Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos - Andrés Bello - E-Book

Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos E-Book

Andrés Bello

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Beschreibung

La Gramática de Antonio Nebrija dio entidad a la lengua de la Conquista y apareció en los albores del imperio español. Asimismo, la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos de Andrés Bello (1781-1865) sentó las leyes del castellano en América. Así se convirtió en un elemento de identidad que, en pleno siglo XIX, marcó distancias con la lengua hablada en la Península Ibérica. Lo primero que a cualquier lector le puede llamar la atención es la restricción voluntaria de público. Afirmada en la misma declaración del título: destinada al uso de los americanos. El autor la proclama y justifica también después en el prólogo: No tengo pretensión de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes. ¿Qué pudo mover a Bello esta limitación voluntaria de usuarios? Las respuestas por parte de varios estudiosos de la lengua han sido variadas: «El autor, modesto sobre manera, la consagró a sus hermanos de Hispanoamérica.» José Cuervo«Por impulso de modestia y más probablemente consejo de cautela.» Niceto Alcalá-Zamora«El recelo de una repulsa de los gramáticos peninsulares.» Amado Alonso«Pura ironía; una bien meditada ironía.» Ramón TrujilloSi profundizamos en la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos advertimos que sus destinatarios fueron sin distinciones y desde el principio todos los hispanohablantes. Así lo atestiguan muchas de las advertencias, recomendaciones y reprobaciones de uso dispersas por toda la obra.

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Andrés Bello

Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9816-948-5.

ISBN rústica: 978-84-96428-82-9.

ISBN ebook: 978-84-9816-949-2.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 13

La vida 13

Prólogo 15

Nociones preliminares 22

Capítulo I. Estructura material de las palabras 23

Capítulo II. Clasificación de las palabras por sus varios oficios 29

Verbo 29

Sustantivo 31

Adjetivo 32

Adverbio 37

Preposición 37

Conjunción 39

Interjección 40

Apéndice 42

Capítulo III. División de las palabras en primitivas y derivadas, simples y compuestas 44

Capítulo IV. Varias especies de nombres 47

Capítulo V. Número de los nombres 50

Capítulo VI. Inflexiones que significan nación o país 57

Capítulo VII. Terminación femenina de los sustantivos 59

Capítulo VIII. Terminación femenina de los adjetivos 61

Capítulo IX. Apócope de los nombres 62

Capítulo X. Género de los sustantivos 65

Capítulo XI. Nombres numerales 74

Numerales cardinales 74

Numerales ordinales 76

Numerales distributivos 76

Numerales múltiplos 78

Numerales partitivos 78

Numerales colectivos 79

Capítulo XII. Nombres aumentativos y diminutivos 80

Apéndice 82

Capítulo XIII. De los pronombres 86

Pronombres personales 86

Pronombres posesivos 90

Pronombres demostrativos 93

Capítulo XIV. Artículo definido 98

Ejemplos 103

Capítulo XV. Del género neutro 108

Capítulo XVI. Pronombres relativos, y primeramente el relativo que 113

El relativo quien 120

El relativo posesivo cuyo 122

Capítulo XVII. Los demostrativos tal, tanto, y los relativos cual, cuanto 124

Capítulo XVIII. De los sustantivos neutros 129

Capítulo XIX. De los adverbios 132

Apéndice 146

Capítulo XX. Derivados verbales 147

Infinitivo 147

Participio 149

Gerundio 152

Capítulo XXI. Modos del verbo 155

Capítulo XXII. Estructura de la oración 164

Capítulo XXIII. De la conjugación 166

Capítulo XXIV. Verbos irregulares 171

Primera clase de verbos irregulares 175

Segunda clase de verbos irregulares 176

Tercera clase de verbos irregulares 183

Cuarta clase de verbos irregulares 185

Quinta clase de verbos irregulares 186

Sexta clase de verbos irregulares 186

Séptima clase de verbos irregulares 187

Octava clase de verbos irregulares 189

Novena clase de verbos irregulares 189

Décima clase de verbos irregulares 191

Undécima clase de verbos irregulares 192

Duodécima clase de verbos irregulares 192

Clase decimatercia de verbos irregulares 193

Capítulo XXV. Verbos defectivos 197

Capítulo XXVI. De los participios irregulares 200

Capítulo XXVII. Arcaísmos en la conjugación 203

Capítulo XXVIII. Significado de los tiempos 206

Significado fundamental de los tiempos simples del indicativo 207

Significado fundamental de los tiempos compuestos del indicativo 209

Significado de los tiempos simples y compuestos del subjuntivo común 213

Significado de los tiempos simples y compuestos del subjuntivo hipotético 216

Significados secundarios de los tiempos del indicativo 220

Uso de los tiempos optativos 223

Significado metafórico de los tiempos 226

Formas compuestas con el auxiliar haber, la preposición de y el infinitivo 235

Formas compuestas en que entra el auxiliar tener 236

Infinitivos y gerundios compuestos 237

Apéndice 237

Capítulo XXIX. Clasificación de las proposiciones 242

Apéndice I 265

Apéndice II 267

Capítulo XXX. Concordancia 271

Capítulo XXXI. Uso de los artículos 284

Capítulo XXXII. Uso de la preposición a en el acusativo 296

Capítulo XXXIII. Acusativo y dativo en los pronombres declinables 300

Primera clase 311

Segunda clase 313

Tercera clase 318

Cuarta clase 320

Quinta clase 321

Sexta clase 321

Capítulo XXXIV. Casos terminales mí, ti, sí 323

Capítulo XXXV. Ambigüedad que debe evitarse en el uso de varios pronombres 324

Capítulo XXXVI. Frases notables en las cuales entran artículos y relativos 327

Capítulo XXXVII. Grados de comparación 342

Capítulo XXXVIII. Construcciones del relativo quien 349

Capítulo XXXIX. Construcciones del relativo cuyo 352

Capítulo XL. Construcción de los demostrativos tal y tanto, y de los relativos cual y cuanto 355

Capítulo XLI. Compuestos del relativo con la terminación quiera o quier 361

Capítulo XLII. Uso de los relativos sinónimos 364

Capítulo XLIII. Observaciones sobre algunos verbos de uso frecuente 370

Capítulo XLIV. Usos notables de los derivados verbales 373

Capítulo XLV. De las oraciones negativas 385

Capítulo XLVI. Oraciones interrogativas 389

Capítulo XLVII. Cláusulas distributivas 397

Capítulo XLVIII. Cláusulas absolutas 401

Capítulo XLIX. Preposiciones 403

Apéndice. Régimen de las preposiciones, conjunciones e interjecciones 407

Capítulo L. Observaciones sobre el uso de algunos adverbios, preposiciones y conjunciones 409

Nota I. Clasificación de las palabras 432

Nota II. Proposición: diferencia entre predicado y atributo 434

Nota III. Definición del verbo 438

Nota IV. Pronombre 440

Nota V. Artículo definido 441

Nota VI. Declinación 443

Nota VII. Género neutro 449

Nota VIII. «Lo» predicado 451

Nota IX. De los derivados verbales 454

Nota X. Participio 457

Nota XI. Verbos irregulares 459

Nota XII. Sobre el verbo imaginario yoguer o yoguir 460

Nota XIII. Significado de los tiempos 462

Nota XIV. Modos del verbo 464

Nota XV. Uso del artículo definido antes de nombres propios geográficos 466

Libros a la carta 469

Brevísima presentación

La vida

Andrés Bello (1781-1865). Venezuela.

Nació en Caracas, Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. Era hijo de Bartolomé Bello y Ana Antonia López.

Ingresó en el Seminario de Santa Rosa de Caracas en 1796 y terminó sus estudios en 1800, con el título de bachiller en artes. Estos estudios le dieron un excelente dominio del latín y del castellano y despertaron su interés por la filosofía, la ciencia y las letras. Aprendió, además, inglés y francés.

Por ese tiempo inició también sus trabajos de investigación lingüística y filológica y terminó la primera versión de su Análisis ideológico de los tiempos de la conjugación castellana, publicado en 1841 en Valparaíso.

En 1802 fue nombrado oficial segundo de la gobernación de Venezuela, alcanzando el puesto de oficial mayor en 1810. En junio de ese año participó en una mision enviada ante el gobierno británico, integrada también por Bolívar y Luis López Méndez.

Entre 1812 y 1822 trabajó en Londres transcribiendo los manuscritos de Jeremy Bentham, y ofreciendo clases de francés y español. También fue institutor de los hijos de William Richard Hamilton, subsecretario británico de Relaciones Exteriores.

En mayo de 1814, se casó con Mary Ann Boyland, de veinte años, quien le dio tres hijos y murió el 9 de mayo de 1821. Bello se casó entonces con Elizabeth Antonia Dunn, también de veinte años y tuvo con ella doce hijos.

En 1829 Bello se estableció con su familia en Chile y ese mismo año fue nombrado oficial mayor del Ministerio de Hacienda. No ejerció en ese ministerio, sino en el de Relaciones Exteriores.

En 1837 fue elegido senador de la República de Chile, ocupando ese cargo hasta 1864.

Fue, además, rector de la Universidad de Chile, puesto que ocupó hasta su muerte el 15 de octubre de 1865.

Si la Gramática de Nebrija dio entidad a la lengua de la Conquista y apareció en los albores del imperio español, la gramática de Andrés Bello sentó las leyes del castellano en América y fue un elemento de identidad que, en pleno siglo XIX, marcó distancias con la lengua hablada en la Península Ibérica.97

97 Para la presente edición hemos adoptado la numeración de párrafos y notas de las Obras completas de Andrés Bello de 1995 con el propósito de facilitar las remisiones bibliográficas.

Prólogo

Aunque en esta Gramática hubiera deseado no desviarme de la nomenclatura y explicaciones usuales, hay puntos en que me ha parecido que las prácticas de la lengua castellana podían representarse de un modo más completo y exacto. Lectores habrá que califiquen de caprichosas las alteraciones que en esos puntos he introducido, o que las imputen a una pretensión extravagante de decir cosas nuevas; las razones que alego probarán, a lo menos, que no las he adoptado sino después de un maduro examen. Pero la prevención más desfavorable, por el imperio que tiene aún sobre personas bastante instruidas, es la de aquellos que se figuran que en la gramática las definiciones inadecuadas, las clasificaciones mal hechas, los conceptos falsos, carecen de inconveniente, siempre que por otra parte se expongan con fidelidad las reglas a que se conforma el buen uso. Yo creo, con todo, que esas dos cosas son inconciliables; que el uso no puede exponerse con exactitud y fidelidad sino analizando, desenvolviendo los principios verdaderos que lo dirigen; que una lógica severa es indispensable requisito de toda enseñanza; y que, en el primer ensayo que el entendimiento hace de sí mismo es en el que más importa no acostumbrarle a pagarse de meras palabras.

El habla de un pueblo es un sistema artificial de signos, que bajo muchos respectos se diferencia de los otros sistemas de la misma especie; de que se sigue que cada lengua tiene su teoría particular, su gramática. No debemos, pues, aplicar indistintamente a un idioma los principios, los términos, las analogías en que se resumen bien o mal las prácticas de otro. Esta misma palabra idioma está diciendo que cada lengua tiene su genio, su fisonomía, sus giros; y mal desempeñaría su oficio el gramático que explicando la suya se limitara a lo que ella tuviese de común con otra, o (todavía peor) que supusiera semejanzas donde no hubiese más que diferencias, y diferencias importantes, radicales. Una cosa es la gramática general, y otra la gramática de un idioma dado: una cosa comparar entre sí dos idiomas, y otra considerar un idioma como es en sí mismo. ¿Se trata, por ejemplo, de la conjugación del verbo castellano? Es preciso enumerar las formas que toma, y los significados y usos de cada forma, como si no hubiese en el mundo otra lengua que la castellana; posición forzada respecto del niño, a quien se exponen las reglas de la sola lengua que está a su alcance, la lengua nativa. Éste es el punto de vista en que he procurado colocarme, y en el que ruego a las personas inteligentes, a cuyo juicio someto mi trabajo, que procuren también colocarse, descartando, sobre todo, las reminiscencias del idioma latino.

En España, como en otros países de Europa, una admiración excesiva a la lengua y literatura de los romanos dio un tipo latino a casi todas las producciones del ingenio. Era ésta una tendencia natural de los espíritus en la época de la restauración de las letras. La mitología pagana siguió suministrando imágenes y símbolos al poeta; y el período ciceroniano fue la norma de la elocución para los escritores elegantes. No era, pues, de extrañar que se sacasen del latín la nomenclatura y los cánones gramaticales de nuestro romance.

Si como fue el latín el tipo ideal de los gramáticos, las circunstancias hubiesen dado esta preeminencia al griego, hubiéramos probablemente contado cinco casos en nuestra declinación en lugar de seis, nuestros verbos hubieran tenido no solo voz pasiva, sino voz media, y no habrían faltado aoristos y paulo-post-futuros en la conjugación castellana.

Obedecen, sin duda, los signos del pensamiento a ciertas leyes generales, que derivadas de aquellas a que está sujeto el pensamiento mismo, dominan a todas las lenguas y constituyen una gramática universal. Pero si se exceptúa la resolución del razonamiento en proposiciones, y de la proposición en sujeto y atributo; la existencia del sustantivo para expresar directamente los objetos, la del verbo para indicar los atributos y la de otras palabras que modifiquen y determinen a los sustantivos y verbos a fin de que, con un número limitado de unos y otros, puedan designarse todos los objetos posibles, no solo reales sino intelectuales, y todos los atributos que percibamos o imaginemos en ellos; si exceptuamos esta armazón fundamental de las lenguas, no veo nada que estemos obligados a reconocer como ley universal de que a ninguna sea dado eximirse. El número de las partes de la oración pudiera ser mayor o menor de lo que es en latín o en las lenguas romances. El verbo pudiera tener géneros y el nombre tiempos. ¿Qué cosa más natural que la concordancia del verbo con el sujeto? Pues bien; en griego era no solo permitido sino usual concertar el plural de los nombres neutros con el singular de los verbos. En el entendimiento dos negaciones se destruyen necesariamente una a otra, y así es también casi siempre en el habla; sin que por eso deje de haber en castellano circunstancias en que dos negaciones no afirman. No debemos, pues, trasladar ligeramente las afecciones de las ideas a los accidentes de las palabras. Se ha errado no poco en filosofía suponiendo a la lengua un trasunto fiel del pensamiento; y esta misma exagerada suposición ha extraviado a la gramática en dirección contraria: unos argüían de la copia al original; otros del original a la copia. En el lenguaje lo convencional y arbitrario abraza mucho más de lo que comúnmente se piensa. Es imposible que las creencias, los caprichos de la imaginación, y mil asociaciones casuales, no produjesen una grandísima discrepancia en los medios de que se valen las lenguas para manifestar lo que pasa en el alma; discrepancia que va siendo mayor y mayor a medida que se apartan de su común origen.

Estoy dispuesto a oír con docilidad las objeciones que se hagan a lo que en esta gramática pareciere nuevo; aunque, si bien se mira, se hallará que en eso mismo algunas veces no innovo, sino restauro. La idea, por ejemplo, que yo doy de los casos en la declinación, es la antigua y genuina; y en atribuir la naturaleza de sustantivo al infinito, no hago más que desenvolver una idea perfectamente enunciada en Prisciano: «Vim nominis habet verbum infinitum; dico enim bonum est legere, ut si dicam bona est lectio». No he querido, sin embargo, apoyarme en autoridades, porque para mí la sola irrecusable en lo tocante a una lengua es la lengua misma. Yo no me creo autorizado para dividir lo que ella constantemente une, ni para identificar lo que ella distingue. No miro las analogías de otros idiomas sino como pruebas accesorias. Acepto las prácticas como la lengua las presenta; sin imaginarias elipsis, sin otras explicaciones que las que se reducen a ilustrar el uso por el uso.

Tal ha sido mi lógica. En cuanto a los auxilios de que he procurado aprovecharme, debo citar especialmente las obras de la Academia española y la gramática de don Vicente Salvá. He mirado esta última como el depósito más copioso de los modos de decir castellanos; como un libro que ninguno de los que aspiran a hablar y escribir correctamente nuestra lengua nativa debe dispensarse de leer y consultar a menudo. Soy también deudor de algunas ideas al ingenioso y docto don Juan Antonio Puigblanch en las materias filológicas que toca por incidencia en sus Opúsculos. Ni fuera justo olvidar a Garcés, cuyo libro, aunque solo se considere como un glosario de voces y frases castellanas de los mejores tiempos, ilustradas con oportunos ejemplos, no creo que merezca el desdén con que hoy se le trata.

Después de un trabajo tan importante como el de Salvá, lo único que me parecía echarse de menos era una teoría que exhibiese el sistema de la lengua en la generación y uso de sus inflexiones y en la estructura de sus oraciones, desembarazado de ciertas tradiciones latinas que de ninguna manera le cuadran. Pero cuando digo teoría no se crea que trato de especulaciones metafísicas. El señor Salvá reprueba con razón aquellas abstracciones ideológicas que, como las de un autor que cita, se alegan para legitimar lo que el uso proscribe. Yo huyo de ellas, no solo cuando contradicen al uso, sino cuando se remontan sobre la mera práctica del lenguaje. La filosofía de la gramática la reduciría yo a representar el uso bajo las fórmulas más comprensivas y simples. Fundar estas fórmulas en otros procederes intelectuales que los que real y verdaderamente guían al uso, es un lujo que la gramática no ha menester. Pero los procederes intelectuales que real y verdaderamente le guían, o en otros términos, el valor preciso de las inflexiones y las combinaciones de las palabras, es un objeto necesario de averiguación; y la gramática que lo pase por alto no desempeñará cumplidamente su oficio. Como el diccionario da el significado de las raíces, a la gramática incumbe exponer el valor de las inflexiones y combinaciones, y no solo el natural y primitivo, sino el secundario y el metafórico, siempre que hayan entrado en el uso general de la lengua. Éste es el campo que privativamente deben abrazar las especulaciones gramaticales, y al mismo tiempo el límite que las circunscribe. Si alguna vez he pasado este límite, ha sido en brevísimas excursiones, cuando se trataba de discutir los alegados fundamentos ideológicos de una doctrina, o cuando los accidentes gramaticales revelaban algún proceder mental curioso: trasgresiones, por otra parte, tan raras, que sería demasiado rigor calificarlas de importunas.

Algunos han censurado esta gramática de difícil y oscura. En los establecimientos de Santiago que la han adoptado, se ha visto que esa dificultad es mucho mayor para los que, preocupados por las doctrinas de otras gramáticas, se desdeñan de leer con atención la mía y de familiarizarse con su lenguaje, que para los alumnos que forman por ella sus primeras nociones gramaticales.

Es, por otra parte, una preocupación harto común la que nos hace creer llano y fácil el estudio de una lengua, hasta el grado en que es necesario para hablarla y escribirla correctamente. Hay en la gramática muchos puntos que no son accesibles a la inteligencia de la primera edad; y por eso he juzgado conveniente dividirla en dos cursos, reducido el primero a las nociones menos difíciles y más indispensables, y extensivo el segundo a aquellas partes del idioma que piden un entendimiento algo ejercitado. Los he señalado con diverso tipo y comprendido los dos en un solo tratado, no solo para evitar repeticiones, sino para proporcionar a los profesores del primer curso el auxilio de las explicaciones destinadas al segundo, si alguna vez las necesitaren. Creo, además, que esas explicaciones no serán enteramente inútiles a los principiantes, porque, a medida que adelanten, se les irán desvaneciendo gradualmente las dificultades que para entenderlas se les ofrezcan. Por este medio queda también al arbitrio de los profesores el añadir a las lecciones de la enseñanza primaria todo aquello que de las del curso posterior les pareciere a propósito, según la capacidad y aprovechamiento de los alumnos. En las notas al pie de las páginas llamo la atención a ciertas prácticas viciosas del habla popular de los americanos, para que se conozcan y eviten, y dilucido algunas doctrinas con observaciones que requieren el conocimiento de otras lenguas. Finalmente, en las notas que he colocado al fin del libro me extiendo sobre algunos puntos controvertibles, en que juzgué no estarían de más las explicaciones para satisfacer a los lectores instruidos. Parecerá algunas veces que se han acumulado profusamente los ejemplos; pero solo se ha hecho cuando se trataba de oponer la práctica de escritores acreditados a novedades viciosas, o de discutir puntos controvertidos, o de explicar ciertos procederes de la lengua a que creía no haberse prestado atención hasta ahora.

He creído también que en una gramática nacional no debían pasarse por alto ciertas formas y locuciones que han desaparecido de la lengua corriente; ya porque el poeta y aun el prosista no dejan de recurrir alguna vez a ellas, y ya porque su conocimiento es necesario para la perfecta inteligencia de las obras más estimadas de otras edades de la lengua. Era conveniente manifestar el uso impropio que algunos hacen de ellas, y los conceptos erróneos con que otros han querido explicarlas; y si soy yo el que ha padecido error, sirvan mis desaciertos de estímulo a escritores más competentes, para emprender el mismo trabajo con mejor suceso.

No tengo la pretensión de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes. Pero no es un purismo supersticioso lo que me atrevo a recomendarles. El adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y las artes, la difusión de la cultura intelectual y las revoluciones políticas, piden cada día nuevos signos para expresar ideas nuevas, y la introducción de vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas y extranjeras, ha dejado ya de ofendernos, cuando no es manifiestamente innecesaria, o cuando no descubre la afectación y mal gusto de los que piensan engalanar así lo que escriben. Hay otro vicio peor, que es el prestar acepciones nuevas a las palabras y frases conocidas, multiplicando las anfibologías de que por la variedad de significados de cada palabra adolecen más o menos las lenguas todas, y acaso en mayor proporción las que más se cultivan, por el casi infinito número de ideas a que es preciso acomodar un número necesariamente limitado de signos. Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, México, hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas, como sucede en España, Italia y Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional. Una lengua es como un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste en la constante identidad de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones que éstos ejercen, y de que proceden la forma y la índole que distinguen al todo.

Sea que yo exagerare o no el peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer esta obra, bajo tantos respectos superior a mis fuerzas. Los lectores inteligentes que me honren leyéndola con alguna atención, verán el cuidado que he puesto en demarcar, por decirlo así, los linderos que respeta el buen uso de nuestra lengua, en medio de la soltura y libertad de sus giros, señalando las corrupciones que más cunden hoy día, y manifestando la esencial diferencia que existe entre las construcciones castellanas y las extranjeras que se les asemejan hasta cierto punto, y que solemos imitar sin el debido discernimiento.

No se crea que recomendando la conservación del castellano sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas y que subsisten tradicionalmente en Hispano-América. ¿Por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué razón hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay para que nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada. En ellas se peca mucho menos contra la pureza y corrección del lenguaje, que en las locuciones afrancesadas, de que no dejan de estar salpicadas hoy día aun las obras más estimadas de los escritores peninsulares.

He dado cuenta de mis principios, de mi plan y de mi objeto, y he reconocido, como era justo, mis obligaciones a los que me han precedido. Señalo rumbos no explorados, y es probable que no siempre haya hecho en ellos las observaciones necesarias para deducir generalidades exactas. Si todo lo que propongo de nuevo no pareciere aceptable, mi ambición quedará satisfecha con que alguna parte lo sea, y contribuya a la mejora de un ramo de enseñanza, que no es ciertamente el más lucido, pero es uno de los más necesarios.

Nociones preliminares

1 (1). La gramática de una lengua es el arte de hablarla correctamente, esto es, conforme al buen uso, que es el de la gente educada.

2 (a). Se prefiere este uso porque es el más uniforme en las varias provincias y pueblos que hablan una misma lengua, y por lo tanto el que hace que más fácil y generalmente se entienda lo que se dice; al paso que las palabras y frases propias de la gente ignorante varían mucho de unos pueblos y provincias a otros, y no son fácilmente entendidas fuera de aquel estrecho recinto en que las usa el vulgo.

3 (b). Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes de los castellanos pasó a la América, y es hoy el idioma común de los Estados hispanoamericanos.

4 (c). Siendo la lengua el medio de que se valen los hombres para comunicarse unos a otros cuanto saben, piensan y sienten, no puede menos de ser grande la utilidad de la Gramática, ya para hablar de manera que se comprenda bien lo que decimos (sea de viva voz o por escrito), ya para fijar con exactitud el sentido de lo que otros han dicho; lo cual abraza nada menos que la acertada enunciación y la genuina interpretación de las leyes, de los contratos, de los testamentos, de los libros, de la correspondencia escrita; objetos en que se interesa cuanto hay de más precioso y más importante en la vida social.

5 (2). Toda lengua consta de palabras diversas, llamadas también dicciones, vocablos, voces. Cada palabra es un signo que representa por sí solo alguna idea o pensamiento, y que construyéndose, esto es, combinándose, ya con unos, ya con otros signos de la misma especie, contribuye a expresar diferentes conceptos, y a manifestar así lo que pasa en el alma del que habla.

6 (3). El bien hablar comprende la estructura material de las palabras, su derivación y composición, la concordancia o armonía que entre varias clases de ellas ha establecido el uso, y su régimen o dependencia mutua.

La concordancia y el régimen forman la construcción o sintaxis.

Capítulo I. Estructura material de las palabras

7 (4). Si atendemos a la estructura material de las palabras, esto es, a los sonidos de que se componen, veremos que todas ellas se resuelven en un corto número de sonidos elementales, esto es, irresolubles en otros. De éstos los unos pueden pronunciarse separadamente con la mayor claridad y distinción, y se llaman vocales; los representamos por las letras a, e, i, o, u; a, e, o, son sonidos vocales llenos; i, u, débiles. De los otros ninguno puede pronunciarse por sí solo, a lo menos de un modo claro y distinto; y para que se perciban claramente, es necesario que suenen con algún sonido vocal: llámanse por eso consonantes. Tales son los que representamos por las letras b, c, ch, d, f, g, j, [l,] ll, m, n, ñ, p, r, rr, s, [t,] v, y, z; combinados con el sonido vocal a en ba, ca, cha, da, fa, ga, [ja,] la, lla, ma, na, ña, pa, ar, rra, sa, ta, va, ya, za. Tenemos, pues, cinco sonidos, vocales y veinte sonidos consonantes en castellano; la reunión de las letras o caracteres que los representan es nuestro alfabeto.

8. La h, que también figura en él, no representa por sí sola sonido alguno; pero en unas pocas voces como ah, oh, hé, que parecen la expresión natural de ciertos afectos, pues se encuentran en todos los idiomas, pintamos con este signo la aspiración o esfuerzo particular con que solemos pronunciar la vocal que le precede o sigue.

9. La h que viene seguida de dos vocales de las cuales la primera es u, y la segunda regularmente e, como en hueso, huérfano, ahuecar, parece representar un verdadero sonido consonante, aunque tenuísimo, que se asemeja un poco al de la g en gula, agüero.

10. En todos los demás casos es enteramente ociosa la h, y la miraremos como no existente. Serán, pues, vocales concurrentes, o que se suceden inmediatamente una a otra, a o en ahora, como en caoba; e u en rehuye, como en reúne.

11. Hay en nuestro alfabeto otro signo, el de la q, que, según el uso corriente, viene siempre seguido de una u que no se pronuncia ni sirve de nada en la escritura. Esta combinación qu se escribe solo antes de las vocales e, i, como en aquel, aquí, y se le da el valor que tiene la c en las dicciones, cama, coro, cuna, clima, crema.

12. La u deja también de pronunciarse muchas veces cuando se halla entre la consonante g y una de las vocales e, i, como en guerra, aguinaldo. La combinación gu tiene entonces el mismo valor de la g en las dicciones gala, gola, gula, gloria, grama; y no es ociosa la u, porque si no se escribiese, habría el peligro de que se pronunciase la g con el sonido j, que muchos le dan todavía escribiendo general, gente, gime, ágil, frágil, etc. Cuando la u suena entre la g y la vocal e o i, se acostumbra señalarla con los dos puntitos llamados crema, como en vergüenza, argüir.

13. La x, otro signo alfabético, no denota un sonido particular sino los dos que corresponderían a gs o a cs, como en la palabra examen, que se pronuncia egsamen o ecsamen.

14. En fin, la k y la w (llamada doble u) solo se usan en nombres de personas, lugares, dignidades y oficios extranjeros, como Newton, Franklin, Washington, Westminster, alwacir (gobernador, mayordomo de palacio, entre los árabes), walí (prefecto, caudillo entre los mismos), etc.

15 (5). Aunque letras significa propiamente los caracteres escritos de que se compone el alfabeto, suele darse este nombre, no solo a los signos alfabéticos, sino a los sonidos denotados por ellos. De aquí es que decimos en uno y otro sentido las vocales, las consonantes, subentendiendo letras. Los sonidos consonantes se llaman también articulaciones y sonidos articulados.

16 (6). Combinándose unos con otros los sonidos elementales forman palabras; bien que basta a veces un solo sonido, con tal que sea vocal, para formar palabra; como a cuando decimos voy a casa, atiendo a la lección; o como y cuando decimos Madrid y Lisboa, va y viene.

17 (a). Cada palabra consta de uno o más miembros, cada uno de los cuales puede proferirse por sí solo perfectamente, y es indivisible en otros en que pueda hacerse lo mismo; reproduciendo todos juntos la palabra entera. Por ejemplo, gramática consta de cuatro miembros indivisibles, gra-má-ti-ca; y si quisiéramos dividir cada uno de éstos en otros, no podríamos, sin alterar u oscurecer algunos de los sonidos componentes. Así, del miembro gra pudiéramos sacar el sonido a, pero quedarían oscuros y difíciles de enunciar los sonidos gr.

18 (7). Llámanse sílabas los miembros o fracciones de cada palabra, separables e indivisibles. Las palabras, según el número de sílabas de que se componen, se llaman monosílabas (de una sílaba), disílabas (de dos sílabas), trisílabas (de tres), polisílabas (de muchas).

19 (8). Cuando una consonante se halla en medio de dos vocales, pudiera dudarse con cuál de las dos forma sílaba. Parecerá, por ejemplo, que pudiéramos dividir la dicción pelar en las sílabas pel-ar, no menos bien que en las sílabas pe-lar. Pero en los casos de esta especie nos es natural referir a la vocal siguiente toda consonante que pueda hallarse en principio de dicción. La l puede principiar dicción, como se ve en laúd, león, libro, loma, Luna. Debemos, pues, dividir la palabra pelar en las sílabas pe-lar, juntando la l con la a.

20. No sucede lo mismo en París. Ninguna dicción castellana principia por el sonido que tiene la r en París. Al contrario, hay muchas que terminan por esta letra, como cantar, placer, morir, flor, segur. Por consiguiente, la división natural de París es en las dos sílabas Par-ís.

21 (9). Cuando concurren dos consonantes en medio de dicción, como en monte, es necesario las más veces juntar la primera con la vocal precedente y la segunda con la siguiente: mon-te.

22 (10). Pero hay combinaciones binarias de sonidos articulados, por las cuales puede principiar dicción, como lo vemos en blasón, brazo, clamor, cría, droga, flema, franja, gloria, grito, pluma, preso, tlascalteca, trono. Sucede entonces que la segunda consonante se aproxima de tal modo a la primera, que parece como embeberse en ella. Decimos por eso que se liquida, y la llamamos líquida. La primera se llama licuante.

23. No hay en castellano otras líquidas que la l y la r (pronunciándose esta última con el sonido suave que tiene en ara, era, mora); ni más licuantes que la b, la c (pronunciada con el sonido fuerte que le damos en casa, coro, cuna), la d, la f, la g (pronunciada con el sonido suave que le damos en gala, gola, gula), la p y la t.

24. Las combinaciones de licuante y líquida se refieren siempre a la vocal que sigue, como en ha-blar, a-bril, te-cla, cua-dro, a-fluencia, aza-frán, co-pla, a-tlántico, le-tra; a menos que la l o la r deje de liquidarse verdaderamente, como sucede en sublunar, subrogación, que no se pronuncian su-blu-nar, su-bro-ga-ción, sino sub-lu-nar, sub-ro-gación, y deben, por consiguiente, dividirse de este segundo modo; lo que podría, con respecto a la r, indicarse en la escritura, duplicando esta letra (subrrogación); pues la r tiene en este caso el sonido de la rr.

25 (11). Juntándose tres o cuatro consonantes, de las cuales la segunda es s, referimos ésta y la articulación precedente a la vocal anterior, como en pers-pi-ca-cia, cons-tan-te, trans-cri-bir. La razón es porque ninguna dicción castellana principia por s líquida (que así se llama en la gramática latina la s inicial seguida de consonante, como en stella, sperno); al paso que algunas terminan en s precedida de consonante, como fénix (que se pronuncia fénigs o fénics).

26 (a). Como la x representa dos articulaciones distintas, de las cuales la primera forma sílaba con la vocal anterior, y la segunda con la vocal que sigue (examen, eg-sa-men, ec-sa-men), es evidente que de ninguna de las dos vocales puede en la escritura separarse la x, sin despedazar una sílaba; ni ex-a-men, ni e-xa-men, representan el verdadero silabeo de esta palabra, o los miembros en que naturalmente se resuelve. Sin embargo, cuando a fin de renglón ocurre separarse las dos sílabas a que pertenece por mitad la x, es preferible juntarla con la vocal anterior, porque ninguna dicción castellana principia por esta letra, y algunas terminan en ella.

27 (b). Apenas parece necesario advertir que los caracteres de que se componen las letras ch, ll, rr, no deben separarse el uno del otro, porque juntos presentan sonidos indivisibles. La misma razón habría para silabear guer-ra, que coc-he, bul-la.

28 (c). Cuando concurren en una dicción dos vocales, puede dudarse si pertenecen a sílabas distintas o a una misma. Parecerá, por ejemplo, a primera vista que podemos dividir la palabra cautela en las cuatro sílabas ca-u-te-la; pero silabeando así, la combinación au duraría demasiado tiempo, y desnaturalizaríamos por consiguiente la dicción, porque en ella, si la pronunciamos correctamente, el sonido de la u no debe durar más que el brevísimo espacio que una consonante ocuparía; el mismo, por ejemplo, que la p ocupa en captura; de que se sigue que cautela se divide en las tres sílabas cau-te-la. Al contrario, rehusar se divide naturalmente en las tres sílabas re-hu-sar, porque esta dicción se pronuncia en el mismo tiempo que reputar; gastándose en proferir la combinación eu el mismo tiempo que si mediara una consonante (miramos las voces e u como concurrentes, porque la h no tiene aquí sonido alguno). Esto hace ver que...98

29 (12). Para el acertado silabeo de las palabras es preciso atender a la cantidad de las vocales concurrentes, esto es, al tiempo que gastamos en pronunciarlas. Si, pronunciada correctamente una palabra, se gasta en dos vocales concurrentes el mismo tiempo que se gastaría poniendo una consonante entre ellas, debemos mirarlas como separables y referirlas a sílabas distintas; así sucede en ca-ído, ba-úl, re-íme, re-hu-sar, sa-ra-o, océ-a-no, fi-ando, continú-a. Pero si se emplea tan breve tiempo en proferir las vocales concurrentes que no pueda menos de alargarse con la interposición de una consonante, debemos mirarlas como inseparables y formar con ellas una sola sílaba; así sucede en nai-pe, flauta, pei-ne, reu-ma, doi-te, cam-bio, fra-guo; donde las vocales i u no ocupan más lugar que el de una consonante. Se llama diptongo la concurrencia de dos vocales en una sola sílaba.

30 (13). En castellano pueden concurrir hasta tres vocales en una sola sílaba de la dicción, formando lo que se llama triptongo, como en cam-biáis, fra-guáis. En efecto, si silabeásemos cam-bi-áis, haríamos durar la dicción el mismo espacio de tiempo que se gasta en combináis, y desnaturalizaríamos su legítima pronunciación; y lo mismo sucedería si silabeásemos cam-bia-is, pronunciándola en el mismo tiempo que cambiados. Luego en cambiáis las tres vocales concurrentes i, a, i, pertenecen a una sola sílaba; al revés de lo que sucede con las tres de fiáis, que se pronuncia en igual tiempo que fináis, y en las dos de país, cuyas vocales concurrentes duran tanto como las de París. Así, país es disílabo, perteneciendo cada vocal a distinta sílaba; fiáis disílabo, perteneciendo la primera i a la primera sílaba, y el diptongo ai a la segunda; y cambiáis, también disílabo, formando las tres últimas vocales un triptongo.

31 (14). Si importa atender a la cantidad de las vocales para la división de las dicciones en sus verdaderas sílabas o fracciones indivisibles, no importa menos atender al acento, que da a cada palabra una fisonomía, por decirlo así, peculiar, siendo él a veces la sola cosa que las diferencia unas de otras, como se notará comparando estas tres dicciones: vário, varío, varió, y estas otras tres: líquido, liquído, liquidó.

32 (15). El acento consiste en una levísima prolongación de la vocal que se acentúa, acompañada de una ligera elevación del tono. Las vocales acentuadas se llaman agudas, y las otras graves. Las dicciones en que el acento cae sobre la última sílaba (que no es lo mismo que sobre la última vocal), se llaman también agudas, como varió, jabalí, corazón, veréis, fraguáis; aquellas en que cae sobre la penúltima sílaba, llanas o graves, como varío, conáto, márgen, péine, cámbio, cuénto; aquellas en que cae sobre la antepenúltima sílaba, esdrújulas, como líquido, lágrima, régimen, cáustico, diéresis; y en fin, aquellas en que sobre una sílaba anterior a la antepenúltima (lo que solo sucede en palabras compuestas, es decir, en cuya formación han entrado dos o más palabras), sobreesdrújulas, como cumpliéramoslo, daríamostela.

33 (16). Lo que se ha dicho sobre la estructura y silabeo de las palabras castellanas no es aplicable a los vocablos extranjeros, en que retenemos la escritura y, en cuanto nos es posible, la pronunciación de su origen.

98 Texto inconcluso.

Capítulo II. Clasificación de las palabras por sus varios oficios

34 (17). Atendiendo ahora a los varios oficios de las palabras en el razonamiento, podemos reducirlas a siete clases, llamadas Sustantivo, Adjetivo, Verbo, Adverbio, Preposición, Conjunción, Interjección. Principiamos por el verbo, que es la más fácil de conocer y distinguir.99

Verbo

35 (18). Tomemos una frase cualquiera sencilla, pero que haga sentido completo, verbigracia: el niño aprende, los árboles crecen. Podemos reconocer en cada una de estas dos frases dos partes diversas: la primera significa una cosa o porción de cosas, el niño, los árboles; la segunda da a conocer lo que acerca de ella o ellas pensamos, aprende, crecen. Llámase la primera sujeto o supuesto, y la segunda atributo; denominaciones que se aplican igualmente a las palabras y a los conceptos que declaramos con ellas. El sujeto y el atributo unidos forman la proposición.100

36 (19). Entre estas dos partes hay una correspondencia constante. Si en lugar de el niño ponemos los niños, y en lugar de los árboles, el árbol, es necesario que en la primera proposición digamos aprenden, y en la segunda crece. Si el sujeto es uno, se dice aprende, crece; si más de uno, aprenden, crecen. El atributo varía, pues, de forma, según el sujeto significa unidad o pluralidad, o en otros términos, según el sujeto está en número singular o plural. No hay más que dos números en nuestra lengua.

37 (20). No es esto solo. Hablando del niño se dice que aprende; si el niño hablase de sí mismo, diría yo aprendo, y si hablando del niño le dirigiésemos la palabra, diríamos tú aprendes. En el plural sucede otro tanto. Hablando de muchos niños sin dirigirles la palabra, decimos aprenden; nosotros aprendemos, dirían ellos hablando de sí, o uno de ellos que hablase de todos; y vosotros aprendéis, diríamos a todos ellos juntos o a cualquiera de ellos, hablando de todos.

Yo es primera persona de singular, tú, segunda persona del mismo número; nosotros, primera persona de plural, vosotros, segunda; toda cosa o conjunto de cosas que no es primera o segunda persona, es tercera de singular o plural, con cualquiera palabra que la designemos.

38 (21). Vemos, pues, que la forma del atributo varía con el número y persona del sujeto. La palabra persona que comúnmente, y aun en la gramática, suele significar lo que tiene vida y razón, lleva en el lenguaje gramatical otro significado más, denotando las tres diferencias de primera, segunda y tercera, y comprendiendo en este sentido a los brutos y los seres inanimados no menos que a las verdaderas personas.

39 (22). Observemos ahora que en las proposiciones el niño aprende, los árboles crecen, atribuimos al niño y a los árboles una cualidad o acción que suponemos coexistente con el momento mismo en que estamos hablando. Supongamos que el aprender el niño no sucediese ahora, sino que hubiese sucedido tiempo ha; se diría, por ejemplo, en las tres personas de singular, yo aprendí, tú aprendiste, el niño aprendió, y en las tres de plural, nosotros aprendimos, vosotros aprendisteis, ellos aprendieron. De la misma manera, yo crecí, tú creciste, el árbol creció, nosotros crecimos, vosotros crecisteis, los árboles crecieron. Varía, pues, también la forma del atributo para significar el tiempo del mismo atributo, entendiéndose por tiempo el ser ahora, antes o después, con respecto al momento mismo en que se habla; por lo que todos los tiempos del atributo se pueden reducir a tres: presente, pasado y futuro.

Hay todavía otras especies de variaciones de que es susceptible la forma del atributo, pero basta el conocimiento de éstas para nuestro objeto presente.

40 (23). En las proposiciones el niño aprende, los árboles crecen, el atributo es una sola palabra. Si dijésemos el niño aprende mal, o aprende con dificultad, o aprende cosas inútiles, o aprendió la aritmética el año pasado, el atributo constaría de muchas palabras, pero siempre habría entre ellas una cuya forma indicaría la persona y número del sujeto y el tiempo del atributo. Esta palabra es la más esencial del atributo; es por excelencia el atributo mismo, porque todas las otras de que éste puede constar no hacen más que referirse a ella, explicando o particularizando su significado. Llamámosla verbo. El verbo es, pues, una palabra que denota el atributo de la proposición, indicando juntamente el número y persona del sujeto y el tiempo del mismo atributo.101

Sustantivo

41 (24). Como el verbo es la palabra esencial y primaria del atributo, el sustantivo es la palabra esencial y primaria del sujeto, el cual puede también componerse de muchas palabras, dominando entre ellas un sustantivo, a que se refieren todas las otras, explicando o particularizando su significado, o, como se dice ordinariamente, modificándolo. Tal es niño, tal es árboles, en las dos proposiciones de que nos hemos servido como ejemplos. Si dijésemos, el niño aplicado, un niño dotado de talento, la plaza mayor de la ciudad, los árboles fructíferos, algunas plantas del jardín, particularizaríamos el significado de niño, de plaza, de árboles, de plantas, y cada una de estas palabras podría ser en su proposición la dominante, de cuyo número y persona dependería la forma del verbo. El sustantivo es, pues, una palabra que puede servir para designar el sujeto de la proposición. Se dice que puede servir, no que sirve, porque, además de esta función, el sustantivo ejerce otras, como después veremos. El verbo, al contrario, ejerce una sola, de que ninguna otra palabra es susceptible. Por eso, y por la variedad de sus formas, no hay ninguna que tan fácilmente se reconozca y distinga, ni que sea tan a propósito para guiarnos en el conocimiento de las otras.

42 (25). Como al verbo se refieren todas las otras palabras del atributo, y al sustantivo todas las otras del sujeto, y como el verbo mismo se refiere a un sustantivo, ya se echa de ver que el sustantivo sujeto es en la proposición la palabra primaria y dominante, y a la que, directa o indirectamente, miran todas las otras de que la proposición se compone.

43 (26). Los sustantivos significan directamente los objetos en que pensamos, y tienen a menudo dos números, denotando ya la unidad, ya la pluralidad de los mismos objetos; para lo que toman las más veces formas diversas, como niño, niños, árbol, árboles.

Adjetivo

44 (a). Las cosas en que podemos pensar son infinitas, puesto que no solo son objetos del pensamiento los seres reales que conocemos, sino todos aquellos que nuestra imaginación se fabrica; de que se sigue que en la mayor parte de los casos es imposible dar a conocer por medio de un sustantivo, sin el auxilio de otras palabras, aquel objeto particular en que estamos pensando. Para ello necesitamos a menudo combinarlo con otras palabras que lo modifiquen, diciendo, por ejemplo, el niño instruido, el niño de poca edad, los árboles silvestres, las plantas del huerto.

45 (27). Entre las palabras de que nos servimos para modificar el sustantivo, hay unas que, como el verbo, se refieren a él y lo modifican directamente, pero que se diferencian mucho del verbo, porque no se emplean para designar primariamente el atributo, ni envuelven la multitud de indicaciones de que bajo sus varias formas es susceptible el verbo. Llámanse adjetivos, porque suelen añadirse al sustantivo, como en niño instruido, metales preciosos. Pero sucede también muchas veces que, sin embargo de referirse directamente a un sustantivo, no se le juntan; como cuando decimos el niño es o me parece instruido; proposiciones en que instruido, refiriéndose al sustantivo sujeto, forma parte del atributo.

46 (28). Casi todos los adjetivos tienen dos números, variando de forma para significar la unidad o pluralidad del sustantivo a que se refieren: casa grande, casas grandes, ciudad hermosa, ciudades hermosas.

47 (29). De dos maneras puede modificar el adjetivo al sustantivo; o agregando a la significación del sustantivo algo que necesaria o naturalmente no está comprendido en ella, o desenvolviendo, sacando de su significación, algo de lo que en ella se comprende, según la idea que nos hemos formado del objeto. Por ejemplo, la timidez y la mansedumbre no son cualidades que pertenezcan propiamente al animal, pues hay muchos animales que son bravos o fieros; pero son cualidades propias y naturales de la oveja, porque toda oveja es naturalmente tímida y mansa. Si decimos, pues, los animales mansos, indicaremos especies particulares de animales; pero si decimos las mansas ovejas, no señalaremos una especie particular de ovejas, sino las ovejas en general, atribuyéndoles, como cualidad natural y propia de todas ellas, el ser mansas. En el primer caso el adjetivo particulariza, especifica, en el segundo desenvuelve, explica. El adjetivo empleado en este segundo sentido es un epíteto del objeto y se llama predicado.102

48 (30). Lo más común en castellano es anteponer al sustantivo los epítetos cortos y posponerle los adjetivos especificantes, como se ve en mansas ovejas y animales mansos; pero este orden se invierte a menudo, principalmente en verso.

49 (31). Hay otra cosa que notar en los adjetivos, y es que teniendo muchos de ellos dos terminaciones en cada número, como hermoso, hermosa, no podemos emplear a nuestro arbitrio cualquiera de ellas con un sustantivo dado, porque si, verbigracia, decimos niño, árbol, palacio, tendremos que decir forzosamente niño hermoso, árbol hermoso, palacio hermoso (no hermosa); y si decimos niña, planta, casa, sucederá lo contrario; tendremos que decir hermosa niña, hermosa planta, casa hermosa (no hermoso).

Llamamos segunda terminación de los adjetivos (cuando tienen más de una en cada número) la singular en a, y la plural en as; la otra se llama primera, y ordinariamente la singular es en o, la plural en os.

50. Hay, pues, sustantivos que no se juntan sino con la primera terminación de los adjetivos, y sustantivos que no se juntan sino con la segunda. De aquí la necesidad de dividir los sustantivos en dos clases. Los que se construyen con la primera terminación del adjetivo se llaman masculinos, porque entre ellos se comprenden especialmente aquellos que significan sexo masculino, como niño, emperador, león; y los que se construyen con la segunda se llaman femeninos, a causa de comprenderse especialmente en ellos los que significan sexo femenino, verbigracia, niña, emperatriz, leona. Son, pues, masculinos árbol, palacio, y femeninos planta, casa, sin embargo de que ni los primeros significan macho, ni los segundos hembra.

51 (32). Hay sustantivos que sin variar de terminación significan ya un sexo, ya el otro, y piden, en el primer caso, la primera terminación del adjetivo, y en el segundo, la segunda. De este número son mártir, testigo, pues se dice el santo mártir, la santa mártir, el testigo y la testigo. Estos sustantivos se llaman comunes, que quiere decir, comunes de los dos géneros masculino y femenino.

52 (33). Pero también hay sustantivos que, denotando seres vivientes, se juntan siempre con una misma terminación del adjetivo, que puede ser masculina, aunque el sustantivo se aplique accidentalmente a hembra, y femenina, aunque con el sustantivo se designe varón o macho. Así, aun hablando de un hombre decimos que es una persona discreta, y aunque hablemos de una mujer, podemos decir que es el dueño de la casa.103 Así también, liebre se usa como femenino, aun cuando se habla del macho; y buitre como masculino, sin embargo de que con este sustantivo se designe la hembra. Dáseles el nombre de epicenos, es decir, más que comunes.

Suelen agregarse a los epicenos (cuando es necesario distinguir el sexo) los sustantivos macho, hembra: la liebre macho, el buitre hembra.

53 (34). En fin, hay un corto número de sustantivos que se usan como masculinos y como femeninos, sin que esta variedad de terminación corresponda a la de sexo, del que generalmente carecen. De esta especie es el sustantivo mar, pues decimos mar tempestuoso y mar tempestuosa. Los llamamos ambiguos.

54 (35). La clase a que pertenece el sustantivo, según la terminación del adjetivo con que se construye, cuando éste tiene dos en cada número, se llama género. Los géneros, según lo dicho, no son más de dos en castellano, masculino y femenino. Pero atendiendo a la posibilidad de emplear ciertos sustantivos, ya en un género, ya en otro, llamamos unigéneres (a que pertenecen los epicenos) los que no mudan de género; como rey, mujer, buitre; comunes los que varían de género según el sexo a que se aplican, como mártir, testigo; y ambiguos los que mudan de género sin que esta variación corresponda a la de sexo, como mar.

55 (a). Es evidente que si todos los adjetivos tuviesen una sola terminación en cada número, no habría géneros en nuestra lengua; que pues en cada número no admite adjetivo alguno castellano más que dos formas que se construyan con sustantivos diferentes, no podemos tener bajo este respecto más de dos géneros; y que si en cada número tuviesen algunos adjetivos tres o cuatro terminaciones, con cada una de las cuales se combinasen ciertos sustantivos y no con las otras, tendríamos tres o cuatro géneros en castellano. Después (capítulo XV) veremos que hay en nuestra lengua algunos sustantivos que, bajo otro respecto que explicaremos, son neutros, esto es, ni masculinos ni femeninos; pero esos mismos, bajo el punto de vista de que ahora se trata, son masculinos, porque se construyen con la primera terminación del adjetivo.

56 (36). A veces se calla el sustantivo a que se refiere el adjetivo, como cuando decimos los ricos, subentendiendo hombres; la vecina, subentendiendo mujer; el azul, subentendiendo color; o como cuando después de haber hecho uso de la palabra capítulo, decimos, el anterior, el primero, el segundo, subentendiendo capítulo. En estos casos el adjetivo parece revestirse de la fuerza del sustantivo tácito, y se dice que se sustantiva.

57 (37). Sucede también que el adjetivo se toma en toda la generalidad de su significado, sin referirse a sustantivo alguno, como cuando decimos que los edificios de una ciudad no tienen nada de grandioso, esto es, nada de aquello a que solemos dar ese título. Ésta es otra manera de sustantivarse el adjetivo.104

58 (a). Dícese sustantivamente el sublime, el ridículo, el patético, el necesario, el superfluo, el sumo posible. «Infelices cuya existencia se reduce al mero necesario» (Jovellanos). «Todo impuesto debe salir del superfluo y no del necesario de la fortuna de los contribuyentes» (el mismo). El sumo posible ocurre muchas veces en este esmerado escritor. Pero estas locuciones son excepcionales, y es preciso irse con tiento en ellas.

59 (38). Por el contrario, podemos servirnos de un sustantivo para especificar o explicar otra palabra de la misma especie, como cuando decimos, el profeta rey, la dama soldado; la Luna, satélite de la tierra; rey especifica a profeta; soldado a dama, satélite de la tierra no especifica, es un epíteto o predicado de la Luna; en los dos primeros ejemplos el segundo sustantivo particulariza al primero; en el tercero lo explica. El sustantivo, sea que especifique o explique a una palabra de la misma especie, se adjetiva; y puede ser de diferente género que el sustantivo modificado por él, como se ve en la dama soldado, y hasta de diferente número, como en las flores, ornamento de la tierra. Dícese hallarse en aposición cuando se construye directamente con otro sustantivo, como en todos los ejemplos anteriores. En Colón fue el descubridor de la América, descubridor es un epíteto o predicado de Colón, y por tanto se adjetiva; pero no está en aposición a este sustantivo, porque solo se refiere a él por medio del verbo, con el cual se construye.

60 (39). El último ejemplo manifiesta que un adjetivo o sustantivo adjetivado puede hallarse en dos relaciones diversas a un mismo tiempo: especificando a un verbo, y sirviendo de predicado a un sustantivo: Tú eres feliz; ellas viven tranquilas; la mujer cayó desmayada; la batalla quedó indecisa.

61 (40). Este cambio de oficios entre el sustantivo y el adjetivo, y el expresar uno y otro con terminaciones semejantes la unidad y la pluralidad, pues uno y otro forman sus plurales añadiendo s o es, ha hecho que se consideren como pertenecientes a una misma clase de palabras, con el título de nombres.

62 (41). Los nombres y los verbos son generalmente palabras declinables, esto es, palabras que varían de terminación para significar ciertos accidentes de número, de género, de persona, de tiempo, y algunos otros que se darán a conocer más adelante.

63 (42). En las palabras declinables hay que distinguir dos partes: la raíz, esto es, la parte generalmente invariable (que, por ejemplo, en el adjetivo famoso comprende los sonidos famos, y en el verbo aprende los sonidos aprend), y la terminación, inflexión o desinencia, esto es, la parte que varía (que en aquel adjetivo es o, a, os, as, y en el verbo citado o, es, e, emos, eis, en, etc.). La declinación de los nombres es la que más propiamente se llama así; la de los verbos se llama casi siempre conjugación.

Adverbio

64 (43). Como el adjetivo modifica al sustantivo y al verbo, el adverbio modifica al verbo y al adjetivo; al verbo, verbigracia, corre aprisa, vienen despacio, escribe elegantemente; al adjetivo, como en una lección bien aprendida, una carta mal escrita, costumbres notoriamente depravadas, plantas demasiado frondosas. Sucede también que un adverbio modifica a otro, como en estas proposiciones: el ave volaba muy aceleradamente, la función terminó demasiado tarde. Nótese la graduación de modificaciones: demasiado modifica a tarde, y tarde a terminó, como muy a aceleradamente, y aceleradamente a volaba; además terminó y volaba son, como atributos, verdaderos modificativos de los sujetos la función, el ave.

Preposición

65 (44). No es el adjetivo, aun prescindiendo del verbo, el único medio de modificar sustantivos, ni el adverbio el único medio de modificar adjetivos, verbos y adverbios. Tenemos una manera de modificación que sirve igualmente para todas las especies de palabras que acabamos de enumerar.

Cuando se dice el libro, naturalmente se ofrecen varias referencias o relaciones al espíritu: ¿quién es el autor de ese libro? ¿Quién su dueño? ¿Qué contiene? Y declaramos estas relaciones diciendo: un libro de Iriarte (compuesto por Iriarte), un libro de Pedro (cuyo dueño es Pedro), un libro de fábulas (que contiene fábulas). De la misma manera cuando decimos que alguien escribe, pueden ocurrir al entendimiento estas varias referencias: ¿qué escribe? ¿A quién escribe? ¿Dónde escribe? ¿En qué material escribe? ¿Sobre qué asunto escribe? ¿Con qué instrumento escribe?, etc.; y declaramos estas varias relaciones diciendo: escribe una carta, escribe a su amigo, escribe en la oficina, escribe en vitela, escribe sobre la revolución de Francia, escribe con una pluma de acero. Si decimos que un hombre es aficionado, ocurre la idea de a qué, y la expresamos añadiendo a la caza. Si decimos, en fin, que un pueblo está lejos, el alma por decirlo así, se pregunta, ¿de dónde?, y se llena la frase añadiendo de la ribera.

66. En estas expresiones hay siempre una palabra o frase que designa el objeto, la idea en que termina la relación. (Iriarte, Pedro, fábulas, una carta, su amigo, la oficina, vitela, la revolución de Francia, una pluma de acero, la caza, la ribera). Llamámosla término. Frecuentemente precede al término una palabra denominada preposición, cuyo oficio es anunciarlo, expresando también a veces la especie de relación de que se trata (de, a, en, sobre, con). Hay preposiciones de sentido vago que, como de, se aplican a gran número de relaciones diversas; hay otras de sentido determinado que, como sobre, pintan con bastante claridad relaciones siempre semejantes. Por último, la preposición puede faltar antes del término, como en escribe una carta, pero no puede nunca existir sin él.

67. Estas expresiones se llaman complementos, porque en efecto sirven para completar la significación de la palabra a que se agregan; y aunque todos los modificativos hacen lo mismo, y a más, todos lo hacen declarando alguna relación particular que la idea modificada tiene con otras, se ha querido limitar aquel título a las expresiones que constan de preposición y término, o de término solo.

68 (45). El término de los complementos es ordinariamente un sustantivo, sea solo (Iriarte, fábulas, vitela), sea modificado por otras palabras (una carta, su amigo, la oficina, la revolución de Francia, una pluma de acero). He aquí, pues, otra de las funciones del sustantivo, servir de término; función que, como todas las del sustantivo, puede ser también desempeñada por adjetivos sustantivados: el orgullo de los ricos, el canto de la vecina, vestido de blanco, nada de grandioso.

69 (46). Pero además del sustantivo ejercen a veces esta función los adjetivos, sirviendo como de epítetos o predicados, verbigracia, se jacta de valiente, presume de hermosa, da en majadero, tienen fama de sabios, lo hizo de agradecido; «Esta providencia, sobre injusta, era inútil» (Jovellanos); expresiones en que el adjetivo se refiere siempre a un sustantivo cercano, cuyo género y número determinan la forma del adjetivo. Los sustantivos adjetivados sirven asimismo de término a la manera de los adjetivos, haciendo de predicados respecto de otro sustantivo cercano; como cuando se dice que uno aspira a rey, o que fue juicioso desde niño, o que estaba de cónsul, o que trabaja de carpintero.

70 (47). Hay también complementos que tienen por término un adverbio de lugar o de tiempo, verbigracia, desde lejos, desde arriba, hacia abajo, por aquí, por encima, hasta luego, hasta mañana, por entonces. Y complementos también que tienen por término un complemento, como en saltó por sobre la mesa, se escabulló por entre los dedos; a no ser que miremos las dos preposiciones como una preposición compuesta, que para el caso es lo mismo.

71 (a). Los adverbios de lugar y de tiempo son los que generalmente pueden emplearse como términos. Los complementos que sirven de términos admiten más variedad de significado. «Eran ellos dos para en uno.» «El vestido, para de gala, no era decente.»105

72 (b). No debe confundirse el complemento que sirve de término, como en saltó por sobre la mesa, con el que solo modifica al término, como cuando se dice que alguien escribe sobre la revolución de Francia; donde Francia forma con de un complemento que modifica a la revolución, mientras ésta, modificada por el complemento de Francia, forma a su vez con sobre un complemento que modifica al verbo escribo.