Esposa fingida - Lisette Belisle - E-Book
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Esposa fingida E-Book

Lisette Belisle

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Beschreibung

Aquel matrimonio era una farsa... pero parecía demasiado real Cuando un terrible accidente llevó a Jack Slade al hospital, Abby fingió ser su esposa sólo para cumplir con la promesa que le había hecho. Jack la necesitaba y ella había decidido quedarse a su lado hasta que se recuperara por completo. ¿Pero cómo se recuperaría el corazón de Abby cuando llegara el momento de marcharse? Jack sabía que no debía acercarse siquiera a alguien como la elegante Abigail Pierce. Al fin y al cabo su relación no era más que una farsa, los besos que se habían dado no significaban nada... por mucho que su corazón helado estuviera empezando a derretirse...

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Lisette Belisle. Todos los derechos reservados.

ESPOSA FINGIDA, Nº 1543 - noviembre 2012

Título original: His Pretend Wife

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1191-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Nadie lo echaría de menos.

Jack Slade jamás se había sentido tan solo. Contempló el pedazo de cielo azul oscuro recortado por las copas de los pinos nevados. Lo sentía cerca. Escalaba hacia él, pero el peso le impedía llegar.

Aún no estaba preparado.

Era extraño descubrir que quería vivir justo cuando estaba a punto de morir. Jack quiso echarse a reír, pero comenzó a toser. Le costaba respirar. Y eso le preocupaba. Probablemente se hubiera roto un par de costillas, pero eso no explicaba que sintiera como si tuviera un puñal clavado en el pecho. Expuesto al duro frío, Jack se preguntaba cuánto tiempo sobreviviría.

¿Horas?

¿Vería otro amanecer?

Ya no le dolía la pierna izquierda. Al menos parte de su cuerpo estaba como abotargado.

En medio del bosque de pinos del norte de Maine, Jack estaba a muchos kilómetros de cualquier parte. Había estado cortando madera. Se había quedado después de marcharse el resto de leñadores. Esperaba reunir otra carga antes de dar por terminado el día. Casi había acabado cuando un gamo se cruzó en su camino.

Sobresaltado, Jack se había echado a un lado para evitarlo. Por un aterrador instante, los esquís del vehículo se habían ladeado. Jack había tratado de enderezarlo, pero el camino estaba helado y era imposible salirse de la pista marcada en la nieve. La bestia mecánica había comenzado entonces a girar y caer lentamente, aterrizando por fin de lado encima de él y clavándolo al suelo.

Por suerte los treinta centímetros de nieve que cubrían el suelo le habían servido de colchón, pero debajo había piedras. Jack se había dado con la cabeza en una de ellas, y había estado inconsciente durante un rato. Estaba atrapado.

Era irónico. Había sobrevivido a la lucha de bandas callejeras, a una juventud dura y a la cárcel, pero finalmente sus días iban a acabar en un bosque milenario de Maine. En alguna parte había leído que la profesión de leñador era una de las más arriesgadas, uno de los peores trabajos.

Quizá hubiera debido picar más alto...

Abby Pierce seguía en la oficina del aserradero de Pierce Sawmill. Su ayudante se había marchado ya a casa. El viejo edificio de madera estaba en silencio. No se oían las sierras chirriar ni los camiones cargar y descargar troncos de madera. No se oían voces masculinas y, en particular, no se oía una voz burlona llamarla «señorita Abigail». No, aquella tarde los lascivos ojos azules y la dura y enigmática sonrisa que siempre trataban de ponerla en su lugar, fuera éste el que fuera, no habían aparecido por allí.

Abby miró el reloj. Jack Slade se retrasaba. Probablemente estuviera trabajando, o quizá se hubiera detenido en el bar a charlar con una camarera. Por alguna razón todas las mujeres se sentían atraídas hacia él.

Pero Abby no.

Abby suspiró con impaciencia y cerró la carpeta con los cheques. Jack no se había acercado a la oficina a cobrar el suyo, y estaba harta de esperarlo.

Era la víspera de Año Nuevo, el momento de dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro con decisión. Últimamente la vida de Abby parecía cortada por un patrón. Aquella noche se había citado con Seth Powers. Debía marcharse a casa y ponerse el vestido de noche que se había comprado especialmente para la ocasión, pero se sentía incapaz. No podía marcharse.

Molesta, Abby tuvo que admitir para sí misma la razón: Jack Slade no había aparecido por allí. Pero, ¿y qué le importaba a ella?

Abby se puso en pie, tratando de olvidarse del atractivo Jack Slade y su actitud indiferente. Él había aparecido por allí de improviso, reclamándole un favor a su hermano Drew, que le había dado un empleo. Abby lo había lamentado desde entonces. ¿Cuánto hacía de eso, dos meses?

Parecía haber transcurrido mucho más tiempo.

Nada podía prepararla para un hombre como Jack Slade. Él era todo lo que una buena chica como ella debía evitar a toda cosa.

Abby miró por la ventana y observó el sol ponerse. Por mucho que lo intentara, no podía dejar de notar el hueco vacío en el que debía estar aparcado el camión cargado de troncos de madera de Jack. En su lugar estaba la motocicleta.

Estaba helada. Y preocupada. Jack podía estar herido, perdido en el bosque. Podía ocurrirle hasta al más experimentado de los leñadores, y Jack ni siquiera tenía experiencia. Sin embargo no le daría las gracias si mandaba a un equipo de rescate a buscarlo sólo porque se retrasaba un par de horas.

Abby alzó la vista al cielo. La noche comenzaba a caer, y con ella, las temperaturas. Estaba decidido.

Abby respiró hondo y se dirigió al despacho de su hermano Drew.

—¿Tienes un minuto?

—Creía que te habías marchado, ¿qué ocurre?

—Es Jack. Todos los demás han pasado por la oficina y han cobrado, pero él no.

—Probablemente estará cargando el último camión del día —contestó Drew, reclinándose en el respaldo de la silla—. Yo no me preocuparía, sabe cuidar de sí mismo.

—Pero pronto será de noche —objetó Abby, añadiendo, temerosa de delatar su interés personal por él—: Sé que no tiene sentido, pero me da mala espina.

—¿Por Jack? —preguntó Drew, alzando una ceja incrédulo.

Abby no hizo caso de su tono burlón. Naturalmente, Drew era consciente de la antipatía que se tenían el uno al otro. Jack era su amigo, pero no era amigo de Abby. Desde el momento de conocerse el sentimiento mutuo había sido patente. Abby no había podido ocultar su desaprobación, y Jack había respondido con el típico desprecio masculino. Y hasta ese mismo día, ésa había sido su relación.

—Por favor, ¿no podrías ir a echar un vistazo? O mandar a alguien —rogó Abby.

—Está bien —accedió Drew, sacando una foto aérea de la sección del bosque que estaban talando en ese momento—. Jack debería estar por aquí —añadió, rodeando con un círculo una sección de la montaña—. Iré a ver.

Abby miró el mapa y comprendió lo fácil que era perderse. ¿Cuánto tiempo podía sobrevivir un hombre solo allí?

—Voy contigo —dijo Abby impulsivamente.

No quería quedarse allí, preocupada. Preocupada por Jack. La mera idea le retorcía el corazón.

Media hora más tarde encontraron el lugar exacto en el que los leñadores habían estado talando árboles. El camión de Jack seguía aparcado a un lado de la carretera, pero no había ni rastro de él. Abby sintió un escalofrío.

La montaña se alzaba ante ellos, había un sendero marcado por el que se subían los troncos cortados. Rocas negras sobresalían por encima de la capa de nieve. Drew gritó el nombre de Jack en medio del silencio. No hubo respuesta. Sólo el viento susurró por entre los árboles. A esas horas una luna blanca y pálida ascendía ya por el cielo, un espacio negro y helado. Drew le tendió a Abby una linterna.

—Toma, usa esto. Y no te alejes. No quiero que te pierdas.

Abby asintió. No hacía falta que se lo recordara.

La subida era empinada, el bosque era espeso alrededor. Algunas ramas estaban peladas por el invierno. A la luz de la luna las sombras se alargaban.

Entonces vio el vehículo pintado de amarillo tirado en medio del paisaje blanco.

—¡Drew, allí, a la izquierda!

—¿Has visto a Jack? —gritó Drew.

—No, está muy oscuro —sacudió Abby la cabeza.

—Tranquila, si está aquí, lo encontraremos.

—Puede que se haya perdido —dijo ella.

Abby se acercó al vehículo. Había algo bajo el metal retorcido, unos hombros anchos metidos en una chaqueta.

—Jack —susurró Abby, aterrada ante el silencio a su alrededor.

El corazón dejó de latirle. Luego, comenzó de nuevo a latir erráticamente. Abby subió el terreno escarpado y patinó, pero siguió. Drew iba tras ella, Abby fue la primera en llegar hasta Jack. Se quitó un guante, se arrodilló a su lado y le buscó el pulso en la garganta, conteniendo el aliento hasta que sintió un leve pero regular movimiento bajo los dedos.

Jack estaba inmóvil. Atrapado entre la nieve y el pesado vehículo, sólo sobresalían sus hombros y su cabeza. Su cabello brillaba negro contra la nieve. Tenía el rostro pálido, los labios azules. Y se había hecho una brecha, que sangraba, junto a la ceja. Parpadeaba.

Y fruncía el ceño.

Típico.

Abby raramente lo había visto sonreír.

—¿Está vivo? —preguntó Drew.

—Sí —murmuró Abby.

—Parece que lleva así un rato. Menos mal que la nieve lo aísla del frío, de otro modo se habría congelado.

—Sí, menos mal —contestó Abby con lágrimas de alivio en los ojos.

Jack Slade estaba vivo, y se recuperaría. Se negaba a aceptar cualquier otra idea.

—No lo muevas, no sabemos hasta qué punto está herido —recomendó Drew, poniéndose en pie y sacando el móvil—. Me temo que va a necesitar que un helicóptero lo lleve al hospital más cercano. Llamaré a Seth para que lo ponga todo en marcha.

Abby asintió. Además de ser el sheriff local, Seth Powers era un buen hombre muy útil en casos de emergencia.

Mientras Drew pedía ayuda, Abby se volvió hacia Jack. Le apartó el cabello de la cara y se sorprendió al notar lo sedoso que era. Todo en Jack parecía tan áspero y duro...

Medio inconsciente, Jack sintió una mano femenina y suave. Apenas tenía recuerdos de infancia de su madre, así que se preguntó si no habría muerto y estaría en el cielo. Abrió los ojos y vio un par de ojos de color avellana con un halo dorado. Conocía a la mujer que se inclinaba sobre él.

Y una cosa era segura: no estaba en el cielo. No, porque Abigail Pierce estaba a su lado, atormentándolo.

—Abigail —trató de decir, esperando que ella se marchara y lo dejara en paz.

Sin embargo no pudo articular palabra. ¿Por qué tenía que ponerse tan pesada en ese momento? Ella se inclinó hacia delante, su aliento le rozó la cara.

—Por favor, no te muevas. Estás a salvo.

—¿A salvo? —repitió él, confuso.

¿Cómo podía estar a salvo cuando estaba herido y medio congelado, con la pierna destrozada y el cielo negro cayendo sobre él? Quizá aquello fuera una pesadilla, quizá se despertara enseguida...

—Drew está aquí conmigo, ha pedido ayuda —continuó Abby—. Debe estar de camino. Un poco más, y te habrías congelado. ¿Dónde te duele?

Jack observó aquel suave rostro hipnotizado. Trató de levantar la cabeza, pero la dejó caer al notar que se mareaba. Y se concentró en la voz.

—Estoy todo entumecido, pero creo que me he roto el brazo —contestó Jack, tragando—. Y tengo la pierna izquierda muy mal, lo sé.

—Tranquilo, la ayuda está de camino.

Jack sacudió la cabeza. No tenía a nadie a quien recurrir... excepto Abigail. Y ella ni siquiera era su amiga. Era la historia de su vida. Se había sentido traicionado demasiadas veces como para confiar en nadie, y Abigail no iba a ser una excepción. Sin embargo no le quedaba alternativa, tenía que confiar en ella.

—No puedo mover la pierna, la tengo atrapada bajo el metal. Ya no la siento —añadió Jack, mirándola a los ojos y haciendo un esfuerzo por seguir hablando—. Debo tenerla fatal. No dejes que me la amputen.

—¡Jack, no...! —rogó Abby, atónita y con los ojos muy abiertos—. No puedes saber si está tan mal.

—Lo sé —aseguró él, serio, recordando el aterrador instante en que el metal le había desgarrado la carne y el hueso—. ¿Me lo prometes?

Ella asintió en silencio.

—¡Hace tanto frío! —se estremeció él.

Para sorpresa de Jack, Abby se quitó el abrigo de lana y se lo echó por los hombros.

—¿Y tú? —preguntó él.

La amabilidad siempre tenía un precio.

—No importa, llevo un jersey gordo —contestó ella, poniendo la mano enguantada sobre su cabeza para darle calor.

Jack sintió su calor femenino reconfortarlo. Temía confiar en ella y en su acto de caridad, así que cerró los ojos para no verla.

—¡Jack! —gritó Abby, consciente del peligro de hipotermia—, ¡no puedes dormirte! Drew ha organizado un equipo de rescate para que venga a levantar el vehículo. Seth ha llamado por teléfono para que venga un helicóptero a sacarte de aquí y llevarte a un hospital.

Abby siguió hablando. Decía todo lo que se le ocurría para mantenerlo despierto.

—Jack, ¿tienes familia?, ¿quieres que llame a alguien?

Él abrió los ojos, sorprendiéndola con su azul. Podía ver el intenso dolor reflejado en sus pupilas. Jack parecía muy vulnerable.

—No, no tengo a nadie.

—Tiene que haber alguien —dijo ella.

—Éramos sólo Gran y yo, y ella murió.

—Lo siento.

—¿Por qué? —preguntó Jack, frunciendo el ceño.

—No lo sé, pero lo siento —suspiró ella.

Todo el mundo debía tener a alguien. Pero no podía decirlo en voz alta.

Por fin llegó el equipo de emergencia: el sheriff con un grupo de leñadores, y la ambulancia local conducida por voluntarios entrenados. Abby se echó a un lado para dejarles paso. Tras un rápido vistazo, enseguida le pusieron la máscara de oxígeno a Jack.

Abby se sentía impotente mientras los hombres trataban de liberar a Jack. Durante todo el proceso, Seth no paró de dar órdenes, creando orden en medio de aquel caos. Seth era un hombre fuerte, un hombre en el que se podía confiar, y en medio de aquella emergencia estaba como en su salsa. Abby sabía que, para él, en ese momento ella había dejado de existir.

No era ninguna novedad.

Para Seth, el deber era siempre lo primero. En eso había sido siempre muy noble, sólo que Abby no estaba segura de que su frío y poco excitante cortejo amoroso la convenciera. ¿Sería su matrimonio igual?, ¿Seth, el caballero de la brillante armadura del lado de la ley, rescatando a los necesitados mientras ella esperaba a que se acordara de su existencia?, ¿acaso era una egoísta al esperar más, al reclamar más atención y devoción... más pasión?

Finalmente llegó el helicóptero. Sus aspas giraron por encima de sus cabezas. Una cegadora luz enfocaba la escena del accidente.

—Vamos a aterrizar en un claro que hay cerca —dijo alguien desde el helicóptero por megafonía—. Es lo más que podemos acercarnos. Esperen, enseguida estamos ahí.

La espera pareció eterna, aunque de hecho el equipo médico tardó menos de quince minutos en llegar.

Abby los ayudó a tapar a Jack con mantas. Un médico le cortó la pernera del pantalón, y Abby vio la herida del muslo. Tragó y apartó la vista del hueso y la carne desgarradas. Jack no había exagerado, tenía razones para temer que le amputaran la pierna.

Horrorizada ante esa posibilidad, Abby no se dio cuenta de que su hermano se acercaba a ella hasta que Drew le tendió su abrigo.

—Toma, estás helada.

Ni siquiera se había dado cuenta. Abby se puso el abrigo. Estaba caliente, mantenía el calor del cuerpo de Jack.

—Gracias —murmuró Abby con voz trémula.

—¿Estás bien? —preguntó Drew.

—Es Jack el que está mal —rió ella nerviosamente.

Jack estaba a merced del destino. Por lo que ella sabía de él, la vida lo había golpeado más de una vez. ¿Sobreviviría a aquel último golpe de mala suerte?

—Está en forma, podría ser peor —comentó Drew—. Y puede que ahora mismo no se dé cuenta, pero te debe la vida.

—Yo no he hecho nada —negó Abby.

No quería tener nada que ver con él, no quería ser responsable de su vida. Porque eso habría sacado a relucir una serie de sentimientos que Abby había estado negándose a admitir desde el primer día, nada más conocerlo. Desde ese día, Abby se había sentido bombardeada por emociones fuera de lo normal, emociones que amenazaban su vida rutinaria. Pero, ¿no se había mudado a Henderson precisamente para eso, para sentir que se producía un cambio en su vida? Abby había esperado que Seth fuera la respuesta a su insatisfacción y su inquietud general.

Seth le proporcionaba seguridad.

Jack, en cambio, era lo desconocido.

—Tú diste la alarma —señaló Drew—. Nadie más se dio cuenta de que faltaba Jack.

Sólo ella se había dado cuenta. En lo más recóndito de su corazón, Abby era consciente de cada uno de los movimientos de Jack. Sabía cuándo llegaba al trabajo y cuándo se marchaba. Al minuto. Anhelaba y temía cada encuentro. ¿Cómo era posible que se hubiera dejado hechizar por su atractivo masculino y sus amargos ojos azules? Aquella noche, Abby había visto el lado vulnerable de Jack Slade mientras él estaba tendido en la nieve. Algo que jamás hubiera esperado ver.

—Bien, saquémoslo de aquí —ordenó por fin el médico.

El equipo de rescate había encendido antorchas para alumbrar el escarpado camino cuesta abajo. Los médicos subieron a Jack a la camilla. El helicóptero había aterrizado en un claro cercano, así que un par de hombres debían cargar la camilla montaña abajo en un largo y complicado proceso.

Abby les siguió los pasos, sintiendo cómo Jack se alejaba de ella y rompía el débil lazo que, por un momento, al pedirle él su ayuda, los había unido.

No la necesitaba.

Abby se fue quedando atrás, respirando con más tranquilidad. Otra persona cuidaría de Jack Slade, no ella. Él estaba mal herido, quizá su estado fuera crítico, pero ella no podía hacer nada más. Por suerte había profesionales que sabían cómo manejar la situación.

Pero a pesar de todos sus razonamientos, Abby sintió deseos de gritar al ver cómo dos hombres subían la camilla al helicóptero. Habían envuelto a Jack en una manta, le habían entablillado el brazo izquierdo, pero nadie se había atrevido a tocar su pierna izquierda excepto para ponerle una venda estéril que sujetara la carne desgarrada.

Impulsada por una amenaza invisible, Abby dio un paso adelante y dijo:

—Alguien debería ir con él.

El médico que acababa de subirse al helicóptero contestó:

—Cabe uno más, pero sólo está permitido que embarque la familia.

—Por favor, espere —rogó Abby, tragando.

No era pariente de Jack. No eran ni siquiera amigos, y ella lo prefería así. Sin embargo le había hecho una promesa que no podía romper ni ignorar. Él le había pedido que le salvara la pierna.

Contaba con ella.

Frente a aquella responsabilidad, Abby tuvo que contar una pequeña mentira. No podía permitir que Jack se fuera solo. Estaba inconsciente. ¿Quién cuidaría de él?

A pesar de ser lo último que deseaba, un profundo instinto la impulsó a mentir:

—Yo soy su esposa.

Capítulo 2

Su esposa.

Abby apretó los labios, lamentando haberlo dicho. Pero ya estaba hecho, y no podía desdecirse. Apresuradamente, sin pensarlo, había reclamado ser la esposa de Jack Slade. ¿Cómo había podido? De todos modos el tiempo apremiaba, y no se le había ocurrido ninguna idea mejor.

El piloto encendió el motor. Su ruido ahogó todo pensamiento. Las aspas giraron, dibujando un amplio círculo y levantando una nube de nieve cuyos cristales de hielo le golpearon la cara, impidiéndole ver a su hermano.

Drew trató de detenerla. Evidentemente la había oído. La agarró del brazo y elevó la voz, diciendo:

—Abby, es una locura. ¿Qué estás haciendo? No puedes fingir que eres la esposa de Jack.

—Está inconsciente —contestó Abby, soltándose y dando otro paso más en dirección al helicóptero, que esperaba—. No debe quedarse solo en su estado. ¿Cómo se las arreglará cuando llegue al hospital? Alguien tiene que ir con él.

—Pero no tú, Jack no significa nada para ti.

—Eso no importa —contestó Abby, encogiéndose de hombros—. Necesita a alguien, y no hay nadie más.

Drew esbozó una mueca de desaprobación, la miró a los ojos, la soltó y dijo:

—Está bien, pero que Dios se apiade de ti cuando Seth se entere.

Abby sacudió la cabeza. Más que nada en el mundo, Abby quería sentirse parte de algo. De alguien. Quizá ese alguien fuera Seth Powers, pero a pesar de todo contestó:

—Seth no tiene ningún derecho sobre mí.

—¡Eso díselo a él! —contestó Drew secamente.

Abby se estremeció y apartó la vista de la mirada de advertencia de Drew. El médico le tendió la mano para que subiera al helicóptero, y ella embarcó y se sentó.

Olía a antiséptico. El médico le pinchó el brazo a Jack con una aguja intravenosa y le preguntó:

—¿Cómo estaba cuando lo encontró?

—Estaba consciente, dijo que tenía frío —contestó Abby.

—¿La reconoció?

—Sí, me reconoció.

—Eso es buena señal —asintió el médico.

—¿Se pondrá bien?

—Hacemos lo que podemos. Lo importante es llevarle al hospital cuanto antes, pero está a una buena distancia, así que... paciencia.

Abby se ajustó el cinturón de seguridad y respiró hondo. Y miró a Jack, sintiendo el peso de la responsabilidad de su promesa sobre los hombros. Jack estaba inmóvil, parecía muerto. Pero ella rogaba por que viviera y se recuperara del todo, de una sola pieza.

—Tranquilo, Jack —lo animó, tomando su mano.

Jack jamás le habría pedido su ayuda de no haber estado desesperado. Abby lo había visto en sus ojos.

Desde el primer momento de conocerse, él se había mostrado inaccesible. Sus duros ojos y su sonrisa cínica la desafiaban. Quería ver a Drew. Ella había sido incapaz de ver algo más en él aparte de su chaqueta de cuero negro y su moto, pero su hermano lo saludó como a un viejo y buen amigo. Se habían conocido en prisión, cosa que no contribuyó a mejorar la opinión de Abby.

En aquel tiempo, Jack le había parecido un extraño. Y desde entonces no había podido evitar sentir que amenazaba todo su mundo. Le preocupaba además su hermano, que estaba tratando de reconstruir su vida después de haber estado en prisión por violar una ley federal de seguridad.

Abby frunció el ceño recordando.

Durante el juicio, Drew se había declarado inocente. Sin embargo admitió que había ordenado reparar la válvula defectuosa del tanque de gas en lugar de reemplazarla por otra nueva. Ese simple error había provocado una explosión en el campamento de las familias de inmigrantes que trabajaban para él. Por suerte nadie había muerto, pero la lista de heridos y pérdidas materiales era cuantiosa. El jurado había encontrado culpable a Drew, y el juez lo había condenado. Pero la pena de Drew, sentenciado a cinco años de prisión, no acababa ahí. Todo el mundo le había vuelto la espalda en el pueblo, y su familia había cerrado la granja familiar, el aserradero y todos sus intereses en la madera, y había abandonado Henderson. Sólo Abby había permanecido fiel a Drew.

Abby había vuelto a Henderson hacía tres meses, cuando soltaron a Drew. Decidido a enmendar sus errores, Drew había vuelto a abrir el aserradero familiar. Y Abby se había unido a su causa. Los dos habían invertido su tiempo y su dinero en el esfuerzo. Y, por eso mismo, a Abby no le había gustado que Jack Slade, un ex presidiario, apareciera por allí para pedir trabajo. Jack formaba parte del pasado de Drew, y era una amenaza para su futuro.

Pero no sólo por eso lamentaba Abby la presencia de Jack en Henderson. Abby inclinó la cabeza y suspiró, admitiendo en silencio que tenía otras razones más personales.

Según Drew, Jack Slade era inocente, había sido encarcelado por un delito que no había cometido. Quizá eso fuera cierto, pero su forma de mirarla no tenía nada de inocente.