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Un ático misterioso lleno de secretos familiares. Mónica, de 15 años, se queda huérfana y tendrá que irse a vivir con una tía abuela a San Lucas, un pequeño pueblo en el que nunca ha estado. Mónica intentará descubrir por qué jamás le habían hablado de esa pariente. ¿Fue otra negligencia de sus papás o hay otra razón? También, se enfrentará a situaciones desafiantes con amigos y enemigos nuevos, mientras intenta salir del círculo vicioso de ira y dolor en el que se encuentra atrapada.
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Seitenzahl: 451
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Furia plena
Primera edición impresa: 2024
Edición ePub: junio 2024
De la presente edición:
D. R. © 2024, Jimena Elorriaga
D. R. © 2024, Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.Hermenegildo Galeana #116, Barrio del Niño Jesús, Tlalpan, 14080, Ciudad de Méxicoeditorial@bonillaartigaseditores.com.mxwww.bonillaartigaseditores.com
ISBN 978-607-69669-2-1 (impreso)ISBN 978-607-69669-3-8 (ePub)ISBN 978-607-69669-1-4 (pdf)
Cuidado de la edición: María del Valle CastilloResponsable de la colección: André Urzúa PláDiseño de forros e ilustración de portada: Mariana Romero SabreDiseño editorial: Mariana Romero Sabre
Realización ePub: javierelo
Hecho en México
Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.
Contenido
Agradecimientos
ICortarse las venas con galletas de animalitos remojadas en leche
La llegada
La iglesia
II ¿Sabías que los dinosaurios tenían plumas? Las gallinas son dinosaurios
La escuela
IIINo me gustan los cangrejos gigantes
La feria de día de muertos
La reja
IVCerebro… ¿Qué vamos a hacer esta noche?
El lago
El encierro
V Salud, medio aguacate
El trato
El cementerio
Sobre la autora
A Patricia y Lorea
Agradecimientos
Hay tanto que agradecer a tantas personas que me permitieron que este libro viera la luz que me será imposible nombrarlas a todas, así que me disculpo si no los menciono. Primero, quisiera comenzar agradeciendo a todos mis amigos y compañeros de mi grupo de tercero de secundaria del Colegio La Paz por ser los primeros en leer esta historia hace unos cuantos años atrás.
A mis padres por dejarme usar su máquina de escribir y luego la computadora por horas para pasar esta historia de su cuaderno original a las hojas que conservé durante años en la parte de arriba de todos los closets que tuve. Te extraño papá, donde sea que estés. Mira mamá, publiqué un libro.
A mi esposo que muchas veces no entendía lo que estaba haciendo, pero me apoyó durante todo el camino que fue desde que decidí que iba a retomar esta historia hasta ver la luz. Te amo mi vida, eres el mejor marido que me pude conseguir.
A mis hijas que son mi principal motor en todo lo que hago y son a las que les dedico este libro y todos sus mensajes. Las amo mis bebés.
A Neska, mi gordis, que se paró conmigo todos los días a las 5:30 am a acompañarme a escribir mientras ella se echaba en el piso sin importar cuánto frío o calor hiciera, mientras exigía que la cargara varias veces.
A mis doctoras, mi nutrióloga y mi psicóloga que me acompañaron durante todo mi proceso de salud que fue uno de los principales motivos que me llevó a reconectarme con la historia de Mónica y decidir retomarla después de vivir momentos de mucha frustración, rabia y desesperanza, pero también de tomar la decisión de salir adelante y no rendirme.
A Mari Carmen Obregón y al curso de Autor Wow por darme las bases y la confianza para perseguir este sueño audaz y creer que era posible lograrlo. Gracias Charms.
A Juan Bonilla de Bonilla Artigas Editores por creer en la historia y volverla parte de la colección Bon Art.
A María Del Valle, mi editora, que fue la primera persona en leer el manuscrito completo y dedicarle horas para ayudarme con toda su paciencia a hacerlo su mejor versión.
A Mariana Romero que hizo un excelente trabajo traduciendo mi idea a la imagen y la portada finales de la novela.
A mi familia y amigos que creyeron en esta historia y que me impulsaron a tratar de consolidar este sueño, pero en especial a mis abuelas que fueron una gran inspiración por su fortaleza y resiliencia, las quiero y extraño a ambas.
Y a ti que leíste este libro y que le diste vida a Mónica y a todos los demás personajes de este libro.
ICortarse las venas con galletas de animalitos remojadas en leche
La llegada
Debemos estar dispuestos a dejar ir la vida que planeamos, para poder tener la vida que nos espera.
Joseph Campbell
El olor a pino era penetrante y comenzaba a marearle. Sentía que el monótono paisaje de árboles y más árboles que parecían correr a su lado en dirección contraria, como huyendo de su destino, la iba a enloquecer. Mónica también quería huir. Habían salido del Distrito Federal muy temprano en la mañana, así que se recargó adormilada en la ventana y la vibración del coche sobre el camino mal pavimentado la hizo pensar que a pesar de que el trayecto hacia San Lucas no era tan largo, el viaje le resultaba eterno.
Al no haber una ruta directa para llegar tuvieron que viajar primero hacia San Carlos que estaba en un valle rodeado de lo que alguna vez habían sido ingenios azucareros. Envidiaba a los coches que se dirigían en sentido contrario hacia la capital, al Distrito Federal. ¿Por qué no puede ser éste, el lugar donde tengo que vivir? Pensó mientras atravesaban la ciudad, bueno, “ciudad” era un término relativo, porque probablemente tenía menos de un millón de habitantes, pero era inmensa en comparación con San Lucas.
—Estamos cerca, niña. Ya sólo falta media hora —dijo el Sr. García al salir de San Carlos para tomar la carretera libre. El ceño fruncido del hombre desde que se subieron al auto era una clara señal de que le urgía terminar con el encargo de entregarla.
Con cada curva el clima se fue poniendo más frío y la vegetación iba cambiando. No estaba acostumbrada a viajar en coche durante tantas horas, ya sentía todo el cuerpo tieso por no poderse mover con libertad. En la carretera entre San Lucas y San Carlos, en el kilómetro doce, se toparon de pronto con un centro comercial a medio uso, ya que la otra mitad estaba en construcción. Es más, había una gran parte del terreno todavía cubierta de maleza con un enorme árbol en medio. El espectacular decía “Plaza Florentina 2000”. Qué pésimo nombre.
Tendré que ir algún día a ver las tiendas. ¿Qué más hay que hacer en este lugar?
Cuando llegaron a San Lucas, Mónica ya estaba extremadamente incómoda. El aire acondicionado directo le causaba escalofríos y el asiento lo sentía demasiado estrecho. El sr. García, que venía visiblemente tenso, se relajó bastante en el momento que entraron a las calles empedradas del pueblo.
Ya estamos muy cerca del rancho de mi tía.
Hay que aceptar que tiene su encanto. San Lucas estaba rodeado de bosque, cubierto de una niebla espesa que cedía al sol matutino. Sus calles empedradas eran tan clásicas como sus casas blancas con techos de teja roja. La iglesia colonial hecha de piedra se encontraba frente al zócalo que, aunque pequeño, estaba muy bien cuidado, a un costado estaba el hotel del pueblo, seguido del único supermercado. Un par de cuadras más adelante, pasaron por el Palacio Municipal y un centro deportivo con canchas de fútbol y basquetbol que parecía haber sido construido hace poco. El lugar en general estaba atrapado en el tiempo, muy lejano del nuevo milenio que en unos meses comenzaría.
Retiro lo dicho, odio las calles empedradas. El sr. García se volvió a poner tenso en cuanto pasaron el cementerio que estaba a las afueras justo en el camino al rancho. Al verlo, Mónica se volteó y se movió incómoda en el asiento, le hacía recordar la razón por la que estaba aquí. Juraría que el sr. García la miraba de reojo con pena. No lo podía tolerar, no necesitaba su lástima. Él estaba más afligido que ella. Se sentía vacía, como si el hueco que ya estaba ahí desde que su nana Lilia se fue, se hubiese hecho inmenso, tragándose todos sus sentimientos, sus pensamientos y sus recuerdos. Seguía sin entender lo que había pasado, que todo estaba perdido.
El cementerio la transportó de nuevo al funeral o a lo poco que podía recordar. Era como un mal sueño cuyo principio y fin se difuminaban. No habría podido decir, ni aunque le pagaran, cómo es que llegó a la misa, ni cuánto tiempo estuvo en el velorio, ni los nombres, ni los rostros de todas las personas que se le habían acercado a darle el pésame. No habían sido muchos y sabía que eran amigos de sus papás o socios de negocios o algo así, pero no significaban nada para ella. Sólo estaba esa tarde gris y particularmente fría, con nubes llenas de agua a punto de desatar una tormenta. Había ráfagas de viento que le helaban hasta la sangre y truenos que se escuchaban en la distancia, aunque no era raro que lloviera en agosto. Recordaba que en lugar de ojos rojos e hinchados, los tenía secos y limpios pero llenos de rencor y rabia. Había tanto que les quería decir y gritar, pero era demasiado tarde. Esto no era ni lo que quería ni lo que necesitaba para dejar de sentir tanto resentimiento.
Sí había llorado por ellos, pero eso ya tenía varios años. Un recuerdo le llegó de la nada, de un momento en el cuál el sentimiento de abandono era el mismo que el que ahora comenzaba a invadirla.
Era Navidad y en el centro de la sala había un árbol inmenso que brillaba tanto como una estrella. Los regalos que contenían las cajas forradas con papeles llamativos y enormes moños eran un misterio. Estaba tan contenta que salió de la sala gritando.
—¡Mamá, papá, mamá, papá! —subió las escaleras que llevaban a las habitaciones, le parecían eternas, pero no importaba. Abrió la puerta del cuarto de sus padres. —¿Mamá?... —revisó el baño—¿Papá? —vio en el vestidor —¿Dónde están?...
La habitación estaba vacía y la cama sin usarse. En la puerta de entrada se materializó la figura de su nana. La miraba tiernamente, muy conmovida y pareció limpiarse una pequeña lágrima. Se puso en cuclillas y le extendió los brazos para recibirla. Ella corrió a sus brazos confundida.
—¿Dónde están, nana?
Su nana la abrazó y la cargó.
—Ay chiquita. Se te olvidó, ¿verdad?, mi pequeño canguro. Tus papás están en Roma —le limpió las lágrimas que empezaron a correr por sus mejillas —. No te pongas triste nena. Te mandaron muchos regalos y Santa Claus también te trajo muchas cosas. ¡Vamos a abrirlos todos a ver qué te trajeron!
—No quiero. ¡No quiero! ¡No quiero sus tontos regalos!
Mónica se tiró al piso y empezó a patalear y a llorar. Su nana suspiró un poco exasperada e hizo un esfuerzo por ser comprensiva.
—Vamos, no llores. Ya tienes 6 años y eres toda una señorita. No puedes hacer berrinches. Ven, si dejas de llorar, te voy a dar tu leche con galletas con chispas de chocolate de desayuno. ¿Qué te parece?
—Mi mamá dice que no debo comer comida que engorda —dijo Mónica todavía llorando.
—Será nuestro secreto. Te lo prometo.
Empezó a sentir la urgencia de rascarse sus cicatrices cuando dieron la vuelta de pronto en un pequeño camino de terracería que terminaba justo enfrente de un muro de piedra gris con una reja negra que se veía bastante vieja con dos gárgolas amenazantes a los costados.
Wow, qué pésimo gusto. El sr. García paró el coche.
—Llegamos —suspiró.
Eso la sacó de su letargo y la puso en alerta. Todo su ser le gritaba que quería salir corriendo de ese extraño lugar.
—¿Realmente tengo que quedarme aquí? Ni siquiera la conozco. Quiero regresar a mi casa.
El sr. García volvió a suspirar a través de sus gruesos bigotes de morsa. Se le quedó viendo con esa mirada que le gritaba ¿Y a dónde más vas a ir?
—No me preguntes a mí, yo sólo era el chofer de tu padre. Lo siento, niña, pero seguramente va a ser para mejor. Al menos así no estarás sola.
Siempre he estado sola. No recordaba haber pasado ningún día de su vida sin sentirse así. Su nana había estado ahí para ella pero ya no estaba desde hacía meses. Desde entonces sólo sentía el vacío en su interior. Ése era su única compañía.
Cuando el sr. García se bajó a tocar el timbre, de inmediato, se escuchó a una jauría de perros ladrando y aullando. La ansiedad de Mónica iba en aumento con cada segundo, se dio cuenta que se había rascado por la sangre que empezó a salir de su muñeca. Tomó un kleenex y sólo deseó que nadie lo notara.
El cielo comenzó a cubrirse con nubes amenazantes. Pronto empezaría a llover. Se sentía como dentro de una película de terror de la que no podía escapar, como el becerro que iba a ser sacrificado. No pudo escuchar nada, pero alcanzó a distinguir que había un intercambio de palabras con alguien al otro lado de la reja, que después procedió a abrir para dejarlos pasar. Unos diez perros salieron disparados a saludar, oler y ladrarle al sr. García que trataba de regresar al auto esquivándolos.
Mónica imaginó que en cualquier momento detrás de los perros saldría un monstruo que se la llevaría lejos y la devoraría. Una parte de ella deseaba eso, desaparecer y no estar aquí. Es sólo unos meses en lo que logran mandarme al internado en Canadá. Sólo tengo que aguantar unos meses. No era que le hubiera importado dejar su departamento en el Distrito Federal, nunca lo sintió como un hogar, prefería la casa en la que habían vivido antes, pero tener que venir a vivir con una tía de la cual supo de su existencia hacía menos de diez días, parecía más de lo que podía soportar, aparte de todo lo demás.
La propiedad del rancho era la más grande y antigua del pueblo, o al menos de las más antiguas. Tenía varios huertos, caballerizas, un par de gallineros y establos con ganado y cerdos. La casa era grande y de la época colonial, aunque tenía anexos y detalles que era obvio los habían agregado años después, a principios de siglo. Era una construcción de dos pisos que al parecer también contaba con un ático. Justo frente a la puerta principal había una fuente tipo francesa como las que se construyeron en el Porfiriato. Resultaba imponente aunque también tenía cierto encanto.
No se ve mal para ser mi prisión por unos meses. El sol ya había desaparecido por completo cuando se estacionaron frente a la puerta principal. El clima era un reflejo de su ánimo. Ella también sentía una tormenta en su interior. Las primeras gotas empezaron a caer.
—Bienvenida, señorita —dijo alguien que le estaba abriendo la puerta del auto —. Soy don Jorge. Mucho gusto.
—Mónica —se limitó a contestar desconfiando de su amabilidad.
—Pase, pase. La patrona la está esperando en su oficina. Después puede ir a la cocina para que doña Josefita le haga algo de comer. Nosotros bajamos su equipaje.
Mónica no estaba segura a qué nosotros se refería, pero no tenía ánimo de preguntar.
—Gracias.
Sentía que alguien con excesiva cortesía la estaba invitando a pasar a su ejecución. Los perros los alcanzaron y la olisqueaban con mucha curiosidad. Mónica no estaba segura de qué hacer o qué pensar porque nunca la habían dejado tener una mascota, ni siquiera un pez, porque las mascotas ensuciaban y podrían arruinar la sala blanca de su mamá, así que no sabía cómo tratar a una jauría de perros aunque fuera una afectuosa.
—No hacen nada, no se preocupe —uno de ellos le brincó encima —¡Abajo Negrito! —le gritó don Jorge —No hace nada señorita lo que pasa es que es cachorro y se emociona mucho cuando ve gente.
Se apresuró a entrar a la casa, donde otro perro viejo, cansado y algo pasado de peso la recibió moviendo la cola lentamente. Una muchacha bajita de unos veintitantos años, vestida de enfermera, se acercó a saludarla.
—Hola, soy Lorena. Tú debes ser Mónica, ¿cierto?
La muchacha se veía cansada pero le sonreía con la misma amabilidad que el señor que la había recibido. De hecho, hasta podría jurar que se parecían físicamente un poco.
—¿Mi tía está enferma?
—Si le preguntas a ella, te dirá que no. Si le preguntas a su médico, te dirá algo diferente, pero mi recomendación es que mejor no le preguntes nada.
Mónica se movió incómoda.
—¿Y mis maletas?
—Mi papá, don Jorge, se encargará de que las lleven a tu habitación. Ahorita, vamos a ir a que conozcas a tu tía. Aunque primero tenemos que esperar a que acabe con una reunión que salió de último momento. ¿Quieres un café de olla? Doña Josefita hace uno muy sabroso y justo tiene café recién hecho en la cocina. Siéntate allá y te lo traigo —la invitó Lorena sonriendo.
Mónica asintió con la cabeza.
La sala era muy grande y alta. Los muebles eran antiguos y de madera, nada cómodos para su gusto. Estaba tan tensa y cansada de estar sentada por tanto tiempo por el viaje para llegar ahí, que quedarse quieta en el sillón, era imposible. Empezó a caminar alrededor de la habitación, observando los objetos de porcelana, los libros viejos, las fotografías en blanco y negro de gente que no conocía y los cuadros colgados. Trataba de entender quién era esta mujer que ahora estaba a cargo de su vida, que no sonaba nada agradable a decir verdad.
Se asomó al pasillo, sintió que Lorena ya había tardado una eternidad, cuando al fondo se abrió la puerta de golpe. No tuvo tiempo de reaccionar, estaba ahí parada en la mitad sin tener a dónde correr o esconderse.
—¡La voy a demandar, vieja bruja!
Un hombre salía gritando de la habitación que sólo podía ser la oficina de su tía.
—¡La que te va a demandar soy yo a ti por ladrón! ¡Verás que el que las va a pagar eres tú!
El hombre volteó y vio a Mónica toda confundida.
—Bienvenida al infierno, niña —exclamó el hombre y siguió caminando, gritando groserías hasta salir por la puerta principal.
—¿Eres tú, Mónica? Pasa, niña —preguntó una voz cansada pero con mucha autoridad.
Diablos. ¿En qué me acabo de meter?Suspiró para armarse de valor.
—Sí, soy yo —dijo mientras entraba a la habitación y la observaba.
Era un despacho que se veía muy antiguo, de la época del Porfiriato igual que la fuente, y nunca más se hubieran molestado en modernizarlo. Todos los muebles eran de madera, se veían grandes y pesados. Detrás de su tía había decenas, sino es que cientos, de libretas rojas de pasta dura y ella estaba sentada al centro de un gigantesco escritorio que la hacía ver como si estuviese sentada en un trono que le quedaba demasiado grande.
—Lamento lo de tus padres —exclamó con una voz que se oía algo fatigada o hastiada, aunque Mónica no estaba segura si era por ser algo mayor o por el encuentro que acababa de tener y que la había dejado alterada y de no muy buen humor. Cualquiera de los dos, no parecía ser buena señal —. Cierra la puerta. ¿Cuántos años tienes?
—Quince años —respondió mientras se acercaba lentamente a la anciana. Más cerca, pudo distinguir que su apariencia frágil era engañosa, porque sus ojos brillaban con gran intensidad, casi fiereza.
—Te ves cansada.
—Lo estoy. Fue un largo viaje para llegar hasta aquí —contestó molesta y un poco ofendida. Esta mujer no sabía ni su edad, a duras penas sabía su nombre y la observaba con mucha atención, parecía estar buscando algún defecto en su apariencia o tratar de ver a través de su alma para descubrir qué se escondía abajo. No esperaba que lo que descubriera le fuera a gustar. Mónica tampoco estaba segura de que lo que ella hallaría pudiera llegar a gustarle.
—Te veo pálida y demasiado delgada. Pareciera que mi sobrina no te alimentaba lo suficiente —dijo con dureza.
Mónica se puso a la defensiva. Por alguna extraña razón, no le gustaba la forma en la que se expresaba de su madre y mucho menos el hecho de que la estuviera juzgando a ella también.
—Acaban de fallecer mis padres. Estoy devastada. ¿Cómo espera que me vea?
Le vino de forma repentina a la cabeza, el nicho en el cementerio y depositar las cenizas, sólo podía sentir cómo se llenaba de rabia. Los odio, los odio tanto. Quería escupirles y tal vez con eso borrar el daño que le habían causado. ¿Cómo se atreven? ¿Cómo pudieron hacerme esto? Ahora estoy más sola que nunca. Es tu culpa, mamá, por querer superar a tus amigas con un viaje más espectacular y la tuya, papá, por dejar que la situación se saliera de las manos. Es culpa de ambos por no hacer el esfuerzo de salvarse. Ojalá se pudran en el infierno. Me quitaron todo. Me quitaron a mi nana. No sabían ni mi edad. Nunca los voy a perdonar. Estaba otra vez ahí parada enfrente de sus nombres, pensando en cómo nunca iba a regresar a ese lugar. Recordó cómo tuvo que volver al departamento y empacar todo lo que tenía en un par de maletas para irse a vivir a ese rancho en el que ahora se encontraba y del cuál no sabía nada.
Devastada… ¿o no? Devastada se sintió cuando Lilia se fue precisamente por órdenes de sus padres. Ahora no estaba segura. Casi no comía desde la partida de su nana y no recordaba cuándo había comido algo por última vez antes de venir. ¿Cómo voy a saber a qué hora comer si no hay nadie que se esté haciendo cargo de mí? Bueno mis papás nunca lo hicieron, así que ahora menos.
Su tía casi sonrió.
—Veo que tienes un espíritu desafiante. Ya irás aprendiendo cómo tratar a los demás de forma respetuosa. Por lo pronto, necesitas ir a comer algo. ¡Lorena!
Una cabeza se asomó desde afuera de la oficina.
—¿Si?
—Por favor, lleva a esta niña a que doña Josefa le dé algo de comer y que se instale. Yo tengo que hablar con el abogado. No, no quiero tomarme esas pastillas.
Lorena se estaba acercando con un pastillero y un vaso de agua.
—Tiene que tomarse sus medicinas desde hace rato.
Le hablaba con cierta autoridad, pero también mucha paciencia y respeto.
—¡Déjamelas aquí! ¡Vayan a la cocina! Necesito trabajar. A ti te veo a la hora de la cena.
Les hizo señas con la mano para que se salieran. Tomó una agenda telefónica y el teléfono que tenía en el escritorio.
Lorena suspiró tan pronto cerró la puerta. Volteó a ver a Mónica y con ojo clínico parecía estar examinándola, tal como lo haría con un paciente. Sin decirle nada, le tomó la muñeca para medir su ritmo cardiaco, notó el rasguño pero no dijo nada. Mónica le arrebató la mano.
—Estás muy pálida. Tienes que comer algo.
¿Por qué todo el mundo quiere darme de comer en esta casa? Era bastante molesto que criticaran su apariencia y le dijeran lo que tenía que hacer cuando no tenía ni una hora de haber llegado.
—Sí comí algo antes de venir para acá —mintió.
—¿A qué hora?
—No me acuerdo.
—Ven. Doña Josefita hace bien rico de comer y jamás me perdonaría si no te llevo a la cocina para que te alimente antes de cualquier otra cosa.
Toda la casa daba a un patio central donde había una fuente y un pequeño jardín. Parecía haber sido construida como en dos partes: la casa original probablemente de la época colonial y una extensión años después pero ya de este siglo, aunque dicha expansión era obvio que había sucedido muchos años antes de que ella naciera. En la parte original de la casa, que tenía dos plantas y un ático, estaba la sala, la oficina y la escalera que daba a lo que eran las habitaciones o parte de ellas. En el comedor se veía que empezaba la ampliación en la que habían añadido habitaciones y la cocina que era hacia donde se dirigían. Parecía que en algún momento había habido la expectativa de que la casa sería ocupada por más y no únicamente por una anciana sola que no tenía ningún otro pariente aparte de la misma Mónica.
—Esa parte es la casa original, pero de este lado está lo que tu tío construyó cuando él y tu tía se casaron. Creo que esperaba que iban a tener muchos hijos, pero eso no pasó —daba la impresión de que Lorena podía leerle los pensamientos, hizo una pausa, pero Mónica no dijo nada —. Aquí está la cocina de adentro y por ahí se sale a la cocina de afuera.
—¿Por qué hay dos cocinas?
—La de adentro es para la casa y la de afuera alimenta a los jornaleros, caballerangos y todos los empleados que trabajan en el rancho. Ahí es donde se come mejor, la verdad —esto último se lo dijo como si le estuviera contando un secreto muy importante. Mónica no pudo evitar sonreír ligeramente —. Ahí es a donde vamos. Hay champurrado, café y tamales.
—¿Qué es champurrado?
Lorena la vio horrorizada.
—¿No sabes qué es el champurrado? Te va a encantar.
Doña Josefa daba órdenes en su cocina como un general en la mitad del campo de batalla. Vigilaba cada olla, cada tortilla, cada taza con precisión y regañaba a las muchachas que estaban sirviendo en ese momento a lo que parecía ser un cambio de turno. Su trenza larga y blanca iba moviéndose a toda velocidad entre las mesas donde servían de comer que estaban debajo de un techo de lámina. Su rostro serio se suavizó inmediatamente al ver a Lorena y la enorme ternura en su cara y sus ojos abrumó a Mónica que no esperaba algo así.
Lorena sonrió.
—Ella es Mónica, la sobrina de la patrona. Necesita comer algo porque no ha comido nada en toda la mañana. ¿Nos puedes dar algo Josefita?
—¡Pero claro, mi niña! ¡Mírate nomás! Tan bonita y tan flacucha. ¿Qué no te dan de comer en el DF?
¿Qué les pasa en este pueblo que todo el mundo me quiere dar comida? ¿Por qué no me dejan en paz?
—Siéntate aquí, niña. Ahorita te traigo un tamal y champurrado. Luego si quieres te hacemos unas quesadillas. ¿O prefieres unos sopes?
—¿No puedo sólo el café?
—¡Pero claro que no! ¿Qué pregunta es esa? Ahorita te traigo tu tamal verde.
Mónica no sabía qué pensar en ese momento. Nadie nunca le decía qué hacer, al contrario. En su casa, si no quería comer, nadie opinaba nada. No desde que su nana se fue. A veces se daba cuenta que no había comido en al menos un par de días porque empezaba a sentir que se desmayaba. Lorena la veía un poco seria, casi como si estuviera enojada con ella. ¿Cuál es tu problema?
—Tu tía ya no pudo decirte porque le salió el problema urgente, pero ya te inscribió en la prepa de aquí. Al rato te contará.
—Pero yo me voy a ir a estudiar a Canadá.
Lorena se encogió de hombros.
—Honestamente no sé. Ya tendrás que verlo con ella en la cena. Lo que sé es porque yo le ayudé con algunas cosas porque mi hermana también va a esa escuela en el mismo grado que tú.
Eso le llamó la atención, pero antes de que pudiera decir algo, doña Josefita llegó con un tamal enorme y un jarrito de barro lleno hasta el borde de champurrado. Se quedó parada justo enfrente de Mónica. Le tomó unos segundos, pero se dio cuenta que la estaba esperando a que mordiera el tamal y bebiera ese líquido caliente y espeso que olía como a chocolate, pero con algo diferente. ¿Canela? ¿Especias? ¿Qué ingrediente tendrá esta bebida?
—Mmmm… delicioso —declaró porque sentía que era la respuesta que doña Josefita esperaba de ella. Y en efecto, sonrió satisfecha y se le llenaron los ojos de orgullo y ternura. Después, se dio la vuelta y se fue a seguir dando órdenes a la cocina.
—Te lo vas a tener que acabar, lo siento —Lorena otra vez parecía estarle leyendo la mente—. Algo que deberás aprender es que siempre te tendrás que comer lo que sea que te ofrezca doña Josefita. No me veas con esa cara, es la ley.
Mónica la vio horrorizada. Era demasiada comida.
—Tengo que ir a asegurarme de que tu tía tome sus medicinas, pero regreso en un rato más para llevarte a tu habitación. No le vayas a dar mucho a Negrito, porque si le da chorro puede ser que te pongan a ti a limpiar atrás de él. Más vale que seas tú quien se acabe al menos la mitad de ese tamal.
Consternada Mónica miró su plato y comenzó a beber traguitos del champurrado.
—Así que tú eres la nieta de don Jaime —dijo doña Josefita cuando vino a supervisar cómo iba con la labor de comerse su tamal. Iba mal.
—¿Lo conoció?
—Sí, hace muchos años lo llegué a ver en el pueblo antes de la boda de tu tía. Sé que se peleó con su hermana, tu tía, y se fue del pueblo al Distrito Federal y la última vez, después de que falleció su papá, vino al funeral con su familia. Ahí vi de lejos a tu mamá, pero se fue luego luego y nunca regresó.
—Nunca lo conocí. Ni siquiera sabía que había vivido aquí y menos que mi mamá había estado en este lugar. No tenía idea de nada.
—Mi más sentido pésame por tus padres mi niña, que Diosito te dé pronta resignación.
Doña Josefita hablaba con toda honestidad y con la afectación que suele sentir alguien que siempre se interesa por todos los que están a su alrededor.
—Gracias…
Mónica empezó a sentirse muy incómoda. Doña Josefita seguramente lo notó porque cambió el tema.
—Sé que al rato vas a cenar con tu tía. Es a las ocho de la noche. Te aconsejo ser muy puntual. Ella valora mucho eso.
En ese momento, se espantó cuando escuchó a un perro gruñirle a otro.
—¡Negrito! ¡Fuera de aquí! ¡Deja a Canelita en paz!
Canelita defendía con fiereza un hueso de pollo que alguien le había dado, mientras Negrito trataba de llegarle por atrás y quitárselo con rapidez.
—Chhh, ¡Fuera de aquí! ¡Vete para allá!
Mónica veía a los perros sin saber bien qué pensar. La forma en la que ladraban y gruñían la hacían sentir ansiosa, pero nadie más parecía pensar que eso fuera raro.
—Gruñe bastante para verse ya tan viejita.
—¿Canelita? Sí, ya tiene doce, pero que no te engañen las apariencias porque aunque ya tiene sus años, todavía da pelea. Hay que tenerle respeto si no quieres que te muerda cuando intentas quitarle lo que es suyo. Fuera de eso es muy noble y tranquila.
Negrito se fue corriendo en dirección a las caballerizas y los establos. Justo enfrente de la cocina estaba del lado izquierdo, un jardín bastante grande con fuentes y lugares para sentarse y hacia el lado derecho un caminito de terracería que llevaba hacia donde estaban los gallineros y más al fondo los huertos. Al lado de la cocina de afuera, había una pequeña casita donde al parecer estaba la oficina de don Jorge, que era la mano derecha de su tía, quien la ayudaba a administrar el lugar.
—Hace rato que llegué, mi tía estaba discutiendo con alguien.
—Sí, el hijo de su madre de Roberto. Tu tía fue muy amable en darle una oportunidad, porque siempre fue un bueno para nada, pero hace rato lo cacharon robando dinero de los sobres de la nómina de los muchachos. Honestamente la patrona debió de haber llamado a la policía, pero al menos logró recuperar el dinero y él ya no volverá a pisar el rancho.
Lorena se acercó a supervisar su plato.
—¿Cómo vas?
—Mal.
—Anda, dos mordidas más y te llevo a tu cuarto —suspiró Lorena un poco frustrada.
Mónica sentía que le hablaba como si tuviera tres años. La miró de mala gana y le dio un par de mordidas más a fuerza que por tener ganas. Sospechaba que de otra forma Lorena no la iba a dejar levantarse de ahí.
—¡Vamos! Ya estás como tu tía con sus medicinas. ¡Vamos!
Subieron al segundo piso, pasaron una escalera que llevaba al ático y tenía una reja, el cuarto que Lorena mencionó que era el de su tía y al fondo del pasillo lleno de cuadros llegaron a la que sería su habitación.
—Aquí es.
Mónica suspiró, el cansancio y el desgaste del viaje le llegaron de golpe y empezó a sentir demasiado sueño. Le dolía el cuerpo por haber estado tan incómoda y tensa durante todo este tiempo. Los párpados le pesaban.
—Descansa. Al rato Rufina vendrá a ayudarte con tus maletas y en la nochecita ya podrás platicar con tu tía con calma. Yo me voy, pero regreso mañana.
—¿No te quedas?
—No. Mi turno acabó a las ocho de la mañana, pero me quedé porque justo fue cuando cacharon a Roberto y cuando tu tía se enojó. La otra enfermera se aterró y se fue. Mañana me toca el turno del día, así que nos vemos mañana.
Lorena cerró la puerta detrás de ella.
La habitación era bastante grande y antigua como todo en la casa. Tenía un pequeño sofá con una mesa, un escritorio al lado de una ventana, al fondo una cama matrimonial con burós, un enorme ropero pegado a la pared y su propio baño con una gran tina. No había ni estéreo ni televisión en el cuarto, pero ella había traído los suyos del DF, así que eso no sería problema. Mónica empezó a caminar despacio por todo el cuarto para familiarizarse con él. Tocó todos los objetos que veía tratando de marcarlos con su esencia como para hacerlos suyos. Notó que mientras había estado abajo en la cocina y con su tía habían subido sus cosas, pero seguían empacadas, así que todos los cajones y el ropero se encontraban vacíos. En su departamento nunca le había tocado ver sus cosas sin desempacar.
No me digan que yo voy a tener que desempacar todo. ¿Dónde lo voy a poner? Se sentó en la cama, tenía mucho sueño. Sentía como si su cuerpo no tuviera nada de energía y lo único que quería hacer era dormir y despertar horas, semanas, meses o mejor años después.
Se despertó de golpe, no se había dado cuenta que se había quedado dormida y al principio no entendía ni dónde estaba, ni qué la había despertado. Le tomó unos segundos percatarse que estaban tocando la puerta.
—Pase
Una mujer de edad indeterminada apareció en la puerta. La miró y luego se dirigió hacia las maletas.
—Soy Rufina, niña. Voy a desempacar.
Mónica se sorprendió un poco por su actitud tan directa. Normalmente las personas que ayudaban en su casa se movían como ratoncitos espantados porque no querían exaltar a su madre o enfrentarse a su padre. Rufina se conducía de tal forma que si se hubiera parado enfrente de sus padres, habrían sido ellos los que saldrían corriendo.
—Gracias —se limitó a decir.
Rufina asintió con la cabeza y fue directo a inspeccionar las cosas en silencio para empezar su labor. Por primera vez, Mónica vio su reloj. Eran las siete de la noche.
¿Qué hago? Empezó a sentir mucha ansiedad acerca de la cena con su tía. No es que hubiera sido grosera con ella, pero tampoco había sido muy amable. Lo que más angustia le causaba era el simple hecho de que no la conocía, de que estaba en una casa desconocida, en un pueblo extraño por un periodo de tiempo que nadie le había podido decir cuánto iba a durar y no quería imaginarse que podía ser largo.
Debería estar en el internado en Canadá. ¿Qué hago aquí? Tengo que salir. No me pueden tener encerrada por siempre. ¿O sí? No es que la hubieran puesto bajo llave como tal, pero no tenía control sobre nada de lo que le estaba pasando. No había elegido estar ahí, tampoco que sus papás murieran en un accidente, no había decidido nada sobre el dinero que ahora al parecer no tenía. ¿Ahora soy pobre y huérfana? Esto es absurdo.
—Niña, ¿te vas a bañar antes de la cena? —Rufina le preguntó mientras guardaba ropa en el ropero y la veía con cara de desaprobación.
—Mmmm… creo que sí.
O hacía algo o iba a empezar a enloquecer y meterse a bañar era tan bueno como cualquier otra cosa.
Al diez para las ocho, Rufina la apuró a que se acabara de arreglar y la acompañó al comedor para que cenara con su tía. Honestamente, era ridículo usar ese lugar para sólo dos personas ya que en esa mesa fácil podían sentarse veinte y era muy probable que les sobrara espacio. Esto no parecía ser obvio para su tía que estaba sentada en una de las cabeceras y le señalaba que se sentara en la otra donde había un lugar preparado para ella. La situación se volvió todavía más absurda para Mónica cuando se sentó y se dio cuenta de que el candelabro obstruía toda su visión. No había forma de que pudiera hablar con su tía así.
La formalidad del recinto no era lo que le molestaba porque sus padres tenían un comedor muy elegante también, aunque en ese caso, era muy moderno, lo que fuera que eso significaba, pero ¿cómo iba a poder hablar de su situación con su tía a diez metros de distancia y con un candelabro enmedio? ¿Y si está sorda y ni me ve ni me escucha?
—¿Qué tal te pareció el rancho?
—Bien.
—¿Descansaste de tu viaje?
—Sí.
Una de las ayudantes de doña Josefa entró con sus platos. Era sopa de verduras. ¿Quién cena sopa de verduras? Esto es ridículo.
Su tía parecía haber agotado todas las formalidades superficiales, suspiró y fue directo al grano, cosa que a decir verdad Mónica agradeció.
—A partir del lunes vas a entrar a la escuela aquí en el pueblo. Ya me dijo el abogado de tu papá que su plan original había sido enviarte a un internado a Canadá, pero eso no va a suceder, querida —Mónica se le quedó viendo sin saber si debería decir algo o no. No estaba segura si había una razón para ello o era sólo que su tía se negaba a mandarla. Después de esperar unos momentos a ver si Mónica decía algo, su tía continuó —. Sé que crees que tus papás tenían mucho dinero, pero también tenían muchas deudas, impuestos sin pagar, proveedores que necesitan liquidarse, socios que exigen su parte del negocio e hipotecas vencidas de varias propiedades. En este momento, sólo tienes seguro lo que hay en una cuenta de cheques a nombre de tu madre, que al menos no logró vaciar antes de morir, aunque no te alcanza para vivir ni seis meses aquí, mucho menos en Canadá. Al menos agradezco que se hayan casado por bienes separados.
Mónica empezó a sentir que iba a ponerse a llorar, que el coraje y el odio se desbordaban. Quería vomitar, pero también aventar ese estúpido candelabro que estaba en la mitad de la mesa. Pobre y huérfana. Esto es casi gracioso. ¿Qué voy a hacer?
—Sé que no es tu culpa la irresponsabilidad de tus padres. De hecho, ni siquiera habían establecido a alguien como tu tutor legal en su testamento. Absurdo. Yo estoy asumiendo ese papel en honor de mi querido hermano, que en paz descanse y estoy trabajando con el abogado para volverme tu tutora ante la ley.
—Nunca conocí a mi abuelo —se limitó a decir Mónica.
—Lo sé. Y yo no fui ni a su funeral, ni al de su esposa, ni al de tu madre, pero eres mi sangre y por eso estás aquí.
—No necesito su lástima.
—No me malinterpretes. No la tienes.
Se quedó en silencio sin saber qué más decir. Tómate la sopa y no digas nada. Eso hizo, porque qué más iba a hacer. A decir verdad no le sorprendía que le dijeran que sus padres habían sido tan irresponsables con su dinero como con ella. No sabía si echarse a reír o llorar. Bueno, al menos la sopa no estaba tan mal. ¿Qué es esta hierba verde que tiene?
—Es cilantro —dijo su tía que la observaba cómo levantaba en su cuchara una ramita. ¿Cómo puede ver desde allá? —. No todo está perdido. El abogado de tus padres, que es el albacea, va a supervisar todo lo del testamento y yo, como tu tutora, junto con él vamos a ver qué se puede rescatar, pero por lo pronto, eso significa que vas a vivir aquí, estudiar aquí y obedecer las reglas de esta casa.
No, por Dios no. Ya se veía como en el ejército levantándose a las cinco de la mañana, corriendo alrededor del rancho, siguiendo órdenes de su tía como todos sus empleados. Recordó al que había despedido y le había dado la bienvenida al infierno. Empezó a sentir que se llenaba de terror de sólo imaginarlo.
—¿Cuándo voy a poder salir de aquí?
—El domingo vamos a ir a la iglesia.
Mónica soltó la carcajada, pero rápidamente se calló cuando se dio cuenta que su tía hablaba en serio.
—¿Qué?
—Sí, vamos a ir todos los domingos a la misa de las ocho de la mañana.
—Es broma, ¿no?
—Por supuesto que no.
Su tía ahora fue la que se río por la cara que estaba poniendo. Mónica sentía como si un par de manos empezaran a apretarle el cuello y estuvieran amenazando con asfixiarla. Esto no podía estar sucediendo.
—No pienso ir.
Su tía sonrió.
—Gracias por la información, pero no te pedí tu opinión. Vas a ir porque es parte de las condiciones que tienes que cumplir para poder seguir teniendo una casa dónde vivir. Es una hora de tu vida a la semana. No te vas a morir.
Antes de que supiera lo que estaba haciendo, Mónica se paró y aventó el candelabro contra la pared.
—¡No voy a ir!
Su tía se puso muy seria, pero no se movió.
—Veo que heredaste el carácter fuerte que hay en nuestra familia. Me imagino que obtenías todo lo que querías haciendo esos berrinches a tus padres…
—Yo no hago berrinches —interrumpió Mónica en una voz que desafortunadamente para ella sí sonaba como que estaba haciendo un berrinche.
Su tía volteó a ver el candelabro roto en el piso.
—Ajá… Lo vas a pagar con tu dinero. Aquí vas a tener que aprender a comportarte, a trabajar en el rancho si así lo decides, a estudiar para sacar buenas calificaciones y a ir a la iglesia todos los domingos. No te voy a encerrar en tu cuarto… todavía… podrás salir y conocer gente, pero cenaremos juntas un par de veces a la semana y vamos a ir a la iglesia. No está sujeto a discusión. No me tienes que ver la cara el resto del tiempo. Ya estoy bastante ocupada con mis cosas como para andar detrás de ti, pero vas a seguir las reglas.
Mónica la vio con resentimiento y sin saber bien qué hacer ahora que había perdido el control y había estrellado el candelabro de su tía. Empezaba a pensar cuánto costaría reponerlo o arreglarlo. Decidió cambiar el tema.
—¿A qué escuela voy a ir?
—A la que van todos aquí en San Lucas. Mañana te traerán tu mochila, tus útiles, tus libros y tus uniformes. David, el chofer, te va a llevar y regresar cada día. Me dijeron que estás muy baja en varias materias, así que vamos a buscarte un tutor para que te ayude. Don Chente y Marcel te enseñarán sobre el rancho para que puedas trabajar y ganarte tu dinero, pero no es obligatorio. El resto del tiempo, es tuyo para que lo uses como tú decidas.
Esto, por algún motivo que no lograba entender, le molestó mucho más que todo lo que había pasado antes.
—Si no me quiere aquí, me puedo ir. No necesito su lástima.
—¿Y a dónde vas a ir, niña?
Otra vez sentía que se llenaba de coraje, pero se limitó a encogerse de hombros para no explotar.
—¿Qué más da? Usted no me quiere aquí de todas formas.
—Nunca dije que no te quisiera aquí, si así fuera, ya estarías en algún orfanato o algo peor en el Distrito Federal.
—Estaría en mi casa.
—No, estarías sin casa. Se van a tener que vender varias cosas y propiedades para pagar a todos los acreedores.
Mónica consideró seriamente aventarle el plato de sopa en la cabeza a su tía, pero no estaba segura que pudiera lanzarlo tan lejos, nunca había sido buena en deportes. La mesa era enorme.
En ese momento, una de las chicas entró con una charola, se llevó su arma antes de que pudiera usarla y salió con rapidez sin voltear a ver a ninguna de las dos y fingiendo que no veía el candelabro destrozado en el piso.
—Si tanto odiaba a su hermano, ¿por qué me quiere aquí en su casa?
—Nunca dije que odiara a mi hermano. Sólo que no conviví con él por muchos años.
—No pareciera que se llevaran tan bien si no se vieron durante años y no conocía a mi mamá.
—A tu mamá la conocí. La vi sólo una vez cuando era niña y vinieron por el funeral de mí papá. Tu madre tendría alrededor de diez años, no estoy segura.
No podía imaginarse cómo se veía su mamá de niña. No estaba segura ni siquiera de haber visto fotografías de alguno de sus padres de chiquitos. Su casa estaba llena de fotos de ellos en distintos viajes, una que otra de ella, pero no había ni de su infancia y ahora que lo pensaba, tampoco de su boda.
—¿Por qué mi mamá nunca la buscó?
—¿Por qué tendría que haberlo hecho? —Buena pregunta —. Yo tampoco la busqué así que no fue sólo su culpa. No sé si hubiera hecho las cosas diferente de haber sabido antes que iba a morir tan jóven, pero ya es tarde para eso. La vida no necesariamente pasa como uno quisiera la mayoría de las veces.
Mónica podía estar de acuerdo con eso. Definitivamente su vida no estaba pasando como ella quería, pero tampoco antes. Al menos cuando tenía a Lilia las cosas eran más fáciles de sobrellevar, pero también se la habían quitado, aunque eso fue previo a que su vida se derrumbara de forma tan espectacular hacía sólo unos días.
Empezó a recordar cuando Lilia se fue. El sr. García la había recogido solo de la escuela, lo cuál se le hizo raro, pero él no le dio ninguna explicación. Sólo se limitó a decir que tendría que hablar con sus papás. Eso hizo que un nudo de nervios se le formara en el estómago y un mal presentimiento llenó cada rincón de su ser. En cuanto entró al departamento, empezó a gritar.
—¡Lilia! ¡Lilia! ¿Dónde estás?
No la encontraba por ningún lado de la casa y no era común en ella desaparecer de esa forma sin siquiera haberle avisado que se iba a ausentar una tarde.
—Señorita, le habla su mamá.
La chica se le acercó con la mirada clavada en la alfombra. Eso era demasiado raro y más porque su mamá rara vez estaba en casa a esa hora y mucho menos que quisiera hablar con ella. ¿Habrá pasado algo malo?
—¿Me llamaste?
—Sí, pero te tardas demasiado y necesito que sea rápido que tengo prisa. Voy a una reunión en casa de una amiga y todavía no termino.
Era obvio que su mamá se estaba arreglando para salir a algún lado muy elegante o dónde tenía que verse mejor que quien fuera que iba a estar ahí. Estaba sentada en su tocador, terminando de maquillarse. Su vestido, a la última moda, estaba colgado en un gancho junto con un abrigo de piel de verdad. Se había ido a peinar al salón de belleza.
—No sé, por qué siempre me pasa a mí que me tengo que hacer cargo de todo yo sola. Todo me pasa a mí y además me pones en una situación tan horrible. Ya suficiente es pagar tanto dinero para que te dejen como payaso y ahora esto. Deja de mirarme con esa cara, te hace ver fea.
Su mamá suspiró bastante frustrada.
—¿Qué pasa?
—Realmente odio que me pongan en esta situación. Es sobre tu nana Linda.
—Lilia… ¿Qué pasó con ella? ¿Dónde está?
El nudo que traía en el estómago se apretó todavía más y el mal presentimiento se estaba transformando en pánico.
—Bueno, tu papá considera que ya estás demasiado grande como para tener una nana, ya tienes doce años.
—Tengo catorce. Cumplo quince años en abril.
—¿En serio? ¿No acabas justo de cumplir doce? ¿No eras de diciembre? ¿Quién entonces cumple en diciembre?
—No puedes quitarme a mi nana…
Mónica empezó a sentir que iba a vomitar. Su mamá no parecía darse cuenta de lo que le estaba pasando, ya que seguía retocando su maquillaje resoplando con frustración.
—Con mayor razón entonces, pero bueno, ya está.
—¿Dónde está Lilia?
—Ya te dije. Se fue. Dios… Me veo fatal.
—¿Cómo que se fue?
—¿Qué no escuchaste nada de lo que te dije? Es que nunca me pones atención. Te hablo y te entra por un oído y se te sale por el otro. Es como hablarle a la pared.
—¿Dónde está? — empezó a gritar.
—No me hables así. Soy tu madre. Tienes que respetarme.
—¡Dónde está mi nana! ¡No me puedes quitar a mi nana!
—Ya se fue, a su pueblo o de donde sea que venga. Hace como una hora tuve que lidiar con sus lágrimas, lo cuál fue bastante molesto y eso hizo que se me hiciera tarde para mi comida y ya me tengo que ir. Todos están en mi contra.
Mónica agarró el vestido y lo empezó a romper. Su mamá gritaba atrás de ella intentando detenerla. Empezó a tirar y a romper todo lo que había en la recámara de sus papás, mientras gritaba
—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!
No le habían permitido despedirse. No pudo hacer nada ni decir nada. No le dieron la oportunidad de hacer algo. Tomaron la decisión por ella y no fue capaz de evitarlo. Ahora ya era demasiado tarde. No logré despedirme. No tenía que ser así. No debió de haber pasado así. La vida no es justa.
Sintió como unas lágrimas de coraje corrían por su mejilla y se las secó rápidamente. Su tía tuvo la cortesía de hacer como que no veía lo que estaba pasando. Comieron el resto de la cena en silencio. Era una cena sencilla, pechuga asada con verduras, pero Mónica percibió el empeño que doña Josefa había puesto al cocinar. El sabor del platillo la hizo sentir un poco mejor.
Después de cenar, regresó a su habitación. Rufina había desempacado la mayoría de sus cosas, pero ignoraba dónde las había guardado. Buscó su pijama favorita pero no la encontró. Tuvo que abrir todos los cajones de la cómoda y del ropero para ver en dónde estaba cada cosa. Tomó nota mental de que había varias cosas que iba a tener que mover de lugar si quería sentir que este lugar sería su casa. Son sólo unos meses. Seguro en enero ya voy a estar en Canadá. Se puso una pijama y se metió en la cama. Se dio cuenta que esa casa vieja era bastante ruidosa, parecía quejarse y acomodarse para dormir.
¿Serán los fantasmas? Empezó a ver fijamente el techo como cuando era pequeña. Buscaba en las sombras del techo, figuras, objetos o rostros conocidos o desconocidos, los de los fantasmas que de seguro la miraban con curiosidad porque tanto ellos como Mónica sabían que no pertenecía ahí. Sintió un escalofrío en el cuerpo. Ahora estamos aquí ustedes y yo. Tendrán que aguantarme unos meses. Se sentía muy sola, el vacío en su pecho la oprimía. Quería llorar, pero no podía. La nada se había llevado sus lágrimas también.
Cerró los ojos y empezó a pensar que todo lo que había pasado era un sueño. Mañana despertaría, su nana le traería el desayuno, se prepararía para ir a la escuela en el DF, el sr. García la llevaría y después… No, sabía que no estaba viviendo un sueño. Se encontraba aquí y estaba atrapada, no había forma de escapar, pero aun si pudiera, ¿escapar a dónde? Nadie la tenía amarrada, más bien no tenía a dónde ir. Necesitaba a su nana. Después de dar vueltas en la cama por un buen rato, se quedó dormida.
—No, no te vayas por favor, no me dejes.
Comenzó a sollozar. Su nana Lilia la miró con ternura y los ojos húmedos. Le pasó el cabello que le caía en la cara tras la oreja.
—No puedo evitarlo. Trata de entendero. No puedo quedarme. No llores… no llores. Prométeme que serás fuerte ¿sí? Prométemelo.
Se limpió las lágrimas.
—Te lo prometo, pero por favor abrázame, abrázame fuerte.
Se abrazaron.
—Debo irme —le susurró al oído y comenzó a caminar.
—Adiós… Adiós, nana.
—Adiós, mi pequeño canguro. Pórtate bien.
Se empezó a desvanecer frente a ella y Mónica sintió cómo se llevaba una parte de su corazón. Las lágrimas se deslizaron por su rostro, pero se las secó, no quería romper su promesa, tenía que cumplirla.
—Te lo prometo nana, te lo prometo.
El sueño se desvaneció.
La iglesia
Cuando ya no podemos cambiar la situación, nos enfrentamos al reto de cambiarnos a nosotros mismos.
Viktor E. Frankl
Las cortinas de su habitación se corrieron de pronto y la luz del sol entró con gran intensidad lo cuál la dejó completamente deslumbrada. Se sentía como un venado lampareado.
—Buenos días, niña.
—¿Qué hora es?
—Son las 6:30 am.
—¿Pero por qué me tengo que levantar tan temprano en sábado?
Rufina se encogió de hombros.
—Todos están despiertos. Los gallos y las gallinas ya están cacareando y hasta los perros esperan pacientemente su desayuno en la cocina. ¿Por qué tú no?
—Yo no soy una gallina ni un perro.
—No, ya estarías despierta si lo fueras. Ya salió el sol y hay que bajar a desayunar.
—¿No puedo desayunar en la cama?
Rufina soltó una carcajada, lo cuál se veía algo extraño ya que ella a duras penas y sonreía.
—¿Estás enferma?
—No.
—Entonces tienes que bajar a desayunar, ni siquiera tu tía desayuna en la cama.
Aún veía borroso. Se talló los ojos y vió el reloj. Parecía burlarse de ella mostrándole en rojo 6:30 am. Se dejó caer en la cama, se quejó y se estiró.
—Es demasiado temprano. Debería ser un crimen levantarte tan temprano en fin de semana.
—No lo es, niña. Tienes cosas qué hacer.
—¿Cómo qué?
—Bajar a desayunar. Lorena traerá tus cosas de la escuela y tienes que preparar y marcar tus útiles para el lunes.
Las clases habían terminado en julio, sus padres habían muerto el once de agosto, apenas hacía diez días, y ahora tenía que entrar a una prepa que no conocía y hacerse cargo de preparar sus propias cosas. Preferiría hacer la prepa abierta, al menos así no me tendría que levantar temprano o para como son en esta casa, tal vez sí de todas formas.
Se arrastró de la cama. No pienso bañarme ahorita. Sólo se puso unos pants y una sudadera. Se agarró el cabello con una pinza y bajó muy despacio, murmurando entre dientes que definitivamente este lugar era el infierno por hacerla bajar a desayunar un sábado a esta hora de la madrugada.
—¿Qué hay de desayunar?
—Te preparé melón, jugo de naranja, huevo estrellado, café, leche, pan y tortillas.
—No quiero todo eso, ¿no puedo sólo café? No tengo hambre. Es demasiado temprano.
Doña Josefa la miró con desaprobación.
—Estás demasiado flaca, niña. Tienes que comer aunque te tengamos que dar con un embudo como pollo de engorda... Come tu fruta —ordenó doña Josefita con su voz de general con la que le hablaba a sus ayudantes.
—¿Por qué me quieren obligar a comer en esta casa?
—Es por buenas razones, niña. Ya vimos lo que provoca no comer y nadie quiere que se repita lo de Jaqui.
—¿Quién es Jaqui? —preguntó intrigada.
—La niña más dulce del mundo. Que en paz descanse —dijo mientras se persignaba —. Y tampoco quería comer, así que anda… a desayunar.
¿Acaso alguna vez su tía tuvo hijos? No, todo el mundo ha dicho que no. ¿Entonces quién es esta Jaqui?
—¿Era la hija de mi tía?
—No, era la hija de don Jorge, el papá de Lorena y Carla.
Ósea que la enfermera de su tía había tenido una hermana que había muerto.
—¿Tiene mucho que falleció?
—Hace diez meses, más o menos. A principios de noviembre pasado —contestó una voz en la puerta de la cocina. Era Lorena.