Llámalo X - Marinella Terzi - E-Book

Llámalo X E-Book

Marinella Terzi

0,0
4,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Llámalo X: Tercero de la ESO va a ser un año especial para Carla: va a descubrir películas que no conocía, nombres nuevos para ella, y sentimientos que nunca antes había conocido. Y gracias a todo eso, y quizá solo gracias a una persona con la que mantiene una relación imposible y ambigua, termina por conocer más a sus padres y ser más cómplice con ellos, ahora que su querido hermano se ha ido a Nueva York.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Marinella Terziwww.marinellaterzi.com

ISBN: 9788416873784

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!

1

La primera vez que lo vi, fue como ver un cuadro de Úrculo al natural. Aunque entonces todavía no sabía quién era Úrculo. ¡Sí! Ese pintor asturiano que pintaba a la gente de espaldas y con sombrero. Él estaba de espaldas y llevaba sombrero.

David.

Tiempo después estuve en una exposición de Úrculo y vi, y supe y aprendí. Pero, entonces, todavía no. Entonces se me escapaban las cosas, o, por lo menos, muchas cosas. Nadie me había contado. No. Nadie me había contado poniendo interés, mirándome a los ojos, creyendo que valía la pena contarme, sabiendo que, si contaba, yo pondría atención y mis oídos se abrirían al mundo.

Era la primera mañana de clase tras las vacaciones de verano. Nervios, curiosidad, mal humor y un poco de alegría. Todo junto. Como siempre, fui andando hasta el colegio: facilidades de vivir a cinco minutos escasos. Delante de la puerta de hierro negro reinaba la algarabía. Montones de niños, montones de madres, montones de coches, montones de autocares. Por encima de todos esos montones – era más alto que la mayoría–, una espalda y un sombrero. De paja.

Me gustó esa visión y, aunque creí olvidarla, está claro que se quedó prendida en mi cerebro como una impresión fotográfica. Su espalda y su sombrero, contra el cielo azul, y, a su alrededor, miles de colores: todos los del mundo. De no haberme fijado en esos colores, habría dicho que era como un daguerrotipo. Él iba de gris, y el sombrero de paja, bajo el sol, tenía esa cierta luminosidad de cobre mate que tienen los daguerrotipos. “Daguerrotipo”: me gusta esa palabra y también fue él quien me la enseñó. Pero no entonces, sino meses después, una tarde fría de un diciembre soleado.

Lo dicho, la imagen se quedó en mi cabeza. Esperando. Para el futuro. Pero no pude pensar en ella. Me lo impidió alguien que desde atrás se abalanzó sobre mí y me tapó los ojos.

–¿Quién soy?

–¡Jaime, estás como una cabra!

–Ah, todavía te acuerdas de mi voz, es un consuelo.

–Pero si nos vimos ayer.

–Pues sí, ahora que lo dices… Pero ayer era ayer y hoy es hoy, y empezamos tercero de la ESO. No te olvides: no es segundo, es tercero; o sea, segundo ciclo ya. Ter-ce-ro.

–Que sí, Jaime, tercero. Ayer me lo repetiste veinte veces por lo menos.

–¿Has visto dónde nos toca?

–No: ¡si acabo de llegar!

Y allá que nos fuimos a buscarnos en las listas. ¿Habría suerte?

La hubo. Clase grande, pupitre del montón –ni delante ni detrás–, ventana a un lado y Jaime al otro. Tutor: Germán, el de Lengua. ¿Qué más se podía pedir? Todo marchaba sobre ruedas.

Me considero una chica con suerte; o, mejor dicho, entonces me consideraba una chica con suerte.

¿Que quién demonios soy?

De quién soy ahora mismo no quiero hablar todavía. Soy una mezcla de muchas cosas, cosas que me han pasado a lo largo de los años. Personas que han grabado sobre mí sus gustos, sus pensamientos, su manera de entender la vida.

¿He dicho “personas”? Tal vez sería más honrada si hablara de una persona, solo una. Sí, sería mejor que hablara de una cosa, solo una. Y de un año, solo uno, el último. Quizá no se trata de una simbiosis tal como se estudia en Biología. Quizá es mejor hablar de mimetismo. Y eso también se estudia en Biología.

Al final de mi tesis doctoral, como la llama Sergio, descubriré –tal vez– quién soy. Pero ¿quién era entonces? Hace justo un año.

ANTECEDENTES

MADRE: me dio el ser y se olvidó de mí. No, no del todo. Lo que ocurre es que tiene otros puntos de interés. Digamos que en una escala de prioridades yo estaría en la cuarta posición. Primera, papá; segunda, el teatro –es actriz, y de las buenas–; tercera, Sergio, su hijo mayor; y cuarta, pues eso…

PADRE: encantador, cuando tiene tiempo; divertido, cuando tiene tiempo. Desordenado, siempre; hace mil cosas a la vez. En su escala de prioridades, creo que, cuando tiene tiempo de pensar en mí, estoy en cuarta posición. Primera, el teatro –es director, y de los buenos–; segunda, mamá; tercera, Sergio, su hijo mayor, y cuarta, pues eso…

SERGIO: mi hermano mayor. Nos llevamos un porrón de años. Estudiaba Bellas Artes hasta que soltó la bomba: que se iba una temporada a Nueva York, a sentir que era un artista, a pintar y a tenerlo mucho más difícil que aquí; pero qué más da, si le compensa. Está claro que es un romántico y siempre le han encantado los bohemios. Bueno, en El mundo de Suzie Wong –la deben de haber puesto unas cincuenta veces en televisión– William Holden se va a Hong Kong a buscarse la vida pintando, con traje y corbata por supuesto. Sergio no se fue a Hong Kong, ni tampoco a París. Prefirió Nueva York y se dejó aquí todos los trajes y las corbatas, si es que los tenía. Me gustó su actitud, pero me dejó en la estacada. Porque, a pesar de los miles de años de diferencia –en realidad, siete–, Sergio y yo nos entendemos.

IRENE: “el puntal de la familia”, frase hecha que en este caso debe de ser verdad. Papá y mamá se van de gira, Irene se traslada a casa; papá y mamá actúan un verano en el festival de Mérida, Irene posterga un viaje para hacernos una visita. Para lo que haga falta, Irene siempre tiene tiempo. “Si os pasa algo por la noche, si necesitáis alguna cosa, llamad a Irene. El número está en el cajón de la mesilla”. La mejor amiga de mi madre también fue actriz de joven, pero lo dejó para casarse. Ahora es viuda y sin hijos. ¡Perfecto para nosotros! No sé para ella… ¿Vivirá de las rentas o le pagarán un sueldo mis padres? Tendré que preguntárselo a Sergio, él seguro que lo sabe. De todas formas, es una suerte que no acepte cada vez que papá le tira los tejos para que vuelva al teatro. De ser así, se acabaría el chollo, seguro.

JAIME: el amigo de siempre. Desde la guardería vamos juntos a la misma clase. Somos vecinos, vivimos en la misma calle. Vamos a la misma piscina. Tenemos los mismos amigos, pero, por encima de todo, nos tenemos el uno al otro. Dice Gema que está enamorado de mí. ¿Será cierto? Los chicos son muy extraños. Pero es imposible enamorarse de alguien al que tienes hasta en la sopa, ¿no?

GEMA: amiga, ¿buena amiga? Bueno… Gema me ha servido durante mucho tiempo para hablar de vestidos, de chicos, cotillear, echar unas risas. Tal vez entonces, hace un año, eso era suficiente. Ahora, desde luego, no.

2

Gema y yo paseábamos por el patio. De la emoción del primer día de clase habíamos pasado a la rutina del tercero o cuarto. Y entonces lo vi, otra vez. De espaldas y con sombrero. De paja. Estaba en medio del patio, hablando con Marga, la de Mates.

–¿Quién es ese?

Si alguien podía darme detalles era Gema.

–El nuevo. Con las pintas que lleva, me extraña que no te hayas fijado antes en él.

–¿El nuevo? ¿Es profesor?

–¡Con ese sombrero no va a ser un padre de familia!

–¿Los padres de familia no pueden llevar sombrero?

Me miró con cara rara. Gema es así, tiene sus esquemas, muy claros, muy precisos, y no hay nadie que la saque de ellos.

–Es el tutor de segundo de Primaria. No entiendo cómo lo han contratado.

En ese momento, un niño pequeño pasó corriendo por su lado, se resbaló y casi se cae. Él lo cogió al vuelo. “¡Estupendos reflejos!”, pensé, y me entraron ganas de conocerlo. Nada más.

Esa fue la segunda vez que lo vi. La tercera sería la definitiva. Ya se sabe: “a la tercera va la vencida”.

Volví a archivar la imagen en un cajón de mi mente y seguí paseando con Gema. Vino Jaime a decir unas cuantas tonterías. Es lo que más le gusta cuando tiene público, un público que le ría las gracias. No yo, desde luego. Cuando aparece Jaime, Gema se pone tiesa como un pavo real. Deja de ser Gema para transformarse en Gema exquisita. Tiene mucho interés en demostrar su inteligencia, su sagacidad, y puede decir las mayores barbaridades. Me gustaría hacerle entender que casi siempre calladita está más guapa, pero supongo que si algún día se me ocurre insinuárselo se puede armar una tremenda. Es mejor callar porque, lo dicho, calladita se está más guapa. Y eso vale también para mí.

En casa, mis padres estaban en plena vena creativa. Era época de ensayos. A finales de octubre iban a estrenar, y esta vez, en Madrid; y yo –y de veras me pregunto cómo podía ser así– ni siquiera me había molestado en averiguar de qué obra se trataba. Increíble, ¿no? Pasaba, pasaba de todo lo que tenía que ver con su trabajo, supongo que molesta porque esa era la causa de que no tuvieran tiempo para mí. El caso es que el salón estaba lleno de gente, famosos como diría Gema. Estaban haciendo una lectura de la obra, todos muy en su papel. A mí aquellos famosos no me importaban absolutamente nada. Los había visto en casa desde que tenía uso de razón.

Asomé la cabeza por la puerta, susurré un “hola”, que debió de oír solo mi barbilla, y me fui a mi habitación.

No, perdón. Está claro que el tiempo transcurrido ha hecho mella en mí. Había olvidado algo importarte. Fui a la habitación de Sergio.

–¡Hola, hola! –(léase muy cantarín, así ha sido siempre el saludo entre mi hermano y yo).

–¡Hola, hola! –(también cantarín) me saludó él–. ¿Qué tal te ha ido hoy? –levantó la cabeza y dejó su bloc de dibujo a un lado.

–Aburrido. Me gustaría que pasara algo diferente. Parece que todo va a seguir igual que siempre. Los mismos compañeros, y, encima, los mismos profesores. ¿Y tú?

–Yo… Bueno, Carla, no pensaba decírtelo todavía, pero ya que me lo pones en bandeja… Yo también necesito un cambio en mi vida, ¿sabes?

Me miraba con unos ojos tan serios, tan profundos, que comprendí que la cosa iba de verdad. Me senté sobre su cama, dispuesta a escuchar que se iba a vivir con una mujer mayor. Ya estaba: ¡tenía un lío con Irene!

–¡Suéltalo de una vez! –tuve que empujarle a hablar.

Y lo soltó:

–Me voy a Nueva York.

Bueno, un viaje no era para tanto. Pero siguió hablando y comprendí que no era un viaje más, se trataba de algo mucho más serio.

–Me da la impresión de que aquí estoy perdiendo el tiempo. No me basta con lo que me enseñan en la facultad. Creo que todo es demasiado fácil, quiero buscarme la vida. Si no me lo pongo difícil, nunca seré pintor, ¿no? Tengo un poco de dinero ahorrado, de mis veranos en la terraza de Quim. Además, no hay nadie que me necesite tanto como para renunciar a hacerlo. No sé, tengo la sensación de que si no lo hago ahora no lo haré nunca. Yo…, ¿me comprendes, Carla?

Me había dejado de piedra, para qué nos vamos a engañar. Había salido por donde menos me imaginaba que lo iba a hacer. Y, además, me estaba diciendo que no había nadie que le necesitara. Bueno…

–¿Y la carrera? Justo ahora que ibas a empezar el curso.

Se tiró en plancha –hablando, se entiende– encima de mí. Se tenía el discursito muy bien preparado.

–Tú crees que para pintar bien es necesaria tanta teoría, tanta teoría, ¡tanta maldita teoría! Yo quiero hacer lo que me sale de dentro, estoy harto de esperar. Necesito experiencia, eso es lo que necesito de verdad. Antonio tiene un amigo americano que ha venido a estudiar español. Me deja su apartamento a muy buen precio. Si en tres meses no consigo nada, me vuelvo, te lo prometo. Pero tengo que probarlo. He calculado que tengo dinero para ese espacio de tiempo; luego, ya veremos.

–Y papá y mamá…

–Papá y mamá son artistas, Carla; no pueden negarse. Y si se niegan, habrá que recordarles que él se fue a Alemania a embeberse del método del Berliner Ensemble hace muchos, muchos años. No pongas esa cara de boba, ¿no recuerdas que nos lo ha contado miles de veces?

No, no lo recordaba.

No, miento. Lo recordaba vagamente. Lo malo es que, siempre que mi padre sacaba ese tema, yo desconectaba, y en aquel momento no tenía ni idea de qué era aquello de lo que me estaba hablando mi hermano. ¿Un teatro de Berlín, quizá?

Lo que estaba claro es que se había ido a ver mundo y no podría evitar que su hijo se fuera también.

Pero ¿qué iba a ser de mí? Mi único aliado desaparecía de mi lado y me dejaba en la más absoluta de las soledades. Supongo que si Jaime adivinara algún día mis pensamientos de aquel instante, montaría en cólera, y con toda la razón del mundo; pero, al César lo que es del César: no pensé para nada en él.

–No creo que papá y mamá se acuerden hoy de la cena. ¿Quieres que nos metamos en la cocina y nos hagamos un sándwich de cinco pisos? –me preguntó Sergio.

También podía ir olvidándome de las sesiones gastronómicas que ambos solíamos celebrar por las noches. Me vi rebuscando en la nevera, sola frente al mundo, y comprendí que ya nada sería igual.

En fin…

3

Sí dijeron, claro que dijeron. Pero Sergio se sacó del bolsillo lo del Berliner Ensemble y ya todo fue bien; más que bien, cuesta arriba.

Por cierto, en aquella conversación puse más atención que de costumbre y descubrí que lo del Berliner Ensemble era efectivamente un teatro que había dirigido un tal Bertolt Brecht. Y descubrí otra cosa más: que cuando te interesas por algo, siempre hay otro nuevo elemento desconocido detrás. ¿Quién demonios era el tal Bertolt Brecht? O sea…, el cuento de nunca acabar. De todas formas, sin necesidad de preguntar o de acudir a la Wikipedia, deduje que debía de ser un director de teatro alemán. Tonta del todo no soy… O, más bien, no era.

A lo que íbamos: veinte días después me había quedado sin hermano.

Menos mal que casi enseguida lo recuperé. O, por lo menos, recuperé nuestras charlas, sin sándwiches de cinco pisos, pero… Menos da una piedra.

¿Cómo? Por Internet, claro. Mi hermano solía emplear su móvil, o el portátil en casa de John, el amigo americano de Antonio, que tenía wifi en su apartamento.

La primera vez, estaba yo haciendo un trabajo de Lengua cuando sonó un clinc y el icono de un sobre apareció en la barra inferior de mi pantalla.

Cliqué y me encontré con un correo de mi hermano mandándome noticias desde Nueva York. ¡Bien!

Querida sister:

Sí, soy yo, el mismo que viste y calza. Te escribo a ti porque he decidido nombrarte mi portavoz oficial: tú serás la encargada de transmitir mis noticias a la familia, que ya sabemos que a papá y mamá no le gustan demasiado los “cacharritos”. Por cierto, ¿qué tal les ha ido el estreno de El zoo de cristal? Muchos éxitos, seguro que sí.

No te creas que voy a escribirte todos los días, porque espero andar pronto ocupado. Aunque no sé muy bien lo que voy a hacer con mi vida, estoy recién instalado. El apartamento es minúsculo pero suficiente para mí. Cama, armario, minicocina, minibaño; lo principal. Y una galería cubierta donde he instalado mis bártulos. Tiene mucha luz y me vendrá de perlas. De momento he empezado a pintar los tejados del Soho, así se llama el barrio donde vivo.

¿Te acuerdas de La línea del cielo? No, no puedes acordarte porque es antigua y en la tele no la han puesto. Lo que pasa es que yo la vi en casa de Quim, ya sabes que es un chiflado del cine. Es divertidísima, el protagonista es Antonio Resines. Sería genial que encontraras el DVD, o que te la bajaras de Internet. Bueno, pues cada día recuerdo alguna de sus escenas. Resines va a Nueva York a vivir y le ocurren mil peripecias, la primordial es que no se aclara con el idioma. Yo sí me aclaro, pero poco… para qué vamos a engañarnos. De todas maneras, no pienso darme por vencido.

Me han hablado de la posibilidad de un trabajo, pero no quiero adelantar acontecimientos. Solo te daré detalles cuando sea algo seguro. ¿De acuerdo?

¿Qué tal te van las cosas? No castigues demasiado a Jaime con tu indiferencia, ¿eh? Y cuéntame todo lo que se te ocurra, no te cortes. De momento, tengo mucho tiempo por delante. Paseo mucho, leo mucho y pinto mucho. ¿Qué más se puede pedir?

Esta ciudad es grande, grandísima; por de pronto he decidido comenzar por Manhattan. Hay que ir poco a poco, ¿no?

Ah, los rascacielos son de verdad altísimos. No te exagero nada. A lo mejor, si ganas un día la lotería –pero juega, ¿eh?–, puedes venir a visitarme. Sería estupendo.

Miles de besos y hasta ahora mismo.

Sergio.

Sí, fue hasta ahora mismo. Cuatro frases para transmitirle lo que me alegraba tener noticias suyas, y nada más. Entonces en mi vida todavía no había ocurrido nada fundamental. Luego decidí imprimir el e-mail y dejárselo a mis padres sobre la mesa del salón. Así podrían leerlo cuando regresaran del teatro. Entonces ¿la obra se titulaba así: El zoo de cristal? Bueno…

Ya en la cama, antes de dormirme, me prometí hacerme con la peli de la que me había hablado Sergio. Si era tan divertida, habría que verla, ¡qué remedio!

Era la hora del recreo. Sin embargo, nos habíamos quedado todos apelotonados en clase porque estaba lloviendo a cántaros. Otoño. Reconozco que es una estación bonita, pero a mí me pica el mosquito de la tristeza. Lo siento.

Gema y Jaime se entretenían con el móvil. Yo me aburría.

Estaba decidida a enviarle un mensaje a mi hermano. Pero ¿qué le contaba? No había ocurrido nada digno de mención en mi vida. Los días se sucedían iguales, monótonos. Nada nuevo bajo la lluvia.