Geografía contemporánea - Ulises Sepúlveda S. - E-Book

Geografía contemporánea E-Book

Ulises Sepúlveda S.

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Beschreibung

La praxis de la Geografía contemporánea nos sitúa ante la producción disciplinar en cuanto a sus elementos teóricos y prácticos, que se relacionan directamente con las personas que los producen, respondiendo a la óptica de quienes vienen desarrollando el conocimiento de la disciplina. Este primer tomo nos invita a comprender perspectivas del pensamiento y categorías espaciales, así como también a observar la deriva de los procesos urbanos.

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GEOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA

Tomo 1 - Pensar y hacer desde los territorios

Ulises Sepúlveda S.

Francisco Maturana Miranda

Osvaldo Muniz Solari

Marcela Palomino-Schalscha

Ediciones Universidad Alberto Hurtado

Alameda 1869 – Santiago de Chile

[email protected] – 56-228897726

www.uahurtado.cl

Los libros de Ediciones UAH poseen tres instancias de evaluación: comité científico de la colección, comité editorial multidisciplinario y sistema de referato ciego. Este libro fue sometido a las tres instancias de evaluación.

ISBN libro impreso: 978-956-357-315-2

ISBN libro digital: 978-956-357-316-9

Coordinador colección Geografía

Rodolfo Quiroz

Dirección editorial

Alejandra Stevenson Valdés

Editora ejecutiva

Beatriz García-Huidobro

Diseño interior

Elba Peña

Diseño de colección y portada

Francisca Toral

Imagen de portada: Istock

Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright,

la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

Prólogo

PRIMERA PARTEPensando las geografías contemporáneas

Repensando “el campo” en la geografía culturalStuart C. Aitken

La producción social del espacio. Sobre la actualidad del “giro espacial” en Henri LefebvreRoberto Vargas Muñoz y Angelo Narváez León

Reestructuraciones teóricas y aprendizajes geográficos: ¿Estamos donde mismo? Y si avanzamos, ¿hacia dónde vamos?Abraham Paulsen Bilbao y Alejandro Díaz Medalla

¿Y si todo es producción de escala? Sujeto, ontología y lugar para la comprensión del mundo contemporáneoUlises Sepúlveda y Víctor Cobs Muñoz

Geografía de la infancia, justicia existencial y amorosidad espacialJader Janer Moreira Lopes

Nuevas regiones climáticas. El espacio bajo escenarios de cambio climáticoJosé Araos E.

SEGUNDA PARTECiudad, territorio, urbanidad

Desde las personas a la ciudad y a los sistemas de ciudades. Aproximación a conceptos y métodos en geografía urbana para su estudioFrancisco Maturana y Horacio Samaniego

Las mil muertes de la región y sus alternativas de resurrecciónVoltaire Alvarado Peterson, Federico Arenas Vásquez y Rodrigo Hidalgo Dattwyler

Geografía del transporte y de la movilidad como campo y método emergente de análisis territorialAlejandro Cortés Salinas y Loreto Rojas Symmes

Aportes para una geografía del circuito inmobiliarioIvo R. Gasic Klett

Prólogo

Osvaldo Muniz

Este libro busca visualizar el aporte de la formación en geografía desde distintos contextos y situaciones profesionales y académicas, con la finalidad de promover la comprensión contemporánea de la disciplina. Por lo mismo, las contribuciones al libro vienen desde el mundo profesional, universitario y de la formación escolar. En este libro, la formación no está pensada solo en las formas prácticas o metodológicas de enseñanza-aprendizaje de la geografía, sino más bien en el sentido de praxis vinculadas a la disciplina, donde los elementos teóricos y prácticos desarrollados por distintos profesionales y académicos del campo han permitido nuevos compromisos con el pensamiento y la acción, es decir, con sus propias praxis geográficas.

De manera particular y conjunta, las ramas de la geografía han presentado potentes evoluciones que nos ayudan a comprender las formas resultantes que se dan en los territorios producto de interacciones sociales, culturales, inmateriales y naturales. Los efectos de estas interacciones se visibilizan e impactan en el territorio, donde tal articulación físico-humana aporta una singularidad particular a la geografía, enriqueciendo el análisis espacial gracias a cada uno de sus subcomponentes.

En el contexto de la evolución, nuestra actualidad evidencia rápidos y profundos cambios que complejizan el sistema territorial y, en esa medida, afirman la necesaria existencia de geógrafos y geógrafas capaces de dar respuesta a tales desafíos. Dado que por definición la geografía es “la disciplina” que estudia la localización de los fenómenos y las formas espaciales en que se propagan, así como las variaciones espacio temporales y escalares, los flujos de intercambios, las nociones de territorio, espacio y frontera, entre muchos otros aspectos que se manifiestan en el complejo sistema territorial, su rol protagónico en el mundo actual resulta incuestionable e ineludible.

Por lo anterior, el desafío de comprender y analizar los conceptos contemporáneos y formas de aplicación de la geografía en sus diversos ámbitos adquiere relevancia, y en este libro se reúne a un conjunto de investigadores, profesionales y educadores —en su gran mayoría geógrafos y geógrafas— para reflexionar en torno a tales conceptos y formas.

Así, planteamos dos aspectos fundamentales que contribuyen en tal dirección. El primer aspecto, que constituye el espíritu de este libro, se vincula a que la geografía, en el caso chileno, es una disciplina que poco a poco ha recuperado protagonismo en el debate social contemporáneo, cuestión que ya ha sucedido en otras latitudes desde la aparición del llamado “giro espacial”. El giro espacial ha permitido que diferentes disciplinas consideren al “espacio” como un elemento relevante a la hora de comprender las relaciones de los procesos sociales, ambientales y subjetivos. De alguna manera, este libro se propone fundamentar y divulgar este sentido de urgencia espacial desde la disciplina geográfica, invitando al lector a recuperar y a comprender una diversidad de elementos geográficos relevantes en la actualidad.

El segundo aspecto se relaciona con la propuesta en este libro de un paisaje de igualdad entre diferentes lugares de construcción de sentido espacial. Es decir, la puesta en valor de la geografía educativa, la formación geográfica, como también de los aspectos teóricos vinculados con la disciplina. Se trata, entonces, de un libro polisémico que busca comprender lo que se está haciendo en geografía en otros espacios, colaborando de esta manera a que la compartimentación moderna del saber geográfico no destruya las conexiones necesarias que un lector puede hacer con otras perspectivas disciplinares.

La invitación realizada a los autores que han contribuido en este libro consideraba que ellos se expresaran en relación a elementos que desde sus perspectivas estimaran importantes en la formación en geografía, dado que este libro se concibe como un insumo de formación en la disciplina.

Para tal efecto, este libro lo hemos estructurado en cuatro partes y contiene veintidós capítulos. La primera parte, “Pensando las geografías contemporáneas”, trata sobre los elementos morales, epistémicos y sociales relevantes para la formación en geografía, en los distintos contextos de desarrollo de vida profesional y/o académica.

Stuart Aitken, en el texto “Repensando ‘el campo’ en la Geografía Cultural”, nos sumerge en las actuales concepciones del campo de esta perspectiva disciplinar, con énfasis en el rol de geógrafos y geógrafas en relación con el trabajo de campo, donde —siguiendo a Sauer— no se ha perdido la necesidad de estar conectado con lo que sucede, conectado con la vida misma, la propia y la de los demás, estar “en el lugar”. Es en el “lugar”, precisamente, donde se construyen los sentidos y lenguajes de las microgeografías: poder, género, raza y clase, traducidas a códigos particulares que tensionan al investigador, su experiencia y las experiencias de los lugares investigados en lo que respecta a su complejidad e inmediatez.

Roberto Vargas y Angelo Narváez, en “La producción social del espacio. Sobre la actualidad del ‘giro espacial’ en Henri Lefebvre”, nos introducen en la vigencia del “giro espacial” propuesto por el pensador francés, mediante un agudo análisis filosófico y conceptual de la idea de “giro”. Asimismo, nos introducen en el análisis de “La producción del espacio”, señalando el impacto de las conceptualizaciones del texto de Lefebvre en las ciencias sociales contemporáneas, con especial énfasis en las implicancias para la geografía. En el desarrollo de esta propuesta también se hace una revisión a la propuesta de “giro espacial”, que ha permeado diferentes dispositivos sociales de la actualidad.

Abraham Paulsen y Alejandro Díaz, en el texto “Reestructuraciones teóricas y aprendizajes geográficos: ¿Estamos donde mismo? Y si avanzamos, ¿hacia dónde vamos?”, nos introducen en la discusión filosófica y epistémica respecto de los procesos de legalización, el cuerpo y las relaciones en la “geographic literacy”. De esta forma, el rol de la posfenomenología será fundamental para comprender el funcionamiento de los procesos contemporáneos de enseñanza-aprendizaje de la geografía: los elementos anteriores se radicalizan con la inclusión de las geotecnologías a los procesos de comprensión del mundo.

Ulises Sepúlveda y Víctor Cobs nos invitan a reflexionar sobre el concepto de “escala”. En el artículo, ambos autores proponen elementos para comprender la producción de escala más allá de lo operativo y cartográfico, centrándose más bien en aquellos elementos que inciden en la producción y comprensión de la escala desde una perspectiva que considera a los sujetos, los lugares y la ontología.

Jader Janer nos invita a reflexionar sobre la geografía de la infancia, en la que los niños y las niñas se presentan como actores con voz propia y sentido de construcción cultural, a lo que el autor se refiere en términos de “autoría infantil”. En su texto, Janer propone además una definición de “amorosidad” espacial como fenómeno constructor de saberes espaciales que deben ser relevados en la disputa de los discursos sociales.

Finalmente, José Araos nos invita a comprender la realidad geográfica en el actual escenario de cambio climático. Dado que la influencia humana ha generado cambios en el planeta, Araos señala la urgencia con que debe tomarse en cuenta los diferentes impactos globales y locales que dicho cambio produce, toda vez que involucra tanto problemáticas de orden social como desafíos críticos de orden educativo.

La segunda parte de este libro, titulada “Ciudad, territorio, urbanidad”, se compone de cuatro capítulos y su finalidad es debatir en torno a tópicos fundamentales de la organización del espacio, lo urbano, y elementos teóricos vinculados a estos. En el primer capítulo, Francisco Maturana aborda la teoría evolutiva de las ciudades planteada por la geógrafa francesa Denise Pumain, como también algunos métodos cuantitativos que permiten comprender la noción de ciudad y sistema de ciudades en base a las interacciones y escalas espacio temporales que se articulan.

En el siguiente capítulo, Voltaire Alvarado, Federico Arenas y Rodrigo Hidalgo debaten en torno al concepto de “región” y su alcance en el ámbito profesional y científico nacional en cuanto a los estudios de este espacio, para finalmente reflexionar en torno a los desafíos y nuevas perspectivas de esta unidad espacial a partir de las nuevas atribuciones que impactarán a tal delimitación, emanadas de las reformas en materia de descentralización.

Posteriormente, Alejandro Cortés y Loreto Rojas debaten en torno a la geografía del transporte y la movilidad, presentando cómo se ha articulado este concepto al interior de la ciencia geográfica, la emergencia de los estudios que tratan de ella, el apoyo y el impacto de la geotecnología en la reconfiguración de tales estudios, para finalmente indagar en torno a los desafíos y oportunidades de la disciplina geográfica en cuanto a su vínculo con el transporte y la movilidad.

La segunda parte concluye con el trabajo de Ivo Gasic, “Aportes para una geografía del circuito inmobiliario”, que presenta desde un punto de vista teórico y desde la geografía el concepto de lo “inmobiliario” y de renta, estableciendo las relaciones de tales elementos con la teoría del spatial fix de David Harvey.

La tercera parte de este libro, “Formación universitaria en geografía”, se compone de seis contribuciones en las que se abordan los vínculos de la geografía con la educación, particularmente universitaria. El primer trabajo, propuesto por Sonia Vanzella e Igor Rafael de Paula, se titula “Recontextualizando la educación geográfica por medio del pensamiento espacial y del raciocinio geográfico”. El objetivo central de este texto es poner de manifiesto cómo tales elementos de pensamiento y raciocino desde la geografía, pueden estar presentes en las prácticas pedagógicas, destacando la relevancia de la información y de las representaciones espaciales.

Posteriormente, una segunda contribución, realizada por Carla Marchant y Nicolás Cárcamo, plantea los desafíos de enseñar geografía en el contexto universitario, fomentando el pensamiento crítico espacial. A partir de experiencias obtenidas en el aula y en el trabajo de campo, los autores destacan los métodos que permiten generar capacidades de pensamiento crítico espacial con diferentes grados de complejidad.

A continuación, Osvaldo Muñiz presenta en su artículo el Modelo de Aprendizaje Combinado para la resolución de problemas geográficos. Modelo de enseñanza que se sostiene mediante un procedimiento online y presencial y que sirve para resolver desafíos espaciales. En el texto, además, se presentan las experiencias resultantes de la aplicación de tal modelo en estudiantes en un curso semestral de pregrado dictado por el Departamento de Geografía de la Universidad Estatal de Texas, destacando sus potencialidades para el aprendizaje disciplinar.

Un cuarto trabajo desarrollado por Amparo Gallegos, Pilar González y Alejandra Díaz nos presenta la importancia de la reflexión en la acción a partir de un modelo de prácticas progresivas, circunscrita en el conocimiento profesional del geógrafo. Las autoras plantean la necesidad de dar cuenta de las posibilidades de recuperar y validar el conocimiento profesional, en función de experiencias y talleres de investigación e intervención de las categorías de análisis: lugar, territorio y paisaje.

Finalmente, Marcelo Garrido plantea en su contribución los desafíos que implica para geógrafas y geógrafos el trabajo de campo y el desarrollo del pensamiento geográfico. Desafíos circunscritos en la formación específica de geógrafas y geógrafos en Chile, enfatizando las condiciones estructurales que definen la instalación de trayectorias y promesas formativas.

Una vez concluida la tercera parte, estimamos oportuno generar un debate en torno a la educación escolar. Para tal efecto, se propone en este libro una cuarta y última parte, titulada “Formación en geografía escolar”, cuyo objetivo consiste en visibilizar las experiencias desarrolladas por docentes e investigadores en geografía escolar con el fin de poner de relieve su participación en el actual debate de la disciplina, dado que el discurso espacial que construyen es tanto o más relevante que el producido por geógrafos académicos y disciplinares.

Fernando Peña, Francisco Muñoz, Mónica Kaechele y Jimmy Pincheira dan cuenta de los resultados de una investigación de las representaciones sociales sobre riesgos socionaturales, realizada por estudiantes de educación básica y media de la macro zona sur de Chile. Este estudio permite observar cómo las representaciones de los estudiantes se construyen desde diversas fuentes, las cuales refieren a la experiencia vivida, a los relatos, a los medios de comunicación, a los hitos o eventos históricos de desastres naturales y a las características geográficas de los asentamientos.

Helena Copetti Callai, en “El estudio de la ciudad en la geografía escolar”, valora dicho estudio como un contexto de formación ciudadana y de responsabilidad social indispensable y necesario para la formación en geografía del mundo contemporáneo. El principal debate que propone la autora se centra en enseñar la ciudad o enseñar a pensar la ciudad, aportando diferentes directrices metodológicas que permitan realizar un ejercicio efectivo de dicha enseñanza y pensamiento.

Nubia Moreno Lache y Alexánder Cely Rodríguez, en el artículo “Ciudad, espacio público y ciudadanía: una alternativa para la enseñanza de la geografía”, señalan la importancia del espacio público como eje articulador de la enseñanza de la geografía para alcanzar una ciudadanía activa y responsable. En el artículo, la ciudad es entendida como un ente complejo capaz de entregar a los ciudadanos elementos para comprender los dilemas de diversa índole —cotidianos, ambientales, culturales, económicos, entre otros— que tienen su expresión en la ciudad.

Felipe Kong, por su parte, nos introduce en la producción curricular de la geografía con su propuesta de una “Historia reciente de la enseñanza de la geografía en Chile: un análisis curricular durante el período de dictadura militar”. En el texto se observa cómo se han constituido los elementos básicos de la geografía escolar que predominan hasta el día de hoy, mediante un análisis que abarca la propuesta de regionalización, la geopolítica y la mirada técnica de los territorios.

Verónica Salgado nos presenta su artículo “Las relaciones ser humano y medio como clave metodológica para la enseñanza de la producción espacial”. En él, la autora señala la relevancia de las redes de elementos en la formación de futuros profesores de historia y ciencias sociales. Asimismo, comenta las experiencias exitosas de formación de profesores y profesoras de didáctica de las ciencias sociales, principalmente vinculadas a la dinámica de las relaciones ser humano y medio, en clave de aprendizajes escolares.

Andoni Arenas, Brenda Ampuero y Patricio Pérez, en su artículo “Aprender de los territorios en que vivimos para enseñar los territorios que queremos”, nos introducen en el concepto de “territorio” y en las implicancias de la enseñanza-aprendizaje de este, mediante experiencias de formación, experiencias docentes y elementos teóricos. Para señalar, finalmente, que la experiencia espacial de los actores es la base principal de la comprensión territorial.

Por último, Nidia Sandoval nos introduce en el aprendizaje de conceptos de la disciplina geográfica con su propuesta: “¿Glosario de términos o aprendizaje conceptual en geografía?”. En esta, además, presenta una investigación-acción cuya finalidad es aportar un camino y un ejemplo metodológico a quienes estén interesados en el aprendizaje de los conceptos en geografía escolar.

Esperamos que el presente libro, dedicado a la enseñanza-aprendizaje de la geografía, como también al estudio de sus problemáticas conceptuales, sea del agrado de diferentes lectores con diferentes intereses, tal como se ha previsto en la diversidad temática de los textos que presentamos. De esta manera, el equipo editorial que ha dado forma a este libro espera nutrir tanto a la disciplina en general como a otros entornos profesionales y académicos.

PRIMERA PARTE

Pensando las geografías contemporáneas

Repensando “el campo”en la geografía cultural1

Stuart C. Aitken2

Traducción realizada por Víctor Cobs-Muñoz, Deparment of Spatial Planning, TU Dortmund, Alemania

La investigación de campo ha sido una parte prominente de la geografía cultural desde las primeras técnicas de observación iniciadas por Carl Sauer (1956). Para Sauer se trataba de tomarse el tiempo, ponderar, moverse lentamente y reflexionar. Estar allí, en el campo, a menudo se representa como un ejercicio de devoción y frustración y, si se tiene suerte, cuidado, catarsis, y, en última instancia, un resultado productivo en forma de un informe o publicación que lo cambie a usted, a sus participantes y, tal vez, también políticas. Hoy en día, las prácticas de campo se reclaman con una devoción crítica y etnográfica infalible para conectarse con personas reales en lugares reales; se fomenta la frustración en torno a la continua necesidad de rectificar los marcos teóricos y conceptuales que no encajan fácilmente con lo que se encuentra en el campo; y tal vez la preocupación y la catarsis provienen de la claridad emocional de que “estar allí”, conectar con las personas, es precisamente nuestro proyecto, si es que no también el trabajo de nuestra vida. Quizás, además, una respuesta catártica a la frustración permite el abandono de nociones preconcebidas, liberándonos de las debilitantes restricciones teóricas y metodológicas. Desde un punto de vista práctico, el trabajo de campo a menudo se experimenta como avance minucioso, una fluencia glacial hacia algún resultado académico o profesional: una evaluación, un informe, desarrollo de capacidades, una tesis, defensa o una publicación. A medida que nos anticipamos a dejar el campo, al percibir el final de esta parte de la investigación, es probable que ocurran dos cosas: primero, llegamos a conocer el trabajo de campo como un acto de servicio, así como un ejercicio de devoción, frustración, cuidado y catarsis, y, en segundo lugar, el llamado campo se resuelve a sí mismo como en todas partes y en todo momento. Lo que hacemos a continuación —pensar, compilar, transcribir, reflexionar, escribir— se trata tanto del trabajo de campo como de estar allí, involucrándose y conectándose. Separar cualquiera de las acciones de este complejo conjunto es artificial y, diría, francamente deshonesto.

Lo que quiero hacer con este trabajo es centrarme en el trabajo de campo geográfico como una práctica continua y fluida que no se trata del campo ni del trabajo, sino que ¡se trata del campo, la vida y el trabajo! Para aquellas personas que centramos nuestra investigación en la geografía cultural, esto se convierte en una perspectiva desalentadora que, sin embargo, es una hermosa oportunidad. Como geógrafas y geógrafos culturales, estamos bajo el compromiso de las complejidades de la vida diaria en la medida en que la investigación, la vida y el trabajo están indisolublemente mezclados. Durante varios años he argumentado que los debates en geografía cultural están fuera de lugar cuando se centran en la mecánica y la logística del diseño de la investigación, en lugar de las metodologías que reflejan y refractan los matices de las vidas compartidas de las personas y sus historias complejamente negociadas (Aitken, 2001b: 74). Parte de lo que quiero argumentar aquí, es que no debemos perder los matices de la complejidad, y otra parte, es que debemos prestar atención a las consecuencias éticas y cargadas de poder de sondear las historias de personas y lugares. Con este trabajo, exploro estas contradicciones y cuestionamientos a través de tres contextos de la vida cotidiana en los que nosotros, como geógrafas y geógrafos culturales, estamos insertos de manera inextricable.

Primero, al observar el lugar dónde nos encontramos, sostengo que nunca es apropiado descartar el poder de los contextos conectados, de los ensamblajes que se unen por un momento en un lugar en particular, y luego desaparecen para tal vez reaparecer, pero nunca exactamente de la misma forma. Segundo, sugiero que nuestra conexión (connectedness) con el lugar y con otras personas se trata de la throwntogetherness3 (neologismo con referencia a la aletoriedad del encuentro), que es un sentido de la casualidad tan político y espiritual como metodológico. Finalmente, sostengo que nuestros planes desesperados, nuestros artilugios teóricos y metodológicos tan cuidadosamente propuestos —y, quizás también, algunas de nuestras dedicadas consideraciones éticas— no valen nada frente al momento, que se reduce a la inmediatez de un encuentro (estar allí), conectando en un momento particular, en un lugar particular, a una persona en particular. La inmediatez exige nuestra atención y acción, y una humanidad que no siempre puede ser presagiada por consideraciones éticas reflexivas, y mucho menos por los pronósticos y prevaricaciones de juntas institucionales de revisión ética y comités sobre humanos como sujetos de investigación.

A continuación, examino cada uno de estos tres principios de trabajo de campo: inplaceness (neologismo con referencia a “estar en el lugar”), throwntogetherness e inmediatez. Comienzo con una discusión sobre “estar en el lugar”, que se enfoca en los espacios de trabajo de campo. Tomo en consideración un pequeño trabajo citado por Sarah Elwood y Debbie Martin (2000), así como la advertencia de Steve Herbert (2010) de que la sensibilidad a los contextos espaciales del trabajo de campo es insuficiente. Luego recurro a la throwntogetherness de Doreen Massey (2005) y a la “inmediatez” de Bill Bunge (1971, 1973) para ayudar a ubicar el trabajo de campo en los marcos posestructurales y activistas.

En el lugar

Estar en el campo es un proceso político activo. Las relaciones de poder y autoridad afectan la naturaleza de las interacciones e intercambios en el campo. El lugar importa enormemente en cómo los ensamblajes de lenguaje, cuerpos, vestimenta, género, sexualidad, clase, etnia, emociones y movimiento se unen para idear un contexto de investigación. El lugar da forma a la acción social en el sentido de que, en su base, el comportamiento humano es incomprensible sin una apreciación del entorno en el que se produce. Lo que se considera socialmente apropiado varía de un lugar a otro: lo que ocurre en la sala de conferencias generalmente es diferente de lo que sucede en el dormitorio; las niñas y niños en la escuela se comportan de manera diferente en el aula y en el patio de recreo. Al señalar esto, Herbert (2010: 70) plantea que la capacidad de definir el espacio y, por lo tanto, quién puede habitarlo y qué actividades pueden ocurrir dentro de él, es una fuente importante de poder social. En su forma más extrema, la violencia y la construcción de muros (concretos, judiciales y metafóricos) se producen cuando diferentes grupos demandan el control sobre el mismo lugar (Curti, 2008) o cuando se cruzan las fronteras controladas. Cuando individuos o grupos intentan cruzar espacios asimétricamente controlados sin recurrir a un permiso, estatus o ciudadanía, casi siempre resulta en algún tipo de conflicto, incluida la violencia (Aitken y Plows, 2010).

Elwood y Martin (2000) señalan que, en las entrevistas y en el trabajo etnográfico, el papel del espacio en la configuración de la acción social a menudo se da por sentado en la medida en que se descuida su importancia. Argumentan que el trabajo de campo produce nuevas “microgeografías” de relaciones espaciales y significados, donde múltiples escalas de relaciones sociales se cruzan en el momento y en el lugar de la entrevista de investigación:

La observación y el análisis cuidadoso de las personas, actividades e interacciones que constituyen estos espacios, de las elecciones que hacen los diferentes participantes sobre los sitios de entrevistas y las diferentes posiciones, roles e identidades de los participantes en diferentes sitios pueden ilustrar las geografías sociales de un lugar (Elwood y Martin, 2000: 649).

Para comprender el papel constitutivo de los lugares se requiere experiencia directa e interacción continua con las personas que viven y trabajan en esos lugares. También requiere una comprensión de nuestra situación en la investigación y una preocupación por la escala, en la medida en que los procesos más grandes impactan en las microgeografías de la vida cotidiana de las personas. Desde principios de la década de 1990 en adelante, las investigadoras feministas prestaron especial atención a las formas en que las relaciones de poder están espacialmente constituidas a múltiples escalas (Nast, 1994; Katz, 2004). Richa Nagar (1997), por ejemplo, considera distinciones en narraciones orales en Tanzania que provienen de la escala del hogar, luego de las calles del vecindario y las funciones de la comunidad y, finalmente, de varias instituciones públicas de mayor escala. Señala en que las formas en que las expectativas y jerarquías de raza, clase, género y casta dan forma a sus interacciones y relaciones con los participantes. En una representación diferente de la escala, la empresa de capital neoliberal y una forma de refuerzo cívico, que está diseñada para crear a Tijuana como una ciudad global, aparece en la vida cotidiana de niñas y niños que trabajan en supermercados en uno de mis estudios sobre trabajo infantil (Aitken et al., 2006). El voluntariado, a través del programa de bienestar social de la ciudad como empacadores de supermercado, a menudo resulta como propinas monetarias que elevan a una persona joven al estado de sostén principal de la familia. Comprender la complejidad de las rondas diarias de estos jóvenes mexicanos requiere también una comprensión del capitalismo neoliberal y su impacto en la comunidad local a través del departamento de bienestar de Tijuana, que patrocina el programa de empacadores. La escala de lo global aparece en el programa debido a que está vinculada a una intención de refuerzo cívico que intenta, entre otras cosas, representar a los jóvenes de Tijuana como trabajadores felices y ansiosos en lugar de pandilleros, prostitutas y mendigos.

En la investigación sobre trabajo infantil en Tijuana, fui cada vez más consciente de que los niños rara vez se identificaban con la explotación que buscaba. Aquí interviene mi historia. A los quince años, tomé un trabajo en el primer supermercado construido en Paisley, Escocia. En un impulso hacia el éxito, la gerencia inglesa abusó de sus jóvenes escoceses trabajadores de maneras raciales horribles, y los movimientos para sindicalizarse resultaron en despidos de las partes involucradas. Mis jóvenes compañeros de trabajo y yo, dejamos este trabajo amargados; fue una ira que más tarde impulsó mi interés en el trabajo infantil. En Tijuana, encontré muy poco del tipo de abuso que experimenté en Paisley (Aitken, 2008). En cambio, los jóvenes trabajadores mexicanos se enorgullecían de sus responsabilidades en los supermercados, aportando una energía juvenil a sus acciones y conversaciones (y a veces sus canciones y dramatizaciones), y estaban felices de contribuir tan bien a los ingresos de sus familias. Me encontré asumiendo cada vez más el papel de un defensor tratando de mejorar sus ya razonables condiciones de trabajo. Las microgeografías del estudio de Tijuana eclipsaron las geografías abusivas de otro tiempo y otro lugar.

Las microgeografías proporcionan una ventana a estructuras sobresalientes de poder que operan en lugares particulares, entre actores sociales específicos y en una variedad de escalas sociales. Schatzki (2002) denomina a este tipo de ventanas “ontologías de sitios”. Elwood y Martin (2000: 653) sugieren que, si bien las microgeografías pueden ofrecer una rica fuente de datos sobre interacciones sociales y estructuras de poder, también “sitúan a los participantes con respecto a otros actores y a sus propias identidades y roles múltiples, afectando la información que se comunica en la entrevista, así como la dinámica de poder de la entrevista en sí misma”. Además, el papel constitutivo de los lugares puede ejercer influencias metafóricas y simbólicas que dominan la vida cotidiana de algunos grupos. El patriarcado como práctica simbólica, por ejemplo, se presenta espacialmente de manera insidiosa. La investigación realizada por geógrafas feministas mostró que algunos suburbios, y particularmente aquellos desarrollados en ciudades de rápido crecimiento de los años sesenta y setenta, atraparon a las mujeres en roles que eran en gran medida domésticos (Dyck, 1990; England, 1993). Los niños y los ancianos también sufrieron de los lugares suburbanos que se organizaron en gran medida en torno a una cosmovisión patriarcal. Esta perspectiva crítica puede aplicarse a diferentes tipos de lugares, incluidos hogares, lugares de trabajo y escuelas.

Hace algunos años, estuve trabajando para comprender los contextos de lugar de diferentes grupos de niñas y niños en San Diego (California). Trabajé con jóvenes étnicamente diferentes, así como con niños con parálisis cerebral y niños sin hogar que viven en el refugio familiar más grande de la ciudad. Realizamos programas educativos que invitaban a jóvenes a llevarnos en viajes fotográficos a algunos de sus lugares favoritos en San Diego (Aitken y Wingate, 1993; Aitken, 2001a). En la parte final del programa, los niños y niñas crearon collages de sus fotografías de viajes fotográficos combinados con dibujos e imágenes recortadas de revistas para crear una historia sobre “el vecindario perfecto para las y los niños”. En el refugio todas las niñas y niños estaban pasando por asesoramiento sociales y/o psicológico de algún tipo y se nos indicó que no usáramos términos como familia, hogar (o personas sin hogar) o vecindario en las instrucciones de nuestro programa. Los collages que crearon hacían referencia al “lugar perfecto para las y los niños” como una designación menos provocativa del hogar. En este sentido, lugar es un evento (Massey, 2005).

El evento del lugar varía según el tiempo y la situación. En una representación evocadora de las “reglas del hogar”, por ejemplo, Wood y Beck (1994) señalan que incluso los espacios más personalizados e íntimos están conectados a eventos globales y circuitos de poder y capital en formas que controlan insidiosamente las acciones de los jóvenes. Señalan que una inocua regla sobre cerrar una puerta en una fría noche de invierno, habla de las conexiones entre una caldera de calefacción y una industria petrolera global que se relaciona con las formas en que los adultos coaccionan y manipulan a sus jóvenes tutelados. El espacio doméstico compartido del hogar oculta una red compleja de reglas institucionales que hablan de cómo la sociedad protege a los niños, cómo los conecta con la escuela y los juguetes, cómo obstruye el acceso y fomenta ciertos tipos de juegos en ciertos momentos, y cómo ve el parentesco y relaciones profesionales. Las reglas del hogar proyectan puntos de vista de normalidad, supervisión y protección en la vida de los niños, no obstante, contemplan las perspectivas estructuralistas (por ejemplo, economía, capitalismo). Cuando trabajamos a través de etnografías y entrevistas, las conexiones con las personas a menudo exigen que vayamos más allá de las formas simples en que las estructuras influyen en los comportamientos. Es la fuerza de una política del afecto (lo que hacen las cosas) y emociones (cómo nos sentimos) lo que impulsa muchas perspectivas postestructurales a través de las cuales podemos comprender subjetividades complejas y los lugares que ayudan a constituir esas subjetividades en términos de posiciones de identidad cambiante y contradictoria (Mehta y Bondi, 1999: 69).

Throwntogetherness

Las perspectivas postestructurales hablan de mantener las complejidades vividas. Comprender la incrustación de las relaciones de poder en los lugares, por ejemplo, nos ayuda a ver cómo se desarrollan las diferencias en lugares particulares, pero considerar el poder por sí solo es insuficiente para comprender las relaciones dinámicas entre las personas y los lugares. Desentrañar la política y los eventos de los lugares requiere el escrutinio de las relaciones materiales como en desarrollo y encarnadas. Massey (2005: 149-152) llama a la unión material y geográfica como throwntogetherness, es decir que describe “la política del evento del lugar”. “Los lugares plantean, en particular forma, la cuestión de nuestra convivencia”, argumenta, y el problema con las llamadas políticas espaciales es que les preocupa cómo se puede ordenar y codificar la “irreductibilidad” y la “inestabilidad” del espacio. Massey ha dedicado gran parte de su carrera de escritora a explorar las extravagantes maquinaciones de la política espacial en una comprensión material del lugar.

Los lugares son eventos en el sentido de que son “[...] la unión de lo previamente no relacionado, una constelación de procesos en lugar de una cosa” (Massey, 2005: 141). Esta unión es en parte, pero nunca totalmente, planificada. Puede conjeturarse hasta cierto punto, pero nunca es constante. Y, lo más importante para comprender la política espacial, el throwntogetherness siempre exige negociación. Si escribimos sobre la singularidad de los lugares (como suelen hacer las geógrafas y geógrafos), estamos llegando a la imposibilidad de la despolitización. Las feministas argumentaron que lo personal es político, pero de una manera muy real todo es político. Los lugares son espacios caóticos e inmapeables. Massey (2005) describe elocuentemente cómo se puede usar la singularidad del lugar para unirlo a personas particulares que pueden ejercer poder y proteger ese lugar para su uso exclusivo. Un posible movimiento hacia la repolitización se consigue a través de su idea de throwntogetherness. La organización conjunta es complicada, y la cooperación política “requiere primero que las personas cuyas vidas y acciones se afectan entre sí en una red de instituciones, interacciones y consecuencias no intencionadas reconocen que están juntas en [...] un espacio de efecto mutuo” (Young, 1990: 110). El throwntogetherness genera formas de “dislocación” y “sorpresa” que permiten, pero no definen, la posibilidad de aperturas políticas.

Negociar el throwntogetherness de lugares como eventos es una tarea hercúlea que exige una ética y una responsabilidad que mantenga abierta la política. Llegar a un lugar con teorías, ideologías y reglas de compromiso establecidas excluye lo político y, en última instancia, resta valor a nuestro propósito y nuestra humanidad.

Inmediatez

Cuando estamos haciendo trabajo de campo estamos en el lugar y en el momento. Tom Herman y Doreen Mattingly (1999) escriben persuasivamente sobre una ética en el trabajo de campo que requiere que analicemos nuestras interacciones con las personas que estudiamos, no solo en términos de cómo podrían ser perjudicadas por un instrumento de investigación o beneficiarse de nuestra escritura, sino también en términos de relaciones inmediatas en el momento del encuentro y lo que esto podría significar.

Irónicamente, Bill Bunge comenzó su carrera en la búsqueda de la objetividad y el positivismo. Su trabajo de campo con niños en Detroit y Toronto lo convirtió en un defensor (Bunge, 1971, 1973; Bunge y Bordessa, 1975). Centrándose cada vez más en la opresión espacial, el trabajo de Bunge posicionó a las y los niños como las víctimas finales (les llamó canarios en una mina de carbón) de las fuerzas políticas, sociales y económicas que idean la geografía del entorno construido. Comenzando con observaciones de niños jugando en barrios del centro de la ciudad, su trabajo empleó un sinnúmero de enfoques cuantitativos y cualitativos, agregados e individualistas para el estudio de la estructura espacial y la interacción, sin perder de vista el tema central de la opresión infantil. El trabajo de Bunge fue politizado por su inclinación marxista, sin duda, pero también fue uno de los primeros ejemplos de un científico social comprometido con las esferas reproductivas cotidianas de la experiencia vivida:

Trabajé con una joven mujer negra [...]. Ella odiaba mi preocupación por la tridimensionalidad de la especie y nuestra necesidad de proteger a los niños del mundo. Los hijos de su gente se estaban muriendo de hambre [...]. Otra mujer negra [...] me estaba enseñando lecciones similares, llenas de odio hacia mí porque no me di cuenta de que los niños eran asesinados por automóviles frente a sus hogares, o niños que se morían de hambre frente a la comida abundante. ¡”Inmediatez”!, fue su grito, ¡”al diablo con el mundo”! (Bunge, 1971: 170).

La fuerte crítica de Bunge presagia preocupaciones por el “conocimiento situado”, la “teoría del punto de vista” y la “posicionalidad” que cuestionan la posición privilegiada que las y los trabajadores académicos de campo tienen sobre cualquier sitio de investigación. El legado de Bunge es una investigación práctica basada en el campo, que exalta la defensa de aquellos que son explotados, oprimidos y privados de sus derechos.

El entusiasmo de Bunge influyó en una rica tradición basada en el campo en la geografía que se centró en una documentación humanista y cuasietnográfica de las interacciones de las personas con sus espacios cotidianos. Los métodos estructurados pueden ayudarnos a aprender mucho sobre las personas, pero no nos ayudan a conocerlas. Para eso necesitamos estar en el campo de una forma diferente, menos estructurada, más fortuita, una forma menos artificial, más lúdica e inmediata. Herman y Mattingly (1999: 211) sugieren una preocupación adicional, la de que nosotros, como investigadores, establezcamos “relaciones de reciprocidad entre nosotros e individuos y comunidades que estudiamos”. Para algunos de nosotros, esta reciprocidad requiere confrontar y enfrentar las contradicciones entre la práctica académica (observación y escritura) y nuestras responsabilidades con las personas que forman parte de nuestro trabajo y nuestras vidas. Es inapropiado simplemente explotar sus vidas para obtener datos de los que nos beneficiamos y escribir historias que simplifiquen y puedan correr el riesgo de tergiversarlos.

A veces, la inmediatez resalta los límites como sumamente apropiados, como descubrí en el estudio de trabajo infantil de Tijuana, cuando mi poder de representación cambió. Mi deseo de ser activo en nombre de los empacadores de supermercados se enfrentó a las costumbres culturales y a las sospechas sobre mi condición de profesor estadounidense que trabaja en México. Dado un papel constitutivo que ejercía influencias simbólicas (por ejemplo, un profesor estadounidense) si no prácticas (e.g. algún tipo de experto), me alejé de defender la participación del trabajo organizado en el caso de los niños empacadores. Con el tiempo, pasé a un segundo plano frente a mis colaboradores mexicanos y el proyecto avanzó con una iniciativa para obtener algún tipo de beneficio de salud para los trabajadores del supermercado. Al momento de escribir este artículo, un programa similar en la Ciudad de México que involucró a la mano de obra organizada, resultó en la retirada total del apoyo de los supermercados, mientras que en Tijuana los supermercados acordaron pagar la atención médica de emergencia de los niños en el trabajo. Aunque sigo creyendo que los trabajores organizados deben ser parte en la protección de las y los trabajadores jóvenes, estas negociaciones a menudo son prolongadas y laboriosas, mientras que las necesidades de atención médica son inmediatas.

Un comentario final

Linda McDowell (2010: 157) señala que el trabajo de campo “a menudo es transformador para los investigadores, pero probablemente sea mucho menos emocionante para los entrevistados”. Quizás una forma de ganar un poco de ecuanimidad en este proceso es considerarlo menos como trabajo y menos sobre el campo. Considerar el momento de conexión e intercambio como un ensamblaje, es trasladar nuestro encuentro a la inmediatez del throwntogetherness; es estar en el lugar y conectado de una manera real y humana. Las reflexiones sobre este tipo de microgeografías comienzan antes de que comiencen las entrevistas o etnografías, y continúan durante toda la experiencia de campo hasta el análisis y la escritura. El campo está en todas partes y en todo momento. Tener en cuenta las implicaciones de estar en el lugar, plantea una serie de preguntas básicas que se relacionan con el porqué hacemos este tipo de investigación. El espacio importa; nos afecta a nosotros y a los participantes de nuestras vidas y trabajos de manera fundamental, y nosotros afectamos el espacio. Una consideración explícita de las formas en que se constituyen el poder y la posicionalidad, y cómo nos afectan a nosotros y a quienes participan en nuestro trabajo, es una parte crucial de la comprensión de las relaciones socioespaciales. Como parte de este ensamblaje, el trabajo de campo es siempre y en todas partes.

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1Las ideas contenidas en este trabajo han sido publicadas en Aitken, Stuart C. (2011). “Time and Place: In and Beyond ‘the Field’”. En: Lynn, J., Simpson, R. y Lewis, R. (eds.). Researching Families and Relationships: Reflections on Process. Basingstoke: Palgrave Publishers Ltd., 96-121.

2Profesor del Departamento de Geografía de la Universidad Estatal de San Diego, California.

3Se decide no traducir los neologismos throwntogetherness e inplaceness, con el objetivo de no perder el sentido del texto en base a la bibliografía producida en torno a estos [N. del T.].