Génesis Alienígena - Gary Beene - E-Book

Génesis Alienígena E-Book

Gary Beene

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Beschreibung

En 1954, el almirante James Cortell despierta de un coma con recuerdos de una científica alienígena que había visitado la Tierra hace unos cincuenta mil años. Años después, se dio cuenta de que no podía llevarse ese conocimiento a la tumba.

Los visitantes extraterrestres alteraron el ADN de los homosapiens para crear nuevos humanos. Pronto, los magnates industriales de la raza alienígena se percatan de que los humanos genéticamente modificados ofrecen una fuente de mano de obra barata, y así nace el tráfico galáctico de esclavos. Cuando una mutación no planeada comienza a causar gigantismo en algunos de los sapiens, la doctora Kadeya y su nieto, Ramuell, viajan a la Tierra y planean rectificar la situación.

Cuando las facciones científicas e industriales de los gobernantes de la Tierra colapsan, Kadeya y Ramuell se ven metidos en medio. Pero detrás de bambalinas, un poder incluso mayor entra en juego, y muy pronto su futuro, y el futuro de las dos razas que habitan el planeta, cambiará para siempre.

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GÉNESIS ALIENÍGENA

LOS ÁNGELES DEL EDÉN LIBRO 1

GARY BEENE

TRADUCIDO PORNERIO BRACHO

Copyright (C) 2022 Gary Beene

Diseño de la maqueta y Copyright (C) 2022 de Next Chapter

Publicado en 2022 por Next Chapter

Arte de la cubierta por CoverMint

Editado por Ester Garcia

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con hechos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

Para Killian, Asher, Charlotte, Jerry y River

En el universo cuántico todo lo que puede ocurrir, ocurre.

ÍNDICE

Parte I

1. En el principio

2. La Llamada

3. Arboles, Oro, y LSD

Parte II

4. Montando neutrinos

Interludio #1

5. La vida pertenece a la vida

6. Aventura de toda una vida

7. De nuevo en casa

8. Ángeles y tubos de ensayo

9. Interrogatorios

Interludio #2

10. Llegada

11. Advertencia

12. Malos augurios

13. Engaños y amenazas

14. Un problema gigante

15. Plan de salida

16. Capas de invisibilidad

17. Escape

18. La Esfera Sapiens

19. ¿Casa segura?

20. Verdades, medias verdades y falsedades

21. Tierra Firme

22. Reunidos en el Sen

23. Una oportunidad para respirar

24. Una vergüenza compartida

25. El clan de los cuervos

26. Una historia de tres mundos

27. Daño útil y ayuda perjudicial

28. ¿Los héroes?

29. Declaraciones y coincidencias

30. Exoneración, implantes dentales y un nieto

31. Traición

32. Regreso a Roca Azul

33. El granero

34. Alas de polilla y feromonas

35. Custodia y protección

36. Encriptaciones, hospitales y bolsas para cadáveres

37. No es el Sen original

38. La quimera de las mil cabezas

39. Amigos de Melanka

40. El sentido de Sens

41. Oprit-Robia

42. Fantasmas por todas partes

43. La distracción

44. Juicio fallido

45. Torpe

46. Planes en tiempos de desafío

47. Angustia

48. Persiguiendo cuervos

49. Gritar « ¡Caos! » y soltar los Perros de Guerra

50. Reunión

51. Mediación de Beag

52. El pez y la pena

53. Rescate

54. Leyes, impuestos y lingotes

55. La táctica de Melanka

56. De vuelta a casa - Casi

57. Desafío

58. Una dura escalada, un duro aterrizaje y un corazón roto

59. Desterrado

60. Reunión

61. Cambio de guardia

62. Soluciones que no son

63. El terreno elevado

64. El espectáculo debe continuar

Interludio #3

65. He regresado

66. Planes, amenazas y demandas

67. Suficiente

68. ¡A las armas!

Parte III

Interludio #4

69. Nuevos viejos recuerdos

Interludio #5

Epílogo

Querido lector

Agradecimientos

Sobre el autor

PARTEUNO

CAPÍTULOUNO

EN EL PRINCIPIO

(HACE UNOS 50.000 AÑOS)

El propio aire se incendió.

Ramuell no sabía cuánto tiempo llevaba tumbado en el suelo de la cueva. Se sentía vacío, le dolía el pecho y no podía o no quería moverse. Poco a poco se dio cuenta de los silenciosos crujidos en otras partes de la cueva. No era el único superviviente. Se sumió en un sueño agitado, atormentado por los horrores que la gente de Domhan-Siol había conocido en el planeta Ghrain-3.

* * *

Un destello cegador y un rugido ensordecedor habían roto la madrugada. Todo lo que yacía suelto en el suelo del cañón fue absorbido violentamente por el aire. Nubes asfixiantes de tierra, piedras y ceniza hirvieron hacia el cielo. Los toldos de los portales frente a cada cueva habitada fueron arrancados de sus anclajes. Al instante, los pilares se hicieron añicos mientras se arremolinaban hacia el borde del cañón y los escombros voladores ardieron espontáneamente al llegar a las crestas.

Las personas y los animales que se encontraban fuera de las cuevas también fueron arrastrados por la vorágine. Todos los cuervos que se posaban en los árboles cercanos desaparecieron. Los niños pequeños fueron expulsados de las cuevas como si se tratara de un viento huracanado. Las personas con suficiente fuerza se anclaron en el interior aferrándose a rocas, raíces o estructuras de troncos encajadas en las grietas de las paredes.

Después de esos primeros segundos, los jadeos de Ramuell no pudieron llenar sus pulmones. Se dio cuenta de que el oxígeno se quemaba tan rápidamente a varios cientos de metros de altura que se estaba asfixiando. Esta comprensión intensificó su terror, y ese miedo se convirtió en pavor cuando la última imagen que vio antes de perder el conocimiento fue la de Dahl tambaleándose por la cueva, con la sangre rezumando por las orejas.

La siguiente vez que Ramuell se removió, alguien le ofreció agua de una bota de tripa. Tenía los ojos llenos de mucosidad y ceniza. Abrió los párpados con los dedos y fue consciente de una luz amarillenta que se filtraba desde la boca de la cueva. Se arrastró hasta la entrada y vio que los miles de árboles del suelo del cañón no eran más que tocones humeantes. La ceniza que caía lo cubría todo con varios centímetros de muerte gris. Bajó la cabeza y tuvo una arcada.

Podía oír gemidos y voces procedentes de las cuevas cercanas. Cuando una mujer gritó, Ramuell oyó que la gente se apresuraba a entrar en sus viviendas. Gritó: ─Permanezcan en sus cuevas hasta que el cielo deje de caer─. Sabía que respirar gran parte de la ceniza causaría seguramente enfermedades o, peor aún, podría ser radiactiva.

De pie, justo dentro de la boca de la cueva, Shiya empezó a pasar lista a los miembros del Clan del Cuervo: quién estaba herido, la gravedad de las lesiones y quién estaba ileso. Mediante un proceso de eliminación, calculó quiénes del Clan estaban desaparecidos, muertos o quizás todavía inconscientes. También preguntó por las reservas de comida y agua. Cuando completó el inventario, Ramuell se las arregló para sentarse con la espalda apoyada en una roca.

El pequeño Busasta sorprendió a Ramuell subiéndose a su regazo. Este cogió al pequeño en brazos y comenzó a llorar. Busasta no era hijo ni nieto de Ramuell, pero quería a este niño más allá de toda razón. Hacía tiempo que los viajeros Domhanianos se habían dado cuenta de que sus sentimientos por los indígenas del planeta eran, de hecho, un fenómeno ajeno a la razón, que esos sentimientos eran el producto de un misterioso tipo de experiencia extrasensorial.

Shiya se sentó junto a Ramuell. ─Dahl ha muerto─, dijo mientras jugaba a las palmas con Busasta, que se había retorcido hasta sentarse en el regazo de Ramuell. Shiya comenzó a recitar meticulosamente la información del pase de lista. Catorce personas del clan no habían respondido a sus llamadas. Tres de las cuevas no tenían agua potable. Era imposible saber si había reservas de alimentos , dado que no se sabía cuánto tiempo podría durar su aislamiento, cuánto tiempo caería la ceniza.

Tras hacer acopio de ingenio, Ramuell se levantó y se dirigió a su hueco en el fondo de la cueva. Desenterró un baúl impermeable. La gente del Clan sabía del baúl enterrado bajo sus pieles para dormir. Era objeto de un temor supersticioso, que Ramuell no hizo nada por disipar. Por primera vez en más de una década, se quitó el traje de vuelo tejido con fibras metálicas. Aunque no era tan seguro como un traje de materiales peligrosos, sería mejor que llevar sólo la ropa de cuero de los sapiens en la caída de la ceniza. También llevaba gafas y un respirador.

Al darse cuenta de que este atuendo asustaría a la ya traumatizada gente del clan, Ramuell se puso el traje de vuelo ajustado bajo su ropa de cuero. Se quitaría el casco inmediatamente después de entrar en cada cueva.

Cada caverna daba cobijo a entre tres y nueve personas, dependiendo del tamaño, la accesibilidad y las características. Ramuell había compartido una cueva con el anciano del Clan, Dahl, Sinepo, su hombre Maponus, y su hijo Busasta. Shiya, la huérfana que había crecido hasta convertirse en la hembra alfa del clan, también vivía en la cueva compartida.

Afortunadamente, Shiya y Ramuell habían repuesto el suministro de agua de su grupo la tarde anterior. Tenían tres estómagos de búfalo llenos, así como cuatro botas que contenían unos tres litros cada una.

Tomando las bolsas de bota, Ramuell corrió de cueva en cueva para suministrar agua y seguir evaluando la situación. No sabía qué esperar y no estaba preparado para lo que encontró.

Tres cuerpos yacían frente a una cueva. Debieron entrar en pánico y salir corriendo al intenso calor segundos después de la explosión. Las puntas de los dedos de los pies y de las manos se habían incendiado y el fuego se extendía por los brazos y las piernas. Un líquido rosado rezumaba de las extremidades chamuscadas y se acumulaba en el suelo. Ramuell estaba horrorizado y únicamente podía esperar que hubieran perdido el conocimiento inmediatamente; era probable que hubiera pasado al menos media hora antes de que la muerte les reclamara definitivamente.

En el interior, Ramuell encontró a otras seis personas. Dos estaban inconscientes. El calor extremo había calcinado sus cuerpos. Las ampollas se habían reventado y la piel colgaba de sus rostros, pechos y piernas como el musgo que se aferra a los árboles. A estos dos les quedaban pocas horas de vida. Las otras cuatro personas no tenían lesiones físicas, pero estaban tan traumatizadas que no respondían.

En la última cueva, Ramuell encontró a Anbron con su hija en el regazo. Las láminas de piel se desprendían del cuerpo de la niña. Anbron había quedado inconsciente y al despertar se dio cuenta de que el bebé había desaparecido. Presa del pánico, salió corriendo descalza de la cueva y encontró el cuerpo roto y quemado de su hija al pie del saliente de la roca, unos cuatro metros más abajo.

Ramuell pudo comprobar que la niña llevaba varias horas muerta. Tomó con cautela la mano de Anbron y la tocó en la carótida de su bebé. Mientras las lágrimas salían de los ojos de Anbron, esta exhaló un gemido de desesperación y le entregó el cadáver. Ramuell llevó al bebé mutilado a la caverna de la cripta. Regresó y llevó a Anbron, con los pies quemados, a la cueva de su hermana.

Al regresar a su propia cueva, se despojó de la ropa holgada del clan con bastante facilidad, pero al intentar quitarse el traje de vuelo le temblaban tanto las manos que no podía agarrar el tirador de la cremallera. Había ciertas convenciones sobre la vigilancia de una persona en sus aposentos «privados» dentro de una cueva compartida. Sin embargo, por preocupación, Shiya observaba los esfuerzos de Ramuell. Aunque nunca había visto una cremallera y no podía imaginar semejante dispositivo, se acercó y, tras una breve inspección, agarró la lengüeta del tirador y bajó la cremallera del traje desde el cuello hasta la entrepierna. Cuando Ramuell la miró con asombro, vio que no estaba mirando la cremallera. Shiya le miraba directamente a los ojos. Le cogió la mano y la apretó suavemente contra su vientre en gestación.

La mantuvo allí mientras Ramuell describía lo que había encontrado en las cuevas. Creía que la mayoría de los heridos del clan sobrevivirían, al menos durante un tiempo. Por supuesto, no tenía forma de explicar que si la ceniza que caía era radiactiva ninguno de ellos estaría vivo en un mes. Madam Curie estaba todavía decenas de miles de años en el futuro de Shiya.

* * *

Ramuell había fijado su residencia con los sapiens del Clan de los Cuervos tras su expulsión de la Misión Expedicionaria de Ghrain-3. El Clan habitaba en un grupo de cuevas metidas en acantilados de piedra caliza cerca del fondo de un profundo cañón. Un río fiable fluía casi hacia el este a través de esta sección del cañón. Los habitantes del clan recogían frutas, nueces, raíces y legumbres que crecían cerca de la orilla del río. Cazaban y recolectaban la mayor parte de la carne que consumían y complementaban su ingesta de proteínas con pescado, insectos, larvas y gusanos.

El hogar del Clan en el cañón era impresionantemente hermoso. Había sido un buen hogar, aunque la gente del clan carecía de muchas cosas. Pasarían miles de años antes de que la gente de este planeta contemplara siquiera cuáles podrían ser esas cosas. Carecían de cualquier conocimiento de la teoría de los gérmenes. Todavía no habían conceptualizado las herramientas necesarias para la agricultura. La medicina era un matrimonio entre la superstición y los remedios herbales. La muerte temprana era un hecho de la vida que la gente simplemente aceptaba. No conocían nada mejor. La vida era difícil, pero era la única que el Clan conocía o podía comprender.

Ramuell había sido el líder de un grupo de doce científicos Domhanianos encargados de estudiar la especie sapiens. Anticipándose a su exilio por el Gran Maestro Elyon, el grupo había «liberado» y repartido un alijo de equipos, armas y suministros de la estación en órbita. Ramuell había enterrado su parte del material en cajas impermeables bajo enormes rocas en un cañón lateral a pocos kilómetros río abajo de las viviendas del acantilado.

Mientras estaba tumbado en su cama de pieles, con las imágenes de sus amigos horriblemente quemados jugando de un lado a otro en su mente, contempló el siguiente movimiento. Si la lluvia radiactiva procedía de un dispositivo termonuclear, recuperar su detector de partículas radiactivas sería una marcha fúnebre. Sin embargo, en su recorrido por las cuevas no había visto ningún síntoma de síndrome de radiación agudo. Tal vez un viaje hacia el almacén de suministros sería seguro.

Si el Baluarte Serefim o los Beag-Liath habían detonado un artefacto con bajos rendimientos de radiactividad, cuanto antes partiera el clan, mayores serían sus posibilidades de supervivencia. Aunque no hubiera restos radiactivos en la lluvia radiactiva, el tremendo volumen de ceniza estaba contaminando el río, matando a los peces y envenenando el suelo. Dada la cantidad de calor que habían experimentado en el fondo del cañón, no había duda de que el bosque había sido diezmado en las mesetas por encima de los bordes del cañón. No habría madera para cocinar, y las inundaciones repentinas rugirían por el suelo cubierto de ceniza y por el cañón cuando el calor de principios de verano derritiera la nieve del invierno.

Mientras Ramuell se sumía en un sueño atormentado, su último pensamiento fue que, ya fuera por la muerte o por el destierro, su paraíso estaba perdido.

CAPÍTULODOS

LA LLAMADA

(2017 CE)

La llamada se produjo en una tarde de junio, justo cuando amainaba una de las tormentas monzónicas del norte de Nuevo México. Había sido un asunto violento con truenos que enviaron a la gata naranja a la seguridad del regazo de Carla y al pequeño gatito negro a su escondite bajo las mantas de nuestra cama. Habíamos salido para admirar un espectacular arco iris doble que enmarcaba las montañas Sangre de Cristo cuando Carla oyó sonar el teléfono. Unos instantes después, la seguí hasta la casa y me entregó el teléfono. Con los ojos muy abiertos por el asombro, dijo: ─El hombre ha dicho que es James Cortell.

Suponiendo que tenía que ser otro James Cortell, contesté al teléfono con un casual «Hola». No era otro James Cortell. Era el James Cortell que había servido durante dos mandatos como senador de su estado; el almirante James Cortell que, a pesar de su inclinación por el pacifismo, había servido a su nación como jefe del Estado Mayor Conjunto; el James Cortell que había pasado su vida, tanto en el servicio público como en la jubilación, tratando de animar a la humanidad a abrazar nuestros mejores ángeles.

─¿Puede poner el teléfono en el altavoz? Nos gustaría hablar con ambos. Tengo una propuesta que creo que les interesará... No entremos en detalles por teléfono... Si están interesados en reunirse con nosotros le diré a mi asistente que consiga sus datos para hacer los arreglos de viaje a la finca en Puerto Rico, pero debemos insistir en que por ahora ninguno de ustedes hable de esto con nadie... Sí, yo también estoy deseando conocerlos a los dos... Su primera visita será solo por una semana más o menos. Después de eso podemos pasar mucho más tiempo juntos. Espere un segundo, el Sr. Williams está cogiendo su tableta.

─Hola, soy Frank Williams. Así que, ¿en cuánto tiempo podrán salir? … En lugar de tener vecinos que cuiden a los animales, tal vez les gustaría contratar a una niñera de la casa... Ahora bien, si quiere hacer eso, me encargaré de que les transfieran algunos fondos para cubrir esos gastos... A finales de la próxima semana estará bien... Les reservaremos un viaje a Miami. El Capitán Roibal se reunirá con ustedes en la zona de recogida de equipajes. Él les llevará a Ponce en nuestro avión. Siguiendo con el comentario del almirante, no puedo dejar de insistir en la necesidad de absoluta confidencialidad. Confiamos mucho en su discreción─. ... Se rio, ─Sí, decirle a la gente que ganó unas vacaciones en el Caribe, estará bien. Está claro que ha dominado el guardar secretos sin decir mentiras... Yo también estoy deseando conocerlos a los dos la semana que viene.

* * *

Carla y yo nos sentamos en el salón mirándonos con incredulidad. Este tipo de cosas simplemente no sucedían. Aquella tarde aún no comprendíamos el verdadero poder del conocimiento, ni el desafío existencial de la duda.

CAPÍTULOTRES

ARBOLES, ORO, Y LSD

Dos días después, FedEx entregó un sobre con dos tarjetas de débito Visa prepagadas del First Citizens Bank por valor de 1.500 dólares. La dirección del remitente era la Fundación Internacional para la Agricultura Sostenible, 128 S. Tryon Street, Charlotte, Carolina del Norte. La nota adjunta era breve:

Esto debería ayudar a sufragar los gastos imprevistos que pueda tener relacionados con su viaje a Puerto Rico. Hasta pronto. - Frank Williams

Ese mismo día recibimos un correo electrónico del Sr. Williams con nuestro itinerario y la confirmación del vuelo. Saldríamos el jueves siguiente a las 8:30 de la mañana desde el Aeropuerto Internacional de Albuquerque, haciendo conexiones en Atlanta y llegando a Miami a las 5:00 de la tarde. La fecha del vuelo de regreso se dejó «abierta».

* * *

Desembarcamos y llegamos al carrusel de equipaje a eso de las 5:20 pm. Un hombre sorprendentemente guapo, de ojos verde-grisáceos, piel aceitunada y pelo oscuro ligeramente con canas, se acercó directamente a nosotros y nos tendió la mano. ─Supongo que ustedes son los Beene.

─Sí, lo somos, pero ¿cómo lo sabe?

Sonriendo, dijo: ─ninguna otra pareja entre la estampida de las escaleras mecánicas parecía encajar. Soy Chris Roibal. Si me siguen, avanzaremos rápidamente hacia la siguiente etapa de su aventura.

Confundido por el hecho de que parecíamos la pareja que «encajaba», pregunté: ─ Pero, ¿qué pasa con nuestro equipaje?

─Oh, me tomé la libertad de pedirle a la gente de Delta que transfieran su equipaje directamente a nuestra lanzadera, eso ahorra mucho tiempo. Si nos damos prisa podremos llegar a la Habana a tiempo para cenar con el jefe.

A la vez, Carla y yo exclamamos: ─ ¡¿Habana?!

─Sí, el almirante se reunió con el ministro de antigüedades y algunos oceanógrafos de la universidad.Quiere montar otra exploración en aguas profundas de unas ruinas que se encuentran a unos seiscientos metros bajo la superficie, a unas millas al oeste de la península de Guanahacabibes. Está convencido de que ese sitio es mucho más misterioso de lo que nadie se imagina. A lo largo de los años, su perspicacia ha demostrado ser asombrosa una y otra vez.

Carla miró a Chris durante un largo momento, y luego cambió su mirada hacia mí: ─Afortunadamente me acordé de coger nuestros pasaportes.

─¡Sí!─, dijo Chris. ─Cuando vengan a ver al almirante Cortell, traigan siempre, y digo siempre, su pasaporte. Nunca se sabe de una mañana a otra en qué lugar del planeta te puedes encontrar.

Tras el traslado de veinte minutos al Centro de Aviación General del Aeropuerto, la terminal utilizada por los aviones de negocios y las pequeñas aeronaves, el capitán Roibal nos condujo a la pista y directamente a un Hawker Beechcraft King Air 250 con un fuselaje blanco hueso y un árbol verde brillante pintado en la cola. Se trataba de un avión mucho más pequeño que el que se ajustaba a la zona de confort de Carla, pero la conducta empresarial del capitán durante la comprobación previa al vuelo reforzó su confianza, en cierto modo. Yo, por mi parte, estaba encantado con la perspectiva de volar en este elegante bimotor.

Una vez a bordo, nos sentíamos bastante embriagados con la perspectiva de ser los únicos pasajeros en el lujoso camarote de ocho plazas, ¡y eso que íbamos a Cuba! Somos lo suficientemente mayores como para tener recuerdos infantiles ambiguos de la revolución castrista, el fiasco de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles cubanos. Nunca habíamos soñado que algún día podríamos visitar a nuestro vecino insular más cercano.

El capitán Roibal nos explicó que llegaríamos al aeropuerto de Playa Baracoa en menos de una hora. A solo catorce millas de La Habana, la instalación fue una antigua base aérea de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Ahora se utiliza principalmente como aeropuerto de fácil salida para los VIP.

Chris, Carla y yo fuimos recibidos en el aeropuerto por un «taxi» de seis puertas que había sido fabricado cortando dos viejos coches Lada rusos de la década de 1960 y soldando las dos piezas para formar lo que se conoció como «limusinas del embargo». El viaje, sin suspensión moderna, era bastante más duro que nuestro vuelo sobre el Estrecho de Florida.

Después de unos minutos de viaje hacia el oeste por la autopista Carr Panamericana, la «limusina» Lada nos depositó en la finca de Ricardo Gómez y Dávila. Llegamos justo cuando se estaba sirviendo la cena. El señor Gómez y Dávila se levantó de un salto y nos hizo un gesto para que entráramos en la sala. A lo largo de una mesa de madera de cerezo había un buffet de marisco, ensalada verde, judías rojas y arroz.

Antes de que hubiéramos dado siquiera tres pasos en la sala, el ágil Almirante Cortell, de ochenta y ocho años, había llegado hasta nosotros. El capitán Roibal se puso en medio de nosotros e hizo las presentaciones con destreza. ─Caramba, ojalá yo pudiera hacer eso─. Bromeé. ─ ¡Me levanto por la mañana y compruebo mi carnet de conducir para recordar mi propio nombre!

Una mueca de asombro se dibujó en las comisuras de la boca del almirante. Se dirigió a Carla y le dijo: ─Entonces es bueno que la tenga a usted cerca para mantenerlo en la dirección correcta.

Se rompió el hielo y en el transcurso de esa cena germinaron relaciones que nos llevarían a todos a un viaje de exploración; una aventura transformadora hacia el pasado prehistórico.

* * *

A la mañana siguiente nos despertaron temprano y nos sirvieron un desayuno ligero y un café oscuro en nuestra habitación. En menos de una hora estábamos montados en un Lincoln Town Car L y de camino al aeropuerto. El almirante se disculpó por la hora tan temprana, explicando que era una persona matutina y que no le gustaba regresar a última hora del día a la finca cerca de Ponce, Puerto Rico.

Pronto estuvimos de nuevo a bordo del King Air 250, sentados en lujosos asientos de cuero a ambos lados de una pequeña mesa plegable. A los pocos minutos del despegue, el almirante entabló la conversación. Carla dijo: ─Espere un momento, almirante. ¿Le parece bien que me mueva y me siente a su lado? Con tanto ruido de motor, el audífono de Gary es prácticamente inútil. Puedo usar el lenguaje de signos para interpretarle cuando no entienda.

─Por supuesto, sería un tonto si rechazara una oferta así─, respondió el almirante, riéndose.

Cuando Carla se abrochó el cinturón en su nuevo asiento, Cortell comenzó de nuevo: ─Entonces, señor Beene, tengo entendido que usted cree en los ángeles.

Mi expresión debió de parecerse a la de un fotograma de vídeo congelado.

La alegría marcó el rostro arrugado del almirante. ─De acuerdo, pero usted escribió este artículo, ¿no es así? ─. De su maleta sacó una copia de un artículo de 2009 de «Mi opinión» que había escrito para el Santa Fe New Mexican. Un párrafo sobresalía de la página con neón HI-LITER. Clavando la hoja en la mesa con su dedo índice, el almirante Cortell la hizo girar y la deslizó hacia mí.

El párrafo decía:

«La manifestación de la decisión de adoptar la bondad como actitud hacia el mundo solamente puede expresarse mediante nuestras acciones. La decisión de ser amable es la más poderosa que puede tomar una persona. Debido al efecto mariposa, cada acto individual de bondad se transmite y mejora a través de las generaciones. Hay quienes simplemente llegan a esta vida comprendiendo esta realidad. Encarnan la bondad de forma intuitiva. Son personas extraordinarias. Son los ángeles que caminan entre nosotros».

Levanté la vista y dije: ─Sí, pero supongo que estaba hablando metafóricamente.

─Supongamos que le cuento una historia que demuestra que los ángeles son muy reales, que efectivamente caminan entre nosotros y que han estado entre nosotros durante muchos miles de años. Les he traído aquí para determinar si podríamos hacer algunos trabajos juntos. Estoy contemplando la posibilidad de escribir sobre la historia de esos ángeles; más concretamente, una historia de algunos ángeles caídos.

Miré a Carla. Su expresión era ilegible. Volviéndome hacia nuestro anfitrión, tartamudeé: ─Yo... ni siquiera sé qué decir.

─Oiga, soy un anciano y tiene que saber que no soy un viejo senil. Yo, en cambio, necesito saber si tiene la personalidad necesaria para afrontar un proyecto como este. He leído sus libros. Tiene la capacidad, pero hay mucha distancia entre «puedo hacerlo», «quiero hacerlo» y «lo haré». Esto no pretende ser peyorativo. Es la afirmación de un hecho.

─Bueno, las ventas de mis libros no apoyarían la idea de que he clavado la flecha de: «puedo hacerlo» ─, respondí.

─No, las ventas no fueron un factor en nuestras deliberaciones. De todos modos, hay un montón de basura que se vende bastante bien y un montón de buenos escritos que nunca se descubren entre los muchos millones de títulos de Amazon─. El almirante sonrió tímidamente y añadió: ─Pero no mancillemos nuestra relación tan pronto hablando de dinero.

─De acuerdo, pero déjeme hacerle una pregunta. ¿Cómo nos ha encontrado y por qué nos ha tenido en cuenta para este proyecto?

Sentado frente a él, observé cómo los mechones rubios y arenosos de su juventud habían dado paso al cabello blanco y fino que ahora cubría su cabeza, salvo una calva en la coronilla. El almirante no era un hombre grande. Puede que fuera uno de esos hombres que han encogido un poco con la edad. Una cosa que llamaba la atención era el tamaño de sus manos. Eran mucho más grandes de lo que cabría esperar en un hombre de su tamaño.

Se reclinó en su asiento y miró por la ventana, respiró profundamente y dijo: ─Sería cierto, pero no toda la verdad, si dijera que su estilo es lo que hemos estado buscando. Es más que eso. Le hemos seguido en Facebook y hemos leído artículos que ha escrito para periódicos y revistas. Hemos entrevistado a personas para las que ha trabajado y a personas que han trabajado para usted. Pido disculpas por esa violación de la intimidad, pero teníamos que sentirnos cómodos de que podíamos confiar en usted en cuanto a la naturaleza confidencial de lo que tenemos en mente.

─Les hemos invitado a pasar una semana más o menos con nosotros en la granja de árboles para calibrar su interés y determinar si tiene el temperamento necesario para este proyecto totalmente inverosímil.

El almirante se puso de pie y se dirigió a la cola en dirección al centro de refrigerios. ─ ¿Qué desea? Tenemos té, algunos refrescos y café recién hecho─. Con una sonrisa orgullosa dijo: ─¡Me encanta este avión!

* * *

A la mañana siguiente nos encontramos en una hacienda espaciosa y modestamente amueblada. La puerta principal se abría a un amplio porche con sillas giratorias. Carla y yo encontramos al almirante Cortell y a otro caballero sentados tranquilamente tomando café y observando el amanecer. Cuando oyeron cerrarse la puerta mosquitera, giraron sus sillas hacia nosotros y se pusieron en pie.

Con unos brazos largos que hacían juego con su metro ochenta, el apretón de manos del hombre negro y alto se extendía varios centímetros más allá de los del almirante. ─Hola, Gary, Carla, soy Frank Williams. Hablamos por teléfono hace unos días. ¿Qué tal el viaje?

─Hola, Sr. Williams.

─No, el Sr. Williams era mi padre. Debes llamarme Frank.

Sonriendo, le contesté: ─Bien, entonces, Frank. Sospecho, que gracias a tus esfuerzos, nuestro viaje no tuvo contratiempos.

─Nos sorprendió, en el buen sentido, nuestro desvío a Cuba─, añadió Carla.

Echando una mirada de reojo a Cortell, Frank respondió: ─Uhm, eso no estaba en el itinerario que había organizado.

─Oye, soy un hijo del complejo militar-industrial del siglo XX; no puedes tener una buena aventura sin incluir a algunos comunistas─, bromeó Cortell.

─Parecía que la villa del señor Gómez era demasiado burguesa para un comunista─, comenté.

Dirigiéndose a Frank, Carla dijo: ─A pesar de la aristocracia comunista, apreciamos sus esfuerzos por traernos aquí. Aunque no estamos muy seguros de dónde se encuentra «aquí».

Cortell dijo: ─Relájense y dejen que la experiencia los invada. Pronto entenderán nuestros propósitos, o no. Si llegan a entender lo que tenemos en mente, podrán decidir si quieren unirse a nuestro pequeño proyecto, o no. En cualquier caso, sean nuestros huéspedes y disfruten de su estancia.

En ese momento, una señora llevó un carrito al porche con una bandeja de huevos revueltos humeantes, un cuenco de patatas fritas, una bandeja de frutas tropicales y una cafetera. Alegremente, el almirante comentó: ─Ah, nada como la llegada de la comida y el café para puntuar un momento de «siéntanse como en casa». Lupita, tu sincronización es impecable─. Tomando a Carla por el codo, la guio hacia la mesa ovalada de la terraza.

Estábamos desplegando las servilletas cuando el capitán Roibal entró en el porche olfateando como un sabueso de caza y siguiendo su olfato hasta el carrito de la comida. No pude evitar pensar en lo injusta que es la vida. Un hombre no debería ser tan guapo a ninguna hora, y mucho menos de madrugada. Su encanto y simpatía eran irresistibles. Le dije: ─Buenos días, Capitán. ¿Quiere un café? ─ Me tendió una taza, que llené de la jarra térmica.

* * *

Esa misma mañana, el almirante me encontró husmeando en los cobertizos de la granja. Dijo: ─Justo donde esperaría encontrar a un viejo granjero.

Levanté la vista y contesté: ─Sí, y sé lo suficiente como para ver que se trata de una operación impresionante y bien financiada.

Asintiendo, Cortell estuvo de acuerdo: ─Sí, lo es, y estamos haciendo un trabajo importante aquí.

─Tengo una pregunta. ¿Qué llevó a un hombre de la Marina a cultivar árboles en la ladera de una montaña en Puerto Rico?

─Esa sí es una pregunta, ¿verdad? La respuesta corta es que sé mucho más que el tipo medio sobre ingeniería genética. Si decide unirse a nuestro proyecto, aprenderá cómo llegó a suceder. Mientras tanto, demos un paseo y le explicaré lo que la Fundación intenta hacer aquí. Nuestro objetivo es hacer que el cultivo a largo plazo de árboles de madera dura sea una empresa viable para los agricultores familiares del tercer mundo tropical.

─Verá, al ser humano le gusta la madera. Queremos y seguiremos queriendo maderas bonitas para muebles y materiales de construcción decorativos. Las plantaciones de árboles tienen su lugar, pero los acres monoespecíficos tienen un impacto medioambiental minúsculo en comparación con los bosques tropicales. La práctica actual de arrasar y quemar las maderas duras tropicales es insostenible y sencillamente errónea. Los bosques tropicales desempeñan un papel de enorme importancia en la biosfera de nuestro planeta, y la biodiversidad es un factor crítico. Varias especies crecen mejor durante sus primeros años de vida a la sombra de otros árboles. Con el paso del tiempo, crecen más que las especies del bosque benefactor. Ese proceso puede requerir un par de siglos.

─Aquí en la finca estamos tratando de acelerar esa dinámica plantando y entresacando selectivamente varias especies diferentes de árboles frondosos. El principal problema de sustituir la deforestación por el cultivo es la duración de la vida. La mayoría de las maderas duras crecen lentamente y viven mucho más que los agricultores humanos.

Caminábamos por un sendero muy trillado y bordeado de árboles, enredaderas y arbustos en flor. Era difícil imaginar que este bosque estuviera hecho por el hombre. Nos detuvimos un momento para contemplar la belleza. ─Estamos abordando el reto de la vida útil en dos frentes─, continuó Cortell. ─Estamos haciendo parte de nuestro trabajo a la antigua usanza, mediante la cría selectiva y los injertos. También molestamos a muchos de nuestros amigos ecologistas persiguiendo agresivamente la modificación genética de especies seleccionadas─. Con una pequeña sonrisa añadió: ─Por supuesto, solamente contratamos a ecologistas inteligentes, los que entienden que nuestros esfuerzos pueden ser la única esperanza real que tenemos para salvar los bosques tropicales.

Habíamos dado varios pasos más cuando se volvió hacia mí y me dijo: ─Dígame ¿qué sabe del ADN basura?

─Solo que la expresión es un nombre terriblemente inapropiado.

─Tiene razón─, respondió el almirante. ─De hecho, el término se refiere a un gran montón de material dentro del ADN que no codifica secuencias de proteínas. El término peyorativo, «ADN basura», se acuñó en los años 60, décadas antes de que mapeáramos el genoma.

─En el ADN no codificante ocurren muchas cosas realmente interesantes, pero la humanidad aún no ha llegado a arañar la superficie de lo que ocurre en la llamada basura. Seguro que ha oído que los humanos y los chimpancés comparten el 97% de su ADN. En un esfuerzo por reforzar sus tonterías sobre el mundo según el Génesis, los creacionistas afirman que únicamente un 75% del ADN humano/chimpancé es similar. En realidad, cuando incluimos el ADN basura en el cálculo, esa cifra está más cerca de ser correcta que la estimación del 97%.

─ ¿En serio? ¡Lo siguiente que va a decir es que la teoría del diseño inteligente es la verdad y que Darwin estaba fumando hierba en las Galápagos!

Cortell se detuvo en seco, me miró fijamente con una mirada penetrante y dijo: ─Sí, así es. Ahora no sé si Darwin fumaba hierba, pero le voy a decir que los humanos son el producto del diseño inteligente.

Me quedé con la boca abierta. El almirante dijo riendo. ─No se preocupe, Gary, no está en compañía de un loco, aunque durante muchos años me cuestioné mi cordura. Cuando digo que somos el producto de un diseño inteligente estoy hablando literalmente, pero para disgusto de nuestros amigos creacionistas ese diseño se produjo a lo largo de miles de años y sin todo el abracadabra teológico.

─Ahora se preguntará de qué demonios estoy hablando. Si decide venir a trabajar con nosotros, se va a quedar asombrado. No volverá a ver la vida de la misma manera.

Esa tarde le conté a Carla esta conversación. Ella observó que el último comentario del almirante era tan intrigante como desconcertante. Cuando le comenté su deseo de continuar la conversación en nuestro paseo de la mañana siguiente, ella insistió en acompañarnos. Dijo que escuchar un resumen de la conversación era «como oler la barbacoa de un vecino».

* * *

Los tres habíamos caminado en silencio durante unos minutos cuando el almirante dijo: ─Carla, ayer le estaba explicando a Gary que nuestra Fundación está tratando de abordar los problemas de la explotación de árboles de madera dura en dos frentes. Hablamos de aumentar la tasa de crecimiento de los árboles para acelerar la producción de madera lista para la cosecha. Nuestros esfuerzos se centran en la modificación del genoma de los árboles, así como en el desarrollo de protocolos de alimentación y fertilización. Como puede ver, estamos haciendo progresos─. Agitó sus enormes manos en un amplio arco hacia las plantas gigantes que se alzaban sobre nuestras cabezas.

Carla dijo: ─Una sociedad se hace grande cuando los ancianos plantan árboles a cuya sombra saben que nunca se sentarán.

El almirante la estudió por un momento y luego dijo: ─Ah, sí, algo de sabiduría griega─. Hizo una pausa, mirando hacia la copa del árbol. ─La cuestión es que los arboricultores tienen que comer, lo que nos lleva a nuestro segundo y quizás más molesto problema: la financiación. ¿Cómo convencemos a las naciones y al Banco Mundial para que financien por adelantado los esfuerzos agrícolas multigeneracionales? Incluso si nuestros esfuerzos de modificación genética son un éxito rotundo, la realidad es que muchas especies de árboles de madera dura plantados por los agricultores hoy serán probablemente cosechadas por sus nietos. Entonces, ¿de qué van a vivir las generaciones de esa familia durante el tiempo que transcurre entre la plantación y la transformación en madera vendible?

─Debemos desarrollar formas para que los agricultores se ganen la vida durante los años de trabajo que conlleva la cría de maderas duras. Nuestra fundación ha contratado a algunos de los economistas más innovadores y brillantes del mundo para que viertan sus intelectos combinados en ese vaso. Muchas de las ideas que salen de su grupo de reflexión son elegantemente sencillas, y la sencillez puede ser el factor más importante para vender la idea de criar en lugar de asesinar los bosques.

─Pero la articulación de la economía de nuestro proyecto es compleja debido a nuestra noción de riqueza, que va al corazón de lo que valoramos. Y lo que a los humanos se les enseñó a valorar se estropeó por completo hace muchos miles de años.

Caminamos unos pasos antes de que Carla picara el anzuelo: ─ ¿A qué se refiere?

─¡Al oro! Me refiero al oro─. Esperó varios segundos, dejando que la brusquedad de su respuesta se asentara. ─ ¿Se ha preguntado alguna vez por qué valoramos el oro?

Me burlé: ─Porque la industria joyera nos ha convencido de que, junto con los diamantes, es la expresión eterna del amor verdadero.

El almirante soltó una carcajada. ─Sí que lo han hecho, ¿verdad? ¡Qué bien por ellos! Pero ¿por qué? ¿Por qué el oro? Seguro que es hermoso y hace una joya preciosa. Es un metal maravilloso y fascinante. No se oxida, ni se empaña, ni se corroe. La máscara de oro del rey Tut estaba tan brillante cuando se redescubrió en 1922 como el día en que el faraón fue enterrado unos tres mil años antes.

─El oro es extraordinariamente conductor, capaz de transmitir incluso pequeñas corrientes eléctricas a temperaturas que van de menos setenta a cuatrocientos grados positivos. Es tan dúctil que una sola onza puede convertirse en un cable de casi cincuenta millas de largo. Es tan maleable que una onza puede enrollarse en una hoja de trescientos pies cuadrados. El oro de alta pureza puede reflejar el noventa y nueve por ciento de la radiación infrarroja. La combinación de maleabilidad y reflectividad es la razón por la que el oro se utiliza para los trajes espaciales de nuestros astronautas.

─Sin embargo, todas esas notables propiedades no pueden ni siquiera empezar a explicar por qué los humanos han valorado el oro desde la prehistoria. Esa letanía de cualidades del oro no era conocida ni podía ser comprendida por nuestros antiguos ancestros. Ni siquiera conocían la maleabilidad, la reflectividad y la radiación infrarroja. Entonces, ¿por qué los humanos han valorado el oro desde tiempos inmemoriales?

─Supongo, que porque es hermoso y raro─, respondí.

─Sabía que uno de ustedes diría eso porque es la tontería que hemos oído toda la vida. Todavía hoy vemos esa explicación. Miren esto.

El almirante sacó un teléfono inteligente del bolsillo de su pantalón de carga y comenzó a pulsar la pantalla. En un minuto abrió la página web «Historia de los metales». La parte superior del gráfico comenzaba con «Metales de la Antigüedad». Enumeraba los metales en orden ascendente de «descubrimiento». El oro fue el primer metal fundido hace unos ocho mil años. Unos mil ochocientos años después llegó el cobre y doscientos años después se empezó a trabajar con la plata.

Señalando la pantalla, Cortell dijo: ─Mire lo que dice aquí: «El hombre de la Edad de Piedra aprendió a fabricar joyas de oro. La popularidad del oro se debe en gran medida a su escasez, a su valor y a la fascinación de la humanidad por el metal».

Se quitó las gafas, miró primero a Carla y luego a mí y dijo: ─Así que ahí lo tienen, la prueba de que los humanos han valorado el oro durante ocho mil años porque es escaso y fascinante. ¡Qué tontería!

─ ¿Cómo iban a saber los pueblos antiguos que el oro era escaso? Aunque tiene una maravillosa conductividad, ductilidad, maleabilidad, etcétera, etcétera, ¿qué tenía que ver alguna de esas cosas con las necesidades de los cazadores-recolectores? Además de todas sus maravillosas cualidades, el oro es demasiado blando para las herramientas, la cerámica o cualquier dispositivo práctico imaginable que necesitaran nuestros antepasados prehistóricos.

─No fue hasta finales del siglo XX cuando surgió un uso industrial significativo del oro. ¿Sabía usted que cada año se extraen 2500 toneladas métricas de oro, pero solamente un 10% se vende para aplicaciones industriales? El cincuenta por ciento se vende para joyería y alrededor del cuarenta por ciento para inversión; en su mayor parte lo compran personas que se protegen contra el desastre económico. ¿Alguien cree realmente que nos comeríamos el oro si la civilización se derrumbara? ─, se burló. ─Si quieren invertir para un futuro distópico, compren y conserven las especias en bolsas selladas al vacío. Serían un producto mucho más valioso que el oro.

Agitando una mano delante de su cara, como si ahuyentara los pensamientos apocalípticos, continuó: ─La cuestión es que el valor del oro siempre ha sido artificioso, y lo sigue siendo hoy. Lo que nos lleva de nuevo a la pregunta: ¿por qué el oro? En realidad, supongo que la pregunta es tanto el por qué como el cómo.

─¿Qué quieres decir con «cómo»?─, preguntó Carla.

Señalando de nuevo su teléfono móvil, dijo: ─Mire, la arqueología nos dice que el hombre de la edad de piedra empezó a fabricar joyas de oro hace unos ocho mil años. Lo determinamos a partir de las tumbas desenterradas cerca del lago Varna, en Bulgaria, donde la gente estaba enterrada con joyas de oro.

─Como saben, las pepitas y los copos de oro se producen de forma natural y a veces aparecen brillando en los lechos de los arroyos.

─Sutter's Mill─, afirmé.

─¡Correcto! La teoría del oro aluvial propone que los cazadores y recolectores prehistóricos se fijaron en los objetos brillantes de los lechos de los arroyos. En algún momento, alguien colocó algunas pepitas en piedras de fogón, y voilá, el oro se fundió. Al ver que se enfriaba y se endurecía en la forma de la piedra, estos pueblos antiguos razonaron que podían hacer moldes de piedra y dar forma al oro en formas estéticamente agradables.

─El problema es que el oro se funde a más de 1.000 grados Fahrenheit, es decir, tres veces más que un fuego de leña a cielo abierto. Entonces, ¿nuestros ancestros prehistóricos construyeron una fragua? ¿O utilizaban carbón en lugar de madera para las hogueras? Los arqueólogos no han podido ofrecer respuestas concluyentes sobre cómo se fabricaron las joyas de oro del lago Verna.

─Incluso si se acepta la idea de que las primeras civilizaciones producían artefactos de oro utilizando oro aluvial, ¿en qué momento comenzaron a extraer mineral? Si bien es probable que hubiera suficiente oro por ahí para hacer pequeñas piezas de joyería y escultura, ciertamente no había suficiente oro aluvial para moldear las enormes piezas encontradas en Egipto. Hace más de cuatro mil años los egipcios ya producían alrededor de una tonelada de oro al año.

Dirigiéndose a Carla, dijo: ─¿Le mata esto de aburrimiento?

─No, estoy fascinada.

Guiñándole un ojo, continuó entusiasmado: ─Gracias por seguirle la corriente a un viejo marinero. Así que, para producir una tonelada al año, los antiguos egipcios tenían que fundir el oro del mineral. Este hecho plantea todo tipo de cuestiones confusas. En su estado aluvial, las pepitas o las escamas de oro son bastante obvias, pero el oro en los sedimentos de la mena no se parece realmente a esas llamativas chucherías.

─¿Acaso algún cazador se tropezó con una roca, la recogió y se dijo: "Hmmm, esta roca tiene oro?" A esta notable observación unió la epifanía de que podía desmenuzar la roca poniéndola al fuego. A continuación, podía machacar la roca desmenuzada en un mortero de piedra hasta reducirla a grava del tamaño de un guisante. A continuación, con piedras de molino, podía triturar la grava hasta que tuviera la consistencia de la harina, y luego frotar el polvo en una tabla inclinada, vertiendo agua sobre ella todo el tiempo. La materia de la piedra triturada se lavaba dejando el polvo de oro adherido a la madera. Por último, encendía un fuego de 1.900 grados, fundía el polvo y vertía el oro licuado en moldes hechos de sólo Dios sabe qué. Sería un conjunto de ideas bastante notable, ¿no creen?

─Tal vez demasiado notable─, respondí.

─¡Exactamente! Es totalmente absurdo. Y por eso la pregunta no es sólo por qué el oro, sino también cómo.

─Y supongo que usted va a responder a estas preguntas─, sugirió Carla.

─Puedo hacerlo, pero va a llevar una buena cantidad de su tiempo. Sería mejor pensar en esta conversación, así como en eso del diseño inteligente, como una tomadura de pelo.

Me reí:─Así que el diseño inteligente fue la tomadura de pelo de ayer, y guardó lo realmente creíble para hoy.

Para ese momento, ya habíamos dado una vuelta completa y habíamos vuelto a la hacienda. Con una cálida sonrisa, el almirante nos hizo un gesto con el dedo índice, se dio la vuelta, cruzó la veranda y entró por la puerta principal. La clase había terminado y nos habían despedido.

* * *

Pasamos los siguientes días paseando por la granja, entablando conversaciones estimulantes y saboreando la deliciosa cocina. La sexta noche le pregunté a Carla: ─¿Qué te parece?

Me contestó: ─Creo que el almirante tiene probablemente los ojos más llamativos que he visto nunca; no estoy segura de sí es el verde brillante o los anillos de motas doradas.

─Ohh, vamos...

Ella sonrió, ─Vale, creo que, si el almirante y Frank están intentando vendernos la idea de ir a trabajar para ellos, es una venta excesivamente blanda. Tal vez han decidido que no encajamos bien y son demasiado educados para decirnos que nos vayamos a casa.

* * *

Durante las cenas de las noches anteriores nos habían acompañado varias combinaciones de vecinos y dignatarios, científicos y economistas. Esta noche, la mesa estaba preparada sólo para cuatro personas. Llegamos justo cuando Frank entraba con el único Martini que le permitía al almirante cada noche.

─Ah, justo a tiempo─, declaró el almirante Cortell al entrar. ─Quizá esta sea una noche de dos martinis.

─Probablemente no─, respondió Frank con desgana mientras acercaba una silla a Carla.

─Bueno, no se puede culpar a un hombre por intentarlo, o eso dicen.

La conversación era afable y estimulante, pero parecía que no se estaba diciendo algo de gran importancia. De forma bastante abrupta, Frank se volvió hacia el almirante y dijo: ─Creo que es hora de que hablemos de negocios.

Sin perder el ritmo, Cortell pivotó para mirar hacia nosotros: ─El asunto es que soy un anciano. He llevado un extraordinario alijo de conocimientos en mi cabeza la mayor parte de mi vida. No he podido compartir estos conocimientos con nadie más que con Frank, y muchos años después con mi hija. Durante más de seis décadas he tomado numerosas notas y he grabado cientos de horas de lo que podríamos llamar recuerdos. He llegado a creer que sería imperdonable que me llevara estos recuerdos a la tumba, pero no tengo ni la capacidad ni los años suficientes para elaborar una narración coherente de esta increíble historia.

Levantando una mano y agitándola ligeramente, añadió: ─Ahora utilizo la palabra recuerdos con ligereza. Permítanme explicarme.

─Cuando era joven, apenas unos meses después de volver del servicio en la guerra de Corea, me puse bastante enfermo. Comenzó con fiebre, dolor muscular y luego un dolor de cabeza insoportable. Rayleen y yo vivíamos cerca de la base naval de Charleston, en Carolina del Sur. Llevaba un par de días demasiado enfermo para ir a trabajar. Volvía a nuestra cama después de ir al baño cuando me desplomé en la puerta de la habitación. Rayleen llamó a la clínica de la base y enviaron una ambulancia─. Rio suavemente, ─Yo era un poco más musculoso en esa época y Rayleen era sólo una niña. Es imposible que me haya arrastrado hasta el coche ella sola.

─Cuando llegamos al hospital local, había entrado en coma. A las pocas horas, el director médico había llamado a mi padre en Annapolis con un diagnóstico sombrío. Había contraído encefalitis equina oriental.─El personal médico estaba muy preocupado porque en aquella época casi una de cada cuatro personas infectadas moría por complicaciones del virus. Para empeorar aún más el pronóstico, el coma por encefalitis casi siempre provocaba graves daños cerebrales.

─Como saben, se necesitan recursos para acceder a una atención médica de alta calidad. Eso era cierto en 1954 y no lo es menos hoy. Afortunadamente para mí, mi familia tenía recursos, es decir, amigos en las altas esferas.

─Papá había sido comandante de un grupo de escolta de acorazados en el Atlántico Norte durante la Segunda Guerra Mundial. En uno de sus viajes por el Atlántico, un hombre llamado Leonard Scheele estaba a bordo de su barco. El coronel Scheele era un médico que iba a tomar el mando del Departamento Médico del Ejército en el teatro de operaciones de África. Papá y el Dr. Scheele se hicieron amigos en ese viaje. El destino quiso que en 1948 el Dr. Scheele fuera nombrado Cirujano General de los Estados Unidos. Nunca he sabido qué hilos se movieron, pero en doce horas me embarcaron en un avión militar de evacuación médica y me llevaron a Rochester, Minnesota. ¿Han estado alguna vez en la Clínica Mayo?

─Sí, de hecho, estuvimos allí hace unos años en su clínica de gastroenterología─, respondió Carla.

─¿Qué les pareció? ─, preguntó el almirante.

─El lugar es asombroso. Tuve algunas complicaciones graves relacionadas con mi artritis reumatoide. Tras meses de náuseas diarias dieron con el diagnóstico y me recuperé.

─Así que ya sabe─, continuó Cortell, ─si estás gravemente enfermo, Mayo es el lugar al que debes acudir. Y así fue también en 1954. No recuerdo nada de esto y solamente puedo contarle lo que me dijo Rayleen. Ella, un médico y una enfermera volaron conmigo desde Charleston. El personal médico nos esperaba e inmediatamente empezaron a tratar de reducir la inflamación del cerebro que suponían grave, a reducir mi fiebre que sabían que era peligrosamente alta, a hidratarme y a nutrirme. No sé exactamente qué tratamientos me recetaron. Lo que sí sé es que no desperté del coma tan rápido como hubieran querido.

─Ahora bien, el electroencefalograma no era una tecnología totalmente nueva, pero no era tan omnipresente ni avanzada como lo es hoy. La clínica de neurología Mayo probablemente tenía el equipo más sofisticado y el personal más cualificado del mundo en aquella época. Sin embargo, desde el momento en que me conectaron a los electrodos, los neurólogos se quedaron perplejos ante mi actividad cerebral.

─Según tengo entendido, esperaban ver un patrón particular de ondas theta y delta, quizás incluso algunas ondas alfa y mu dependiendo de la profundidad de mi coma. Se habrían sentido aliviados con ese patrón de electroencefalograma, ya que habría indicado que quizás estaba mínimamente consciente.

─En cambio, lo que encontraron fue un cerebro que corría a cuatro millas por minuto. Horas de ondas beta y gamma se intercalaban con períodos de alfa. De vez en cuando parecía que mi cerebro se había dormido durante un par de horas y el electroencefalograma solo registraba ondas delta y theta. Esto causó un gran revuelo desde la Clínica Mayo hasta la oficina del Cirujano General.

─En realidad no estaba en coma─, observé.

─No creo que haya un término médico que describa mi estado de conciencia durante esas once semanas─, respondió el almirante.

─¡Once semanas! ─ exclamó Carla.

─Sí. Mi cerebro funcionaba a toda máquina, pero no me desperté y no recuerdo haber oído ninguna conversación a mí alrededor durante once semanas. Entonces, un día, y lo recuerdo como si hubiera ocurrido hace una hora, abrí los ojos y vi a una enfermera marcando el papel en el portapapeles a los pies de mi cama. Dije: “Buenos días. ¿Cómo se llama?” Ella gritó, lanzó el portapapeles al aire y salió corriendo por la puerta. Corrió por el pasillo chillando─. Con voz de falsete, el almirante Cortell imitó a la enfermera: ─¡Está despierto, está despierto, está despierto! ¡Llamen al médico! ¡Llamen a la Sra. Cortell! ¡Está despierto!

Las manifestaciones del almirante eran tan divertidas que Carla y yo nos echamos a reír. Incluso Frank, que sin duda había escuchado la historia numerosas veces, soltó una risa gutural.

─Yo diría que ese momento de alegría merece un segundo martini, ¿no crees? ─ El almirante sujetó el vaso vacío por el tallo y lo agitó en dirección a Frank. Frank puso los ojos en blanco, arrebató la copa de la mano de Cortell y se dirigió a la cocina. ─Sí, así es. Pensé que podríamos convencer al siempre vigilante y siempre conservador señor Williams esta noche.

─¿Y qué pasó entonces? ─ Preguntó Carla.

─Ah, todo el mundo estaba riendo o llorando o ambas cosas. La sala estaba abarrotada de personal al que pronto se unieron Rayleen y un par de amigos. Me pincharon y pincharon; me tomaron la temperatura y la presión arterial docenas de veces. Me miraron las uñas de los pies y me dieron un masaje. Me hicieron demostrar mi fuerza de agarre y me miraron la garganta. Me miraron los oídos y el trasero. En retrospectiva, supongo que me divertía más que me confundía.

─Pronto dejó de ser divertido. Es difícil recuperar la fuerza después de estar tumbado durante tanto tiempo.

─Fue necesaria una terapia física exhaustiva para recuperar el vigor juvenil que, en cierta medida, me había definido antes de la enfermedad. Pero los retos físicos resultaron ser insignificantes en comparación con los problemas emocionales.

─Poco a poco fui tomando conciencia de pensamientos que no tenían sentido y de recuerdos que no podía ubicar. Una mañana se lo comenté a Rayleen y a mi médico. El médico me explicó que no era raro que las personas que salían del coma tuvieran trastornos del pensamiento.

─En aquella época, nuestra comprensión del coma era todavía bastante rudimentaria. Mi médico sugirió que tal vez estaba recordando sueños. Dado lo despierto y elocuente que estaba, nos aseguró que probablemente me recuperaría por completo. En otras palabras, «no se preocupe por estos pensamientos extraños, ya se le pasarán».

─Rayleen y yo nos sentimos naturalmente aliviados por sus seguridades. Desde ese momento Rayleen se convirtió en una roca de fuerza y en la voz de la razón. Tal vez por eso nunca fui capaz de contarle toda la irracional verdad. La historia que voy a contarle fue un secreto que persiguió a nuestro matrimonio de cincuenta y dos años. Me atormentaba y me irritaba de un modo que ni siquiera ahora puedo aceptar. Me digo a mí mismo que si ella me está observando, lo entiende y ha perdonado mi engaño. Me lo digo a mí mismo, pero solo puedo esperar que sea así. Supongo que mis sentimientos de culpa y ambivalencia se deben a que el engaño implicó que no le confiara la verdad─. La voz del almirante se quebró: ─...y por eso, no he podido perdonarme.

Frank acababa de regresar con los Martini. Se acercó y agarró el antebrazo de Cortell, apretándolo tranquilamente.

Nos sentamos en silencio durante un par de minutos esperando que el almirante continuara. ─Quizá por esa culpa decidí contárselo a nuestra hija, Kelsey, después de que Rayleen se fuera─. Con un resoplido añadió: ─Y ella ha tenido la amabilidad de ser una escéptica sin ser una negadora.

─Durante esos días en la clínica Mayo, cada mañana me despertaba con más y más recuerdos; más y más nociones de cosas sobre las que no podía saber. Y no solo surgían estas imágenes después de dormir. Estaba leyendo algo o mirando algo por la ventana y, de repente, me venía a la cabeza una idea o un recuerdo no deseado.

─Parecía que mi único alivio de los pensamientos locos llegaba mientras hacía fisioterapia. Así que traté de hacer ejercicio todo el tiempo. Al principio, el personal médico aplaudió mi tenacidad, pero quedó claro que mi régimen era demasiado compulsivo para ser loable. En realidad, escapar a la actividad física no funcionaba de todos modos. Después de ducharme y relajarme unos minutos, la compuerta del cerebro se abría a torrentes de nuevas ideas y recuerdos.

─Como suele ocurrir con la gente en medio de una crisis, creía que de alguna manera la geografía mitigaría el aprieto en el que me encontraba. Como estaba progresando tan bien físicamente, y como mantuve la boca cerrada sobre la confusión emocional, me dieron el alta para volver a Charleston en pocas semanas─. El almirante se rio entre dientes: ─Como puede suponer, la terapia de American Airlines no tuvo éxito. De hecho, el cambio de escenario solo pareció proporcionar más alimento para pensamientos nuevos y cada vez más perturbadores. De algún modo sabía que estas ideas no eran producto de los sueños. Pero como no tenía forma de entender lo que me pasaba, entraba cada vez más en la trampa.

─Aunque podía engañar a Rayleen sobre la fuente, no había forma de ocultar el hecho de que tenía problemas. Ella habló con nuestro médico. Yo estaba demasiado confundido, orgulloso, estúpido -elijan lo que quieran- para hacerlo yo mismo. Volvió a asegurarle que mis progresos eran notables, sobre todo teniendo en cuenta que los profesionales médicos habían creído que probablemente nunca me recuperaría.

─Esta vez no estaba tan tranquila. Tenía que volver a casa y ocuparse de un hombre que había salido del coma, pero que no quería salir de debajo de las sábanas. Estaba de baja médica prolongada. Mis oficiales al mando supusieron que era porque todavía estaba superando los efectos de la encefalitis, no porque estuviera demasiado deprimido para trabajar.

─Le dije a Rayleen que tenía que meterme en un hospital psiquiátrico─. Cortell apartó la mirada y resopló. ─Pero ella tenía una tía que sufría de depresión y entraba y salía de un centro en Georgia. En aquella época, un tratamiento rutinario para las personas con depresión grave era el electroshock. El protocolo consistía en atar a la persona a una mesa y disparar enormes descargas de electricidad a través del cerebro, normalmente sin el beneficio de la anestesia o los relajantes musculares. Durante una sesión, su tía Tabitha sufrió un ataque tan grave que se rompió el cúbito del brazo derecho. Casi siempre había una importante pérdida de memoria tras los tratamientos. Yo conocía el efecto secundario de la pérdida de memoria y esperaba que el electroshock pudiera borrar mis recuerdos no deseados. Por suerte, Rayleen se mantuvo firme en que nadie, en ninguna circunstancia, iba a conectarme a una máquina de terapia electroconvulsivo.

─Estaba demasiado confundido y deprimido como para tener la energía de discutir con ella. Empecé a creer que el daño cerebral me causaba alucinaciones. Hablamos de ir a ver a un psiquiatra, pero recuerden que era 1954. Rayleen decía que me apoyaría fuera cual fuera mi decisión. Entonces ella preguntó: “¿Si alguna vez se filtra que has visto a un psiquiatra, estarías dispuesto a jubilarte en veinte años?” Su pregunta me tomó por sorpresa. En realidad, nunca había pensado en el impacto que mi enfermedad mental tendría en mi carrera. Siempre me había visto como capitán de un barco en el futuro.

─Así que tomé la decisión de recuperarme, ¡cómo si fuera así de simple! El hecho de que fuera capaz de salir de la cama, ponerme el uniforme e ir a trabajar no hacía que mis alucinaciones desaparecieran. Creí que estaba perdiendo el juicio, mientras la colección de recuerdos seguía creciendo y me encontraba teniendo conversaciones con gente que podía recordar pero que no conocía, gente que ni siquiera se parecía a nosotros.

─Era capaz de hacer mi trabajo lo suficientemente bien, supongo. Sonreía y hablaba con seguridad. Reía las bromas apropiadas y sancionaba a los marineros por las no apropiadas. La gente de la base se abrían camino para darme la bienvenida. Era amado y respetado. Me tendrían que haber dado un Óscar. Pero cada vez que llegaba a casa por la noche, caía rendido en la cama por el agotamiento al fingir. Perdí mucho peso por saltarme las cenas con bastante frecuencia.

─Finalmente, estaba tan desesperado que hablé con mi padre sobre lo que estaba ocurriendo. No le conté la naturaleza exacta de mis alucinaciones, pero le compartí lo suficiente para que entendiera que tenía problemas. Le conté que Rayleen estaba agitada, pero se mantenía firme.

─De nuevo, mi padre volvió a llamar al cirujano general Scheele, y de nuevo tiró de los hilos. Me asignaron temporalmente a la Embajada americana en Gran bretaña. Esa era nuestra coartada. La verdadera razón por la que fui a Gran Bretaña fue para ver a un doctor llamado Ronald Sandison en el hospital Powick, cerca de Worcester.

─Era un viaje de unas dos horas de Londres a Worcester. Cada vez que tenía un par de días libres, Rayleen conseguía un coche e íbamos a pasar la noche a una taberna. Vi al doctor Sandison varias veces para lo que él llamaba una evaluación diagnóstica. Su equipo realizaba un examen físico exhaustivo y él nos entrevistaba a mí y a Rayleen de la misma forma.