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En Grecia sobresale la fábula en la figura de Esopo, cuya existencia a veces parece dudosa, pues alrededor de su vida se han tejido historias y anécdotas que se contradicen entre sí. Muchos temas tratados por el fabulista griego fueron retomados por otros autores como los españoles Iriarte y Samaniego (quienes siempre escribieron en verso). Iriarte usó la fábula para enseñar preceptos literarios; Samaniego, por su parte, reescribió los temas en versos castellanos. En esta edición, el lector podrá disfrutar de una importante selección de fábulas de estos autores, los más reconocidos en el género
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Seitenzahl: 139
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Contenido
Prólogo
Esopo
El pastorcito mentiroso
El grajo vanidoso
La rana que quiso superar al buey
El ganso que ponía huevos de oro
La cabra y el zorro
El cascabel y el gato
La parte del león
El sol y el viento
Las ranas y su rey
El cazador de aves
El lobo con piel de oveja
El granjero y la cigüeña
El molinero y su asno
El zorro y el cuervo
El gato y los ratones
El tesoro oculto
La cigarra y la hormiga
La alondra y sus polluelos
El avaro que perdió su oro
La ardilla y el león
El zorro y la cigüeña
El león y el ratón
La espiga y el roble
El león y el elefante
El ciervo herido
La liebre con muchos amigos
El granjero y sus hijos
El viejo perro de caza
La liebre y la tortuga
El lobo y la grulla
El caballo y el asno
La zorra y las uvas
El ratón de campo en la ciudad
El lobo y el perro del granjero
El león moribundo
El asno que intentaba cantar
La leche derramada
Los dos amigos y el oso
El toro y el ratón
Un pez en la mano
El zorro que perdió la cola
El cuervo y su madre
La gata, el águila y la cerda
El lobo desencantado
La tortuga y el águila
El perro del hortelano
Las avispas y el tarro de miel
Las ranas y los niños
El águila y el zorro
El adivino
El tigre y el cazador
El león y sus consejeros
El zorro y la gallina
El lobo y el cordero
El asno y Júpiter
El vaquero y el león
El león y la cabra
El gallo y el zorro
El perro que perdió su hueso
El asno descontento
El lobo y el cabrito
Las gallinas gordas y las flacas
Iriarte
El papagayo, el tordo y la urraca
El burro flautista
La urraca y la mona
El gusano de seda y la araña
La rana y la gallina
El ratón y el gato
El asno y su amo
El pedernal y el eslabón
El elefante y otros animales
El oso, la mona y el cerdo
El buey y la cigarra
La oruga y la zorra
La abeja y los zánganos
El mono y el titiritero
La hormiga y la pulga
Los dos conejos
La parietaria y el tomillo
El topo y los otros animales
El ruiseñor y el gorrión
El manguito, el abanico y el quitasol
Samaniego
La cigarra y la hormiga
La zorra y la cigüeña
La serpiente y la lima
Las dos ranas
El ratón de la corte y el del campo
El cuervo y el zorro
El congreso de los ratones
La gata con cascabeles
La lechera
El perro y el cocodrilo
El lobo y la oveja
La paloma
El elefante, el toro, el asno y los demás animales
La zorra y el busto
El águila, la gata y la jabalina
El zagal y las ovejas
El asno y el caballo
El hombre y la culebra
Las cabras y los chivos
El cuervo y la serpiente
Las moscas
La mona corrida
El asno y las ranas
El cazador y la perdiz
La cierva y la viña
El león y el ratón
El grajo vano
El camello y la pulga
El labrador y la Providencia
El asno y el lobo
El león vencido por el hombre
Prólogo
A lo largo de toda la historia se han dado diversas definiciones de la palabra “fábula”. En latín, este término tiene el significado de “rumores o conversaciones de la gente del vulgo”. El término está también relacionado con otra palabra latina, fablar, que significa “hablar”, que con el paso del tiempo se empezó a utilizar para denominar una composición literaria de características particulares.
Algunos escritores latinos que vivieron en el siglo i a.C. daban el nombre de fábulas a los poemas épicos y a los dramas, pues consideraban que donde hubiera algún tipo de transformación poética podía hablarse de fábula. También un gran filósofo llamado Aristóteles, que vivió del 384 al 322 a.C., decía que había fábula cuando en una tragedia, comedia o poema épico se presentaba la acción. La definición que ellos hacían de este término era, pues muy diferente a la que hoy conocemos.
Ya en el siglo xviii aparece una definición de fábula más parecida a aquella de la cual queremos referirnos aquí. Se definía la fábula como una composición literaria —cuento, narraciones o poemas— que trataban sobre un tema inventado cuya finalidad era deleitar; las fábulas podían tener enseñanza o no tenerla. Existía pues una división: las fábulas apólogas (cuya finalidad era enseñar alguna cosa) y las fábulas milesias (que no tenían el propósito de enseñar).
La primera clase de fábula también recibe el nombre de apólogo. La raíz de la palabra es griega (apologos) y significa cuento, fábula, relato detallado. Félix María Samaniego utiliza en el prólogo a sus fábulas completas ambas palabras por igual; no hace ninguna distinción específica entre fábula y apólogo.
En general podemos decir que la fábula es una composición literaria en forma de cuento corto o de poesía, que sirve para deleitar al lector o al oyente y que intenta enseñar una verdad moral llamada moraleja. La moraleja no siempre va escrita, pues el lector puede inferirla por sí mismo, por el contenido mismo de la fábula. Sin embargo, la mayoría de los autores prefirieron dejarla por escrito. A veces las enseñanzas vienen presentadas de una manera humorística que puede provocar risa, sin que eso la convierta en una composición al estilo del chiste.
Los personajes que participan en la fábula son casi siempre animales que representan alguna característica humana. Por lo general se usan siempre los mismos animales para caracterizar una actitud o un rasgo determinado. Así, por ejemplo, el zorro suele personificar la astucia, pues siempre aparece como un ser taimado, es decir, astuto y malicioso. También sucede algo parecido con el cuervo, que personifica la desconfianza. La paloma, por el contrario, suele representar la bondad y la confianza. La hormiga es la caracterización del trabajo y la constancia. El cordero sirve para personificar la ingenuidad en tanto que el pavo encarna la vanidad. Generalmente los animales que se usan como personajes tienen la facultad de hablar. En las fábulas también participan los seres humanos como personajes.
Por lo general se busca que las fábulas sirvan para mostrar el efecto negativo de determinada característica humana. El tema de cada fábula es uno solo, es decir, trata de una sola característica a la vez. La fábula no tiene que ser necesariamente en verso, si bien es cierto que los dos fabulistas españoles más conocidos (y que hemos incluido en esta selección) las hicieron en forma de verso.
Los orígenes más remotos de las fábulas se encuentran en Oriente, en la India. Las antiguas fábulas indias están escritas en prosa, pero intercalan algunas estrofas en verso, en las cuales se encuentra la sentencia o moraleja. Los budistas, para quienes las enseñanzas en forma de cuento tienen un gran atractivo, contribuyeron a la difusión de los apólogos.
El Pantchatantra es el libro de apólogos más antiguo y es originario de la India. Se cree que fue escrito durante los siglos ii y vi, pero se considera que las raíces populares que le dieron origen son muchísimo más antiguas.
En Grecia también sobresale la fábula en la figura de Esopo, cuya existencia parece dudosa, pues alrededor de su vida se han tejido infinidad de historias y anécdotas que se contradicen entre sí. Heródoto, un famoso historiador de la antigüedad, es la primera fuente escrita sobre Esopo; dicen que el fabulista vivió entre el 570 y el 526 a.C. Se sabe con toda seguridad que Esopo nació esclavo y que su amo le concedió más tarde la libertad, después de haberle dado maestros y haberlo puesto en contacto con gentes cultas de su tiempo. En esa época, Grecia era una gran potencia, centro de la cultura y la civilización.
Muchos de los temas tratados por el fabulista griego fueron retomados por otros autores que vendrían después: Fedro (fabulista latino que vivió en el siglo i), La Fontaine (francés, 1621-1695); y los fabulistas españoles Tomás de Iriarte (1750-1791) y Félix María Samaniego (1745-1801).
Como características particulares de estos autores españoles podemos citar, para Iriarte, que su principal inclinación fue usar la fábula (que al igual que Samaniego, siempre escribió en verso) para enseñar preceptos literarios. Samaniego, por su parte, retomó muchos de los temas de Esopo, y los reescribió bellamente en versos castellanos.
En la actualidad ningún autor se ha destacado especialmente por la escritura de fábulas. Puede decirse que el género de la fábula llegó hasta un punto a partir del cual ya no hubo muchos avances significativos. Sin embargo, se reconoce la enorme importancia de la fábula. Esopo, hombre sabio e inteligente, presentaba sus profundas enseñanzas de una manera tal que aún hoy en día siguen teniendo la vigencia que siempre las caracterizó, y que probablemente seguirán teniendo durante mucho tiempo.
María Mercedes Correa D.
Esopo
El pastorcito mentiroso
Un día el joven pastor gritaba por el campo vecino:
—¡El lobo! ¡el lobo! —gritaba desesperadamente agitando los brazos para llamar la atención de los hombres que trabajaban allí—. ¡Un lobo está matando mis ovejas!
Pero todos se burlaron de él.
—¡Nos has engañado demasiadas veces! —dijo uno de ellos—. ¡No abandonaremos nuestro trabajo, esta vez, para perseguir a tus lobos de mentiras!
—¡No! ¡No! —gritó implorante el pastor—. Créanme por favor. ¡Esta vez, el lobo ha venido de verdad!
—Es lo que nos dijiste la última vez. También entonces aseguraste que estaba realmente allí —le recordaron los hombres, con buen humor—. Vete ahora a cuidar de tus ovejas. ¡No conseguirás engañarnos de nuevo!
Por desgracia, esta vez el pobre pastorcito decía la verdad. El lobo había llegado y estaba matando a las indefensas ovejas, una por una. Estas balaban de un modo lastimero, como si pidieran a su amo que las salvara.
Pero el pastor nada podía hacer solo, y aquellos hombres no querían creerle. Impresionado y dolorido porque no había podido conseguir ayuda para su rebaño, el pastorcito atravesó con lentitud los campos, hacia el triste espectáculo de sus ovejas muertas.
Había mentido tantas veces, sin necesidad, que cuando dijo la verdad, nadie le creyó. Y tuvo que sufrir las consecuencias.
La gente que dice tantas mentiras pierdela credibilidad ante los demás.
El grajo vanidoso
En un claro del bosque, un viejo grajo se había cubierto con el hermoso plumaje de un pavo real y se pavoneaba para que lo vieran los demás grajos. En realidad, su aspecto era muy estúpido, porque sus propias plumas negras se distinguían debajo de su atavío. Pero se paseaba con ostentación y hacía burla de sus amigos, que lo observaban. El vanidoso pájaro hasta picoteó a uno o dos de ellos que se atrevieron a acercársele demasiado.
—¡Engreído! —le gritaron los demás, y huyeron al bosque.
Convencido de que ahora era tan bello como el pavo real, el necio grajo se acercó lentamente a un grupo de estos animales, que se soleaban. Fingió ser uno de ellos y agitó una pata en ademán de saludo. Pero los pavos reales no se dejaron engañar. Vieron sus plumas negras debajo del plumaje irisado, los irritó la audaz pretensión del grajo y con furia se lanzaron sobre él. Con fuertes chillidos, lo picotearon sin piedad hasta hacer trizas su bello atavío.
Abatido y desdichado, el grajo buscó a sus compañeros, para hallar consuelo. Pero estos no quisieron saber nada de él.
—¡No trates de volver a nosotros! —le gritaron—. Has elegido. Ahora, afronta las consecuencias.
Y lo picotearon hasta que escapó.
El estúpido pájaro no tenía amigos hacia los cuales volverse. ¡Los que eran superiores a él lo menospreciaban por fingir ser lo que no era, y sus iguales lo rechazaban por haberlos menospreciado.
Hay que conformarse con la belleza propiay no despreciar la de los demás.
La rana que quiso superar al buey
El viejo buey, encerrado en la pradera, había pisado por casualidad a una de las pequeñas ranas, aplastándola bajo su pesado casco. Y los hermanos de la ranita corrieron despavoridos a la laguna, para contar a su madre la desgracia que había sucedido.
—¡Oh madre! ¡El buey era grande! ¡Más grande que cualquier otra cosa que hayas visto! —dijeron.
—¿Así de grande? —preguntó la rana a sus pequeñuelos... y tomó aliento, retuvo el aire un instante y luego se hinchó como un gran globo.
Los redondos ojos de sus hijos se dilataron de asombro, pero dijeron:
—¡Más grande! ¡Más grande! ¡El buey era mucho mayor!
—¿No sería más grande que esto? —dijo mamá rana, mientras se hinchaba por segunda vez.
—¡Mucho, mucho más grande! —exclamaron ellos a coro.
—¿Así de grande? —volvió a preguntar mamá rana ... y se hinchó tanto que quedó amoratada por el esfuerzo.
—¡Sí, sí! ¡Más grande todavía! —asintieron los pequeños.
La vieja y estúpida rana, agraviada por sus respuestas, descansó un instante. Luego, tomando aliento profundamente de nuevo, se hinchó tanto que se oyó una repentina explosión, y la rana estalló como un globo.
—¡Oh Dios mío! —dijeron las ranitas, consternadas—. ¿Por qué habrá creído mamá que podía volverse del tamaño de un buey?
A veces el esfuerzo por tratar de superara los demás es necio y perjudicial.
El ganso que ponía huevos de oro
La muchedumbre se apretujaba contra el puesto del vendedor de huevos en el pequeño mercado pueblerino. Los que estaban del lado exterior se esforzaban en abrirse paso a codazos hacia el centro, mientras que los del frente trataban de acercarse más al mostrador.
En muchos kilómetros a la redonda habían oído hablar del maravilloso ganso de plumas blancas que ponía huevos de oro y venían a ver aquello con sus propios ojos. Ahora, el hecho sucedía ante su vista, tal como lo habían descrito. Sobre el mostrador, reluciendo bajo el sol, yacía un hermoso huevo de oro.
Oprimieron su dinero con fuerza, en las manos calientes y sudorosas, y las elevaron sobre las cabezas de los que estaban delante, gritando que querían comprar un huevo. Pero el comerciante, desesperado ante aquella aglomeración de compradores, solo podía proveer a un cliente por día. Los demás tenían que esperar. Porque un ganso solo puede poner un huevo por día.
Como el codicioso mercader no estaba satisfecho de su asombrosa buena suerte y ansiaba más huevos, se le ocurrió de pronto una idea espléndida. ¡Mataría al ganso y así en el interior del animal, hallaría todos los huevos de una vez! Entonces, no tendría que esperar para ser rico. La multitud gritó excitada, cuando supo lo que se proponía hacer el mercader. Este afiló cuidadosamente su cuchillo y lo hundió en la pechuga del pájaro. La gente contuvo el aliento, mientras miraba surgir la sangre, goteando entre las blancas plumas. Poco a poco, se esparció sobre el mostrador en una gran mancha roja.
—¡Ha matado a su ganso! —dijeron algunos.
—Sí —dijo sabiamente una vieja—. Y no habría podido cometer un error más grave. Ahora que el animal ha muerto, verán que solo es un ganso como cualquier otro. Y había dicho la verdad. Allí estaba aquel ganso, con el cuerpo bien abierto y sin un huevo dentro. Apenas servía para asarlo.
—Ha matado al ganso que ponía huevos de oro —dijo con tristeza un viejo agricultor.
La gente se apartó con disgusto del puesto y se alejó lentamente.
La ambición puede acabar con lo que tenemos en el momento.
La cabra y el zorro
Durante cerca de una hora, el zorro había estado tratando de escapar del fondo de un viejo pozo. El agua estaba baja, y el estúpido animal, al inclinarse para beber, había caído allí de cabeza. Y aunque solo estaba parado en unos pocos centímetros de agua, el pozo era demasiado profundo para escalarlo de un salto.
Mientras descansaba un instante de sus esfuerzos por huir, el desesperado animal vio asomar por el borde del pozo la cabeza de una cabra, que miraba con curiosidad.
—¿Está fresca el agua? —preguntó la cabra.
Adivinando que su visitante no comprendía lo sucedido, el zorro decidió aprovechar esa oportunidad para escapar.
—¡Maravillosamente fresca! ¡Salta aquí abajo y bébela tú misma! —fue su cordial respuesta.
La cabra estaba sedienta después de retozar bajo el cálido sol estival. Y, sin pensarlo más, saltó al pozo. Entonces, el zorro, veloz como un pájaro, se encaramó sobre su lomo y trepó hasta salir de esa prisión.
La tonta cabra comprendió muy pronto que estaba prisionera y suplicó lastimeramente al zorro que la sacara de allí. Pero este se limitó a reírse de su benefactora.
—¡Mira lo que haces antes de saltar! —se limitó a decir.
Y muy satisfecho de sí mismo, se internó en el bosque dando saltos de alegría.
Hay que desconfiar de aquellos que siempre buscan satisfacer solo sus propias necesidades.
El cascabel y el gato
Desde hacía mucho tiempo, los ratones que vivían en la cocina del granjero no tenían qué comer. Cada vez que asomaban la cabeza fuera de la cueva, el enorme gato gris se abalanzaba sobre ellos.
Se sentían demasiado asustados para aventurarse a salir, ni aun en busca de alimentos, y su situación se hizo lamentable. Estaban flaquísimos y con la piel colgándoles sobre las costillas. El hambre iba a acabar con ellos. Había que hacer algo. Y convocaron una conferencia para decidir qué harían.
Se pronunciaron muchos discursos, pero la mayoría de ellos solo fueron lamentos y acusaciones contra el gato, en vez de ofrecer soluciones al problema. Por fin, uno de los ratones más jóvenes propuso un brillante plan.
—Colguemos un cascabel al cuello del gato —sugirió, meneando con excitación la cola—. Su sonido delatará su presencia y nos dará tiempo de protegernos.