Esposa por encargo - Un baile de máscaras - Susannah Erwin - E-Book

Esposa por encargo - Un baile de máscaras E-Book

Susannah Erwin

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 514 Esposa por encargo Susannah Erwin Contrató a una profesional para que le buscara una esposa, pero no podía ser la mujer a la que deseaba. Para salvar su negocio, Luke Dallas necesitaba casarse. Y contrató a Danica Novak para buscarle a la mujer adecuada. ¿Cuál era el problema? La hermosa y cautivadora Danica les estaba desviando de su objetivo, porque los dos sentían una atracción mutua, pero Danica se negaba a renunciar a cualquier relación que no implicara amor. Un baile de máscaras Susannah Erwin Un beso a medianoche con su némesis había sido solo el principio… Nelle Lassen no podía creer que hubiese caído en los brazos del infame Grayson Monk, ¡y que le hubiese gustado! Al quitarse las máscaras había resultado evidente que a él no le importaba nada la amarga historia que habían compartido sus familias en el pasado. Y cuando le había ofrecido a Nelle darle un empujón a su carrera, ella había aceptado a pesar de las dudas. ¿Querría utilizarla como novia por interés? ¡Eso era indignante… pero muy tentador!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 514 - abril 2023

 

© 2019 Susannah Erwin

Esposa por encargo

Título original: Wanted: Billionaire’s Wife

 

© 2020 Susannah Erwin

Un baile de máscaras

Título original: Cinderella Unmasked

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2020

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-100-5

Índice

 

Créditos

Esposa por encargo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Un baile de máscaras

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Después del temprano vuelo en el que había cruzado el país, lo que Danica Novak quería era darse una ducha y dormir al menos diez horas. Lo que consiguió fue tener que presentar una reclamación para recuperar el equipaje que le habían perdido, un trayecto en taxi a su oficina de Palo Alto en el que el taxista se había encontrado con todos los semáforos en rojo y otra discusión con los del seguro médico de sus padres respecto a las facturas médicas de su hermano.

Esta era la tercera vez que hablaba con alguien de la sociedad médica desde el aterrizaje del avión y aún no eran las once de la mañana en California.

–¿Que no cubren el tratamiento? –mientras hablaba, rebuscó en el bolso algo con lo que pagar al taxista. La tarjeta de crédito no le servía de nada, como había descubierto al intentar utilizarla para comprar comida en el avión. Su repentino viaje a Rhode Island la había despojado de los últimos ahorros–. ¿Que no pueden reducir los costes?

Danica hizo un esfuerzo por mantener la calma y la voz modulada. Durante la adolescencia, al tener que ayudar a su padre con los papeles para abrir una lavandería, había aprendido que enfadarse con los burócratas no llevaba a ninguna parte.

–Sí, lo comprendo, a usted le han dicho que el tratamiento es reservado y opcional. ¿Podría hablar con el manager, por favor? ¿Oiga? –se quedó mirando el móvil. La llamada se había cortado o la habían colgado.

El taxista tocó el claxon para llamar su atención.

–Señorita, tengo que marcharme. Necesito que me pague.

–Sí, un momento, por favor –Danica dejó el móvil y rebuscó de nuevo en el bolso. El billete de veinte dólares para las urgencias tenía que estar en algún lado…¡Ya! Juntó el billete con los otros que tenía en la mano, pagó al taxista, salió del coche y dio por bienvenidos los rayos de sol de ese lunes por la mañana.

Danica abrió la puerta del edificio de oficinas. Le parecía que había pasado un siglo desde que había salido de allí a toda prisa para ir a casa de sus padres. Aún no se había recuperado de la impresión que le había hecho ver a su hermano Matt, siempre un torbellino de actividad, completamente inmóvil en la cama de un hospital.

Matt, nacido ocho años antes que ella, había sido un bebé sorpresa, la alegría de toda la familia. En el último año de instituto, había atraído la atención de muchas universidades debido a ser una joven promesa en el campo del atletismo. Esas habían sido sus perspectivas hasta dos semanas atrás, cuando un accidente durante un partido de fútbol americano le había dejado con traumatismo craneoencefálico, fractura de fémur y una lesión en la médula espinal.

Ahora, por fin, había salido de peligro y el pronóstico era bueno, se esperaba que se recuperara completamente. Sin embargo, los médicos estaban preocupados porque no estaba respondiendo todo lo bien que se esperaba al tratamiento convencional. Había una terapia experimental que quizá pudiera acelerar la recuperación de Matt, pero no lo sabrían a no ser que encontraran la forma de pagar por la terapia, ya que el seguro médico se negaba a cubrir los gastos.

Danica iba a conseguir el dinero de una forma u otra. Les había dicho a sus padres que ella se encargaría del asunto y lo haría.

Al entrar en el edificio, que compartían cuatro empresas, encontró el vestíbulo vacío, como casi siempre. Cerró los ojos y respiró hondo. Tenía que ponerse a trabajar, la presentación de Rinaldi Executive Search para la empresa Ruby Hawk Technologies iba a tener lugar dentro de dos días y tenía que ser perfecta. La secretaria de Johanna Rinaldi le había prometido ascenderla a consultora de talento si la presentación tenía éxito.

Agarró una copia de la revista Silicon Valley Weekly del mostrador de recepción con la esperanza de ponerse al día de las últimas novedades en el campo de la industria tecnológica mientras recorría el pasillo que la llevaría a las oficinas de Rinaldi. Y como si el universo entero se hubiera puesto de acuerdo en recordarle la importancia de la presentación, la portada de la revista presentaba una foto de Luke Dallas, el director ejecutivo de treinta y tres años fundador de Ruby Hawk Technologies.

Como la mayoría de la gente de Silicon Valley, Danica estaba asombrada del meteórico ascenso de Ruby Hawk Technologies; pero el hombre al frente de esa empresa, Luke Dallas, ejercía sobre ella una extraordinaria fascinación. Un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras contemplaba en la foto los sorprendentes ojos azules del hombre al que vería en persona dentro de dos días.

Un mes atrás, Danica se había enterado de que Ruby Hawk había cancelado el contrato con la agencia especializada en conseguir talento de alto nivel. Sabía que Johanna y Luke habían estudiado juntos dirección de empresas y había utilizado esa información para conseguir una reunión con el fin de convencer a Ruby Hawk de que utilizaran sus servicios. Luke Dallas iba a asistir a la reunión.

No podía ser que ese hombre fuera tan atractivo en persona, pensó Danica con los ojos fijos en la foto. El fotógrafo debía de ser muy bueno, quizá la luz…

Tan ensimismada estaba que apenas evitó chocarse contra el ancho y musculoso pecho de un hombre, a quien lanzó una rápida sonrisa a modo de disculpa y continuó con el artículo que estaba leyendo mientras rebuscaba en el bolso las llaves de la oficina.

Le llevó un segundo darse cuenta de quién era ese hombre. Levantó la cabeza y se le quedó mirando. De repente, se le secó la garganta y se le aceleraron los latidos del corazón.

Luke Dallas estaba delante de la puerta cerrada de Rinaldi Executive Search. En carne y hueso. Un metro noventa y tres de estatura. Cabello oscuro ondulado. Inmaculadamente vestido.

Danica se había equivocado. Ese hombre era mucho más atractivo en persona que en la foto. Irresistible. Se notaba que era un hombre que conseguía lo que quería sin importarle cómo.

Hipnotizada por la fuerza de esa mirada, tembló al ver que la expresión de él se endurecía. La atmósfera se tornó tensa.

 

 

Aquel debería haber sido un día triunfal. Sin embargo, le dolía la mandíbula de tanto apretar los dientes. Era una nueva sensación. Jamás perdía el control, al margen de la situación.

Pero aquella mañana, durante un encuentro informal antes de firmar los papeles de la venta de su empresa, se había visto en medio de una emboscada preparada por Irene Stavros y su padre, Nestor.

Al salir de la reunión, tras el ultimátum de Nestor, había ido directamente a la empresa de Johanna Rinaldi, la única persona que podría sacarle de la trampa que Nestor le había tendido tan hábilmente.

¿Dónde demonios se había metido Johanna? La oficina estaba cerrada y nadie contestaba al teléfono. A punto de perder la paciencia se había topado con aquella mujer que le miraba con ojos desmesuradamente abiertos. Unos ojos bonitos, verdes y grandes. Un hombre podría hundirse en las profundidades de esos ojos.

Entonces, ella parpadeó y él volvió a sumirse en una furia contenida.

–¿Puedo ayudarle en algo? –preguntó él; en parte, para disimular haberse quedado mirando a esa desconocida, al margen de lo atractiva que pudiera ser; por otra parte, porque no era Johanna y, en esos momentos, era la única persona a quien quería ver.

–Usted es Luke Dallas. Pero la entrevista que tenemos con usted no es hoy, sino el miércoles.

–¿Trabaja en la empresa de Johanna?

–Sí. Sí, trabajo para Johanna. Soy Danica Novak.

Luke estrechó la mano que ella le había tendido y la vio sonrojarse.

–Al parecer, sabe quien soy.

–Sí, claro –la mujer agitó la revista que llevaba en la mano izquierda–. Aquí está su fotografía.

Ella le sonrió y esos ojos que le habían parecido preciosos antes se le antojaron deslumbrantes. Después, se fijó en el encabezamiento de la portada de la revista.

–¿Le importa que vea eso? –preguntó él, y ella le dio la revista.

Luke leyó el artículo. El periodista que lo había escrito, Cinco Jackson, se había enterado de que él estaba en tratos con Stavros Group, a pesar de lo mucho que se había esforzado por mantenerlo en secreto. El artículo hablaba de los rumores que corrían acerca de la adquisición de su empresa como algo inminente.

Iba a resultarle imposible entrar en el edificio de Ruby Hawks sin que sus empleados le hicieran preguntas sobre la venta de la empresa y lo que eso iba a suponer para ellos.

Gracias a su familia y a unas acertadas inversiones que había hecho, Luke no habría necesitado trabajar para llevar una vida extremadamente cómoda. Pero eso era porque sus padres tenían dinero. Él no se lo había ganado.

Se negaba a hacer lo que sus hermanastros hacían, vivir de sus herencias. Él quería construir algo, como había hecho su abuelo. Y quería que durara, al contrario que el legado de su bisabuelo. Los grandes almacenes Draper y Dallas hacía mucho que habían desaparecido; por el contrario, las innovaciones de Ruby Hawk en biorretroalimentanción y tecnología neuronal podrían mejorar la vida de muchas personas durante generaciones.

Estrujó la revista que tenía en la mano. Él era el dueño de Ruby Hawk. Había creado la empresa y había invertido su propio dinero en ella. Ahora, necesitaba más capital para que la empresa siguiera desarrollándose, para demostrar a toda esa gente que le acusaba de ser un aficionado ricachón que tenía lo que se necesitaba para ser un visionario de una tecnología.

Había sopesado diversas opciones para conseguir capital, pero ninguna le había ofrecido lo que quería: financiación, control e independencia en el negocio. Entonces, había aparecido Irene Stavros y le había sugerido que hablara con su padre. Un mes atrás, había recibido una oferta de Nestor.

En principio, la oferta había sido perfecta. Stavros Group compraría Ruby Hawk e invertiría el dinero necesario para que la empresa pudiera expandirse al tiempo que permitiría que Ruby Hawk continuara operando con toda independencia. La junta directiva, con Luke a la cabeza, seguiría siendo la misma y podría tomar decisiones sin interferencias de Stavros Group. Anticipando la firma del contrato, Luke había comprado nuevos aparatos tecnológicos muy caros. Pero al reunirse con Nestor para firmar los papeles, había descubierto la trampa que este le había tendido. A menos que aceptara las condiciones de Nestor, no podría seguir pagando a sus empleados pasados seis meses.

Y ahora aquel artículo. Gracias a revelar los términos del contrato, sus empleados esperarían que sus participaciones en la empresa valieran millones una vez concluida la transacción.

Tenía que conseguir que se firmara el contrato.

–¿Dónde está su jefa? Llevo aquí media hora y no ha aparecido nadie. ¿Qué clase de empresa es esta? –Luke devolvió la revista a esa mujer.

–Una empresa muy profesional. Debe haber una explicación.

Luke arqueó las cejas y se miró el reloj.

–Yo acabo de llegar del aeropuerto. Johanna debe estar en alguna reunión fuera de la oficina. Aunque eso no explica por qué Britt no responde al teléfono… –murmuró ella entre dientes–. Espere aquí un momento, voy a ver si están las luces encendidas.

La mujer abrió la puerta y después la cerró tras de sí. Luke oyó una exclamación seguida de un golpe. Justo en el momento en que iba a entrar para ver lo que pasaba, ella salió, cerrando la puerta de nuevo.

La mujer tenía el rostro blanco como la cera .

–Verá…creo que será mejor que espere en la cafetería de al lado. Tienen un café muy bueno y…

–No. ¿Qué es lo que pasa? ¿Hay alguien herido?

Ella negó con la cabeza.

–Voy a entrar –con cuidado, apartó la temblorosa mano de esa mujer del pomo de la puerta.

–No, por favor, no…

Ignorando las protestas de ella, Luke abrió y entró. Sorprendentemente, encontró la oficina vacía. No había empleados, ni siquiera escritorios, solo una silla rota y estanterías metálicas vacías.

–He pensado que quizás nos hubieran robado, pero… –Danica, a sus espaldas, no acabó la frase.

Luke sacudió la cabeza.

–No, esto lo ha hecho una empresa de mudanzas.

A Luke se le hizo un nudo en el estómago. Johanna había desaparecido. ¿Cómo podía irle tan mal ese día?

–Yo he estado ausente dos semanas –dijo Danica con voz débil–. Dos semanas solamente.

Ella, como una zombi, entró en un despacho. A su paso, dejó caer el bolso y el contenido se desparramó por el suelo. Antes de que a él le diera tiempo a apartar los diferentes objetos, ella se tropezó.

Luke, rápidamente, la agarró por los hombros y evitó que cayera. Tan cerca de ella, notó que su cabello mostraba un sinfín de diferentes tonos dorados que iban del castaño claro a un rubio casi blanco. Unas pecas salpicaban la pálida piel de esa mujer por encima de una nariz respingona. Olía a vainilla y a canela. Tenía unos labios suaves, sensuales y, durante unos segundos, estuvo tentado de probarlos.

Entonces, la realidad le golpeó con fuerza.

El plan que había ideado para salvar Ruby Hawk había desaparecido con los muebles de las oficinas de la empresa Rinaldi.

 

 

–Gracias por agarrarme –dijo Danica.

–Respire hondo –le aconsejó él–. Vamos, respire.

Danica le obedeció, permitiéndose apoyarse en él, deleitándose en el sentido de confianza y seguridad que los brazos de ese hombre le proporcionaba.

Pero entonces, bruscamente, Luke Dallas la soltó.

–Lo siento, pero tengo que marcharme inmediatamente.

«Piensa, Danica. Piensa con rapidez». Sabía que si ese hombre se marchaba de allí ella perdería una oportunidad de oro profesionalmente, y toda esperanza de conseguir el ascenso que le habían prometido.

Tenía que encontrar a su jefa. Seguro que había una explicación para lo que había pasado.

–Johanna ha debido trasladar la oficina durante mi ausencia. Era difícil comunicarse conmigo donde yo estaba –lo que era cierto. En el hospital donde estaba Matt los teléfonos móviles no estaban permitidos–. Deje que la llame.

Danica agarró el bolso y metió en él los objetos desparramados por el suelo. Pero… ¿dónde estaba su teléfono móvil? Lo había tenido en la mano durante el trayecto en taxi…

Ahí se lo había dejado, encima del asiento, mientras buscaba el dinero para pagar el trayecto.

–¿Ocurre alguna otra cosa? –preguntó él mirándola duramente.

–No, nada. Me he olvidado de algo, eso es todo –respondió Danica como si no pasara nada. Pero no logró engañar a ese hombre.

–A mí me parece que es todo lo contrario. Aquí ocurren muchas cosas, empezando por esta oficina vacía –declaró Luke Dallas cruzando los brazos.

–Deme quince minutos para averiguar qué pasa. ¿De acuerdo?

Él asintió y Danica se dirigió al cubículo en el que había trabajado hasta ese momento, donde él no podía verla. Pero, al instante, se le encogió el corazón. En su espacio privado de trabajo solo había una caja con unos cuantos objetos personales; entre ellos, un cómic de acción que su hermano le había regalado cuando ella se mudó a California.

Pegada a un lateral de la caja había un sobre color crema con las iniciales de Johanna. Abrió el sobre, sacó una nota y leyó:

 

Hola, Danica.

No quería molestarte mientras estabas con tu familia. La cuestión es que el Grupo Stavros me ha ofrecido una gran oportunidad. ¡Me han dejado al frente de la operación de caza de talentos en Asia y la zona del Pacífico! Tendré la oficina en Sydney y viajaré por todo el mundo. Me necesitaban inmediatamente, por eso no podía esperar a que volvieras.

¡Britt ya tiene otro trabajo! Ah, por cierto, si no te importa, recuérdale a Britt que envíe los teléfonos al servicio de mensajería telefónica.

Te llamaré cuando esté más tranquila y disponga de tiempo. Ahí tienes tu última paga y el número de teléfono del abogado a cargo de la disolución de la empresa, por si necesitas ponerte en contacto con él para algo.

¡Ciao!

 

Johanna

 

Danica sacó del sobre el papel con la nómina y un extra de dos semanas por despido. Dos semanas. ¿Eso era todo lo que Johanna creía que se merecía? ¿Después de tres años de absoluta entrega, de ayudar a sacar a flote esa empresa y de no tomarse ni un solo día de vacaciones durante esos tres años? El viaje del que acababa de regresar, una emergencia, había sido la única vez que había pasado más de cuarenta y ocho horas sin pasarse por la oficina en esos tres años.

Se sentó en el suelo. Aquello era peor que cuando su novio la dejó. Al menos, entonces había tenido trabajo y había podido ayudar a su familia económicamente. Pero ahora… Ahora ni siquiera tenía un coche viejo. Le había pedido a su compañera de piso, Mai, que lo vendiera para poder pagar el alquiler y los gastos de la casa, ya que se había gastado los pocos ahorros que tenía en el billete de avión. Tampoco podía pedirle a Mai que pagara por ella, la situación económica de Mai era casi tan precaria como la suya.

Danica siempre había visto el lado bueno de las cosas. Hasta ese momento. Lo veía todo muy negro.

 

* * *

 

Luke observó a Danica mientras esta se dirigía a su cubículo con la cola de caballo moviéndose de un lado a otro y aire totalmente despreocupado. No pudo evitar fijarse en los movimientos de otras partes de la anatomía de ella. Una pena que estuviera mintiendo respecto a Johanna. Él había intentado ponerse en contacto con ella sin conseguirlo.

Lo que tenía que hacer era regresar a su oficina y pensar en cómo salir de aquel atolladero.

De repente, oyó lo que le pareció un sollozo ahogado. Sacudió la cabeza. No iba a dejarse engañar por unas lágrimas de cocodrilo. Agarró el pomo de la puerta.

Un segundo sollozo resonó en la estancia vacía. Seguido de un tercero.

Luke se dio la vuelta y se dirigió al cubículo.

La encontró con los ojos enrojecidos rompiendo un papel en trocitos pequeños.

–Johanna se ha ido a vivir a Sydney –declaró ella con una triste sonrisa.

–¿Tiene su teléfono?

Ella sacudió la cabeza.

–Me ha dejado una nota, escrita en papel. Se la enseñaría, pero la he roto en pequeños pedazos. Supongo que habrá que cancelar la reunión del miércoles.

–Sí –respondió Luke sintiendo algo parecido a un gran pesar, pero lo descartó–. En fin, tengo que irme ya. Buena suerte.

Luke le ofreció la mano y ella se la estrechó. La mano de esa mujer parecía estar hecha a su medida.

Luke se aclaró la garganta.

–Si Johanna se pusiera en contacto con usted, dígale que necesito…

Luke se interrumpió al ver un trozo de papel cerca de uno de sus zapatos. Leyó «Stavr…», en cursiva.

–¿Por qué ha ido Johanna a Sydney?

Danica se encogió de hombros.

–En la nota que me ha dejado dice que ha encontrado el trabajo de sus sueños –Danica dio una patada a los trozos de papel que había en el suelo.

–¿En qué empresa? –preguntó Luke mientras se le contraían los músculos del vientre.

–El Grupo Stavros. ¿Por qué?

El golpe fue muy duro. Ahora comprendía hasta qué punto Nestor e Irene le tenían acorralado. ¿A qué otras personas de su círculo habían logrado atraer? Estaba seguro de que si llamaba a Gwen, la última mujer con la que había tenido relaciones, la encontraría rodando alguna película producida por el Grupo Stavros fuera del país.

–¿Cómo es posible que no lo haya visto venir? –se preguntó Luke apretando los dientes.

Danica dejó de romper el papel y le miró a los ojos.

–¿Qué tiene que ver con usted el nuevo trabajo de Johanna?

Luke sacudió la cabeza mientras tragaba bilis. Nestor e Irene iban muy por delante de él, siempre había sido así. Habían colocado a Johanna fuera de juego, conscientes de que sería la persona a la que él recurriría inmediatamente. Irene, Johanna y él habían estudiado juntos. Irene conocía su círculo de amigos.

–Tengo que volver a mi oficina –dijo él saliendo del cubículo.

–No, ni hablar. No se va a marchar hasta que no me diga qué es lo que pasa.

–No tengo tiempo para tonterías…

–Esto no es una tontería. Se trata de mi vida –a Danica se le quebró la voz, pero tomó aire, recuperándose–. Hasta hoy, tenía un trabajo que me encantaba, reclutando talentos. Y se me da muy bien. Puede que, oficialmente, fuera ayudante, pero me iban a ascender ahora. Sin embargo…¡Todo se ha esfumado, así, sin más! Y, al parecer, usted sabe algo del motivo por el que me he quedado sin trabajo. Creo que me debe una explicación.

Luke no podía decirle la verdad… Fue entonces cuando asimiló lo que Danica acababa de decirle, que su especialidad era reclutar talentos.

–¿Ha dicho que su especialidad es reclutar a gente?

–Soy la mejor –respondió ella sin vacilar–. ¿Por qué lo pregunta?

–Porque necesito una esposa. ¡Ya mismo! Y usted me va a conseguir una.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–¿Que necesita una esposa? –preguntó Danica con incredulidad–. ¿Y quiere que yo se la consiga?

No tenía sentido. No era posible que Luke Dallas tuviera problemas para encontrar a una mujer que quisiera casarse con él, de todos era conocido el efecto que tenía en las mujeres.

De repente, se dio cuenta del motivo de su visita.

–¿A eso había venido, a pedirle a Johanna que le buscara alguien con quien casarse?

–¿Quiere el trabajo o no?

Danica trató de organizar las ideas que le rondaban por la cabeza en algo coherente.

–Yo jamás he buscado esposas. Si me pidiera que le buscara un especialista en economía financiera, por supuesto que sí. Pero ¿una pareja? ¿Alguien con quien pasar el resto de su vida? Para eso no me necesita, eso debe hacerlo usted mismo.

–¿Qué diferencia hay entre una cosa y otra? –replicó él–. Le daré una lista con lo que necesito. Usted busque candidatas que cumplan con los requisitos de la lista.

–Pero… una esposa no es una empleada. ¿Qué hay de la compatibilidad? ¿Qué me dice de los objetivos en la vida?

–Cuando contrato a alguien, ese alguien tiene que encajar en la cultura de la empresa, sus objetivos respecto a la empresa tienen que ser los mismos que los míos –declaró él como si estuviera pidiendo que le encontraran un coche a medida en vez de tratarse de una relación con un ser humano.

–La diferencia es que usted puede despedir a un empleado. ¡Pero no podrá despedir a su esposa!

–¿Qué cree que es el divorcio? Mire, yo contrato a los mejores especialistas en su campo, pero no paso el tiempo recorriendo el mundo en su búsqueda. Para eso contrato a alguien –Luke se inclinó hacia la puerta, su hombro a escasos centímetros del de ella, que descansaba en la lisa superficie de madera.

A Danica se le aceleró el pulso. Debía ser por el ridículo requerimiento de él. No podía deberse a cómo la miraba.

–Me encantaría reclutar a especialistas para usted, pero…

–Lo que le he pedido es lo mismo. No dispongo de tiempo para buscar a una mujer con la que casarme que cumpla ciertos requisitos. Le estoy proponiendo contratarla para que lo haga usted. Es así de sencillo.

–No, no es tan…

–La candidata elegida tendrá que firmar un contrato prematrimonial con el fin de que, de ser necesario, yo pueda «despedirla» sin mayores consecuencias. Será simplemente un contrato de trabajo, igual que el suyo. Perfectamente razonable –con la mirada, la desafió a que le llevara la contraria.

Luke Dallas hablaba como si el matrimonio pudiera reducirse a un código binario.

–La candidata elegida será debidamente recompensada. Igual que usted. Supongo que trescientos mil dólares le resultarán satisfactorios.

–Eso no responde a mi… ¿Qué ha dicho? ¿Trescientos mil dólares?

Danica casi se desmayó al verle asentir. Y, en esta ocasión, no fue por la proximidad del cuerpo de él.

¡Trescientos mil dólares! Ese dinero le permitiría pagar el dinero que todavía debían de la operación de Matt y, además, el tratamiento experimental. Sus padres ya no tendrían de qué preocuparse. Ella podría pagar sin problemas el alquiler y no acabar viviendo debajo de un puente.

Le sobraría dinero suficiente para montar su propia empresa. Jamás la volverían a despedir.

Era demasiado hermoso para ser verdad. En su experiencia, cuando las cosas parecían demasiado buenas, todo acababa en lágrimas.

–¿Por qué no se dirige a especialistas en buscar parejas? Hay muchos…

–Ya se lo he dicho, no tengo tiempo para romanticismos. Esto es una cuestión profesional –él empequeñeció los ojos–. Si solo quisiera conocer a mujeres, le aseguro que no necesitaría contratar sus servicios.

El tono de voz que empleó hizo que le temblaran las piernas. Apoyó la espalda en la pared. No quería que Luke Dallas le gustara. Por supuesto, no podía negar que fuera guapo. Ese hombre utilizaba los ojos, de un intenso azul, como armas. Era intimidante. Arrogante. Y pedía algo imposible.

–Y si consigue encontrarme a una mujer adecuada en el plazo de un mes, recibirá una bonificación de cincuenta mil dólares, además de lo acordado.

–Cincuenta mil dólares… –la habitación comenzó a darle vueltas.

–Respire hondo –dijo él poniéndole una mano en el brazo para sujetarla. Y la piel le ardió ahí donde él la tocó–. Debería hacer ejercicios de respiración.

Era mucho dinero. Dinero que su familia necesitaba.

–Bueno, ¿qué dice? –Luke Dallas se miró el reloj de pulsera–. Le doy tres minutos para que responda.

Técnicamente, encontrar una esposa para ese hombre no le supondría un problema. Sin embargo, su sentido de la ética…

Danica se mordió los labios.

–Si acepto el trabajo, es a condición de no investigar la vida sexual de las posibles candidatas. Eso es cosa suya.

Una sonrisa le transformó el rostro a Luke Dallas. Le hizo parecer más accesible, incluso encantador.

–¿Significa eso que acepta el trabajo?

–Con ciertas condiciones –respondió Danica–. Le proporcionaré tres candidatas, para que usted elija. No obstante, conseguir que alguna de ellas consienta en casarse con usted será cosa suya. Y si ninguna quiere casarse con usted, no será obstáculo para que yo cobre por mi trabajo.

–¿Solo tres?

–Veamos, me está pidiendo que encuentre mujeres que cumplan con ciertos requisitos, que investigue sus vidas, que consiga referencias y, por supuesto, que, en principio, estén interesadas en casarse con usted. Yo creo que conseguir tres candidatas en un mes no es poca cosa –declaró Danica.

–De acuerdo, acepto. ¿Y qué más?

–Necesitaré un despacho, un móvil de la empresa y una cuenta bancaria para cubrir gastos. Ah, y un seguro médico. Desde hoy mismo.

Danica, a base de fuerza de voluntad, le sostuvo la mirada. Ese hombre tenía realmente unos ojos increíbles, azul intenso con motas grises, o… ¿eran grises con motas azules? Fuera como fuese, le recordaban los antiguos mosaicos romanos que había visto en Zagreb, la ciudad natal de sus padres.

Luke Dallas esbozó una sonrisa ladeada.

–Pásese por Ruby Hawk después del almuerzo, para entonces ya tendrá preparado un lugar de trabajo, un teléfono, seguro médico y tarjeta de crédito.

Danica soltó el aire que había contenido en los pulmones.

–Trato hecho.

–No, todavía no. Yo también voy a imponer ciertas condiciones. En primer lugar, esto será confidencial.

Danica empequeñeció los ojos.

–En mi trabajo, la confidencialidad es esencial.

–En segundo lugar, firmará un acuerdo de confidencialidad. No podrá decir nada a la prensa, ni a su familia ni a su novio o marido –Luke alzó las cejas–. Supongo que tendrá novio o marido.

–Jamás hablo con periodistas. Mi trabajo y mi vida privada son dos cosas completamente distintas, las mantengo separadas.

–¿Y el novio o marido?

–Eso no es asunto suyo, pero no tiene de qué preocuparse –sí, ese hombre era muy atractivo, pero también lo había sido su exnovio. Que la había dejado plantada para casarse con una mujer que podría ser la candidata perfecta para Luke Dallas.

Él asintió.

–A la plantilla de Ruby Hawk diremos que es una consultora que está ayudándome en un proyecto de investigación –añadió Luke Dallas–. Y tercero, las candidatas que me busque deberán ser solteras y sin compromiso.

Le sonó el móvil a Luke y, al mirar la pantalla para ver quién llamaba, apareció el rostro de un ejecutivo de Silicon Valley.

–Tengo que contestar esta llamada. La veré en mi oficina a las dos y media –fue una orden.

Antes de que ella pudiera responder, él ya se había marchado.

 

 

Luke no sabía si había cometido el mayor error de su vida o si había tomado una genial decisión. La idea de contratar a Danica Novak para buscarle una esposa con el fin de evitar la trampa que Nestor Stavros le había tendido le había parecido, en el momento, una buena idea. Pero ahora, una semana después, se le antojaba una decisión estúpida. Sobre todo, teniendo en cuenta que el trabajo de la señorita Novak no había producido aún ningún resultado.

Se negaba a creer que se había dejado llevar por la atracción de esos enormes ojos verdes y la voluptuosa boca de esa mujer. Sí, la encontraba atractiva físicamente, pero Danica también era ingeniosa, inteligente y capaz. Lo único que le faltaba era evidencia de ello.

Aparcó el BMW en el espacio reservado para él, con su nombre, y cruzó las puertas de la entrada de Ruby Hawk. Pasó de largo por los ascensores y subió por las escaleras, de dos en dos, hasta el piso en el que se tomaban las decisiones importantes. Ese día iba a ser también problemático. Cinco Jackson había escrito otro artículo sobre la adquisición del Grupo Stavros y, esta vez, había mencionado que el trato podía venirse abajo si no se cumplían ciertas condiciones.

Se encontró con Anjuli Patel al dejar las escaleras. La miró con extrañeza al fijarse en su atuendo. La directora del departamento de finanzas de Ruby Hawk y su brazo derecho, normalmente exhibiendo impecable vestimenta, aquella mañana parecía como si hubiera dejado que sus gemelos de tres años hubieran elegido su ropa.

–Acaba de aparecer otro artículo en la revista Silicon Valley Weekly –dijo Anjuli Patel–. Mi marido me ha envidado un mensaje a las seis de la mañana desde el gimnasio.

–Sí, ya he visto el artículo. Y seguro que lo ha visto todo el mundo –respondió él mientras andaba.

Anjuli le siguió el paso.

–¿Qué hay de cierto en lo que dice el artículo? ¿Va a echarte de la empresa después de que el Grupo Stavros compre esta? ¿O no va a haber trato? –preguntó Anjuli con angustia y curiosidad. Sabía tan bien como él lo necesitados que estaban de capital.

–Ven, vamos a hablar –dijo él encaminándose a su despacho.

Como ocurría en la mayoría de las empresas de tecnología, los empleados de Ruby Hawk trabajaban en espacios abiertos. Nada de puertas ni cubículos, solo escritorios distribuidos de distintas formas. Pero, últimamente, Luke se había instalado en una de las salas de conferencia acristaladas con el fin de tener más privacidad durante las discusiones respecto a la adquisición.

–¿Van a ser malas noticias o buenas noticias? –preguntó ella.

–Estate preparada para cualquier eventualidad –respondió él–. Examina los números en caso de que el Grupo Stavros siga adelante con el acuerdo y también revisa los números en el caso contrario.

–¿Qué hago primero?

–Lo último –dijo él.

–No sabía que estuvieran tan mal las cosas –comentó Anjuli mirando con preocupación a los informáticos sentados delante de sus escritorios.

–Sí, cabe esa posibilidad –respondió él acelerando el paso.

Pero aminoró la marcha al acercarse a la puerta de la sala de conferencias. Los ejecutivos más próximos a él ocupaban el espacio entre el lugar en el que se encontraba y la puerta de la sala de conferencias.

–Ahí está –comentó uno de los ejecutivos.

–¿Es verdad lo que dice la revista?

–¿Qué va a pasar con la adquisición de la empresa por el Grupo Stavros?

Luke vio fugazmente una cola de caballo rubia fuera del grupo. Bien. Necesitaba a Danica… necesitaba los resultados de su trabajo más que nunca.

Luke alzó una mano y pidió silencio.

–No hagáis caso de los rumores. Lo único que tenemos que hacer es ocuparnos de nuestros asuntos y seguir trabajando como siempre. Pero necesito verla ahora mismo –con un movimiento de cabeza, indicó a Danica que se acercara.

–¿Se refiere a mí? –preguntó ella sorprendida.

–Sí, a usted. Anjuli, reúnete conmigo cuando tengas esas cifras que te he pedido. Y el resto, volved a vuestros escritorios. Vamos, todo el mundo a trabajar.

Luke dio un paso hacia delante y condujo a Danica a su despacho.

 

 

Danica no tuvo oportunidad de protestar. El calor de la mano de él en su espalda casi la quemó. Por fin, la puerta de cristal se cerró tras ellos con un clic. Luke le indicó una silla.

–¿Qué es lo que se le ofrece? –preguntó Danica sentándose al borde de la silla. Daba la espalda a la pared de cristal, pero sentía la mirada de al menos media docena de personas.

Luke se sentó frente a ella, al otro lado de la mesa de conferencias. Entonces, él pulsó un botón en un control remoto y unas persianas cubrieron los cristales y les protegieron de múltiples y curiosas miradas.

La luz disminuyó, la atmósfera adquirió un carácter íntimo. Danica era muy consciente de que estaban los dos solos.

–¿Qué es lo que pasa? –preguntó ella en tono suave.

–Nada que no pueda solucionar –respondió Luke.

Danica resistió la tentación de volverse y señalar las persianas en la pared de cristal.

–En ese caso, ¿son imaginaciones mías que la gente ahí fuera está enfadada?

Luke arrugó el ceño.

–No están enfadados.

–De acuerdo, están preocupados. ¿Se debe al artículo sobre el Grupo Stavros? Al parecer, cabe la posibilidad de que no firmen el acuerdo.

–Necesito tu lista con las candidatas.

–Hace unos días te envié una lista preliminar –respondió ella con sorpresa–. Por eso estaba ahí fuera, por si querías decirme qué te había parecido.

Danica sacó de una carpeta un correo electrónico impreso y lo dejó encima de la mesa.

Luke echó un vistazo al papel; después, alzó la cabeza bruscamente.

–Creía que esa lista era de candidatas rechazadas, la borré inmediatamente –Luke echó a un lado el folio–. Han pasado cinco días laborables. Necesito resultados. Ya.

¿Que había borrado la lista, con el trabajo que le había costado? ¿Y ni siquiera se había molestado en enviarle un correo electrónico para decirle que había recibido el suyo?

–¡Sé perfectamente que han pasado cinco días laborables! –respondió ella alzando la voz–. Y, durante esos cinco días, has ignorado mis mensajes, mis llamadas, la petición a hablar contigo y los mensajes por el móvil.

¿Cómo se atrevía ese hombre a responsabilizarla de la situación?

–¡Solo me ha faltado desfilar desnuda delante de esos cristales para conseguir que me prestaras atención! –añadió Danica.

El brillo de los ojos de Luke cambió. A ella se le erizó la piel.

–Respondo cuando tengo algo que decir. Cuando no contesto, significa «no» –Luke esbozó una medio sonrisa–. Aunque a nadie se le ha ocurrido pasearse desnudo.

A Danica de le enrojecieron las mejillas visiblemente.

–Si es así como tratas a tus empleados cuando intentan ponerse en contacto contigo, no me extraña que hablen como si la empresa estuviera a punto de venirse abajo.

–Eso no es verdad –respondió él apretando los labios.

–Aquí, encerrado en esta sala acristalada, estás aislado de lo que pasa ahí fuera –Luke tenía poder y era rico, quizá eso le impidiera ver realmente lo que ocurría a su alrededor–. Me tienes trabajando en una especie de armario porque no quieres que nadie se entere de lo que estoy haciendo aquí, e incluso yo sé que hay problemas con el trato con el Grupo Stavros. Tienes que hablar con sus empleados. Empezando por mí.

Luke le lanzó una mirada gélida.

–De acuerdo, hablemos. Si tienes problemas en cumplir la tarea que te he asignado, quizá debamos considerar la situación.

¿Qué? Danica había dicho a sus padres que iba a pagar el tratamiento de Matt. Se negaba a no cumplir lo prometido.

–Estoy cumpliendo la tarea que se me ha encomendado. Esa lista es el resultado de una investigación impecable. Todas y cada una de las mujeres de la lista cumplen con tus requisitos –Danica respondió con una mirada encendida a la frialdad de la de él–. ¿Por qué la borraste?

Luke se puso en pie.

–Me enviaste una lista que yo ya conocía. Por lo tanto, no me sirve de nada.

Danica también se puso en pie. No iba a dejarse intimidar. Alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos.

–Puede que te resulte difícil de creer, pero no todas tus aventuras amorosas aparecen en Internet. Por eso te envié la lista, para que hicieras algún comentario. Necesito que me des tu opinión.

Danica se inclinó sobre el folio y puso el dedo índice en el papel, indicándolo. Luke arqueó las cejas con expresión desdeñosa, agarró el papel, lo arrugó y lo tiró a la papelera. Después, plantó ambas manos en la mesa y ladeó el torso. Les separaban escasos centímetros.

–Las mujeres de tu lista trabajan en el campo de la tecnología. ¿Crees que sé quién tiene talento en este campo? No necesito que me recuerdes a las personas que conozco o que he podido considerar. Lo que necesito es que encuentres a alguien que no se me haya podido pasar por la cabeza.

Danica lanzó un bufido.

–¿Recuerdas lo que he dicho sobre la comunicación? Esta información me habría resultado muy útil hace una semana.

Luke se acercó más a ella. Olía a frutos cítricos. Le hizo pensar en un tigre acorralando a su presa. La presa creyendo que podría escapar. Pero el tigre estaba disponiéndose a lanzarse sobre la presa y a devorarla.

–Tú eres la profesional en esto, no yo –dijo él controlando la voz–. Pero el sentido común dicta que el profesional debe adelantarse a lo que el cliente necesita.

–Tú…

Danica se interrumpió. Luke tenía razón. Había pasado por algo un requisito básico en su investigación: averiguar qué candidatas habían sido rechazadas previamente. Y sí, también él podría haberle explicado el problema con más tacto. Pero de haberlo hecho, no sería Luke Dallas.

–Tú… En fin, sí, tienes razón. Lo siento. Si quieres que siga con el trabajo, prepararé otra lista.

Danica le miró a los ojos. Había esperado frío desdén, pero vio algo cálido en los ojos azules de ese hombre. Una chispa se encendió en su pecho mientras se sostenían la mirada.

–Solo contrato a gente que sabe hacer su trabajo. Sigues trabajando para mí, pero espero mejores resultados –Luke se apartó y volvió a ocupar su asiento.

Danica se sintió desilusionada.

–Los tendrás. Te lo prometo –Danica se volvió para marcharse.

–Cena conmigo.

–¿Qué? –Danica giró sobre sus talones bruscamente.

–Creo que no he prestado la atención necesaria a este proyecto. Está claro que no tienes suficientes datos para realizar tu trabajo de la mejor manera posible. Y, en este momento, no dispongo de tiempo. Pero tendré que cenar esta noche, así que lo haremos juntos.

–Dicho así… ¿cómo podría negarme?