) en el Perú. Señala Cornejo Polar que en la literatura peruana coexisten al menos tres sistemas: el culto, el popular y el de las literaturas étnicas, cuyo alto grado de autonomía tiene como una de sus bases la oposición “entre oralidad y escritura que recorre e impregna la totalidad de la vida social y cultural del Perú” (191). Dicha oposición, añade, que “hace crisis en el espacio de nuestra literatura”, puesto que

[...] no solo implica dos modos incompatibles de producción literaria; implica también, en el sector de la literatura culta que quiere trascender sus límites originarios, revelando o reproduciendo lo que Ciro Alegría llamó ‘la sabiduría de los ignorantes’, una tensión extrema que bien podría condensarse en esa imposible nostalgia de oralidad que nutre, con su utopía, a lo mejor de nuestra literatura (1989: 191).

Los conflictos, tensiones y luchas dentro del campo literario o la institución literaria, mencionados tanto por Bourdieu como por Even-Zohar, permiten traer a colación otra muy útil explicación sobre la dinámica del sistema literario y el proceso de la formación, en este, del centro o los centros hegemónicos en un determinado estadio y una determinada sociedad. Nos referimos al concepto de metatexto abordado por Iuri Lotman (1976), quien señala que el mecanismo de la vida activa de la literatura necesariamente conlleva la presencia de dos tendencias en conflicto (122) y, además, propone que “la literatura nunca es una suma amorfa y homogénea de textos: es no solo una organización sino también un mecanismo que se autoorganiza” y que el “más alto escalón de la organización, segrega un grupo de textos de un nivel más abstracto que el de toda la masa restante de textos, es decir, metatextos” (115). El concepto de metatexto es a su vez explicado por Susana Reisz (1986) como un “sistema de designación, clasificación y evaluación reconstruible a partir de todos los textos que lo manifiestan en forma explícita o implícita (escritos técnicos, artículos críticos, artes poéticas, manifiestos, declaraciones públicas de artistas o lectores competentes, etcétera” (44, énfasis nuestro), que es “variable según los diferentes sistemas literarios y los distintos estadios de un mismo sistema” (44). Es importante no perder de vista el carácter reconstruible del metatexto apuntado por Reisz, pues ello implica que dicho punto de referencia para la aceptación, clasificación y valoración de un texto como literario (el metatexto) es una abstracción por definición inestable. Dependerá tanto de las modificaciones en el sistema a partir del paso del tiempo o del reajuste en las posiciones y correlaciones de fuerza entre los participantes del juego literario, como de cada nueva intervención que explícita o implícitamente apunte a su definición y redefinición. Pero también ostentará características diferentes —en un mismo momento, una misma cultura y un mismo sistema— para cada actor o grupo de actores del campo literario, en función de su conocimiento de los textos pertinentes, así como de su ideología y de su ubicación en la dinámica del sistema.

El concepto de metatexto propuesto por Lotman —y desarrollado por Reisz— resulta de suma utilidad para entender el carácter discontinuo y heterogéneo de la producción y recepción de nuestro “campo poético” y, ciertamente, complementa las falencias del modelo de Bourdieu en relación con la inestabilidad de criterios tales como la “competencia estética” en la asignación de valor del texto poético. El metatexto se constituye en una herramienta dúctil en la medida en que se adapta mejor a los requerimientos de un campo en el que la valoración y, en última instancia, la codificación de un texto literario está permanentemente signada no solo por las relaciones de conflicto y lucha que establecen entre sí poetas, textos, poéticas, editores o críticos sino, además, por la precariedad propia de las condiciones que marcan la producción y recepción de los textos poéticos que ya hemos mencionado. De hecho, el concepto de metatexto resulta fundamental para poder examinar de cerca las preferencias a las que llegan quienes han participado en la encuesta que hace posible esta antología, pues ciertamente estas nos proporcionan una lectura transversal y consensual de cómo las fronteras que regulan la inclusión o exclusión de nuestro campo literario —y poético, en última instancia— se han sometido a una serie de transformaciones en el periodo que abarca esta antología. Es de esperarse que, como señala Bourdieu, “[e]l incremento del volumen de la población de los productores es una de las vías principales a través de las cuales los cambios externos afectan a las relaciones de fuerza en el seno del campo” (1995: 334), de ahí que pueda deducirse que el interés de una antología consultada como la que se propone en este trabajo radique no en plantear una homologación en los criterios de selección de los encuestados —lo cual la llevaría a constituirse exclusivamente en una herramienta de consolidación y canonización de un conjunto predeterminado de poetas— sino más bien lo contrario, es decir, una indagación acerca de cómo se constituye el llamado el “espacio de los posibles” dentro de nuestro campo literario, esto es, aquello que Bourdieu llama “lagunas estructurales”:

Para que las osadías de la búsqueda innovadora o revolucionaria tengan posibilidades de ser concebidas, tienen que existir en estado potencial en el seno del sistema de posibilidades ya realizadas, en forma de lagunas estructurales que parecen estar esperando y pidiendo ser colmadas, en forma de direcciones potenciales de desarrollo, en forma de vías posibles de búsqueda (1995: 349, énfasis del autor).

Estas “direcciones potenciales de desarrollo” estarían en cierto modo inscritas en las respuestas de un número significativo de los opinantes de esta muestra, pues, como se ha visto anteriormente, todo campo literario se caracteriza, sobre todo, por un “grado de codificación muy débil”, y es de presumir que estas direcciones estén presentes —en particular, pero, como es obvio, no exclusivamente— entre los “recién llegados” al campo:

Bien es verdad que la iniciativa del cambio pertenece casi por definición a los recién llegados, es decir a los más jóvenes, que también son los que más carecen de capital específico, y que, en un universo donde existir es diferir, es decir ocupar una posición distinta y distintiva, solo existen, sin tener necesidad de pretenderlo, en tanto en cuanto consiguen afirmar su identidad, es decir su diferencia […] (Bourdieu 1995: 355).

Creemos, por lo tanto, que uno de los aspectos más relevantes de esta antología ha de radicar en el hecho de contribuir a convocar un espacio de encuentro en el que un conjunto significativo de fuerzas —a través de las relaciones objetivas que establecen sí las posiciones y tomas de posiciones representadas en el voto emitido por cada consultado— genera identidades y diferencias que dan cuenta de las dinámicas de inclusión y exclusión del campo en su totalidad y que involucra la (re)definición de categorías tales como lo “literario” —o, más exactamente, “lo poético”—, así como las de “escritorpoeta”, “lenguaje poético”, entre otras, dinámicas por las cuales nuestra poesía ha atravesado en años recientes y, como es de suponer, continuará atravesando.

2. La antología consultada y el campo literario

Fue a partir de las consideraciones anteriores que diseñamos la consulta que nos llevó a la elaboración de la presente antología. Como quedó señalado, la propuesta era indagar acerca de la opinión de un número significativo de miembros calificados de nuestro campo literario —incluidos algunos extranjeros conocedores del proceso de nuestra poesía reciente— sobre quiénes eran para ellos los autores, entre los que comenzaron a publicar poemarios después de 1968 y nacieron hasta 1978, cuyo trabajo poético reconocían entre lo más destacable o representativo.

Esta delimitación inicial nos enfrenta a un universo vasto y múltiple cuya valoración supone inclusiones y exclusiones necesariamente discutibles. Como se verá en el siguiente apartado, varias de las antologías que han cubierto el mismo ámbito y periodo que el propuesto por nuestro trabajo —o que lo incluyen o corresponden a una parte de él— han pretendido ofrecer una mirada ajustada únicamente a la calidad poética, como si aquello que se suele calificarse como lo “exclusivamente literario” pudiera desprenderse de otros criterios que inevitablemente se ponen en juego en toda evaluación. Entre dichas antologías, sin embargo, es posible reconocer algunas que han dejado claros sus presupuestos o coordenadas de lectura,9 mientras que otras han dado, al menos, algunos indicios respecto a la posición desde donde se establecieron las decisiones que dieron lugar al corpus presentado.10 Otras, finalmente, han declarado el sesgo que las llevó a privilegiar ciertas producciones por encima de otras.11

A diferencia de todas las antologías existentes de poesía peruana, la nuestra se propuso desde un inicio no representar la mirada particular (preferencias y valoraciones) de un antologador o un reducido grupo de estos, sino de ser “consultada”, es decir, registrar una suerte de consenso dentro de la dinámica de tensión y lucha del campo literario. Esto, si bien no elimina los sesgos operantes en la opinión de cada consultado, sí permite limitar los efectos de la primacía de un modo de leer sobre otros. No obstante —como se puede intuir—, los resultados arrojados por esta consulta, aun cuando puedan ayudar a delinear aquello que podría identificarse entre “lo más representativo” del periodo mencionado, no pueden ni deben, en ningún caso, llevarnos a suponer que equivalen a una valoración definitiva. En tal sentido, creemos que una de las mayores ventajas del método adoptado en esta selección consiste en demostrar precisamente el carácter provisorio y proteico, por definición, de toda selección: a pesar de que puede resultar paradójico formular un juicio de tales alcances en una “antología consultada”, es necesario recordar que toda antología se define precisamente por su carácter antinómico, esto es, por la naturaleza cambiante de aquellas elecciones que realizan el o los antologadores. La posición estratégica de quien selecciona resulta entonces ser el producto de una operación contradictoria que habla más bien acerca de su propia imposibilidad de dar un juicio permanente y perdurable acerca de aquello que conoce, pues quien elige no hace más que afirmar el carácter provisional de su propia configuración como sujeto, construcción que a su vez se enmarca dentro de un determinado periodo histórico.

Nuestra consulta, sosteniéndose como está en una lista referencial de autores peruanos que han publicado poemarios en un lapso determinado, considera específicamente —a partir de un recorte inicial en el concepto de “poesía peruana”— la producción poética desde el soporte fundamental de la escritura, dejando de lado la poesía oral en castellano o lenguas indígenas, o las más recientes búsquedas en las posibilidades de la poesía registrada en soporte audiovisual, electrónico o sonoro. Haber incluido estos caminos hubiera supuesto un trabajo y unos objetivos claramente diferentes de los que propusimos, y necesariamente supondría otros marcos teóricos y referenciales más allá de los utilizados, además de otros sujetos participantes de la consulta y la consideración de otros sistemas de difusión de los productos. Incluso, a partir de todo ello, implicaría un cuestionamiento radical sobre las fronteras de lo que acostumbramos llamar género poético. Si bien sería interesante, como lo han intentado algunos proyectos,12 una exploración como la mencionada, que incluya dentro del corpus de la poesía peruana toda su amplitud y complejidad cultural y discursiva, e indagar en las fracturas producidas en la relación entre los diversos sistemas literarios —como los llamó Antonio Cornejo Polar— que coexisten en nuestro país, sus comunicaciones e incomunicaciones, era evidente, desde el diseño de nuestro proyecto, que no apuntábamos en esa ambiciosa dirección.

Lo que buscábamos, entonces, era obtener un consenso que pudiera representar una aplicación posible —en el terreno de la poesía peruana de las últimas décadas y dentro del “sistema literario culto” (Cornejo Polar 1989)— del metatexto vigente. Una aplicación posible, insistimos, y no la única, pues pensar en una sola es obviar la dinámica de tensiones y fricciones de todo campo literario referida en las páginas anteriores. Además, en tanto esta aplicación es el resultado de una consulta realizada a partir de una selección particular de opinantes (establecida por nosotros, lo que supone inevitablemente también decisiones de carácter subjetivo y marcadas ideológicamente) que bien podría haber sido diferente, con la consecuente variación, mayor o menor, de resultados.

Para lograr lo señalado, se contó con la opinión de un conjunto de ciento veinticinco miembros del campo literario peruano (incluidos algunos extranjeros, como lo explicamos) conocedores de nuestra poesía escrita de las últimas décadas. Tratamos en lo posible de acoger dentro de lo uniforme —esto es, el interés que suscita entre los encuestados la producción poética del periodo señalado— la heterogeneidad que atañe, principalmente, a las diferentes posiciones que ocupan estos sujetos dentro del campo. Se puede reconocer, así, entre nuestros opinantes la presencia tanto de investigadores académicos como de críticos literarios, periodistas y promotores culturales, así como creadores de diverso origen cuyas preferencias estéticas, perspectivas ideológicas, pertenencias grupales y procedencias geográficas varían significativamente.

De los ciento veinticinco opinantes, ciento catorce son peruanos y once extranjeros. Entre los primeros, ochenta y ocho son poetas, la mayoría de ellos integrantes del periodo establecido por la consulta. De estos, entre setenta y cinco y ochenta, además de poetas, son o han sido investigadores académicos, periodistas culturales, promotores o gestores culturales, editores de revistas o directores de editoriales. Obviamente no todos realizan en la actualidad dichas tareas, pero las han realizado y por periodos extensos en muchos casos, lo que los ubica como agentes dinámicos del proceso y nos permite suponer en ellos un conocimiento sistemático de la poesía del periodo o de parte de ella, incluso más allá, si cabe, de la que demanda por sí sola la actividad creativa. Algo semejante se puede decir de los veintiséis consultados peruanos que no escriben poesía, sino narrativa o exclusivamente crítica o estudios literarios, además de que varios de ellos fueron, incluso, compañeros de ruta de poetas o de grupos poéticos en diversos momentos durante las últimas décadas. Queda claro, con lo anotado, que la consulta no pretendía convocar exclusivamente a los especialistas académicos en poesía peruana contemporánea (que, además, pudieran demostrar tal condición con diversos ensayos o estudios publicados), sino a quienes, por su participación activa en el proceso, desde diversas posiciones, forman parte del conglomerado que implícitamente determinó o determina las valoraciones en la poesía peruana reciente. Por su parte, entre los doce extranjeros consultados, siete han elaborado antologías de poesía peruana o hispanoamericana contemporánea; los cuatro restantes, estudiosos de la literatura, han publicado trabajos diversos sobre poesía peruana como parte destacada de sus intereses académicos.

De lo anterior se desprende que no pretendíamos que todos nuestros consultados tuvieran un conocimiento relativamente exhaustivo e integral del proceso poético peruano de los últimos cuarenta años y que —aunque respetamos las opiniones de quienes se excusaron de responder la consulta aduciendo desconocimiento de una parte significativa del corpus propuesto (porque, en esa medida, pensaban que su respuesta partiría necesariamente de un universo recortado que dejaría de lado involuntariamente voces probablemente valiosas y, quién sabe, más valiosas que otras sí consideradas)—, a nuestro juicio, un conocimiento profundo aunque parcial de este era no solo suficiente para responder cabalmente la consulta, sino la condición de la mayor parte de nuestros opinantes. Por ello nuestro interés en abarcar un número significativo de actores del proceso, cuyas opiniones, al complementarse y contraponerse, permitieran que los resultados reflejaran cierta diversidad de pareceres existente sobre aquella poesía que, como señala Bourdieu, está “socialmente instituida como obra de arte por unos espectadores dotados de la disposición y de la competencia estéticas necesarias para conocerla y reconocerla como tal” (Bourdieu 1995: 339).

Cabe señalar que esa misma información profunda aunque parcial ha sido el punto de partida de diversas antologías de poesía peruana contemporánea, en las que los antologadores han buscado apoyarse en consultas informales hechas a unas pocas personas con el objetivo de acceder a un corpus mayor. Pensamos que una consulta como la nuestra puede ofrecer —como creemos que efectivamente lo ha hecho— un resultado que reduzca limitaciones de este tipo y que conlleve un mayor margen de inclusión y consideración dada la multiplicación de las perspectivas y pautas de los encuestados, todo lo cual redundaría en la posibilidad de ofrecer un panorama más completo del estado actual de la opinión de nuestro campo literario sobre lo más relevante de la producción poética contemporánea. Aun así, tal como se verá más adelante, se ha podido constatar la presencia de otros factores condicionantes que contribuyen a explicar mejor el desconocimiento aludido por algunos de los convocados y que trascienden su interés particular o la imposibilidad individual de conocerlo todo.

Con relación al número de poetas incluidos entre los consultados y, sobre todo, poetas participantes del mismo proceso en evaluación, alguien podría hacer un reparo afirmando que eso supone un sesgo peligroso por el hecho de que muchas de las opiniones brindadas por ellos corresponden a algo que directamente les compete, lo cual a su vez podría traslucir ciertos intereses personales o de grupo. Creemos, sin embargo, que existen dos razones fundamentales para desvirtuar esta objeción. La primera reside en el hecho de que difícilmente podría haberse logrado una consulta seria y exhaustiva si se hubiera dejado de lado a quienes están directamente involucrados con el quehacer poético. Como bien se sabe, desde el surgimiento de aquello que solemos llamar “modernidad poética”, a mediados del siglo XIX, y su configuración en las múltiples manifestaciones de la poesía contemporánea, han sido muchas veces los propios poetas quienes se han dedicado más esforzada y lúcidamente a la reflexión acerca del fenómeno poético, no solo a través de un sinnúmero de poéticas y manifiestos, sino también directamente del ensayo, la crítica y los estudios literarios. Esto, como se conoce, es lo que ocurre —y no solo en nuestro país— con la reflexión acerca de la poesía contemporánea (y en especial la más reciente), por lo general desatendida por la crítica académica ejercida por autores dedicados exclusivamente a la investigación. Bastaría un registro de los libros más recientemente publicados sobre poesía peruana para darse cuenta de ello. El trabajo de los poetas sobre la poesía, en ese sentido, ha resultado fundamental no solo para entender el alcance y valor de sus respectivas obras, sino la de aquellos que han compartido o, incluso, enfrentado sus posiciones o tomas de posición (Bourdieu). Pensamos, por tanto, que el deslinde entre “creadores” y “críticos” en este caso no parece redundar en una aproximación más objetiva al problema que nos ocupa, sino que, creemos, obedece más bien a una visión bastante estereotipada acerca de cómo se produce el proceso de la comunicación literaria. Si asumimos que hoy en día la tarea del lector de un texto literario, sea un crítico o investigador o no, implica la necesidad de producir un conjunto de lectura(s) que contribuyan a darle vida al texto dentro de una sociedad o periodo determinados, resulta claro que no existe lector que no se haga responsable de la representatividad de un texto: todo texto reclama un lector y todo lector ha de ser considerado copartícipe del texto que enfrenta en la medida en que este no existe sino a través del acto de la lectura.

En segundo lugar, con relación a la presencia de cierto tipo de intereses que obliguen a desvirtuar la respuesta de un creador en una encuesta de este tipo, tampoco creemos que exista una lectura desinteresada. De hecho, la posición que ocupa el crítico, ya sea como reseñista de un medio de comunicación o como académico universitario interesado en nuestro proceso poético, necesariamente se vincula con ciertos intereses personales o de grupo o ciertos presupuestos ideológicos de lectura que de algún modo determinan sus juicios estéticos. No debemos olvidar que en ambos casos se trata de instituciones desde las cuales el crítico/estudioso ejerce una influencia muy importante en el reconocimiento de una determinada obra o autor: no existen, en tal sentido, críticos “puros”, “imparciales” u “objetivos” que ejerzan desinteresadamente la función de consagrar a tales autores u obras. Existen, más bien, críticos cuyas lecturas obedecen a criterios establecidos de antemano a través de ciertas valoraciones de lo que ideológicamente consideran “literario” o no. En esta medida resulta evidente, una vez más, que los textos literarios existen siempre en función de aquellas subjetividades que establecen contacto con ellos y, en tal caso, la tarea más productiva para el crítico ha de consistir en determinar cómo se han configurado esas subjetividades y a qué condiciones sociales o históricas responden.

Con relación a las diferencias que atañen a aquello que podríamos caracterizar como “lecturas generacionales” —y que se vinculan con las edades de nuestros encuestados— constatamos que la inclusión y consideración de un número proporcional de participantes cuyas edades fluctúan, casi todos, entre los treinta y los setenta años nos ha permitido establecer una aproximación equitativa de la producción poética del periodo. Aun cuando resulta evidente que el conocimiento del estado de la cuestión entre poetas-críticos-estudiosos de edades mayores —y probablemente más aún en el caso de quienes residen fuera de nuestro país— puede resultar insuficiente dado que su conocimiento de la producción más reciente se ha ido debilitando, resulta también claro que la participación de los más jóvenes poetas-críticos-estudiosos ha contribuido a atenuar el efecto que ello podría suponer. Igualmente, es posible suponer en muchos de estos últimos un conocimiento más panorámico (quizá más endeudado con las consagraciones y canonizaciones establecidas a través del tiempo) del proceso poético de las décadas de 1970 y 1980, por lo que la participación de un buen número de poetas-críticos-estudiosos mayores resulta fundamental.

Así como pretendimos cubrir diferentes edades entre los consultados, creemos que la selección de opinantes logra abarcar también las diversas corrientes dentro del panorama de nuestra poesía reciente. En este sentido, entre los convocados, puede reconocerse no solo a poetas que pertenecieron a algunos de los grupos más importantes de la escena nacional durante el periodo estudiado (Hora Zero, La Sagrada Familia, Kloaka, Neón, Noble Katerba, Inmanencia), sino también a diversos miembros del campo literario vinculados con otras posibilidades de lo que Raymond Williams llamaría “formaciones literarias” (Williams 2000: 141) que, como explican Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, corresponde a “los movimientos, los círculos, las escuelas, es decir la variada gama de formas de agrupamiento intelectual a través de cuya existencia y actividad se manifiestan algunas de las tendencias de la producción artística y literaria” (Altamirano y Sarlo 1993: 97). Así, están incluidos entre los consultados poetas representativos de diversas estéticas y registros explorados o consolidados durante el periodo estudiado, así como también críticos, estudiosos o gestores culturales, que sin necesidad de ser necesariamente “orgánicos” a tal o cual corriente, sí han demostrado una preferencia clara o un interés particular por alguna de estas, sin que ello signifique que la elección de su nómina de poetas se viera restringida a la tendencia o grupo en cuestión.

En cuanto a la distribución de género de los consultados, pensamos que el número de mujeres (veinticinco) y de hombres incluidos (cien), a pesar de evidenciar un fuerte desequilibrio, refleja aún, lamentablemente, la realidad de la dinámica de nuestro campo literario.13

Uno de los aspectos más delicados en la búsqueda de heterogeneidad en la lista de consultados está vinculado con la representatividad geográfica. En este sentido, pretendimos que los opinantes peruanos correspondieran a diversos lugares de nuestro país, pero sin que esto significara la postulación de la existencia de un campo literario imaginariamente descentralizado y realmente democrático, en donde los actores de todas las regiones tuvieran —en la disputa de poderes que constituye la dinámica del campo— igual posibilidad de participación e influencia a la hora de definir las valoraciones de la poesía, situación que, como es claro, no se condice con la precariedad institucional literaria en el Perú ni con las desigualdades y fracturas de nuestra sociedad. Es necesario señalar, entonces, que la configuración de la lista de opinantes buscó reflejar la realidad de la dinámica de nuestro campo literario, antes que los deseos de una urgente e indispensable modificación de las estructuras de este y del conjunto de la sociedad.

Obviamente, la concreción de este empeño no se puede sostener sino en intuiciones, percepciones relativamente subjetivas y, a lo más, en indicios que no pueden asumirse como definitivos en tanto se carece de datos sistematizados al respecto. Veamos: de los ciento catorce consultados peruanos cerca de treinta están vinculados con provincias distintas de Lima; esto quiere decir que nacieron y vivieron un tiempo prolongado en ciudades diferentes de la capital, que viven actualmente en ellas o que, siendo limeños, cuentan con una relación muy estrecha con la producción literaria de provincias.14 Como anotamos, a pesar de la desproporción numérica, pensamos que estas cifras no están lejos de reflejar la real dinámica de funcionamiento, en la actualidad, de nuestro campo literario. Uno de los indicios que permiten esta sospecha se vincula con los lugares de publicación de poemarios de los poetas peruanos de las últimas décadas que gozan de algún tipo de reconocimiento relativamente consensual. En su estudio Fiesta prohibida. Apuntes para una interpretación de la nueva poesía peruana 60/80, Jesús Cabel incluye una “Bibliografía selecta de la poesía peruana”. Allí, en la sección correspondiente a “Libros”15 registra ciento cincuenta y cinco títulos, de los cuales solo veintiocho fueron publicados en provincias diferentes de Lima (Cabel 1986: 341-349). El dato es interesante en tanto el estudio de Cabel busca abarcar los procesos poéticos de los diversos lugares del país. En los cuadros estadísticos que aparecen al final de este mismo estudio, informa Cabel que entre Lima y Callao habita el 52,8 por ciento de los poetas peruanos nacidos después de 1935 que logra registrar (371).16 Otro libro cuya referencia resulta interesante como indicio, es la antología Poesía peruana. Siglo XX de Ricardo González Vigil, publicada en dos tomos por Ediciones Copé en el año 2000. En el segundo tomo, a partir de la sección dedicada a la Generación del 70 (acápites “Generación del 70”, “De los años 70 a los 80” y “Años 90”), es posible reconocer, entre los noventa y siete autores incluidos en total en dichos bloques, que solo dieciséis de ellos cuentan entre sus títulos con algunos publicados en provincias.17 De los ciento un títulos que suman en total estos dieciséis autores, solo treinta y tres han sido publicados en provincias distintas de Lima, mientras que treinta y seis aparecieron fuera del Perú.

Otro dato que puede ayudar a formar una idea sobre la realidad del campo literario peruano es el número y la distribución de facultades de literatura en el país: solo hay cinco en un total de ciento dos universidades existentes en el territorio nacional; cuatro de ellas en Lima y una en Arequipa.18 Aunque sería absurdo afirmar que solo aquellos que han cursado estudios formales de literatura pueden lograr un cabal acercamiento a la poesía o ser poetas, creemos que las cifras evidencian carencias y debilidades que redundan en la desigual posibilidad de participación de los miembros del campo literario peruano en las luchas que lo configuran y lo redefinen permanentemente y, por ende, en las valoraciones de la poesía actual. Muchos otros factores, además, han agravado y agravan las dificultades para estructurar un campo literario más descentralizado y democrático; entre ellos, por ejemplo, la dificultad de encontrar en bibliotecas públicas y universitarias material bibliográfico que permita una sólida información y formación en poesía contemporánea, la carencia de librerías que merezcan realmente ese nombre, las dificultades económicas que obligan a que las revistas sean empresas truncas y que impiden, por tanto, la configuración de escenarios de discusión enriquecedora, e, incluso, la acción de ciertos núcleos con poder local más bien empeñados en mantener y propugnar retóricas obsoletas como base para su prestigio. Un factor adicional se puede vincular con la ausencia de concursos poéticos de proyección nacional convocados fuera de Lima: aunque han existido y existen (como el concurso Poeta Joven del Perú), estos son muy escasos y en la actualidad llevados a cabo con mucha irregularidad.

Lo anterior no implica, por supuesto, desconocer la importante actividad poética existente más allá de Lima y la configuración de núcleos dinámicos en diversos lugares, con recitales, revistas y, en los últimos años, incluso con encuentros de poesía y —aunque todavía muy pocas— ferias de libros. En este escenario, Arequipa, Trujillo, Chiclayo o Chimbote parecen ser algunos de los polos en que la mayor efervescencia se ha dado la mano con una más acentuada voluntad de diálogo e intercambio con otros espacios del país, e incluso con el extranjero. Sin embargo, en general, todavía el impacto de dichos eventos fuera del espacio local es muy reducido, al punto que —a diferencia de lo que sucedió, por ejemplo, en los años veinte con las vanguardias o, en alguna medida a inicios de los setenta— tiene muy poca capacidad de influencia en las decisiones y valoraciones a las que se les reconoce un carácter “nacional”. No obstante, es posible esperar que precisamente en estos momentos se esté gestando —sobre todo en la promoción que sigue al periodo abordado por nuestra antología, o a los menores entre los incluidos— un interesante cambio, vinculado fundamentalmente con las posibilidades que ofrece internet para el acceso a una formación y un conocimiento poéticos que no dependa del objeto físico libro ni, por tanto, de las bibliotecas entendidas en un sentido tradicional. Obviamente para ello no bastan los recursos electrónicos; ni únicamente la mayor y mejor formación poética de muchos actores de los procesos más allá de Lima será suficiente para quebrar la correlación de fuerzas que coloca a la capital como escenario no solo hegemónico sino fuertemente excluyente. Pero la posibilidad existe y, sin duda, podría permitir que el proceso poético que siga al contemplado por esta muestra evidencie una configuración del campo literario y poético radicalmente distinta de la actual.

Finalmente, en esta revisión sobre la metodología empleada por nosotros para elaborar la presente antología consultada, valdría preguntarse a modo de ensayo abierto de respuestas, cuáles pudieron ser los criterios que llevaron a un opinante a establecer su lista de veinte poetas, que fue lo que les solicitamos en la invitación a la participación en esta consulta. Damos por descontadas las razones vinculadas con el nudo conocimiento/desconocimiento explorado líneas arriba, y confiamos plenamente en que los consultados han partido de la consideración del valor poético de sus elegidos como factor fundamental. Sin embargo, como lo señalamos páginas atrás, no hay valoración que pueda atenerse a criterios “exclusivamente literarios”, puesto que estos siempre —y creemos que se puede desprender del recorrido que hemos trazado— están teñidos de otros componentes, intereses, preocupaciones, poéticas, etcétera. A propósito de esto, son interesantes los comentarios de Wendell V. Harris en su trabajo “La canonicidad”. Señala Harris que los criterios en que se basan las selecciones que pretenden establecer un canon literario o poético (o de cualquier tipo, en última instancia)19 son diversos y se encuentran habitualmente entremezclados. Y apunta algunas de estas posibilidades (mencionaremos o reseñaremos brevemente aquellos que creemos podrían haber intervenido en la selecciones de nuestros opinantes): a) la estimación personal que “trata de hallar un sentido en relación con las necesidades y experiencias individuales”; b) la estimación histórica que “trata de proporcionarnos los hitos que marcan los cruces y giros en el desarrollo histórico de los géneros, los temas nuevos y las características formales”; c) la provisión de modelos, ideales e inspiración; aunque apunta que “en la actualidad moralizante e inspirador son términos que están bastante pasados de moda como adjetivos honoríficos para la literatura, […] las funciones que designan siguen siendo todavía operativas”, y señala los ejemplos de las selecciones establecidas desde los discursos marxista y feminista; d) el intercambio de favores, que explica a partir de la idea de que “los escritores han conseguido entrar en el canon del día no solo por el poder de sus obras (‘poder’ podría entenderse como ‘interesante para unos intereses [sic] críticos o sociales existentes’) sino también por la aceptación activa de textos o criterios compatibles con sus propios objetivos”; e) la legitimación de la teoría; pone como hipótesis el caso de “[u]n crítico experimentado practicante del new criticism, la deconstrucción o el marxismo [que] puede, naturalmente, leer casi cualquier texto de modo que apoye sus propias preferencias, pero los textos que selecciona cada grupo son aquellos que le permiten ofrecer una mirada más rica, dramática o convincente; y f) la pretensión de pluralismo; es decir, de lograr una imagen variada que represente los diversos ámbitos recorridos por los textos literarios (Harris 1998: 37-60).

En el caso de nuestra muestra, al ser tanto poetas como opinantes contemporáneos, es inevitable que las selecciones de estos últimos hayan estado mediadas también por cercanías o distancias irreconciliables — amicales, grupales o ideológicas— con los posibles elegidos. Incluso, al tratarse de una antología que parte de una invitación realizada por, junto a un narrador, tres poetas del periodo, no es imposible imaginar que las decisiones de incluir o no incluir en la lista a alguno de nosotros haya estado tamizada por esta circunstancia.

Todo lo señalado nos lleva a reafirmar que la multiplicidad de miradas o posiciones que pudiesen existir respecto a aquello que podríamos definir como “lo poético” —representado a su vez bajo otra forma de heterogeneidad que involucraría las diversas posibilidades que asume “lo poético” en la propia obra de los poetas considerados en la encuesta—, y que hemos tratado de reflejar en la lista de consultados, no conlleva necesariamente al establecimiento de una valoración definitiva u objetiva del periodo que nos ocupa. Como bien intuye el lector literario, una de las condiciones que definen todo juicio estético o crítico que se realiza acerca de un texto se funda no solo a partir de una experiencia y competencia lectora individual, sino también a partir de una posición dentro de una determinada sociedad y estructura económica, una pertenencia a un determinado género o una identificación con determinados discursos históricos o literarios vigentes, entre otros elementos.20

3. Las antologías y la poesía peruana 1968-2008

Nuestra antología consultada21 se sitúa al lado de muchas otras selecciones que con mayor o menor rigor han pretendido observar la poesía peruana de los últimos cuarenta años. Una somera revisión de algunas de ellas es, entonces, indispensable para entender y valorar el sentido de nuestra propuesta y para recalcar que todas ellas son marcas transitorias, espejos móviles y parciales y que de ninguna manera significan el arribo a un parnaso definitivo.22El año 1973, José Miguel Oviedo publicó la antología Estos 13 con la intención de auscultar la nueva sensibilidad que empezaba a percibirse en nuestra poesía y que aparecía en la producción de Manuel Morales, Antonio Cillóniz, Jorge Nájar, José Watanabe, Óscar Málaga, Elqui Burgos, Juan Ramírez Ruiz, Abelardo Sánchez León, Feliciano Mejía, Tulio Mora, José Rosas Ribeyro, José Cerna y Enrique Verástegui. El crítico señalaba que los nuevos poetas, a pesar de estar cercanos cronológicamente a los autores de la generación del sesenta, le otorgaban una actitud vitalista y parricida a nuestra tradición.23 Una serie de hechos y referentes culturales los marcaban: el fracaso de las guerrillas del sesenta, la muerte del Che Guevara en Bolivia en 1967, los acontecimientos insurgentes del mayo del 68, el gobierno reformista de Velasco, los movimientos hippies y pacifistas y, sobre todo, los “hervores” —para utilizar la expresión arguediana— de las migraciones de esos años, que configuraron el nuevo rostro sociocultural peruano. Casualmente, ese era el tronco que reunía una serie de propuestas y de voces disímiles:

Creo que uno de los aspectos más interesantes y significativos que está detrás de la poesía peruana última, es el hecho de que sus nuevos autores pertenezcan (con una o dos excepciones; notoriamente la de Abelardo Sánchez León, que surge de un sector cómodo de la clase media limeña) a una capa proletarizada, de extracción obrera o artesanal, que proviene del interior del país. […] Proletarios y provincianos, estos jóvenes incorporan a la literatura de la metrópoli un rasgo que había casi desaparecido en los últimos 30 años: el espíritu regionalista, esa esperanza de articular las formas de la cultura local en un solo proyecto de alcance nacional (11-12).

La antología de Oviedo configuró el rostro más visible de esos años. Se trataba de una voz que discurría casi monolíticamente por los cauces de lo conversacional en el espesor del discurso, recorría ardorosamente las calles y exploraba los cimientos de una conflictiva identidad. Cualquier otra mirada o disonancia era entonces leída y valorada como una aventura insular.

Una propuesta más abierta podemos encontrarla en Antología de la poesía peruana del siglo XX: (años 60/70) de César Toro Montalvo (1978).24 Esta selección es el primer intento de ampliar la mirada del setenta reconociendo la existencia de distintas poéticas que van del registro conversacional a algunas modulaciones más líricas, a otras míticas y trascendentes y a un espacio adicional que privilegia la experimentación y las exploraciones visuales. No obstante, la ratificación del peso conferido a la línea urbana y conversacional la hallamos, unos años después, en Fondo de fuego. La generación del setenta de Ricardo Falla (1990)25 que revisa los colectivos y las revistas de Gleba, Estación Reunida, Nueva Humanidad y Hora Zero. Para Falla solo han existido tres generaciones en la poesía peruana: la Generación de la década del veinte que surgió con el propósito de aniquilar el contenido y la forma del Modernismo, la “Generación del 50” en la que incluye a los poetas surgidos en los años sesenta y la “Generación del 70”. Esta última puede ser definida como la de la ruptura y el cambio: