Gabriel, no sueltes mi mano - Solange Ingrid Macchiavello Bahamondez - E-Book

Gabriel, no sueltes mi mano E-Book

Solange Ingrid Macchiavello Bahamondez

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Beschreibung

Gabriel, no sueltes mi mano es la historia de Laura, una periodista que ha dedicado toda su vida a su carrera y ha tenido el privilegio de ejercer en lo que más le gusta, que es comunicar. Debido a malas experiencias y a traumas familiares, se ha vuelto individualista, egoísta, fría, indiferente y solitaria por decisión propia. A Laura no le gusta mostrarse frágil o vulnerable y al enfocarse tanto en su profesión ha dejado de lado su vida personal y familiar; ya no disfruta de lo simple y esencial. Pero a sus 44 años le toca vivir una experiencia extraordinaria, una experiencia impensada, única y mágica que cambiará su vida para siempre.

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Gabriel, no sueltes mi manoAutora: Solange Macchiavello Bahamondez Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Primera edición: enero, 2024. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N°2020-A-8172 ISBN: Nº 978956338707-0 eISBN: Nº 978956338708-7

Páginas dedicadas a mi familia, a mi madre y a mi hermana, mujeres únicas, valientes, fuertes, que fueron mi roble. Y a don Teo guardián de mis sueños, miedos, y angustias.

Nankurunaisa: “Todo va a estar bien. Es un mantra que protege nuestra mente y nos centra en un camino. Nos invita a afrontar la vida con optimismo, con la esperanza de que siempre saldrá el sol, y nos recomienda sonreír a la vida, al igual que la luz solar hace cada día”.

(Palabras de origen japonés).

Comienzo estas líneas señalando que solo quiero dejar testimonio de mi experiencia, de este camino que jamás imaginé transitar, un camino oscuro y luminoso a la vez, un camino largo y sorprendente. No pretendo inspirar a nadie, tampoco concientizar, ni menos dar recetas sobre cómo enfrentar lo que me tocó vivir. Solo quiero contar mi historia para quien quiera leerla, y si a alguien le sirve, mejor.

Nunca lloré, ni tuve miedo, no en público. Tampoco me hice la fuerte, o me creí una guerrera. Siempre pensé que esta pesadilla era quizás una prueba, o una señal de que hay algo que tenía que cambiar en mi vida. Una oportunidad.

Lo que leerán a continuación es una etapa dura de mi vida, en la que aprendí a confiar, a creer, a querer, a desechar y valorar lo que realmente importa…

I

Mi nombre es Laura, y jamás imaginé escribir estas páginas para compartir mi historia, historia de luces y sombras, pero mi esencia es comunicar, tengo la necesidad imperiosa de contar historias, y ahora me tocó contar parte de la mía, porque contar la propia historia es liberador, alivia el alma y el corazón, y deja tranquila la conciencia al revelar vivencias que tenías guardadas. En estas páginas quiero transmitir una experiencia extraordinaria, única, que cambió mi vida, que con el paso del tiempo se volvió una segunda oportunidad, una oportunidad para vivir de verdad.

Soy periodista y mi sueño era trabajar en televisión, y lo hice, pero los estudios y las luces de TV no fueron lo que esperaba. El desarrollo de mi oficio, casi sin proponérmelo, lo he realizado en comunicaciones corporativas y política, lo que me ha llevado a desempeñarme en el sector público con gran éxito, pero también en algunas ocasiones con mala fortuna, y he tenido que pagar los costos de egos de personas sin pudor, cuyas ambiciones de poder son más importantes que cualquier otra cosa. Me ha tocado desempeñar mis labores con políticos de todas las coaliciones y, como en todas partes, hay de todo. Algunos de ellos muy buenos, con real vocación de servicio público, con quienes ha sido un lujo trabajar para lograr grandes y significativos cambios; de ellos he aprendido no solo en lo profesional, sino también en lo personal. Como ejemplo puedo citar a mi jefa en la práctica, quien me enseñó todo sobre la comunicación política, estratégica, y de protocolo; mirando para atrás creo que ella me formó como periodista.

Pero también me ha tocado trabajar con políticos que están en sus cargos solo por dinero, y con otros que han sido una verdadera pesadilla –maltratadores, egocéntricos, ambiciosos–, a quienes únicamente les interesa el poder, sin importarles a qué costo.

Recuerdo a un jefe de gabinete, muy flojo, que se encerraba en su oficina y nadie sabía muy bien qué hacía, porque su “trabajo” no se reflejaba en nada. Un día me llamó a su despacho y me dijo que yo debía hacer puerta a puerta por un candidato presidencial, “no es obligación, pero si te niegas, estarás mal evaluada y no te renovaremos tu contrato”, fueron sus palabras. Por supuesto no lo hice y al que despidieron fue a él, porque había amenazado a casi todos los funcionarios para que salieran a hacer campaña.

También recuerdo aquella ocasión en que me destaque demasiado y mi jefa se sintió amenazada y me despidió. Estaba celosa no solo por mi desempeño, que todos reconocían –siempre comentaban que se notaban los cambios positivos en comunicaciones desde mi incorporación–, sino que también porque en ese tiempo yo pololeaba con un pediatra, Julián Montero, a quien conocí cuando acompañé a una amiga a un control de su bebé y enganchamos de inmediato. Julián era ocho años mayor que yo, muy culto, muy caballero, cariñoso, aunque un poco controlador, y ese control terminó por arruinar la relación. Cada vez que me iba a ver al trabajo me llevaba flores o chocolates, y a mi jefa se le desfiguraba el rostro; se notaba su molestia, y yo no entendía la razón, era como un insulto para ella. Luego de una breve investigación supe que se estaba separando; después de diez años de matrimonio, sin hijos, ella había encontrado otro amor, pero cuando decidió dejar a su marido, su nuevo amor la dejó a ella. Entonces se desquitaba conmigo dándome más pega, obligándome a quedarme hasta muy tarde en la oficina. Terminó por despedirme un 28 de diciembre a las ocho de la mañana, y a gritos: quiero que te vayas, no te quiero ver más aquí. Y no era una broma del día de los inocentes. Todos estaban impactados, nadie entendía la razón, pero había llegado un punto en que yo sospechaba que algo iba a pasar. El despido ocurrió al día siguiente de una actividad gigantesca que tuve que coordinar, con más de quinientos invitados y que salió perfecta, pero sus celos llegaron al límite cuando vio que las diferentes autoridades que asistieron, gracias a mi gestión, me felicitaban por la organización del evento; todos creían que la encargada de comunicaciones era yo. El día del despido tomé todas mis cosas y a las 9 de la mañana ya estaba fuera de la oficina, sentada en mi café habitual pensando qué hacer y preguntándome qué hice mal, ¿no era correcto hacer bien la pega y destacar? El café me duró hasta el mediodía de tanto darle vueltas al asunto.

Ya me habían despedido antes, por cambios de gobierno o necesidades de la empresa, pero la primera vez fue la más traumática para mí. Había tenido una reunión de coordinación en La Moneda muy temprano, me habían dado mucha tareas y responsabilidades, y al volver a la oficina me avisan que ya no me necesitan porque se requiere un abogado y tengo que ceder mi puesto. Esto pasa más de lo que una quisiera, te piden la renuncia porque necesitan contratar a un familiar o a un amigo (a). Por primera vez en mi vida me dio una fuerte depresión y tuve que ir a un siquiatra. Por suerte aquella vez la cesantía duro muy poco y volví a uno de mis lugares favoritos, de mayor orgullo, porque el ministerio al cual regresé era como mi casa, fui parte de su creación; ahí armé un área de comunicaciones, hice grandes amigos, de los mejores, tremendos profesionales, que son un lujo, con verdadera vocación de servicio, honrados, transparentes, maravillosas personas.

Cómo no mencionar que también he tenido jefes un poco locos, hiperventilados, abusadores, estafadores y sinvergüenzas, como por ejemplo uno al que le molestaba que llegara temprano a la oficina, u otro que me hizo una propuesta indecente para poder continuar en la pega, o aquella jefa que inventó un funcionario fantasma para desviar dinero para su campaña y obtener un puesto en el Congreso –lo ha intentado tres veces y siempre ha fracasado ¿por qué será?–. Esta última se enojaba por todo, no importaba cuánto se esforzara el equipo de trabajo, nunca estaba conforme, era muy despectiva, arrogante, maltratadora, incluso un par de veces llegó ebria a las actividades junto a su secretaria, y otra funcionaria que era parte de su círculo cercano; todas aparecían bien entonadas, y no les importaba que el resto del equipo lo notará. De hecho, su jefe de gabinete era un abusador descarado. Recuerdo la vez que entró en la oficina del equipo a saludar a una de las periodistas que trabajaba conmigo y le dio un beso en la mejilla y le acaricio la espalda. Cuando su mano empezó a bajar por su espalda, se dio cuenta de que yo lo estaba mirando. Mi colega se puso roja y me confesó que no era la primera vez que pasaba, pero que por favor no dijera nada porque no quería tener problemas, llevaba muy pocas semanas en el equipo. Desde ese día le pedí que no entrara a la oficina sola, llegábamos casi a la misma hora así que nos coordinábamos para ingresar juntas. En otra ocasión, empezó a acosar a la polola de un miembro del equipo, pero nadie se atrevía a denunciarlo por miedo a perder la pega. Lejos ha sido el peor lugar donde me ha tocado trabajar.

Mencioné que mi paso por la televisión fue muy decepcionante para mí, pese a que siempre fui bien evaluada. Al terminar mi práctica en el Congreso me llamaron de inmediato de un canal para colaborar en un programa de servicio donde conocí a grandes profesionales, pero llegó un momento en que a pesar de haber estado muy orgullosa de lo que había logrado –aporté con ideas innovadoras que fueron siempre apoyadas por las jefaturas–, ya no me sentía a gusto, me parecía que había llegado a mi tope, que ya no tenía nada más que aportar, y eso me frustraba mucho.

En ese tiempo, cuando estaba evaluando si debía seguir ahí, se presentó una oportunidad en otro canal y en otro tipo de programa, y acepté la oferta, pero por más que me esforzaba, sentía que no era mi sitio; si bien cada vez me daban más responsabilidades, sentía que me estaba estancando, y eso no me gustaba. Las largas jornadas de trabajo me impedían tener vida personal, colaboraba en diferentes espacios, y en los pocos momentos libres solo quería dormir y descansar; me perdí cumpleaños, días de la madre, del padre, y también me costó relaciones de amistad y de pareja.

Había bajado tanto de peso que mi mamá insistió en que fuera al doctor. Me decía: “Cuando te veo pasar, no hay nada por adelante y nada por atrás, pareces un esqueleto”; en televisión no había tiempo para comer, y si lograba hacerlo me tragaba un sándwich mientras iba de un estudio a otro. Después de un chequeo completo el doctor me dijo que, si bien estaba con bajo peso para mi estatura, no era nada de cuidado.

Después de dos relaciones fallidas mientras trabajaba en televisión porque no tenía tiempo, y luego de tres intentos de manera estable en diferentes canales, y de varias colaboraciones en destacados programas, decidí rendirme.

Una de esas relaciones fue con un colega y compañero de trabajo, Agustín, gran error, si bien no me arrepiento, no fue una buena idea. Cuando lo conocí yo trabajaba en un estelar y colaboraba en el matinal del canal, espacio donde él estaba a cargo de la producción periodística; al comienzo era muy atento, cariñoso y me aconsejaba mucho, pero cuando ocurrió el terremoto de 2010 comenzó a aparecer en televisión y con eso su ego se volvió insoportable, no hablaba de otra cosa que no fuera de lo mucho que le gustaba aparecer en pantalla, su preocupación excesiva por su apariencia y su arrogancia terminó por cansarme y aburrirme.