Fantasía íntima - Julie Kenner - E-Book
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Fantasía íntima E-Book

Julie Kenner

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Beschreibung

Cuando un accidente relegó al bombero Tony Moretti a trabajos burocráticos, se dio cuenta de que deseaba poder ser un héroe por última vez. Pero cuando rescató a la sexy Kyra Cartright, tuvo la clara sensación de que iba a ser él quien iba a necesitar que lo salvaran... Kyra deseaba tener una aventura... una aventura sexual que hiciera realidad todas sus fantasías. ¡Y vaya si lo consiguió! Una semana de noches apasionadas en los brazos de aquel encantador desconocido, y días en los que no dejaba de suspirar por un misterioso huésped del hotel...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Julia Beck Kenner

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fantasía íntima, n.º 81 - agosto 2018

Título original: Intimate Fantasy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-863-5

Prólogo

Charlie «CJ» Miller miró de soslayo a su pasajera, que estaba completamente dormida. La pobre chica había estado despierta más de treinta y seis horas, debido a las tormentas que habían azotado Texas y a los vuelos cancelados. Aunque había tratado de mantener cortésmente la conversación con él antes de despegar, había terminado por quedarse dormida sobre la almohada que CJ le había ofrecido, aferrada a un cuaderno de espiral que tenía en el regazo.

A pesar de ser nuevo en el trabajo, CJ ya había transportado a una docena de personas desde Miami hasta una de las cuatro islas en las que se encontraban los lujosos complejos turísticos que componían Fantasías, Inc.: Fantasía Salvaje, Fantasía Secreta, Fantasía de Seducción y, por último, el destino de aquel día, Fantasía Íntima. Su pasajera se llamaba Kyra Cartwright y era una chica bonita pero corriente, de aproximadamente la edad de su hija mayor, y con una melena castaña clara que le caía en suaves ondas sobre las mejillas. Tenía los labios entreabiertos y dormía como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo.

Por supuesto, CJ sabía que no era así. Fantasías, Inc. tenía un único propósito: hacer que los sueños y los deseos de sus clientes se hicieran realidad. Por eso, una mujer joven que tenía un anhelo lo suficientemente fuerte como para hacerle visitar una de las islas debía de tener, con toda seguridad, alguna que otra preocupación.

Como único piloto del complejo turístico, CJ podía conocer la suficiente información sobre la fantasía de cada cliente como para asegurarse de que no decía accidentalmente nada que no debiera ni hiciera que el cliente se sintiera incómodo. La única información que había podido leer del expediente de la señorita Cartwright le había hecho sonreír. Había escrito una frase digna de una tesis. ¿Por qué querría una mujer, una profesional de éxito, descendiente de una de las principales familias vinculadas al mundo de la radio, pasar una semana persiguiendo una aventura en una isla bañada por el sol? A continuación, reflejaba cuidadosamente sus razones. Después, en un orden descendente, de la más a la menos atrayente, había descrito los tipos de aventuras que tenía en mente.

Aunque la descripción parecía un plan empresarial, en conjunto, el expediente no era nada seco o aburrido. En su lista, nítidamente mecanografiada, Kyra Cartwright había dejado al descubierto su alma. Explicaba cómo pensaba salvar el negocio familiar aceptando la proposición de matrimonio de su novio. Sin embargo, en vez de sentir excitación o nerviosismo, o cualquier otra de las emociones propias de una novia, simplemente se sentía perdida.

A continuación de aquella conclusión, se detallaban una serie de posibles razones, junto con soluciones atrevidas e incluso sensuales. CJ sabía exactamente lo que su pasajera estaba pasando. La joven quería liberarse de aquella extraña sensación que sentía en el vientre, necesitaba silenciar la vocecilla que no hacía más que preguntarle si sabía lo que estaba haciendo.

CJ había escuchado aquella vocecilla durante su juventud, aunque, al contrario que su pasajera, a él no le había quedado elección. Cuando empezó la guerra de Vietnam había tenido que ir. Después de eso... su destino había quedado prácticamente sellado. La señorita Cartwright, al menos, podría recurrir a Fantasías, Inc.

La dueña de aquellos cuatro complejos turísticos, Merrilee Schaefer-Weston, escogía personalmente a cada uno de sus clientes a través de las detalladas solicitudes, en las que se describían las fantasías requeridas. En el caso de la señorita Cartwright, CJ no podía dejar de preguntarse el papel que el propio matrimonio de Merrilee, cómodo y sin pasión, habría desempeñado a la hora de ofrecer a la joven una tentadora semana en Fantasía Íntima.

Como siempre, cuando pensaba en Merrilee y en los años que habían pasado separados, se sentía abrumado por una oleada de melancolía, por agridulces recuerdos salpicados con un renovado deseo. Frustrado, se frotó el cuello y decidió concentrarse solo en aparato que estaba pilotando.

Al contrario que el avión, la vida nunca había respondido tan bien a sus requerimientos. La suya, y también la de Merrilee, había tomado un giro completamente inesperado. Por mucho que hubiera amado a su esposa, y por mucho que la hubiera echado de menos durante los dos años transcurridos desde su muerte, nada podía borrar el que Merrilee hubiera sido su primer, y más querido, amor. Sin embargo, nada habría podido mantener ese amor durante la guerra. El destino había intervenido sin que él hubiera podido hacer nada al respecto.

Había deseado tantas cosas para ella... para ambos... No resultaba ningún consuelo saber que Oliver Weston había cuidado tan bien de la mujer que debería haber sido suya. A la muerte de Weston, Merrilee había heredado millones y había centrado su pasión en Fantasías, Inc. Parecía que Merrilee gozaba haciendo realidad las fantasías de otros.

Muy pronto, CJ esperaba poder llevar la alegría a su vida. Dios sabía que se lo merecía.

—Base de Íntima a Alfa-Victor, ¿me recibes? ¿Dónde demonios estás, CJ?

Aquella voz resonó en los auriculares que llevaba puestos. CJ se acercó el micrófono para poder responder sin despertar a la señorita Cartwright.

—Te recibo. Me estoy acercando por el este.

—Entendido —dijo Chris, desde el centro de control de Fantasía Íntima.

CJ contempló el grupo de frondosas islas que componían Fantasías, Inc. y luego miró la laguna de Fantasía Íntima.

—Veo la zona de aterrizaje.

—Tienes vía libre para descender.

—De acuerdo. ¿Va a acudir la señora Weston a recibir a la pasajera? —añadió, tras aclararse la garganta. Entonces, el chasquido de la electricidad estática le impidió entender la respuesta—. ¿Puedes repetir?

—No estoy seguro —dijo Chris, más claramente—. Según tengo entendido, se ha entretenido más de lo que esperaba en Fantasía Salvaje, pero espera poder llegar a tiempo.

—Comprendido —dijo CJ para cortar la comunicación.

Se quitó los cascos, deseando saber con seguridad si la iba a ver aquel día. Hasta entonces, solo la había contemplado desde la distancia. Si lo viera de cerca, ¿lo reconocería? No lo creía. Su rostro había envejecido por los estragos del tiempo y de la guerra. Su cabello, que una vez había sido negro, había adquirido un aspecto canoso. CJ esperaba que ella no lo reconociera hasta que él no estuviera listo. Por si acaso, y como precaución, se había dejado crecer el bigote. Para completar su disfraz, llevaba unas gafas de espejo y una raída gorra de las Fuerzas Aéreas.

Además, ella solo lo había conocido como Charlie. CJ no había empezado a llamarse así hasta que empezado la guerra. Por lo tanto, en lo que se refería a Merrilee, CJ Miller era un completo desconocido... al menos durante un poco más de tiempo.

De nuevo volvió a contemplar el agua, tratando sin éxito de localizar el pequeño barco de Merrilee avanzando a toda velocidad entre las islas. Aunque llevaba casi cuarenta años pilotando, todavía le sorprendía ver lo tranquilo que parecía el mundo desde el aire. En el caso de los cayos de Florida, era una zona muy tranquila incluso desde tierra, pero había algo mágico en el modo en que las islas, de un verde vibrante, destacaban sobe el azul del mar.

Se echó a reír. Se estaba volviendo un sentimental a la vejez. En realidad, muy sentimental. ¿Acaso no se había convertido en el nuevo piloto de Fantasías, Inc. para estar cerca de Merrilee, para ver, si después de todos aquellos años, podían revivir el amor que habían sentido en su juventud?

En realidad, en su caso, no había nada que revivir. El amor que había sentido por Merrilee hacía todos aquellos años no se había visto disminuido ni un ápice durante las pasadas décadas. Lo que CJ deseaba de todo corazón era poder ir a ella, tenerla entre sus brazos y hacer que todos aquellos años se desvanecieran No obstante, también tenía que estar seguro. Lo último que deseaba era que Merrilee se sintiera incómoda. No. Sin quererlo, ya le había causado demasiado sufrimiento.

Al sentir que los recuerdos lo asaltaban, contuvo un escalofrío. El susurro de las balas, los gritos de sus compañeros se hacían hueco en su memoria. Cuando su caza fue derribado, había hecho lo que tenía que hacer para sobrevivir. Herido, se había arrastrado a través del fango hasta que encontró el cuerpo de un oficial que ya había muerto.

Tras rezar una oración por él, CJ había intercambiado su chapa de identificación, que lo identificaba claramente como un soldado voluntario, por las del oficial. Los del ejército de Vietnam mataban a los voluntarios, pero mantenían con vida a los oficiales para interrogarlos. Tal y como había esperado, aquel truco le salvó la vida. No pasaba ni un solo día sin que CJ le diera las gracias al hombre que lo había salvado.

Como si ser prisionero de guerra no hubiera sido una experiencia suficientemente terrible, el verdadero horror había comenzado al regresar a casa y ver que su peor miedo se había hecho realidad. Merrilee, al creerlo muerto, se había casado con uno de los colegas de su padre. Aunque él había terminado por casarse también con una buena mujer, a la que nunca había amado con todo su corazón, CJ nunca había dejado de querer a Merrilee ni había pasado un solo día sin pensar en ella.

No fue hasta mucho después, ya demasiado tarde, cuando se enteró que de que el matrimonio de Merrilee era un matrimonio sin amor. Cuando regresó de Vietnam, no tuvo corazón para interferir en un matrimonio que había creído feliz y lleno de amor. Nunca quiso interponerse entre Merrilee y su marido. Le había parecido mucho más fácil para ambos, y más justo para ella, dejarla seguir creyendo que había muerto durante la guerra. Más tarde, cuando supo la verdad del matrimonio de Merrilee con Weston, él ya tenía a Evelyn y a las niñas.

Un año después de que Evelyn muriera víctima del cáncer, había vuelto a pensar en ir a buscar a Merrilee, pero, para entonces, había perdido ya la pista de su paradero.

Unos meses después, había leído sobre el complejo turístico que tenía en los cayos de Florida, y, casi sin darse cuenta, había encontrado trabajo como el piloto de la empresa.

«Eres un viejo estúpido». Sonrió. Tal vez lo era, pero pensaba hacer lo posible para hacer que aquello funcionara, para compensarla por todos aquellos años. Quería que Merrilee supiera que era una mujer especial, que se sintiera amada...

A su lado, su pasajera se rebulló en el asiento y, a los pocos segundos, abrió los ojos.

—Me alegro de que se despierte. ¿Cómo se encuentra, señorita Cartwright?

—Kyra, por favor. Sí, me encuentro mucho mejor, señor...

—Miller. CJ Miller.

Cuando ella extendió la mano, dejó al descubierto la hoja del cuaderno. CJ pudo leer brevemente la lista: billete de avión, dinero para el taxi, propina para el botones, revista para el avión, ropa interior y maquillaje en el neceser...

CJ miró por la ventanilla para esconder una sonrisa. Decidió que cada vez le recordaba más a su hija. Cuando volvió a mirarla, se dio cuenta de que ella parecía menos nerviosa que antes.

—Todavía no puedo creer que vayamos a aterrizar en el agua —comentó ella, abriendo los ojos, que eran grises, de par en par.

—Créame, señorita, si le digo que no querría que esta clase de aeronave aterrizara sobre tierra.

—Bueno, después de todo, he venido aquí para tener una aventura —replicó la joven, riendo. A pesar de todo, el modo en que se retorcía las manos sugería que simplemente estaba haciendo todo lo posible por ocultar los nervios.

—Le prometo que sé lo que estoy haciendo.

Kyra se contempló las manos y comprendió las palabras del piloto.

—Lo siento... No es que... Bueno, no puedo negar que los aviones pequeños no me hacen mucha gracia, pero...

—Eso no es todo por lo que está nerviosa.

—Supongo que usted ha visto esto muchas veces, Me refiero a los clientes, completamente aterrados de su propia fantasía.

—No demasiadas, pero sé mucho de nervios. ¿Está usted aterrada?

—No, supongo que no —respondió Kyra, después de considerar la pregunta—. Al menos no sobre esto. Voy a casarme muy pronto y supongo que eso me hace sentirme un poco nerviosa. Sin embargo, he analizado los pros y los contras y estoy segura de que estoy haciendo lo más adecuado —añadió, estrechando el cuaderno de espiral contra su pecho—. Solo necesito una semana a solas antes de hacerlo.

—Lo entiendo perfectamente.

—¿De verdad?

—Por supuesto.

—Gracias —dijo ella con una tímida sonrisa—. Tengo que admitir que siento mucha curiosidad por cómo va a salir todo, aunque confío plenamente en la señora Weston.

CJ asintió, tratando así de darle confianza y apoyo.

—No dude que puede hacerlo. Merrilee nunca haría nada que la perjudicara.

—Eso me pareció desde el principio —dijo. Entonces, frunció el ceño, como si estuviera tratando de decidir si seguir hablando—. Les dije a mi padre y a mi hermano que me marchaba a una conferencia de negocios. Algunas veces, me pregunto lo que me dirían si supieran que voy a pasar unas vacaciones en un lugar como Fantasías, Inc. Supongo que pensarían que soy una tonta y una egoísta.

—Yo no creo que sea ninguna tontería. Solo creo que está siendo sincera consigo misma —replicó CJ mientras extendía la mano para golpear suavemente la de la joven—. Si usted fuera mi hija, yo me sentiría muy orgulloso. Hace falta mucho coraje para darse cuenta de que puede haber otras direcciones para el curso que queremos dar a nuestra vida. No hay nada de egoísta en el hecho de querer tener experiencias diferentes antes de pasar a una fase posterior de nuestras vidas.

—Gracias —susurró ella, con un hilo de voz.

—De nada. Y gracias por hacerme compañía durante el vuelo.

—Menuda compañía —respondió Kyra, sonrojándose—. A no ser que hable en sueños...

CJ se echó también a reír y entonces le hizo un gesto para que mirara por la ventanilla y viera cómo se iban acercando al agua.

—¿Está lista?

—¿Me queda elección?

—No, a menos que quiera tirarse en paracaídas.

—En ese caso, aterrice, señor Miller.

Después de posarse sobre el agua, CJ dirigió el hidroavión hasta el muelle. Mientras los empleados que allí los esperaban se acercaban a ellos, apagó los motores para que pudieran anclar el aparato. Entonces, abrió la puerta de Kyra mientras él se deslizaba hacia la parte trasera del avión para sacar el equipaje y entregárselo a Stuart, uno de los universitarios que trabajaban allí durante el verano.

Después, CJ salió del avión. Cuando levantó los ojos, allí estaba ella, su Merrilee.

Seguía tan hermosa como siempre, tal y como la recordaba. Durante las últimas semanas, la había visto, pero no tan de cerca, tanto que casi podía oler su perfume...

Se dio cuenta de que ella le estaba sonriendo y que le extendía una mano. CJ reaccionó y se la estrechó con fuerza. Se alegraba de llevar puestas las gafas y la gorra, pero, a pesar de todo, se preguntó si ella lo reconocería.

—Es un placer conocerlo por fin —dijo Merrilee—. Llevo algún tiempo tratando de darle la bienvenida al equipo de Fantasías, Inc., pero nunca logramos encontrarnos.

—Efectivamente.

—Sí. Bueno... —musitó Merrilee, mientras retiraba la mano. Luego, inclinó la cabeza ligeramente y lo contempló durante unos segundos—. Cuando pueda, pase por mi despacho para que podamos hablar. Me gusta que todos los empleados conozcan Fantasías, Inc. y, con usted, debería haberlo hecho hace mucho tiempo.

—Por supuesto —dijo él, aunque no tenía intención de hacer tal cosa.

La sonrisa de Merrilee era algo temblorosa, pero cuando se volvió a Kyra, su aplomo profesional volvió a estar en su lugar.

—Estoy segura de que va a disfrutar de su estancia —le dijo a Kyra.

—De eso estoy completamente convencida —replicó la joven—. Gracias otra vez, señor Miller. Sobre todo por un aterrizaje tan suave.

Con una sonrisa, CJ se tocó la visera de la gorra. Al notar la expresión de perplejidad en el rostro de Merrilee, dudó.

—¿Señora?

—Lo siento —respondió ella, sonrojándose—. No es nada. Es solo que... me ha recordado a otra persona. Solo ha sido una tontería. No es... Bueno, no importa —añadió, al tiempo que tomaba a Kyra del brazo—. Stuart la acompañará a su bungalow. Cuando se haya acomodado, cenaremos y le daré un breve paseo de orientación.

CJ observó cómo Merrilee guiaba a Kyra Cartwright hacía el todoterreno que los estaba esperando al otro lado del muelle. Sentía un fuerte nerviosismo. Había visto una chispa de reconocimiento en sus ojos, que se había extinguido cuando posiblemente recordó lo que creía ser la verdad: que su Charlie había muerto durante la guerra.

CJ respiró profundamente y trató de tranquilizarse. Muy pronto, le diría la verdad. Y tal vez, solo tal vez, todavía tendrían una posibilidad de que las fantasías de ambos se hicieran realidad.

1

Desde la puerta de su bungalow, Kyra contempló la playa privada y observó cómo el sol tropical se reflejaba sobre una arena casi blanca. Las olas rompían sobre la playa y lanzaban pequeños arco iris hacia el cielo. Aquel lugar prácticamente emitía magia y estaba preñado de posibilidades y promesas. Era el lugar perfecto para tener una fantasía.

Al darse cuenta de aquello, Kyra tembló de anticipación.

—Esta es tu oportunidad, Kyra —susurró—. Ahora o nunca.

Con un gesto de determinación, se quitó la chaqueta de su traje favorito y la tiró a un rincón. Luego, se bajó con decisión la cremallera de la falda y dejó que esta le cayera a los pies. Después, de una patada, la mandó al mismo lugar donde ya reposaba la chaqueta. Sabía muy bien que, tarde o temprano, terminaría por colgar ambas prendas en el armario, pero, mientras tanto, pensaba dejar que la isla ejerciera su magia sobre ella, allí, de pie, en la puerta de aquel aislado bungalow, respirando profundamente, vestida solo con una camisola de seda y unas braguitas.

Libre. Libre durante una semana. Ni agenda, ni citas, ni obligaciones... Era una sensación extraña, pero maravillosa.

De nuevo, un fuerte sentimiento de culpa volvió a apoderarse de ella, pero lo reprimió. Se merecía aquello. Durante los últimos dieciséis años, había vivido su vida para su padre y hermano, manteniendo unida a la familia, tal y como le había prometido a su madre cuando murió, víctima de un cáncer.

Aquello había sido demasiado para una niña de diez años, pero nunca se había quejado, ni cuando había tenido que cambiar los juegos infantiles por el trabajo ni cuando la frágil salud de su padre la obligó a sacrificar su vida social durante la universidad para ayudarle con las labores diarias de Cartwright Radio. Por último, ni siquiera protestó cuando tuvo que olvidarse de hacer un máster para que su hermano, Evan, pudiera ir a la facultad de Medicina.

Adoraba a su padre y a su hermano, le encantaba todo lo relacionado con su trabajo en la radio. Por todo ello, sus esfuerzos nunca le habían parecido sacrificios, pero...

La salud de su padre había empeorado y el mundo de Kyra se estaba tambaleando. Durante más de treinta años, Milton Cartwright había sido la médula espinal de las emisoras de radio que poseía la familia y su programa era la gallina de los huevos de oro de la empresa. Casi todos los habitantes del país buscaban la emisora para escuchar el peculiar sentido del humor texano de Milton mezclado con una pincelada de la sofisticación de Dallas.

De lo que no se daban cuenta la mayoría de los oyentes era de lo enfermo que había estado el gurú de la radio durante aquellos últimos años. En la actualidad, todo por lo que había luchado su padre estaba amenazado. En el momento en que Milton se retirara y su programa desapareciera de las ondas, el dinero que recibían por la publicidad se desvanecería. Eso significaría que el negocio familiar terminaría por desaparecer.

Por supuesto, Milton Cartwright lo sabía tan bien como todos los buitres que estaban dando vueltas alrededor de las oficinas de la emisora en el centro de Dallas. Para frustración de Kyra, su padre estaba decidido a no darles esa satisfacción. Iba a permanecer en la radio hasta el último momento.

Por mucho que quisiera que el negocio familiar sobreviviera, Kyra estaba mucho más decidida a que su padre conservara la salud durante el mayor tiempo posible. Según sus médicos, aquello solo podría alcanzarse con la jubilación anticipada. Sin embargo, el hombre era tan testarudo como el que más y, a menos que Kyra encontrara algún modo de que la emisora siguiera atrayendo a los principales anunciantes, no iba a entregarle las riendas de la empresa a nadie.

Después de meses de romperse la cabeza, Kyra estaba a punto de admitir la derrota cuando, de repente, encontró la respuesta. Harold Stovall, presidente de United Media Corporation. Era un amigo de hacía mucho tiempo y, recientemente, había prometido dejar que Cartwright Radio contratara a dos de sus periodistas más importantes.

En realidad, no había pedido mucho a cambio. Después de todo, su empresa lo significaba todo para el padre de Kyra y Milton Cartwright lo era todo para su hija.

Kyra se aferró al marco de la puerta y sintió que el cuerpo se le ponía rígido al recordar lo que la esperaba en un futuro cercano. En realidad, Harold era un cielo y quince años no era una diferencia de edad demasiado grande. Incluso habían salido en algunas ocasiones cuando ella vivió en Nueva York, mientras aprendía las claves para trabajar en una importante emisora de radio.

¿Qué importaba que nunca le hubiera hecho sentir ilusión? Siempre había sido muy amable y considerado. Y la adoraba.

Lo más importante era que Kyra sabía con una certeza casi absoluta que protegería la empresa de su padre como si fuera la suya propia, algo que ella no podía hacer en solitario. Sin Harold, lo perdería todo.

En cierto modo, Harold le estaba dando lo que más quería en el mundo. Era justo que ella se le entregara a cambio. Por eso, había decidido aceptar. Después de aquel viaje, se lo diría y, al cabo de unos pocos meses, se convertiría en la señora de Harold Stovall. Se entregaría a un matrimonio que se basaba en el respeto, y no en el amor.

Siempre se había entregado en cuerpo y alma a su trabajo. A partir de ese momento, el trabajo sería su vida.

Sin embargo, le quedaba una traidora parte de su ser. Una parte insatisfecha, rebelde, en la que Kyra ni siquiera quería pensar. No quería admitir que no tenía fuerzas para ignorar la parte de su ser que anhelaba... Ni siquiera estaba segura de qué era.

Su mejor amiga, Mona, le había dicho que iba a ir a Fantasía Íntima para desinhibirse. No se trataba de aquello exactamente. Había vivido toda su vida muy protegida, rodeada de cariño y amor, pero aquello no hacía que las ataduras fueran menos tensas.

Toda la vida se había comportado del modo adecuado, había sido la buena chica, y el futuro prometía ser exactamente igual. Al menos durante una semana, Kyra quería ver lo que el mundo podía ofrecerle.

Durante veintiséis años, había llevado una existencia perfectamente ordenada, haciendo todo lo que se esperaba de ella. Sin embargo, allí y, en aquellos momentos, quería todo lo que pudiera tener. Quería dar un salto y lanzarse a volar.

Efectivamente, se casaría con Harold y sería fiel a los votos que se hicieran durante la ceremonia, pero hasta entonces...

Estaba en un lugar en el que sus fantasías se podían hacer realidad. Había hecho efectivos los bonos que su madre le había dejado, había vaciado su exigua cuenta bancaria y había ido a aquella isla a tener la fantasía de toda una vida. Deseaba hacer algo que no fuera responsable, que no fuera razonable... que fuera simplemente lo que quería hacer.

Con un suspiro, se pasó las manos por el cabello. En aquellos momentos, quería pasión. No solo sexo, sino una pasión que le durara toda una vida. Quería sentir cómo la sangre le latía en las venas, quería una semana de aventuras, de sol, de mar y de sexo. Una semana en la que pudiera experimentar lo que era estar viva.

Aquella era su fantasía. La deseaba tanto que podía saborearla. Tan desesperadamente, que algunas veces lloraba hasta quedarse dormida.

Parpadeó para evitar una lágrima inesperada, frustrada de que pudiera perder el control tan fácilmente. Una suave brisa llegó hasta ella desde el borde del mar y le acarició los brazos desnudos. Con un dedo, se acarició el pecho a través de la camisola de seda. Aquellas ropas de chica de ciudad tan poco prácticas serían lo primero en desaparecer.

Con un rápido movimiento, se sacó la camisola por la cabeza y la tiró al rincón, con el resto de su ropa. Entonces, se desabrochó el sujetador.

—¡Chic-a-boom, chic-a-boom, chic-a-boom, boom, boom! —exclamó, mientras lo hacía girar por encima de la cabeza.

Entonces, con un brusco giro de la cadera, lo dejó volar por la habitación. La prenda íntima fue a aterrizar encima de una lámpara.

Encantada del efecto conseguido, se echó a reír. Entonces, se dio cuenta de que estaba casi desnuda delante de la puerta abierta del bungalow, donde todo el mundo podía verla.

Se refugió contra la pared y asomó la cabeza, tratando de decidir si la playa estaba tan aislada como le había prometido la señora Weston. Efectivamente, no se veía ni a un alma.

—Kyra —susurró—. Es hora de que cumplas tus deseos...

Deslizó un dedo bajo el elástico de las braguitas, se contoneó un poco y dejó que estas cayeran al suelo. Entonces, se quitó las sandalias y trató de calcular la distancia que había entre la puerta de su bungalow y el océano mientras saltaba para tratar de conseguir el coraje suficiente.

Uno de los pros era que aquello era precisamente para lo que había acudido a la isla: para tener aventuras. Por el contrario, se avergonzaría mucho si alguien la veía...

Otro de los pros era que el agua estaría seguramente maravillosa. Por el contrario, no sabía si había medusas en las aguas de Florida.

Algo más en su favor era que Stuart le había mostrado el botiquín de primeros auxilios que había en la casa, pero...

—¡Hazlo de una vez!

Antes de que pudiera detenerse, salió corriendo a toda velocidad del bungalow y corrió, completamente desnuda, sobre las dunas que conducían a la playa. La sensación del agua sobre la piel fue algo glorioso...