Hasta el error es divertido - Daniel López Ortega - E-Book

Hasta el error es divertido E-Book

Daniel López Ortega

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  • Herausgeber: Plataforma
  • Kategorie: Bildung
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2024
Beschreibung

«Profe Danny» es un profesor de Educación Infantil muy conocido en Instagram —cuenta con 90.300 seguidores— y en TikTok —¡300.100 seguidores!— porque explica con claridad las realidades del día a día de la Educación Infantil y ofrece explicaciones, consejos, ejercicios, manualidades y todo tipo de tips sobre cómo abordar de una manera sana, igualitaria y divertida esta etapa intensa y crucial para los niños y sus familias. La llegada al cole, los primeros retos, la adaptación y el adquirir nuevas habilidades sociales no siempre es fácil, pero también es un periodo muy gratificante, lleno de imaginación y fantasía. Una etapa en la que es fundamental que padres y profesores estén implicados y acepten que el diálogo, la empatía y la comprensión son esenciales.

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Hasta el error es divertido

La realidad de la Educación Infantil sin filtros ni purpurina

Daniel López Ortega

Primera edición en esta colección: enero de 2024

© Daniel López Ortega, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-11-3

Fotografía de la cubierta: Juanja García Pérez

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

A mi familia, por confiar siempre en mí y ayudarme a tener otros puntos de vista, aunque no me gusten. Y por ser siempre el lugar seguro al que acudir en cualquier momento. Os quiero.

A mis amigas, por estar en cada uno de los momentos importantes de mi vida, por apoyarme y sostenerme.

A ti, yaya, por ser un constante espejo donde mirarme.

A mi familia virtual, a cada persona que me sigue en las redes, gracias por apoyarme en cada proyecto e idea que tengo. Gracias por cada crítica que me ha ayudado a crecer como profesional de la educación y también como persona. Sois la caña.

A ti, que sin conocerme estás leyendo estas líneas, te prometo que este libro no te defraudará, aunque es un poco caos, como mi cabeza. Te invito a que sigas leyendo y que, cuando termines, me compartas tus pensamientos.

«La única manera de cambiar la mente de alguien

es conectar con ella a través del corazón».

RASHEED OGUNLARU

Cada escritor tiene su inspiración; a mí lo que más me inspira es la música. Por eso he querido dejaros este QR a una lista de música que he creado a medida que escribía este libro.

Espero que os guste y os permita conocerme un poco más y conectar con cada uno de los capítulos.

Índice

Introducción1. De alumno a compañero y eterno estudiante2. El lado amargo de la educación3. Ni rosa ni azul4. Ser buena compañera5. Con firmeza y cariño6. Estrellita, ¿dónde estás?7. El cofre del tesoro8. El mundo virtual9. Mi no-organización10. Deconstrucción del profesor11. Mi educación12. Las emociones en infantil13. Cuando las familias no te apoyan14. Claustro de InstagramÚltimas palabras

Introducción

Llevaba mucho tiempo queriendo plasmar en un libro lo que es para mí la educación, el camino que he recorrido hasta llegar donde estoy ahora, y tener la posibilidad de abrir muchos melones.

Quiero contaros desde que comencé a plantearme mi futuro hasta llegar a conseguirlo. Quiero haceros partícipes de mis emociones durante algunos de los momentos más difíciles que he vivido en educación. Y quiero haceros pensar.

No tengo las claves sobre lo que funciona en educación; esto no quiero que se transforme en un manual en el que apoyarnos porque tiene la razón absoluta. NI MUCHO MENOS. Ni la tengo ni pretendo tenerla.

Hay algo que sí que tuve claro desde el momento en que empecé a meterme de lleno en la educación: un buen profesor o profesora es aquel que nunca lo sabe todo; es quien tiene algunas claves, pero está dispuesto a seguir avanzando y aprendiendo. Es quien se recicla y se adapta, quien escucha y valora otras opciones.

No soy quien comenzó a dar clase; quien soy ahora me gusta, pero tengo ganas de encontrarme con el profe que seré el día de mañana.

Siempre he soñado con escribir un libro educativo y, ahora que tengo la posibilidad, quiero confesar, sin que se entere nadie, que estoy de los nervios. En estas páginas quiero narraros todo lo que he vivido, quiero aportaros ideas y mostraros cómo trabajo, pero también quiero plasmar mis miedos, mis angustias y mi rabia por momentos que nos tocan vivir.

Este es el inicio del viaje; si estás ya aquí, supongo que te has querido unir y estás dispuesto a acompañarme.

¿Vamos a por ello?

Pues comenzamos…

1.De alumno a compañero y eterno estudiante

Vale, listo. Después de tirarte dieciocho años de tu vida (si no alguno más, como fue mi caso) estudiando, llega el momento decisivo. Preparado para darlo todo en el examen que determinará qué camino vas a seguir a partir de ahora. Dieciocho años estudiando, pasando exámenes para jugártelo todo a una carta. Y ese camino que tomarás, por supuesto, tienes que tenerlo decididísimo. Algo muy lógico… ¿Quién no tiene claro a qué quiere dedicarse durante su vida entera? (nótese el sarcasmo).

Yo no sé muy bien cómo lo hice, pero lo superé con la nota que necesitaba para estudiar lo que quería y donde quería. A partir de ese momento, comenzaba mi camino para convertirme en maestro de Educación Infantil.

Ese momento de tu vida es extraño. Muchos tienen claro lo que «quieren ser de mayores» y otros no. Pero no hay vuelta atrás: debes elegir un camino y seguirlo para ver adónde te lleva. Como si solo existiera un único camino, pero, bueno, de eso te das cuenta más adelante.

Si soy sincero, hasta al poco de comenzar la selectividad no tenía muy claro qué quería hacer. Incluso, una vez elegido, a mitad de curso, comencé a arrepentirme de la elección, pero, bueno…, ahora doy gracias por seguir hasta el final. Igual es por ser Leo o simplemente por cabezonería pura, pero menos mal.

Antes de tener clara la elección, me planteé otros futuros: «Seré biólogo marino», pensé. Pero, después de haber visto tantas películas sobre tiburones, como que a uno se le quitan las ganas de meterse en aguas donde no te ves ni los pies.

«¡Mejor! Seré diseñador gráfico; es una profesión que está en auge y me encanta dibujar», me repetía. Pero tirarme ocho horas, como mínimo, delante de un ordenador, dentro de una habitación, pues no, me agobiaba mucho pensarlo. Y quieto no sé estar.

Fueron pasando los días y el examen se acercaba, y con él la presión de no tener claro qué iba a estudiar o en qué universidad solicitar la plaza. En ese momento pensé en todos los profesores que había tenido a lo largo de mi vida y en lo que habían significado para mí.

Durante tu vida de estudiante tienes muchos profesores distintos: los que te tratan como a un igual; los que, por muy aburrida que sea la asignatura, no ves el momento de que llegue, o los que se preocupan más de sus alumnos que de si memorizan bien los datos. Pero también te encuentras con la cara B. Esos profesores que no quieren más que el sueldo y las vacaciones. Aquellos que te hacen la vida imposible por entretenimiento. Los que «me tienen manía». Los que no tienen vocación ni ganas. Sí, hay profesores nefastos, que no valen para educar. A mí, personalmente, no me educaron, pero sí que me enseñaron algo que determinó qué profesión estudiaría: me enseñaron cómo no debe ser un profesor y qué es lo importante en la educación. Me enseñaron a centrarme en los alumnos como personas independientes y no como un pack homogéneo determinado por un curso y una letra: 4.º B.

Así que os agradezco a todos esos malos profesores que tuve porque, gracias a vosotros, he encontrado mi vocación y mi motor.

Parece una razón un tanto masoca, pero quiero que el sistema educativo tenga un valor, y que cada alumno y alumna que pase por mi aula se lleve un trocito de mí. Quiero ayudar a enmendar los errores y a no seguir propagando un modelo educativo basado en la frustración y la competitividad. Quiero ayudarles a ver el mundo tal como es y a asentar unos buenos valores de respeto, igualdad y tolerancia.

La universidad estuvo bien, aunque no era lo que esperaba cuando empecé. De las universidades te esperas un lugar totalmente masificado, lleno de carreras por los pasillos y estudiantes por todos lados preparándose los exámenes (bueno, y la cafetería, centro de reuniones). Nada de eso fue lo que me encontré cuando llegué allí.

Realicé mis estudios de magisterio en la Universidad de Segovia, Nuestra Señora de la Fuencisla. Lo elegí porque me dijeron que era un sitio tranquilo para estudiar, y así fue. En clase no éramos más de treinta personas, y tenías acceso a los profesores en todo momento sin necesidad de estar pidiendo citas y peleando con doscientos compañeros más. La educación que impartían era individualizada, con la posibilidad de extenderse en un tema lo que fuera necesario y obviar las tediosas clases magistrales. De mi tiempo en la universidad me llevo unas amistades para siempre y el darme cuenta de que existen buenos maestros con una verdadera vocación y mucha cultura general.

Has leído bien, mucha cultura general. ¿A qué me refiero con eso? Pues con la primera apertura de melón.

Los contenidos que me impartieron me dejaron un poco frío. Sí, es cierto que muchas de las cosas no las conocía, por eso acudí a la universidad (bueno, por eso y porque necesitas un título para trabajar), pero creo que no se profundiza en temas realmente interesantes y útiles. Un ejemplo es la psicología infantil. Cuando trabajas educando, es muy importante entender cómo funciona el cerebro de esas personas a las que estamos enseñando, y apenas te cuentan algo durante la asignatura. Durante los cuatro años que dura la carrera, tan solo tuve una asignatura relacionada con la psicología. Por otro lado, tenemos las nuevas pedagogías. Es muy interesante aprender sobre qué es un CRA (Colegio Rural Agrupado) y sobre lo que pensaban ciertos autores. Pero la educación está en constante movimiento y crecimiento, y no podemos quedarnos en métodos anticuados de educación. Desde la universidad deben enseñarte los nuevos avances e impulsar al alumnado a crear nuevos métodos partiendo de la sociedad en la que se encuentran sus alumnos.

Me harté a realizar unidades didácticas sobre: el otoño, el circo, los peces, las plantas…, ¿y? Tiene que haber algo más. Por ejemplo, ¿dónde está el pensamiento crítico? ¿En qué momento me ayudas a romper moldes? ¿Cuándo tratamos problemas reales en educación y no solo el mundo de fresas y piruletas que te plantean?

Una carrera muy subjetiva, en el sentido de que la educación es vista de diferente manera según los ojos que se empleen, y lo mismo ocurre con las evaluaciones internas: en los exámenes que tenía que superar, mis calificaciones iban en función de la mentalidad del profesor, y por eso no eran evaluaciones objetivas, sino subjetivas… Alienígena fue la palabra que, en mi carta de recomendación, utilizó una profesora para definir mi manera de plantear la educación. Su razón fue que siempre veo algo diferente. ¿No se trata de eso? ¿De ver lo que nos rodea, analizarlo y encontrar la mejor manera de trabajarlo? De nada sirve seguir cantando las mismas canciones, realizar las mismas fichas u organizar las mismas asambleas.

Me encontré, a lo largo de los cuatro años, a profesores que creían que no era yo quien realizaba esos trabajos y premiaban con matrículas de honor la copia del mismo modelo de hace veinte años. Es frustrante, no voy a negarlo, pero lo que no estaba dispuesto a hacer era cambiar mi manera de ver la educación o de crear las actividades que sabía que podían funcionar. No todo fue malo, pero sí decepcionante. De ahí que en segundo estuviera a punto de cambiarme a la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas. Suerte que llegaron las prácticas y me dieron ese empujón de energía que necesitaba para terminar la carrera.

Siento que realmente comencé a aprender de educación y todo lo que ello conlleva cuando comencé a trabajar. Ahí es cuando ves cómo funciona en realidad una clase, cómo funciona el alumnado qué necesitan, y, en función de eso, te formas y creas.

El título de este capítulo hace referencia a eso exactamente. Yo entré en la universidad siendo alumno y salí de ella como compañero de profesión. ¿Y por qué lo de eterno estudiante? Precisamente porque no trabajamos con documentos, sino con personas. Cada generación es distinta, los factores culturales son distintos, y debemos adecuarnos a ellos. Debemos crear materiales y maneras de ver las asignaturas atractivos, unirnos a los progresos de la sociedad o a los momentos que vivimos. Hoy en día los alumnos conocen lo que es Instagram incluso antes de saber leer o escribir. ¿Creéis que podemos obviar ese factor tecnológico y centrarnos en un libro de papel como se hacía hace treinta años? O, por el contrario, ¿debemos adecuar los contenidos y la forma de impartirlos a esos nuevos medios y educarlos en ellos?

De ahí el eterno estudiante; continuamente debemos formarnos para llegar a nuestro alumnado y darles una educación de calidad. Desde que comencé a trabajar como maestro de educación infantil, me he formado en: pedagogía Montessori, psicomotricidad, flipped classroom, educación para la diversidad sexual, aprendizaje basado en proyectos, he creado un canal de vídeos educativos, un perfil de Instagram como plataforma para dar visibilidad a la etapa de infantil, he escrito un cuento… y lo que me queda por hacer y aprender.

Una anécdota. Esta introducción y primeros párrafos los comencé a escribir hace unos años, cuando escribir un libro era solo una fantasía en mi cabeza. Ahora que vuelvo a leer lo que escribí, me doy cuenta de todo lo que he aprendido desde entonces. Compis que estáis leyendo esta locura, trabajamos en un sector en continuo cambio y debemos cambiar también. Lo que en años anteriores me valía ahora ya no me vale. De hecho, he optado por no guardar agendas ni programaciones porque cada año tengo que rehacerlas enteras con nuevas propuestas.

Mira que no quería meterlo en el libro, pero, al igual que hace unos años era impensable, ahora es imprescindible: un ejemplo de cambio es con relación a la pandemia. Durante mis primeros años como docente no tuve que tocar el tema de la muerte ni una sola vez, y ahora forma parte de mi día a día; el mundo ha cambiado, las generaciones cambian, y nosotros TENEMOS que cambiar.

Sabemos de sobra que la etapa de cero a seis es fundamental, es donde se asientan las bases. Pues eso, asentemos unas buenas bases, ayudémosles a entender el mundo y a entenderse. Hablar del otoño es precioso, realizar una manualidad sobre un cangrejo es entrañable, pero tiene que haber algo más.

Cierro el primer melón.

2.El lado amargo de la educación

«PAPÁ HACE COSAS MALAS PARA QUE PASE MIEDO»

Cuando entras en educación, siempre piensas en los bonitos momentos que compartirás con tu alumnado porque así te lo han enseñado en la carrera, en las prácticas y en las películas. No te das cuenta de que también vivirás momentos duros con ellos. Al fin y al cabo, comparten muchas horas de su día contigo y los quieres. Lo que les pasa te afecta, quieras o no. Eso de salir por la puerta y dejar el trabajo aparcado, no sé vosotros, pero a mí me resulta imposible. Llevo a mis alumnos las veinticuatro horas del día en la cabeza. Siempre quieres lo mejor para ellos, pero saber qué ocurrirá es utópico. La vida está llena de altibajos, por eso tenemos la obligación de educarlos para convertirlos en seres emocionalmente fuertes, que puedan hacer frente a todo tipo de situaciones y que salgan fortalecidos de ellas. En definitiva, que sean resilientes.

Pero, por mucha educación emocional que impartas, por muchas actividades que hagas o muchos cambios de roles para que aprendan lo que es la empatía, hay situaciones para las que no se está preparado y tienes que aprender a actuar sobre la marcha e intentar salir lo más entero posible. Pero ¿qué pasa cuando se enfrentan a una situación para la que no están preparados y se les suma que su edad no les permite comprender lo que sucede?

Nosotros, como adultos, no siempre tenemos la madurez mental suficiente para afrontar situaciones adversas, ni poseemos los recursos para que esa situación no nos perjudique en exceso. Pero, cuando es un niño quien la sufre, ¿cómo le hace frente?

Es muy complicado escuchar ciertos comentarios por parte de tus alumnos. Por un lado, te sientes orgulloso de que hayan acudido a ti, has conseguido establecer un lazo de amor y confianza con ellos; pero, por otro lado, te quedas helado, sin saber, por unos instantes, qué hacer con la información, con la llamada de auxilio, de la manera que sabe, que te está dando. Al depositar en ti toda su confianza; al creer, de manera inconsciente, que tú puedes salvarlo de la situación que está viviendo.

Os pongo en situación.

Nos encontramos en el recreo. Un grupo de la clase de cuatro años está jugando al fútbol. En un rifirrafe, una alumna le da un golpe a un compañero sin mediar palabra. En ese momento me acerco para solucionar el conflicto. Le digo que, por mucho que nos enfademos, no podemos pegar a alguien; siempre hay que hablar las cosas sin hacernos daño. Típico mecanismo de resolución de conflictos en infantil: preguntamos qué ha ocurrido a ambas partes, hablamos de las emociones implicadas y buscamos una solución. Esa vez no fue sencillo. No se podía solucionar con un abrazo.

Tras esas frases, ella asiente y se queda seria. Le pregunto dónde ha visto que se haga eso —pues sospecho que puede haber algo más—. Me contesta que lo ha visto en casa con su padre.

Obviamente, de primeras podéis interpretar que haría referencia a un azote o algo «comúnmente aceptado» —aunque afortunadamente ahora ya comienza a no aceptarse, pero ese es otro tema y prometo tratarlo—, pero, cuando vives ese momento, te das cuenta de que no era a un azote a lo que se refería.

En ese momento me aparté y me acerqué a una compañera y le comuniqué lo que me había contado. Ya habíamos vivido algo parecido en otro momento, y mi compañera me animó a hablar con ella. Era el momento. Sin querer, la alumna me había desvelado algo que ocurría en su casa, y, en vez de hablarlo, yo me había apartado sin darle la importancia que merecía. No es que no quisiera darle ese momento o no escucharla, pero me aterró la situación; no nos preparan para escuchar que alguien es víctima de abusos. Me aparté por miedo, solo por eso.

Tras recomponerme, volví a acercarme. Nos sentamos los dos en un lado del recreo y, de una manera indirecta, le pregunté qué tal en casa, a qué jugaban, con quién; esperaba que me dijera lo que ocurría, sin guiar su discurso ni condicionar lo que me iba a confiar.

Quizá parezca, por cómo lo cuento, que haya alguna fórmula perfecta o que yo tuviera la situación totalmente medida; nada que ver, pero necesitaba averiguar qué estaba ocurriendo, y debía plantear bien las preguntas para que la información fuera real y no un mensaje que yo le estaba «ayudando» a crear.

Tras unos minutos, comenzó a relatarme lo que ocurría en su casa. Tú, como maestro, debes mantenerte «frío». No quieres que se asuste, debes medir mucho las palabras y las preguntas para que la conversación fluya. Hay que recalcar que, cuando se trata de estos temas, tampoco podemos agobiar con más preguntas de la cuenta; intentad que os cuenten sin presionar, manteniendo una conversación normal hasta que vuestro interlocutor quiera. Puede que necesites más información, pero a lo mejor no es el momento. Si presionas, puede que termine obsesionándose, o que se cierre en banda y no vuelva a contarte nada.

En todo momento tu actitud tiene que ser positiva; quizá te está contando una situación desagradable, pero tú tienes que hacerle ver el lado positivo, obviamente, como adulto. Tu labor es registrar esa conversación, pero ante el menor no hay que sobresaltarse. No olvidéis que os está hablando sobre una persona querida, alguien de la familia. Por nada del mundo me refiero a ver como positiva una relación de abusos, pero hay un camino que hacer y una mente que preparar. Algo que no conseguiréis en una conversación de patio. Hay que ser paciente; has iniciado un proceso importante, pero siguen teniendo la edad que tienen, aún les falta madurez, y hay que respetarlo.

Me estaba hablando de su padre, alguien a quien quiere, y no entiende por qué hace eso, pero le quiere. Por mucho que en tu interior sientas una enorme rabia y quieras explotar, eres el adulto. Esa personita se está reflejando en ti, se está sincerando, y necesita una imagen emocional estable. Os lo cuento como si fuera algo sencillo, pero, en ese momento, mi cerebro iba a doscientos, no sabía qué hacer y no dejaba de analizar cada momento. Pensaba en lo que me decía y trataba de memorizar cada palabra, intentaba controlar mis emociones —en algunos momentos me descontrolaba—, analizaba mi lenguaje corporal —intentaba mostrarme cercano y relajado, sin signos de tensión—; pero no es fácil, y no sabes si lo estás haciendo bien. Quédate con que, si te lo cuentan, si confían, es que algo bueno has hecho.

Al final es tu instinto el que te guía. En esas situaciones te invade una sensación de odio y asco que es muy difícil de controlar.

Mientras me lo contaba, tuve que tragarme mis propias lágrimas para que no notara el dolor que sentía por lo que me estaba contando. Tuve que esbozar una sonrisa como pude y animarla a seguir jugando. Muy complicado. Algo que tenemos que hacer como profes es hacer fácil lo difícil, y en ocasiones eso es muy difícil.

Tras poner toda la información en manos de profesionales, mi labor fue observar y anotar. Averiguar todo lo que pude con paciencia y seguir tejiendo ese lazo de confianza.