Forja - Josemaría Escrivá de Balaguer - E-Book
0,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

" Forja es un libro de fuego, cuya lectura y meditación puede meter a muchas almas en la fragua del Amor divino, y encenderlas en afanes de santidad y apostolado. Con 1055 puntos de meditación, distribuidos en trece capítulos (...), Forja acompaña al alma en el recorrido de su santificación, desde que percibe la luz de la vocación cristiana hasta que la vida terrena se abre a la eternidad (...). Me atrevo a asegurarte, amigo lector, que si tú y yo nos metemos en esa Forja del Amor de Dios, nuestras almas se harán mejores (...). San Josemaría Escrivá nos guiará por los caminos de la vida interior, con paso seguro, como quien conoce el terreno palmo a palmo, porque lo ha recorrido muchas veces." (del Prólogo de Mons. Álvaro del Portillo). La primera edición es de 1987. Hasta el momento se han publicado más de 40 ediciones en 12 idiomas.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

 

© 1987 byScriptor, S. A. (Madrid).

EDICIONES RIALP, S.A.,Alcalá, 290.

28027 MADRID (España).

 

 

 

ISBN: 978-84-321-3935-2

Índice

El Autor

Presentación

Prólogo del Autor

 

Deslumbramiento

Lucha

Derrota

Pesimismo

¡Puedes!

Otra vez a luchar

Resurgir

Victoria

Labor

Crisol

Selección

Fecundidad

Eternidad

 

Índice analítico

Índice de textos de la Sagrada Escritura

El Autor

San Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de enero de 1902. A la edad de 15 ó 16 años comenzó a sentir los primeros presagios de una llamada divina, y decidió hacerse sacerdote. En 1918 inició los estudios eclesiásticos en el Seminario de Logroño, y los prosiguió a partir de 1920 en el de S. Francisco de Paula de Zaragoza, donde ejerció desde 1922 el cargo de Superior. En 1923 comenzó los estudios de Derecho Civil en la Universidad de Zaragoza, con permiso de la Autoridad eclesiástica, y sin hacerlos simultáneos con sus estudios teológicos. Ordenado de diácono el 20 de diciembre de 1924, recibió el presbiterado el 28 de marzo de 1925.

Inició su ministerio sacerdotal en la parroquia de Perdiguera —diócesis de Zaragoza—, y lo continuó luego en Zaragoza. En la primavera de 1927, siempre con permiso del Arzobispo, se trasladó a Madrid, donde desarrolló una incansable labor sacerdotal en todos los ambientes, dedicando también su atención a pobres y desvalidos de los barrios extremos, y en especial a los incurables y moribundos de los hospitales. Se hizo cargo de la capellanía del Patronato de Enfermos, labor asistencial de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, y fue profesor en una Academia universitaria, a la vez que continuaba los estudios de los cursos de doctorado en Derecho Civil, que en aquella época solo se tenían en la Universidad de Madrid.

El 2 de octubre de 1928, el Señor le hizo ver con claridad lo que hasta ese momento había solo presagiado; y san Josemaría Escrivá fundó el Opus Dei. Movido siempre por el Señor, el 14 de febrero de 1930 comprendió que debía extender el apostolado del Opus Dei también entre las mujeres. Se abría así en la Iglesia un nuevo camino, dirigido a promover, entre personas de todas las clases sociales, la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado, mediante la santificación del trabajo ordinario, en medio del mundo y sin cambiar de estado.

Desde el 2 de octubre de 1928, el Fundador del Opus Dei se dedicó a cumplir, con gran celo apostólico por todas las almas, la misión que Dios le había confiado. En 1934 fue nombrado Rector del Patronato de Santa Isabel. Durante la guerra civil española ejerció su ministerio sacerdotal —en ocasiones, con grave riesgo de su vida— en Madrid y, más tarde, en Burgos. Ya desde entonces, san Josemaría Escrivá tuvo que sufrir durante largo tiempo duras contradicciones, que sobrellevó con serenidad y con espíritu sobrenatural.

El 14 de febrero de 1943 fundó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, inseparablemente unida al Opus Dei, que, además de permitir la ordenación sacerdotal de miembros laicos del Opus Dei y su incardinación al servicio de la Obra, más adelante consentiría también a los sacerdotes incardinados en las diócesis compartir la espiritualidad y la ascética del Opus Dei, buscando la santidad en el ejercicio de los deberes ministeriales, y dependiendo exclusivamente del respectivo Ordinario.

En 1946 fijó su residencia en Roma, donde permaneció hasta el final de su vida. Desde allí, estimuló y guió la difusión del Opus Dei en todo el mundo, prodigando todas sus energías para dar a los hombres y mujeres de la Obra una sólida formación doctrinal, ascética y apostólica. A la muerte de su Fundador, el Opus Dei contaba con más de 60.000 miembros de 80 nacionalidades.

San Josemaría Escrivá de Balaguer fue Consultor de la Comisión Pontificia para la interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico, y de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades; Prelado de Honor de Su Santidad, y Académico «ad honorem» de la Pontificia Academia Romana de Teología. Fue también Gran Canciller de las Universidades de Navarra (Pamplona, España) y de Piura (Perú).

San Josemaría Escrivá falleció el 26 de junio de 1975. Desde hacía años, ofrecía a Dios su vida por la Iglesia y por el Papa. Fue sepultado en la cripta de la iglesia de Santa María de la Paz, en Roma. Para sucederle en el gobierno del Opus Dei, el 15 de septiembre de 1975 fue elegido por unanimidad monseñor Álvaro del Portillo (1914-1994), que durante largos años había sido su más próximo colaborador. El actual Prelado del Opus Dei es monseñor Javier Echevarría, que también trabajó durante varios decenios con san Josemaría Escrivá y con su primer sucesor, monseñor del Portillo. El Opus Dei, que desde el principio había contado con la aprobación de la Autoridad diocesana y, desde 1943, también con la «appositio manuum» y después con la aprobación de la Santa Sede, fue erigido en Prelatura personal por el Santo Padre Juan Pablo II el 28 de noviembre de 1982: era la forma jurídica prevista y deseada por san Josemaría Escrivá.

La fama de santidad de que el Fundador del Opus Dei ya gozó en vida se ha ido extendiendo, después de su muerte, por todos los rincones de la tierra, como ponen de manifiesto los abundantes testimonios de favores espirituales y materiales que se atribuyen a su intercesión; entre ellos, algunas curaciones médicamente inexplicables. Han sido también numerosísimas las cartas provenientes de los cinco continentes, entre las que se cuentan las de 69 Cardenales y cerca de mil trescientos Obispos —más de un tercio del episcopado mundial—, en las que se pidió al Papa la apertura de la Causa de Beatificación y Canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer. La Congregación para las Causas de los Santos concedió el 30 de enero de 1981 el «nihil obstat» para la apertura de la Causa, y Juan Pablo II lo ratificó el día 5 de febrero de 1981.

Entre 1981 y 1986 tuvieron lugar dos procesos cognicionales, en Roma y en Madrid, sobre la vida y virtudes de Josemaría Escrivá. A la vista de los resultados de ambos procesos, y acogiendo los pareceres favorables del Congreso de los Consultores Teólogos y de la Comisión de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos, el 9 de abril de 1990 el Santo Padre declaró la heroicidad de las virtudes de Josemaría Escrivá, que recibió así el título de Venerable. El 6 de julio de 1991 el Papa ordenó la promulgación del Decreto que declara el carácter milagroso de una curación debida a la intercesión del Venerable Josemaría Escrivá, acto con el que concluyeron los trámites previos a la beatificación, celebrada en Roma el 17 de mayo de 1992, en una solemne ceremonia presidida por el Santo Padre, Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro. Desde el 21 de mayo de 1992 su cuerpo reposa en el altar de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, en la sede central de la Prelatura del Opus Dei, continuamente acompañado por la oración y el agradecimiento de numerosas personas de todo el mundo que se han acercado a Dios atraídas por su ejemplo y sus enseñanzas.

Después de aprobar, el 20 de diciembre de 2001, un decreto de la Congregación para las Causas de los Santos sobre un milagro atribuido a su intercesión y de oír a los Cardenales, Arzobispos y Obispos reunidos en Consistorio el 26 de febrero de 2002, el Santo Padre Juan Pablo II canonizó a Josemaría Escrivá el 6 de octubre de 2002.

Entre sus escritos publicados se cuentan, además del estudio teológico jurídico La Abadesa de las Huelgas, libros de espiritualidad que han sido traducidos a numerosos idiomas: Camino, Santo Rosario, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, Via Crucis, Amar a la Iglesia, Surco y Forja, los cinco últimos publicados póstumamente. Recogiendo algunas de las entrevistas concedidas a la prensa se ha publicado el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer.

Una amplia documentación sobre san Josemaría puede encontrarse en www.escrivaobras.org y en www.josemariaescriva.info.

Presentación

El 7 de agosto de 1931, día en que la diócesis de Madrid celebraba la fiesta de la Transfiguración del Señor, Mons. Escrivá de Balaguer dejó anotada una de sus experiencias místicas, que el Señor le concedía. Al celebrar la Santa Misa, Dios le hizo entender de un modo nuevo las palabras del Evangelio: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum1; Comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas. Luego, como respuesta a esas luces, continúa escribiendo: A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad…, sin garabato), querría escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey2.

Fruto de esas ansias fueron también Camino, Surco y Forja; aunque estas dos últimas obras se han publicado como póstumas, nacieron entonces y ninguna descripción más apropiada que aquellas palabras de su autor. Forja es un libro de fuego, cuya lectura y meditación puede meter a muchas almas en la fragua del Amor divino, y encenderlas en afanes de santidad y de apostolado, porque éste era el deseo de Mons. Escrivá de Balaguer, claramente reflejado en el prólogo: ¿Cómo no voy a tomar tu alma —oro puro— para meterla en forja, y trabajarla con el fuego y el martillo, hasta hacer de ese oro nativo una joya espléndida que ofrecer a mi Dios, a tu Dios?

Forja consta de 1055 puntos de meditación, distribuidos en trece capítulos. Muchos de esos puntos tienen un claro talante autobiográfico: son anotaciones escritas por el Fundador del Opus Dei en unos cuadernos espirituales que, sin ser un diario, llevó durante los años treinta. En esos apuntes personales, recogía algunas muestras de la acción divina en su alma, para meditarlas una vez y otra en su oración personal, y también sucesos y anécdotas de la vida corriente, de los que se esforzaba por sacar siempre una enseñanza sobrenatural. Como es característico de Mons. Escrivá de Balaguer, que siempre huyó de llamar la atención, las referencias a situaciones y sucesos de carácter autobiográfico suelen aparecer narradas en tercera persona.

Muchas veces a los que teníamos la gran fortuna de vivir a su lado nos habló de este libro, que fue tomando cuerpo a lo largo de los años. Deseaba, además de darle el orden definitivo, leer despacio cada uno de los puntos, para poner todo su amor sacerdotal al servicio del lector: no le interesaba abonitarlos, sólo pretendía llegar a la intimidad de las almas, y en esa espera… le llamó el Señor a su intimidad. Y tal como los dejó, aparecen ahora al público.

El nervio de Forja puede resumirse en esta afirmación: La vida de Jesucristo, si le somos fieles, se repite en la de cada uno de nosotros de algún modo, tanto en su proceso interno —en la santificación—, como en la conducta externa (n. 418).

La configuración progresiva con Jesucristo, que constituye la esencia de la vida cristiana, se realiza de modo arcano por medio de los sacramentos3. Requiere, además, el esfuerzo de cada uno por corresponder a la gracia: conocer y amar al Señor, cultivar sus mismos sentimientos4. Reproducir su vida en la conducta diaria, hasta poder exclamar con el Apóstol: vivo autem, iam non ego: vivit vero in me Christus5, no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Así nos concreta el programa —la santidad— que el Señor propone a todos, sin excepción de ningún tipo. Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro. Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección (n. 13).

Este itinerario interior de progresiva identificación con Cristo viene a ser la trama de Forja. Una trama que no constituye un molde rígido para la vida interior; nada más lejos de las intenciones de Mons. Escrivá, que tenía un respeto grandísimo por la libertad interior de cada persona. Porque, a fin de cuentas, cada alma sigue su propio camino, a impulsos del Espíritu Santo. Estos puntos de meditación son más bien sugerencias de amigo, consejos paternos para quien resuelve tomar en serio su vocación cristiana.

Forja, en definitiva, acompaña al alma en el recorrido de su santificación, desde que percibe la luz de la vocación cristiana hasta que la vida terrena se abre a la eternidad. El primer capítulo está dedicado precisamente a la vocación; el autor lo titula Deslumbramiento, porque quedamos deslumbrados cada vez que Dios nos va haciendo entender que somos hijos suyos, que hemos costado toda la Sangre de su Hijo Unigénito y que —a pesar de nuestra poquedad y de nuestra personal miseria— nos quiere corredentores con Cristo: Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras (n. 1).

La respuesta a la vocación divina exige una lucha constante. Un combate sin estruendo en la palestra de la vida ordinaria, porque ser santo (…) no es hacer cosas raras: es luchar en la vida interior y en el cumplimiento heroico, acabado, del deber (n. 60).

En esta pelea interior no faltarán las derrotas, y puede acechar el peligro del desaliento. Por eso, el Fundador del Opus Dei inculcó sin tregua en las almas aquel possumus! de los hijos de Zebedeo6; un grito —¡podemos!— que no nace de la presunción, sino de la humilde confianza en la Omnipotencia divina.

Gustaba a Mons. Escrivá la imagen del borrico, un animal poco vistoso, humilde, trabajador, que mereció el honor de llevar en triunfo a Jesucristo por las calles de Jerusalén. Esa imagen del burro, perseverante, obediente, sabedor de su indignidad, le sirve para animar al lector a adquirir y ejercitar una serie de virtudes que, con agudo sentido de la observación, descubría en el borrico de noria: humilde, duro para el trabajo y perseverante, ¡tozudo!, fiel, segurísimo en su paso, fuerte y —si tiene buen amo— agradecido y obediente (n. 380).

Estrechamente ligada a la humildad y a la perseverancia del borrico de noria está, en efecto, la obediencia. Convéncete de que, si no aprendes a obedecer, no serás eficaz (n. 626). Porque obedecer a quien en nombre de Dios dirige nuestra alma y encauza el apostolado es abrirse a la gracia divina, dejar actuar al Espíritu; es humildad. Obediencia, pues, a Dios mismo. Y, por Dios, a su Santa Iglesia. No hay otro camino: Persuádete, hijo, de que desunirse, en la Iglesia, es morir (n. 631). Es otra de las ideas madre en la predicación de Mons. Escrivá de Balaguer: no separar a Cristo de su Iglesia, no separar al cristiano de Cristo, a quien está unido por la gracia. Sólo así la victoria es segura.

Los hombres y las mujeres que buscan la santidad en el mundo realizan su labor apostólica en y desde el cumplimiento de sus deberes habituales, en primer lugar el trabajo profesional. Por la enseñanza paulina, sabemos que hemos de renovar el mundo en el espíritu de Jesucristo, que hemos de colocar al Señor en lo alto y en la entraña de todas las cosas. —¿Piensas tú que lo estás cumpliendo en tu oficio, en tu tarea profesional? (n. 678).

Junto con el trabajo, han de convertirse en instrumento de santidad personal y de apostolado todas las realidades nobles de los hombres. Admira la bondad de nuestro Padre Dios: ¿no te llena de gozo la certeza de que tu hogar, tu familia, tu país, que amas con locura, son materia de santidad? (n. 689). Así, se refiere también en varios puntos al matrimonio y a la familia; y luego, a los deberes ciudadanos. Porque ha querido el Señor que sus hijos, los que hemos recibido el don de la fe, manifestemos la original visión optimista de la creación, el “amor al mundo” que late en el cristianismo (n. 703).

No deja de recordar el autor que, para divinizar lo humano, se requiere una profunda vida interior: de lo contrario, se correría el riesgo de humanizar lo divino, sin olvidar —como oí repetir a Mons. Escrivá de Balaguer— que todo lo sobrenatural, cuando se refiere a los hombres, es muy humano. Por eso, cuanto más plena es la identificación con Cristo, más apremiante se torna el afán apostólico, porque la santidad —cuando es verdadera— se desborda del vaso, para llenar otros corazones, otras almas, de esa sobreabundancia (n. 856).

El cristiano adquiere un corazón grande como el de Cristo, donde caben todos. Jesús hará que tomes a todos los que tratas un cariño grande, que en nada empañará el que a Él le tienes. Al contrario: cuanto más quieras a Jesús, más gente cabrá en tu corazón (n. 876). Se detesta entonces toda estrechez, cualquier intento de particularismo y más aún de bandería. Se entrelazan así dos actitudes típicas del alma madura: un insaciable afán de almas —¡ninguna!, puede resultarte indiferente (n. 951)— y el deseo —también insaciable— de unión con Dios (cfr. n. 927).

Como el ansia de Dios no puede saciarse en esta tierra, se anhela la unión definitiva en la eternidad. Este es el tema del último capítulo de Forja. Al estilo paulino, y de modo especialmente intenso en los últimos años de su vida, el Fundador del Opus Dei sentía juntamente la aspiración de abrazar cuanto antes a su Amor en el Cielo —¡cuántas veces repitió las palabras del salmo: vultum tuum, Domine, requiram!7—, y el deseo de servirle eficazmente mucho tiempo en la tierra: Morir es una cosa buena. ¿Cómo puede ser que haya quien tenga fe y, a la vez, miedo a la muerte?… Pero mientras el Señor te quiera mantener en la tierra, morir, para ti, es una cobardía. Vivir, vivir y padecer y trabajar por Amor: esto es lo tuyo (n. 1037).

Hay de este modo una perfecta continuidad en la vida de los hijos de Dios: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra (n. 1005). Es el premio que Jesucristo prometió a sus seguidores8: felices aquí, con una felicidad relativa, y plenamente dichosos en la vida eterna.

Me atrevo a asegurarte, amigo lector, que si tú y yo nos metemos en esta forja del Amor de Dios, nuestras almas se harán mejores, perderán un poco de la ganga que tenían. Mons. Escrivá de Balaguer nos guiará por los caminos de la vida interior, con paso seguro, como quien conoce el terreno palmo a palmo, porque lo ha recorrido muchas veces. Lanzándonos de verdad a recorrer esta senda, comenzando y recomenzando cuantas veces sea preciso (cfr. n. 384), también nosotros llegaremos al final de nuestra carrera con paz y alegría, seguros de ser acogidos en los brazos de nuestro Padre del Cielo.

Tenemos, no lo olvides, la protección de la Santísima Virgen; a Ella acudimos al terminar estas páginas, con palabras de Forja, para que la lectura y la meditación de este libro alcance en nosotros, con la gracia de Dios, la finalidad que Mons. Escrivá de Balaguer se propuso al escribirlo: ¡Madre!: haz que busque a tu Hijo; haz que encuentre a tu Hijo; haz que ame a tu Hijo… ¡con todo mi ser! (n. 157).

 

Roma, 26 de diciembre de 1986

Álvaro del Portillo

 

________

1 Ioann. XII, 32: así se recogía entonces el texto sagrado, en la versión oficial de la Vulgata.

2 J. Escrivá de Balaguer, 7-VIII-1931. Apunte manuscrito conservado en el Archivo de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei.

3 Cfr. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 7.

4 Cfr. Philip. II, 5.

5 Galat. II, 20.

6 Marc. X, 39.

7 Ps. XXVI, 8.

8 Cfr. Matth. XIX, 29.

Prólogo del autor

 

Aquella madre—santamente apasionada, como todas las madres—a su hijo pequeño le llamaba:su príncipe, su rey, su tesoro, su sol.

Yo pensé en ti.

Y entendí—¿qué padre no lleva en las entrañas algo maternal?—que no era ponderación el decir de la madre buena:tú… eres más que un tesoro,vales más que el sol:¡toda la Sangre de Cristo!

¿Cómo no voy a tomar tu alma—oro puro—para meterla en forja,y trabajarla con el fuego y el martillo,hasta hacer de ese oro nativo una joya espléndidaque ofrecer a mi Dios,a tu Dios?

Deslumbramiento

1Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.

 —El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna.

2—¡Dios es mi Padre! —Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.

 —¡Jesús es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.

 —¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino.

 Piénsalo bien. —Tú eres de Dios…, y Dios es tuyo.

3Padre mío —¡trátale así, con confianza!—, que estás en los Cielos, mírame con compasivo Amor, y haz que te corresponda.

 —Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento de luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor y de la Gloria de Cristo.

4Cristo, que subió a la Cruz con los brazos abiertos de par en par, con gesto de Sacerdote Eterno, quiere contar con nosotros —¡que no somos nada!—, para llevar a “todos” los hombres los frutos de su Redención.

5Estamos, Señor, gustosamente en tu mano llagada. ¡Apriétanos fuerte!, ¡estrújanos!, ¡que perdamos toda la miseria terrena!, ¡que nos purifiquemos, que nos encendamos, que nos sintamos empapados en tu Sangre!

 —Y luego, ¡lánzanos lejos!, lejos, con hambres de mies, a una siembra cada día más fecunda, por Amor a Ti.

6No tengas miedo, ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar por una falsa prudencia.

 La llamada a cumplir la Voluntad de Dios —también la vocación— es repentina, como la de los Apóstoles: encontrar a Cristo y seguir su llamamiento…

 —Ninguno dudó: conocer a Cristo y seguirle fue todo uno.

7Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, «vocavi te nomine tuo» —te he llamado por tu nombre.

 Como nuestra madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. —Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: «ecce ego, quia vocasti me» —aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro.

8¡Vive junto a Cristo!: debes ser, en el Evangelio, un personaje más, conviviendo con Pedro, con Juan, con Andrés…, porque Cristo también vive ahora: «Iesus Christus, heri et hodie, ipse et in sæcula!» —¡Jesucristo vive!, hoy como ayer: es el mismo, por los siglos de los siglos.

9Señor, que tus hijos sean como una brasa encendidísima, sin llamaradas que se vean de lejos. Una brasa que ponga el primer punto de fuego, en cada corazón que traten…

 —Tú harás que ese chispazo se convierta en un incendio: tus Angeles —lo sé, lo he visto— son muy entendidos en eso de soplar sobre el rescoldo de los corazones…, y un corazón sin cenizas no puede menos de ser tuyo.

10Piensa en lo que dice el Espíritu Santo, y llénate de pasmo y de agradecimiento: «elegit nos ante mundi constitutionem» —nos ha elegido, antes de crear el mundo, «ut essemus sancti in conspectu eius!» —para que seamos santos en su presencia.

 —Ser santo no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santo es ser buen cristiano: parecerse a Cristo. —El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más de Cristo, más santo.

 —Y ¿qué medios tenemos? —Los mismos que los primeros fieles, que vieron a Jesús, o lo entrevieron a través de los relatos de los Apóstoles o de los Evangelistas.

11¡Qué deuda la tuya con tu Padre-Dios! —Te ha dado el ser, la inteligencia, la voluntad…; te ha dado la gracia: el Espíritu Santo; Jesús, en la Hostia; la filiación divina; la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra; te ha dado la posibilidad de participar en la Santa Misa y te concede el perdón de tus pecados, ¡tantas veces su perdón!; te ha dado dones sin cuento, algunos extraordinarios…

 —Dime, hijo: ¿cómo has correspondido?, ¿cómo correspondes?

12No sé qué te ocurrirá a ti…, pero necesito confiarte mi emoción interior, después de leer las palabras del profeta Isaías: «ego vocavi te nomine tuo, meus es tu!» —Yo te he llamado, te he traído a mi Iglesia, ¡eres mío!: ¡que Dios me diga a mí que soy suyo! ¡Es como para volverse loco de Amor!

13Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro.

 Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna.

14Cristo ha padecido por ti y para ti, para arrancarte de la esclavitud del pecado y de la imperfección.

15En estos momentos de violencia, de sexualidad brutal, salvaje, hemos de ser rebeldes. Tú y yo somos rebeldes: no nos da la gana dejarnos llevar por la corriente, y ser unas bestias.

 Queremos portarnos como hijos de Dios, como hombres o mujeres que tratan a su Padre, que está en los Cielos y quiere estar muy cerca —¡dentro!— de cada uno de nosotros.

16Medítalo con frecuencia: ¡soy católico, hijo de la Iglesia de Cristo! El me ha hecho nacer en un hogar “suyo”, sin ningún merecimiento de mi parte.

 —¡Cuánto te debo, Dios mío!

17Recordad a todos —y de modo especial a tantos padres y a tantas madres de familia, que se dicen cristianos— que la “vocación”, la llamada de Dios, es una gracia del Señor, una elección hecha por la bondad divina, un motivo de santo orgullo, un servir a todos gustosamente por amor de Jesucristo.

18Hazme eco: no es un sacrificio, para los padres, que Dios les pida sus hijos; ni, para los que llama el Señor, es un sacrificio seguirle.

 Es, por el contrario, un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios en un momento concreto, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad.

19Agradece a tus padres el hecho de que te hayan dado la vida, para poder ser hijo de Dios. —Y sé más agradecido, si el primer germen de la fe, de la piedad, de tu camino de cristiano, o de tu vocación, lo han puesto ellos en tu alma.

20Hay muchas personas a tu alrededor, y no tienes derecho a ser obstáculo para su bien espiritual, para su felicidad eterna.

 —Estás obligado a ser santo: a no defraudar a Dios, por la elección de que te ha hecho objeto; ni tampoco a esas criaturas, que tanto esperan de tu vida de cristiano.

21El mandamiento de amar a los padres es de derecho natural y de derecho divino positivo, y yo lo he llamado siempre “dulcísimo precepto”.

 —No descuides tu obligación de querer más cada día a los tuyos, de mortificarte por ellos, de encomendarles, y de agradecerles todo el bien que les debes.

22Como quiere el Maestro, tú has de ser —bien metido en este mundo, en el que nos toca vivir, y en todas las actividades de los hombres— sal y luz. —Luz, que ilumina las inteligencias y los corazones; sal, que da sabor y preserva de la corrupción.

 Por eso, si te falta afán apostólico, te harás insípido e inútil, defraudarás a los demás y tu vida será un absurdo.

23Una ola sucia y podrida —roja y verde— se empeña en sumergir la tierra, escupiendo su puerca saliva sobre la Cruz del Redentor…

 Y El quiere que de nuestras almas salga otra oleada —blanca y poderosa, como la diestra del Señor—, que anegue, con su pureza, la podredumbre de todo materialismo y neutralice la corrupción, que ha inundado el Orbe: a eso vienen —y a más— los hijos de Dios.

24Muchos, con aire de autojustificación, se preguntan: yo, ¿por qué me voy a meter en la vida de los demás?

 —¡Porque tienes obligación, como cristiano, de meterte en la vida de los otros, para servirles!

 —¡Porque Cristo se ha metido en tu vida y en la mía!

25Si eres otro Cristo, si te comportas como hijo de Dios, donde estés quemarás: Cristo abrasa, no deja indiferentes los corazones.

26Duele ver que, después de dos mil años, haya tan pocos que se llamen cristianos en el mundo. Y que, de los que se llaman cristianos, haya tan pocos que vivan la verdadera doctrina de Jesucristo.

 ¡Vale la pena jugarse la vida entera!: trabajar y sufrir, por Amor, para llevar adelante los designios de Dios, para corredimir.

27Veo tu Cruz, Jesús mío, y gozo de tu gracia, porque el premio de tu Calvario ha sido para nosotros el Espíritu Santo… Y te me das, cada día, amoroso —¡loco!— en la Hostia Santísima… Y me has hecho ¡hijo de Dios!, y me has dado a tu Madre.

 No me basta el hacimiento de gracias: se me va el pensamiento: Señor, Señor, ¡tantas almas lejos de Ti!

 Fomenta en tu vida las ansias de apostolado, para que le conozcan…, y le amen…, y ¡se sientan amados!

28Algunas veces —me lo has oído comentar con frecuencia— se habla del amor como si fuera un impulso hacia la propia satisfacción, o un mero recurso para completar de modo egoísta la propia personalidad.

 —Y siempre te he dicho que no es así: el amor verdadero exige salir de sí mismo, entregarse. El auténtico amor trae consigo la alegría: una alegría que tiene sus raíces en forma de Cruz.

29Dios mío: ¿cómo puede ser que vea un Crucifijo, y no clame de dolor y de amor?

30Pásmate ante la magnanimidad de Dios: se ha hecho Hombre para redimirnos, para que tú y yo —¡que no valemos nada, reconócelo!— le tratemos con confianza.

31¡Oh Jesús…, fortalece nuestras almas, allana el camino y, sobre todo, embriáganos de Amor!: haznos así hogueras vivas, que enciendan la tierra con el divino fuego que Tú trajiste.

32Acercarse un poco más a Dios quiere decir estar dispuesto a una nueva conversión, a una nueva rectificación, a escuchar atentamente sus inspiraciones —los santos deseos que hace brotar en nuestras almas—, y a ponerlos por obra.

33¿De qué te envaneces? —Todo el impulso que te mueve es de El. Obra en consecuencia.

34¡Qué respeto, qué veneración, qué cariño hemos de sentir por una sola alma, ante la realidad de que Dios la ama como algo suyo!

35Aspiración: ¡ojalá queramos usar los días, que el Señor nos da, sólo para agradarle!

36Deseo que tu comportamiento sea como el de Pedro y el de Juan: que lleves a tu oración, para hablar con Jesús, las necesidades de tus amigos, de tus colegas…, y que luego, con tu ejemplo, puedas decirles: «respice in nos!» —¡miradme!

37Cuando se ama mucho a una persona, se desea saber todo lo que a ella se refiere.

 —Medítalo: ¿tú tienes hambre de conocer a Cristo? Porque… con esa medida le amas.

38Mienten —o están equivocados— quienes afirman que los sacerdotes estamos solos: estamos más acompañados que nadie, porque contamos con la continua compañía del Señor, a quien hemos de tratar ininterrumpidamente.

 —¡Somos enamorados del Amor, del Hacedor del Amor!

39Me veo como un pobre pajarillo que, acostumbrado a volar solamente de árbol a árbol o, a lo más, hasta el balcón de un tercer piso…, un día, en su vida, tuvo bríos para llegar hasta el tejado de cierta casa modesta, que no era precisamente un rascacielos…

 Mas he aquí que a nuestro pájaro lo arrebata un águila —lo tomó equivocadamente por una cría de su raza— y, entre sus garras poderosas, el pajarillo sube, sube muy alto, por encima de las montañas de la tierra y de los picos de nieve, por encima de las nubes blancas y azules y rosas, más arriba aun, hasta mirar de frente al sol… Y entonces el águila, soltando al pajarillo, le dice: anda, ¡vuela!…

 —¡Señor, que no vuelva a volar pegado a la tierra!, ¡que esté siempre iluminado por los rayos del divino Sol —Cristo— en la Eucaristía!, ¡que mi vuelo no se interrumpa hasta hallar el descanso de tu Corazón!

40Así concluía su oración aquel amigo nuestro: “amo la Voluntad de mi Dios: por eso, en completo abandono, que El me lleve como y por donde quiera”.

41Pide al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y a tu Madre, que te hagan conocerte y llorar por ese montón de cosas sucias que han pasado por ti, dejando —¡ay!— tanto poso… —Y a la vez, sin querer apartarte de esa consideración, dile: dame, Jesús, un Amor como hoguera de purificación, donde mi pobre carne, mi pobre corazón, mi pobre alma, mi pobre cuerpo se consuman, limpiándose de todas las miserias terrenas… Y, ya vacío todo mi yo, llénalo de Ti: que no me apegue a nada de aquí abajo; que siempre me sostenga el Amor.

42No desees nada para ti, ni bueno ni malo: quiere solamente, para ti, lo que Dios quiera.

 Sea lo que fuere, viniendo de su mano, de Dios, por malo que a los ojos de los hombres parezca, con la ayuda del Señor, a ti te parecerá bueno ¡y muy bueno!, y dirás, siempre con mayor convencimiento: «et in tribulatione mea dilatasti me…, et calix tuus inebrians, quam præclarus est!» —en la tribulación me he gozado…, ¡qué maravilloso es tu cáliz, que embriaga todo mi ser!

43Es preciso ofrecer al Señor el sacrificio de Abel. Un sacrificio de carne joven y hermosa, lo mejor del rebaño: de carne sana y santa; de corazones que sólo tengan un amor: ¡Tú, Dios mío!; de inteligencias trabajadas por el estudio profundo, que se rendirán ante tu Sabiduría; de almas infantiles, que no pensarán más que en agradarte.

 —Recibe, desde ahora, Señor, este sacrificio en olor de suavidad.

44Hay que saber entregarse, arder delante de Dios como esa luz, que se pone sobre el candelero, para iluminar a los hombres que andan en tinieblas; como esas lamparillas que se queman junto al altar, y se consumen alumbrando hasta gastarse.

45El Señor —Maestro de Amor— es un amante celoso que pide todo lo nuestro, todo nuestro querer. Espera que le ofrezcamos lo que tenemos, siguiendo el camino que a cada uno nos ha marcado.

46Dios mío, veo que no te aceptaré como mi Salvador, si no te reconozco al mismo tiempo como Modelo.

 —Pues que quisiste ser pobre, dame amor a la Santa Pobreza. Mi propósito, con tu ayuda, es vivir y morir pobre, aunque tenga millones a mi disposición.

47Te has quedado muy serio cuando te he confiado: a mí, para el Señor, todo me parece poco.

48Ojalá pueda decirse que la característica que define tu vida es “amar la Voluntad de Dios”.

49Cualquier trabajo, aun el más escondido, aun el más insignificante, ofrecido al Señor, ¡lleva la fuerza de la vida de Dios!

50Siente la responsabilidad de tu misión: ¡te está contemplando el Cielo entero!

51¡Dios te espera! —Por eso, ahí donde estás, tienes que comprometerte a imitarle, a unirte a El, con alegría, con amor, con ilusión, aunque se presente la circunstancia —o una situación permanente— de ir a contrapelo.

 ¡Dios te espera…, y te necesita fiel!

52Escribías: “yo te oigo clamar, Rey mío, con viva voz, que aún vibra: «ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?» —he venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?”

 Después añadías: “Señor, te respondo —todo yo— con mis sentidos y potencias: «ecce ego quia vocasti me!» —¡aquí me tienes porque me has llamado!”

 —Que sea esta respuesta tuya una realidad cotidiana.

53Has de tener la mesura, la fortaleza, el sentido de responsabilidad que adquieren muchos a la vuelta de los años, con la vejez. Alcanzarás todo esto, siendo joven, si no me pierdes el sentido sobrenatural de hijo de Dios: porque El te dará, más que a los ancianos, esas condiciones convenientes para hacer tu labor de apóstol.

54Gozas de una alegría interior y de una paz, que no cambias por nada. Dios está aquí: no hay cosa mejor que contarle a El las penas, para que dejen de ser penas.

55¿Es posible que lleve Cristo tantos años —veinte siglos— actuando en la tierra, y que el mundo esté así?, me preguntabas. ¿Es posible que aún haya gente que no conozca al Señor?, insistías.

 —Y te contesté seguro: ¡tenemos la culpa nosotros!, que hemos sido llamados a ser corredentores, y a veces, ¡quizá muchas!, no correspondemos a esa Voluntad de Dios.