Esposa olvidada - Brenda Jackson - E-Book

Esposa olvidada E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

¿Podría mantenerla a salvo y convencerla para que le diera una segunda oportunidad? Tras una separación forzosa de cinco años, Brisbane Westmoreland estaba dispuesto a recuperar a su esposa, Crystal Newsome. Lo que no se esperaba era encontrarse con que una organización mafiosa estaba intentando secuestrarla. Crystal, una brillante y hermosa científica, no podía perdonarle a Bane que se casara con ella para después desaparecer de su vida, pero estaba en peligro y necesitaba su protección.

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Seitenzahl: 171

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Brenda Streater Jackson

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Esposa olvidada, n.º 2094 - octubre 2016

Título original: Bane

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8977-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Epílogo

Prólogo

Brisbane Westmoreland llamó con los nudillos a la puerta del estudio de su hermano Dillon.

La ventana se asomaba al lago Gemma, la principal masa de agua en esa zona rural de Dénver a la que los lugareños llamaban Westmoreland Country. Para él era su hogar. Ya no estaba en Afganistán, ni en Irak, ni en Siria, y no tenía que preocuparse por las trampas, los enemigos ocultos tras los árboles o los matorrales, ni de explosivos a punto de explotar.

La cena de Acción de Gracias había terminado hacía horas y, siguiendo la tradición familiar, todos habían salido a jugar un partido de voleibol en la nieve. Luego habían vuelto dentro, y las mujeres se habían sentado en el salón a ver una película con los niños, mientras los hombres jugaban a las cartas en el comedor.

–¿Querías verme, Dil?

–Sí, pasa.

Bane cerró la puerta tras de sí y se quedó de pie frente al escritorio de su hermano, que estaba escrutándolo en silencio. Se imaginaba lo que estaría pensando: que ya no era el chico que andaba siempre metiéndose en líos, el chico que cinco años atrás había dejado Westmoreland Country para hacer algo con su vida.

Ahora era un militar, un SEAL de la Armada de los Estados Unidos, y desde su graduación había aprendido mucho y había visto mucho mundo.

–Quería saber cómo estás.

Bane inspiró profundamente. Querría poder contestar con sinceridad. En circunstancias normales le habría dicho que estaba en plena forma, pero la realidad era otra. En la última operación encubierta de su equipo una bala enemiga había estado a punto de mandarlo al otro barrio, y había pasado casi dos meses en el hospital. Pero no podía contárselo. Le había explicado a su familia que todo lo relativo a las operaciones en las que tomaba parte era información clasificada, ligada a la seguridad de Estado.

–Bien, aunque la última misión me dejó un poco tocado. Perdimos a un miembro de nuestro equipo que también era un buen amigo, Laramie Cooper.

–Vaya, lo siento –murmuró Dillon.

–Sí, era un buen tipo. Estuvo conmigo en la academia militar –añadió Bane.

Sabía que su hermano no le haría ninguna pregunta.

Dillon se quedó callado un momento.

–¿Por eso estás tomándote tres meses de permiso?, ¿por la muerte de tu amigo? –inquirió.

Bane acercó una silla y se sentó frente a su hermano. Después de que sus padres, su tío y su tía perdieran la vida en un accidente de avión, veinte años atrás, Dillon, el mayor del clan, había adoptado el papel de guardián de sus seis hermanos –Micah, Jason, Riley, Stern, Canyon y él– y de sus ocho primos –Ramsey, Zane, Derringer, Megan, Gemma, los gemelos Adrian y Aidan, y Bailey. Y no solo había conseguido mantenerlos unidos y se había asegurado de que todos hicieran algo de provecho con sus vidas, sino que además había logrado que la Blue Ridge Land Management Corporation, el negocio que habían fundado su padre y su tío, entrase en el ranking de las quinientas empresas más importantes de los Estados Unidos.

Como era el mayor, había heredado la casa de sus padres junto con las ciento veinte hectáreas que la rodeaban. Todos los demás habían recibido en propiedad, al cumplir los veinticinco, cuarenta hectáreas cada uno. Eran unas tierras muy hermosas que abarcaban zonas de montaña, valles, lagos, ríos y arroyos.

–No, esa no es la razón –contestó Bane–; todo mi equipo está de permiso porque nuestra última misión fue un auténtico infierno. Pero yo he decidido aprovechar estos meses para ir en busca de Crystal –hizo una pausa antes de añadir en un tono sombrío–; la muerte de Coop me ha hecho ver lo frágil que es nuestra existencia. Hoy estamos aquí y mañana puede que ya no.

Dillon se levantó y rodeó la mesa. Se sentó en el borde, delante de él, y se quedó mirándolo con los brazos cruzados. Bane se preguntó qué estaría pensando. Crystal era la razón por la que sus hermanos y sus primos habían apoyado su decisión de alistarse en la Armada. En su adolescencia habían tenido una relación tan obsesiva que habían traído de cabeza a sus familias.

–Como te dije cuando viniste a casa por la boda de Jason, los Newsome no dejaron una dirección de contacto cuando se mudaron –le dijo su hermano–. Y creo que es evidente que querían poner la mayor distancia posible entre Crystal y tú –se quedó callado un momento antes de continuar–. Después de que me preguntaras por ellos contraté a un detective para averiguar su paradero y… bueno, no sé si lo sabes, pero Carl Newsome falleció.

Él nunca le había resultado simpático al señor Newsome, y no habían estado de acuerdo en muchas cosas, pero era el padre de Crystal y ella lo había querido.

–No, no lo sabía –respondió Bane, sacudiendo la cabeza.

–Llamé a la señora Newsome y me dijo que había muerto de cáncer de pulmón. Después de darle el pésame le pregunté por Crystal. Me dijo que estaba bien y que estaba centrada en terminar su carrera. ¡Bioquímica nada menos!

–No me sorprende. Crystal siempre fue muy lista. No sé si te acuerdas, pero iba dos cursos por delante del que le correspondía y podría haber terminado el instituto a los dieciséis.

–Entonces, ¿no has vuelto a verla ni a saber de ella desde que su padre la envió a vivir con su tía?

–No. Tenías razón en que no podía ofrecerle nada; era un cabeza hueca que solo sabía meterse en líos. Crystal se merecía algo mejor, y por eso decidí que tenía que convertirme en un hombre de provecho antes de volver a presentarme ante ella.

Dillon se quedó mirándolo un buen rato en silencio, como si estuviese sopesando si debía o no decirle algo.

–No quiero herirte ni enfadarte, Bane, pero hay una cosa en la que no sé si te has parado a pensar. Quieres ir en busca de Crystal, pero no sabes cómo se siente ahora con respecto a ti. Erais muy jóvenes, y a veces la gente cambia. Aunque tú aún la quieras, puede que ella haya pasado página y rehecho su vida sin ti. Has estado cinco años fuera. ¿Se te ha pasado siquiera por la cabeza que podría estar saliendo con alguien?

Bane se echó hacia atrás en su asiento.

–No, no lo creo. Lo que había entre nosotros era especial; los lazos que nos unen no pueden romperse.

–Hasta podría haberse casado –insistió Dillon.

Bane sacudió la cabeza.

–Crystal no se casaría con ningún otro.

Dillon enarcó una ceja.

–¿Y cómo estás tan seguro de eso?

Bane le sostuvo la mirada y respondió:

–Porque ya está casada; conmigo.

Dillon se incorporó como un resorte.

–¿Que estáis casados? Pero… ¿cómo? ¿Cuándo?

–Cuando nos fugamos juntos.

–Pero si no llegasteis a Las Vegas…

–Ni era nuestra intención –respondió Bane–. Os hicimos creer que nos dirigíamos allí para despistaros. Nos casamos en Utah.

–¿En Utah? ¿Cómo? Para casarte allí sin consentimiento paterno tienes que tener los dieciocho, y Crystal no tenía más que diecisiete.

Bane sacudió la cabeza.

–Tenía diecisiete el día que nos fugamos, pero cumplía los dieciocho al día siguiente.

Dillon se quedó mirándolo con incredulidad.

–¿Y por qué no nos dijisteis que os habíais casado? ¿Por qué dejaste que su padre la mandara a vivir con su tía?

–Porque aunque fuera mi esposa podrían haberme acusado por secuestro. Ya violé la orden de alejamiento del juez Foster cuando entré en la propiedad de sus padres y, por si no lo recuerdas, estuvo a punto de mandarme un año entero a un correccional. Además, conociendo al señor Newsome, si le hubiera dicho que nos habíamos casado, lo que habría hecho sería pedirle al juez que me internaran allí más de un año. Y luego habría buscado el modo de anular nuestro matrimonio, o de obligar a Crystal a que se divorciara de mí. Los dos acordamos mantenerlo en secreto… aunque eso supusiera que tuviésemos que estar separados durante algún tiempo.

–¿Algún tiempo? Han sido cinco años…

–Bueno, no entraba en mis planes que fuera a ser tanto tiempo. Pensamos que su viejo la tendría vigilada unos meses, hasta que terminara el instituto. No se nos ocurrió que fuera a mandarla a kilómetros de aquí –dijo Bane, sacudiendo la cabeza–. Antes te dije que no había visto a Crystal, pero sí conseguí hablar con ella antes de que se fuera.

Dillon frunció el ceño.

–¿Te pusiste en contacto con ella?

–Solo hablamos una vez; unos meses después de que su padre la mandara con su tía.

–¿Pero cómo? Sus padres se aseguraron de que nadie supiera su paradero.

–Bailey lo averiguó por mí.

Su hermano sacudió la cabeza.

–¿Por qué será que no me sorprende? ¿Y cómo lo consiguió?

–¿Seguro que quieres saberlo?

Dillon se pasó una mano por la cara y resopló.

–¿Es algo que roza la ilegalidad?

Bane se encogió de hombros.

–En cierto modo.

Bailey era una de sus primas, un par de años menor que él, y la benjamina de la familia. En su adolescencia habían sido uña y carne con los gemelos. Los cuatro se habían metido en todo tipo de problemas, y la amistad de Dillon con el sheriff Harper era lo que los había salvado de acabar en la cárcel.

–Y si sabías dónde estaba, ¿por qué no fuiste a reunirte con ella? –le preguntó Dillon.

–No sabía dónde estaba, y le hice prometer a Bailey que no me lo diría –le explicó él–. Solo necesitaba decirle algunas cosas a Crystal, y Bailey lo organizó todo para que pudiéramos hablar por teléfono. Le dije que iba a alistarme en la Armada, le prometí que durante el tiempo que estuviéramos separados le sería fiel, y que volvería a por ella. Esa fue la última vez que hablamos –se quedó callado un instante–. Y había otro motivo por el que tenía que hablar con ella: para asegurarme de que no se había quedado embarazada cuando nos fugamos. Un embarazo habría cambiado las cosas por completo. No me habría alistado, sino que habría ido inmediatamente a reunirme con ella para estar a su lado y criar juntos al bebé.

Dillon asintió.

–¿Y sabes dónde está?

–Bailey perdió contacto con ella hace año y medio, pero la semana pasada yo también contraté a un detective, y hace unas horas recibí una llamada suya. La ha encontrado, y salgo para allá mañana.

–¿Que te vas? ¿Adónde?

–A Texas, a la ciudad de Dallas.

Capítulo Uno

Crystal Newsome miró hacia atrás mientras se dirigía hacia su coche. Acababa de salir del edificio de Industrias Seton, donde trabajaba, y le había parecido oír pasos a sus espaldas. Intentó calmarse, diciéndose que probablemente solo habían sido imaginaciones suyas. Y todo por esa nota anónima mecanografiada que había encontrado en un cajón de su mesa.

Alguien está interesado en la investigación en la que estás trabajando. Te aconsejo que desaparezcas una temporada. Pase lo que pase, no te fíes de nadie.

Después de leerla había mirado a su alrededor, pero sus cuatro compañeros de laboratorio estaban enfrascados en sus proyectos. Se preguntaba quién habría escrito esa nota. Quería quitarle importancia, pensar que solo era una broma, pero después del incidente del día anterior…

Alguien había abierto su taquilla y no a la fuerza, sino usando la combinación. No sabía cómo la habían averiguado, pero quien lo hubiera hecho se había tomado la molestia de intentar dejarlo todo como estaba.

Al llegar a su coche entró a toda prisa y echó el cierre de seguridad. Echó un vistazo a su alrededor y salió del aparcamiento. Cuando tuvo que pararse al llegar a un semáforo cerrado, sacó la nota del bolso y volvió a leerla. ¿Que desapareciera una temporada? Aunque quisiera, no podía ausentarse de su trabajo. Estaba haciendo el doctorado y había sido escogida, junto a otros cuatro estudiantes, para participar en un programa de investigación en Industrias Seton.

Y respecto a lo de que había personas interesadas en su investigación, era algo que ya sabía. El mes anterior habían hablado con ella dos funcionarios del Gobierno que querían que continuara su investigación bajo la protección del Departamento de Seguridad Nacional. Le habían hecho hincapié en las graves consecuencias que podría tener el que los datos de su investigación cayesen en las manos equivocadas, en las manos de alguien con intenciones delictivas.

Les había asegurado que, a pesar de los avances que había documentado en su investigación, el proyecto en sí aún seguía siendo poco más que un concepto teórico, pero ellos le habían insistido en que estaría mejor bajo la tutela del Gobierno y le habían dicho que, si aceptaba, la pondrían a trabajar en colaboración con otros dos químicos que estaban llevando a cabo una investigación similar.

Aunque la propuesta era tentadora, había terminado rechazándola. Al fin y al cabo en primavera terminaría el doctorado, y ya había recibido varias ofertas de trabajo.

En ese momento, sin embargo, estaba empezando a preguntarse si no debería haberse tomado en serio la advertencia de aquellos dos hombres. ¿Podría ser que de verdad hubiera alguien detrás de los descubrimientos que había registrado en sus notas?

Miró por el retrovisor y el corazón le dio un vuelco. Un coche azul en el que se había fijado unos cuantos semáforos antes seguía detrás de ella. ¿Se estaría volviendo paranoica?

Al cabo de un rato supo que no, que no se estaba imaginando nada. Aquel coche azul aún iba detrás de ella, aunque a una distancia discreta. No podía irse a casa; la seguiría. ¿Dónde podía ir? ¿A quién podía llamar? No tenía una relación estrecha con sus compañeros de laboratorio, aunque eran estudiantes como ella.

De hecho, había uno de ellos, Darnell Enfield, con el que procuraba mantener las distancias a toda costa. Desde un principio había intentado flirtear con ella y a pesar de que le había dejado bien claro que no quería nada con él, no se había dado por vencido, y había tenido que amenazarlo con presentar una queja al director del programa. Enfadado, Darnell la había acusado de ser una estirada, y le había deseado que pasase el resto de su vida triste y sola.

Lo que ignoraba era que su vida ya era así. Muchos días tenía que hacer un esfuerzo para no pensar en lo sola que se había sentido durante los últimos cinco años. Claro que esa sensación de soledad le venía de mucho más atrás.

Hija única de unos padres mayores y sobreprotectores, se había educado en casa en vez de ir al colegio, y apenas había salido salvo para ir con ellos a la iglesia o al supermercado. Durante años ni siquiera le habían permitido salir a jugar fuera. Una de las hijas de sus vecinos había intentado trabar amistad con ella, pero lo más que podía hacer era hablar con la otra niña por la ventana de su dormitorio.

Solo la matricularon en el colegio cuando el pastor de su parroquia los convenció de que así mejorarían sus habilidades sociales. Para entonces ya había cumplido los quince años y estaba ávida de amigos, pero descubrió lo cruel que podían ser a veces los demás. Las chicas de su clase la habían tratado con desdén y los chicos se habían burlado de ella, llamándola «sabelotodo», porque iba más avanzada que ellos en sus estudios.

Se había sentido muy desgraciada hasta que había conocido a Bane, con quien se había casado en secreto al cumplir los dieciocho… y al que no había vuelto a ver desde entonces.

En su adolescencia Bane había sido su mejor amigo, alguien con quien podía hablar y que la comprendía mejor que nadie. Sus padres siempre lo habían mirado con recelo porque tenía cuatro años más que ella y habían intentado alejarla de él, pero cuanto más empeño habían puesto en ello, más los había desafiado ella.

Y luego estaba el problema añadido de que Bane era un Westmoreland. Años atrás sus bisabuelos y los de Bane habían roto su amistad por una disputa sobre los límites de su propiedad, y su padre se había negado a enterrar el hacha de guerra.

Al tener que detenerse en otro semáforo, Crystal aprovechó para sacar de su monedero la tarjeta de negocios que le habían dejado los dos funcionarios. Le habían dicho que se pusiera en contacto con ellos si cambiaba de idea con respecto a su propuesta o si advertía algo raro.

«¿Debería hacerlo?», se preguntó. Pero luego recordó lo que decía la nota: «Pase lo que pase, no te fíes de nadie». ¿Qué debería hacer? ¿Dónde podía ir?

Tras la muerte de su padre, su madre se había hecho misionera y se había ido a Haití. Podría ir a Orangeburg, en Carolina del Sur, donde vivía su tía Rachel, pero ya era muy anciana, y lo último que quería era darle problemas.

Bueno, también había otro sitio donde podía ocultarse: en Dénver, en el que había sido su hogar durante su infancia. Tras organizar los papeles de su padre, su madre y ella habían descubierto que no había vendido la propiedad después de que se mudaran a Connecticut. Y lo que le había chocado aún más era que se lo había dejado a ella en su testamento.

Crystal se mordió el labio. Volver allí supondría enfrentarse a los recuerdos que había dejado atrás. Además, ¿y si Bane estaba allí? ¿Y si había vuelto y estaba con otra mujer, a pesar de las promesas que le había hecho?

No quería creer eso. El Bane Westmoreland del que se había enamorado le había prometido que respetaría sus votos matrimoniales, y estaba segura de que antes de casarse con otra mujer al menos la buscaría para pedirle el divorcio.

Pensó en la otra promesa que le había hecho, y se preguntó si era la persona más tonta sobre la faz de la Tierra por haberle creído. Le había prometido que volvería a por ella. Pero ya habían pasado cinco años y ella aún seguía esperando. ¿Estaba malgastando su vida? Podían haber pasado muchas cosas desde que le hizo esa promesa.

Ante la ley era una mujer casada, pero lo único que le quedaba de ese matrimonio era un apellido que nunca usaba y promesas incumplidas. La última vez que habían hablado fue después de que su padre la mandara a vivir con su tía, cuando él la llamó para decirle que iba a alistarse en la Armada.

Metió la mano en su blusa y extrajo el colgante de plata con forma de corazón que Bane, como no tenía dinero para comprarle un anillo, le había dado el día de su boda. Cuando se lo puso, le dijo que había sido de su madre, que quería que lo tuviera y que lo llevase siempre, como un recordatorio de su amor hasta que volviese a por ella.

A Crystal se le hizo un nudo en la garganta. Si tanto la quería, ¿por qué no había cumplido su promesa?, ¿por qué no había vuelto a por ella?

Su madre había mencionado que Dillon, el mayor de los hermanos de Bane, la había llamado al enterarse de la muerte de su padre. La conversación había sido breve, pero Dillon le había preguntado por ella, y lo único que le había dicho de Bane era que seguía en la Armada.