Exiliados - James Joyce - E-Book

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James Joyce

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Beschreibung


El escritor Richard Rowan y su mujer Bertha han estado fuera de Irlanda y regresado hace poco. Ellos no están legalmente casados. Bertha ha sido su sostén en los momentos difíciles y gracias a la que ha podido realizar sus aspiraciones artísticas. El periodista Robert Hand, está enamorado de Bertha, pero es amigo de Richard y no se ha atrevido a confesar sus sentimientos. Richard siempre lo ha sabido, y a pesar de amar a su esposa, desea que ella y su amigo lleguen hasta el final de esta situación

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James Joyce

EXILIADOS

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 978-88-3295-317-6

Greenbooks editore

Edición digital

Mayo 2019

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 978-88-3295-317-6
Este libro se ha creado con StreetLib Writehttp://write.streetlib.com

Indice

EXILIADOS

PRIMER ACTO

SEGUNDO ACTO

TERCER ACTO

NOTAS DEL AUTOR

EXILIADOS

James Joyce

RICHARD ROWAN, escritor.

BERTHA.

ARCHIE, hijo de ambos, de ocho años.

ROBERT HAND, periodista.

BEATRICE JUSTICE, prima de Robert, profesora de música.

BRIGID, anciana sirvienta de la familia Rowan.

UNA PESCADERA.

En Merrion y Ranelagh, en las afueras de Dublín [1].

Verano del año 1912.

[1] Merrion es un suburbio al sureste de Dublín y cerca de la playa. Ranelagh se halla justamente al sur y más cercano al centro de la ciudad.

PRIMER ACTO

El salón de la casa de Richard Rowan en Merrion, un barrio en las afueras de Dublín. A la derecha, en primer término, una chimenea, frente a la cual hay una pantalla baja. Encima de la repisa de la chimenea hay un espejo con marco dorado. Más atrás, en la pared derecha, hay una puerta de dos hojas que da a la sala de estar y a la cocina. En la pared del fondo, a la derecha, una puerta pequeña que da a un estudio. A la izquierda de ésta hay un aparador. En la pared, encima del aparador, hay un retrato enmarcado, a lápiz, de un hombre joven. Más a la izquierda hay unas puertas dobles acristaladas que conducen al jardín. En la pared izquierda, una ventana que da al camino. Hacia el primer término, en esa misma pared, hay una puerta que lleva al vestíbulo y a la planta superior de la casa. Entre la puerta y la ventana, adosado a la pared, un escritorio de señora con una silla de mimbre. En el centro de la habitación, una mesa redonda. Sillas tapizadas de terciopelo verde desvaído rodean la mesa. A la derecha, en primer término, hay una mesita baja sobre la que se encuentra el recado de fumar. Cerca de ella, un sillón y un canapé. Delante de la chimenea, junto al canapé y ante las puertas, hay esteras de fibra de coco. El suelo es de planchas de madera barnizada Las puertas dobles del fondo y la de dos hojas de la derecha tienen visillos de encaje, que están medio echados. La parte inferior de la ventana está levantada, y la ventana está enmarcada por pesadas cortinas de terciopelo verde. La persiana se halla bajada hasta el borde del bastidor de la ventana.

Es una cálida tarde de junio [1] y la habitación está bañada por una suave luz solar que empieza a decaer.

(BRIGID y BEATRICE JUSTICE entran por la puerta de la izquierda. BRIGID es una mujer mayor, de baja estatura con el cabello gris hierro. BEATRICE JUSTICE es una joven delgada y morena, de veintisiete años. Viste un traje azul marino bien cortado y un elegante sombrero negro de paja adornado con sencillez; y lleva un pequeño bolso en forma de cartera.)

BRIGID. La señora y el señorito Archie han ido a bañarse. No la esperaban por tanto. ¿Mandó usted recado de que había vuelto, señorita Justice?

BEATRICE. No. Acabo de llegar.

BRIGID. (Le señala el sillón.) Siéntese y le diré al señor que está usted aquí. ¿Ha estado mucho tiempo en el tren?

BEATRICE. (Sentándose.) Desde esta mañana.

BRIGID. Al señorito Archie le llegó su postal con las vistas de Youghal [2]. Tiene que estar usted rendida, me imagino.

BEATRICE. (Tose con cierto nerviosismo.) ¿Ha practicado con el piano mientras yo no estaba?

BRIGID. (Se ríe con ganas.) ¡Practicar, vaya cosa!

¿Quién, el señorito Archie? Últimamente anda loco con el caballo del lechero. ¿Le ha hecho buen tiempo allí abajo, señorita Justice?

BEATRICE. Más bien lluvioso, creo.

BRIGID. (Condolida.) Pues vaya lástima. Yaquí parece que nos va a llover también. (Avanzando hacia el estudio.) Le diré que está usted aquí.

BEATRICE. ¿Está en casa el señor Rowan?

BRIGID. (Señalando.) Está en su estudio. Se está consumiendo por culpa de algo que está escribiendo. Se pasa la mitad de la noche levantado. (Avanzando.) Voya llamarle.

BEATRICE. Nole moleste, Brigid. Puedo esperar aquí hasta que regresen, si no tardan mucho.

BRIGID. Además, vi algo en el buzón cuando salí a abrirle a usted. (Atraviesa hasta la puerta del estudio, la abre un poco y llama.) Señor Rowan, la señorita Justice ha venido para la clase del señorito Archie.

(RICHARD ROWAN entra desde el estudio y avanza hacia BEATRICE con la mano tendida.

Es un hombre joven, alto y atlético, deporte un tanto indolente. Tiene el cabello castaño claro, y lleva gafas y bigote. Va vestido con ropa holgada de mezclilla gris clara.)

RICHARD. Bienvenida.

BEATRICE. (Se pone en pie y le da la mano, sonrojándose ligeramente.) Buenas tardes, señor Rowan. Le dije a Brigid que no le molestara.

RICHARD. ¿Molestarme? ¡Por favor!

BRIGID. Hay algo en el buzón, señor.

RICHARD. (Saca un pequeño manojo de llaves del bolsillo y se lo entrega a BRIGID.) Tenga.

(BRIGID sale por la puerta de la izquierda, y se oye cómo abre y cierra el buzón. Pausa breve. Vuelve a entrar con dos periódicos en la mano.)

RICHARD. ¿Cartas?

BRIGID. No, señor. Sólo estos periódicos italianos.

RICHARD. Déjelos encima de mi mesa, ¿quiere?

(BRIGID le devuelve las llaves, deja los periódicos en el estudio, vuelve a entrar _y sale por la puerta de dos hojas de la derecha.)

RICHARD. Por favor, siéntese. Bertha volverá enseguida.

(BEATRICE se vuelve a sentar en el sillón. RICHARD se sienta

junto a la mesa.)

RICHARD. Empezaba a creer que ya no volvería. Han pasado doce días desde que estuvo usted aquí.

BEATRICE. Yo también empezaba a pensarlo. Pero he venido.

RICHARD. ¿Ha pensado en lo que le dije la última vez que estuvo aquí?

BEATRICE. Mucho.

RICHARD. Tenía que saberlo de antes. ¿Lo sa-

bía? (Ella no contesta.) ¿Me lo reprocha?

BEATRICE. No.

RICHARD. ¿Cree que me he portado... mal con usted? ¿O con cualquier otra persona?

BEATRICE. (Le mira con expresión triste y perple-

ja.) Yo misma me he hecho esa pregunta.

RICHARD. ¿Y la respuesta?

BEATRICE. No fui capaz de contestarla.

RICHARD. Si yo fuera pintor y le dijera que tenía un cuaderno de bocetos de usted, no le parecería tan extraño, ¿verdad?

BEATRICE. No es exactamente el mismo caso, ¿no cree?

RICHARD. (Sonríe levemente.) No del todo. También le dije que no le enseñaría lo que había escrito a no ser que me lo pidiera. ¿Y bien?

BEATRICE. No se lo pediré.

RICHARD. (Se inclina hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas, con las manos juntas.) ¿Le gustaría verlo?

BEATRICE. Mucho.

RICHARD. ¿Porque trata sobre usted?

BEATRICE. Sí. Pero no sólo es eso.

RICHARD. ¿Porque lo he escrito yo? ¿Sí? ¿Incluso aunque lo que pudiera encontrar allí a veces resultara cruel?

BEATRICE. (Con timidez) Eso también es parte

de su mente.

RICHARD. ¿Entonces es mi mente lo que la atrae? ¿Es eso?

BEATRICE. (Vacilando, le dirige una mirada rápi-

da.) ¿Por qué cree que vengo aquí?

RICHARD. ¿Por qué? Por muchas razones. Para darle clases a Archie. Nos conocemos desde hace muchos años, desde la infancia, Robert, usted y yo, ¿no es así? Usted siempre se interesó por mí, antes de que me marchara y mientras estuve fuera. Luego están puestras cartas a propósito de mi libro. Ahora ya está publicado. Yo estoy aquí otra vez. Quizá cree que alguna cosa nueva se está forjando en mi cerebro; quizá piensa que debería saber qué es. ¿Es esa la razón?

BEATRICE. No.

RICHARD. Entonces, ¿por qué?

BEATRICE. Porque si no, no podría verle 4.

(Le mira durante un momento, y luego vuelve el rostro rápidamente.)

RICHARD. (Tras una pausa, repite en tono inseguro.) ¿Sino, no podría verme?

4 4Esta misma frase aparece en un brevísimo fragmento de conversación en Giacomo Joyce, pág. 16.

BEATRICE. (Repentinamente azorada.) Será mejor que me vaya. No van a volver. (Poniéndose en pie.) Señor Rowan, debo irme.

RICHARD. (Extendiendo los brazos.) ¡Pero está usted huyendo! Quédese. Dígame lo que significan sus palabras. ¿Tiene miedo de mí?

BEATRICE. (Se deja caer de nuevo en su asiento.) ¿Miedo? No.

RICHARD. ¿Tiene confianza en mi? ¿Tiene la sensación de que me conoce?

BEATRICE. (De nuevo con timidez) Es difícil co-

nocer a nadie que no sea uno mismo.

RICHARD. ¿Difícil conocerme? Yo le enviaba los capítulos de mi libro desde Roma a medida que los iba escribiendo; y le envié cartas durante nueve largos años. Bueno, ocho años.

BEATRICE. Sí, pasó casi un año hasta que llegó su primera carta.

RICHARD. Usted la contestó enseguida. Y desde entonces me ha contemplado usted en

mi lucha. (Junta las manos con gesto de ansiedad.) Dígame, señorita Justice, ¿le pareció que lo que leía estaba escrito para que lo leyera usted? ¿O que era usted quien me inspiraba?

BEATRICE. (Negando con la cabeza) No tengo

por qué contestar a esa pregunta.

RICHARD. Entonces, ¿qué le pareció?

BEATRICE. (Permanece en silencio un momento.) No puedo decirlo. Es usted quien tiene que hacerse la pregunta, señor Rowan.

RICHARD. (Con cierta vehemencia.) Entonces, ¿le pareció que yo expresaba en esos capítulos y esas cartas, y también con mi carácter y mi vida, algo que hay en su alma de lo que usted no podía enorgullecerse, pero que tampoco podía desdeñar?

BEATRICE. ¿No podía?

RICHARD. (Inclinándose hacia ella.) No podía

porque no se atrevía. ¿Es por eso?

BEATRICE. (Agachando la cabeza.) Sí.

RICHARD. ¿A causa de los demás, o por falta de valor? ¿Cuál fue el motivo?

BEATRICE. (Suavemente.) El valor.

RICHARD. (Lentamente.) Yasí, pues, ¿me ha seguido con orgullo y también con desdén en el corazón?

BEATRICE. Y con soledad.

(Apoya la cabeza en la mano, volviéndole la cara. RICHARD se pone en pie y se dirige lentamente a la ventana de la izquierda. Mira al exterior durante unos instantes y luego regresa hacia ella, se dirige al canapé y se sienta cerca de ella.)

RICHARD. ¿Aún le ama?

BEATRICE. Ni siquiera lo sé.

RICHARD. Eso es lo que hacía que yo fuera entonces tan reservado con usted, a pesar de que notaba su interés por mí, a pesar de que sentía que yo también significaba algo en su vida.

BEATRICE. Y así era.

RICHARD. Y sin embargo, eso me separaba de usted. Yo era el tercero en discordia, o eso me parecía. Sus nombres siempre se habían pronunciado juntos, Robert y Beatrice, desde que yo podía recordarlo. Me parecía a mí, les parecía a todos...

BEATRICE. Somos primos hermanos. No es extraño que a menudo estuviéramos juntos.

RICHARD. Él me habló de su compromiso secreto con usted. Él no me ocultaba ningún secreto; supongo que eso lo sabe.

BEATRICE. (Incómoda.) Lo que sucedió... entre nosotros... fue hace mucho tiempo. Yo era una niña.

RICHARD. (Sonríe con malicia.) ¿Una niña? ¿Está segura? Fue en el jardín de la casa de su madre, ¿no? (Señala hacia el jardín.) Allí. Se dieron palabra de matrimonio, como se sue-

le decir, con un beso. Y usted le regaló una liga suya. ¿Me está permitido mencionarlo?

BEATRICE. (Con cierta reserva.) Si usted lo cree digno de mención.

RICHARD. Creo que usted no lo ha olvidado. (juntando las manos suavemente.) No lo entiendo. Pensé, también, que después de haberme ido... ¿Le hizo sufrir mi partida?

BEATRICE. Siempre supe que algún día se marcharía. No sufrí; pero sí cambié.

RICHARD. ¿Con respecto a él?

BEATRICE. Todo cambió. Su vida, incluso su mente pareció cambiar después de eso.

RICHARD. (Pensativo.) Sí. Vi que usted había cambiado cuando recibí su primera carta después de un año; después de su enfermedad, también. Incluso lo decía usted en su carta.

BEATRICE. Estuve al borde de la muerte. Eso me hizo ver las cosas de un modo diferente.

RICHARD. Y así comenzó a crecer entre ustedes la frialdad, poquito a poco. ¿Es eso?

BEATRICE. (Entrecerrando los ojos.) No. No de

inmediato. Yo veía en él un pálido reflejo de usted. Luego, eso se desvaneció también. ¿De qué sirve hablar de ello ahora?

RICHARD. (Con energía contenida.) Pero, ¿qué es lo que parece cernerse sobre usted? Sin duda, no puede ser tan trágico.

BEATRICE. (Con calma.) Oh, no es en absoluto trágico. Me iré reponiendo, me dicen, a medida que me haga mayor. Como no me morí entonces, me dicen que probablemente viviré. He recuperado la vida y la salud cuando no puedo disfrutar de ellas. (Con serenidad y amargura.) Estoy convaleciente.

RICHARD. (Suavemente.) Entonces, ¿no hay nada en la vida que le depare paz? Sin duda tendrá que haberla para usted en alguna parte.

BEATRICE. Si en nuestra religión existieran los conventos, quizá allí 5. Al menos eso me parece a veces.

RICHARD. (Negando con la cabeza.) No, señorita Justice, ni siquiera allí. Usted no sería capaz de entregarse libre y totalmente.

BEATRICE. (Mirándole.) Lo intentaría.

RICHARD. Lo intentaría, sí. Usted se sintió atraída hacia él lo mismo que su mente se sentía atraída hacia la mía. Usted se resistió a él. Y a mí también, de un modo distinto. Usted no es capaz de entregarse libre y totalmente.

BEATRICE. (Une las manos delicadamente.) Es algo terriblemente difícil de hacer, señor Rowan, entregarse libre y totalmente... y ser feliz.

5 Beatrice se refiere al protestantismo. Richard más adelante alude al epíteto «la protestante negra».

RICHARD. Pero, ¿cree usted que la felicidad es lo mejor, lo más elevado que podemos sentir?

BEATRICE. (Con fervor.) Ojalá pudiera creerlo.

RICHARD. (Se reclina hacia atrás, con las manos cogidas detrás de la nuca.) ¡Oh, si supiera cuánto estoy sufriendo en este instante! Por su caso también. Pero sobre todo sufro por el mío. (Con profunda amargura.) ¡Ycómo pido al cielo que me vuelva a ser concedida la dureza de corazón de mi difunta madre! Porque, dentro o fuera de mí, he de encontrar ayuda. Y voy a encontrarla.

(BEATRICE se pone en pie, le mira intensamente, y se aleja en dirección a la puerta del jardin. Se vuelve, indecisa, le mira de nuevo y, regresando, se inclina sobre el respaldo del sillón.)

BEATRICE. (En tono quedo.) ¿Le mandó llamar antes de morirse, señor Rowan?

RICHARD. (Perdido en sus pensamientos.) ¿Quién?

BEATRICE. Su madre.

RICHARD. (Recuperándose, la mira fijamente durante un momento.) ¿Así que mis amigos de aquí también dijeron eso de mí, que ella me mandó llamar antes de morir y que yo no acude?

BEATRICE. Si.

RICHARD. (Fríamente.) No lo hizo. Murió sola, sin haberme perdonado, y reconfortada por los ritos de la Santa Madre Iglesia.

ROBERT. ¿Cómo estás, Beatty? Y, ¿cómo andan todos por Youghal? ¿Tan aburridos como siempre? ROBERT. Amigas, sí. BERTHA. ¿Les habla a ellas del mismo modo? ROBERT. ¿Cómo puede hacerme esa pregunta? ¿Qué clase de persona cree que soy? ¿Y por qué me escucha? ¿No le ha gustado que le hablara de ese modo? ROBERT. Esos ojos no deben marcharse. ¿Puedo besarte los ojos? BERTHA. Hazlo. mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástele a cada día su afán» (San Mateo, 6,34). 15 Robert contesta negativamente, pero Cosgrave intentó alejar a Nora de Joyce diciéndole que el amor de éste no duraría y que en cualquier caso estaba loco. Véase Ellmann, pág. 160. BERTHA. Así que os dejo para que charléis. ¿Queréis alguna cosa? ¿Cigarrillos? RICHARD. Gracias. Los tenemos ahí. BERTHA. Entonces puedo irme.