Estornudos mágicos - Marinella Terzi - E-Book

Estornudos mágicos E-Book

Marinella Terzi

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Beschreibung

Estornudos mágicos: Benito, además de ser un niño con mucha imaginación, tiene alergia a todo: al polen, al polvo, al pelo de los gatos. Cuando pasea por la playa y estornuda, aparece un indio que se llama Achís. ¿Será producto de su imaginación? El caso es que Benito está deseando contárselo a sus amigos, sobre todo a una amiga muy espacial.

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© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Marinella Terziwww.marinellaterzi.com© Ilustraciones de Cristina Minguillón

ISBN: 9788416873814

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!

ESTORNUDOS MÁGICOS

Marinella Terzi

Ilustraciones de Cristina Minguillón

Para todos los que aman el mar. Para ella, que me enseñó a amarlo y me recitaba poemas mientras me lavaba la cara.

¡Por la fantasía y el juego!

Viernes

1       Un sereno venido del mar

–¡Achíiiiiiiiiis! –Benito sacó el pañuelo del bolsillo y se sonó con fuerza. Pero no había manera… De nuevo, picazón en la nariz y, casi enseguida, otro estornudo fuertísimo–. ¡A… a… achíiiiiiiiiiis!

Así cómo iba a concentrarse en el examen. Don Rodrigo ya se acercaba por el pasillo.

–¿Estás acatarrado, Benito? ¿Te encuentras mal?

–No, no. Es la alergia –contestó el niño aún con el pañuelo en la mano.

–¿Alergia al polen?

–Al polen, a los hongos, al polvo, a los sitios húmedos, al pelo de los gatos y los perros…

Don Rodrigo miró a su alumno con los ojos apenados, al mismo tiempo que trataba de consolarlo:

–Bueno, bueno, pronto se te pasará.

Lo malo era que Benito no estaba tan seguro.

Continuó con el examen y los estornudos hasta que el timbre sonó con estridencia y se acabó el colegio.

Era viernes.

Antes de volver a casa, Benito tomó el camino de la playa. Y, tras él, Belén, como siempre.

–¿Estás malo? –preguntaba Belén, corriendo dos pasos por detrás de Benito.

Finalmente el niño se volvió.

–Que no, que ya te lo he dicho otras veces. Es la alergia.

–Pero es que aquí no hay gatos. Ni gatos, ni perros, ni polvo, ni polen, creo yo…

–Pues será que también te tengo alergia a ti.

¡Menuda pesada, se lo había buscado!

Belén se quedó de una pieza y Benito aprovechó para salir como un bólido rumbo hacia la playa.

En las rocas el agua batía tejiendo puntillas de espuma. En el horizonte apenas se divisaba un velero de juguete. Diminuto. Benito bajó a la orilla del mar. Las olas iban y venían, iban y venían, iban y venían. Incansables. Benito se sentó en la arena. Se quitó los zapatos. El agua le rozaba los pies. Ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora no…

El mar era hermoso y el niño no se cansaba de observarlo. De momento se le había pasado el ataque de alergia y Benito era casi feliz.

El niño tuvo que cerrar los ojos porque le dolían de tanta claridad. Y cuando los volvió a abrir… cuando los volvió a abrir, había ocurrido algo muy extraño: en la orilla, como diez pasos más hacia la izquierda, había un hombre. Salía del agua y estaba empapado, claro. Llevaba una chaqueta larga y una gorra de plato. De su cinturón colgaban un montón de llaves. Y en la mano derecha tenía una lanza tan alta como él.

–¡Ya va, ya va! –gritaba mientras sus botas encharcadas pisaban la arena húmeda.

Al hombre le costaba moverse a causa de su ropa mojada. La verdad es que estaba hecho una sopa.

Por fin, se fijó en el niño.

–¿Y tú? ¿Qué haces aquí? –le dijo con un acento cantarín.

–Pues… mirando el mar.

–Huy, has dado en el clavo, muchacho; la canción que más me gusta: “Mirando el mar, lalá…” –y se puso a tararear una canción que sonaba a muy vieja, mientras daba pasitos cortos y bailaba alrededor de su lanza.

Por fin, Benito le preguntó:

–¿Te habías ahogado?

–¿Ahogarme? No, no; claro que no. Había bajado al fondo del mar porque… ¿Tú no conoces la canción?

–¿Esa de “Mirando al mar”?

–¡No, no, no! ¡No te enteras, niño, no te enteras! –dejó la lanza en el suelo, dio tres saltos altos altos y comenzó a cantar–: “¿Dónde están las llaves, matarile, rile, rile? ¿Dónde están las llaves, matarile, rile, ron? En el fondo del mar, matarile, rile, rile. En el fondo del mar, matarile, rile, ron”. Por eso, por eso, por eso. He venido a buscar las llaves al fondo del mar.

–Pero… ¡si las tienes colgadas del brazo! –a Benito nunca le había pasado algo tan divertido. Lo que se iban a reír cuando se lo contara a sus amigos.

–Ahora sí, chaval, ahora sí. ¡Porque las he encontrado! ¿A que no sabes dónde?

–En el fondo del… ¡A… a… achís, achís!

–Oye, oye, oye, si lo llamas tan fuerte, vendrá.

Aquellas palabras tan enigmáticas obligaron a Benito a dejar de estornudar. Tenía que preguntarle a aquel hombre tan extraño un montón de cosas.

–Pero, ¿de qué estás hablando? Y, además, ¿tú quién eres?

–Sospecho que a la primera pregunta tendremos respuesta enseguida. En cuanto a la segunda, creía que se me notaba. Soy el sereno –el hombre se quitó la gorra e hizo una reverencia.

–¿El qué? ¿El sireno? ¿Por eso sales del fondo del mar? ¿Eres el marido de una sirena?

–¡No, no, no! Niño, tú has visto muchas películas… Creía que eras un poco más inteligente. Soy sereno, de profesión sereno. Guardo las llaves de las casas del pueblo. Se me habían perdido y he venido a buscarlas al lugar idóneo, o sea, al mar. Por lo de la canción. ¿Te enteras ya? Además voy vestido de sereno. Mi gorra, mi guardapolvo, mi chuzo…

–Tu ¿qué? ¿Cómo llamas a la lanza?

–La lanza, la lanza… ¿Te crees que soy un caballero medieval? De lanzas nada, esto es un verdadero chuzo de verdadero sereno.

–¡Achíiiiiis, achís, achís! –parecía que Benito no iba a parar nunca–. ¡Achís!