Hilario Pérez - Ricardo Javier Cozzano Ferreira - E-Book

Hilario Pérez E-Book

Ricardo Javier Cozzano Ferreira

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Beschreibung

Así como a José Martí le llegó el momento de "echar sus versos del alma", no es extraño que a un hombre del recorrido vital de Hilario Pérez le llegara el suyo. Hilario Pérez (Montevideo, 1936) es un reservorio viviente de anécdotas que a través de su larga carrera como guitarrista ha ido acumulando. Pero no es solo un músico que ha acompañado a una pléyade de cantores, es lutier, coleccionista de instrumentos, investigador… Dice la Dra. Marita Fornaro: "Yo no conozco a nadie que sepa tanto de la historia oral de la guitarra en Uruguay. […] El recurrir a la historia oral y a la memoria como fuente es algo que, hoy en día, la musicología y la antropología valora mucho. En ese sentido Hilario es como una fuente inagotable". Y Boris Puga, investigador, historiador, coleccionista; considerado uno de los mayores referentes del tango a nivel mundial: Hilario "conoce toda la historia de la guitarra del Uruguay, como ninguno. […]y le puedo asegurar que, del año 50 para acá, conoció a todos y cada uno de los guitarristas uruguayos". Su prodigiosa memoria registra con exactitud sus encuentros con Cafrune, Yupanqui, Hugo del Carril, Alberto Mastra, Mauré, su larga relación con Zitarrosa … y también con algunos políticos. No ahorra en elogios ni en juicios duros. En, fin se trata de una invitación a recorrer la historia de estos últimos 73 años a través de relatos sazonados de humor.

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Ricardo Javier Cozzano Ferreira

Guillermo Silva Grucci

Hilario Pérez

Verdades a dos bocas

Cozzano Ferreira, Ricardo JavierHilario Pérez : verdades a dos bocas / Ricardo Javier Cozzano Ferreira ; Guillermo Silva Grucci. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5015-6

1. Biografías. I. Silva Grucci, Guillermo II. TítuloCDD 920.71

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

Prólogo

ABRIENDO EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

Capítulo 1

MASTRA: LA VERDAD SOBRE UN AMIGO

Capítulo 2

APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS

Capítulo 3

EN EL BAR CACHITO

Capítulo 4

MI AMIGO ZITARROSA

Capítulo 5

CINCO PARA EL TANGO

Capítulo 6

AVENTURA EUROPEA

Capítulo 7

UNA ENTREVISTA CON EL PAPA

Capítulo 8

ENTRE ERRORES Y LICENCIAS

Capítulo 9

LA GUITARRA DE FRANCO

CAPÍTULO 10

UNA PERLA EN EL CONVENTO

CAPÍTULO 11

CUERDAS, CANTORES Y BOLICHES

Capítulo 12

BOLICHES, CUERDAS Y CANTORES

Capítulo 13

CANTORES, CUERDAS Y BOLICHES

Capítulo 14

UN DUELO EN NECOCHEA

Capítulo 15

MIS PRIORIDADES

Capítulo 16

TODO EL AÑO ES CARNAVAL

Capítulo 17

YA NO SE ESCUCHA TU CANTO

Capítulo 18

ARROZ CON QUESO

Capítulo 19

EL SERRUCHO EN EL ESTUCHE

Capítulo 20

EL FUSIL DE LA CULTURA

Capítulo 21

POR UNA CABEZA

Capítulo 22

NO HABÍA WI FI

Capítulo 23

LÁGRIMAS DE CAMPEÓN

Capítulo 24

PARA EL CATADOR INTELIGENTE

Capítulo 25

Mi AMIGO BARBIERI

Capítulo 26

NO DIGAS NADA HASTA QUE ME MUERA

Capítulo 27

LA MARCHA POLICIAL

Capítulo 28

OPERACIÓN CANARIO

Capítulo 29

MINAS Y ABRIL, EL LEGADO

Capítulo 30

VIAJE A EEUU

Capítulo XXIX

CALLÉ AL PAYADOR

Capítulo 32

LA MADERA NO ESTÁ MUERTA

Capítulo 33

EL MUSEO QUE NO ESTÁ

Capítulo 34

PENSANDO EN USTED

Capítulo 35

MI PADRE, EL FÚTBOL Y EL BOXEO

Capítulo 36

¡QUÉ BANDIDO ESTE ALFREDO!

Capítulo 37

DÓNDE IREMOS A PARAR…

Capítulo 38

MUCHACHOS, ¡NADA DE CRIOLLO!, HOY

Capítulo 39

NO ME FUMEN NI TOMEN EN TODA LA SEMANA

Capítulo 40

ALMORZANDO CON ERUDITOS

Capítulo 41

Reconocimientos, y premios

Capítulo 42

AMORES ÚNICOS

Prólogo

Con Ricardo Cozzano ya habíamos encarado un trabajo sobre la Feria de Tristán Narvaja, del que resultó un libro titulado Así en la Feria como en la Vida. Historias de Tristán Narvaja, que vio la luz en setiembre de 2020.

La comuna afirmaba en sus documentos oficiales, por un lado, que el origen de la Feria había sido en 1870 y, por otro en 1909. Con cuarenta y ocho años de feriante, Cozzano había asumido como tarea propia, probar que la fecha de origen era 1870. Reunió documentos, se entrevistó con autoridades, declaró ante la Junta Departamental. Argumentaba que la Feria mantenía su identidad, aunque se hubiera mudado de sitio. Analizado el planteo por el legislativo montevideano reconoció por unanimidad la mayor antigüedad y resolvió celebrar el sesquicentenario de la Feria en 2020.

El propósito de la publicación no fue solo mostrar la Feria de Tristán Narvaja a través de sus personajes, sino documentar el proceso que laudó esa contradicción en que incurría la propia Intendencia.

Usted se preguntará a qué viene esta mención a una obra sobre la Feria de Tristán Narvaja. Es que como reconocen todos sus protagonistas, allí se encuentra de todo.

Y ese infatigable explorador social que es Ricardo Cozzano encontró nada más ni nada menos que a don Hilario Pérez. No crea que estaba de visita, sino en su propio puesto, ofreciendo el producto que lo identifica: la guitarra. Tenía sobre la mesa varios instrumentos en exhibición esperando interesados, que no le faltaban.

“Disculpe señor, ¿usted es don Hilario Pérez?”. Tras la respuesta afirmativa ya Cozzano estaba pensando en otro trabajo. No habían pasado cinco minutos cuando Ricardo libro en mano se dirigía a obsequiar al gran guitarrista un ejemplar de Así en la Feria….

Hilario Pérez es un referente del folclore y el tango no solo en el país sino en la región. Una larga vida dedicada a la música, que lo llevó por distintos lugares del mundo, aseguraba jugosas anécdotas y ricas experiencias. Unido a esto, don Hilario posee una asombrosa memoria que le permite recordar nombres, fechas y situaciones con precisión. Alguien tenía que recoger esas vivencias y registrarlas para la posteridad.

Con Ricardo nos habíamos mantenido en contacto, de modo, que no me sorprendió su llamado. Estaba exultante: ¡había descubierto a Hilario Pérez! Le dije que seguramente ya habrían escrito sobre él. Me contestó que no, que había reportajes, notas, menciones en Internet, pero no un trabajo más profundo que abordara diversos aspectos de su vida.

Determinamos entonces el modo operativo: él iría a la casa de don Hilario y grabaría sus conversaciones. De esas charlas vespertinas surgirían videos que yo me ocuparía en desgrabar e ir intentando dar forma. En total se recogieron más de trescientas horas de grabación. Un importante insumo para la investigación.

Se ha mantenido el modo coloquial de esos intercambios sin agregados ni maquillaje. Muchas veces don Hilario cita la opinión de su amigo Obdulio Varela sobre ciertos periodistas cuando decía: “Esos japoneses ponen lo que quieren”. Y no es que el gran futbolista campeón del mundo tuviera algo contra los nipones, sino que parecían hablar idiomas distintos, o por lo menos, sacar conclusiones ajenas a los dichos de Obdulio.

Hemos respetado las afirmaciones del músico tal cual las ha proferido, simplemente agrupándolas por temas, para mejor comprensión del lector. El subtítulo del texto: Verdades a dos bocas, no es una elección arbitraria. Don Hilario habla por la boca de la guitarra, pero la suya también suena fuerte. No tiene empacho en pronunciarse sobre las actitudes de distintos personajes que le tocó conocer. A algunos los recuerda con afecto y agradecimiento. A otros los censura con acritud.

Habla así, de su relación con Zitarrosa y los claroscuros de su carácter. Resalta lo que creyó sus virtudes y critica los defectos que lo llevaron a separarse del cantante. Habla de la relación entre Zitarrosa y el Frente Amplio y de la Payada del Contrapunto en la que cada uno hizo su parte.

Recuerda con admiración a Yupanqui y las conversaciones mantenidas con él en su camerino. Cuenta sobre su gira europea. Sobre Nueva York y su visita a Natalicio Lima, en ese entonces el sobreviviente del famoso dúo de los Indios Tabajaras.

De su encuentro con Ada Falcón, con la novia de Gardel, con José Mojica en Chile, y también con José Mujica en la feria del Cerro.

De su amistad con Alberto Mastra, aquel polifacético compositor y cantante que armaba escenas dentro de botellas. De Hugo del Carril, de Mauré.

Pero sus temas desbordan el arte musical. Relata también cómo surgió el Villa Española Boxing Club. Y cómo su padre llevó a un adolescente Dogomar Martínez a pelear a Buenos Aires.

Su entrevista con el actor Armando Barbieri en Buenos Aires. Cómo consiguió el frac de Gardel que hoy se exhibe en Villa Yeruá.

Cuenta sobre su amistad con Amalia de la Vega. Revive la figura de José Pepo Mayuri a través del relato de sus padres. Recuerda las vidas trágicas de Romeo Gavioli y de Cacho Tirao.

Nelson Laco Domínguez (1939)periodista uruguayo también conocido con el seudónimo de Guruyense, ha dicho: “Hilario Pérez es una de las glorias del toque guitarrístico criollo. Y digo ‘toque’, porque hay un toque a la uruguaya que se diferencia fundamentalmente del de nuestros hermanos argentinos y de otros guitarristas de la región. En ese toque a la uruguaya, brilla Hilario Pérez formado de manera autodidacta, a pura oreja y fundamentalmente a puro ojo, porque aprendió a tocar mirando las manos de los viejos maestros”.

Esa mirada desde el periodismo es correspondida desde la academia. Nada menos que Marita Fornaro, Dra. en Musicología por la Universidad de Valladolid, consultada para este trabajo nos dijo:

“Uruguay es un país de guitarras. Un país reconocido en el extranjero tanto sea por las escuelas de guitarra como por sus intérpretes. Hilario Pérez es representativo de una serie de guitarreros populares que crearon escuela. Pero, además, él tiene una carrera múltiple, porque es un intérprete solista, un intérprete en conjunto que es todavía más difícil de hacer, destacado, con discografía propia, muy unido a Zitarrosa, Y, por si fuera poco, lutier y coleccionista, en el buen sentido, de guitarras. En el buen sentido, porque hay coleccionistas que son egoístas. Ese tipo de coleccionista que quiere poseer el objeto. Hilario no, él siempre estuvo vendiendo, comprando, haciendo circular los instrumentos, lo que me parece muy positivo. En suma, reúne una serie de saberes en torno a la guitarra como centro, que a mí me parece absolutamente valioso.

Y es, además, un informante, un colaborador en el trabajo lo que es muy importante porque es una fuente de información como pocas. Yo no conozco a nadie que sepa tanto de la historia oral de la guitarra en Uruguay. Por eso es muy valioso ese trabajo de grabarlo con sus historias de vida como método para que todo ese material no se pierda. Como él dice, que los jóvenes tienen que aprenderlo, van quedando sus memorias. El recurrir a la historia oral y a la memoria como fuente es algo que, hoy en día, la musicología y la antropología valora mucho. En ese sentido Hilario es como una fuente inagotable”.

En suma, la invitación es a un paseo por la historia de músicos, autores y también algunos políticos.

Podrán comprobar entonces que, a sus 87 años, Hilario Pérez mantiene plena vigencia.

GSG

ABRIENDO EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

Conversar con Hilario no es difícil. Siempre está pronto a entablar una buena charla. En ese primer intercambio verbal con Ricardo en la Feria, rápidamente convino en que sí tenía algo que decir. Solo necesitaba un interlocutor válido, e intuyó que Ricardo lo era. “Lo espero el martes”, le dijo. De modo que dos días después del encuentro recibía a Ricardo en su casa con el libro ya leído en la mano y una franca sonrisa.

Ricardo había ido munido de toda la tecnología disponible: un teléfono celular dispuesto a recoger las memorias de un maestro.

Era verano y por la puerta abierta se veía la higuera del fondo de la casa ofreciendo sus frutos tentadores. Después de los saludos protocolares y de la invitación a tomar algo fresco, un comentario de Ricardo sobre la higuera y la poesía de Juana, desató el discurso de don Hilario. No hay propiamente un hilo conductor. Los recuerdos van brotando por asociaciones. Una idea genera otra y así, es posible empezar con una higuera y terminar hablando sobre Alberto Mastra. Solo hay que adecuarse al narrador, lo que no deja de ser un arte, que Ricardo fue ejerciendo pacientemente durante más de dos años.

De modo que esta historia comienza así, abriendo el baúl de los recuerdos:

Me hablaba de la higuera, le cuento. Un día estábamos con Ronald Rivero y Hugo de León ensayando bajo esa higuera, ahí en el fondo. De pronto cae un higo y se estrella contra el clavijero de mi guitarra. Desarmé el clavijero, lo limpié, lo aceité, lo armé de nuevo y le digo a Rivero: Vamos a hacer una polca. Y la nombré Bajo la higuera. En el disco Manos brujas incluyo este tema junto a Bodas de oro, que compuse a mis padres cuando cumplieron cincuenta años de casados. Lo grabé con la guitarra de Mastra. Fui a pedírsela porque era especial para el vals. El pobre ya estaba muy enfermo y murió a los pocos días.

Usted se refiere al compositor y cantante Alberto Mastra…

Capítulo 1

MASTRA: LA VERDAD SOBRE UN AMIGO

Claro. Si sería grande Alberto Mastrascusa, tal su nombre, que Edmundo Rivero empezaba todas sus presentaciones con Bonjour Mamá, una de las canciones emblemáticas de Alberto. ¿Quiere escucharla?, y sin esperar respuesta tomó la guitarra y empezó a cantar.

Cubierta con rosas de octubre, / tal como la vi marchar / por un caminito de nubes, / la veo siempre llegar / con pétalos blancos de tules / el cielo se cubre / el cielo es mamá.

Bonjour, mamá, / de nuevo como ayer estoy / ansioso por contarte, hoy, / las cosas de papá. / Ayer nomás, / plantó una rosa y un clavel / de un modo tan particular, / que eras tú junto a él. / Después, / a la sombra del viejo laurel, / se durmió repasando el manual / que escribieras con él.

Bonjour, mamá, / estas fueron las nuevas de hoy, / y las siguientes de papá / mañana te las doy.

¡Qué letra!, ¿eh? ¡Emocionante! Es lo que le canta a la tumba de la madre. Pero le voy a contar como fue la génesis de Bonjour mamá. Un día el cuñado le planteó que quería hacer algún tema en recuerdo de sus padres, pero que no lograba darle forma y le pidió que lo ayudara. Mastra le dijo que sí y el cuñado le explicó que tenía la idea de un hijo que le hablara a la madre sobre su padre. Mastra empezó a escribir sobre un hombre que acude a la tumba de su madre a contarle “las cosas de papá”. Cuando lo terminó, se lo llevó al cuñado y le dijo: “Esto es tuyo”. El hombre le contestó que no, que en todo caso era de los dos. Así, quedó de Mastra y Barroso, pero es de Mastra. ¡En cuatro palabras lo que dice!

Bonjour, ¿y Mi viejo el remendón? ¡Pah! Eso sí que es tremendo… Cuando dice: …no sé si tuvo tiempo de conocer la vida, / por darnos la comida a soledad y galpón. Y aquello de: La tinta de sus manos, la suela y el cuchillo / y el canto del martillo fueron su confesión; … Y vi que, poco a poco, los años, la banquilla, / doblaron sus rodillas sin / mendigar perdón; / y así se fue del mundo llevándose grabado / su sueño destrozado, mi viejo el remendón.

Y aparece la figura de la abuela, fíjese: Destino de trinchetas, de suelas y semillas, / al pie de la banquilla en el viejo galpón, / el golpe del martillo cantaba tempranero / pa’ darnos el puchero, mi viejo el remendón. / Poniendo sus remiendos de penas sobre penas / Que, como una condena, la vieja le dejó / y que al abandonarnos en ese trance amargo / mi abuela se hizo cargo de mi hermanito y yo. / La abuela / de cabellera rojiza, / una tanita petiza, de Murano. / ¡Pobre! / siempre peleando al destino/ por los queridos bambinos / de su hijo el artesano. / ¡Y ahora, cuánto, cuánto hubiera dado / por tenerlos a mi lado, a la nona / y a mi viejo el remendón!

Ahora atienda cómo es la historia real de ese zapatero de que habla Mastra. El tipo llega a la casa después de trabajar muchas horas en el taller y encuentra todo apagado. Oscuridad total. Entra y cuando enciende la luz se encuentra a los dos bebes solos. Quien sabe cuánto hacía que estaban sin cambiar. Uno de ellos con un pan con azúcar lleno de hormigas en la mano que, afortunadamente, se apiadaron de él y no lo picaron. Tiritaban de frío los dos ¿Y la madre? Se había ido con un hombre y nunca más supieron de ella. El padre tenía que mantener la casa, así que fue esa “tanita petiza”, pelirroja y natural de Murano que era su abuela, la que se hizo cargo de la crianza de los niños Luis y Alberto. Luis siguió el oficio paterno.

Hay que entenderlo. Le voy a poner un ejemplo: suponga que su mamá o mi mamá tuvieran amantes. No por eso dejarían de ser nuestras madres. A quien le cae mal es a su papá, que no se lo perdona. Usted, sí. Por eso él le escribe a la madre otro tema que titula Cuando mi madre era niña, que dice:

Según contaba mi abuela, / Era grande la campiña / Era chica la parcela. / Cuando mi madre era niña / Y sólo madre mi abuela, / Hizo un sendero la niña / Perfumado de marcelas. / Y un largo trecho de viña / La acompañaba a la escuela, / Cuando mi madre era niña / Y sólo madre mi abuela. / Mi madre tuvo dos hijos / Uno querencia, otro huella, / Nos dio lo que le pedimos / Y no pidió para ella. / Y allí dejó de ser mía / Mi sola madre, mi abuela, / Hoy que no está la campiña / Que nos contara la abuela. / Yo tengo un cielo de viña / Un horizonte de suela, / Para mi madre, la niña / Para su madre, mi abuela.

Éramos amigos con Mastra. Una vez me había dado un tema para que yo le hiciera la música. Quería darme algo para hacer una actividad juntos. Yo sabía que él ya tenía la melodía y a mí no me salía nada así que se lo devolví. Él estaba alojado en el hotel Armonía. Fui a verlo y le dije: Alberto, yo sé que eso ya tiene ropa, de modo que, aunque yo quiera ponerle una ropa linda nunca va a ser como la que vos le hiciste. Me miró y me dijo: “A ver si te gusta esto”. Y me cantó Morena, siempre morena. Cuando dice, y cito de memoria: Aleteando en el repique/ la paloma de tus senos / y tu boca Mozambique / es la cruz de tu moreno. / El astracán de tus motas, / tu boca siempre dormida, / los ojos color bellota / y toda tu alma encendida. / Morena, siempre morena / y para toda la vida. ¡Por favor! Yo tengo la grabación del programa de Mañán.

El viaje del Negro, La fulana, El peluquero, Así fui yo… veinte mil cosas, hizo. Pero mire esto qué lindo. (Toca. Los dedos hacen con las cuerdas de la guitarra el repique de un tambor). Le dije a Mastra por qué no había incluido ese sonido en El viaje del Negro. Me contestó que no porque, simplemente, no se le había ocurrido.

Usted lo acompañó mucho…

Mire, en el 68 estábamos en Lavalleja en un local que se llamaba La Buhardilla, Mastra, Marisa Lamar, Miguel Ángel García y yo. Y él cantaba sus temas y yo los acompañaba a él y a Marisa Lamar –que era la esposa de Miguel Ángel– con mi guitarra, pero yo lo conocía de antes ya a Mastra, de mucho antes. Y sabía de sus obras y de su trayectoria. Había tenido un parque de diversiones ambulante. Una de las atracciones era que cantaba él. Un hombre muy inteligente y con una gran habilidad que le permitía hacer miniaturas dentro de las botellas. Un día fui a Casa Núñez y me encuentro con la representación de la fachada del local dentro de una botella obra de Mastra. Le pregunté por qué lo había hecho. La historia que me contó lo pinta de cuerpo entero.

Me explicó que se había topado con Alfredo Gobbi en la calle y lo había encontrado mal, demacrado, bajoneado. Le preguntó qué le pasaba. Y Gobbi le contó que lo habían echado de la pensión donde vivía porque se había acostado con un cigarro y prendió fuego la cama. No se había quemado él de casualidad. “El violín por suerte se salvó, porque estaba en la radio, si no, lo perdía también. Y me echaron… No tengo dónde dormir”, ledice. Y para colmo de males le agrega que la hija, que estaba por cumplir 15 años quería una guitarra de regalo. ¿De dónde iba a sacar el pobre Gobbi una guitarra para la hija en la triste situación en que se encontraba?

Mastra se lo llevó para la pieza de él, le dio de comer, le prestó la cama para que durmiera un rato y le dijo que tenía que salir. ¿Qué hizo Mastra? Se paró frente a Casa Núñez, dibujó la fachada, pasó por un boliche, pidió una botella de whisky vacía que tuviera un pico grande y se volvió a su pieza. Le preguntó a Gobbi, que ya habiendo comido y dormido tenía otra cara, cuándo era el cumpleaños de la hija. Gobbi le dijo y Mastra le indicó, enfáticamente, que un día antes de esa fecha viniera verlo. Y le insistió hasta arrancarle la promesa de que sí lo haría.

Se puso a trabajar en el armado de la miniatura y cuando la tuvo pronta, se fue a Casa Núñez. Mastra era amigo del dueño, un español veterano llamado Diego Gracia. El hombre quedó encantado con el trabajo. No podía creer la perfección de la pequeña obra. ¡Casa Núñez dentro de una botella, con sus puertas y todo, la vidriera con los instrumentos! “¿Cuánto pide?”. Mastra le dijo que quería una guitarrita de estudios para la hija de un amigo que no podía comprarla. “Elija de ahí”, le contestó Gracia. Mastra le agregó doscientos pesos por concepto de materiales que el hombre pagó con mucho gusto.

La víspera del cumpleaños de la chica, Gobbi pasó por la pensión de Mastra, que le dio la guitarra. Imagine la sorpresa de Gobbi que no podía creer lo que estaba pasando. El diálogo fue breve: “¿Cómo hiciste?”. “Y a vos, ¿qué te importa?”.

¿Se da cuenta lo que era Mastra? Un fenómeno. Yo le regalé una lupa con mango de guampa para que hiciera esas minuciosas obras de arte. Uno de esos trabajos representa cuatro tipos en un boliche jugando a las cartas, está el billar, la mesa, el cantor con el pie arriba de un banquito. Es la representación del tango Un boliche: Una partida de tute entre cuatro veteranos… y un cantor con su vigüela pide permiso y entona.

Se hacía su propia peluca, porque era calvo. Había hecho el molde de su cabeza y con una aguja de crochet enhebraba cabello por cabello.

Pero había algo en él que lo trababa, que era esa bohemia… Yo no entiendo mucho lo que es la bohemia. El hecho de dejarse estar y hacer las cosas un poco desordenadas. Yo no soy quien para juzgarlo… Cierto es que lo ayudé mucho y al final de cuentas me criticó mal. Él no me pedía que lo ayudara, pero tampoco yo precisaba que lo pidiera. En fin, cada cual es como es.

Eso sí, no supo vivir. Un día le dije: tenés una casa preciosa en San Carlos, ¿por qué estás viviendo en una pensión que ni ventilación tiene? Me contestó: “Hilario, yo no puedo vivir en un país donde los perros andan por la vereda y la gente por las calles”.Así era él.

Se había separado de la esposa porque ella se quería ir para Australia porque estaba la hija allá. Él le contestaba si ella creía que en Australia la plata estaba debajo de las baldosas. Que se fuera ella y ya iba a comprobar que se volvería con una mano atrás y otra adelante. Que fuera si quería, pero que él no iba.

Se vino a Montevideo y estaba en una pensión en la calle Ibicuy. La mujer volvió de Australia, tal como le había vaticinado Mastra y no quería irse a vivir con ella de nuevo.

La esposa me pidió que fuera a hablar con él. Fuimos al bar de la ONDA y no lo pude convencer de que volviera a su casa. En esos distanciamientos matrimoniales una y otra parte se echan las culpas. Pero ella era una tigra. ¿Sabe cómo terminó la historia? Ella fue a la pensión, se paró en la puerta de la pieza y le dijo: “¡Dale! ¡Vamos!”. Le empezó a meter las cosas en las valijas y se lo llevó para la casa que alquilaban en la calle Morelli a dos cuadras de Propios. ¡Una crac! Se llamaba Lía Méndez. Y cantaba bien…

Enviudó de Josefina Barroso y luego se casó con Lía, supongo…

No, Josefina vivía y no podía divorciarse porque la legislación argentina no admitía el divorcio. Tuvo suerte: se casó acá porque no se enteraron. En realidad era bígamo1.

Alberto había hecho el Trío Mastra con la que en ese momento era su esposa, Josefina Barroso, con la que se había casado en la Argentina, y el hermano de ella, Francisco. Después se fue Josefina y entró Alejandro de Lucca que cantaba y era buen guitarrista. Luego Montenegro se integró al trío. Anduvieron por cincuenta y pico de países. Pero, claro, estaba la bohemia, antes que nada. Usted entraba a la pieza y sentía el olor del cajón de las verduras. Las cebollas, las papas y el perejil… una mesa chica, un roperito… Y no era por falta de dinero. Cuando cambió la dirección de SADAIC y quedó Ariel Ramírez de presidente la plata entraba en camiones (sin contar la que quedaba por el camino), Mastra recibió dos millones doscientos mil pesos. De modo que no era falta de dinero sino un estilo de vida. Mastra murió a los 66 en 1976.

¿Y por qué Rivero cantaba siempre Bonjour mamá?

Mastra no leía ni escribía porque no sabía música, componía y se las pasaba de guitarra a guitarra a Rivero, que era un gran guitarrista, un hombre que tocaba clásicos.

Un día fue a la casa y le cantó Bonjour mamá. Rivero quedó impactado. La señora de Rivero dijo que iba a preparar un café, se levantó y se fue para la cocina. Y demoraba en regresar. Rivero, extrañado, fue hasta la cocina y la encontró llorando. “¿Qué te pasa, vieja?”, le preguntó preocupado. La señora le contestó si se acordaba del laurel que había en la casa paterna de ella. “¿Te acordás que papá se sentaba a leer debajo del laurel?”. La canción de Mastra le había hecho remover sus propios recuerdos. Por eso Rivero abría y cerraba sus presentaciones en el Viejo Almacén con Bonjour mamá, que también era un homenaje a su esposa.

Mastra era un grande. ¿Sabe lo que me dijo Grela? Un día estábamos tomando un café en la calle Sarmiento y me dice: “¡Qué autor Mastra!, ¿eh?”. Me acuerdo que le contesté: Sí, Roberto. ¿Y sabés cuál es la condición de él? Que él escribe las letras con música. Ya las tiene con música. Aunque no supiera escribirla la música sonaba en su cabeza cuando escribía la letra. Y le conté el episodio de Morena, siempre morena.

Yo tengo una carpeta con cuarenta o cincuenta temas de él. Lía me los dio. Él tenía esa virtud de escribir ya con música. Tocaba la guitarra haciendo medios acordes porque era zurdo. Y le voy a contar algo: en el año 76 yo les había compuesto a mis padres el vals Bodas de Oro y tenía que grabarlo con la guitarra de Mastra. Mis compañeros me decían que mi guitarra sonaba muy bien. Pero yo estaba persuadido de que ese vals había que grabarlo con la guitarra de Mastra que era una Orozco 70. El pobre ya estaba muy enfermo. Fui a la pensión, le expliqué lo que quería hacer y que para ello necesitaba su guitarra y se la pedí. Por supuesto me dijo que me la llevara. Hice la grabación, y esa fue la última vez que sonó la guitarra de Mastra. Después, Lía se la vendió a AGADU. Un día me llama Cerviño, que era el presidente de AGADU, y me dice que quiere hacerme una consulta, que cuando pudiera pasara por la sede. Cuando llegué estaba Juan Ángel Silva hablando con él. Tomamos un café y me preguntó si conocía la guitarra que le había comprado a la viuda. Le dije que sí, que tenía una pequeña rajadura que la arregló con tempera y tiene unos pequeños agujeros en la barra debajo de cada cuerda. Yo mismo le sostuve la guitarra cuando los hizo. Sacó la guitarra y comprobó que era exactamente como yo le había dicho. Se quedó conforme con mi corroboración. Le agregué, además, que Mastra la había comprado en Casa Praos, que estaba al lado del Palacio de la Música en 18 de Julio, y que tenía esa Orozco y había traído de Brasil una cantidad de Giannini.

Usted dice que cuando le pidió la guitarra, Mastra estaba muy enfermo.

Sí, claro. Él ya sabía que estaba muriendo. Falleció en abril del 76. Un día fui a verlo al hotel Armonía. Luzardo, que era el gerente del hotel le había dado ese lugar para vivir. Ya no están ni el hotel, ni el restaurante de Mario y Alberto que estaba enfrente… Mastra estaba en un cuartito que ni ventana tenía. Un cuartito donde había una cama, un primus, una mesa de luz, la guitarra y otra mesita. Imagine el aire cargado… Me ve parado en la puerta, levanta el dedo índice y me dice con un hilo de voz: “Sabés que la quiero”. ¿Sabe a qué se refería?

Escuche: Si la vida me diera de nuevo / la oportunidad / de volver a vivirla otra vez, / no la quiero más. Son tan malos todos los recuerdos / que ella me dejó, / que si debo volver a vivirla / le digo que no. Cada vez que le supe pedir algo, / me negó, / siendo que para hacerme feliz / poco ansiaba yo.

Si hoy la vida me diera de nuevo / otra vida y la oportunidad / de volver a vivirla otra vez, / no la quiero más.

¿Entiende ahora? Y a los pocos días volví a verlo y me dijo: “Grandote, no me quemes en los ñosca”.

No quería tubulares, quería tierra…

Claro. Cuando falleció pedí una reunión con la Comisión de AGADU, porque como él era socio de SADAIC en Argentina, no le correspondía nada acá. Entonces hablé con la Comisión. Les dije que ya sabía que Mastra no era socio pero que no podíamos dejar que los argentinos se lo llevaran como estaban haciendo con una cantidad de artistas uruguayos. ¿Sabe que hizo Cerviño? Me parece que lo veo. Estiró la mano, me agarró el brazo y me dijo: “Quedate tranquilo”.Ni bien se me informó que estaba concedido lo que había pedido me fui para el cementerio a ver el panteón. No sabe lo que era aquello. Estaba todo inundado, las tapas de los cajones… Tremendo. Al otro día se hizo el servicio y yo andaba mal. En eso vino Luzardo, me vio contrariado y me preguntó qué me pasaba. Le conté lo que me había pedido Mastra, la gestión en AGADU y cómo estaba el panteón. Y me pregunta si ese era el problema. ¿Y qué le parece? ¿Dónde lo ponemos?, le digo. “Venga”, me dijo. Subimos al auto, fuimos al hotel, me llevó al archivo sacó una carpeta y me indicó que la leyera. El documento se refería a un panteón en el cementerio del Buceo para veinte cuerpos en el cual en ese momento había seis. Era de la familia de Luzardo. “No se preocupe, está todo arreglado”, me dijo.De modo que el cuerpo de Mastra descansa en ese panteón. Cuando llegamos al cementerio y levantaron la gruesa tapa de mármol con una grúa, apareció un recinto de cuatro por cuatro m. Los féretros se encontraban en perfecto estado de conservación, sin una gota de humedad. Y Luzardo que me dice al oído: “¿Cabrá ahí?”.Le estreché la mano como a un amigo que me había permitido cumplir con mi deber.

La historia que me acaba de contar es conmovedora. Pero empecemos desde el principio.

¿Y qué quiere que le cuente?

Todo, absolutamente todo.

1 Artículo 263 del Código Penal: “El que estando unido por matrimonio válido contrajere segundo matrimonio válido (prescindiendo de la causal de nulidad que representa este hecho), será castigado con la pena de un año de prisión a cinco de penitenciaría. La misma pena se aplicará al que siendo libre, se casare con persona unida por matrimonio válido. Si el culpable hubiere inducido en error al otro cónyuge, respecto de su propio estado o del estado de este último, la pena se elevará de un sexto a un tercio”.

Capítulo 2

APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS

Yo nací en la calle Juan Vicente Arcos 3238 en Villa Española. Arcos fue quien inauguró las romerías del Campo Español porque todo ese predio que llegaba hasta el arroyo pertenecía a la Sociedad Española de Socorros Mutuos. Juan Vicente Arcos era integrante de la directiva. Estábamos a treinta metros del Campo Español. A mí me acunaron las gaitas y las muñeiras del Campo Español, los tamboriles de los Silva y el silbato de las once de la FUNSA.

Estoy anotado el 30 de julio…, pero nací el 22 de enero de 1936. Demoró seis meses mi padre en anotarme. Por poco, me preguntaba a mí qué nombre quería yo que me pusiera…

Mi padre estaba a cargo del luminoso del London París, que fue el más importante que hubo en la noche en el Uruguay. ¡Cómo las luces corrían, subían y bajaban! Daba gusto verlo. En una caja que le traje a mi madre de Alemania y de la cual se apoderó mi padre, están todos los registros de los pedidos que él hacía a la empresa argentina proveedora de los repuestos para el luminoso. El primer luminoso que mi padre puso acá, con otros colaboradores, ¿no?, fue el de Cafiaspirina Bayer que estaba en los altos del Cambio Messina en la Plaza Independencia. Y cuando lo estaba instalado perdió pie –menos mal que tenía el cinturón puesto– y quedó colgando como dos horas. Una empleada que estaba limpiando lo vio por la ventana y llamó a los bomberos que lo rescataron. Era encargado del Cine Rex, del Gran Hotel, del BAO, de Academia Pitman… Todo eso lo controlaba mi padre. Pero él era un lírico y no se puede ser lírico cuando uno es pobre. No le sirve de nada. El humilde siempre pasa desapercibido y deja lugar para que el que no tiene las condiciones se meta adelante y sea el que brilla. Más allá de si lo merece…

Fig 1Hilario preocupado por su zapato mientras los otros niños miran a la cámara. Ana Gioconda lo abraza19/01/38

De esos primeros años tengo grabado en forma indeleble el recuerdo de mi abuela. Desde mi casa hasta la Avenida Propios era todo campo. Ella nos venía a visitar. Yo veía venir desde la ventana un puntito negro que lentamente se agrandaba y a cada paso se acercaba más y más. Era mi abuela Juana, la abuela materna. Ella venía a visitarnos caminando un montón de cuadras hasta llegar a mi casa donde me llenaba de mimos porque en ese momento yo era el nieto menor. Aunque usted no me crea yo no tenía aun tres años.

Como sucede en la vida, la abuela Juana enfermó y ya cuando estaba para morir la trajeron a casa. No me dejaban entrar a verla, estaba muriendo. Yo era chiquito y no dejaba de pensar en ella. Lamentablemente murió en casa y después la cochería la trasladó para velarla en su casa ubicada en Ramón Márquez y Felipe Contucci. Usted sabe que yo estaba en la falda de mi madre y mi madre lloraba. Yo no la veía porque mi padre estaba enfrente de nosotros sentado en un baúl con sus dos hermanos. De pronto llegó una vecina que vivía pegado a casa allá en Villa Española y que hace años que murió, y saludó a mi madre. Había luz en el otro ambiente y yo veía parte de un mueble brilloso: era el extremo del féretro.

Me acuerdo de charlar con mi abuela. Sí, me acuerdo perfectamente como si de hoy se tratara.

Me faltaban tres días para cumplir dos años y me acuerdo de una foto que me sacaron. Pero si no me quiere creer no me crea… Mire si la tendré presente que le escribí hace un par de años un poema.

¿Lo tiene escrito, me lo puede mostrar?

Ya lo busco y se lo leo. Acá lo tengo dice así:

Siempre recuerdo aquel puntito negro que de lejos yo veía

con un balanceo que a la distancia lucía.

Un balanceo de su paso lento y seguro que se agrandaba

por el camino que a casa la llevaba.

La abuela Juana, la querida abuela,

pelo blanco de nube en su cabeza cana.

En su mirada de cielo celeste se notaba que

yo era el nieto más chico a quien ella mimaba.

Te debía estos versos abuelita.

Tenía yo tres años de vida que emplumaba.

Te daba pan con agua, que tú lo saboreabas

como si fuera un manjar de mieles y guayabas.

Cuando abría tu cartera de adentro sacaba

el carné de asistencia y tu foto besaba.

¿Cómo podría olvidarte, querida abuela Juana,

si estás prendida al alma del nieto que te amaba?

Ya son ochenta y cinco los años que ahora tengo

y no ha cambiado nada

tu amor y mi amor en el recuerdo.

Tal vez muy pronto no quedará nada.

Si hay otra dimensión, como dicen algunos,

he de tener la dicha de encontrarte,

de poder abrazarte nuevamente

y darte los mil besos que me dabas.

Montevideo, 31 de mayo de 2019

Bajo la cama

Un piano no se veía ni en foto allá en mi barrio. Cuando en el año 42 yo entré a primero de escuela, a los pocos días apareció un señor que venía a enseñar canto. Ahí, había un piano, algo que veía por primera vez. Recuerdo que, al lado del piano, en una vitrina grande estaba la figura de un cuerpo humano, cosa que me daba un poco de miedo. El hombre nos hacía cantar el Himno. Con una mano marcaba y con la otra acompañaba. Aquello me impresionó vivamente, tanto que me quedó hasta ahora. El maestro venía una vez por semana y a la tercera clase ya me había pasado al coro.

Allá por el año 44, aproximadamente, al lado de casa vivía un cantor que se hacía llamar el Gaucho Cantor José Hernández. La primera guitarra que tuve en las manos fue la de él. Me acuerdo que le compraba las cosas en el almacén porque la señora trabajaba en FUNSA y él cocinaba. Tenía un patiecito donde se reunía con los cantores, una pieza y el bañito en el fondo. Salían a cantar todas las noches y volvían con cinco o seis pesos. ¿Sabe lo que eran cinco o seis pesos? Con cinco reales usted hacía un puchero. Valía quince centésimos el kilo de papas. El boleto de ómnibus costaba cinco centésimos.

Mi hermano había comprado una guitarra en Casa Beethoven. Le había costado veinte pesos y la pagaba en cuotas de dos pesos por mes. Y el maestro, que era don Pedro Terrón vivía en la misma calle que nosotros. ¿No sé si usted vio una foto muy famosa que sacó Florencio Nápoli en la que está Gardel en Radio Carve cantando con las manos en los bolsillos y hay un tipo que lo está mirando? Ese es el hijo de don Pedro Terrón que tenía el mismo nombre que el padre. Tuve la suerte de hablar con tres protagonistas de esa foto.

Un día le voy a comprar unas cosas al Gaucho Cantor al almacén y cuando se las traje me quería dar un medio de propina. Le dije que no, que me prestara la guitarra. Tenía una Ibáñez chica. Como él punteaba a mí pareció fácil. Me la prestó y claro, yo no sabía qué hacer con ese mueble en los brazos. Y se la devolví, pero quedé muy mal, muy frustrado.

Yo juntaba vidrios y huesos y los vendía en un Depósito para comprar figuritas. En una de esas vi una lata de aceite de oliva y se me ocurrió hacer una guitarra. Mi padre me ayudó a hacer el agujero, le pedí unas cuerdas rotas a José, un palo de escoba y con la ayuda de mi padre que me hizo unas clavijas… Pero no era una guitarra de juguete lo que yo quería. Mi hermano guardaba la guitarra en el ropero bajo llave. Y obviamente escondía la llave. Un día me metí debajo de su cama y esperé. Él trabajaba en la mueblería La Colonial que estaba en Andes y 18 de Julio y volvía a casa a las doce y media.

Mi abuela paterna trabajaba en la cocina del Hospital Pereira Rossell y desplumaba las gallinas y con eso nos hacía almohadas y colchones a nosotros.

Mi padre laboraba como electricista y comía en la obra. Almorzábamos mi madre, mi hermano y yo, porque mi hermano más chico estaba en su cuna. Me acuerdo que mi madre hacía cabezas de caballo en el molde y luego mi padre las preparaba. Era muy inteligente mi padre, pero nada ambicioso. Sus clientes eran El Paraíso de los Niños, el Bazar Mitre y mandaba para Salto y Paysandú docenas de caballitos de palo de escoba.

Yo estaba bajo la cama y mi madre me llamaba a comer. “Dejalo, debe estar con los pájaros”, le dijo mi hermano y se fue para el cuarto a ponerse las chancletas. Fue hacia el ropero a sacar la guitarra y vi que tenía la llave debajo de la moldura del cajón. Me palpitaba el corazón. Tocó un poquito la guitarra se calzó de nuevo, almorzó y salió. Cuando mi madre me vio me preguntó dónde había estado. No esperó a que le contestara y me empezó a sacar las plumas de la campera. No hay caso. No hay con qué darles a las madres. Se dio cuenta enseguida de que yo había estado debajo de la cama. Pero yo insistí e insistí hasta que la convencí de que sacara la llave. El problema era que la puerta del ropero tenía un espejo doble. Era pesadísima para mis ocho o nueve años.

Así, empecé a practicar con una cuerda sola. Y como mi hermano le ponía cuerdas de acero, porque eran baratas, al poco tiempo tenía una ampolla en el dedo de tanto pegarla a la sexta. Pero yo le daba y le daba.

Un día, le pedí a mi hermano que me dejara ver cómo tocaba. “Si te portás bien”, me contestó. Vaya a saber cómo era yo de diablo… Y yo en silencio le miraba la mano izquierda… La primera era de acero, la segunda y tercera eran de tripa, y las otras de seda y acero. Yo lo miraba y lo miraba… En particular los sábados porque tocaba como dos horas. Él estaba tratando de sacar un estilo que se llama El arribeño. Ya habían pasado tres o cuatro meses conmigo de observador y uno de esos sábados le dije: Eso que vos hacés yo lo hago. ¡Si sería atrevido! “¿Ah sí?”, me contestó. Sí. “Bueno, acá tenés la guitarra”. Y saqué el tema que él estaba intentando tocar. No lo podía creer. Se le salían los ojos de las órbitas. No podía comprender cómo yo podía hacer eso.

Empezó a gritarle a mi madre: “¡Mamá, mamá!”. Vino mi madre secándose las manos en el delantal: “¿Qué m’hijito?”. Mi hermano estaba como loco: “¡Mirá lo que hace el Hilario! ¡No lo puedo creer!”. Y me preguntaba a mí con qué guitarra lo había aprendido. Yo le dije que me la prestaba nuestro vecino José –cosa que ya estaba conversada con él–. Y el Gaucho Cantor apoyó mis dichos: que sí, que él me prestaba la guitarra y que yo estaba sacando alguna cosita… Mi hermano seguía estupefacto. Cuando llegó mi padre no lo dejó entrar que ya que le estaba contando. Mi hermano tenía dieciocho o diecinueve años en esa época. Me llevaba diez.

Nunca le dije a mi hermano que le usaba la guitarra cuando él no estaba.

Primer trabajo

Iba a cursar quinto de escuela y había que ayudar en la casa. Donde ahora está la CUTCSA había un campo grande que era la quinta de Ferrer. De un lado se plantaba alfalfa y avena y enfrente tenía plantados boniatos, cebollas y otras cosas. Yo me acercaba con un cajón que tenía ruedas hechas con rulemanes (una chata) y me ofrecía para ayudar por nada a cambio y lo hacía de buen grado. Entonces, cuando yo me iba, Ferrer me ponía en el cajón cebollas, acelgas, papas y otras verduras que nos alcanzaban para una semana.

¿Ese fue su primer trabajo a los 10 años? ¿Dejó la escuela por el trabajo?

No por ese, eso fue otra cosa. Yo tenía pase para quinto año en la escuela. En aquel momento era muy asmático y tenía que faltar mucho por esa razón. Después se me fue, a los 13 años. Decían los médicos que fue por el desarrollo. Por suerte nunca más tuve que lidiar con ello. Entonces, recuerdo que me llama don Juan Iribarne de la bodega de vinos Aldeano – en aquel tiempo estaba en Lindoro Forteza, ahora se llama Irureta Goyena– me llama don Juan y me pregunta si me animaba a ir de las 9:00 de la mañana a las 13:00 para llevar a pastar y a tomar agua a las once vacas lecheras que tenía. Me daba veinte centésimos, ¿y sabe qué?, veinte centésimos era plata. ¿Sabe por qué era plata?, porque costaba cinco el boleto. Quedó muy conforme con mi trabajo, aunque nunca me dio un vaso de leche.

Después me ofreció ir también de tarde y me pagaba bastante más. Allí agarré viaje porque era otra plata y hacía falta dar una mano en casa. Y, además, luego arrimaba un par de litros de leche que sumaban a la economía hogareña.

¿Y la escuela?

Era otra época, se le daba más importancia al trabajo que al estudio y si no volví más, ¿qué le va a hacer?

Nochebuenas eran las antes

Todos los domingos de diciembre se realizaban las romerías en el Campo Español. El primer domingo de diciembre a la una de la tarde ponían un artefacto de hierro de tres patas con un tubo de como un metro de alto y así colocaban un mortero, que era como una cañita voladora, pero gigante. Prendían la mecha y salía disparada hacia el cielo. Como a los cien metros explotaba y las luces se esparcían para todos lados. Aunque fuera de día se veía y el ruido hacía temblar al barrio entero.

Después empezaban los pasodobles, las comilonas, venían las orquestas y por la noche se bailaba. Había cerveza, parrilla con chorizos, morcillas, de todo. Yo era un niño y siempre andaba en la vuelta ahí. Muchas veces los gallegos, que eran muy generosos, nos regalaban, no solo a mí sino a varias personas del barrio, todo lo que quedaba en las parrillas sin tocar.

Como la comida era demasiada, sobraba bastante y yo llevaba para casa montones de cosas. Cómo sería de exagerado en lo referente a la comida y la bebida que, a veces, tenían que tirar la cerveza en la tierra o en el pasto y se mezclaba el olor de los eucaliptus con el olor a cerveza.

Había una persona encargada de regar la pista de baile, que era de tierra. Trabajaba en el Municipio y llevaba un camión con varios regadores y mojaba el piso para evitar la polvareda. Todos los 24 de diciembre se cerraba la calle Juan Vicente Arcos y se ponían dos personas en cada esquina para cuidar que no se metiera a nadie. Fíjese qué hermandad había entre los vecinos, que todos sacaban la radio hacia sus jardines o a la vereda sintonizando Radio Imparcial, que pasaba un programa que emitía música sin publicidad. Nadie que no fuera vecino entraba.

Así fue durante al menos quince años. Lo que yo recuerdo de niño es que la música sonaba parejita en toda la cuadra y que cualquier ranchito tenía su barril de cerveza. De quince, veinte o treinta litros, pero en toda vivienda estaba el barril con la canilla. Y en el fondo, si había terreno, las latas de margarina del Frigorífico Swift, también. Otra época. La época en que se regalaba el hígado y la pajarilla en las carnicerías, como en los almacenes el apio y el perejil. Venían los del Frigorífico Nacional a abastecer y los tipos cargaban media res, setenta y cinco, ochenta kilos, al hombro y como en casa no había heladera había que ir de mañana y de noche a comprar a la carnicería. Costaba quince centésimos. Era una papa en aquel tiempo.

Al otro día salía todo mundo después de la medianoche. Cada uno aportaba algo: unos llevaban carne; otros, empanadas; otros, pizza; el otro lechón o cervezas y todos compartían. Una manera muy diferente a como es ahora…

¡Qué lindas nochebuenas aquellas de otros tiempos! Se compartía momentos de vida con los vecinos, mano a mano y cara a cara, para abrazarse, saludarse y estar felices por las Fiestas sin distingos. Nada que ver con la realidad actual.

Me gustaría hablar de las curtiembres; de los potreritos donde se jugaba con una pelota de trapo; de la iniciación de los clubes de fútbol de mi barrio, que algunos ya no existen; de los mataderos del Camino de los Corrales que abastecían todo el barrio de la Unión, donde después el municipio instaló un crematorio de residuos; FUNSA, tres empresas funcionando a la vez: FUNSA, INCAL y FIRESTONE; del horno de ladrillo, que estaba en Labardén y Corrales al lado de la escuela2 que Pedro Sáenz le cambió al Consejo de Primaria por la que estaba dentro del predio de FUNSA; también por Corrales, la chacinería El Progreso, de los hermanos Cristiani; Satragno y Bracco, la barraca; el cine Broadway en 8 de Octubre; la plaza de deportes; la cancha de polo que estaba por donde el Cilindro, lindando con la calle Propios cuando estaba macadamizada; la avenida Centenario llegaba hasta Luis Alberto de Herrera; la quinta de Herrera, yo lo escuché hablar al “viejo” ahí; estuve con Fernández Crespo, con César Mayo Gutiérrez, con Luis Batlle, personajes que han quedado en la memoria de algunos.

Estuve presente en la reunión que se hizo en la parte social del Campo Español en la calle Serratosa y Valera, donde vivía el primer aviador civil nuestro, Francisco Bonilla3 que tenía un cuarto de manzana allí. Trabajé en la fábrica de caños Bergman que tenía Bonilla. Era un hombre muy inteligente, de gran capacidad. Llegó a tener a su cargo el mantenimiento de UTE. Un día fueron unas personas a hablar por teléfono a la peluquería de Vallarino –que estaba en Corrales frente a FUNSA– y el peluquero escuchó la conversación. Se había roto una máquina y el ingeniero no estaba. Vallarino les recomendó que fueran a hablar con Bonilla. La cosa es que siguieron el consejo y Bonilla les arregló la máquina. Como no quiso cobrar nada por la reparación el directorio de FUNSA le regaló cinco cubiertas y una batería para el Buick que tenía Bonilla. Don Pancho, le decíamos. Me acuerdo que tenía monitos.

El barrio era totalmente diferente a como es ahora. Recuerdo que se le había hecho un ágape a Germán Barbato. Era un hombre bajito, de lentes de armazón negra… Se puso de pie en la cabecera de la mesa y dijo: “Si salgo Intendente, les voy a poner una línea de ómnibus desde aquí a Ciudadela y Colonia. Ocho unidades de la marca ACLO y un mercadito de cinco puestos de comestibles y cada cuatro manzanas un tanque de agua potable mientras no venga el agua corriente”. Fue electo Intendente y cumplió su palabra. Anduve en el viaje inaugural de la línea 79 de AMDET4, con la secretaria de ahí que era Tota Mourigan

Por arriba y por abajo

Yo tendría doce o catorce años y estaba metido en todos lados, tanto en un velorio como en una fiesta. bajo. A mí me gustaría charlar con grupos de jóvenes que quieran aprender sobre cosas que no vieron, como el Campo Español, por ejemplo.

Conozco el barrio mío por arriba y por abajo. ¿Por qué por abajo? Porque cuando se hizo el saneamiento yo andaba con las antorchas de carburo por todos los laberintos. Un día levanté una tapa y era la salida a 8 de Octubre. Pasaban los ómnibus por arriba. Y a veces nos perdíamos, pero como estaban las escaleras aparecíamos por allá por cualquier lado con mi amigo Teodoro Almeida –le decíamos Mario–.

Un día fuimos cazando palomas hasta Capilla García en el km 15 de Camino Maldonado… Mario iba de tarde a la escuela y yo de mañana, pero nos veíamos en el barrio, jugábamos a la bolita. Murió joven, pobrecito…

¿Y cómo es eso de “la puerta del Puerto Rico” y de la Plaza de Toros?

La puerta del Puerto Rico no existía, nunca hubo puertas. Se hacían bailes en lo de Quinteros que era un local que llamaban el Puerto Rico. Lo que pasa es que la gente que no lo vivió no sabe y se guía por canciones que no necesariamente tienen que decir la verdad. Pero el llamado Puerto Rico existió.

Lo que cuentan en algunas canciones acerca de doña Blanca que era la matrona de los quilombos se asemeja a la verdad. Yo sé que las mujeres del oficio dividían los lugarcitos con arpilleras clavadas en madera y pintadas a la cal, esa era la división, según me contaron. (Se ríe) Eso de doña Blanca fue real, pero le cambiaron los lugares, el Puerto Rico estaba en la calle Enrique Clay ahí cerca de Avellaneda y Jacobo Rousseau.

¿Usted hace referencia a esa canción de Manuel Capella? Esa que dice: El 6 de enero, por ahí cerquita de lo de la Blanca, en la Unión, los tambores empiezan a reventar y se desparraman por todo el barrio ¿Pero sabés una cosa? A veces no hace falta que sea el 6 de enero o el 5 de noche o qué sé yo. Por ahí, cualquier día sirve ¿no? Eso sí. Hace falta que sea en la Unión, allá por la vieja sombra de la plaza de toros, o más atrás, en el hombro de Villa española, la puerta del puerto rico. En la Unión”.

Sí, las canciones muchas veces parten de hechos reales a los que se suma la imaginación del autor. En cuanto a la Plaza de Toros, en la calle Pamplona y Trípoli, hay un monolito que recuerda donde estaba. Batlle y Ordóñez prohibió la lidia allá por 1912. Obviamente nunca vi esa Plaza en pie porque la demolieron en 1923.

Entre las curiosidades del barrio, está la piedra en FUNSA que marca un km de 8 de Octubre y un km de General Flores, locuras de antes... Había vida por todos lados, porque estaba el horno de ladrillos, estaba la marmolería Zaffaroni Sánchez por La Habana, estaba El Obrero almacén de Ramos Generales en Tomás Claramunt y Corrales, estaba la fonda del gallego Rey, la fonda de los Saavedra que tenía el boliche ahí. Había mucha gente que trabajaba, mucha gente. Le digo más: en la calle Aguirre y Lecube y Corrales había un boliche de panchos que se llamaba El Destino. En esa esquina se fundó el club Villa Española, club de boxeo. Enseguida, a treinta o cuarenta metros, en la esquina de Serratosa y Corrales estaba Delfino, que tenía algo de almacén y bar. Enfrente de la esquina, otro más, ¡y vivían todos! A treinta metros de un bar había otro y vivían todos. ¡Qué época!

Yo con diez años me iba a chusmear las guitarreadas, eso era en la calle Tomás Claramunt al lado del Arroyo. Empezaban a las seis de la tarde, ¡y cada paliza me daban! Porque yo llegaba cuando estaba cayendo la noche y recién empezaba la farra en el boliche de los Platero. El hermano de ese hombre fue el que tenía el último recreo que hubo, Mendoza se llamaba. Una sola vez estuve ahí en ese quincho gigante como de treinta metros.

Allí en la calle Pavón y Corrales, donde aún quedan restos que están siendo utilizados por una usina de la Intendencia, estaba el matadero.

Personajes

En cuanto a los personajes del barrio, recuerdo un hombre que se llamaba Galarza. Había quedado rengo porque un toro le había enganchado la cadera con una guampa. Como no había sanitaria ni agua corriente Galarza se dedicó a vender agua potable.

La traía en tanques y en todas las casas había tanques más chicos para almacenarla. Vendía de a veinte litros de agua para el consumo. El resto del agua para regar, lavar los platos e higiene, se recogía por los canalones que conducían la lluvia desde el techo. El tanque que había en casa lo había hecho mi padre.

También estaba el vendedor de barras de hielo. Dejaba veinte centésimos de hielo envuelto en diario que se usaba para refrescar el agua. Había una fiambrera en la cual se colgaban los restos de comida del día anterior para airearlos y aprovecharlos.

Otro personaje era el pizzero. Pasaba en doble horario con sus bandejas de pizza y de fainá. Casa por casa iba ofreciendo su mercancía a las once de la mañana y a las cinco de la tarde.

No faltaba el quesero, que recorría el barrio convocando a los vecinos y vendía queso al grito. Cerca de las fiestas venían unos hombres con una cuadra de patos enganchados en una vara larga. Cada vecino elegía el que más le convenía También traían pescado en una jardinera en atados de cuatro o cinco pescados que por lo general eran corvinas.

Había un vendedor de plantas que hablaba raro y le decíamos banda linda porque en vez de decir planta decía banda. Tal vez sería porque el viejo no tenía dientes, pero hablaba así. Vendía alegrías, cretonas y todo tipo de planta. También pasaba el heladero, que traía su producto de una heladería que se llamaba Venecia. El muchacho tenía solo helados mixtos de chocolate y crema. Se anunciaba tocando una especie de trompeta. Yo le avisaba a mi madre al escuchar el sonido y ella me daba veinte centésimos. El heladero me devolvía el barquillo lleno y con una montañita arriba de yapa. Lo repartíamos con mi hermano y por veinte centésimos tomábamos helado los dos.

También pasaba el barquillero que tocaba un triángulo metálico. Tenía un cilindro donde estaban todos los barquillos perfectamente acomodados y arriba del cilindro había una ruleta que se giraba y uno podía ganarse algún barquillo extra.

En invierno era la época del maní. El tiempo de los maniseros ofreciendo sus cucuruchos. En verano se vendían panchos. Son recuerdos que tengo grabados de haberlos vivido.

Me acuerdo hasta de los rostros de la gente. Venía un hombre, lo recuerdo perfectamente, con un canasto que contenía de todo: tenía agujas, elásticos, puntillas, jabones, perfumes y ¡lentes! Nada que ver con nada, pero de todo un poco. Y esto no me lo va a creer, pero me acuerdo que mi abuela se probó un par de lentes, agarró una revista y luego se probó otro. “Este sí me lo quedo”, dijo abuela, y el mercachifle se lo vendió por ocho reales.

Y le voy a contar otra cosa más que me acordé ahora: acá a la vuelta vivía el hermano menor de mi papá, que iba a ser el padrino de mi hermano menor, Hugo. Cuando nació vinimos a avisarle. Nos fuimos en tranvía y nos bajamos en la calle General Flores. Allí había una fonda y tomamos un plato de sopa con pan y queso muy bien hecha. ¿Sabe cuánto salió? Diez centésimos. A mi padre le encantaba esa sopa. Con treinta centésimos comimos los tres, ¡y hasta con queso!

El forzudo

Otro recuerdo que tengo de mi adolescencia fue cuando vi a Joe Carson5, el forzudo. ¡Clavaba clavos de tres pulgadas en una madera golpeándolos con la mano!

¿Y cómo fue que usted lo vio?