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Sayid Al Kadar fue entrenado para ser un guerrero, pero no estaba destinado a gobernar… Obligado a gobernar, el jeque Sayid se sorprendió al descubrir al niño que era el verdadero heredero del trono de su país, y decidió hacer todo lo posible por protegerlo, ¡aunque eso significara casarse con la tía del niño! Chloe James se comportaba como una tigresa protegiendo a su cachorro, pero el jeque Sayid fue capaz de encontrar su punto débil. Tomando a Chloe como esposa consiguió calmar a su pueblo, y también dejarse llevar por la intensa atracción que existía entre ellos…
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Seitenzahl: 194
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Maisey Yates. Todos los derechos reservados.
HEREDERO DEL DESIERTO, N.º 2250 - Agosto 2013
Título original: Heir to a Desert Legacy
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3487-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Sayid al-Kadar contempló la calle vacía y se subió el cuello de la chaqueta para cubrirse de la lluvia. En su opinión, la llovizna de Portland era insoportable.
Incluso en la mejor parte de la ciudad todo parecía opresivo. El suelo, la acera, los edificios que se alzaban hasta el cielo. Todo resultaba agobiante. Una prisión de cristal y acero. No era lugar para un hombre como él.
No era lugar para el heredero al trono de Attar. Sin embargo, según la información que había reunido en las últimas veinticuatro horas, allí era donde estaba el heredero al trono de Attar.
Desde que había encontrado los documentos en la caja fuerte de su hermano, había decidido descubrir si había alguna posibilidad de que el heredero hubiera sobrevivido. En tiempo récord, Alik había confirmado que el niño había sobrevivido y cuál era su paradero. Por supuesto, Sayid no se había sorprendido de la eficiencia de su amigo. Alik nunca fallaba.
Sayid cruzó la calle al mismo tiempo que una mujer se acercaba al mismo edificio que él.
Sonrió, tratando de mostrar el encanto que hacía mucho tiempo que no empleaba. Un encanto que ya ni siquiera se molestaba en fingir. Funcionó. Ella introdujo la clave y sujetó la puerta abierta para que él entrara, sonriéndole de forma seductora.
Él no estaba buscando esa clase de invitación.
Se dirigió a un ascensor diferente al que había elegido ella y subió hasta la última planta. Se sentía fuera de lugar allí pero, al mismo tiempo, se sentía aliviado por estar fuera del palacio.
Apretó los dientes y se fijó en el pasillo estrecho. La humedad del ambiente se pegaba a su ropa y a su piel. Era otra de las consecuencias de aquel clima tan desagradable.
Le recordaba a la celda de una cárcel. Nunca antes había tenido motivos para visitar los Estados Unidos. Su lugar estaba en Attar, en un extenso desierto. Y, aunque su deber lo obligaba a permanecer cerca del palacio, en él se sentía casi tan extraño como en ese frío y húmedo lugar.
Desde que el avión había aterrizado, el frío se había apoderado de él. Aunque en realidad debía admitir que llevaba helado más de seis semanas. Desde que se había enterado de la muerte de su hermano y su cuñada.
Y, después, la noticia del niño.
Él había hecho todo lo posible por evitar tener relación alguna con los niños, y sobre todo con los bebés, pero no había manera de que pudiera evitar relacionarse con aquel.
Se detuvo frente a la puerta y llamó antes de entrar. No recordaba cuándo había sido la última vez que había llamado a una puerta.
–Un segundo –se oyó un ruido fuerte y el llanto de un bebé.
Él se percató de que alguien se apoyaba contra la puerta. Probablemente estarían mirándolo por la mirilla.
En ese caso, dudaba de que lo dejaran entrar. Algo que tampoco recordaba que le hubiera sucedido en los últimos tiempos.
–¿Chloe James? –preguntó él.
–¿Sí? –inquirió ella.
–Soy el jeque Sayid al-Kadar, regente de Attar.
–¿Ha dicho regente? Interesante. Attar. Dicen que es un bonito país. Al norte de África, cerca de...
–Conozco tan bien como usted la geografía de mi país, y sé mucho más de lo que aparece en los libros de texto. Ambos lo sabemos.
–¿De veras?
El llanto del bebé se volvió más agudo e insistente.
–Estoy ocupada –dijo Chloe–. Ha despertado al bebé y ahora tengo que dormirlo otra vez, así que...
–Por eso estoy aquí, Chloe. Por el bebé.
–Ahora no está de buen humor. Veré si puedo hacerle un hueco en su rutina diaria.
–Señorita James –dijo él–. Si me deja pasar, podremos hablar de los detalles de la situación en la que nos encontramos.
–¿Qué situación?
–La del bebé.
–¿Qué es lo que quiere de él?
–Exactamente lo que mi hermano quería. Se ha firmado un acuerdo legal y, puesto que una de las firmas es la suya, debería conocerlo. Lo tengo en mi poder. O bien lo llevo a los tribunales, o hablamos de ello ahora.
Él no deseaba implicar a los tribunales de los Estados Unidos ni de Attar. Quería solucionarlo en silencio y que nada saliera a la luz hasta que sus consejeros pudieran averiguar la historia acerca de cómo había sobrevivido el niño y porqué había permanecido oculto durante las semanas posteriores a la muerte del jeque.
Pero antes de hacer todo eso tenía que averiguar cuál era la situación. Si los documentos que habían redactado reflejaban la verdad, o si la relación de su hermano con Chloe James había sido más especial de lo que estaba documentado.
Eso podría complicar las cosas. Podría evitar que él se llevara al niño. Y eso no era aceptable.
Se abrió la puerta una rendija, todo lo que permitía la cadena de seguridad.
–¿Identificación? –preguntó la mujer mirándolo a través de la rendija.
Él se fijó en sus ojos azules y suspiró antes de sacar el pasaporte que llevaba en la cartera, dentro del abrigo.
–¿Satisfecha? –le preguntó después de mostrárselo.
–En absoluto –cerró la puerta para quitar la cadena–. Pase.
Él entró en la habitación y, al instante, se sintió agobiado. Las paredes estaban llenas de librerías, provocando que la estancia resultara más pequeña. Sobre una mesa de café había un ordenador portátil y una pila de libros. En una esquina, había una pizarra y otra pila de libros en el suelo. A pesar de que todo estaba colocado de una manera lógica, la falta de espacio hacía que la habitación pareciera un caos ligeramente organizado. Nada parecido a la precisión militar con la que él organizaba su vida.
Se fijó en Chloe. Era una mujer menuda con el cabello rojizo, la tez pálida y con pecas. Tenía un busto generoso y la cintura un poco ancha. Encajaba con el aspecto de una mujer que acababa de dar a luz y que llevaba varias semanas durmiendo pocas horas.
Ella se movió y él se fijó en que bajo la luz de la lámpara su cabello se volvía semidorado. Si el bebé era suyo, tendría un fuerte parecido a ella. Era muy distinta a su hermano, que tenía la piel color aceituna, y a su novia, una mujer de cabello oscuro.
–Supongo que es consciente de que aquí apenas tiene seguridad –dijo él. El llanto había cesado y el apartamento estaba en calma–. Si hubiese querido entrar a la fuerza, podría haberlo hecho. Y cualquiera que quisiera hacer daño al bebé también. No le hace ningún favor manteniéndolo aquí.
–No tenía otro sitio donde llevarlo –dijo ella.
–¿Y dónde está el niño?
–¿Aden? –preguntó ella–. No es necesario que lo vea ahora, ¿verdad?
–Me gustaría –dijo él.
–¿Por qué? –se colocó delante del sofá, como si pretendiera bloquearle el paso.
Irrisorio. Ella era menuda y él un soldado muy entrenado que podía apartar a un hombre dos veces su tamaño sin cansarse.
–Es mi sobrino. Mi sangre –dijo él.
–Yo... No se me ocurrió que pensara que tiene alguna relación con él.
–¿Por qué no?
–Nunca ha sido alguien cercano a la familia. Quiero decir, Rashid dijo...
–Ah. Rashid –su manera de nombrar a su hermano era esclarecedora. Y podía complicar las cosas. Si ella era la madre biológica de aquel niño, resultaría mucho más difícil emplear los documentos legales en su contra. Difícil, pero no imposible.
Y, si no lo conseguía, podría provocar un incidente internacional y llevarse al niño de regreso con él. A la fuerza, si era necesario.
–Sí, Rashid. ¿Por qué lo dice de ese modo?
–Intento verificar la naturaleza de su relación con mi hermano.
Ella se cruzó de brazos.
–Yo di a luz a su hijo.
Una especie de furia se apoderó de él. Si su hermano había hecho algo que comprometiera el futuro del país...
Pero su hermano estaba muerto. No habría consecuencias para Rashid, independientemente de las circunstancias. Él había perdido la vida. Y Sayid debía asegurarse de que Attar no se derrumbara. De que la vida continuara lo más tranquila posible para los millones de personas que consideraban que ese país era su hogar.
–Y también redactó este documento –sacó un montón de papeles doblados del abrigo–, ¿para que, si alguien se percataba de que no había sido Tamara la que dio a luz a Aden, pensaran que había sido parte del plan desde un principio?
–Espere... ¿Cómo ha dicho?
–Conspiró para inventar la historia del vientre de alquiler para ocultar la relación que tuvo con...
Ella levantó las palmas de las manos.
–¡Eh! No. Oh... No. Yo di a luz a su hijo, hice de vientre de alquiler. Para él y para Tamara –le tembló ligeramente la voz y bajó la mirada.
–¿Y por qué no vino a buscarme?
–No... No lo sé. Estaba asustada. Ellos estaban de camino cuando sucedió. De camino al hospital desde el aeropuerto. Yo ya estaba de parto, me puse un poco antes de lo esperado. Iban a trasladarme a un hospital privado y su médico estaba con ellos durante el... Todas las personas que yo conocía estaban con ellos.
Él miró alrededor de la habitación y frunció los labios.
–Así que lo trajiste aquí, a tu apartamento, sin casi seguridad, ¿para protegerlo?
–Nadie sabía que yo estaba aquí.
–Mis hombres tardaron menos de veinticuatro horas en descubrir dónde estaba. Ha tenido suerte de que sea yo quien la ha encontrado y no un enemigo de mi hermano, de Attar.
–No estaba segura de que no fuera a ser enemigo de Aden.
–Ya puede estar segura de ello.
Chloe levantó la vista y se encontró con la mirada penetrante de sus ojos oscuros. No podía creer que Sayid al-Kadar estuviera en el salón de su casa. Ella había estado pendiente de las noticias sobre Attar desde el nacimiento de Aden. Había visto cómo aquel hombre había asumido el poder con elegancia, y de una manera tan calmada que podía resultar inquietante, mientras la nación continuaba conmocionada por la tragedia.
El jeque y su esposa habían fallecido. Y también el heredero que esperaban.
O eso pensaba todo el mundo.
Pero lo que nadie sabía era que los jeques habían contratado un vientre de alquiler. Y que la mujer y el futuro heredero estaban a salvo.
Ella no había sabido qué hacer. El doctor privado de los jeques no había aparecido en el parto y tampoco Tamara y Rashid...
Todavía podía sentir el pánico que se había apoderado de ella. Estaba segura de que había pasado algo. Le pidió a la enfermera que encendiera el televisor y comprobó que en todos los canales daban la misma noticia. La pérdida de la familia real de Attar, y de su médico privado, a causa de un accidente de tráfico que había tenido lugar en una autopista en Pacific Northwest.
Y lo único que había podido hacer era abrazar al bebé. Un bebé que no era suyo y que se suponía que nunca lo sería. Un bebé que no tenía a nadie más que a ella.
Durante las semanas siguientes había estado aturdida. Llorando por la muerte de su hermanastra Tamara, a pesar de que apenas la había conocido, y tratando de decidir qué era lo que se suponía que debía de hacer con Aden. Tratando de decidir si debía confiar en su tío. Porque, si revelaba que Aden estaba vivo, Sayid ya no sería el gobernador de Attar, sino simplemente el regente.
Y la idea de que pudiera hacer cualquier cosa por mantener su cargo, la asustaba. Sabía que era poco probable, o incluso ridículo. Rashid nunca había hablado mal de su hermano pequeño, y Tamara tampoco.
Sin embargo, Chloe se sentía invadida por un fuerte sentimiento de protección. Aden era su sobrino y, por tanto, era normal que sintiera cierta conexión con él, pero había algo más. Y nunca había imaginado que sería así. Después de todo, no quería tener hijos. Y nunca se había considerado una mujer maternal.
Pero lo había llevado en su vientre. Y por mucho que hubiese creído lo contrario, era un lazo que no se podía romper con facilidad.
–¿Y no pensaste en contactar con palacio? –preguntó Sayid.
–Rashid me pidió que fuera algo confidencial. Yo firmé unos documentos en los que declaraba que nunca divulgaría mi participación. Si ellos hubiesen querido incluirlo a usted, lo habrían hecho.
–Entonces, ¿todo esto es cuestión de lealtad?
–Bueno... Sí.
–¿Y cuánto le han pagado?
Ella se sonrojó.
–Suficiente –había aceptado cierta cantidad de dinero y no iba a disculparse por ello. Las mujeres que se embarazaban para dar el hijo a otra persona cobraban por el servicio y, aunque en parte lo había hecho porque Tamara era su hermanastra, también necesitaba el dinero.
A pesar de las becas, los estudios de postgrado eran caros. Y la independencia era algo absolutamente necesario para ella, lo que significaba que el dinero era muy importante en su mundo.
–Por lealtad, ya veo.
–Por supuesto que me pagaron –dijo ella–. Yo quería hacerles el favor pero, sinceramente, ¿quedarme embarazada y dar a luz? No es ninguna tontería, y de ello me he dado cuenta durante los diez últimos meses. No me siento culpable por aceptar lo que ellos me ofrecían.
–¿Y por qué quería hacerle a él el favor? –la miraba de manera tan intensa que a ella le dio la sensación de que él no se creía que no tenía ninguna relación con Rashid.
–Por Tamara. Es mi hermanastra. Y no me sorprende que usted no lo sepa. No nos habíamos conocido hasta hace un par de años y nunca tuvimos la oportunidad de mantener una estrecha relación. Descubrir que tenía una hermanastra había sido un momento extraordinario. Tamara la había encontrado gracias a los medios de los que disponía como esposa del jeque.
Chloe se había quedado sorprendida al conocerla. La esposa del jeque era su hermanastra. Pero no fue su belleza ni su poder lo que cautivó a Chloe, sino el hecho de tener una nueva oportunidad en relación a la familia. Algo de verdad, tangible y esperanzador, donde no había habido más que dolor y arrepentimiento.
No habían tenido la oportunidad de pasar mucho tiempo juntas. Vivían muy lejos y sus encuentros habían sido esporádicos pero maravillosos. Algo de lo que nunca antes había disfrutado. Y que tampoco disfrutaría, puesto que aquella maravillosa ilusión también se había hecho pedazos. Nunca conseguiría una familia. Excepto por Aden.
Al pensar en el bebé que dormía en un capazo que estaba en su habitación, se le encogió el corazón. No sabía lo que sentía por él. No sabía qué hacer con él. Tampoco si debía entregarlo. O quedarse con él. No se imaginaba haciendo ninguna de las dos cosas.
Un año antes, había empezado los estudios de postgrado para doctorarse en Física Teórica y, de pronto, estaba viviendo una vida que parecía imposible que fuera la de ella.
Llorando la muerte de una hermana a la que apenas conocía, la posibilidad de algo que no había podido ser, y luchando para terminar los trabajos del curso. Criando a un bebé.
Y, en ese mismo momento, se imaginó entregando al pequeño Aden a su tío y pidiéndole que cuidara de él.
Respiró hondo y trató de deshacer el nudo que sentía en la garganta.
Sayid la miraba impasible, pero con una pizca de remordimiento.
–Siento su pérdida.
–Yo también la suya.
–No solo mía –dijo él–. La de mi país. La de mi gente. Aden es el futuro gobernador. La esperanza para el futuro.
–Es un bebé –dijo ella. Aden era tan pequeño e indefenso. Y había perdido a su verdadera madre. La que estaba preparada para criarlo. La única capaz de hacerlo.
Lo único que había tenido durante las seis primeras semanas de su vida había sido a Chloe. Antes de dar a luz, ella nunca había sostenido a un bebé en brazos y, sin embargo, había tenido que encontrar la manera de cuidarlo durante todo el día. Estaba agotada. Sentía ganas de llorar todo el rato. Y a veces lo hacía.
–Sí –dijo Sayid–, es un bebé. Una criatura que ha nacido para ser algo mucho más importante de lo que es en la actualidad, pero ambos sabemos que ese era el propósito de su nacimiento.
–En parte. Rashid y Tamara lo deseaban mucho.
–Estoy seguro de ello, pero el único motivo por el que era importante que tuvieran un lazo de sangre, y por el que la adopción no era una posibilidad, era la necesidad de tener un heredero del linaje de Al-Kadar.
Ella lo sabía. Parecía que había pasado una eternidad desde ese día. Tamara había ido a visitarla y su mirada brillaba por culpa de las lágrimas. Le contó a Chloe que había sufrido otro aborto. Que siempre terminaba perdiendo al bebé que llevaba en el vientre. Que deseaba tener un hijo propio, y que necesitaba tener descendencia para el trono.
Y, después, le hizo la petición.
«Serás recompensada y, por supuesto, una vez que nazca el niño regresará a Attar con nosotros. Y tú serás la responsable de traerlo al mundo. Más familia. Para ambas».
Chloe deseaba una familia. Una red de apoyo como la que nunca había tenido.
Y así se convenció de que estar nueve meses embarazada no supondría un trabajo duro. Después, Tamara y Rashid tendrían todo lo que deseaban y Chloe habría ayudado a crear una nueva vida. Además, podría solucionar muchos de sus problemas económicos.
Le había parecido algo sencillo de hacer. Un pequeño gesto a favor de la única familia que parecía preocuparse por ella.
Por supuesto, cuando comenzó a tener náuseas y a ganar peso, cuando se le hincharon los senos y le salieron estrías, «sencillo» dejó de ser la palabra adecuada para describir lo que estaba haciendo. Y, después, el parto.
Nada había resultado sencillo.
Pero nada más dar a luz, justo antes de descubrir que Tamara y Rashid habían fallecido, miró al pequeño bebé llorón que tenía en los brazos y sintió como si todos los fragmentes de su vida se juntaran para formar una bonita imagen. Como si hubiera hecho lo que tenía que hacer. Como si Aden fuera el logro más importante de su vida.
Eso fue antes de que su mundo se viniera abajo una vez más. Antes de quedar destrozada y sin saber cómo podría recuperarse.
Había estado seis semanas muy aturdida. Cuidando de Aden, de sí misma cuando podía y tratando de estudiar. Intentando no hundirse del todo.
La presencia de Sayid suponía al mismo tiempo una condena y una salvación.
–Lo sé. Pero ahora él... ¿Qué quiere hacer con él?
–Pretendo hacer lo que estaba planeado. Llevarlo a su casa. A su gente. A su palacio. Es su derecho, y es mi deber proteger sus derechos.
–¿Y quién lo criará?
–Tamara ya había contratado a las mejores niñeras, las mejores cuidadoras del mundo. En cuanto anuncie que el bebé está vivo, todo continuará tal y como estaba planeado.
–¿Cuándo lo descubrió?
–Ayer. Estaba revisando los documentos privados de mi hermano y encontré el contrato del vientre de alquiler. Por primera vez en las últimas seis semanas sentí alguna esperanza.
–Nos ha encontrado muy deprisa.
–Tengo recursos. Y, además, no estaba muy bien escondida.
–Tenía miedo –dijo ella con un susurro.
–¿De qué? –preguntó él.
–De todo. Temía que no le gustara tener un competidor. Que no quisiera perder su puesto.
Sayid la miró fijamente.
–A mí no me criaron para gobernar, Chloe James, me criaron para luchar. En mi país, esa es la función del segundo hijo varón. Soy un guerrero. El jeque debe tener energía y compasión. Y ser ecuánime. A mí no me entrenaron para eso. Me entrenaron para obedecer, para ser despiadado a la hora de proteger a mi pueblo y a mi país. Y es lo que haré ahora, a cualquier precio. No se trata de lo que yo quiera, sino de lo que es mejor.
Ella lo creyó. La evidencia de la verdad se reflejaba en la inexpresividad de su voz. Era un guerrero, una máquina creada para obedecer con eficiencia y rapidez.
Y quería llevarse a Aden con él.
Ella se sintió mareada.
–Entonces, ¿básicamente es el verdugo de la familia Al-Kadar? –preguntó sin pensar.
–Mi camino estaba marcado nada más nacer.
–Igual que el de Aden –dijo ella, y se estremeció. Siempre había sabido que el niño que dormía en su dormitorio tenía un destino que nada tenía que ver con ella pero, durante las últimas semanas, había experimentado algo nuevo y maravilloso que la habían hecho ignorar la realidad.
–Tiene que regresar a casa. Usted podrá recuperar su vida, tal y como tenía planeado.
Podría finalizar los estudios, terminar el doctorado. Obtener una plaza como profesora en la universidad o conseguir un empleo en un instituto de investigación. Sería una bonita y sencilla existencia en la que pasaría el tiempo tratando de analizar aquellos misterios del Universo para los que se esperaba encontrar una solución, algo que parecía imposible en lo que se refería a sus relaciones interpersonales. Ese era uno de los motivos por los que apenas se esforzaba en mantenerlas, al menos, aquellas que fueran más allá de la amistad.
Ese era el futuro que Sayid le ofrecía. La oportunidad de continuar como si nada hubiera cambiado.
Se miró el vientre redondeado y pensó en el niño que dormía en la habitación contigua y que había albergado en su vientre. El niño al que había dado a luz. Todo había cambiado. Todo.
No había vuelta atrás.
–No puedo permitir que se lo lleve.
–Iba a permitir que se lo llevaran Tamara y Rashid.
–Eran sus padres y se suponía que debían estar con él.
–Su lugar en Attar es más que todo eso –dijo él.
–Se sentirá confuso, yo... Soy la única madre que conoce.
Hasta ese momento, nunca había verbalizado esa idea, pero había cuidado del bebé. Le había dado de mamar. Y, aunque genéticamente no era su hijo, él era algo muy especial.
–¿No desea regresar a su vida de antes?
–No creo que pueda –dijo ella–. Ya nunca será lo mismo.
–Entonces, ¿qué es lo que propone? –preguntó él, cruzándose de brazos.
En ese momento, Aden se despertó y su llanto invadió el apartamento. Ella sintió que se le encogía el corazón.
–Lléveme a Attar.