Estudiar ¿misión imposible? - Rosario Mazzeo - E-Book

Estudiar ¿misión imposible? E-Book

Rosario Mazzeo

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"Ahí están, con el boli en la boca y un libro en la mano, sentados (más o menos) frente a la mesa del salón o el pupitre del colegio. Dicen que están estudiando. Tal vez. Abren el libro, leen, subrayan, pero no parece que tengan intención de aprender. 'Cumplen' con el estudio, pero no aprenden a conocer la realidad con toda su fascinación y misterio. (...) ¿Quiénes son? Muchos de nuestros alumnos, algunos de nuestros hijos. (...) ¿Qué se puede hacer?". Rosario Mazzeo conoce bien las variadas dificultades con las que los alumnos, los profesores y los padres se encuentran cuando deben afrontar el estudio. Pero también sabe por experiencia que se puede intervenir y cambiar la situación. Por medio de cartas, mensajes y conversaciones nos hace descubrir que es posible estudiar con gusto, y nos comunica un método para conseguirlo. Un libro dirigido a todos los que se enfrentan con esta dificultad: a los padres, a los maestros y, también, a los estudiantes.

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Ensayos

ROSARIO MAZZEO

Estudiar: ¿misión imposible?

Sobre el método de estudio en la escuela y en familia

ISBN DIGITAL: 978-84-9920-546-5

© 2009 Rosario Mazzeo y Ediciones Encuentro, S. A., Madrid

Traducción Ricardo Sánchez Buendía

Diseño de la cubierta: o3, s.l. - www.o3com.com

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a: Redacción de Ediciones Encuentro Ramírez de Arellano, 17-10.ª - 28043 Madrid Tel. 902 999 689www.ediciones-encuentro.es

ÍNDICE

Introducción

PRIMERA PARTE: LAS SEIS P DEL ESTUDIO (CARTAS A PROFESORES Y PADRES)

PROPUESTA

El aprendizaje escolar

Realidad y estudio

Identificación y diálogo

Sacrificio y conocimiento

Pacto para el estudio de nuestros hijos

¿A quién corresponde hacer la propuesta?

Con-fiar

un método

No seamos sapos

PROYECTO

De la propuesta al proyecto

Estudiar como hombres

Dignos de descubrir el mundo

Los recursos del docente

La relación pedagógica

PASO

Las características del método de estudio

Método y técnica

¿No tenemos tiempo?

Tiempo de clase y tiempo de estudio

Los deberes

Pistas para el estudio en familia

PROCESO

No existen

Condiciones para que estudiar sea un proceso

Más allá de leer y repetir

Memoria y atención

Una aventura del afecto

PROVECHO

Dimensiones del aprendizaje

Acercarse a la verdad y conquistar conocimientos

Calidad del estudio

Enseñar a estudiar a través de la evaluación

¿Qué has sacado?

PROMOCIÓN

¿Para qué hacemos estudiar?

¿Qué estudiante promociona?

Factor de experiencia

Estudiar no es un tótem

Una firma para cada lección

SEGUNDA PARTE: UN ESTUDIO COMO AMIGO PARA ALUMNOS

¿Quién tiene miedo a estudiar?

La tribu de los que no estudian

Si quieres saber, pregunta

Estudiar es preguntar y conocer

El estudiante curioso

El que estudia hace preguntas

Cómo se aprende una lección

Mapa de la lectura de exploración o lectura previa

Mapa de la lectura integral

Estudiar con inteligencia

¿Cómo se sabe que uno ha estudiado?

Las notas

Se estudia sobre todo en clase

Mapa para aprender a tomar apuntes en clase

El mapa del tesoro

Mapa del tesoro o del estudio completo

Subrayar

Mapa del subrayado

Volver sobre el texto y esquematizarlo

Un estudio fácil

¿Sólo en los libros?

El arte de aprender de los errores

Tú eres el director de tu tiempo

Mapa para una buena gestión del tiempo

La concentración es tan necesaria en el estudio como en el deporte

Mejorar la atención

Vive el instante

Tiempo libre y método de estudio

¿Pero tú qué quieres?

Sólo aprendes lo que estimas

Nada se aprende sin sacrificio

Estudio y libertad

De nuevo acerca de la emoción

¿Para qué estudiamos?

TERCERA PARTE: LOS VERBOS CON QUE SE CONJUGA EL ESTUDIO (ARTÍCULOS E INTERVENCIONES)

SORPRENDER(SE): AUXILIAR DEL VERBO «ESTUDIAR»

El asombro del profesor

La hora de clase: ¿encuentro o asignación?

Observar con toda la propia humanidad

La justa distancia

EL ESTUDIO ES PREGUNTAR Y DEJARSE PREGUNTAR

Una dote que cultivar

Más allá de la apariencia y la superficie

Entre programas y prejuicios

Las asignaturas y la escuela: instrumentos y lugar de la pregunta

Criterios para educar en la pregunta

El ejercicio de la pregunta en clase

Lecciones heurísticas activas

Un trabajo «bueno» y sencillo

COMPRENDER: TOMAR ALGO Y LLEVARLO CONSIGO

Comprender es acoger

Comprender es co-responder

La tensión entre preguntas y respuestasDe la respuesta a la correspondencia

Comprender es «hacer» (re-hacer)

Un proceso profundamente personal«Si estás, entiendes»Es como cuando quieres ver un águila...

Pruebas y acontecimientos de la comprensión

Menos erudición y más inteligencia

REPETIR O BIEN DESEAR OTRA VEZ

Elogio de la repetición

Su enemigo: el aburrimientoConocer y repetirAprendizaje, memoria y repetición

Dinámica de la repetición

Formas y modos de la repetición

La replicación reproductivaLa reiteración mudaRecitar y repasarLa reflexión o meditación

La memoria como pasión repetida

EMPRENDER O INICIATIVA Y EXPERIENCIA

Reelaborar los argumentos

La concreción de los conceptosConfrontar los conocimientosPersonalizar los temas de estudioActivar síntesis críticas y orgánicasTener en cuenta las materias de estudio

El ejercicio de lo aprendido

Gestión de dificultades, fracasos y errores

Se parte de los hechos

Más allá de las Columnas de Hércules

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

Ahí están, con el boli en la boca y un libro en la mano, sentados (más o menos) frente a la mesa del salón o el pupitre del colegio. Dicen que están estudiando. Tal vez.

Abren el libro, leen, subrayan, pero no parece que tengan intención de aprender. «Cumplen» con el estudio, pero no aprenden a conocer la realidad con toda su fascinación y misterio. Lo que ellos llaman «estudiar», «hacer los deberes», «participar en las clases», «tomar apuntes», «leer y subrayar», es por lo general un conjunto de actos imprecisos, incoherentes y a menudo caprichosos, que, ante todo, hace estéril su relación con la realidad, la interrumpe, y por tanto les aburre; y no sólo en la escuela.

¿Quiénes son?

Muchos de nuestros alumnos, algunos de nuestros hijos.

Sin embargo, ni en la escuela ni en la familia les faltan las llamadas a la belleza y a la utilidad del estudio ni los consejos sobre cómo estudiar. Tampoco se echa de menos esa larga cadena de chantajes, amenazas, enfados, que aprisiona a estudiantes, profesores y padres en una espesa maraña de fracasos, huidas y abandonos, a pesar de técnicas, estrategias y la magia de los nuevos medios en la sociedad del conocimiento y el aprendizaje.

Muchos de nuestros chicos, de hecho, o no estudian o aprenden poco y mal. Generalmente, más o menos a rastras y a empujones, reaccionan cuando les van a preguntar en clase, se acercan los exámenes o las notas. Sólo algunos —pocos— se aplican en serio: actúan, se expresan y se mantienen vivos en el estudio.

¿Cómo es posible?

Es una pregunta difícil de responder, aunque sólo sea porque en esta cuestión están implicadas la libertad, la maduración del individuo, el contexto familiar, social y escolar. Seguramente, entre las causas hay que considerar la precariedad, la inconsistencia y el carácter contradictorio de la propuesta de estudio que se hace en los ámbitos sociales, familiares y escolares. De hecho, la situación a menudo es deprimente en casa y en clase.

¿Qué se puede hacer?

Se puede intervenir, comprendiendo y afrontando con inteligencia y energía todos los factores en juego, recuperando la primacía de la educación sobre la técnica, de la experiencia sobre el discurso, del gusto sobre la obligación, de la libertad sobre el miedo, del método sobre el tecnicismo.

Es lo que llevo años intentando hacer con amigos y colegas. Aquí presento esta experiencia resumida en unas setenta cartas y e-mails a profesores, padres, estudiantes, cuyos nombres son imaginarios pero cuyas caras tengo delante y me acompañan desde hace tiempo. Les estoy muy agradecido porque me han hecho entender y me ayudan a descubrir que la raíz del estudio es el amor por la realidad, por uno mismo, por la vida; que sólo en el compromiso de educar instruyendo es posible enseñar un método de estudio personal y eficaz.

Este volumen se articula en tres partes. La primera comprende seis capítulos, cada uno de los cuales gira en torno a una palabra clave que indica un aspecto propio del estudio. Se trata de palabras que empiezan por la letra p y que aprendí a utilizar en los cursos para profesores, padres y estudiantes. Son: propuesta, proyecto, paso, proceso, provecho y promoción.

La segunda parte se dirige en particular a estudiantes de 8 a 16 años. Contiene propuestas y ejercicios que ellos mismos pueden asumir y desarrollar por sí solos o con adultos, tanto en casa como en clase.

La tercera, «Los verbos con los que se conjuga el estudio», es una nueva propuesta de artículos ya publicados en diversas revistas nacionales y extranjeras, reelaborados por exigencias del libro. Contiene actitudes, comportamientos y operaciones relacionadas con la experiencia de estudiar con método.

PRIMERA PARTE: LAS SEIS P DEL ESTUDIO (CARTAS A PROFESORES Y PADRES)

Cuando se habla de estudio, método, deberes, escuela, de una determinada manera en lugar de otra, es señal de que se piensa y se practica el estudio de esa misma manera en lugar de la otra. De aquí se deriva un hecho: si la escuela y la familia pretenden trabajar de tal modo que todos sus alumnos aprendan a estudiar con un método personal y eficaz, antes que nada tienen que aclararse y precisar el sentido de los gestos que hacen y de las palabras que usan al respecto.

No digo que baste tener y comunicar «ideas claras y diferenciadas» del estudio y de la escuela para que nuestros alumnos se decidan a participar activamente en las clases y desarrollen sus tareas con satisfacción y provecho. El estudio es un compromiso en el aprendizaje que requiere el empleo de todos los talentos propios y todas las propias energías cognitivas y afectivas. Es más que un conjunto de ideas y reglas.

No obstante es cierto que una concepción imprecisa y negativa del estudio lleva a los estudiantes a rechazarlo o a asumir el comportamiento pasivo del que se deja llevar por la corriente. Y también es cierto que una visión positiva y operativa de la escuela y de las materias que se imparten en ella alimenta el comportamiento de los estudiantes profesionales, es decir, los que saben cómo y por qué estudiar.

Por eso me parece urgente promover un cambio de mentalidad. Hace falta que todos, profesores y padres (cada uno en su papel respectivo, sin que los profesores terminen por ser un duplicado de las mamás y los padres un clon de los profesores) propongan y den testimonio de que el estudio es un proyecto y un recorrido que hay que vivir con responsabilidad, un proceso que hay que cuidar y desarrollar conscientemente, una promoción y un incremento de la experiencia que hay que custodiar generosamente.

PROPUESTA

Claramente, el estudio escolar no es la actividad que desarrolla el estudiante profesional (intelectual, investigador, científico...). Más bien presenta la fisonomía de una propuesta de aprendizaje que ha de asumirse y verificarse según un método.

Hay docentes que se comportan como si el estudio fuese algo congénito a la persona del estudiante, casi un elemento estructural del hombre, un imperativo («Tenéis que estudiar») intrínseco al ser humano. Algunos padres identifican el estudio como una condición (buena o mala, en todo caso inevitable) de la infancia y la adolescencia.

Unos y otros, quien más y quien menos, suelen confundir el aprendizaje espontáneo con el mediado, el deseo de conocer con el conocimiento, la curiosidad con la aplicación, la experiencia con la ciencia y la vida con la escuela.

En la práctica, de hecho o de derecho, la actividad de estudio que se desarrolla en un ámbito escolar o familiar tiene un mínimo denominador común: es una propuesta que adultos (maestros, profesores, padres, cada uno según modalidades y roles distintos) dirigen a párvulos, niños y adolescentes.

Nos preguntamos:

- ¿Quién hace la propuesta?

- ¿Cuáles son sus contenidos?

- ¿Cuál es su forma propia, su modalidad y las razones que la sostienen?

A un compañero de matemáticas Asunto: El aprendizaje escolar

Querido Juan,

tu compromiso es grande y tienes el desbordante entusiasmo típico de los jóvenes. Preparas las clases, corriges los deberes, te pasas horas y horas en el colegio, «más allá del deber», según tú mismo reconoces. Tratas de estar con alumnos, padres y compañeros. Quizás la única persona de la que procuras alejarte es el director porque aún lo ves sólo como alguien que fiscaliza, que se ocupa de que otros trabajen y juzga sus resultados.

A menudo dices que, aunque te dejas la piel por el colegio, tus alumnos no estudian y no aprenden.

Así que tus alumnos no estudian. ¿Saben lo que es estudiar? ¿Saben de qué les estás hablando cuando les dices que estudien las potencias para el jueves? ¿Tienen la menor idea de lo que les pides? ¿Le dan el mismo significado que tú al verbo estudiar?

Me llevo haciendo estas preguntas desde que entendí que el aprendizaje puede ser natural y/o enseñado. El primero es espontáneo, un hecho tan connatural al hombre que es «casi involuntario». Es resultado de algunas experiencias personales, a menudo de tipo casual. El aprendizaje enseñado o mediado, en cambio, es una operación que se desarrolla dentro de un contacto educativo o relación pedagógica «que lleva al que aprende más allá del mero aprendizaje» (Bruner).

El modo característico del aprendizaje que se enseña en la sociedad actual es el aprendizaje escolar (gráfico 1).

Su dinámica consiste en una interacción, dentro de un contexto institucional, entre tres elementos: maestro o docente, colegial o estudiante, objeto del aprendizaje o materia.

Como ves, estamos ante un triángulo cuya base es la relación estudiante-docente (relación pedagógica). Se trata de una relación asimétrica, en función del alcance de metas preestablecidas, en un tiempo y un espacio vinculantes y afines que, por lo general, asumen el peso de la obligación: el alumno no elige al profesor ni el profesor elige al alumno. Así, docente y estudiante se encuentran, a menudo a pesar suyo, en el mismo barco, con la obligación de desarrollar ciertas tareas y alcanzar resultados. El docente tiene que enseñar, el estudiante tiene que aprender.

Definamos el lado del triángulo «materia-docente» como elaboración didáctica, porque se refiere al manejo que el docente hace de contenidos, métodos, lenguaje e instrumentos de una determinada disciplina de forma que el estudiante aprenda, o al menos se le facilite el cumplimiento de las operaciones de estudio (ver el lado «estudiante-materia») de forma eficaz.

Aprender es una palabra que remite a tantos significados y sentidos que decidí proponer siempre a mis alumnos su acepción etimológica: «a-prender», ad-prehendere, aferrar algo con la mente.

Por tanto, cuando les dices a tus alumnos que estudien las potencias, les estás proponiendo que adquieran los conceptos, las nociones y la habilidad que se requieren para el manejo de potencias, que tú ya has explicado y se exponen en su libro de texto. Cuando ellos afirman que han estudiado, tienen que ser conscientes de haber desarrollado una operación que hace propios esos conocimientos y habilidades hasta el punto de que son capaces de utilizarlos y exponerlos según unos parámetros que tú compartes con ellos.

¿Y eso es todo?

No es poco. Si consigues transmitir a tus alumnos (y por contrapartida a compañeros y padres) el hecho de que estudiar es en primer lugar aprender, estarás en el mejor camino para «hacer estudiar».

Cuántas veces he tenido que pelearme con mis alumnos por estas cosas. Mateo juraba una y otra vez que había estudiado pero no sabía decirme tan siquiera de qué trataba la lección. Para él estudiar era simplemente pasar las páginas del libro. Mónica sostenía que se había esforzado muchísimo y por eso no podía «atizarle» un insuficiente así como así. Evidentemente no había entendido (o no había querido entender) que estudiar no es sólo esforzarse, sino un esfuerzo por aferrar la tarea que se te ha encargado con tal firmeza que se comprenda (cum-prehendere, llevar consigo) y utilice.

En muchas otras ocasiones he discutido de lo mismo con compañeros y padres. Una señora sostenía que su hija, para ella, estudiaba. «No estudia nada», le rebatía mi compañero. Yo no sabía a quién darle la razón, aunque esa forma de hablar me fastidiaba. Cuando se calmaron un poco, hice algunas preguntas y me di cuenta de que la señora afirmaba que su hija mostraba una buena disposición mientras que el profesor se refería a que las dos últimas veces que le había preguntado en clase la muchacha no había abierto la boca.

¿Qué me dices?

Volveremos a hablar de esto, si quieres. Hasta la vista. Y acuérdate: no al exceso de trabajo y al burnout; sí a la esperanza que es alma de toda verdadera educación y de toda enseñanza eficaz,

tu viejo colega.

Al mismo Asunto: Realidad y estudio

Querido Juan,

en efecto, estudiar es cosa de los alumnos. Es su notable y dramática responsabilidad personal. La chispa de esta responsabilidad salta, avanza y se lleva a término en la relación con el profesor en tanto que es referente y testigo, a lo largo del camino, del valor y los pasos necesarios para el conocimiento de la realidad a través de una determinada disciplina. Por tanto no hay, por un lado, un profesor explicando, poniendo deberes, controlando y evaluando, y, por otro, un alumno que escucha, trata de entender, hace los deberes y aprende unos contenidos. ¿Me explico?

Tú no entras en clase para entretener a tus alumnos ni para someterlos. La vocación del profesor no es promover la animación cultural lúdica o el divertissement, pero tampoco lo es cargar a sus estudiantes con fardos inútiles tomando el saber por excusa.

Enseñar es compartir un saber sistematizado, entendiendo por saber no sólo un conjunto de conocimientos (saber conocer), sino un uso adecuado de ellos (saber hacer) de cara a la realización del yo que estudia (saber ser).

¿Quién ha sistematizado este saber?

Hombres que, antes de nosotros, han mirado y re-descubierto la realidad de una determinada manera, partiendo de ciertas preguntas para responder a problemas que la realidad les planteaba y sigue planteando. La materia de estudio es este saber organizado y transferible: es un punto de vista sobre la realidad que la tradición, a través del profesor, entrega al alumno para que lo verifique como algo verdadero, hermoso y bueno para él.

«Qué bonito —estarás murmurando, probablemente— ¡Vente a mi clase! ¡Allí tenemos un enorme caos geométrico en vez de tu relación triangular de aprendizaje!».

Ya sé que la realidad es mucho más complicada que un esquema que sólo representa su aspecto abstracto e inanimado. De todos modos, lo que digo sigue siendo cierto: el estudio que desarrollan los alumnos es, en definitiva, una cuestión referida a la relación con la realidad y a las hipótesis de su significado.

Por tanto, cuando propones a tus alumnos (o les impones) que «estudien para mañana», pretendes que adquieran nociones, métodos y categorías de las matemáticas, la materia que enseñas. Al mismo tiempo les planteas la posibilidad de abrir la mente, al menos en relación con este punto de vista sobre la realidad, las matemáticas. Puesto que éstas, a su vez, son el resultado de la tradición en la que tú y ellos estáis inmersos, en el fondo les estás confiando la hipótesis de observar la realidad a través de esa lente de aumento concreta llamada matemáticas mientras están subidos como «enanos en la espalda de gigantes», diría Juan de Salisbury.

¿Te parece un discurso inútil, inviable?

¡Adiós!

Al mismo Asunto: Identificación y diálogo

Querido Juan,

no he sido claro sobre la relación entre el estudio, la disciplina y la tradición. Me acabo de dar cuenta releyendo mi última carta. Perdóname. Trataré de completar mi razonamiento.

La relación triangular del aprendizaje enseñado escolar se produce porque hay un pasado digno de transmitirse y ser verificado en el presente. La escuela, lugar dinámico en el que se dan múltiples relaciones triangulares, es un ambiente de aprendizaje significativo y crítico, que se caracteriza por la conciencia que tengan sus protagonistas de ser herederos de las invenciones, los descubrimientos y las distintas formas de mirar la realidad de los grandes del pasado y del presente.

En este contexto, la enseñanza es una propuesta exigente y amorosa y el estudio es la asunción y verificación de esa propuesta, cuyo contenido se refiere a las preguntas y respuestas de los «gigantes» que nos han precedido.

¿En qué piensan tus alumnos cuando apuntan en sus agendas la lección que hay que estudiar? ¿Sienten que tienen el deber de tragarse una buena ración de conceptos y ejercitar una determinada zona del cerebro o sienten que están llamados a ensanchar la razón y re-descubrir algo que es bello y bueno?

Cuando les dices a tus alumnos, por ejemplo, que estudien el teorema de Pitágoras, ¿se dan cuenta de que se trata de una acción que tiende a identificarse con la mirada de un gran hombre sobre la realidad hasta el punto de tratar de verificar la hipótesis que planteó?

¿No?

El estudio es un diálogo-comparación con los grandes hombres de la cultura, del arte, de la ciencia y de la técnica. Sólo desde esta perspectiva, gracias a la propuesta y el ejemplo del profesor y dentro de una compañía guiada (la clase), el estudio se vuelve aventura y encuentro, búsqueda y descubrimiento, asunción y verificación de la propuesta del profesor, que se materializa en una aplicación personal, adecuada a la edad del alumno y al tipo de escuela.

Hasta pronto, entonces. Adiós.

Al mismo Asunto: Sacrificio y conocimiento

Querido Juan,

tu respuesta ha sido inmediata y franca. Estás de acuerdo con Ortega, según el cual el estudio no es ni aventura ni acto de identificación con el pasado, sino «triste hacer humano». De hecho «el deseo de saber que pueda sentir el buen estudiante es completamente heterogéneo, tal vez antagónico del estado de espíritu que ha llevado a la creación del saber mismo. Y el hecho es que la situación del estudiante de cara a la ciencia se opone a la que había tenido su creador. Ser estudiantes es verse obligados a interesarse directamente por lo que no interesa, o como mucho interesa sólo de una manera vaga, genérica e indirecta... El estudiante medio es un hombre que no siente la necesidad directa de la ciencia, o la preocupación por ella y, sin embargo, se ve obligado a preocuparse de ella... Ser estudiantes, como ser contribuyentes, es algo artificial, que uno se ve obligado a ser» (Ortega y Gasset, Sobre el estudiar y el estudiante).

¿Tenemos entonces que eliminar de nuestra sociedad el estudio? ¿Tenemos que eliminar la escuela?

No, responde el filósofo. Y tú con él. «Estudiar y ser estudiante ha sido siempre, sobre todo hoy, una necesidad inexorable del hombre. Lo quiera o no, tiene que asimilar el saber acumulado, bajo pena de sucumbir individual o colectivamente. Si una generación dejase de estudiar, la humanidad actual en sus nueve décimas partes moriría repentinamente» (íd.).

«En este sentido —añades— es válida tu observación sobre la relación entre aprendizaje-estudio-tradición». Y concluyes: «Evitemos entonces los eufemismos: el estudio es una obligación; conocimiento es sufrimiento y, aunque necesario, sufrimiento al fin y al cabo. Aunque estemos subidos a los hombros de los gigantes. Es verdad que hasta cierto punto este ‘triste hacer humano’ tiene un resultado positivo. Pero digamos las cosas tal como son: estudiar es sacrificarse. Scientia y tristitia son hermanas».

Éste es tu razonamiento, en resumen.

Sólo estoy de acuerdo con una cosa: «digamos las cosas tal como son». Y añadiría, mejor, ayudémonos a descubrir las cosas «tal como son y están».

Es indudable que hay una relación inseparable entre sacrificio y estudio, sufrimiento y conocimiento. Pero no en los términos negativos que tú indicas siguiendo la estela de Ortega.

Estudiar es un sacrificio ante todo porque no es una actividad que radique (por la propia naturaleza del aprendizaje enseñado) en la apetencia instintiva de aprender, puntual y casual. El estudio está en conexión viva con el deseo del hombre, no con sus apetencias.

Si pudiese, eliminaría del lenguaje de la escuela la expresión «tener ganas de estudiar». Todos ganaríamos con ello, porque se haría comprensible, hasta para los propios estudiantes, el hecho de que el estudio, aun cuando comporta más sacrificio, puede (y debería) ser una competición deportiva, expresión de sí mismo en relación con los demás y las cosas, fuente de satisfacción. El problema, en realidad, es mucho más complejo. Como bien sabes, los jóvenes naufragan en una cultura de deseos sin objeto, de apetencias sin responsabilidad, de tiempo sin raíces y sin realidad. Por eso son incapaces de elegir; son como olas sacudidas por reacciones a los estímulos que les proporciona una diversión que cada vez eleva más el tono y la cantidad de sus ofertas. Lo quieren todo, pero les cuesta comprometerse con algo. Se mueven por apetencia, siguiendo un estilo de vida que está en las antípodas de la aplicación sistemática y crítica al aprendizaje y el conocimiento que requiere el estudio.

Defino estudio como aplicación siguiendo las huellas de Cicerón, que al parecer fue el primero que habló de la applicatio mentis. Se trata de una definición muy sugerente, porque remite a la idea de una actividad que se desarrolla según un deseo. La voz applicatio (de ad-plicari) tiene el sentido de someterse (plegarse) a algo hasta ser capaz de adherirse a ello.

En este sentido, el sacrificio es ineludible. El que estudia tiene que plegarse, es decir, asumir una posición adecuada para aprender (coger fuertemente) un determinado objeto mental, renunciado a sus propios esquemas, hábitos, prejuicios y, sobre todo, empleando en ello considerable tiempo. Al estudiante se le exige energía cognitiva y afectiva: fuerza de la inteligencia e intensidad de la atención con respecto a algo determinado, cuyo valor no siempre percibe, ya que el estudiante tiende a aplazar su decisión sobre este valor, a no inclinarse ni por el sí ni por el no.

El sacrificio radica precisamente en esto: dedicarle tiempo a algo que no es tan estimulante como un partido de fútbol o la satisfacción inmediata de una apetencia.

Para estudiar hace falta empeño. Exige que uno se oponga con determinación a la imposición vehemente de las ganas. Hablo de una determinación que proviene de la conciencia y del ánimo del que ve en el estudio un bien para sí mismo; esta conciencia no la provoca una iluminación espontánea de la mente, sino una propuesta con un sentido total. Esta propuesta es tanto más eficaz cuanto más está en sintonía con el ímpetu del hombre-estudiante que se asoma hacia su destino, y cuanto más se formula en sinergia con padres y compañeros en un contexto comunitario.

En cuanto a la relación entre escuela, estudio y familia te mando una carta abierta que he escrito a los padres de mi instituto. Léela y después hablamos. Quiero saber qué experiencia tienes al respecto.

Adiós.

A los padres del instituto Asunto: Pacto para el estudio de nuestros hijos

Queridos padres,

tras hablar con vuestros representantes, he decidido compartir con todas las familias algunas consideraciones acerca del sentido, las condiciones y las modalidades de lo que hemos llamado «hacer estudiar». Propongo cinco puntos de reflexión y debate.

1. Todo hijo de hombre, apenas nacido, es el más indefenso e insuficiente de todos los vivientes. En seguida moriría sin los cuidados necesarios y, sobre todo, difícilmente maduraría en la conciencia de sí como hombre. Necesita todo. Sin embargo disfruta de un don extraordinario: es capaz de aprender. De hecho, a los pocos instantes de su primer vagido empieza ya a usar sus sentidos, a relacionarse con las cosas y las personas, a descubrir el mundo.

Aprender es para él tan natural como respirar. Y es aún más natural cuanto más lo favorece la riqueza de los estímulos que se le dirigen, la variedad de las situaciones en que se encuentra y, ante todo, la autenticidad de las relaciones que vive, en particular con su padre y su madre, testigos de la bondad y la belleza de la realidad.

En cambio estudiar no es natural como comer, beber, escuchar, ver, hablar, etc. Estudiar es una elección, un compromiso, un trabajo de aprendizaje que nuestros chicos llevan a cabo (¡cuando lo hacen!) sólo si alguien se lo propone.

2. Los hijos no nacen alumnos. No salen del vientre materno siendo ya estudiantes. Sin embargo, cuando entran en las aulas del colegio ya están dotados de razón, tienen curiosidad y están dispuestos, aún en su fragilidad, a explorar y manipular la realidad según sus necesidades y exigencias. El deseo de conocer y aprender, por tanto, no son dones del colegio.

Los profesores no tienen que inventarse nada. Sólo deben descubrir, reconocer y valorar lo que ya está.

3. Si el problema fuese tan sólo aprender, la etapa escolar sería una experiencia inútil. La escuela existe en cuanto lugar y tiempo en el que se propone y se hace posible el aprendizaje de las materias y las disciplinas de estudio.

Se trata de un aprendizaje con tiempos, objetos, instrumentos, ritmos, etc., específicos. No es instintivo porque requiere un compromiso de la libertad, no es automático porque exige el ejercicio de la razón, no es inmediato, ya que requiere tiempo, ni es auto referencial porque tiende a convertirse en conocimientos, habilidades y competencias que deben ser adecuadas a una referencia externa y sometidas a una certificación. Es un aprendizaje que se caracteriza por su aplicación sistemática y crítica al conocimiento de la realidad mediante un trabajo sobre las distintas materias escolares.

4. Muchos equívocos en la relación entre escuela y familia, profesor y alumno o padre e hijo, nacen del hecho de dar por descontada la unión inseparable entre el estudio y el aprendizaje. Hace falta insistir, tanto en la familia como en la escuela, sobre el hecho de que hay estudio cuando hay aprendizaje, por lo que si se estudia sin tratar de aprender y conocer, simplemente no se está estudiando.

Conocer es encontrar y acoger el sentido de la realidad, que se revela en la medida en que razón y corazón están abiertos. Estudiar es esforzarse en tener abierta la mente para que suceda tal encuentro. Es un ejercicio de la razón y un compromiso del corazón.

Evidentemente, me refiero al estudio en general, sin hacer distinciones entre la tarea de un estudiante universitario y la de un colegial o un alumno de secundaria que se enfrenta a una página o un capítulo de historia.

5. ¿Cuál es el papel de los padres en el estudio de sus hijos?

No es el del profesor. El padre no pone y corrige los deberes (y mucho menos los hace), sino que simplemente ayuda a su hijo a aplicarse con conocimiento, eficacia y eficiencia al aprendizaje de la lección o al desarrollo del ejercicio que se le ha encomendado en clase.

Se trata de una ayuda que se presta en relación con la edad, el tipo de centro educativo y la situación del estudiante. A menudo se expresa a través de un simple interés cordial y amoroso por la experiencia escolar de nuestros hijos: «¿Qué has hecho hoy? ¿Qué tienes que hacer para mañana? ¿Cuándo vas a hacer los deberes? ¿Cuánto vas a tardar? ¿Cómo sabes si has estudiado de verdad?».

En estas preguntas se expresa un tipo de relación familiar que se caracteriza por compartir amorosamente la experiencia diaria del niño, por hablar de ella, por tender a que éste verifique los contenidos de la propuesta bajo condiciones de lugar y tiempo adecuadas al estudio.

En la reunión de padres de final de mes nos mediremos con estos cinco puntos.

Para ejemplificar, concretar y profundizar los cinco puntos, propongo como orden del día estas preguntas:

a) ¿En la experiencia (escolar y no escolar) de nuestro hijo ha habido momentos en que era claro que estaba aprendiendo algo con gusto? ¿Cuáles?

b) ¿Cómo se puede ayudar desde casa a que nuestro hijo viva el colegio como un lugar de encuentro con la realidad y su estudio sea un compromiso sistemático con el conocimiento y el aprendizaje?

Saludos cordiales.

A la maestra Marta Asunto: ¿A quién corresponde hacer la propuesta?

Querida maestra,

¿cómo estás? Me he enterado de que todavía tienes que guardar cama unos diez días. Te espero impaciente.

Me han dicho que querías saber qué tal fue la conversación con esos tres padres de tu clase. Bien, en resumen. Les hablé del cuadrado del estudio y de cómo y cuánto están (o deberían estar) implicados en el aprendizaje escolar de sus hijos, volviendo al discurso del «Pacto para el estudio de nuestros hijos».

Tras las cortesías de costumbre, sabiendo que habían venido a verme más para juzgarnos que para cooperar, cogí una hoja y les dibujé el esquema que ya conoces:

Después se lo comenté un poco.

Están de acuerdo con lo que les digo: un alumno es tal cuando mantiene una relación activa con la materia y con el profesor; y el profesor lo es a su vez si en su relación con el alumno es testigo de las razones y los pasos que una materia exige para ser aprendida. Subrayo la validez educativa de las materias de estudio poniendo sobre el tapete los conceptos del cuarto punto del «pacto»: las materias (y disciplinas) son puntos de vista sobre la realidad que la tradición cultural confía a las generaciones jóvenes para hacer posible un enriquecimiento de su experiencia.

Y entonces les pregunto a quemarropa: «¿Y el padre? ¿Dónde lo ponemos?».

Dudan. A una de las madres se le escapa: «¡Lo ponemos en el centro del triángulo!»

«Si se le pusiese en el centro —les hago notar— sería terrible para sí mismo y para los demás. Tendría que saber de todo y dictar a todos y a cada uno su ritmo de trabajo.»

«Pero la familia es el primer sujeto de la educación —observa el padre—. Es así por naturaleza y lo reconoce la Constitución». «Cierto —le respondo—.Y aun así no es el centro del proyecto didáctico».

Entonces interviene la segunda señora: «El padre está en el lado alumno-materia del triángulo. Tiene que ayudar a su hijo a entender la lección y a demostrar que la sabe».

«De esta forma el padre se convierte en otro profesor», observo.

La primera señora vuelve a hablar: «El padre no está en esta figura. Gira por su perímetro y sólo interviene cuando es necesario».

«¿Entonces es una especie de supervisor o inspector general? Sería todavía peor para él. Tendría que gastar tiempo y energías en algo que no le compete».

Llegados a este punto, como la conversación estaba a punto de convertirse en una discusión, hago el esquema completo.

«Fijaos. La familia está en la zona de la relación profesor-estudiante. Así. Pasemos del triángulo al cuadrado».

Ayudo a que los presentes asignen un nombre a cada lado, tal como se ve en el esquema:

Me detengo en la relación familia-estudiante. Explico que el lado F-E (familia-estudiante) del cuadrado es el lado donde padres e hijos comparten la experiencia escolar. La familia participa en la acción que su hijo lleva a cabo para aprender compartiéndola. Y lo hace sólo cuando es estrictamente necesario, sin sustituirlo nunca, casi de puntillas.

Entonces me doy cuenta de que he dado en el clavo. Una señora —la que dices que le hace los deberes a su hijo— pone cara de disgusto. Hago como si no me hubiese enterado y desplazo la atención sobre el otro riesgo del estudio en la familia: el choque, la conflictividad exasperada. Corroboro lo que ya se había denunciado en la reunión de padres: en la familia, el estudio puede llegar a ser un arma de chantaje afectivo, una mina flotante, una lucha entre padres e hijos.

Para eso es necesaria una constante y diligente colaboración (relación F-M, familia-maestro). La escuela posee instrumentos (encuentros entre padres y profesores, claustros, etc.) para ofrecer y recibir hipótesis de trabajo, desarrollar actividades culturales y educativas, favorecer encuentros que vayan más allá del corporativismo de los profesores y la delegación de los padres de la tarea educativa. La familia comunica a la escuela las exigencias y la historia de su hijo, ofrece su tiempo para colaborar en la aventura de la enseñanza-aprendizaje, contribuye a mejorar el clima de la clase y participa en la gestión de la escuela, de modo que la escuela sea cada vez más ella misma y no un lugar donde se aparca a los niños.

En este momento le pregunto al padre: «¿Quién tiene que hacer estudiar al chico, por tanto?». Pongo algo de énfasis en «hacer estudiar».

Responde lo que esperaba: el estudio, en conjunto, es la propuesta que el colegio hace al alumno y a su familia pidiéndoles colaboración a cada uno en su distinta modalidad. Al alumno se le propone aprender cierta materia o cierta habilidad de una determinada manera. A la familia se le exige colaborar con los profesores para que su hijo sea capaz de asumir conscientemente y verificar sistemáticamente la propuesta.

¿Cuál fue la reacción de los padres que estaban allí?

No sabría decirte. Estaban fascinados y tenían un interés palpable por la dinámica que refleja el cuadrado del estudio. Nos despedimos con el propósito de profundizar en el asunto en un segundo encuentro con todos los padres de la clase, que se celebrará en cuanto vuelvas.

Para entonces tienes que estar ya curada a la fuerza.

Te espero. Adiós.

A un profesor de ciencias Asunto: Con-fiar un método

Querido Miguel,

Estoy de acuerdo contigo. Estamos metidos en un buen lío. Vivimos en una sociedad plural, dinámica, multimedia, multicultural, que, de un lado, exige y propone un aprendizaje continuo, permanente, a lo largo de toda la vida y, de otro, alienta y promueve posturas de pasividad y duermevela en el uso de la razón, de pereza en el aprendizaje. Qué ironía tan dramática: en la sociedad del conocimiento y de la comunicación se corre el riesgo de no ser ya capaces de aprender y conocer. ¿Qué puede hacer la escuela?

Tiene frente a sí varias posibilidades.

Primera: ningunear los medios de comunicación y levantar un muro entre lo que reciben sus alumnos de ellos y los contenidos específicos de las disciplinas de la tradición cultural y científica. Ésta es una forma de actuar dictada por el prejuicio, el miedo al cambio y la ignorancia de las tecnologías de la comunicación y el aprendizaje.

Segunda: practicar una especie de tecnociencia enciclopédica. En este caso no se rompen amarras con los contenidos de las disciplinas, pero se deforman para ampliarlos o fragmentarlos según las exigencias de las nuevas tecnologías, especialmente las de la red.

La tercera posibilidad es esa con la que tú también coincides: orientar en este caos de propuestas, motivar en el estudio, llevar a entender qué es lo esencial, seleccionar lo que es existencialmente útil y significativo para elaborar lo que es válido a la luz de la experiencia y el destino del hombre. Y la escuela puede conseguirlo si no olvida la función de las distintas disciplinas ni la contribución de las nuevas tecnologías.

¿Cómo?

Con-fiando un método de estudio.

¿Qué quiere decir con-fiar un método de estudio?

Si instruir, del latín instruere, significa dotar a alguien de los materiales necesarios para algo determinado, una persona instruida no es la que, una vez armada de sofisticadas armas de fuego, dispara haciendo borrón y cuenta nueva con la experiencia que le precede, sino la que es competente en el manejo de su nuevo equipo (habilidades y conocimientos), y tiene «ganas» de usarlo para afrontar los problemas que el impacto con la realidad conlleva y, por tanto, para aumentar su experiencia.

«Cuando un hombre dispara con un rifle, apunta al blanco a través de la mira del arma, se da cuenta del error de trayectoria y lo corrige. Puede que lo corrija demasiado, así que debe corregirlo de nuevo, hasta que esté satisfecho. Cuando el error está corregido, aprieta el gatillo y el rifle dispara. Éste es el método de la retroacción. Su característica principal es el empeño por corregir el error en cada disparo. Y al contrario, un cazador que usa una escopeta para disparar a un pájaro en pleno vuelo no tiene tiempo de corregir una y otra vez la mira. Tendrá que basarse para dar en el blanco en la calibración que hacen sus ojos, cerebro y músculos antes de disparar. Cuanto más crezca su experiencia y más presente la tenga en la memoria, mayor éxito tendrá» (Bateson, 1989, pp. 72 y ss.).

Con-fiar un método de estudio es favorecer, en el contexto que resume el triángulo del aprendizaje enseñado, una reflexión acerca de la experiencia de estudio desarrollado y vivido con método. No consiste en un adestramiento para usar estrategias o rifles metodológicos. Es suscitar y atraer el deseo de aprender y de conocer, de dar este paso o este otro, de usar esta técnica o aquélla. Es proponer signos eficaces y visibles, compartiendo su significado, en el camino del aprendizaje.

Estos signos, se quiera o no, instruyen al alumno en lo que se refiere al método. Los signos no remiten sólo a contenidos o a procedimientos, sino a una suma de contenidos y procedimientos en un contexto vivo y que evoluciona mediante continuas tomas de posición sobre las razones y los pasos que hay que dar en el estudio. Estas repetidas tomas de posición del profesor llegan a ser un método de aprendizaje para el alumno.

El hecho de que esta suma de contenidos y procedimientos no se transmita totalmente (de manera válida para todos y en toda circunstancia de enseñanza/aprendizaje) del profesor al alumno según leyes físicas, casi como un trasvase de líquidos, no es objeción a lo que estoy describiendo. Más aún, confirma el fundamento del discurso: la enseñanza del método no consiste en ensombrecer, anular el sujeto del estudiante, porque no hay método si no hay un estudiante que se relaciona con el objeto de conocimiento.

El método de estudio es un camino que se ofrece y se descubre día a día. Lo ofrece la escuela como perspectiva por la que vale la pena acometer la aventura del aprendizaje enseñado; lo indica el profesor como recorrido de la disciplina que enseña. El estudiante atento, curioso, que actúa en el colegio y está en relación con sus profesores, lo describe como el carril por el que discurre su aprendizaje.

Ya volveremos a hablar de ello. Ahora tengo prisa. Tengo que prepararme para mañana.

Ros.

Al mismo Asunto: No seamos sapos

Querido Miguel,

¿Sabes la historia del ciempiés y el sapo?

El ciempiés vivía feliz hasta que el sapo, para tomarle el pelo, le preguntó: «Dime, ¿qué pie mueves primero?». Y así le fue liando de tal forma, que el ciempiés se pasó el resto de su vida en su agujero sin poder moverse, pensando cuál era el mejor método para caminar (Edmund Craster).

Proponer un método de estudio no quiere decir confundir a los alumnos con teorías abstractas sobre la memoria, por poner un ejemplo, ni tan siquiera obligarles a realizar una serie de operaciones de tipo técnico-estratégico. No es asignarles ciertas tareas, sino promover su aprendizaje de una forma eficaz y eficiente. No es «hacer estudiar» y basta, sino darles la posibilidad de estudiar, que se concreta en con-fiarles una serie de razones y pasos que tendrán que verificar en su estudio personal.

Si un profesor lo hace ya de tácita e inconscientemente (como sin duda será), puede y debe hacerlo para mayor provecho de forma intencional, implícita y explícita.

Sus decisiones, sus silencios, sus intervenciones, las relaciones que establece, su programación de la materia, dejan una serie de huellas más o menos practicables que facilitan el aprendizaje. Así funcionaban y siguen funcionando los talleres artesanales. El maestro artesano orienta a sus aprendices mostrándoles cómo trabaja él o haciéndoles trabajar a ellos. En algunos momentos interviene con instrucciones explícitas y en otras se limita a observar y evaluar el trabajo del aprendiz. En esta relación le transmite un conjunto de signos que se convierten en la transmisión completa de una actitud, una forma de comportamiento, de procedimientos y operaciones posibles que los aprendices deben dominar responsablemente hasta el punto de que serán capaces de innovarlas. ¿No es lo mismo que haces tú en tus prácticas de laboratorio?

Adiós.

PROYECTO

Proyecto, del latín proicere, indica la acción de «arrojar algo hacia delante». Un proyecto, por tanto, es un programa ordenado y particularizado, en vista de algo y para alguien.

El estudio, si bien arranca a partir de una propuesta, procede y se desarrolla como una acción laboriosa y difícil que se «arroja» a la mirada del deseo. Es la consecuencia de una provocación que emerge en la situación didáctica, que es eco a su vez de la provocación que la realidad arroja frente a la necesidad de significado del hombre-estudiante. Se trata, como veremos, de una empresa solidaria que se desarrolla en colaboración con otros, que tiene su humus en la visión que uno tiene de sí mismo en relación con las cosas y el destino propio.

De hecho el aprendizaje humano no se puede reducir a una mera transformación bioquímica ni a informaciones y mecanismos operativos que se fijan superficialmente en el estudiante. Implica siempre una «reestructuración de la relación Yo-Mundo» (Titone), de un yo que tiende a responder a sus exigencias, deseoso de re-establecer una relación con la realidad cada vez más cargada de satisfacción.

Nos preguntamos:

- ¿Cómo se pasa de la apetencia al deseo y, por tanto, al proyecto?

- ¿Cómo y por qué ayudar a nuestros estudiantes a vivir su estudio como un proyecto?

- ¿Qué recursos tienen a su alcance docentes y padres para ello?

A los profesores de aula Asunto: De la propuesta al proyecto

Queridos compañeros,

la estéril discusión de la última reunión de profesores de aula sobre la falta de motivación y método de nuestros alumnos en su estudio y sus tareas me ha dejado un sabor amargo en la boca.

No es útil oponer método y motivación. ¿Acaso el método no es el conjunto de pasos y razones para estudiar? ¿Y la motivación no es en el fondo la suma de los motivos (razones) para llevar a cabo la acción-estudio?

Ésta es mi tesis: o el método y la motivación son la propuesta de que se estudie matemáticas, inglés o historia de forma que acontezca un aprendizaje humano o no son nada.

Respondo una vez más a nuestra compañera de matemáticas (según la cual «un chico está motivado o no lo está: sigue o no sigue un método. El profesor no puede hacer nada») llamándola al sentido común. Si los factores y las condiciones necesarias para el estudio se quedan en algo previo que los alumnos tendrían que tener ya por sí mismos, con independencia del profesor, entonces el profesor es inútil (o casi).

Muchos de nuestros discípulos, desgraciadamente, abordan el estudio de manera ocasional y poco clara. Expresan su escasa voluntad, por ejemplo, ejecutando algo de lo que ignoran (o deciden ignorar) su finalidad y significado. Su voluntad apenas arraiga en un muro que su falta de ganas cubre como la hiedra.

Para sacarles de las cabañas prehistóricas de su ignorancia, debemos «imponer» un estilo en el uso del tiempo, al menos el que pasan en el colegio, constituido por una intencionalidad consciente y toma de decisiones responsable. Los chicos no saldrán de la inercia en la que se mecen como cuerpos muertos en el mar mediante promesas vagas o amenazas. La aventura del estudio es grandiosa e incierta.

El océano de la realidad necesita marineros despiertos, pero también capitanes que sepan marcar el ritmo y las razones del trabajo a la marinería. Nadie sube al barco sin un mínimo proyecto. Y los barcos son nuestras disciplinas.

En esto tiene mucha razón nuestra compañera de francés. «Para construir un barco con nuestros alumnos —decía parafraseando un célebre aforismo de Antoine de Saint-Exupéry—, no podemos distribuirles las tareas y hacer que acumulen materiales. Si queremos construir un barco, enseñémosles la nostalgia del mar vasto e infinito».

Algunos de los que estaban allí ironizaron sobre el lirismo poético de nuestra compañera y sobre mi romanticismo a lo Herman Melville, canturreando cínicamente su estribillo de costumbre: «Hechos, no palabras».

Vamos entonces a los hechos, colegas. Tomemos nota, lo primero, del hecho de que todas las mañanas los alumnos que tenemos delante necesitan vernos en acción, darse cuenta y convencerse de que lo que decimos es una propuesta para cada uno de ellos y para la clase entera. ¿Pero es una propuesta «potente», capaz de ser proyecto personal del alumno?