García Lorca, Pasaje a la Habana - Ciro Bianchi - E-Book

García Lorca, Pasaje a la Habana E-Book

Ciro Bianchi

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Beschreibung

La estancia cubana de Federico García Lorca le sirve al autor para trazar un mapa con las coordenadas de la vida cultural de la nación. En ese breve periodo de tiempo transita la cultura, información y hasta la chismografía ilustrada y de salón. En este volumen, el acucioso y avezado cronista sintetiza en unos pocos meses los vasos comunicantes que relacionan magistralmente registrados por la investigación la cultura y la historia, la política y la sociedad, el presente y el porvenir. La estancia del poeta andaluz en Cuba sirve al periodista para dibujar un minucioso mapa de la cultura cubana en la, tercera década del siglo y sus resonancias cargadas de futuridad, en el testimonio de muchos de las más importantes figuras de la Cuba republicana de su tiempo.

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Seitenzahl: 309

Veröffentlichungsjahr: 2023

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edición auspiciada por

el festival internacional de poesía de la habana,

el instituto cubano del libro

y el movimiento poético mundial

Diseño y realización de cubierta: Elisa Vera Grillo

Imagen de cubierta: Khadzhi-Murad Alikhanov

Diseño interior y diagramación: Ismel Pérez Silva

Coordinación editorial: Yanixa Díaz / Katy D’Alfonso / Gladys Martínez

© Ciro Bianchi Ross, 2022

© Colección Sureditores, 2022

ISBN: 9789593023191

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Centro Cultural CubaPoesía

Casa del Alba Cultural

Línea No. 556 esq. a D

El Vedado, 10400 La Habana, Cuba

colección sur

dirigida por alex pausides

http//www.cubapoesia.cult.cu

http//www.palabradelmundo.cult.cu

http//www.festivaldepoesiadelahabana.com

[email protected]

para Mayra

Los cubanos siempre hemos tenido muy cercana la presencia de Federico García Lorca. Caía la tarde a fines de los años veinte —cuando no pensaba todavía en visitarnos— dos jóvenes deambulaban por el Paseo del Prado, en La Habana. Uno es alto, trigueño, erguida la cabeza, grave el paso. El otro, fornido, de firmes rasgos sonrosados, sin duda el más joven de los dos, recita con voz vibrante y acento español versos de Espronceda y Zorrilla. A ratos levanta la vista a su amigo como buscando algún signo de aprobación, siquiera leve. Pero el otro, calla, fijos los ojos remotos en los árboles del Paseo. De pronto se ha detenido, y vuelve hacia su acompañante, con una leve sonrisa que le alivia la altivez del rostro.

Mira, muchacho —le dice, y cada frase se quiebra al final con algo como un jadeo anhelante—, todo lo que recitas no es más que retórica, y hasta puede que sea buena. Pero poesía es esto:

Sevilla es una torre

llena de arqueros finos.

El joven alto se llama José Lezama Lima, y su compañero de paseo, que se prepara para el sacerdocio en el Seminario de San Carlos, es el navarro cubano Ángel Gaztelu. Años después contó la anécdota a sus amigos. “Aquella tarde —nos dijo con un resto del azoro de entonces— aquella tarde aprendí de una vez por todas qué es la poesía”. Hoy muchos jóvenes poetas cubanos han aprendido por su cuenta, con encomiable trabajo y afán, la lúcida lección que en un relámpago dio aquella tarde Lezama a su amigo.

Eliseo Diego, 19861

Introducción

Cuando en 1980 la narradora María Elena Llana, subdirectora entonces de la revista Cuba, me encomendó un reportaje sobre la estancia cubana de Federico García Lorca, pensé que muy poco podría decirse sobre el tema que no hubiese sido dicho ya. Se cumplirían cincuenta años del suceso, y al acometer la búsqueda de materiales e informaciones para mi texto, lo hice convencido de que a esas alturas no resultaría nada fácil encontrar testimonios inéditos y datos desconocidos. Estaba seguro de que ni siquiera podría dar al asunto un tratamiento novedoso.

El tema ciertamente no me era ajeno. En 1969 recogí un testimonio de José María Chacón y Calvo acerca de García Lorca, y años después, cuando intenté entrevistar al musicólogo Antonio Quevedo para la mencionada publicación, parte de muestra charla se centró en el autor de Yerma, muy cercano a Quevedo y a su esposa durante sus días cubanos.

Conocía además lo que sobre Lorca en Cuba escribieron Juan Marinello y el propio Quevedo, dos autoridades imprescindibles y casi inapelables en ese sentido, así como la investigación puntual de Florentino Martínez sobre las dos visitas del poeta andaluz a la ciudad de Cienfuegos, en la región central de la Isla, y una evocación del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón en la que recreaba la presencia de Federico en La Habana. Recordaba, por otra parte, la polémica desatada aquí, a mediados de la década del sesenta, sobre la visita de Lorca a la ciudad oriental de Santiago de Cuba, aquella extraña confrontación en la que las dos partes, afirmaran o negaran el hecho, parecían tener razón. Como si todo eso fuese poco, cuando Lorca dio a conocer en Madrid, en 1932, sus poemas de Nueva York, dejó su testimonio sobre Cuba.

La lectura, obligada o grata de esos y otros materiales, su cotejo, el deseo de hallar en ellos una pista que me llevase hacia datos o hechos olvidados o soslayados hasta entonces, hicieron que me percatara enseguida de que tanto Marinello como Quevedo escribieron sin vocación de historiadores, y más que relatar en todos sus detalles la estancia cubana de Federico García Lorca, se empeñaron en ofrecer sus testimonios personales, en contar lo que sabían sobre el poeta como testigos de primera mano, aunque Marinello, más de una vez, se apoyara en Quevedo a fin de llenar o completar ciertos pasajes. Muchos de los textos que consulté, escritos años después de la visita, me parecieron, salvo los de Morales, Adolfo Salazar y Cardoza, llenos de omisiones y lagunas, incluso de arbitrariedades.

Se impuso entonces la necesidad de ir a las fuentes, de volver a las crónicas, reseñas e informaciones que publicara la prensa durante los días cubanos de Lorca, de revisar los papeles almacenados y olvidados en los archivos; no habían sido vistos siquiera de lejos por la mayor parte de los que escribieron sobre el asunto.

La búsqueda, para un investigador, es, a veces tan apasionante que corre el riesgo de quedarse en ella. Aquellos textos iniciales me remitieron a otros cuya existencia apenas sospechaba. El interés por precisar una fecha, un lugar, el nombre de alguien desconocido ya para mi generación, me obligaba a adentrarme en libros y revistas inimaginables; un hecho apenas intuido en aquellas lecturas delirantes, exigía confirmación en otras páginas no menos increíbles. Muchas dudas se aclaraban en el transcurso de los días sólo para dar paso a otras nuevas…

La presencia de Federico en Cuba, el hálito de su leyenda y la fuerza de su obra, constaté, calaron hondo en la conciencia de la opinión pública cubana. Ya en 1937, el primer acto de solidaridad con la República española que se celebra aquí y que preside nada menos que Juan Ramón Jiménez, se convoca en recuerdo de García Lorca. En diciembre de 1949 y enero de 1950, intelectuales y estudiantes habaneros condenaron la visita a la Isla de cuatro poetas españoles, tachados de “peregrinos del franquismo”, y de nuevo el recuerdo del poeta fusilado en Granada impulsa las manifestaciones de repudio. En 1961, el congreso constitutivo de la Unión de Escritores y Artista de Cuba sesiona bajo la advocación de Federico.

En La Habana, conviene recordarlo, García Lorca trabajó en las primeras versiones de El público y de Así que pasen cinco años, escribió o repasó textos que incluiría después en Poeta en Nueva York, revisó la versión final de La zapatera prodigiosa, escribió, dice Salazar, prosas “de un tipo curiosamente superrealista en la seriedad de su burla”, y, a cuatro manos con Cardoza y Aragón, acometió una adaptación del Génesis para music-hall.

Lorca luce en La Habana un hombre liberado, dispuesto a olvidar el pago de tributos a convencionalismos hipócritas. Hace lo que le viene en ganas y escribe en consecuencia. Para él tiene el mismo valor el té con que lo agasajan las damas distinguidas del Lyceum que el sorbo de café que, en el patio de una cuartería, le brinda una negraza inmensa y bondadosa. Alterna con la aristocracia habanera y también con gente de vivir incierto que conoce en bares y cabaretuchos; canta los sones de moda en las “fritas” de Marianao, gasta bromas a cualquier desconocido que pasa por su lado. El recuerdo de Salazar es elocuente en este sentido. Dice: “Pasión o juego inconsciente, Federico se divertía de un modo extraordinario mixtificando a gentes cándidas. Si entre los mixtificados “caía” alguna buena pieza, algún sabio erudito, filósofo profundo o pez gordo de la politiquería, apenas podía contener su entusiasmo, y para que no se desbordase, tenía que abandonar la reunión de improviso. Ya en la calle soltaba el torrente de sus carcajadas y, cogiéndose de mi brazo, me conducía a cualquier parte donde hubiese un piano y una botella de ron”.

Parejo a lo aparecido en la prensa, está la voz de la calle, la leyenda viva que fue Lorca llevada y traída, distorsionada en la memoria o vuelta a inventar ya que, como dijera en 1940 el novelista Lino Novás Calvo, cada cubano tiene “su” García Lorca como tiene su Jesús.

Flor y Dulce María Loynaz accedieron a concederme sendas entrevistas y precisaron, corroboraron o desmintieron, punto por punto, por primera vez en cincuenta años, toda la tela de araña que en cuanto a sus hermanos Enrique y Carlos Manuel se tejiera con relación a Federico a lo largo del tiempo. Muy útiles fueron también encuentros posteriores con Dulce María. Cardoza y Aragón me dio asimismo un testimonio inestimable. Algo nuevo puede decirse desde aquí además sobre los últimos días del poeta en Madrid, en vísperas de su viaje fatal a Granada. La versión que sobre esto me contara aquella noche de 1969 Chacón y Calvo, complementa las contenidas en los volúmenes exhaustivos que acerca del asesinato del poeta publicaron Ian Gibson y José Luis Vila-San Juan. Chacón se iría a la tumba, envuelto en el sayal de los franciscanos, creyéndose el culpable indirecto de la muerte de García Lorca.

Como telón de fondo del libro está La Habana que conoció Federico, una ciudad con ángel que a pesar del despotismo y la miseria mostraba su júbilo natural con la música de sus sones, sus negras de cintura erudita y sus mulatas de bamboleantes caderas. De una de ellas se enamoró el poeta o creyó enamorarse. Aquí coincidió con Sergio Prokofiev y su esposa, la cantante española Lina Lluvera, se reencontró con su compatriota Gabriel García Maroto, conoció al poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, que alardearía de su supuesto idilio con Lorca, sobre el que también se habla en estas páginas. Eran los días en los que en la capital cubana estaban además los novelistas Teresa de la Parra y Sam Merwin, el poeta Langston Hughes, el actor Tom Mix…

Ninguna pista, esto es, ningún indicio fue rechazado; se rastrearon todas las huellas, y no hay nada en este libro que no esté calzado con informaciones de prensa, documentos o testimonios directos. Hasta donde pude, llegué a conclusiones que espero definitivas. Aún así, en las páginas que siguen se frecen elementos suficientes que permitirán al lector hacer otro tanto, pues quizás el único valor de este libro es el de haber recogido en un solo cuerpo lo que se escribió o se dijo de aquellos días bullentes en los que Federico García Lorca vivió, escribió y amó en La Habana.

Los hechos

En Así que pasen cinco años, la enigmática comedia del tiempo, escrita al menos en parte, dicen algunos, durante sus días cubanos, expresa Federico García Lorca: “Yo vuelvo por mis alas / dejadme volver”. Jamás regresó el poeta después de aquellos tres meses de 1930 en que pasó en la Isla, según confesión propia, los mejores días de su vida, y no necesitaba hacerlo porque su recuerdo, su leyenda y su poesía se quedaron en Cuba para siempre.

La forma anticipada en que se reconocen aquí los valores de su obra2 y el interés creciente que despierta como poeta y dramaturgo, permiten asegurar que Federico ocupa un lugar muy especial en el corazón de los cubanos.

Breve antología, volumen publicado en México en 1936, el mismo año de la muerte del poeta, lleva prólogo de Juan Marinello. Resulta imposible, por lo voluminosa, la simple enumeración de todos los trabajos apologéticos, evocativos y de exégesis aparecidos en Cuba sobre el escritor granadino. Deben mencionarse tres, sin embargo: “España: poema en cuatro angustias y una esperanza” (1937), de Nicolás Guillén. Otro poema, “Desagravio a Federico”, de Roberto Fernández Retamar (1970); y el ensayo “García Lorca: alegría de siempre contra la casa maldita” (1961) de José Lezama Lima, escrito en ocasión del 25 aniversario del asesinato de Lorca y en el que el autor de Paradiso lo ve renacer en cada triunfo de la naturaleza, con una voz hecha canto que se eleva sobre las cenizas de sus verdugos. Quizás Lorca sea, por otra parte, el autor no cubano que más se ha difundido en la Isla.

Asimismo, es un autor presente siempre en el repertorio de los grupos teatrales cubanos. Prácticamente no pasa un año sin que suba a escena por lo menos una de sus obras, y se destacan en esta línea las puestas de los directores Roberto Blanco y Berta Martínez.3 La música de Yerma, estrenada en Cuba en 1936, permanece en la memoria de la familia teatral cubana.

La compañía de Margarita Xirgu estaba en La Habana cuando comenzaron a correr los rumores sobre el asesinato del poeta. La actriz catalana debía representar Yerma el día en que se tuvo la confirmación de la noticia. Fue así que aquella noche los asistentes al Teatro Nacional conocieron el final improvisado que dio la Xirgu a la célebre tragedia lorquiana. En el momento en que la protagonista, apretando la garganta de su esposo hasta estrangularlo, debía ex clamar: “¡Yo misma he matado a mi hijo!”, la intérprete, movida por el dolor y la rabia, dejó escuchar un “¡Me han matado a mi hijo!”, según la información aportada al cronista por el teatrista Roberto Blanco.

El escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, que coincidió con Lorca en La Habana, dice de él que era una leyenda pura. La leyenda, como era de esperarse, envuelve también el recuerdo de los días cubanos del poeta que en su célebre “Son de Santiago de Cuba” legó su fina y penetrante visón de una Cuba real e imaginada.

Duelo a muerte

En 1928 Lorca escribe a su amigo Jorge Guillén: “Mi estado espiritual no es muy bueno que digamos. Estoy atravesando una crisis sentimental de la que espero salir curado”.

Por esa misma época, en carta dirigida a Jorge Zalamea, alude “a una cantidad de conflictos” que lo agobian, y expresa que se siente “transido de amor, de suciedad, de cosas feas”. Muchas veces los biógrafos del poeta se han referido a esa crisis sin aclarar los motivos. Hoy se conoce que su causa inmediata fue la ruptura amorosa de Lorca con el escultor Emilio Aladrén Perojo, quien comienza a llevar relaciones con Eleanore Dove, una muchacha inglesa con la que se casará en 1931. A Aladrén Perojo dedicó Lorca el poema 14 de su Romancero gitano, “El emplazado”. Dice en una de sus estrofas:

“El 25 de junio / le dijeron al Amargo: / -Ya puedes cortar si gustas / las adelfas de tu patio. / Pinta una cruz en la puerta / y pon tu nombre debajo, / porque cicutas y ortigas / y agujas de cal mojadas / nacerán en tu costado, / te morderán los zapatos”.

Además, se ha distanciado de su amigo íntimo, Salvador Dalí, y no tardará en sospechar que este y Luis Buñuel lo han satirizado en Un perro andaluz.

Por otra parte, el éxito obtenido con el Romancero gitano, lejos de alegrarlo, lo ha sumido en un profundo abatimiento. Lo gitano es un tema literario para él y por eso le molesta el mito de gitanería que lo rodea. Parece perder la confianza en su poder creador, a pesar de contar ya con las odas a Salvador Dalí y al santísimo sacramento del altar, que anticipan el momento mejor y más personal de su poesía. En mayo de 1929, durante un banquete que tiene lugar en Granada, habla del “duelo a muerte” que sostiene con su corazón y con su poesía; “con mi corazón, para librarlo de la pasión terrible que lo destruye, y de la sombra falaz del mundo que lo siembra de sal estéril”.

Así, García Lorca siente la necesidad premiosa de irse de España, y es en tales circunstancias que acepta la invitación de acompañarlo a América que le hace su amigo Fernando de los Ríos. Es curioso que decidera no establecerse en París, dada la fuerte corriente de europeización que se evidenciaba entonces en la intelectualidad española, pero de haberse radicado en la capital francesa no se hubiese alejado del todo del ambiente literario madrileño, como señalara oportunamente el crítico Ángel del Río.

Tras breves estancias en Paris, Londres, Oxford y Escocia, el poeta llega a Nueva York el 25 de junio de 1929.La primera de las cartas que contiene el volumen titulado Federico García Lorca escribe a su familia desde Nueva York y La Habana (1929-1930) compilado en 1985 por Christopher Maurer, está fechada el día 28, y es lógico que en ella relate a los suyos los detalles del viaje y la impresión inicial que le causa la ciudad.

“Han sido seis días de sanatorio, y me he puesto como a mí me gusta estar, negro negrito de Angola”, dice en alusión a la travesía trasatlántica a bordo del Olympia, un buque de la línea White Star que era gemelo del Titanic. Añade: “La llegada a esta ciudad anodada, pero no asusta. A mí me levanta el espíritu ver cómo el hombre con ciencia y con técnica logra impresionar con un elemento de naturaleza pura. Es increíble. El puerto, los rascacielos iluminados confundiéndose con las estrellas, los miles de luces y los ríos de autos te ofrecen un espectáculo único en la tierra. París y Londres son dos pueblecitos si se comparan con esta Babilonia trepidante y enloquecedora”.

Bien pronto el poeta abordará temas más profundos en sus cartas. El 14 de julio escribe: “Lo más interesante de esta inmensa ciudad es precisamente el cúmulo de razas y de costumbres diferentes. Yo espero poder estudiarlas todas y darme cuenta de todo este caos y esta complejidad”.

Más adelante, en la misma misiva, apunta: “El problema religioso es importante de ver y estudiar en los Estados Unidos”. Semanas después, en agosto, se refiere a su visita a Wall Street y dice: “Es el espectáculo del dinero del mundo en todo su esplendor, su desenfreno y su crueldad […] Es aquí donde yo he tenido una idea de lo que es una muchedumbre luchando por el dinero. Se trata de una verdadera guerra internacional con una leve huella de cortesía”.

En la primera semana de noviembre cuenta a los suyos su visión de la catástrofe de la bolsa de Nueva York, el jueves negro de 24 de octubre. Los valores bursátiles caen en picada y el pánico se apodera del centro del mercado financiero, una catástrofe de tal magnitud que corren enseguida los rumores de suicidios de especuladores arruinados en unas pocas horas. El jueves negro fue el resultado de una excesiva euforia financiera de la economía estadunidense. Gracias a su rápido desarrollo industrial y al retroceso económico europeo a consecuencia de la I Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en la primera potencia económica mundial, lo que condujo en los años inmediatamente precedentes a una espectacular alza de la bolsa que llevó irremisiblemente al crac. Los grandes empresarios no vieron o no quisieron ver el peligro de la situación ni tampoco el presidente Hoover que el día 23 afirmaba: “La economía nacional se encuentra en un momento de prosperidad”. El crac provocó la quiebra de los principales bancos, el cierre de numerosas empresas industriales y un aumento impresionante del desempleo.

Sobre esto, escribe Lorca a su familia: “[…] Yo estuve más de siete horas entre la muchedumbre en los momentos del gran pánico financiero […] Los botones de la Bolsa y los bancos habían trabajado tan intensamente llevando y trayendo encargos, que muchos de ellos estaban tirados en los pasillos sin que fuese posible despertarlos o ponerlos de pie. Las calles, o mejor dicho, los terribles desfiladeros de rascacielos, estaban en un desorden que solamente viéndolo se podía comprender el sufrimiento y la angustia de la muchedumbre. ¡Y claro! Cuanto más pánico había, más bajaban las acciones…”

El teatro del porvenir

Juan Marinello dijo en una ocasión que Federico debía a Nueva York “lo más hondo y nuevo de su poesía, lo que le marcará su nivel como creador primordial de su tiempo hispánico”. Afirma Ian Gibson que la desazón sentimental del poeta a causa de su ruptura con Aladrén y el distanciamiento con Dalí, “cuaja en varios poemas del ciclo neoyorquino […] y con mucha probabilidad, forma el sustrato de que se nutre El público”. En opinión de Maurer, la estancia de Lorca en esa ciudad repercutió en su obra dramática y su visión del teatro. Las cartas remitidas a su familia desde Nueva York contienen valiosas afirmaciones del poeta acerca de la nueva etapa que se abría en su obra.

Ya el 8 de agosto de 1929 dice que empieza a escribir “creo que cosas que valen la pena”, pero que no publicará hasta tenerlas bien acabadas y hechas. “Son poemas típicamente norteamericanos, con asuntos de negros casi todos ellos”, expresa en alusión, al parecer, a “Oda al rey de Harlem” y a “Norma y paraíso de los negros”, cuyos manuscritos están fechados el 5 y el 12 de agosto, respectivamente.

“Creo que llevaré a España dos libros por lo menos. Aunque lo más importante me queda aún por ver y estudiar. Me interesa mucho Nueva York, y creo que podrá dar una nota nueva no solo en la poesía española, sino en la que gira alrededor de estos motivos. No digáis nada de esto […] afirma en la carta del 8 de agosto. El 30 de enero de 1930 dice: “Yo trabajo bastante. Escribo un libro de poemas de interpretación de Nueva York que produce enorme impresión […] por su fuerza. Yo creo que todo lo mío resulta pálido al lado de estas cosas que son en cierta manera sinfónicas como el ruido y la complejidad neoyorquinos.

El 21 de octubre de 1929 hace esta aguda observación: “[…] He empezado a escribir una cosa de teatro que puede ser interesante. Hay que pensar en el teatro el porvenir. Todo lo que existe ahora en España está muerto. O se cambia el teatro de raíz o se acaba para siempre. No hay otra solución”.

Lorca no aclara qué es esa “cosa de teatro que puede ser interesante”. Maurer cree que se trata de El público o de Así que pasen cinco años. Es posible, pero no está probado. Dice Gibson: “De hecho, no poseemos hasta la fecha, que yo sepa, la más mínima información que pudiera indicar que cualquiera de las dos obras mencionadas fuera en parte ejecutada en Estados Unidos. Tampoco sabemos si fueron concebidas allí, aunque ello, especialmente en el caso de El público —redactado en La Habana entre marzo y junio de 1930— cabe dentro de lo posible y hasta dentro de lo probable”.

Se sabe con certeza, en cambio, que Lorca revisó en Nueva York Amor dedon Perlimplín con Belisa en su jardín y La zapatera prodigiosa. En carta de 21 de octubre participa a su familia que algunos amigos se interesan por representar su teatro en la ciudad. Cree que se trate de Don Perlimplín y Títeres de cachiporra. No lo sabe con exactitud y tampoco se hace ilusiones, “pero me gustaría, como es lógico, tener aquí esa resonancia, por lo útil que podría ser en mi vida futura, y además es bonito llegar a Nueva York y que representen aquí lo que en España se prohibió indecentemente o no quieren montar porque no es de público”.

Yo, solo y errante

¿Cómo emplea Lorca su tiempo en Nueva York? El padre le gira cien dólares mensuales —a veces un poco más— para sus gastos. Es explicable entonces que el poeta se sienta en la obligación de hacerle una relación pormenorizada —no se sabe hasta qué punto si real— de su régimen de vida, las comidas y, especialmente, de la forma en que distribuye el dinero.

Trabaja en los textos de Poeta en Nueva York, y en su teatro, y en una serie de conferencias. En una de estas, anuncia en carta de 21 de septiembre de 1929, aborda el tema de la Virgen en Alfonso X el Sabio y en Gonzalo de Berceo; sería una apología de la fe gótica en lucha contra el porfiado mundo del demonio. Otra conferencia versaría sobre la aventura en Tirso de Molina y en Miguel de Cervantes, y habría otra más sobre “el viento, la brisa y el huracán en la poesía lírica del siglo dieciséis”, y que sería “una conferencia sobre el paisaje con aire en los poetas y una diferenciación de temperamentos y cualidades”. De esos tres proyectos, solo se conserva en el archivo del poeta una “versión muy depurada” del último de ellos. Se titula “Escala del aire”, y algunos piensa, equivocadamente, que se trata de una de las conferencias que el poeta pronunció en La Habana. En Nueva York, Lorca colaboró además con Federico de Onís en su antología de poesía hispanoamericana, aunque con desgano, recordaría León Felipe.

El 28 de junio de 1929 cuenta a sus padres su primera visita a Times Square. “Los inmensos rascacielos se visten de arriba debajo de anuncios luminosos de colores que cambian y se transforman con un ritmo insospechado y estupendo. Chorros de luces azules, verdes, amarillas, rojas, cambian y saltan hasta el cielo […] Es un espectáculo soberbio, emocionante de la ciudad más atrevida y moderna del mundo”.

En 1932, en su conferencia titulada “Un poeta en Nueva York” contaba así la misma experiencia: “Yo, solo y errante, agotado por el ritmo de los inmensos letreros luminosos de Times Square, huía en este pequeño poema [“Asesinado por el cielo”] del inmenso ejército de ventanas donde ni una sola persona tiene tiempo de mirar una nube o dialogar con una de esas delicadas brisas que tercamente envía el mar sin tener jamás una respuesta”.

Afirma asimismo en la conferencia aludida: “Nadie puede darse cuenta de la soledad que siente allí un español”. Dice más adelante: “Nueva York es la gran mentira del mundo […] Los ingleses han llevado allí una civilización sin raíces. Han levantado casas, pero no han ahondado en la tierra. Se vive para arriba […] Así como en la América de abajo, nosotros dejamos a Cervantes, los ingleses en la América de arriba, no han dejado a su Shakespeare”.

Maurer expresa que la visión neoyorquina de García Lorca se había decantado. El entusiasmo se queda atrás, y permanecen únicamente los recuerdos desagradables. Los versos de Poeta en Nueva York desplazan para siempre el interés y la admiración que sintió en un comienzo por la ciudad.

Parece una afirmación demasiado categórica. Un escritor no es siempre el protagonista de su libro. Esa sencilla verdad, tan frecuentemente olvidada, la reafirman las catorce cartas que Federico remitió a sus padres y hermanos desde Nueva York y La Habana entre 1929 y 1930. Quien espere encontrar en ellas al hombre angustiado de Poeta en Nueva York o datos que faciliten el esclarecimiento de este, su poemario más hermético, se equivoca de medio a medio.

Lorca se muestra en esa correspondencia como un hombre feliz o casi, deslumbrado a veces y a veces receloso ante la nueva realidad. Expresar, como ha hecho alguien, que se trata del epistolario de un turista es, sin embargo, exagerado. Porque si Federico alude en sus cartas a la impresión que le causan los rascacielos, las cascadas de luces de los anuncios, el Coney Island, los partidos de fútbol rugby, el zepelín y el cine hablado, no hay dudas de que estamos en presencia de las misivas de un poeta que no olvida sus ancestros, se afianza en su identidad cultural y se esfuerza por penetrar y comprender, sin que lo consiga enteramente acaso, todo el caos y la complejidad que se develan ante sus ojos.

Si se leen con cuidado esas cartas no es difícil entrever que el poeta jamás se dejó ganar del todo por la gran urbe norteamericana. En la segunda semana de agosto de 1929 expresa: “Se puede decir que viendo Nueva York se han visto ya todas las ciudades de Norteamérica. Todo es igual y uniforme”. En otra misiva, de 21 de septiembre, dice: “¡Qué preciosa es Andalucía! Y esa Andalucía de mar, ¡qué fina y qué graciosa! Aquí [en Estados Unidos] es donde se entera uno de la belleza y la importancia de España. Es el único país fuerte y vivo que queda en el mundo”. Renglones antes, en la propia carta, habla de su “guasa para las situaciones difíciles”, y de su “impasibilidad de hombre de raza vieja que contrasta con la rudeza y el sansonismo de este pueblo”.

Bojeo a un año

Lo cierto es que Nueva York llega a convertírsele en una cárcel y vuelven a apoderarse de él los mismos deseos de huir que mostró en España antes del viaje a América. Piensa en un regreso inmediato a su tierra cuando Fernando Ortiz, el ilustre polígrafo cubano, entonces en Nueva York, concreta los detalles para que visite la Isla con una invitación de la Institución Hispanocubana de Cultura.

“[… ya es seguro que voy a Cuba en el mes de marzo; Onís me ha arreglado el viaje. Allí daré ocho o diez conferencias […] dice Federico en carta de 30 de enero de 1930.

Es un año importante en el panorama cultural cubano. Nicolás Guillén publica sus Motivos de son. Eugenio Florit da a conocer Trópico. Regino Boti, Kindergarten, y Pablo de la Torriente Brau, el libro de cuentos Batey. Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla prosiguen ganando terreno en la música llamada culta, y Nilo Menéndez, en la popular, compone la música de ese éxito de siempre que es Aquellos ojos verdes, mientras que el son oriental hace furor en La Habana y desplaza al jazz en los índices de preferencia. En lo musical, es también la época de Tres lindas cubanas, primer danzón con solo de piano, de Antonio María Romeu, del tango-congo Mamá Inés, de Eliseo Grenet, de los sones Lágrimas negras y Suavecito, de Miguel Matamoros e Ignacio Piñero, respectivamente, y del primer danzonete, Rompiendo la rutina, de Aniceto Díaz, compuestos todos en el transcurso de los cuatro años precedentes.

En 1927, Víctor Manuel, con su exposición personal en la Asociación de Pintores y Escultores de La Habana, inauguraba la pintura moderna en Cuba, y en esa misma fecha Ramiro Guerra daba a conocer un título capital en la bibliografía cubana, Azúcar y población en las Antillas. Otras obras significativas de la etapa son La zafra (1926) poemario de Agustín Acosta: La poesía moderna en Cuba(1926) antología de José Antonio Fernández de Castro y Félix Lizaso; Indagación del choteo (1928) de Jorge Mañach; Juan Criollo, novela de Carlos Loveira; Pulso y onda (1929) poemario de Manuel Navarro Luna, y El renuevo y otros cuentos (1929) de Carlos Montenegro.

Revista de Avance, aunque “pacata y mal orientada”, según el decir de Alejo Carpentier, divulga en Cuba nueva corrientes de la literatura y el arte, y otra revista, Musicalia, mantiene bien informado a sus lectores acerca del acontecer musical de la Isla y del mundo. La Hispanocubana de Cultura continúa estrechando vínculos con intelectuales de habla castellana.

En lo político, el general Gerardo Machado y Morales está estrenando su segundo mandato presidencial. Se reeligió en 1929 sin contenientes en unas elecciones amañadas convocadas al amparo de la espuria reforma de la Constitución de 1901 que legalizó la prórroga de poderes. En ese mismo año, Julio Antonio Mella, el líder estudiantil que participó en la fundación del primer Partido Comunista de Cuba, caía asesinado en México, donde había buscado refugio.

Como otros gobernantes de mano dura, Machado se empeña en erigir una dictadura de hormigón armado. En sus primeros cuatro años de gobierno construye el Capitolio, la Plaza de la Fraternidad Americana, el Hotel Nacional y el aeropuerto de Boyeros, traza la Avenida de las Misiones, extiende el Malecón y da una nueva imagen al Paseo del Prado. Fomenta un barrio obrero al que da el nombre de su madre, Lutgardita, que todavía lleva, y promueve la creación de una escuela técnico industrial en La Habana… Proclama su intención de implantar la moralidad y la honradez administrativa, persigue a proxenetas y prostitutas y clausura las zonas de tolerancia. Construye, asimismo, en la Isla de Pinos, el llamado Presidio Modelo: sus circulares y demás dependencias permiten albergar a unos seis mil reclusos.

Sus crímenes y atropellos comenzaron casi desde el mismo momento de su toma de posesión, en 1925. A partir de ahí las fuerzas represivas cometieron cientos de crímenes individuales y no pocas masacres. La oposición, por su parte, desde el asesinato de Rafael Trejo en la manifestación estudiantil del 30 de septiembre de 1930, no da tregua al régimen.

La quiebra del mercado de valores de Nueva York desencadena en Cuba una grave crisis económica con la secuela consiguiente de desempleo. En 1930 las inversiones norteamericanas ascienden a 1 495 millones de dólares. Cuba tiene en esa fecha 3 579 507 habitantes y son 349 618 los estudiantes matriculados en todos los centros de enseñanza públicos y privados. Un diamante que perteneció a una de las coronas de Nicolás II, el último zar de Rusia, empotrado en el piso espejeante, exactamente debajo de la aguja de la cúpula, marcaba en el Capitolio el kilómetro cero de todas las distancias de la Isla. Disponía el país de 67 000 teléfonos y disfrutaba de esa maravilla que es la comunicación directa de teléfono a teléfono sin la mediación de la operadora, así como de la rapidez y eficacia del servicio aéreo postal.

Los anuncios turísticos dicen que el encanto de La Habana radica en la forma en que se concilian en ella el alma del pasado y el espíritu del presente. Hay té bailables en el hotel Almendares, comidas al aire libre en el Chateau Madrid, platos exquisitos en el Upper Deck del hotel Royal Palm, bares de primer orden como Floridita y Sloppy Joe’s en los que es posible disfrutar de la rica gama de la coctelería cubana, revistas internacionales al estilo parisino en el cabaret Montmartre y bailes y juegos de azar en el Casino Nacional, en un país roído por el hambre y donde los hospitales tienen presupuesto para 6800 enfermos y deben albergar a 8 600 y la prensa habla sobre niños recién nacidos devorados durante la noche por las ratas.4

La embriagadora alegría

“[…] el barco se aleja y comienzan a llegar, palma y canela, los perfumes de la América con raíces, la América de Dios, la América española.

“Pero ¿qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial?

“Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez.

“La Habana surge entre cañaverales y ruidos de maracas, cometas divinas y marimbos. Y en el puerto, ¿quién sale a recibirme? Sale la morena Trinidad de mi niñez, aquella que se paseaba por el muelle de La Habana.

“Y surgen los negros con los ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen nosotros ‘somos latinos’”

Esa es la imagen primera que Lorca tiene de La Habana; la recuerda en su ya aludida conferencia de Madrid, en 1932.

Sus amigos le escuchan decir que nuestra capital huele a trópico fresco. El poeta repara en las mujeres y en el color de la piel de la mulata cubana que le recuerda al de una magnolia seca. Atiende a los pregones de los vendedores ambulantes. El color del cielo le recuerda al de Málaga; los rótulos donde se leen los nombres de las calles se les parecen a los de Cádiz… Advierte detalles pequeños o intrascendentes que casi todos pasan por alto, pero más que valorar, compara. La Habana será para él un Cádiz grande, con mucho calor y gente que más que hablar, grita.

En 1933 afirmó en una entrevista que concedió en Buenos Aires: “[…] De Nueva York me fui a La Habana ¡Qué maravilloso! Cuando me encontré frente al Morro, sentí una gran emoción y una alegría tan grande que tiré los guantes y la gabardina al suelo… Es muy andaluz eso de tirar algo o romper alguna cosa, una botella, un vaso cuando a uno le alegra algo…”

El poeta pasará los trámites de inmigración como cualquier hijo de vecino. Proviene de Tampa5