Heredera por sorpresa - Diana Ma - E-Book

Heredera por sorpresa E-Book

Diana Ma

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Beschreibung

 Detrás de toda gran familia se esconde un gran secreto…  Gemma Huang acaba de llegar a Los Ángeles desde Illinois para cumplir su sueño: convertirse en una estrella de cine. Pero, de momento, las cosas no están saliendo como esperaba. Va de casting en casting y vive en un cuchitril.  Así que cuando le proponen el papel protagonista de M. Butterfly, una película que se rodará en Pekín, no se lo piensa dos veces y hace las maletas, a pesar de que eso implica desobedecer la principal regla de la familia Huang: nunca, bajo ningún concepto, pongas un pie en China. Decidida a labrarse una carrera en la industria del espectáculo a toda costa, Gemma vivirá un verano de increíbles revelaciones y aventuras, y descubrirá la verdad de la que su familia ha intentado protegerla durante toda su vida…  Para los lectores de A todos los chicos de los que me enamoré, una comedia romántica fresca que aborda temas como la identidad y los prejuicios culturales 

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Heredera por sorpresa

Diana Ma

Traducción de Iris Mogollón

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Epílogo
Nota de la autora
Agradecimientos
Sobre la autora

Página de créditos

Heredera por sorpresa

V.1: septiembre de 2021

Título original: Heiress, Apparently

© del texto, Diana Ma, 2020

© de la traducción, Iris Mogollón, 2021

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2021

Todos los derechos reservados.

Publicado originalmente en inglés en 2020 por Amulet Books, un sello de Abrams, Nueva York bajo el título Heiress Apparently. (Todos los derechos reservados mundialmente por Harry N. Abrams, Inc.)

Diseño de cubierta: © Inma Moya

Corrección: Isabel Mestre

Publicado por Wonderbooks

C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª

08009, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-22-3

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Heredera por sorpresa

Detrás de toda gran familia se esconde un gran secreto.

Gemma Huang acaba de llegar a Los Ángeles desde Illinois para cumplir su sueño: convertirse en una estrella de cine. Pero, de momento, las cosas no están saliendo como esperaba. Va de casting en casting y vive en un cuchitril. 

Así que cuando le proponen el papel protagonista de M. Butterfly, una película que se rodará en Pekín, no se lo piensa dos veces y hace las maletas, a pesar de que eso implica desobedecer la principal regla de la familia Huang: nunca, bajo ningún concepto, pongas un pie en China. Decidida a labrarse una carrera en la industria del espectáculo a toda costa, Gemma vivirá un verano de increíbles revelaciones y aventuras, y descubrirá la verdad de la que su familia ha intentado protegerla durante toda su vida…

Para los lectores de A todos los chicos de los que me enamoré, una comedia romántica fresca que aborda temas como la identidad y los prejuicios culturales. 

«Ambientada entre Los Ángeles y Pekín, Diana Ma saca a relucir los problemas a los que se enfrentan las personas de origen asiático, entre ellos las expectativas familiares, la identidad, el sacrificio y el honor.»

School Library Journal

«Un debut magnífico con giros melodramáticos dignos de una telenovela que entrelaza la narración con sucesos contemporáneos de la historia china.»

Kirkus Reviews

«Mucho más que la típica comedia romántica. Esta novela destaca los derechos LGTBI+, la historia de China, los prejuicios étnicos de Hollywood y el orgullo por la cultura y la familia.»

Booklist

«Una historia sobre los sueños y la familia que desafía los estereotipos negativos de la gran pantalla.»

The Candid Cover

#wonderlove

A mis padres, Ma Ching Shu y Ma Chao Chang,

por compartir sus historias conmigo.

Capítulo 1

Esta noche voy a romper dos reglas de oro. La primera: nunca salgas con alguien con quien compites por un papel como actor; la segunda: nunca planees para una primera cita algo relacionado con deportes competitivos. Así que ¿por qué estoy en la bolera en una primera cita con un chico que conocí en un casting para un anuncio de pasta de dientes?

La respuesta es sencilla: hace dos días, Ken Wang entró en la sala de espera del casting, como en esa escena de Quizá para siempre cuando Keanu Reeves entra al restaurante, a cámara lenta mientras se agita el pelo y con música de fondo.

Todas mis reglas se esfumaron.

No fui la única que se quedó mirándolo, pero sí a la que Ken se acercó ese día. Tal vez porque no había otra asiática en la sala aparte de mí, pero ese no fue el motivo por el que me invitó a salir diez minutos después. Aquello tuvo más que ver con las intensas chispas que saltaban entre nosotros mientras hablábamos. Entonces, en un estado de enamoramiento de los que te dejan sin aire y hacen que te flaqueen las rodillas, acepté su invitación a la bolera.

Ahora llevo unos zapatos alquilados para jugar a los bolos que huelen a ultratumba y estoy estirando el cuello para calentar, porque soy demasiado competitiva. Por algo tengo esas dos reglas sobre las citas y la competitividad.

Ken me dirige una lenta sonrisa que muestra sus relucientes dientes blancos mientras se prepara para lanzar la bola. «Con una sonrisa como esa, seguro que le dan el rol». Ni siquiera me molesta que vayamos a por el mismo papel, eso demuestra cuánto me gusta.

—¡Strike! —grita, triunfante, por encima del choque de la bola contra los bolos—. Ya puedes rendirte, Gemma.

Entrecierro los ojos. Tal vez haya perdido un anuncio de pasta de dientes contra el chico con la dentadura más perfecta del mundo, la clase de sonrisa que hace que me cosquilleen hasta los dedos de los pies, pero no me va a ganar en una partida de bolos. Negativo.

—¿Crees que te dejaría ganar en nuestra primera cita? —Finjo que le doy un puñetazo en el hombro que en verdad es una excusa para tocarlo—. Te estaría malacostumbrando. 

Ken me sonríe de nuevo y una oleada de puro placer me recorre el cuerpo. «¿Es posible volverse adicta a una sonrisa?». Las mariposas de mi estómago revolotean como locas mientras me acerco al estante de las bolas para escoger una. No hay mucho donde elegir. Todas las bolas están rayadas, arañadas y sin brillo, y parece que a la mitad de ellas les falta poco para ser reemplazadas.

Es domingo por la noche y solo unas pocas pistas, además de la nuestra, están ocupadas. Sin duda, el Bowled Over Alley ha visto días mejores. La iluminación es tenue y, aunque en Los Ángeles está prohibido fumar en espacios cerrados, las décadas de humo se han filtrado en las paredes y en la moqueta, que ahora están grises y sucias. Me encanta que Ken me haya traído aquí para nuestra primera cita; está siendo él mismo, no trata de impresionarme, y eso me gusta.

Levanto una bola de cinco kilos que quizá fue rosa neón en algún momento, aunque es difícil saberlo. Independientemente del color, el peso de la bola es agradable y se acopla a mi mano.

—¿Seguro que puedes con eso? —Ken señala la bola de cinco kilos.

—Pregúntamelo de nuevo cuando te haya dado una paliza —respondo con dulzura. 

«Quizá no debería fanfarronear». Paul, mi exnovio del instituto, se quejaba de lo competitiva que podía llegar a ser a veces.

—Creo que quien te va a dar una paliza soy yo. —Ken arquea las cejas y su gesto se vuelve sugerente y provocador—. Pero no te preocupes, no seré duro contigo.

Me resulta tan sexy que la respuesta que tengo en la punta de la lengua casi se me escapa. Casi…, pero no permito que Ken se mofe así de mí sin contraatacar. No importa lo distraída que esté por el calor que se aviva en mi interior.

—Por mucho que se diga, el tamaño no importa tanto como la gente piensa, así que, cuando pierdas, porque lo harás, no quiero que te excuses en que mis bolas son más grandes que las tuyas. —¿Me he pasado?

Paul no soportaba las bromas subidas de tono. «No es propio de ti», decía, lo que demuestra que no me conocía en absoluto. No fue ninguna sorpresa que solo duráramos tres meses. 

—¡Ay! —Ken se lleva una mano al pecho con dramatismo a la vez que sus ojos se iluminan—. Guau, tienes respuestas para todo.

Sonrío sin parar, absorbiendo su admiración. Quizá jugar a los bolos en una primera cita no sea tan mala idea. Y, tal vez, debería dejar de preocuparme por las reglas estúpidas sobre citas y ser yo misma. Lo cierto es que no tengo un gran historial de citas, y no quiero estropearlo con Ken. Los tres meses con Paul fueron mi única relación. Los chicos del instituto al que asistía en las afueras, en su mayoría blancos, tenían una imagen concreta de mí: la de una chica asiática inocente y buena. Y los chicos blancos como Paul, a quienes les gustan ese tipo, siempre se llevaban un chasco conmigo. Pero ahora que he dejado atrás el instituto y el estado de Illinois, espero que las cosas cambien. 

—No quiero darte una impresión equivocada. —Coloco la bola en el retornabolas—. Así que deja que te advierta que juego para ganar.

—Sí, se nota. —Ken me da un lento repaso con la mirada, como si le gustara lo que ve.

Un cosquilleo, similar a una descarga eléctrica, me recorre el cuerpo. Tengo la sensación de que las cosas van a ser diferentes. Creo que no me equivoqué al mudarme a Los Ángeles tras graduarme en el instituto hace unas semanas. De hecho, no había nadie a la altura de Ken en Lake Forest, Illinois. De no ser por el constante olor a humo y los zapatos usados por no quiero saber ni cuántos pies antes que los míos, pensaría que estoy en un sueño.

Durante la siguiente media hora, Ken y yo no dejamos de tontear y chocar accidentalmente a propósito el uno con el otro. Aun así, cuando me toca lanzar la bola, no presto atención a los amistosos abucheos de Ken y vuelvo a centrarme en la partida. Como ya he dicho, soy competitiva.

Cuando le toca a él, nos intercambiamos los papeles. Trato de distraerlo con bromas, pero él mantiene la mirada fija en la pista. Por lo visto, los dos somos competitivos.

Al final, gano por los pelos. 

—¡Y ahora a saborear la victoria! —anuncio con alegría.

El rostro de Ken se ensombrece y la ansiedad me recorre el estómago. Oh, no. Por favor, que no sea como Paul, que no soportaba perder. Soy competitiva, pero no una mala ganadora. Las bromas amistosas son parte de la diversión, aunque algunos no piensen lo mismo, sobre todo, cuando han perdido.

Sobre la marcha, convierto mi puño al aire en un encogimiento de hombros. 

—La suerte del principiante. 

Al instante, me arrepiento de haberlo hecho. Así era yo con Paul, siempre preocupada por su ego, y es una de las razones por las que rompí con él. Me juré a mí misma que nunca volvería a tener otra relación así.

La sombra desaparece del rostro de Ken. 

—Has ganado de forma honesta, así que nada de falsa modestia, ¿vale? —Abre una lata de refresco y me la ofrece.

Aliviada, acepto el refresco y nos sentamos en el banco de vinilo negro.

—Mis amigos de toda la vida me acusan de ser demasiado competitiva —admito—. Me han prohibido jugar al Monopoly por petición popular.

Ken se ríe. 

—Yo también soy competitivo. Es la consecuencia de tener padres chinos. —Entonces empieza a imitar a sus padres—: ¿Has sacado un nueve en ese examen? ¿Cómo han sido el resto de notas? ¿Alguien ha sacado un diez?

—¿A que sí? Una vez obtuve un sobresaliente bajo y mi madre me obligó a hablar con mi profesor de inglés sobre ello. —Para ser justos, solo lo hizo una vez, y fue porque pensó que merecía más nota. 

—Bueno, ¿qué esperabas? —se burla—. ¡Después de todo, sacaste un «suficiente asiático»!

Me río a carcajadas y me siento muy a gusto. Nunca me río de este tipo de cosas con mis amigos occidentales, que no entenderían la broma. Pero con Ken puedo compartir un chiste interno en lugar de ser el blanco de una broma.

—Padres estrictos, ¿eh? —pregunta Ken.

—No —admito—. Me presionaban mucho para que diera lo mejor de mí en el colegio, y tenía un toque de queda, pero eso es todo.

Levanta las cejas. 

—¿Así que tus padres dieron el visto bueno para que te mudaras a Los Ángeles para ser actriz?

Me río. 

—No exactamente. —No les hizo demasiada ilusión que aplazara mi ingreso en la UCLA para perseguir mi sueño—. Quiero decir que no se enfadaron ni me amenazaron. Fue mucho peor que eso. —Bajo la voz en un susurro melodramático—. Estaban decepcionados.

Seguimos hablando de nuestros padres durante un rato, y entonces Ken se acerca un poco más a mí. Se me tensan los hombros por la emoción. «¿Va a besarme?». En lugar de eso, me pregunta: 

—Oye, ¿quieres ir a comer algo?

Me trago mi decepción y me convenzo a mí misma de que en realidad es bueno que quiera pasar el rato conmigo y conocerme en lugar de intentar meterme la lengua hasta la garganta.

Salimos de la bolera y vamos a la cafetería que está al lado. Ken me habla de conducir un Uber y de ser asistente de grip* en el plató de una comedia romántica de bajo presupuesto, aunque lo que realmente quiere es lo que todos deseamos: ser actor a tiempo completo. Me planteo contarle que me han llamado hace poco para un papel que quiero de verdad, pero no me gustaría gafar mi suerte, así que me lo guardo para mí, de momento. En su lugar, hablamos de nuestras posibilidades de conseguir el papel para el anuncio de pasta de dientes. 

—Lo vas a conseguir —le digo.

—Estoy seguro de que estuviste genial en el casting, Gemma. —Suena totalmente sincero, como si quisiera este papel para mí tanto como para sí mismo.

—Debo admitir que me costó mucho hacer que la pasta de dientes pareciera emocionante. —Pongo un tono de voz más sensual—. Ahora en menta fresca y canela caliente.

Ken se ríe.

—Si dijiste las frases así, ¡seguro que te darán el papel! —Se acerca a la mesa y se desliza hacia mi lado del banco corrido de forma que quedamos casi cadera con cadera—. Déjame intentarlo. —Con la mirada fija en la mía, dice en voz baja y áspera—: Pasta de dientes con un frescor intenso para esos encuentros especiales.

Se me seca la garganta de golpe. Ken me coloca la mano en la nuca, lo que provoca que se me ericen los pelos del cuello, y me atrae hacia él despacio. Me besa la mejilla y levanta una de las comisuras ante mi suspiro involuntario. Entonces, sus labios se encuentran con los míos.

Nuestro beso es lento y dulce, como debe ser en una primera cita.

De pronto, mi cerebro se descontrola. «Lo cierto es que sabe lo que hace. ¿Ha besado a mucha gente? ¿Dónde debo poner las manos? ¿Le estoy devolviendo el beso con suficiente ímpetu… o no?». Un. Tío. Bueno. Me. Está. Besando. «Cállate, cerebro, y déjame disfrutar de esto». 

Justo cuando por fin me he centrado en el beso, Ken se aparta y mi interior se derrite por completo. Decepcionada, me prometo a mí misma que la próxima vez me permitiré disfrutar de verdad. Si es que hay una próxima vez, claro.

—Entonces, ¿puedo volver a verte? —pregunta con otra sonrisa de lo más atractiva.

Es un milagro que no me caiga al suelo de alivio, y es todavía más sorprendente que suene casi tranquila al responder: 

—Claro.

* Mecanismo de soporte para las cámaras que se emplea en las tomas con secuencias desde diferentes ángulos. (N. de la T.)

Capítulo 2

Unas semanas más tarde, soy la chica más feliz del planeta. Tanto que necesito que alguien me pellizque porque creo que esto debe de ser un sueño. Ken y yo estamos juntos, y hemos salido a celebrar que ha conseguido el papel para el anuncio de pasta de dientes. No menciono que me han vuelto a llamar para una segunda audición para el papel que estoy intentando conseguir. De hecho, no se lo he dicho a nadie. A pesar de lo increíble que es llegar a la tercera y última fase del casting, conseguir este papel no deja de ser una posibilidad remota, así que intento no hacerme ilusiones.

El coche se dirige al oeste, pero Ken no me dice adónde vamos.

—Es una sorpresa.

Me encanta lo espontáneo y divertido que es, aunque sus rasgos cincelados y su cuerpo espectacular tampoco están de más.

Veinte minutos después, llegamos a la playa. Salgo de un salto casi antes de que Ken haya aparcado. 

—¡Esto es perfecto! Quiero decir, me encanta el lago Míchigan, pero la playa es tan… —Extiendo los brazos y contemplo la arena dorada y las olas blancas que se adentran en el horizonte bajo el sol abrasador—. ¡Maravillosa!

Mientras sonríe, Ken rodea el coche para acercarse a mí. 

—Me alegro de que te guste.

Durante las siguientes dos horas, me siento como si estuviéramos en un vídeo musical asiático de esos que salen de fondo en la pantalla de las salas de karaoke, sin importar qué canción hayas elegido. No me refiero a la parte en la que la chica deambula triste bajo la lluvia, sino al flashback en el que juguetea en la playa con un vaporoso vestido blanco junto al chico de sus sueños.

De repente, nos encontramos de pie frente al espumoso oleaje, agarrados de la mano y bajo un cielo convertido en una sublime salpicadura de naranjas y rosas. Si alguien me hubiera descrito este momento…, me habría burlado sin piedad de lo cursi que suena. Pero aquí estoy, con el hombre más atractivo del mundo mirándome a los ojos, y no me parece para nada cursi.

—No quiero estar con nadie que no seas tú, Gemma —dice.

Siento que se me derriten hasta los huesos de la alegría.

—Yo tampoco. —No me creo que, a pesar de todas las chicas con las que Ken podría salir, quiera estar solo conmigo. Sonríe ante mi ferviente acuerdo. 

—Así que supongo que ahora eres mi novia.

—¡Y tú eres mi novio! —Es demasiado tarde para hacerse la dura.

Ken me besa justo cuando el sol se pone sobre el océano. Y es perfecto. 

* * *

Cuando Ken me deja en mi apartamento del centro de Los Ángeles estoy de muy buen humor. Tengo novio. ¡Y es guapo e increíble! Ahora solo necesito conseguir un papel que me permita pagar el alquiler de este mes y no podré ser más feliz. 

Mi papel como extra en una adaptación teatral de bajo presupuesto de El mago de Oz acaba de terminar y, aunque no me entristece dejar de interpretar a un pequeñajo (mido casi un metro sesenta y tres, no soy tan bajita), me gustaría saber de dónde saldrá mi próximo cheque. Es deprimente la rapidez con la que desaparecen los ahorros que conseguí mientras trabajaba en el museo de mi madre. Tal vez debería hacer un turno de noche en UPS como Glory o trabajar de camarera, igual que Camille. Todas intentamos triunfar como actrices, pero, de las tres que vivimos en este minúsculo apartamento de dos habitaciones, soy la única que no tiene un trabajo fijo a tiempo parcial. Por suerte, soy la que paga el alquiler más bajo, ya que estoy dispuesta a dormir en el sofá cama del salón.

Se me hunde el pie en la moqueta de la entrada como si una ciénaga húmeda lo estuviera absorbiendo. Juraría que algo se mueve por debajo. El resto del apartamento no es mucho mejor: las paredes de yeso están agrietadas y los muebles los consiguieron mis compañeras de piso a través de un grupo de Facebook del centro de Los Ángeles que se llama «No compres nada». Aun así, me siento agradecida de tener este lugar.

Mis dos compañeras de piso no suelen estar en casa al mismo tiempo que yo, pero, cuando entro, ahí están. Camille está tirada en el sofá repasando un guion. Ha tenido la suerte de conseguir un pequeño papel en una obra de teatro. Glory está sentada con las piernas cruzadas en la moqueta desnivelada, desde donde revisa las convocatorias de casting en su teléfono, ya que ahora mismo no tiene ningún papel que preparar. La conocí cuando actuamos juntas en algunas obras de teatro en Chicago. Es unos cuantos años mayor que yo, pero congeniamos enseguida y seguimos en contacto cuando se mudó a Los Ángeles el año pasado. Glory fue la primera persona a la que llamé en cuanto decidí mudarme aquí, y me dejó dormir en su apartamento muy generosamente. Y, cuando mi búsqueda de un hogar permanente en Craigslist no tuvo éxito, Glory me dejó, todavía más generosamente, mudarme con ella y Camille.

Me estremezco al pensar que podría estar compartiendo habitación con algunas de las personas con las que me entrevisté. Como la chica que me aseguró que Los Ángeles era diferente de «donde yo vengo». Le conté que procedía de un barrio periférico de Chicago, y me contestó: «Oh, me refiero a de donde vienes en realidad». 

—¿Cómo ha ido tu cita con Ken? —pregunta Glory, que deja el teléfono y estira los brazos por encima de la cabeza. 

Ella nunca me preguntaría de dónde soy en realidad. De hecho, a ella le hacen una pregunta aún más incómoda: «¿Qué eres?». Es japonesa, samoana y blanca, y es una chica musculosa cuya gran estatura te deja sin aliento, con una voz sexy y profunda y un humor ácido. Todo el mundo que conozco está, al menos, un poco enamorado de ella. Yo incluida. 

—¡Ha sido increíble! —Eso es quedarse corta: nunca he conocido a un chico mejor que Ken y aún no me creo que sea mi novio.

—¿Cuál era el destino sorpresa? —Los ojos de Camille brillan con interés. Con su aspecto de reina de la belleza rubia, es muy posible que sea la primera de nosotras en triunfar, pero es tan simpática que ni siquiera puedo estar resentida con ella por eso. 

Glory trae unos bocadillos de la cocina mientras yo me acomodo en el sofá junto a Camille cuando me piden que se lo cuente todo.

Les resumo la tarde y pronto nos reímos e intercambiamos historias sobre citas anteriores. Camille nos habla de un tipo que, al final de una cita espantosa, le pidió que lo calificara en una escala del uno al diez.

Cuando Glory asegura que no recuerda haber tenido nunca una cita mala de verdad, Camille y yo nos quejamos y le tiramos patatas fritas.

—¡Vale! —exclama mientras se cubre la cabeza para protegerse del aluvión de patatas—. ¡He tenido rupturas épicas por lo mal que han ido, si eso cuenta!

Camille y yo nos miramos.

—Oh, sí que cuenta —añado mientras Camille asiente con energía—. ¡Ilústranos, por favor!

Glory nos cuenta que salió con una compañera de piso que se volvió una acosadora tras la ruptura. 

—Lo peor es que, como era mi compañera de piso, tenía que vivir con ella. Un día fui a su habitación porque no encontraba mi sudadera favorita y pensé que tal vez se la había llevado. No la encontré, pero sí una bolsa hermética de plástico con mechones de mi pelo en su cómoda. Al parecer, mi exnovia había recorrido el apartamento, ¡y había recogido mi pelo en secreto!

—¡Qué mal rollo! —dice Camille.

Estoy de acuerdo.

—Glory, tu exnovia era blanca, ¿verdad?

Glory asiente:

—Sí.

Pongo los ojos en blanco. 

—No entiendo la obsesión que tienen los blancos por el pelo de las asiáticas. —Miro a Camille con preocupación—. Sin ánimo de ofender.

—No me ofendo —responde tranquila—. En nombre de mi gente, me disculpo.

Admitimos que, sin lugar a duda, Glory gana por la peor ruptura.

—He perdido demasiadas compañeras de piso por liarme con ellas —admite Glory con tono sombrío—. Por eso ninguna de nosotras se enrolla con las demás.

Camille tiene una mirada un poco melancólica. La entiendo. En la escala de orientación sexual, soy en gran parte heterosexual, aunque también tengo inclinaciones no heterosexuales, y creo que a Camille le ocurre lo mismo. Para mí, eso significa que me gustan los chicos, pero las chicas como Glory también me ponen. Al fin y al cabo, no soy de piedra. No si se trata de Glory.

No he tenido muchas citas, y nada a la altura de las historias de mis compañeras, pero aporto lo que puedo. Les hablo del hijo del primo del médico de un amigo de mis padres, a quien acepté enseñarle los alrededores cuando vino de visita desde Taiwán. No teníamos ningún contacto directo en común y, aunque todo el mundo fingió que no había sido planeado, yo sabía que sí.

—No estoy intentando reproducir ningún estereotipo de chico asiático empollón —advierto a mis compañeras de piso—, pero este chico lo era. —No quiero que Camille piense que todos los chicos asiáticos son unos empollones.

Glory se ríe porque sabe que es una advertencia que a veces se debe hacer en compañía mixta.

Camille asiente:

—Por supuesto. —La sinceridad de esta chica está haciendo que se gane mi corazón.

—La cita estuvo bien —digo—. No saltaron las chispas entre nosotros, pero era un tipo bastante agradable. Luego, al final, me dijo que me había traído algunos regalos. Abrió la mochila… —Hago una pausa para conseguir un efecto dramático y bebo un sorbo de agua—. Y empezó a sacar, uno por uno, el tipo de recuerdos horteras que tus padres podrían traerte de un viaje… cuando tenías ocho años. —A decir verdad, a mí eso no me pasaba. Mis padres apenas viajaban sin mí, y mucho menos a otros países como Taiwán. 

Glory se ríe tanto que le brotan lágrimas de los ojos.

—¿Como qué? —Camille abre unos ojos como platos por la fascinación.

—Como un llavero con una frase hortera en inglés en un corazón de plástico. Creo que era algo parecido a: «Two hearts make one love». —Alzo una mano cuando Glory se atraganta con el agua por la risa—. Espera, que todavía no he llegado a la mejor parte.

Camille casi da saltitos en el sofá. 

—Cuéntanos —exige.

—Una caja de música con figuras de Blancanieves y los siete enanitos en la parte de arriba.

—Ay, por favor, dime que la melodía que sonaba era «Mi príncipe vendrá» —suplica Glory.

—Por supuesto que sí —respondo—. La puso para mí y luego me miró con ojos de cachorrito durante toda la canción. Fue muy incómodo.

Glory ha acabado en el suelo y Camille jadea entre risas.

—Lo mejor fue la reacción de mi madre.

Mamá examinó el plástico barato de colores brillantes que había sobre mi cama y luego dijo: 

—¿Esto es lo que te ha traído de Taiwán? ¿Por qué bai fei qian en esto?

Me río al recordarlo y añado:

—Ella no entendía por qué malgastaba su dinero en baratijas. Pensó que debería haberme traído pasteles de piña de Taiwán en su lugar.

A mamá le encantan los dulces. Siempre le pide a su mejor amiga, que también es china, que le traiga pasteles de piña de Taiwán. Una vez le pregunté por qué nunca había ido allí o a China. Me dio una respuesta imprecisa, pero yo sabía que ocultaba algo.

En cuanto Camille recupera el aliento, pregunta: 

—¿Taiwán forma parte de China? ¿Tus padres son de allí? —Esta es la clase de preguntas que no me molestan. Camille no lo pregunta porque mi condición de asiática me convierta en extranjera a sus ojos, sino porque es una nueva amiga que quiere conocerme de verdad. Sin embargo, la respuesta a su pregunta sobre Taiwán es complicada. Desde que el bando perdedor de la revolución comunista china huyó a Taiwán a finales de los años cuarenta, la China continental considera que Taiwán forma parte del continente, pero estos no están de acuerdo. Mi padre diría que eso es demasiado simplificado, pero yo no soy capaz de explicar la geopolítica china como él. 

—Taiwán es un país aparte —explico—. Mis padres no son de allí, sino de China. 

Luego cambio de tema, porque sé cuál es la siguiente pregunta inevitable. Y no es ofensiva, pero tampoco fácil de responder: «¿Alguna vez has estado en China?».

La respuesta es no. Pero no me resulta fácil explicar por qué. Mis padres no solo no han vuelto nunca a China, sino que me han prohibido ir.

Y no sé por qué. 

Capítulo 3

Me siento en una silla de plástico rígido en la sala de espera del casting y observo con disimulo a las otras candidatas, sentadas frente a mí. En la primera audición la sala estaba abarrotada y, cuando me llamaron por primera vez, estaba medio llena. No obstante, ahora que me han llamado por segunda vez, solo hay otras dos mujeres, ambas asiáticas. Una de ellas tiene la cara bonita y redonda y la otra tiene una belleza elegante. Si el director está buscando a una chica guapa, elegirá a la primera; pero, si lo que quiere es alguien con glamur, elegirá a la segunda. «¿En qué posición me deja eso a mí?». Con el pelo recogido en una coleta y el mínimo maquillaje, describiría mi estilo como el de la «vecina de al lado», excepto que las asiáticas nunca son la «vecina de al lado». O somos exóticamente guapas o exóticamente glamurosas.

Aliso la hoja de papel que me ha dado la recepcionista al registrarme; espero tener una oportunidad con este rol. «Sonia Li, exnovia». Eso es todo. Supongo que será una lectura en frío de nuevo. Las dos últimas veces también lo fue: una escena con Sonia en medio de una pelea con su exnovio Ryan.

Rápidamente, repaso todo lo que sé sobre Butterfly, la película para la que estoy haciendo la prueba. Es un cortometraje de presupuesto medio cuyo estreno está previsto en todo el país y la producirá un estudio pequeño, pero de buena reputación. También es una versión de M. Butterfly, y, por lo que sé de la obra de teatro y de la adaptación cinematográfica de los años noventa, supongo que Sonia Li es la versión moderna del personaje secundario Helga, la esposa que al final es abandonada.

Tanto en la obra de David Henry Hwang como en la versión cinematográfica original, Helga es blanca, pero supongo que en esta versión es asiática. El único otro personaje femenino que se me ocurre también es secundario: la camarada Chin, pero se supone que es una mujer mayor. Miro a las otras dos mujeres y ambas aparentan mi edad, por lo que lo más posible es que no vayan a presentarse para el papel de la camarada Chin.

Trago saliva y voy a por un vaso de agua del dispensador. Las otras dos chicas siguen mis movimientos con la mirada. La que tiene la cara redonda se sonroja cuando nuestros ojos se encuentran y vuelve a centrarse en su propio folio, aunque mirar fijamente la única línea que debe decir no va a ayudarla mucho en la prueba. Aun así, es justo lo que voy a hacer yo también.

La otra mujer me sonríe con fría confianza. Ella no lleva ninguna hoja.

—¿Te han llamado para el papel de Sonia Li? —Se echa el pelo largo por encima del hombro y la melena se extiende como tinta sobre su blusa blanca—. Soy Vivienne.

—Eh, sí. Para el papel de Sonia Li. Yo soy Gemma. 

Me bebo el agua de un largo trago y, sin querer, derramo algunas gotas sobre mi camisa. Genial. Basta con que mi competencia se presente para que yo me convierta en un manojo de nervios. Con cuidado, vuelvo a sentarme en la silla.

La mujer que se ha ruborizado levanta la vista y se presenta como Julie.

Vivienne se inclina hacia delante y dice de forma confidencial:

—Me encantaría conseguir este papel. Trabajar con Eilene Deng sería un sueño hecho realidad.

Me quedo boquiabierta. Eilene Deng es mi ídolo. He visto toda su filmografía, incluso la única y horrible temporada de su fallida comedia. 

—Bromeas. —Resoplo sorprendida. 

—¿Qué papel interpreta? —pregunta Julie con los ojos muy abiertos.

Vivienne se ríe. 

—Oh, no actúa en esta película. La dirige. 

Frunzo el ceño, con la emoción empañada por la sospecha de que Vivienne nos está tomando el pelo.

—En la primera audición, el director de casting reveló que el director es Jake Tyler. 

Jake lleva años en la industria del cine y tiene fama de tener poca paciencia y de ser muy exigente. 

—Sí, es cierto —confirma Vivienne—. Pero cuentan con Eilene como codirectora.

Ah. En realidad, tiene sentido que el estudio contrate a una codirectora asiática, pues el director principal es un hombre blanco. 

—¿De dónde has sacado esa información? —pregunto.

—Oh, ya sabes cómo funciona este mundo. —Vivienne hace un gesto con la mano—. Uno de los negocios de mi madre es un restaurante de fusión vietnamita que a Eilene le encanta, y se le escapó algo sobre la codirección de esta película durante un evento que el restaurante organizó.

No, no sé cómo funciona este mundo. Mi madre es directora de arte en un museo y mi padre es profesor de ciencias políticas, así que somos una familia de clase media, pero eso no significa que yo me codee con la misma gente que Vivienne. Es decir, venga, que se tutea con Eilene Deng y uno de los negocios de su madre es un restaurante de fusión de lujo. Aun así, los cotilleos de Vivienne no parecen mezquinos, por lo que le pregunto: 

—¿Sabes algo más sobre la película?

Entrecierra los ojos. 

—No, la verdad es que no.

No la culpo por ser esquiva. Al fin y al cabo, estamos aquí para competir por un papel, no para hacernos amigas.

—Julie Chu —anuncia la recepcionista en voz alta—. Le toca.

Julie se pone de pie nerviosa y Vivienne y yo le deseamos suerte.

Permanecemos en silencio mientras Julie entra en la sala de casting y Vivienne se pone los auriculares para escuchar algo en su teléfono. Es una decisión inteligente; esforzarse por fisgonear lo que sucede en la sala de casting a través de las finas paredes nunca es una buena idea, así que la imito.

Treinta minutos después, Julie sale. Nos sonríe con valentía, pero noto que no le ha ido tan bien como esperaba. Me siento mal por ella, pero al mismo tiempo aumenta mi confianza en mis propias posibilidades. Me quito los auriculares con la esperanza de que me llamen a mí a continuación.

Poco después, la recepcionista pronuncia el nombre de Vivienne y se traba cuando llega a su apellido, al decir algo como «Na-goo-yen» en lugar de pronunciar «Nguyen» como una palabra de una sola sílaba sin «g» ni «y» sonoras. 

Vivienne me susurra:

—«Nguyen» es el apellido vietnamita más común, pero parece que los blancos no lo entienden.

Sonrío. Es mi competencia, pero me cae bien, aunque intente evitarlo.

Vivienne tarda más tiempo que Julie y, cuando vuelve a la sala de espera, está radiante. Me quito los auriculares a tiempo para escuchar cómo me desea «¡Buena suerte!» con alegría, alto y claro antes de salir de la estancia entre pequeños saltitos. Está claro que no es una buena señal para mí.

Me quedo sola en la sala de espera y, en el momento en que me dispongo a volver a ponerme los auriculares, oigo un murmullo de voces al otro lado de las paredes. Oh, oh. Debería colocármelos ya. Mis dedos revolotean indecisos cerca de mis oídos. «Nunca ha salido nada bueno de escuchar a escondidas en la sala de espera de un casting». Aun así, dejo caer los auriculares sobre mi regazo, de manera que los cables blancos forman una maraña desordenada.

—¿Qué importa eso? —dice una voz masculina en respuesta a una frase que no he entendido.

—¿Acaso no estoy aquí para eso?, ¿para decirte lo que importa? —responde una voz femenina.

—Hermosa y serena, es perfecta. —No me cabe duda de que se refiere a Vivienne. El estómago me da un vuelco.

La mujer habla demasiado bajo para que pueda oír su respuesta.

La del hombre, sin embargo, no es difícil de escuchar; suena casi enfadado:

—¿De verdad quieres discutir sobre esto?

—Ya veremos —responde la mujer—. Tenemos una opción más.

—¿Para qué vamos a molestarnos? ¡Si ya sé a quién quiero!

En ese momento, la recepcionista me llama desde su escritorio:

—Gemma Huang, la están esperando.

Cuando me levanto, me tiemblan las rodillas. «¿Para qué vamos a molestarnos?». ¿Para qué voy a entrar si el director ya ha decidido elegir a Vivienne? Respiro hondo y me digo a mí misma que no he venido hasta aquí para rendirme antes de entrar siquiera en la sala de casting. Con el corazón desbocado, abro la puerta y entro en la sala. 

Al igual que las dos primeras veces, hay un cámara listo para grabar la escena del casting. Detrás de una larga mesa hay dos personas atractivas de mediana edad: un hombre blanco y una mujer asiática. El hombre debe ser Jake Tyler, el director, pero yo solo tengo ojos para ella.

Eilene Deng. Es imposible no reconocer ese rostro de huesos finos y el arco sarcástico de sus cejas negras.

Se me humedecen las manos y se me seca la garganta. «Es ella de verdad». Supongo que, en realidad, no me había creído del todo que Eilene Deng codirigía la película. La impresión de encontrarme cara a cara con mi ídolo hace que me maree. Una voz en mi cabeza balbucea con entusiasmo: «¡Soy una gran fan tuya! Eras lo mejor de Danger Hospital, ¡es una pena que la serie se cancelara después de una sola temporada! Dios mío, ¡no me creo que vaya a conocer a Eilene Deng!». Parpadeo por el asombro y me doy una colleja mental. «Cálmate, Gemma». Eilene Deng no quiere que una fan desquiciada se ponga como una loca delante de ella.

Eilene sostiene mis frases para la lectura en frío con una sonrisa amable, pero Jake ni siquiera me mira. Cojo las hojas que me ofrece con la esperanza de que no se percate del sudor de mis manos y echo un vistazo rápido a la escena: Sonia se aleja a toda prisa de Ryan después de una pelea y él corre tras ella bajo la lluvia. Parece que esto tiene lugar justo después de la escena que he leído las dos últimas veces.

—Vamos a hacer la primera toma sin las cámaras, ¿de acuerdo? —anuncia Eilene.

—Vale —digo, ansiosa.

Jake pronuncia las primeras frases de Ryan:

—Sonia, espera. Debes de estar calada hasta los huesos. 

El guion indica que Ryan se quita el impermeable y envuelve a Sonia con él, que tiembla y se acurruca en su abrazo. 

—Mi pequeña mariposa, aunque ya no seas mía y no tenga que preocuparme por ti, te voy a cuidar siempre.

«¿En serio? ¿Quién dice este tipo de cosas? ¿Y por qué Sonia no le tira el chubasquero a la cara?».

La frustración me recorre el cuerpo mientras intento meterme en el personaje. 

—¿Y quién cuidará de ti, Ryan? —Se supone que tengo que decirlo con nostalgia, pero me sale sin sentimiento—. Cuando era tuya, habría ido hasta los confines de la tierra por ti. 

Madre mía. Este diálogo cada vez va a peor.

Jake lee las siguientes frases como si estuviera adormilado.

Las gotas de sudor se me acumulan sobre el labio superior. Según el guion, Sonia empieza a coquetear y a mirar de forma seductora a Ryan a los ojos, pero me parece una tontería que haga eso, así que me salto la indicación. «Seguro que Vivienne ha hecho una interpretación perfecta con un solo movimiento de pestañas». 

—Cuidado, Ryan. Puede que te lleves una sorpresa. —Mi voz suena tan forzada que parece que esté leyendo un manual de instrucciones de IKEA en lugar de tontear con mi exnovio.

Eilene me interrumpe:

—¿Qué piensas de tu personaje, Gemma?

—¿Perdón? —La miro confusa y parpadeo. Que Eilene me interrumpa tras haber leído apenas unas pocas líneas debe ser una mala señal. Las rodillas me flaquean por el pánico.

—¿Podemos continuar? —Un ceño petulante estropea la escultural belleza de Jake.

Eilene lo ignora y repite su pregunta con paciencia.

Me siento como si hubiera vuelto al instituto y me hubieran enviado a la oficina del director para dar explicaciones por alguna falta que desconozco. Nunca me llegaron a enviar al despacho del director, pero todavía sueño con ello a causa de la ansiedad. 

—Sonia parece poco… —Me detengo porque no encuentro una manera correcta de terminar la frase—… ¿realista? —termino con voz ahogada.

Jake resopla.

—¿A qué te refieres con poco realista? —me anima Eilene.

—Eh… —Siento la lengua como si estuviera envuelta en lana que pica; sería una locura señalarle a un director que el personaje para el que están haciendo el casting es un estereotipo—. Bueno, primero parece muy débil e insegura… y de pronto… está… ¿seduciéndolo? —Parece que Eilene me está escuchando de verdad, así que continúo—: Quiero decir, si yo fuera Sonia, estaría enfadada porque mi exnovio está actuando de forma deshonesta y posesiva. No trataría de recuperarlo como una desesperada, sino que intentaría…, bueno, intentaría hacerme la dura.

Eilene se ríe, pero Jake no. Da la impresión de que querría estar en cualquier lugar menos aquí.

Levanto la barbilla. 

—Pero también me aseguraría de que sepa lo que se pierde.

Jake vuelve a dirigirme una mirada dispersa.

La boca de Eilene se curva en una sonrisa. 

—Bu cuo.

—¿Qué has dicho? —pregunta Jake a Eilene. Ahora suena un poco menos aburrido.

—Que no se equivoca —responde ella con calma. 

Eso es lo que bu cuo significa literalmente en chino, pero en el uso común significa «no está mal», como una forma de elogio que se pierde en la traducción. Los padres chinos tienen la mala fama de ser escuetos con las alabanzas, pero, en realidad, un bu cuo chino mesurado vale más que cien «muy bien» estadounidenses casuales. Y eso es lo que hace que la esperanza se prenda en mi interior como una pequeña estrella ardiente.

Eilene se dirige a mí: 

—Volvamos a hacerlo desde el principio. ¿Te parece bien, Gemma?

—Claro —exclamo, aterrada ante la idea de meter la pata de nuevo. ¿Cómo voy a interpretar a Sonia de forma convincente?

Jake se encoge de hombros y retoma sus frases. Cuando empieza de nuevo y llama a Sonia «pequeña mariposa», me viene a la cabeza una escena de M. Butterfly, quizá porque ya conozco la obra de memoria. Uno de los personajes asegura que solo un hombre podría interpretar a la perfecta mujer asiática de forma convincente porque ella no es real, sino un objeto de la fantasía masculina. 

Bien. «Piensa en la fantasía, Gemma, no en la realidad». Interpreto mis líneas sobre ir a los confines de la tierra por Ryan y, esta vez, lo hago mejor. Al menos, no siento náuseas.

Jake lee las suyas:

—Este es mi hotel. Entra y nos quitaremos esta ropa mojada.

Me arde la cara cuando me come con los ojos por encima del papel. Incluso aburrido como una ostra, se las ingenia para mirar de forma lasciva; estoy segura de que es un acto reflejo.

He conocido a hombres como Jake y me sé sus fantasías: antiguos secretos eróticos y risitas tímidas, sexo y modestia, todo envuelto en un paquete imposible. Me había equivocado al evaluar a las otras mujeres en la sala de espera. Julie, Vivienne, yo… Ninguna de nosotras puede ser la mujer que esperan, porque no es real. Pero yo no tengo que serlo, solo tengo que interpretar ese papel, y ya es hora de que recuerde qué es ser una actriz. Mi voz suena aguda y entrecortada mientras miro de manera recatada a Jake por debajo de las pestañas. 

—Cuidado, Ryan. Quizá te lleves una sorpresa. —Dejo que un leve tono de advertencia se filtre a través de mi voz.

Se endereza y sus ojos reflejan interés mientras pronuncia sus siguientes líneas.

Eilene me dedica una sonrisa de aprobación y se acomoda en la silla.

Termino la escena, ignorando las indicaciones de despedirme de Ryan con anhelo. Yo no me sentiría así si un exnovio se me insinuara con unas frases vomitivas, diciendo cosas como «pequeña mariposa» y que siempre estará pendiente de mí. En su lugar, leo las frases con aire descarado, como si quisiera echar de mi vida a mi ex.

Cuando termino, parece que tanto a Eilene como a Jake les ha gustado cómo he interpretado la escena. Me hacen repetirla, y esta vez las cámaras lo graban. Luego, rodamos otra escena. Para cuando los dos directores me dicen que se pondrán en contacto conmigo, llevo aquí tanto tiempo como Vivienne, lo cual es buena señal, ¿no? Mientras salgo de nuevo hacia la sala de espera, me siento bien con cómo ha ido la prueba.

Me despido de la recepcionista con la mano y, cuando estoy a punto de irme, oigo la voz de Jake al otro lado de esas finas paredes:

—Ha ido mejor de lo que esperaba. —Me siento esperanzada por un breve y alegre momento hasta que agrega—: Pero Vivienne sigue siendo la opción clara.

Siento un nudo en el estómago y dejo caer los hombros. «Bueno, adiós a otra oportunidad de pagar el alquiler». Al menos he conocido a Eilene Deng, algo es algo. Pero habría estado bien conocer a mi heroína en otras circunstancias, por ejemplo, no fracasando en un casting.

Capítulo 4

Mi teléfono suena justo cuando salgo del edificio del casting. Es mi madre. Supongo que su sentido arácnido le ha indicado que era un buen momento para llamar. Suspiro y respondo.

—Hola, mamá.

—Gemma, soy mamá —dice mi madre. No es que no entienda cómo funciona el identificador de llamadas, sino que cree que es necesario anunciar quién es al principio de cada llamada.

—Lo sé, mamá.

Hablamos un rato y me lo cuenta todo sobre los hijos de sus amigas, que están en la universidad forjando un camino hacia el éxito y, al parecer, pasando el mejor momento de sus vidas. «Qué sutil».

—Mamá, se llama año sabático. Mucha gente se toma uno antes de ir a la universidad. ¡No es para tanto que quiera descansar un año antes de empezar la carrera!

—¿Recuerdas lo que ocurrió el verano pasado? Dijiste que ya no querías trabajar en el museo, que ibas a buscar otro trabajo, pero no lo hiciste.

—¡Trabajé durante dos veranos en tu museo y los fines de semana durante el curso! Necesitaba un descanso. —Paseo por la acera y tengo que obligarme a parar porque estoy llamando la atención de la gente que pasa—. Además, el verano pasado participé en una obra de teatro.

Resopla tan fuerte que puedo oírla. 

—Los ensayos y las funciones eran por la noche. Así que podrías haber conseguido un trabajo, pero te pasabas todo el día en el sofá viendo esa serie.

Hay que reconocer que la miniserie La emperatriz de China, de noventa y seis episodios, requiere una gran cantidad de tiempo y dedicación. 

—Esa serie era un drama chino, que a ti te encantan, y la protagonizaba Fan Bingbing, tu actriz favorita —le recuerdo con rigidez—. Pensé que querrías verla conmigo. 

En realidad, había contado con ello porque mi chino es tan básico que tendría suerte de entender la mitad de lo que pasaba sin ella. Al final, mamá aceptó verla conmigo, pero solo para criticarla. Cuando era pequeña, mamá, papá y yo hacíamos maratones de dramas chinos, pero eso era antes de que decidiese que quería ser una actriz de verdad. Ahora, cualquier cosa que alimente ese sueño, de repente, supone una pérdida de tiempo.

—¡Esa serie no representa para nada la vida de la emperatriz Wu Zetian!

Mamá tiene más conocimientos de la historia de China que una persona común gracias a su licenciatura en Historia del Arte y a su interés por la cultura china, pero, como Wu Zetian vivió hace miles de años, ni mamá ni cualquier otra persona pueden saber de verdad cómo era la emperatriz de verdad. Además, la inexactitud histórica nunca le ha impedido disfrutar de los dramas chinos sobre monjes voladores y doncellas guerreras mágicas.

—¡Creo que la serie hizo un buen trabajo! Al menos no retrató a Wu Zetian como una ramera de la corte sin corazón que mató a su propia hija para inculpar a una rival. 

La mujer que pasa junto a mí en la acera me mira alarmada. Le dedico una sonrisa que dice: «De verdad, soy una persona totalmente normal que solo está hablando de rameras de la corte y de infanticidios en una calle pública muy concurrida». La mujer se apresura sin mirarme a los ojos. Bajo la voz: 

—Pensé que apreciarías una representación de Wu Zetian como una madre que llora el asesinato de su hija en lugar de una emperatriz sedienta de sangre.

—Por favor —responde mamá con desdén—. ¡Hicieron que Wu Zetian pareciera una inocente enamorada que dejaba que todos la pisotearan! Esa chica no podría haber dirigido una casa, ni mucho menos un país entero.

Coincido con ella. La emperatriz Wu no fue la única mujer gobernante de China por ser la damisela en apuros que La emperatriz de China muestra. Aun así, la experiencia me recuerda que no debo darle la razón en una discusión. 

—Mira, solo digo que Fan Bingbing nos mostró a una Wu Zetian mejor que la que nos dieron los historiadores masculinos de la corte.

—La serie solo cambió un detalle incorrecto por otro que también lo era, lo cual no la hace mejor. —Así que ¿ahora mi madre pretende saber lo que sucedió en la época de la dinastía Tang? Eso solo demuestra, una vez más, lo cabezota que puede llegar a ser. Mi madre es la persona con más fuerza de voluntad y determinación que conozco. Por eso habla un inglés casi perfecto, a pesar de que llegó a Estados Unidos ya en la edad adulta—. Además, no me gustan las ideas que te ha dado esa serie.

—¡Lo que realmente quieres decir es que no apruebas nada que me inspire a ser actriz! ¡Quieres que sea doctora, abogada o algo similar!

De acuerdo, reconozco que es una acusación injusta. Mi madre nunca me ha presionado para que me matricule en una carrera concreta. Además, tampoco se podría decir que su propia formación en Historia del Arte sea un camino convencional hacia el éxito.

—¿Quieres ser actriz? ¡Muy bien, sé actriz! Pero ¡actúa con cabeza y ve a la universidad primero! ¿Crees que llegué a ser directora de un museo porque vi un cuadro y me «inspiré» de la nada? —Toma aire de forma audible—. Pero no se trata de que quieras ser actriz. Es que no me gusta esa serie. ¡Luan qi ba zao! Te llena la cabeza de tonterías. ¡Kai wan xiao!

Ahora sé que no está diciendo la verdad. Acaba de utilizar sus dos insultos más mordaces. Luan qi ba zao, que significa «desordenado y caótico», y lo emplea en ocasiones para referirse al estado de mi habitación. Kai wan xiao, que quiere decir «tienes que estar de broma», está reservado para los precios demasiado altos. Nunca ha utilizado ninguna de las dos frases para describir algo artístico. Uno pensaría que mamá, como directora de un museo, sería una esnob en lo que a arte se refiere, pero es todo lo contrario. No le gusta criticar ningún tipo de arte, y mucho menos a sus queridos dramas chinos. Por eso sé que el verdadero problema está en que yo quiera ser actriz. 

—¡La serie no es una tontería, y lo sabes! ¡Y tampoco lo es que aspire a ser actriz!

Ella ignora mi arrebato: 

—¿Ya tienes un trabajo?

Mi silencio responde a su pregunta, y añade con tono suave:

—Podemos darte qian para el alquiler.

«Dinero». En el fragor de nuestra peor pelea, mamá juró que no me apoyarían si no iba a la universidad este otoño, pero debería haber sabido que al final se retractaría de su amenaza. Estoy segura de que no le ha resultado fácil dejar atrás su orgullo de esa manera, pero yo también tengo el mío. 

—No, gracias.

Ella suspira:

—Tu padre creció en la pobreza, ¿sabes?

Parpadeo sorprendida. Mis padres nunca hablan de su pasado.

—Está muy preocupado por ti —admite mamá—. Delun —eleva el tono de voz—, ¡ponte en la otra línea y dile a nuestra hija lo mucho que te preocupa!

Mis padres son las únicas personas que conozco que todavía tienen un teléfono fijo además de sus teléfonos móviles.

—Mamá —gimoteo. Lo último que quiero es tener una conversación con papá sobre su preocupación por mí. Hablar de sentimientos siempre le hace sentirse incómodo.

De fondo, escucho que dice: 

—Lei, no es necesario.

Mamá lo ignora y añade:

—No quiere que tengas que preocuparte por si podrás comer o encontrar un lugar en el que vivir como le pasó a él. Ahora se pone al teléfono papá.

«Vale. Allá vamos».

Papá coge el teléfono:

—¿Cómo va tu economía, Gemma?

Así es papá, directo al grano. Pero, en su idioma, «¿cómo va tu economía?» significa, más o menos, «te quiero». Además, a diferencia de mamá, él nunca hace amenazas de manera impulsiva que después vaya a contradecir. A él tampoco le gustó que aplazara mi acceso a la universidad, pero no me amenazó con quitarme la ayuda económica.

—Bien —miento.

—Hao.

—Estoy bien —repito.

Se produce un silencio incómodo.

Mamá interviene y me rescata:

—¡No está bien! —Bueno, más o menos.

—Lo estoy, mamá, de verdad. Papá y tú no tenéis que preocuparos por mí. —Hago una pausa—. No sabía que papá había crecido en la pobreza. ¿Tú también?

Mi padre hace un ruido ahogado y oigo el clic del teléfono que indica que ha colgado.

—No —responde mamá—, pero no tenía nada comparado con todo lo que he conseguido hasta ahora. ¿Sabes por qué? —«Aquí viene: porque trabajé duro y porque fui a la universidad». Pero mi madre es demasiado inteligente para hacerlo tan obvio—. Porque tu padre y yo nos tenemos el uno al otro, y te tenemos a ti. Solo quiero lo mejor para nuestro bao bei.

Ahora ha sacado la artillería emocional pesada. Cuando era pequeña, mi madre me llamaba bao bei, que significa «tesoro». Y, en caso de que eso fuera demasiado sutil, mi padre se refería a mí como «Gem» para abreviar. Soy su gema, su tesoro; lo entiendo. No me siento presionada en absoluto.

—Crees que irás a la universidad después de este año «sabático» —asegura—, pero sé lo que es ser joven e impulsiva. Es muy fácil distraerse de lo importante y, créeme, te arrepentirás durante el resto de tu vida si pierdes de vista lo que merece la pena de verdad.

Esta mujer está desaprovechada como directora de museo; podría impartir lecciones de teatro.

Alzo la voz para que se me escuche por encima del estruendo de los coches que circulan a toda velocidad a mi lado y digo: 

—Sé lo que es importante para mí, y es actuar. No es una decisión impulsiva ni una distracción. ¡Es mi vocación!

—No te pido que dejes de actuar. ¡Solo digo que primero vayas a la universidad para que tengas otras opciones! ¿Cuánta gente se gana de verdad la vida con la interpretación?

«Es hora de cambiar de táctica». 

—Sara Li se tomó un año sabático, y su madre no se lo echó en cara. 

Esa pobre chica necesitaba un año sabático tras haber soportado interminables bromas sobre su nombre desde la escuela primaria. Hasta el día de hoy, Sara Li no puede mirar un postre helado sin estremecerse.

Por una vez, mamá permanece impasible ante la mención de la hija de su mejor amiga. 

—No tienes que ser como Sara Li.

«¿De verdad?». Toda mi vida he oído a mamá hablar de la perfecta Sara Li, ¿y ahora me dice que no necesito ser como ella? (Si Sara no fuera mi amiga, la odiaría).

Luego, cae en su costumbre de adorar a Sara Li y añade: 

—Además, Sara Li se matriculó en Harvard. —Es como si mamá no pudiera contenerse.

Aprovecho lo que acaba de decir:

—E iré a la universidad el próximo otoño, como hizo Sara después de su año sabático. ¿Estarías más contenta si hiciera lo mismo que Sara durante su año sabático? —«Oh, no, no vayas por ahí, Gemma», pero mi estúpida boca es más rápida que mi cerebro—. ¿Ir a Pekín?

Se hace un silencio glacial al otro lado de la línea y se me seca la garganta.