Frankenstein - Mary Shelley - E-Book

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Mary Shelley

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Beschreibung

Frankenstein o El moderno Prometeo es la creación de una joven Mary Shelley en 1815. El relato, iniciado en una temporada de encierro y tertulias, se convirtió en una de las novelas imprescindibles del romanticismo góti­co. Mary Shelley, a quien solo en una segunda edición se le permitiría asumir la autoría, es la madame del te­rror moderno. En esta se destaca de manera grandiosa la febril imaginación de una joven novelista atrapada una temporada en una gran mansión, en compañía, además, de algunos de los personajes más interesantes y elo­cuentes de la época, como Lord Byron, quienes ins­piraron uno de los más importantes relatos de la literatura. Lo más impresionante de la hazaña de Shelley, no fue solo concebir este monstruo, o extraordinario fue dotarlo de espíritu humano.

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Traducción: Isabela Cantos Vallecilla

Primera edición en esta colección: abril de 2023

© Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7642-03-4

Coordinador editorial: Mauricio Duque Molano

Edición: Juana Restrepo Díaz

Diseño de colección y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez Roldán

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

ÍNDICE

PREFACIO

PRIMERA CARTA

SEGUNDA CARTA

TERCERA CARTA

CUARTA CARTA

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPÍTULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

NOTAS AL PIE

¿Acaso te pedí, Creador, que me hicieras un hombre con mi arcilla? ¿Te solicité que me trajeras desde la oscuridad?

—Paraíso perdido.

A William Goodwin,autor de Justicia Política, Calleb Williams y otros.

La autora le dedica respetuosamente los tres volúmenes de este libro.

PREFACIO

El Dr. Darwin, junto con algunos de los escritores fisiológicos de Alemania, han supuesto que el evento en el que se basa esta ficción no es por completo imposible. No quiero que se suponga que acepto, con algún grado remoto de fe ciega, una imaginación así; sin embargo, si se asume como la base de un trabajo de ficción, no considero que sencillamente haya estado entretejiendo una serie de terrores sobrenaturales. El evento del que depende el interés de la historia está exento de las desventajas de un simple cuento de espectros o encantamientos. Fue recomendado por la novedad de las situaciones que se desarrollan en ella y, a pesar de lo imposible que sea como un hecho físico, presenta un punto de vista para la imaginación que permite delinear las pasiones humanas de una manera más comprensiva y directa que cualquier otra narración ordinaria de hechos existentes pueda proveer.

Yo, por lo tanto, me he esforzado por preservar la verdad de los principios elementales de la naturaleza humana, mientras que no he tenido escrúpulos al innovar con respecto a sus combinaciones. La Ilíada, la trágica poesía de Grecia; Shakespeare, en La tempestad y en Sueño de una noche de verano; y en especial Milton, en Paraíso perdido, se adhieren a esta regla. Y el novelista más humilde, que busca dar o recibir entretenimiento por sus trabajos, puede, sin presunciones, aplicarle a la ficción en prosa una licencia, o más bien una regla, gracias a la cual tantísimas combinaciones exquisitas de sentimientos humanos han surgido en los especímenes más eruditos de poesía.

La circunstancia sobre la que descansa mi historia fue sugerida en una conversación casual. Comenzó, en parte, como una fuente de entretenimiento y, en parte, como una premisa para ejercitar recursos nunca antes usados de mi mente. Otros motivos se entrelazaron con estos a medida que el trabajo avanzaba. No soy, de ninguna manera, indiferente a la forma en la que las tendencias morales que existen en los sentimientos o personajes que contiene afectarán al lector; sin embargo, mi preocupación principal en este aspecto se limita a evitar los efectos enervantes de las novelas actuales, a la exhibición de una amabilidad del afecto doméstico y a la excelencia de las virtudes universales. Las opiniones que naturalmente surgirán del carácter y la situación del héroe no deben, de ninguna forma, ser concebidas como existentes en mis propias convicciones. Igualmente, ninguna inferencia justa debe sacarse de las siguientes páginas como confirmación o prejuicio de cualquier doctrina filosófica.

También es un tema de interés adicional para el autor que esta historia se inició en la majestuosa región en la que la mayoría de las escenas suceden y, además, en compañía de quienes no deja de extrañar. Pasé el verano de 1816 en los alrededores de Ginebra. La temporada era fría y lluviosa, y en las noches nos reuníamos junto a una llameante fogata y ocasionalmente nos entreteníamos con algunas historias de fantasmas alemanas, las cuales parecían caernos directo en nuestras manos. Estos relatos inspiraron en nosotros un deseo juguetón de imitación. Otros dos amigos (una historia de la pluma de uno de ellos sería más aceptable para el público que cualquier cosa que yo pudiera aspirar a producir) y yo estuvimos de acuerdo con escribir cada uno una historia basada en algún evento sobrenatural.

El clima, no obstante, se volvió sereno de repente y mis dos amigos me dejaron para irse en un viaje por los Alpes, perdiendo así, entre todos los magníficos escenarios que allí se encontraron, todo el recuerdo de sus visiones fantasmales. El siguiente relato es el único que ha sido completado.

Marlow1, septiembre de 1817.

PRIMERA CARTA

Para la señora Saville, Inglaterra.

San Petersburgo, 11 de diciembre de 17…

Se alegrará al escuchar que ningún desastre ha acompañado el comienzo de una empresa a la cual usted le ha asignado unos presentimientos tan malignos. Llegué aquí ayer y mi primera tarea es asegurarle a mi querida hermana que estoy bien y que tengo cada vez más confianza en el éxito de mi empresa.

Ya estoy muy al norte de Londres y, mientras camino por las calles de San Petersburgo, siento la fría brisa del norte soplando contra mis mejillas, la cual me estabiliza los nervios y me llena de deleite. ¿Entiende este sentimiento? Esta briza, la cual ha viajado desde las regiones hacia las cuales estoy avanzando, me deja adelantarme a aquellos climas gélidos. Inspirado por este viento de promesas, mis ensueños se hacen más fervientes y vívidos. Intento en vano ser persuadido de que el polo es un trono de hielo y desolación, pero siempre se presenta a sí mismo en mi imaginación como una región de belleza y deleite. Allí, Margaret, el sol es siempre visible, su amplio disco apenas bordeando el horizonte ydifuminando un esplendor perpetuo. Allí (pues con su permiso, hermana mía, confiaré de alguna manera en los navegantes anteriores) la nieve y el hielo están exiliados y, navegando sobre un mar en calma, podemos flotar hacia una tierra que sobrepasa en maravillas y en belleza a cada región descubierta hasta entonces en el globo habitable. Sus producciones y características no tendrán ejemplos comparables, pues los fenómenos de los cuerpos celestiales están, sin duda, en aquellas soledades aún sin descubrir. ¿Qué no puede esperarse en un país de luz eterna? Allí quizás pueda descubrir el maravilloso poder que atrae las agujas y regular miles observaciones celestiales que solo requieren de este viaje para convertir sus aparentes excentricidades en hechos consistentes para siempre. Saciaré mi ardiente curiosidad con la vista de una parte del mundo que nunca antes ha sido visitada y podrá explorar una tierra que jamás ha sido pisada por los pies de un hombre. Estos son mis incentivos. Y son suficientes para conquistar cualquier miedo al peligro o a la muerte y para inducirme a comenzar este laborioso viaje con la alegría que un niño siente cuando se embarca en un pequeño bote, con sus compañeros de vacaciones, en una expedición para descubrir un río cercano. Pero suponiendo que todas estas conjeturas sean falsas, no puede disputar el beneficio inestimable que le otorgaré a toda la humanidad, a la última generación, al descubrir un pasaje hacia estos países cerca del polo, al alcanzar en este momento lo que requiere de muchos meses o al descubrir el secreto de los imanes, lo cual, si es posible, solo puede lograrse con una empresa como la mía.

Estas reflexiones han dispersado la agitación con la que empecé esta carta y siento que mi corazón brilla con un entusiasmo que me eleva hasta el cielo, pues nada contribuye tanto a tranquilizar la mente como un propósito firme, un punto en el cual el alma pueda fijar su ojo intelectual. Esta expedición ha sido mi sueño favorito de mis primeros años. He leído con ardor los recuentos de varios viajes que se han hecho con la intención de llegar al Océano Pacífico Norte a través de los mares que rodean el polo. Quizá recuerde que una historia de todas las expediciones hechascon propósitos de descubrimientos componían la totalidad de la biblioteca de nuestro buen tío Thomas. Mi educación fue olvidada; sin embargo, sentía una gran pasión por la lectura. Estudiaba estos volúmenes día y noche y mi familiaridad con ellos incrementaron el arrepentimiento que había sentido, de niño, al enterarme de que el mandato de mi padre en su lecho de muerte le había prohibido a mi tío el permitirme embarcarme en una vida en el mar.

Estas visiones se desvanecieron cuando estudié, por primera vez, a aquellos poetas cuyas efusiones dejaban a mi alma en trance y la elevaban a los cielos. También me convertí en un poeta y, durante un año, viví en un paraíso de mi propia creación. Imaginé que yo también podía obtener un nicho en el templo en donde los nombres de Homero y Shakespeare estaban consagrados. Conoce bien mi fracaso y cuán arduamente soporté la decepción. Pero justo en ese momento heredé la fortuna de mi primo y mis pensamientos tomaron el curso de mi anterior obsesión.

Han pasado seis años desde que me decidí por mi empresa actual. Puedo, incluso ahora, recordar la hora desde la que me dediqué a esta gran iniciativa. Empecé acostumbrando mi cuerpo a los sufrimientos. Acompañé a los pescadores de ballenas en varias expediciones al Mar del Norte; soporté voluntariamente el frío, el hambre, la sed y la falta de sueño; a menudo trabajaba más duro que los marineros normales durante el día y dedicaba mis noches al estudio de las matemáticas, de la teoría de la medicina y aquellas ramas de la ciencia física de las cuales un aventurero naval puede sacar grandes ventajas prácticas. Dos veces encontré empleo como sobrecargo en un ballenero de Groenlandia y conocí lo que era la admiración. Debo admitir que me sentí un poco orgulloso cuando mi capitán me ofreció el segundo rango en el buque y me pidió que me quedara con ellos con la más profunda honestidad, pues así de valiosos consideraba mis servicios.

Y ahora, querida Margaret, ¿acaso no me merezco tener éxito en algún gran propósito? Puedo haber pasado mi vida con comodidades ylujos, pero siempre preferí la gloria a cualquier incentivo de riqueza que se cruzara en mi camino. Oh, ¡si alguna voz de ánimo me respondiera de manera afirmativa! Mi coraje y mi resolución son firmes, pero mis esperanzas fluctúan y a menudo mi alma se deprime. Estoy a punto de proceder en un viaje largo y difícil, uno cuyas emergencias requerirán de toda mi fortaleza. Se requiere de mí no solo que eleve los espíritus de los demás, sino que sostenga los míos propios cuando los de ellos estén decayendo.

Este es el periodo más favorable para viajar en Rusia. Vuelan muy rápido sobre la nieve con sus trineos; el movimiento es placentero y, en mi opinión, mucho más agradable que el de un coche inglés. El frío no es excesivo si estás envuelto en pieles… un estilo de vestir que ya he adoptado, pues hay una gran diferencia entre caminar por la cubierta y quedarte sentado sin moverte durante horas, cuando no hay ningún ejercicio que evite que la sangre se te congele en las venas. No tengo ninguna ambición por perder mi vida en el camino entre San Petersburgo y Arcángel.

Saldré de ese pueblo en dos o tres semanas y mi intención es la de contratar un barco allí, lo cual se puede hacer fácilmente al pagarle un seguro al dueño y al contratar a cuantos marineros crea necesarios entre aquellos que están acostumbrados a cazar ballenas. No pretendo zarpar sino hasta el mes de junio, pero ¿cuándo volveré? Ah, querida hermana, ¿cómo puedo responder esta pregunta? Si tengo éxito, pasarán muchos, muchos meses, quizás años, antes de que nos volvamos a encontrar. Y si fracaso, me verá muy pronto… o nunca.

Hasta entonces, mi querida y excelente Margaret. Que el Cielo le conceda muchas bendiciones a usted y que me salve a mí, de manera que de nuevo pueda testificar mi gratitud por todo su amor y amabilidad.

Su afectuoso hermano,R. Walton.

SEGUNDA CARTA

Para la señora Saville, Inglaterra.

Arcángel, 28 marzo de 17…

¡Cuán lento pasa el tiempo aquí, rodeado como estoy de hielo y nieve! Sin embargo, he tomado un segundo paso hacia la realización de mi empresa. He contratado un buque y estoy ocupado reuniendo a los marineros. Aquellos a los que ya he contratado parecen ser hombres en los cuales puedo depender y que ciertamente poseen un coraje intrépido.

Pero tengo una necesidad que, hasta ahora, no he podido satisfacer y es la ausencia de un objeto que ahora siento como el mal más severo. No tengo amigos, Margaret. Cuando esté brillando con el entusiasmo de mi éxito, nadie estará allí para participar de mi alegría. Si me veo invadido por la decepción, nadie se empeñará en sostenerme durante mi rechazo. Debo registrar mis pensamientos en papel, es verdad, pero este es un medio pobre para comunicar sentimientos. Deseo la compañía de un hombre que pueda simpatizar conmigo, cuyos ojos se comuniquen con los míos. Puede catalogarme como un romántico, mi querida hermana, pero siento amargamente la ausencia de un amigo. No tengo a nadiecerca de mí, gentil pero valiente, con una mente tan cultivada como capaz, cuyos gustos sean como los míos, para que apruebe o mejore mis planes. ¡Cómo ayudaría un amigo así a reparar los fallos de su pobre hermano! Soy demasiado ardiente al ejecutar las cosas y demasiado impaciente con las dificultades. Pero es aún un mal mayor para mí el que me haya educado a mí mismo. Durante los primeros años de mi vida corrí salvajemente por allí y no leí nada que no fueran los libros de viajes de nuestro tío Thomas. A esa edad conocí a los celebrados poetas de nuestro propio país, pero solo fue cuando dejó de estar en mí poder el sacar los beneficios más importantes de una convicción así que percibí la necesidad de conocer más idiomas que los de mi país natal. Ahora tengo veintiocho años y realmente soy más iletrado que muchos de los chicos de quince años de las escuelas. Es verdad que he pensado más y que mis ensueños son más extendidos y magníficos, pero quieren (como lo llaman los pintores) permanencia. Y realmente necesito a un amigo que tenga el sentido suficiente como para no desdeñarme como un romántico y el afecto suficiente por mí para proponerse regular mi mente.

Bien, estas son quejas sin sentido; es seguro que no encontraré a un amigo en el amplio océano y ni siquiera aquí en Arcángel, entre los mercaderes y los marineros. Sin embargo, algunos sentimientos, independientes de la escoria de la naturaleza humana, laten incluso en esos pechos escabrosos. Mi teniente, por ejemplo, es un hombre maravillosamente valiente y de acción; desea con locura la gloria o, más bien, para usar palabras más características en mi frase, avanzar en su profesión. Es un hombre inglés y, en medio de prejuicios nacionales y profesionales, sin suavizarse por la cultivación, retiene algunos de los más nobles regalos de la humanidad. Lo conocí por primera vez a bordo de un ballenero; dándome cuenta de que estaba sin empleo en esta ciudad, lo convencí con facilidad de que me asistiera en mi empresa.

El maestre es una persona de una disposición excelente y es notable en el barco por su amabilidad y la suavidad de su disciplina. Estacircunstancia, junto con su bien conocida integridad y su coraje intrépido, me dejó muy deseoso por entablar una amistad con él. Una juventud pasada en soledad, mis mejores años vividos bajo su cuidado femenino y gentil, han refinado tanto las bases de mi carácter que no puedo superar el disgusto intenso que me produje la brutalidad que se ejerce a bordo del barco. Nunca he creído que sea necesaria y cuando escuché acerca de un marinero igualmente notable por la amabilidad de su corazón y el respeto y la obediencia que le profesaba su tripulación, me sentí particularmente afortunado por ser capaz de asegurar sus servicios. Al principio escuché de él de una forma bastante romántica, de una ama que le debe a él toda la felicidad de su vida. Esta, brevemente, es su historia. Hace algunos años él amó a una joven dama rusa de una fortuna moderada y, habiendo amasado una suma considerable de dinero, el padre de la joven accedió a la unión. Él vio a su amante una vez antes de la ceremonia destinada, pero ella estaba bañada en lágrimas y, postrándose a sus pies, le pidió que la perdonara, confesando al mismo tiempo que ella amaba a alguien más, pero que era pobre y que su padre nunca aprobaría la unión. Mi generoso amigo calmó a la suplicante y, cuando supo el nombre de su amante, abandonó de inmediato su iniciativa. Él ya había comprado una granja con su dinero, en la cual había pensado pasar lo que le quedara de vida, pero se la regaló completa a su rival, junto con lo que le quedaba de su dinero para que comprara ganado, y luego él mismo le pidió al padre de la joven dama que consintiera que ella se casara con su amante. Pero el anciano se rehusó con vehemencia, pensando que lo ataba el honor a mi amigo, quien, cuando se dio cuenta de que el padre no cambiaría de opinión, se fue del país y no volvió hasta que escuchó que su antigua amante se había casado de acuerdo con sus gustos. «¡Qué hombre tan noble!», exclamará. Lo es, pero también carece por completo de educación. Es tan silencioso como un turco y una especie de descuido ignorante lo rodea, el cual, mientras hace de su conducta algo más sorprendente, lo aleja del interés y la simpatía que, de otra manera, crearía a su alrededor.

Sin embargo, no suponga que, porque me quejo un poco o porque puedo concebir un consuelo para mis penas que quizás nunca conozca, estoy flaqueando en mis resoluciones. Esas están tan fijas como el destino y mi viaje está ahora retrasado solo hasta que el clima permita el embarque. El invierno ha sido tremendamente severo, pero la primavera promete ser buena, y se considera que es una estación notablemente pronta, así que quizás pueda zarpar más pronto de lo que lo espero. No haré nada con prisa: me conoce lo suficiente como para confiar en mi prudencia y mi consideración cada que se me confía la seguridad de otros a mi juicio.

No puedo describirle mis sensaciones por el cercano prospecto de mi empresa. Es imposible comunicarle una concepción de la vibrante sensación, medio placentera y medio aterradora, con la que me estoy preparando para partir. Iré a regiones que no han sido exploradas, a «la tierra de la niebla y la nieve», pero no mataré a ningún albatros; por lo tanto, no debe alarmarse por mi seguridad o por si volveré a usted tan ajado y lamentable como el «Anciano Marinero». Sonreirá ante mi alusión, pero le revelaré un secreto. A menudo le he achacado mi unión y mi entusiasmo apasionado a los peligrosos misteriosos del océano a la producción de los poetas modernos con más imaginación. Hay algo que trabaja en mi alma y que no puedo entender. Soy prácticamente trabajador, me tomo muchas molestias como hombre para ejecutar mi perseverancia y mi trabajo, pero además siento un amor por lo maravilloso, una creencia por lo maravilloso, entretejido en todos mis proyectos, lo cual me impulsa por fuera de los caminos comunes de los hombres, incluso hacia el salvaje océano y las regiones nunca antes visitadas que estoy a punto de explorar.

Pero volvamos a consideraciones más amenas. ¿Me encontraré de nuevo con usted, tras haber viajado por los enormes océanos y haber vuelto por los cabos más al sur de África o América? No puedo esperar un éxito así, pero tampoco puedo soportar ver la imagen contraria. Continúe, por el momento, escribiéndome a cada oportunidad que tenga. Quizásreciba sus cartas en algunas ocasiones en las que más las necesite para levantar mi ánimo. La amo con mucha ternura. Recuérdeme con afecto si no escucha nunca más sobre mí.

Su hermano afectuoso,Robert Walton.

TERCERA CARTA

Para la señora Saville, Inglaterra.

7 de julio de 17…

Mi querida hermana,

Le escribo unas pocas líneas con prisa para decirle que estoy bien… y que he avanzado bastante en mi viaje. Esta carta llegará a Inglaterra gracias a un mercader que está en su trayecto de vuelta a casa desde Arcángel. Es más afortunado que yo, pues yo quizás no vea mi tierra natal durante muchos años. Estoy, no obstante, de buen ánimo. Mis hombres son osados y aparentemente firmes en su propósito y tampoco parece que los trozos de hielo flotando que pasan de manera continua a nuestro lado los asusten. Ya hemos llegado a una latitud muy alta, pero es el punto álgido del verano y, aunque no es tan cálido como en Inglaterra, los vientos del sur, los cuales soplan con rapidez hacia aquellas costas que deseo tan ardientemente encontrar, nos dan un grado de calidez renovada que no había esperado.

Ningún incidente nos ha acaecido hasta ahora y por eso no menciono nada al respecto en mis cartas. Uno o dos vientos potentes y eldescubrimiento de una grieta son accidentes que los marineros experimentados apenas recuerdan registrar, y me declararé contento si nada peor nos sucede durante nuestro viaje.

Adieu2, mi querida Margaret. Tenga por seguro, por mi propio bien y por el suyo, que no iré con prisa a encontrarme con el peligro. Seré sereno, perseverante y prudente.

Pero el éxito sí coronará mis esfuerzos. ¿Por qué no? He llegado tan lejos, trazando una ruta segura sobre los mares inexplorados, las estrellas mismas siendo los testigos y testimonios de mi triunfo. ¿Por qué entonces no seguir sobre aquel elemento indomable pero obediente? ¿Qué puede detener el corazón determinado y la voluntad resuelta de un hombre?

Así, mi corazón henchido se vierte involuntariamente hacia afuera. Pero debo terminar. ¡Que el cielo bendiga a mi amada hermana!

R.W.

CUARTA CARTA

Para la señora Saville, Inglaterra.

5 de agosto de 17…

Nos ha sucedido un accidente tan extraño que no puedo abstenerme de registrarlo, aunque es muy probable que me vea antes de que estos papeles lleguen a sus manos.

El pasado lunes (31 de julio) nos encontrábamos casi rodeados por hielo, el cual se cerró sobre el barco por todos lados, dejándole apenas disponible el agua del océano sobre la que flotaba. Nuestra situación era algo peligrosa, especialmente porque estábamos rodeados también por una niebla muy espesa. Como se debe, nos detuvimos, esperando que sucediera algún cambio en la atmósfera y en el clima.

Cerca de las dos, la niebla se dispersó y vimos, extendiéndose en cada dirección, unas planicies vastas e irregulares de hielo, las cuales parecían no tener fin. Algunos de mis camaradas gruñeron y mi propia mente empezó a alertarse con pensamientos ansiosos, cuando una imagen extraña atrajo de repente nuestra atención y distrajo nuestra concentración de la situación que teníamos. Percibimos un carruaje bajo, atado a un trineoy tirado por perros, dirigiéndose hacia el norte, a una distancia de menos de ochocientos metros. Un ser que tenía la forma de un hombre, pero de una estatura gigantesca, estaba sentado en el trineo y guiaba a los perros. Observamos el rápido progreso del viajero con nuestros telescopios hasta que se perdió entre las distantes desigualdades del hielo.

Esta aparición nos produjo una maravilla sin igual. Estábamos, como creíamos, a cientos de kilómetros de cualquier territorio, pero esta aparición parecía denotar que no nos encontrábamos, en realidad, tan lejos como lo habíamos supuesto. Encerrados, no obstante, por el hielo, era imposible seguir su rastro, el cual habíamos observado con la atención más grande.

Unas dos horas después de esta ocurrencia escuchamos el océano y, antes de que anocheciera, el hielo se rompió y liberó nuestro barco. Nosotros, sin embargo, no nos movimos sino hasta que amaneció, temiendo encontrarnos en la oscuridad con aquellas enormes masas que flotan por allí después de que el hielo se rompe. Me aproveché de este tiempo para descansar por algunas horas.

Por la mañana, sin embargo, tan pronto como hubo luz, fui a la cubierta y encontré a todos los marineros ocupados a un lado del buque, hablando aparentemente con alguien en el océano. Era, en efecto, un trineo, como el que habíamos visto antes, el cual se había acercado flotando a nosotros durante la noche sobre un gran fragmento de hielo. Solo un perro quedaba vivo, pero dentro del trineo se encontraba un ser humano al cual los marineros estaban persuadiendo para que abordara el barco. No era, como el otro viajero parecía serlo, un habitante salvaje de alguna isla remota, sino un europeo. Cuando aparecí en la cubierta, el maestre dijo:

—Aquí está nuestro capitán y él no permitirá que usted muera a mar abierto.

Al percibirme, el extraño se dirigió a mí en inglés, aunque con un acento extranjero:

—Antes de que aborde su barco —dijo—, ¿tendrá la amabilidad de informarme hacia dónde va?

Concebirá mi sorpresa al escuchar una pregunta así, dirigida a mí, proveniente del hombre al borde de la destrucción y para quien, según lo supuse, mi buque habría sido un recurso que no habría intercambiado ni por la riqueza más preciosa que pudiera encontrar en la Tierra. Le respondí, no obstante, que estábamos en un viaje de descubrimiento hacia el Polo Norte.

Al escuchar esto pareció satisfecho y consintió subir a bordo. ¡Buen Dios! Margaret, si hubiera visto al hombre que rindió así su seguridad, su sorpresa no habría tenido límites. Sus extremidades estaban casi congeladas y su cuerpo estaba mortalmente demacrado por la fatiga y el sufrimiento. Nunca vi a un hombre en una condición tan lamentable. Intentamos llevarlo hacia la cabina, pero tan pronto como se alejó del aire fresco se desmayó. Entonces lo llevamos de vuelta a la cubierta y le devolvimos la consciencia al frotarlo con brandy y obligándolo a tragarse un pequeño sorbo. Tan pronto como demostró señales de vida, lo envolvimos en cobijas y lo dejamos cerca de la chimenea de la estufa de la cocina. Poco a poco se recuperó y comió un poco de sopa, la cual lo reconstituyó de una manera maravillosa.

Pasaron dos días de esa forma antes de que él fuera capaz de hablar, y a menudo temí que sus sufrimientos lo hubieran privado de entendimiento. Cuando se hubo recuperado algo más, me lo llevé a mi propio camarote y lo atendí con tanta presteza como mi deber lo permitía. Nunca vi a una criatura más interesante: sus ojos tienen una expresión general de salvajismo, e incluso de locura, pero hay momentos en los que, si alguien lo trata de una manera amable o si le presta el más mínimo servicio, todo su rostro se ilumina como con un rayo de benevolencia y dulzura que nunca antes vi. Pero, en términos generales, siempre está melancólico y desesperado, y algunas veces aprieta mucho los dientes, como si lo impacientara el peso de los males que lo aquejan.

Cuando mi huésped se hubo recuperado más, tuve muchos problemas alejando a los hombres, quienes deseaban hacerle mil preguntas, pero nopermitiría que lo molestaran con su curiosidad ociosa, dado que el estado de su cuerpo y su mente requería, para su restauración, de un reposo completo. Una vez, no obstante, el teniente preguntó por qué había llegado tan lejos sobre el hielo en un vehículo tan extraño.

Su semblante adquirió de inmediato un aspecto de lo más sombrío y él respondió:

—Para buscar a quien se escapó de mí.

—¿Y acaso el hombre a quien perseguía viajaba de la misma manera?

—Sí.

—Entonces creo que lo he visto, pues el día anterior a que lo recogiéramos vimos a unos perros tirando de un trineo, con un hombre sobre él, a través del hielo.

Esto le llamó la atención al extraño e hizo una multitud de preguntas acerca de la ruta que el demonio, según lo nombró él, había tomado. Poco después, cuando estuvo solo conmigo, dijo:

—Yo, sin duda, le he picado la curiosidad, igual que la de estas buenas personas, pero usted es demasiado considerado como para hacer preguntas.

—Ciertamente. En efecto, sería muy impertinente e inhumano molestarlo con cualquiera de mis dudas.

—Y aun así me rescató de una situación extraña y peligrosa; con benevolencia me ha traído de vuelta a la vida.

Poco después de esto me preguntó si creía que el rompimiento del hielo había destruido el otro trineo. Le respondí que no podía contestarle con ningún grado de certeza, pues el hielo no se había roto sino hasta casi la medianoche y el viajero podía haber llegado a un lugar seguro antes de esa hora, pero eso no lo podía saber.

Desde este momento un nuevo espíritu de vida animó la figura decaída del extraño. Manifestó una gran ansiedad por estar en la cubierta para buscar con la mirada el trineo que había aparecido antes, pero lohe persuadido de que se quede en el camarote, pues está demasiado débil como para soportar la crudeza de la atmósfera. Le he prometido que alguien estará pendiente y que le avisaremos de inmediato si cualquier objeto nuevo apareciera a la vista.

Tal es mi diario de lo que respecta a esta extraña ocurrencia hasta este día. El extraño ha mejorado gradualmente su salud, pero es muy silencioso y parece incómodo cuando cualquiera, excepto yo, entra a su litera. Sin embargo, sus modales son tan conciliadores y amables que todos los marineros están interesados en él, aunque a duras penas han logrado comunicarse con el sujeto. Por mi parte, empiezo a amarlo como a un hermano, y su pena constante y profunda me llena de simpatía y compasión. Debe haber sido una criatura noble en sus mejores días, pues incluso lo es ahora en un estado tan lamentable.

Dije en una de mis cartas, mi querida Margaret, que no encontraría amigos en el ancho océano; sin embargo, he encontrado a un hombre que, antes de que su espíritu hubiera sido quebrantado por la miseria, me habría gustado poseer como el hermano de mi corazón.

Continuaré mi diario con respecto al extraño a intervalos, si es que encontrara nuevos incidentes que registrar.

♣♣♣

13 de agosto de 17…

Mi afecto por el huésped incrementa con cada día que pasa. Crea en mí, al mismo tiempo, una admiración y una lástima hasta puntos insospechables. ¿Cómo puedo ver a una criatura tan noble destruida por la miseria sin sentir la pena más aguda? Es tan gentil, pero tan sabio; su mente está tan cultivada que, cuando habla, a pesar de que escoge sus palabras con el arte más fino, todo fluye con rapidez y una elocuencia sin par.

Ahora se ha recuperado bastante de su enfermedad y está casi siempre en la cubierta, buscando aparentemente el trineo que precedió al suyo propio. No obstante, aunque es infeliz, no está tan ocupado con su propia miseria, sino que se interesa a profundidad en los proyectos de los demás. A menudo ha conversado conmigo acerca de los míos, los cuales le he comunicado a él sin ocultarle nada. Se involucró con atención en todos mis argumentos a favor de mi eventual éxito y en cada detalle minucioso de las medidas que estaba tomando para asegurarlo. Yo fui guiado con facilidad por la simpatía con la que él demostraba a usar el lenguaje de mi corazón, a darle palabras a las ardientes llamas de mi alma y a decir, con un fervor que me dio calidez, cuán alegremente sacrificaría toda mi fortuna, mi existencia y cada una de mis esperanzas para poder completar mi empresa. La vida o la muerte de un hombre era un pequeño precio que pagar para adquirir el conocimiento que yo buscaba, por el dominio que adquiriría y que transmitiría por encima de los enemigos elementales de nuestra raza. A medida que hablaba, una sombra se extendió por el rostro de quien me escuchaba. Al principio percibí que intentaba suprimir su emoción; se puso las manos ante los ojos y la voz me tembló y me falló cuando vi que unas lágrimas le caían rápidas por entre los dedos. Luego un gruñido se le escapó de su pecho acelerado por la respiración. Me detuve. Al final él habló con la voz entrecortada:

—¡Hombre infeliz! ¿Comparte mi locura? ¿Ha bebido también de alguna poción intoxicante? Escúcheme, ¡déjeme revelarle mi relato y así retirará la copa de sus labios!

Esas palabras, como puede imaginarlo, avivaron con fuerza mi curiosidad, pero el paroxismo de pena que se había apoderado del extraño sobrepasó sus debilitadas cualidades y muchas horas de reposo y charlas tranquilas fueron necesarias para que recobrara la compostura.

Habiendo conquistado la violencia de sus sentimientos, pareció odiarse a sí mismo por ser un esclavo de la pasión y, acallando la oscura tiranía de la desesperación, me guio de nuevo para que conversáramosacerca de mí mismo. Me preguntó por la historia de mis primeros años. Aquel fue un relato que conté rápido, pero que despertó varias vías de reflexión. Hablé de mi deseo de encontrar un amigo, de mi sed por una simpatía más íntima con una mente afín que nunca había estado a mi alcance y expresé mi convicción de que un hombre no podía regodearse por su felicidad si no encontraba esta bendición.

—Estoy de acuerdo con usted —respondió el extraño—, somos criaturas hechas a la antigua, pero a medias. Si alguien es más sabio, mejor y más querido que nosotros (como lo debería ser un amigo), no usamos su ayuda para perfeccionar nuestras naturalezas débiles y fracasadas. Una vez tuve un amigo, la más noble de las criaturas humanas, y tengo derecho, por lo tanto, a juzgar dicha amistad. Usted tiene esperanza, y todo el mundo ante usted, y no tiene ninguna causa para desesperarse. Pero yo… yo lo he perdido todo y no puedo empezar mi vida de nuevo.

Cuando dijo esto, su rostro expresó una calma y una pena asentada que me tocó el corazón. Pero se quedó en silencio y entonces se retiró a su litera.

Incluso con el espíritu roto como lo tenía él, nadie podía sentir más profundamente la belleza de la naturaleza. El cielo estrellado, el mar y cada paisaje que nos daban estas hermosas regiones parecían tener aún el poder de elevar su alma desde la Tierra. Un hombre así tiene una existencia doble: puede sufrir miserias y verse sobrepasado por las decepciones, pero cuando se ha retirado dentro de sí mismo, será como un espíritu celestial que tiene un halo a su alrededor, un círculo dentro del cual no se aventuran la pena ni los males.

¿Sonreirá ante el entusiasmo que expreso con respecto a este viajero divino, hermana? No lo haría si lo viera. Usted ha sido refinada y educada con libros y alejamiento del mundo y, por lo tanto, es algo fastidiosa, pero eso solo la hace más apta para apreciar los méritos extraordinarios de este maravilloso hombre. Algunas veces me he esforzado por descubrir cuál cualidad es la que él posee que lo eleva tan inconmensurablementepor encima de las demás personas que he conocido. Creo que es un discernimiento intuitivo, un poder rápido y que nunca falla para juzgar, una penetración hasta las causas de las cosas, inigualable en su claridad y precisión; añada a esto una facilidad de expresión y una voz cuyos tonos variados son como una música que calma el alma.

♣♣♣

19 de agosto de 17…

Ayer el extraño me dijo:

—Podrá percibir con facilidad, capitán Walton, que he sufrido de unos infortunios grandes e incomparables. Había determinado en un momento que el recuerdo de estos males moriría conmigo, pero usted me ha ganado y ha alterado mi determinación. Usted busca el conocimiento y la sabiduría, tal como lo hice yo alguna vez. Y deseo ardientemente que la gratificación de sus deseos no sea una serpiente que lo muerda, como me pasó a mí. No sé si contarle mis desastres será útil para usted; sin embargo, cuando reflexiono y pienso en que usted está siguiendo el mismo curso, exponiéndose a los mismos peligros que me han convertido en lo que soy, imagino que usted deducirá una enseñanza apta de mi narración, una que lo pueda dirigir si tiene éxito en su empresa y que lo consuele en caso de que fracase. Prepárese para escuchar de ocurrencias que usualmente se catalogan como maravillosas. Si estuviéramos en escenarios más normales de la naturaleza temería encontrarme con su incredulidad, quizás con ridiculizaciones, pero muchas cosas parecerán posibles en estas salvajes y misteriosas regiones, cosas que provocarían la risa de aquellos no acostumbrados a los poderes siempre cambiantes de la naturaleza. Tampoco puedo sino dudar de que mi relato le transmita, en su serie, evidencia interna de la verdad de los eventos de los cuales está compuesto.

Puede imaginar con facilidad que estaba muy complacido por la oferta de comunicación, pero aun así no podía soportar que él reviviera su pena al recitarme sus infortunios. Sentía una gran ansiedad por escuchar el relato prometido, en parte por curiosidad y en parte por un fuerte deseo de aliviar su destino si estaba dentro de mis capacidades. Le expresé estos sentimientos en mi respuesta.

—Le agradezco —contestó él— su simpatía, pero es inútil. Mi destino está casi todo escrito. Tan solo estoy esperando un evento y entonces descansaré en paz. Entiendo su sentimiento —continuó, percibiendo que deseaba interrumpirlo—, pero está equivocado, amigo mío, si así me permitirá llamarlo. Nada puede alterar mi destino. Escuche mi historia y entonces percibirá cuán irrevocablemente determinado está.

Entonces me dijo que comenzaría con su narrativa al día siguiente cuando yo estuviera disponible. Esta promesa provocó que yo le diera las más sinceras gracias. He resuelto que cada noche, cuando no esté imperativamente ocupado con mis deberes, registraré, con palabras tan cercanas a las suyas, lo que ha relatado durante el día. Si tuviera que comentar algo, al menos haré notas. Este manuscrito, sin duda, le producirá gran placer, pero a mí, que lo conozco y lo escucho de sus propios labios, ¡con qué interés y simpatía podré leerlo algún día en el futuro! Incluso ahora, al comenzar la tarea, su voz llena de tonos me llena los oídos; sus ojos brillantes me observan con toda su dulzura melancólica; veo su delgada mano alzada con ánimo mientras que los lineamientos de su rostro se iluminan por el alma que contienen. ¡Extraña y terrorífica debe ser su historia, horrorosa la tormenta que abrazó al galante buque en su curso y lo destrozó así!

CAPÍTULO I

Soy de Ginebra por nacimiento y mi familia es una de las más distinguidas de esa república. Mis ancestros han sido, por muchos años, cancilleres y síndicos, y mi padre ha ocupado varios puestos públicos con honor y buena reputación. Era respetado por todos los que lo conocían por su integridad y su infatigable atención a los asuntos públicos. Pasó sus días de joven ocupado perpetuamente con los temas de su país; una variedad de circunstancias habían prevenido que se casara pronto y no fue sino hasta el declive de su vida que se convirtió en el esposo y el padre de una familia.

Como las circunstancias de su matrimonio ilustran su carácter, no puedo evitar relatarlas. Uno de sus amigos más cercanos era un mercader, quien, a pesar de tener una propiedad muy rica, cayó, gracias a numerosos infortunios, en la pobreza. Este hombre, cuyo nombre era Beaufort, tenía una disposición orgullosa y terca y no podía vivir en la pobreza y el olvido en el mismo país en donde antes había sido reconocido por su rango y magnificencia. Habiendo pagado sus deudas, entonces, de la manera más honorable, se retiró con su hija al pueblo de Lucerne, en donde vivió en medio del desconocimiento y la miseria.

Mi padre amaba a Beaufort con la amistad más pura y lamentaba profundamente su retiro bajo estas circunstancias desafortunadas. Deploró con amargura el falso orgullo que llevó a que su amigo se comportara de una manera tan indigna del afecto que los unía. No perdió tiempo en esforzarse para encontrarlo, con la esperanza de persuadirlo para que empezara un nuevo mundo a través de su crédito y asistencia.

Beaufort había tomado medidas efectivas para esconderse a sí mismo y pasaron diez meses antes de que mi padre descubriera su morada. Regocijado por el descubrimiento, se apresuró a esa casa, la cual estaba situado en una calle cerca de Reuss. Pero cuando entró, solo le dieron la bienvenida la miseria y la desesperación. Beaufort solo había ahorrado una muy pequeña suma de dinero del desastre de sus fortunas, pero fue suficiente como para proveerle sustento por algunos meses. Mientras tanto, él esperaba procurarse algún empleo respetable en la casa de algún mercader. El intervalo fue, consecuentemente, invertido sin hacer nada; su pena solo se hacía cada vez más profunda e incapacitante cuando tenía tiempo para pensar. Y, al final, se apoderó tanto de su mente que después de tres meses quedó postrado en una cama, enfermo, incapaz de hacer cualquier esfuerzo.

Su hija lo atendía con la ternura más grande, pero ella veía con desesperación que su pequeño fondo estaba haciéndose cada vez menor y que no tenían ningún otro prospecto para sostenerse. Pero Caroline Beaufort poseía una mente de una composición poco común y su coraje se alzó para sostenerla en su adversidad. Se consiguió un trabajo simple: trenzaba paja y, a través de varios medios, lograba ganar el dinero apenas suficiente para mantenerse con vida.

Pasaron varios meses de esa manera. Su padre se puso peor; su tiempo se vio casi por completo ocupado en atenderlo; sus medios de subsistencia decrecieron; y diez meses después su padre murió en sus brazos, dejándola como una huérfana y una mendiga. Este último golpe la sobrepasó y se arrodilló junto al ataúd de Beaufort llorando con amargura justo cuando mi padre entró a la estancia. Llegó como un espíritu protector para la pobre joven, quien quedó a su cargo. Y después del entierro de su amigo, se la llevó a Ginebra y la dejó a cargo de uno de sus parientes. Dos años después de este evento, Carolina se convirtió en su esposa.

Había una diferencia de edad considerable entre mis padres, pero esta circunstancia solo pareció volverlos más cercanos gracias a sus lazos de afecto devoto. Había un sentido de justicia en la mente rígida de mi padre, la cual hacía necesario que sintiera una aprobación muy grande para amar de la manera más fuerte. Quizás durante años anteriores había sufrido por el tardío descubrimiento de la poca valía de alguien amado, entonces ahora estaba dispuesto a conferirle un valor más alto a la valía de una persona. Había una muestra de gratitud y de adoración en su vínculo con mi madre, la cual difería por completo del cariño venerable que llegaba con la edad, pues estaba inspirada por la reverencia de sus virtudes y un deseo de ser, de alguna forma, el medio para recompensarla por las penas que había soportado, pero la cual le daba una gracia inexpresable a su comportamiento con ella. Todo estaba hecho para ceder ante sus deseos y la conveniencia de ella.

Él se esforzaba por protegerla, como una flor exótica es protegida por el jardinero, de cualquier viento fuerte y por rodearla con todo lo que pudiera tener a crearle emociones placenteras en su suave y benevolente mente. Su salud, e incluso la tranquilidad de su antes constante espíritu, habían sido perturbadas por lo que ella había tenido que soportar. Durante los dos años que pasaron antes de su matrimonio, mi padre había dejado de lado, poco a poco, todas sus funciones públicas. Y justo después de su unión buscaron el clima placentero de Italia, cambiando de escenarios y embarcándose en un tour a través de la tierra de las maravillas, todo como un recurso para restaurar su delicada salud.

Desde Italia visitaron Alemania y Francia. Yo, su hijo mayor, nací en Nápoles y, como infante, los acompañé en sus viajes. Durante muchos años seguí siendo su único hijo. A pesar de lo mucho que estaban unidos el uno al otro, parecían tener reservas inexhaustibles de afecto de una mina pura de amor para darme. Las caricias tiernas de mi madre y la sonrisa de benevolente placer de mi padre mientras me miraba están entre mis primeros recuerdos. Yo era su entretenimiento y su ídolo, y algo mejor… su hijo, la criatura inocente e indefensa que el cielo les había regalado, a quien debían criar bien y cuya suerte futura estaba en sus manos, ya fuera para la felicidad o la miseria, de acuerdo a cómo cumplirían sus deberes conmigo. Con esa profunda consciencia de lo que le debían al ser al que le habían dado la vida, junto con el espíritu activo de ternura que los animaba a ambos, se puede imaginar que durante cada hora de mi vida infantil recibí una lección de paciencia, de caridad y de autocontrol, las cuales parecían tan guiadas por un hilo de seda, que todo me daba la impresión de ser un tren del disfrute.

Durante mucho tiempo yo fui su única preocupación. Mi madre había deseado mucho tener una hija, pero yo seguía siendo su única descendencia. Cuando tenía unos cinco años de edad, mientras hacíamos una excursión más allá de las fronteras de Italia, ellos pasaron una semana en las orillas del lago Como. Su disposición benevolente a menudo los hacía entrar a las cabañas de los pobres. Esto, para mi madre, era más que un deber; era una necesidad, una pasión. Al recordar lo que había sufrido y cómo la habían aliviado, le gustaba actuar, a su vez, como el ángel guardián de los afligidos. Durante una de sus caminatas, una pobre choza en las colinas de un valle atrajo su atención, pues se veía singularmente desolada, mientras que el número de niños a medio vestir a sus alrededores hablaba de una penuria en su forma más cruda.