Flores en el barro - Germán Ronchi - E-Book

Flores en el barro E-Book

Germán Ronchi

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Beschreibung

"¿Cuándo te diste cuenta de que te dejó de doler?" Será el lector quien le dé una o varias respuestas a esta pregunta. Ello dependerá de sus historias vividas y del presente sentimental y emocional que lo atraviesa. Flores en el barro invita a desandar caminos de emociones y sensaciones diferentes, a través de felices y dramáticas historias de amor, éxtasis y encuentros casuales en forma de prosa, poesía, reflexiones y cuentos cortos, con un lenguaje cercano e intimista. Experiencias propias y ajenas en torno a relaciones románticas y no tanto, en las que el lector sin dudas se sentirá identificado.

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Flores en el barro

(Me enamoré y sobreviví para contarlo)

Germán Ronchi

Flores en el barro

(Me enamoré y sobreviví para contarlo)

Germán Ronchi

Ronchi, Germán

Flores en el barro / Germán Ronchi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-4116-78-9

1. Literatura Argentina. 2. Microrrelatos. 3. Poesía Argentina. I. Título.

CDD A860

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-987-4116-78-9

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

A mis hijas, por la ternura.

A Celina, por la libertad.

A mi viejo, por la fuerza.

A mis hermanos, por estar (siempre).

A Bárbara B. por el empuje.

A los “pi”, por no dejarme caer.

A las cientos de musas jamás enteradas.

Flores en el barro

Debo reconocer que soy un poco “grasa”,

que no puedo comprar ropa de marca,

que mi peinado no está a la moda

y mis perfumes son de imitación.

Nunca di con el target, en ningún lado,

salvo en la “placita” y en el potrero.

También reconozco mis raíces,

las ramas que te sostuvieron,

la calidez de un abrazo cuando te quebraste,

soy el viento de la risa que secó tus lágrimas,

la tumba donde sepultaste un gran secreto.

Del mismo barrio, del mismo barro,

del mismo código, cortado por la misma tijera.

Eso creí.

Pero yo me quedo acá, en el barro.

Aún en el progreso, en el césped

recién cortado o en el asfalto,

siempre voy a saber lo hermoso

de los pies descalzos en el barro.

Las flores, las más lindas,

no crecen solamente en los grandes árboles

o en los inalcanzables montes;

en el barro también.

Extraño odiarte

El cigarrillo como desayuno.

El silencio por la mañana.

El mate amargo.

Sus dos o tres puteadas en cada oración.

La supuesta soberbia en una sonrisa de costado,

acompañada por el arqueo de una ceja.

El “no me hinches las pelotas” ante cada reclamo.

Repetirle las cosas.

Su indecisión.

Su “como quieras”.

Su hipocondría.

Su manía por escribir.

Su falta de atención en los cambios de look.

Su indiferencia ante sus kilos de más.

Su fútbol.

Su familia.

Su “pachorra”.

La frialdad a la hora de dormir.

Su tocada de culo en cada beso en la calle.

Que se perfume para ir a trabajar.

Todo eso odiaba de Martín.

Los mates lavados y excesivamente dulces.

Su pedido de energía apenas levantado.

Su pierna sobre la cintura en mitad de la noche.

La usurpación de las sábanas.

Su dilación para cocinar.

Su risa ante cada análisis serio, de cualquier índole.

Su caricia tras una discusión.

Los motivos de la discusión.

Su injusticia.

Sus celos infundados.

Su falta de autocrítica.

Su familia.

Su sonrisa ante cualquier pelotudo.

Todo eso lo desequilibraba de Romina.

Todo eso los separó.

Todo eso, salvo sus familias, extrañan uno del otro.

Todo eso los distancia y los une cada noche.

Eso se dijeron la noche en la que Martín armó el bolso y se fue.

Se olvidaron de las risas por la madrugada,

de verse a los ojos en cada despertar,

de los mates en la cama,

del deseo constante de abrazarse.

De la mano de Martín en el culo frío de Romina todas las noches.

De las películas en el sillón.

De la conexión al bailar.

De la unidad de sus pieles a la hora del amor.

De la satisfacción del otro.

Se olvidaron del otro.

Eso les pasó.

Y hoy es lo que les duele.

Estar sin el otro.

“V”

Siempre creí que todo lo lindo se escribe con “v”.

Qué sé yo, un berretín, una idea medio agarrada de los pelos.

Cosas como el valor, la verdad, viajar... viernes.

Eso creía.

Desde la primaria: el último día y a la vez el umbral delfin de semana.

El día de la práctica del fútbol en el club.

La noche del viernes, como si la vida resurgiera en ese momento.

Hoy es viernes y descubrí que no todo lo lindo pasa hoy.

Es que me desperté y mientras me cepillaba los dientes estaba sonriendo.

Lavé mi cara y los ojos tenían varios destellos.

No por este día y la esperanza sobre mí,

sino por lo que ya pasó y no era un viernes.

No todo lo lindo pasa un viernes.

Pero sí se escribe con “v”.

Como vos, como verte, como el vértigo de tu vientre

cuando estuve entre tus piernas.

Y no fue un viernes...

Balanza

Cuatro letras. Una palabra. Mil acepciones, el doble de significados.

Traiciones en su nombre, locuras, estupideces, maravillas.

Cuatro letras que venden ilusiones, decepciones.

Se cree en la vida, y han provocado muertes.

Cuatro letras, algunas sonrisas, demasiadas lágrimas.

Una palabra, un par de placeres, exagerados dolores.

Cuatro letras, bajos costos, altos precios.

Una palabra, un antídoto, mil venenos.

Cuatro letras, cien espinas por cada flor.

Una palabra, tres cucharas, setecientos cuchillos.

Cuatro letras, único cielo, cien infiernos.

Una palabra, seis cervezas, quinientas resacas.

Cuatro letras, pocos Romeos para tantas Julietas.

Una palabra, eternos alquileres, ninguna propiedad.

Cuatro letras, infinidad de miedos, un par de certezas.

Una palabra, la creación y la destrucción.

Cuatro letras, una vida, mil muertes.

Una palabra, diez cachetadas por cada beso.

Cuatro letras, un sueño cada seis pesadillas.

Una palabra, tres orgasmos y cien soledades.

Cuatro letras, una palabra, más penas que glorias,

más dolores que placeres, más miedos que seguridades.

Así y todo, lo seguimos buscando,

no nos resignamos y continuamos tras su rastro.

AMOR: una palabra, cuatro letras.

La salvación y la perdición, depende siempre de la vereda en la que estés.

Un “bondi” lleno

Decime que no. Que nunca te pasó. Dale. Entiendo que puede resultar una estúpida confesión preadolescente, pero a muchos les pasó; a todos o casi. ¿Nunca te enamoraste de un desconocido en un colectivo?

Entiéndase como impacto, deslumbre, atracción en un contexto poco convencional. Porque el amor a primera vista… mmm, qué se yo, puede tener varias interpretaciones (como que no existe, por ejemplo).

No es cuestión de una belleza reconocida en líneas generales, a la vista de todos. Es una atracción extraña hacia alguien que ves por primera vez, e incluso sentada, algo que trasciende los cánones de observación física.

Quizás ocurre muchas veces, y toma entidad en este caso, por ser en un contexto poco convencional. Y… es un bondi: cuadra perfecto en la denominación de enamorarse.

Sin importar quién subió primero, genera incertidumbre,por lo que uno se pone alerta para saber cuándo y dónde va a bajarse, como si eso aportara algún tipo de información necesaria. Pero queremos saberlo.

Te abstraés de todo. De dónde venís, a dónde vas, cómo fue tu día. Te focalizás en él/ella, como hipnotizado/a, estúpido/a (de ahí también viene lo de enamorado), tratando de resolver qué es lo que te pasa, descubrir qué del otro generó llevarse toda tu atención.

¿El interés por lo desconocido? ¿Lo efímero que puede ser? (dependiendo de la distancia recorrida por alguno de los dos).

No sé, pero pasa. Decime que no. Y como (casi) todas las historias de amor (?) el final no es el deseado, más allá de que se bajó tan rápido que no llegaste ni a desear nada.

Nunca, en la reputa vida volvés a cruzártelo/a en ese mismo colectivo, en idéntico rango horario. Y si las casualidades existen, y se encuentran, sos incapaz de reconocerla/o. Primero, porque automáticamente (o a lo sumo en dos días) te olvidas de ese “hechizo”. Y segundo, porque no es el mismo contexto.

Hoy la tecnología y las redes sociales pueden aportar a este tipo de situaciones. Pero no, ese impulso que se anula inmediatamente con un “no puedo ser tan enferma/o”, y ya. Sin embargo, a la inversa ocurre.

Inclusive con personas que no se conocen personalmente pero han llegado a intercambiar palabras víachat. Y se cruzan, en cualquier lado, pero… sigamos en ese colectivo. Se miran, ninguno se anima al “¿sos vos?”, tampoco a una sonrisa que invite al otro. Será una cuestión de inseguridad, porque en los mensajes no hay timidez ni nada de eso.

En fin, hoy estaba decidido después de varias miradas. Cuando me aseguré de que fuera ella, pensé en romper el hielo con un “te hacía más alta”… zafé, ya me había bajado.

Hipócritas

La vida los quiso así. Juntos, pero lejanos. Desde la inocencia más blanca al más sórdido placer. Con sencillez al principio, con lujuria después. Pero distanciados a la vez.

Hipócritas. Comprendían sus ojos, sus miradas, aunque no las cruzaban. Pero era más fácil borrarlas, olvidarlas, esconderlas en ese espacio entre el recuerdo y la imaginación.

No sabían decir. No querían saber. Aún no creen. “Eso del destino es un cuento”.