Hay que comerse el mundo a dentelladas - Alberto García-Teresa - E-Book

Hay que comerse el mundo a dentelladas E-Book

Alberto García-Teresa

0,0
3,49 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

También con poesía, Alberto une su canto al del coro que, todavía no ganado completamente para la alineación, busca un sentido a su propia vida y no ceja en proyectarse hacia lo inaudito, lo excepcional, la rotunda belleza que está por ganar y que sabe ocluida por el falso cielo de celofán y tontería que promete la producción capitalista y sus mercancías. Belleza por debajo de todo lo desvaído y atufado. Belleza desmayada que hay que levantar de nosotros mismos para que nos ayude a caminar por la vida nueva que sigue siendo nuestro ansiar común, nuestro sueño contra todo lo que nos esclaviza en nombre de lo real y lo sensato.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



HAY QUE COMERSE EL MUNDO A DENTELLADAS

Alberto García-Teresa

SOMOS INVENDIBLES, SOMOS INVENCIBLES

Hace cosa de un par de años la revista digital Lunas Rojas daba la alternativa poética a un entonces desconocido para mí Alberto García-Teresa. Me prendó allí su frescura, su vitalidad, su trato cotidiano con la inocencia que parecía conservarse intacta en el mejor desear de un joven poeta. Alberto hablaba en sus versos de renunciar a esta forma de locura en la que nos mantiene el capitalismo y de abrir unos ojos nuevos, los nuestros, pero nuevos porque estarían ya mirando el mundo inédito donde, lejos de los extenuantes ritmos de la producción fordista y de la forma mercancía en la que está basado nuestro viejo mirar y percibir, nos habríamos situado en algún recién estrenado lugar de aquí mismo donde ya se habría producido el milagro de vernos hombres y mujeres, definitivamente únicos y compañeros.

Así conocí a Alberto, en la secreta convicción de que estaba ante otro esperanzado sobre nuestras posibilidades como seres humanos para poner fin al inmundo, y así fue como me puse a investigar y a preguntar a unos y otros con el fin de establecer contacto con él, para agradecerle sus palabras y para animarle a que nos acompañara hasta Moguer, un pueblecito de la provincia de Huelva, donde anualmente se reúnen otras voces extremadas que, como Alberto, están por hacer de la poesía un instrumento de análisis de la realidad y una herramienta de desear y trabajar por la transformación de esta realidad. Los augurios no podían ser mejores. La voz de Alberto se uniría ese verano a la de otros tantos para alzar el canto coral de los novios de la mente, de la vida buena y del paraíso aún por ganar para los goces sencillos aquí, en la tierra, para todos. Lo que no sabía era que, por aquellos mismos días donde yo me afanaba preguntando por él, un desgraciado accidente a punto estuvo de segarle la vida a esta joven promesa de nuestra poesía mejor. A pesar de su estado, Alberto me prometió acudir a Moguer: «apenas puedo estar un par de horas de pie pero acudiré a leer mis versos». No se me olvidan sus palabras; tampoco el miedo helador de la responsabilidad que suponía para mí que Alberto acudiera a los encuentros de «Voces del Extremo» en ese estado, y aunque su juventud y su potencia iban a hacer maravillas en los siguientes meses, pospusimos ese encuentro. Ojalá que cuando se escriben estas líneas lo estemos ya celebrando; sé que Alberto tiene tantas ganas como yo.

Muchas veces he pensado sobre ese accidente y las mismas me he dicho que fueron las ganas de vivir de Alberto, su madera de luchador, su incontestable fortaleza espiritual la que lo arrancó de los brazos de la muerte y la que ahora lo sostiene sin muletas, casi recuperado y lleno de una energía y una vitalidad para la que no hay obstáculo grande ni barrera insalvable que su empeño no sea capaz de salvar.

Es con este reforzado aliento, con estos bríos, como Alberto encara su vida y nuestro vivir dentro del capitalismo con determinación, con la clara lucidez que transita por sus textos, con una capacidad crítica inusual desde la que contempla la vida, la cola del banco donde descubres que apenas eres un número entre barrotes, la oficina, como trasunto del mercado de trabajo, donde se produce la más triste de las mutaciones alquímicas, la que nos transforma de personas en fuerza de trabajo tasada; la ventana desde la que asomarse, no a los enternecedores crepúsculos que manda el canon literario, sino a las humaredas que levantan las bombas que caen en Bagdad, en Angola o en Nepal, para que la catenaria de los beneficios de las multinacionales no se interrumpa, para que las gasolineras no cierren, para que los diamantes sean asequibles los catorce de febrero, para que nuestra suicida forma de vida pueda seguir sembrando muerte sin inmutarse... Llueve sobre los poemas de Alberto y es lluvia ácida lo que cae; tifones que, por supuesto, nada tienen que ver con el cambio climático, asesinatos y guerras que nada tienen que ver con el precio del petróleo, mundos olvidados incapaces de arañar la pupila del Imperio del Norte donde los ingenuos adoradores del dios Capital no saben que la guerra nunca terminó ni que el Apocalipsis, de momento, es contenido con patrulleras y alambradas en las fronteras del sur.

Pero si por este lado la poesía de Alberto no ceja en revolver en las tripas del monstruo, extrayendo de su aparente asepsia toda esa fealdad que diariamente se nos convoca a tapar y disimular a todas y cada una de sus víctimas, también la poesía de Alberto, ya lo adelantábamos antes, es el antiguo himno que canta al héroe en pantuflas, al superviviente de las extenuantes jornadas laborales, al insomne que logró abrir una grieta en la prisión de los días y por ella respira mientras prepara su huída.

También con poesía, Alberto une su canto al del coro que, todavía no ganado completamente para la alineación, busca un sentido a su propia vida y no ceja en proyectarse hacia lo inaudito, lo excepcional, la rotunda belleza que está por ganar y que sabe ocluida por el falso cielo de celofán y tontería que promete la producción capitalista y sus mercancías. Belleza por debajo de todo lo desvaído y atufado. Belleza desmayada que hay que levantar de nosotros mismos para que nos ayude a caminar por la vida nueva que sigue siendo nuestro ansiar común, nuestro sueño contra todo lo que nos esclaviza en nombre de lo real y lo sensato.

Antonio Orihuela

Lago de Proserpina, solsticio de invierno de 2007

¡Sed incómodos!

¡Sed la arena y no la grasa

en el engranaje del mundo!

(Günter Eich)

Muera la muerte y sus formas de vida

HAY QUE COMERSE EL MUNDO A DENTELLADAS

Hay que comerse el mundo a dentelladas.

Hay que sacar los dientes, pulirlos,

clavarlos con ahínco y rabia.

Hay que comerse la vida a dentelladas;

con mordiscos secos, intensos,

de puro y reluciente hueso.

Con bocados de corazón hambriento.

Hay que defender el mundo a dentelladas.

Hay que danzar entre rechinar de espadas;

de espadas a pecho descubierto.

Hay que vivir en permanente guardia,

defendiendo la vida cuerpo a cuerpo,

defendiendo la vida cara a cara.

Hay que descubrir la vida a dentelladas.

Hay que desenterrar estrellas de la arena,

hay que dibujar trazos de arco iris con los dedos

machados por la rutina, el trabajo y el tedio.

Hay que apartar niebla de las cabezas

con gritos de silencio y de conciencia.

Hay que sumergirse en el mundo a dentelladas.

Hay que escurrirse de las sombras sonoramente,

con estruendo de ideas y palabras.

Hay que escurrirse sonoramente

con redobles de actos y pasiones,

con puños de carcajadas.

Hay que atacar la vida a dentelladas;

caminar en la penumbra precaria,

caminar frente al poder y las pirañas.

No ceder terreno nunca al terror y la ignorancia.

Levantar la vista ácida hacia el mañana.

Hay que acariciar la vida a dentelladas;

arrebatarles el tiempo robado cada jornada,

esparcir abrazos entre timbres y pagas,

regalar ternura y devolver pedradas.

Hay que comerse el mundo a dentelladas.

Hay que comerse el mundo a dentelladas.

I