Hambre de amor - Maisey Yates - E-Book
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Hambre de amor E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Los Corretti. 8º de la saga. Saga completa 8 títulos. Desear a un Corretti la había llevado al escándalo… Alessia Battaglia parecía un ángel con ese vestido blanco... Cuando la vio saliendo de la iglesia y abandonando en el altar a su prometido, Matteo Corretti se quedó sin aliento y tuvo la tentación de ir tras ella, pero el peso de su pasado le impedía dejarse llevar de esa manera. Lo que no sabía Matteo era que Alessia estaba embarazada y que el niño era suyo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Hambre de amor, n.º 96 - septiembre14

Título original: A Unger for the Forbidden

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de pareja utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados. Imagen de paisaje

utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-687-4554-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

ALESSIA Battaglia se ajustó el velo. La leve gasa acarició la delicada piel de su cuello como lo haría el suave beso de un amante. Cerró los ojos, casi podía sentirlo.

No había sido capaz de olvidar sus cálidos labios sobre la piel desnuda y su mano, masculina y firme, en la cintura.

Abrió los ojos y se agachó para ajustarse las hebillas de los zapatos de raso blanco.

Recordó entonces las manos de su amante en el tobillo y cómo le había quitado los zapatos de tacón alto hasta dejarla desnuda frente a él, desnuda por primera vez delante de un hombre. Pero no había tenido tiempo para que los nervios pudieran con ella. El calor y el deseo que había entre los dos la habían dominado por completo, los había dominado a los dos. Después de tantos años fantaseando con aquello…

Tragó saliva y tomó el ramo de rosas rojas que había dejado en la silla. Lo miró y pasó los dedos por los aterciopelados pétalos. Fue una sensación que le provocó otra oleada de recuerdos y pensó en cómo había sido tener la boca de su amante en el pecho mientras ella se aferraba con fuerza a su cabello oscuro.

–¿Alessia?

Se giró y vio que era la organizadora de su boda quien la llamaba desde la puerta.

–¿Sí?

–Ya es la hora –le recordó la mujer.

Alessia asintió con la cabeza y se dirigió hacia la puerta. Los tacones martilleaban el suelo de mármol de la basílica. Salió de la habitación donde se había vestido y fue al amplio vestíbulo. Ya estaba vacío. Todos los invitados estaban en la iglesia, esperando que empezara la ceremonia.

Soltó un largo suspiro que retumbó en las paredes de la sala. Comenzó entonces a caminar hacia el santuario y se fijó en los murales pintados en las paredes a ambos lados de la puerta. Se detuvo un segundo, con la esperanza de encontrar algo de paz en las escenas de la Biblia que se representaban en esos murales.

Sus ojos se posaron en la pintura de un jardín. En el centro, Eva le entregaba a Adán la manzana.

Recordó entonces una conversación que tenía grabada en su corazón.

–Por favor. Solo una noche –le había dicho ella.

–¿Solo una, cara mia?

–Es todo lo que puedo darte.

Un beso ardiente y apasionado la había transportado en ese instante a un lugar en el que nunca había estado. No se había parecido a nada que hubiera experimentado antes. Había sido mucho mejor que cualquier fantasía.

Se quedó sin aliento al recordar ese momento y se alejó del mural, yendo hacia la pequeña antecámara que había antes de entrar al santuario. Su padre estaba allí, muy elegante con su traje a medida. Antonioni Battaglia tenía aspecto de ciudadano respetable, aunque todo el mundo sabía que no lo era. Y esa boda, tan tradicional y pomposa, no iba a ser más que otra manera de afirmar su poder. Un poder que esperaba poder ver acrecentado con la fortuna y el estatus de la familia Corretti. Era la única razón por la que ella estaba en esa situación.

–¡Cómo te pareces a tu madre! –le dijo al verla.

Se preguntó si habría algo de verdad en esas palabras o si simplemente le había parecido que era lo que tenía que decirle en un momento así. Su padre nunca le había mostrado cariño ni ternura. No le había parecido capaz de albergar tales sentimientos.

–Gracias –repuso ella bajando la mirada a su ramo.

–Esto es lo mejor para la familia –le recordó su padre.

Era algo que ya sabía. Esa boda era clave para asegurar el futuro de sus hermanos y ella había sido la que se había encargado de ellos desde que su madre muriera en el parto del quinto hijo. Pietro, Giana, Marco y Eva eran las personas más importantes de su vida y estaba dispuesta a sacrificarse para que tuvieran un buen futuro.

Pero no podía ignorar la amargura que había en su corazón. Estaba muy arrepentida, no podía evitarlo, y los recuerdos estaban consiguiendo nublar su presente y conseguir que se sintiera muy confundida. Los recuerdos de su amante, esas manos, su cuerpo, su pasión… Le habría encantado que ese amante y el hombre que la esperaba detrás de esas puertas de la iglesia, con el que se iba a casar, fueran la misma persona. Pero no lo era.

–Lo sé –susurró ella mientras trataba de ignorar lo desolada que se sentía en esos momentos.

Nunca había tenido un vacío tan grande en su interior.

Se abrieron las grandes puertas de la iglesia, revelando un larguísimo pasillo. La música cambió en ese instante y todo el mundo se giró. Tenía los ojos de mil doscientos invitados en ella. Estaban allí para ver cómo se unían en matrimonio las familias Battaglia y Corretti, dos de las más poderosas de Sicilia, después de años de rivalidad.

Sostuvo la cabeza bien alta y respiró profundamente, pero el corpiño del vestido amenazaba con ahogarla en cualquier momento. El encaje que cubría todo el traje era pesado y áspero. Sentía que todos esos metros de tela se aferraban a su alrededor y tenía tanto calor que empezó a marearse.

Era un vestido precioso, pero demasiado recargado y pesado para su gusto. Recordó entonces, una vez más, que ese vestido no tenía nada que ver con ella. Ni tampoco era asunto suyo esa boda.

Su padre la siguió hasta el interior de la iglesia, pero no le ofreció el brazo. Ya había entregado a su hija el día que firmó un contrato con el fallecido Salvatore Corretti y no parecía sentir la necesidad de cumplir con el protocolo y acompañarla hasta el altar para entregarla a su futuro marido. Vio que se quedaba mirándola, como si quisiera asegurarse de que todo iba bien, tal y como él lo había ordenado. Se sentía vigilada.

Sintió una gota de sudor bajando por su espalda y otro recuerdo la golpeó con fuerza en ese instante.

Había sido increíble acariciar la piel sudorosa de su espalda, clavarle las uñas en los hombros mientras sus muslos lo rodeaban. No podía dejar de pensar en su musculoso y esbelto cuerpo...

Parpadeó algo nerviosa y miró a Alessandro. Su novio, el hombre con el que estaba a punto de casarse.

«Señor, perdóname», se dijo, avergonzada por sus propios pensamientos.

Y entonces lo sintió. Pudo sentir que él estaba allí como si pudiera verlo, como si la hubiera tocado.

Miró al lado donde estaba la familia Corretti y su corazón se detuvo durante un segundo.

Matteo. Su amante. El gran enemigo de su prometido.

Estaba tan guapo como siempre. Tenía la habilidad de dejarla sin aliento cada vez que lo veía. Alto, de anchos hombros y físico perfecto, estaba muy apuesto con el traje a medida que se había puesto ese día. Tenía una piel tersa y morena, mandíbula cuadrada y muy masculina. Y unos labios que estaban hechos para dar placer.

Pero ese hombre no parecía el mismo con el que había compartido su cama hacía un mes. Le pareció diferente y frío. Vio ira en sus ojos. Había pensado, casi esperado, que a Matteo no le importara que ella estuviera prometida para casarse con Alessandro, que una noche de pasión con ella iba a ser como con cualquier otra mujer.

Ese pensamiento le habría dolido, pero creía que habría sido mejor que tener que ver odio en su mirada.

Podía recordar esos ojos oscuros con un tipo de fuego muy distinto en ellos. Había visto deseo y necesidad en esa mirada. Y una desesperación que ella también había sentido en su interior.

No se le había olvidado cómo el deseo había nublado por completo su mente ni la expresión, casi de dolor, en el rostro de Matteo cuando ella lo había tocado.

Miró a Alessandro, pero todavía podía sentir que Matteo la observaba. Tenía la necesidad de darse la vuelta para mirarlo. Siempre lo hacía. Había sido así durante años. Siempre se había sentido atraída por él.

Y por una noche, lo había tenido. Pero a partir de ese día, ya no volvería a suceder.

Le fallaron un segundo los pies. Estuvo a punto de perder el equilibrio y miró de nuevo a Matteo a los ojos.

Tenía tanto calor… Ese vestido la estaba sofocando. El velo era demasiado pesado y el encaje del cuello amenazaba con ahogarla.

Dejó de caminar. Libraba una lucha en su interior y le daba la impresión de estar a punto de romperse en mil pedazos.

Matteo Corretti estaba tan fuera de sí que le costaba controlarse.

Era una tortura ver cómo Alessia Battaglia iba hacia Alessandro, su primo, su rival en los negocios y, más que nada, su enemigo, con la intención de unirse a él para siempre.

Sentía que era suya. Su amante, la mujer más bella que había visto en su vida. Tenía una piel suave, dorada y perfecta, unos rasgos preciosos y unos maravillosos labios. Pero tenía algo más, una vitalidad y pasión que lo tenían fascinado y confundido al mismo tiempo. Su manera de reír, sus sonrisas… Estaba tan llena de vida. Le había hechizado desde que la viera por primera vez siendo solo un niño.

Siempre le habían hecho creer que los Battaglia eran poco menos que unos monstruos. Ella, en cambio, le había parecido un ángel desde ese primer momento. Pero nunca la había tocado. Nunca había incumplido esa especie de orden tácita impuesta por su padre y su abuelo. Después de todo, ella era una Battaglia y él, un Corretti. Llevaban más de cincuenta años de guerra entre las dos familias.

Le habían prohibido incluso hablar con ella y, de niño, solo había incumplido esa orden una vez.

Pero las cosas habían cambiado desde entonces y el patriarca de la familia, su abuelo Salvatore Corretti, había pensado que podría beneficiarse de una unión con los Battaglia y ese día la entregaban a Alessandro como si no fuera más que una res.

Apretó furioso los puños. Hacía más de trece años que no sentía esa ira en sus entrañas. Era el tipo de rabia que normalmente conseguía mantener oculta a los demás. Temía que fuera a explotar en cualquier momento y sabía muy bien lo que podía llegar a ocurrir entonces. Creía que nadie podría considerarlo responsable de lo que podría llegar a hacer si tenía que ver a Alessandro tocando a Alessia. O besándola…

Vio entonces que Alessia se quedaba inmóvil. Miró con sus grandes ojos oscuros a Alessandro y después, de nuevo a él. Esos ojos... Esos ojos estaban siempre presentes en sus sueños.

Alessia bajó la mano y el ramo cayó al suelo. El suave sonido de las rosas al golpear el suelo de piedra resonó en una capilla que se había quedado de repente en silencio.

Después, Alessia se giró, agarró la parte delantera de la falda del pesado vestido de encaje y echó a correr por el pasillo. Los metros de tela blanca flotaron a su alrededor mientras corría. Solo miró hacia atrás una vez y lo hizo para mirarlo de nuevo a él con ojos asustados.

–¡Alessia! –exclamó él sin poder controlarse–. ¡Alessia!

El rugido y los murmullos de los presentes ahogaron sus palabras. Echó a correr hacia la puerta. La gente se había puesto de pie y algunos habían salido al pasillo, bloqueando su camino. Apenas era consciente de lo que estaba ocurriendo, de las caras de los invitados a los que iba dejando atrás, de la gente a la que apartaba… Solo quería salir de allí y encontrarla.

Cuando salió a la gran plaza, Alessia ya estaba dentro de la limusina que esperaba a los recién casados. Estaba tratando de meter la enorme falda y la cola del vestido dentro del vehículo. Alessia lo vio entonces y le cambió la cara. Vio una esperanza en sus ojos que lo dejó sin respiración y se aferró a su corazón con fuerza.

–Matteo –susurró ella.

–¿Qué estás haciendo, Alessia?

–Me tengo que ir –respondió Alessia.

Tenía los ojos fijos en algo que había detrás de él, parecía tener miedo. Supo entonces que estaba así por su padre y sintió la repentina necesidad de borrar todos sus miedos, no quería que tuviera que temer nada.

–¿Adónde? –le preguntó él con la voz ronca.

–Al aeropuerto. Allí te espero –le dijo ella.

–Alessia...

–Matteo, por favor. Te esperaré.

Alessia cerró la puerta y el coche se puso en marcha. En ese momento, salió de la iglesia Antonioni Battaglia.

–¡Tú! –exclamó fuera de sí al verlo allí–. ¿Qué es lo que has hecho?

Y Alessandro salió también de la iglesia, fulminándolo con la mirada.

–Sí, primo, ¿qué has hecho?

Alessia pagó a la dependienta de la tienda de ropa con manos temblorosas. Se había comprado unos pantalones vaqueros, una camiseta y zapatillas de deporte. No quería destacar ni que la reconocieran y le había parecido la elección perfecta. Sabía que nadie esperaría ver a una Battaglia vestida de ese modo.

Su familia llevaba algún tiempo fingiendo un nivel económico mucho más boyante del que tenía. Su padre pedía prestado dinero para mantener su imagen de hombre poderoso. Su puesto como ministro de Comercio y Vivienda de Sicilia le daba cierto grado de poder del que se beneficiaba continuamente, pero esa actividad no le proporcionaba grandes ingresos.

Vio que la dependienta la miraba con curiosidad y no le extrañó. Después de todo, no era normal ver a una joven vestida de novia y sola en una pequeña tienda para turistas como aquella.

–¿Puedo usar el probador? –le preguntó después de pagar los artículos.

No le gustaba tener que usar el dinero de su padre para escapar y, mucho menos, la forma en la que había conseguido ese dinero. No quería ni pensar en lo que debían de haber pensado en el banco al verla entrar vestida de esa guisa y exigiendo un adelanto de efectivo con una tarjeta que estaba a nombre de su padre.

–Soy una Battaglia –le había dicho al empleado con el mismo tono despectivo y autoritario que siempre usaba Antonioni–. Así que claro que puedo acceder a la cuenta de la familia.

Pero el caso era que había necesitado tener efectivo en el bolsillo para poder huir, lo último que quería era usar las tarjetas y dejar un rastro de papel para que la pudieran localizar.

Alessia se metió en el vestuario y empezó a quitarse el asfixiante vestido. Lo había elegido su padre, había querido que fuera muy tradicional. Y que, por supuesto, fuera del blanco más puro, como correspondía a una novia virgen.

«Si él supiera…», pensó entonces.

Se cambió rápidamente de ropa y salió del probador recogiéndose el pelo en una cola de caballo. Se puso las zapatillas y se enderezó. Por fin podía respirar, volver a ser ella misma, mucho más cómoda y ligera.

–Gracias –le dijo a la dependienta–. Quédate con el vestido. Puedes venderlo, si quieres.

Salió deprisa de la tienda y se alejó por la concurrida calle. Se sentía muy aliviada.

Había dejado la limusina frente al banco y, después de conseguir dinero en efectivo, le había dado al conductor una propina generosa por haberla ayudado a escapar.

Se detuvo en la acera y levantó la mano para que un taxi se detuviera a su lado.

–Aeroporto di Catania, per favore –le dijo al conductor cuando entró.

Matteo no se había quedado en la basílica. Se había limitado a ignorar las preguntas de su furioso primo y había ido directamente hasta donde tenía aparcado su deportivo.

Sin pensar en lo que hacía, lo puso en marcha y salió en dirección al aeropuerto. El corazón le latía con fuerza y la adrenalina fluía por todo su cuerpo. Se sentía como si estuviera viviendo un sueño, como si nada de lo que estaba pasando fuera real. Y también sentía que no tenía el control de esa situación, algo que nunca o casi nunca se permitía. Había tenido en su vida pocos momentos durante los que había bajado por completo la guardia y todos estaban relacionados de alguna manera con Alessia. Esos breves instantes le habían permitido atisbar cómo podría llegar a ser su vida si dejaba que ese frío terrible que habitaba dentro de él se mezclaba con las apasionadas llamas de alguien como Alessia.

Esa mujer era su debilidad. Una debilidad que nunca debería haberse permitido y una tentación en la que no debía volver a caer. No había conseguido olvidarlo…

«Sus ojos se encontraron en el espejo que había tras la barra del bar. Unos ojos que reconocería en cualquier parte. Se volvió bruscamente y la vio, quedándose durante un instante sin respiración.

Dejó la copa en la barra y atravesó el bar, que estaba lleno de gente, ignorando a sus compañeros.

–Alessia.

Era, después de trece años, la primera vez que hablaba con ella.

–Matteo.

Le había estremecido la dulzura con la que había pronunciado su nombre».

Había pasado un mes desde que pasaran una noche juntos en Nueva York. Había pensado que se trataba de un encuentro casual, pero empezaba a dudarlo.

Aún recordaba el sabor de su piel y cómo había sido acariciar las suaves curvas de sus pechos. Todavía podía oír sus suspiros y gemidos, no había olvidado cómo había temblado de deseo entre sus brazos.

No había deseado estar con ninguna otra mujer desde entonces.

«Les costó esperar a llegar a su habitación del hotel. Apenas podían controlar la urgencia de su deseo. Era casi desesperación lo que sentían el uno por el otro.

Matteo cerró la puerta con un golpe y pasó el cerrojo con dedos temblorosos mientras presionaba el dulce cuerpo de Alessia contra la pared. Ella llevaba un vestido largo con una generosa abertura a un lado que dejaba al descubierto sus piernas esbeltas y bronceadas.

Rodeó con los dedos uno de esos muslos y tiró de él hasta conseguir que Alessia rodeara su cadera con la pierna. Se estremeció al sentir la dureza de su erección contra sus suaves y cálidas curvas.

Pero no era suficiente. Sabía que nunca lo iba a ser».

Matteo se detuvo en un semáforo en rojo y maldijo entre dientes. Estaba impaciente y la necesidad podía con él. Solo se había sentido así una vez en toda su vida, solo había sentido la intensidad de ese deseo una vez, devorándolo por dentro como una bestia hambrienta.

«Por fin estaba desnuda frente a él y podía sentir sus pechos contra el torso. Tenía que tenerla. Todo su cuerpo temblaba de deseo.

–¿Estás lista para mí, cara mia?

–Para ti siempre lo estoy…

Se deslizó dentro de ella y sintió algo distinto. Su cuerpo no parecía estar preparado… Nunca había experimentado nada parecido. Alessia gritó en voz baja y le clavó las uñas en la espalda. Supo que era dolor lo que estaba sintiendo en ese momento, no placer».

Alessia había sido virgen cuando hicieron el amor en Nueva York. Era suya, solo suya.

Pero al día siguiente había descubierto que en realidad no había sido suya. Todo había sido una mentira.

Cuando se despertó, Alessia ya se había ido.

De vuelta en Sicilia, asistió a una fiesta familiar y no supo hasta llegar al evento que era una fiesta de compromiso, para celebrar la unión de Alessandro y Alessia y el final de una guerra entre las dos familias.

Con el apoyo de la familia de Alessia, los Corretti iban a tener todo lo que necesitaban para poder revitalizar la degradada zona portuaria de Palermo y fortalecer su empresa familiar.

Apenas podía controlar su ira si pensaba que ya había estado prometida con Alessandro cuando se acostó con él. Se había entregado por completo sabiendo que iba a casarse con otro hombre.

Durante el último mes, había tenido que soportar verlos juntos y le había hervido la sangre en las venas al ver a su mayor enemigo arrebatándole lo que deseaba más que nada en el mundo. Alessia era todo lo que siempre había deseado, pero lo que nunca se había permitido tener.

Se le había pasado por la cabeza hacer alguna locura cuando los veía juntos. Había deseado agarrar a Alessandro para apartarlo de ella y evitar que volviera a ponerle la mano encima.

No entendía qué le pasaba con Alessia ni cómo conseguía afectarle tanto. Nunca había sido tan posesivo con nadie ni había sentido esa pasión que amenazaba con ahogarlo. No solía comportarse de esa manera, era un hombre muy cerebral y contenido, alguien que amaba la lógica y la realidad, el deber y el sentido del honor.

Sobre todo porque sabía que, cuando bajaba la guardia y se dejaba llevar por las emociones, no controlaba las consecuencias de sus actos y el peligro de que eso sucediera era demasiado grande.

Era un Corretti y sabía que estaba cortado por el mismo patrón de su padre y su abuelo. Procedía de una familia que siempre se había movido por la codicia, la agresividad y el deseo de tener siempre más dinero y más poder. Mucho más de lo que cualquier hombre pudiera necesitar.

Y, aunque normalmente solía usar la lógica y era un hombre cabal, había tenido que aceptar y justificar acciones que habrían horrorizado a la mayoría de la gente.

Se salió de la carretera y pisó el freno. Apagó el motor y se quedó aferrando el volante con fuerza.

No se reconocía a sí mismo cuando estaba con Alessia y creía que nada bueno podía salir de aquello. Se había pasado la vida tratando de cambiar al hombre que parecía estar destinado a ser. Había tratado de mantener el control para llevar su vida en una dirección diferente a la que su padre había elegido para él. Pero Alessia ponía en peligro ese empeño que tenía, lo ponía continuamente a prueba.

Encendió de nuevo el coche y volvió a la carretera, esa vez en dirección contraria al aeropuerto.

Pulsó un botón en el tablero de mandos del coche para hablar con su secretaria.

–¿Lucia? –la saludó cuando la mujer contestó.

–¿Sí?

–No me pases llamadas hasta que te diga lo contrario. Voy a estar fuera un tiempo.

Habían pasado ya tres horas. Creía que ni su padre ni sus secuaces habían ido a buscarla al aeropuerto porque no se imaginaban que Alessia pudiera hacer algo tan audaz como irse de Sicilia.

Inquieta, se movió en la silla de plástico y se limpió la mejilla una vez más, aunque sus lágrimas ya se habían secado. Se había quedado sin lágrimas. No había hecho otra cosa más que llorar desde que llegara al aeropuerto. Sobre todo cuando le quedó claro que Matteo no iba a aparecer.

Y poco después, cuando había tenido que ir a uno de los baños públicos para vomitar, se había echado a llorar con amargura. Fue entonces a una de las tiendas del aeropuerto para adquirir lo que había estado evitando comprar durante esa última semana.

Había empezado a llorar otra vez cuando en la prueba de embarazo habían aparecido dos pequeñas líneas de color rosa. Sí, tal y como se había temido, estaba embarazada.

Estaba destrozada y se sentía desolada.

Había tratado de animarse pensando que al menos no iba a estar completamente sola, iba a tener un bebé. Pero esa idea no había conseguido consolarla. Solo tenía clara una cosa. No iba a poder volver con Alessandro ni con su familia. Se había quedado embarazada del hombre menos conveniente, de uno que en realidad no quería estar con ella.

Al parecer, solo la había deseado una vez, pero no quería ni pensar en ello. Estaba furiosa. Lo habían hecho más de una vez esa noche y estaba pagando las consecuencias. Recordaba haber usado protección en la cama. Pero, después, cuando se habían duchado juntos de madrugada… Ninguno de los dos había sido capaz de pensar con claridad ni habían querido perder el tiempo con esos detalles.

Anunciaron por megafonía que los pasajeros debían embarcar ya en el vuelo a Nueva York. Era el último aviso.

Se puso de pie, tomó su bolso, que era lo único que tenía con ella, lo único que tenía a su nombre, y le entregó el billete al hombre del mostrador.

–¿A Nueva York? –le preguntó él para verificar la información.

Alessia respiró hondo antes de contestar.

–Sí.

Capítulo 2

MATTEO ni siquiera abría los correos electrónicos que le había estado enviando. Alessia lo sabía porque los había configurado para recibir un aviso cuando el destinatario abriera el mensaje. Tampoco respondía cuando lo llamaba. Y lo había intentado llamándolo a la oficina, a su teléfono móvil, a la residencia principal de los Corretti y a la casa personal que Matteo tenía en las afueras de Palermo.

Matteo Corretti estaba haciendo un trabajo excepcional ignorándola por completo. Lo había hecho durante las semanas que Alessia llevaba encerrada en el apartamento de su amiga Carolina.

Ella era la que la había convencido para celebrar su despedida de soltera de Nueva York. En cierto modo, la culpaba por lo que había pasado esa noche. Era la fuente de todos sus problemas y también de su embarazo.

Pero sabía que no era justo echárselo en cara a Carolina. Había sido culpa suya. Al menos en parte. El resto, era responsabilidad de Matteo Corretti. Ese hombre que se negaba a hablar con ella.

Le habría encantado no necesitarlo, pero no sabía qué otra cosa podía hacer.

Estaba tan cansada y, la mayor parte del tiempo, también muy triste.

Su padre también ignoraba sus llamadas y no podía hablar con sus hermanos, las personas más importantes de su vida. Sabía que Antonioni Battaglia les habría prohibido hablar con ella. Eso era lo que más le dolía, sentía un vacío inmenso en su alma. Sin ellos se encontraba perdida, siempre habían sido los que habían dado un sentido a su vida. A ellos les debía su fuerza y su sentido de la responsabilidad.

Sabía que tenía otra opción, podía poner fin al embarazo y regresar a casa, pero no se veía capaz de hacerlo.

Había perdido demasiadas cosas en su vida y, aunque se sentía muy confundida por ese inesperado embarazo, no podía deshacerse de esa pequeña vida que crecía dentro de ella.

Además, tenía otros problemas en los que centrarse. Empezaba a quedarse sin dinero y entonces iba a estar sola y arruinada mientras Matteo Corretti se gastaba su fortuna en coches deportivos y hoteles lujosos.

Pero no iba a permitirlo. No cuando ya había decidido que, si él no quería ser parte de la vida de su bebé, tendría que ir a Nueva York y decírselo a la cara. Quería tenerlo delante de ella y que le dijera que renunciaba a su hijo. No podía permitir que se limitara a ignorar los correos electrónicos y mensajes que ella le enviaba.

Sabía que había sido un error acostarse con él sin decirle que estaba prometida, pero creía que eso no le daba derecho a ignorar el hecho de que iba a tener un hijo con ella. Ese bebé no tenía por qué pagar por la estupidez de sus padres. Esa criatura era la única persona inocente en esa situación.

Miró la pantalla de su teléfono. Tenía su cuenta de Twitter configurada y lista para ayudarle a contactar con todos los medios de comunicación locales.

Respiró hondo y comenzó a escribir.

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