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En un mundo que ha perdido contacto con la normalidad, se necesita un pionero para redescubrir las maravillas de lo normal. Esta compilación magistral de textos del prolífico G. K. Chesterton, editada por Dale Ahlquist, ilustra la gloria de la familia: la herencia del romance, el amor, el matrimonio, la paternidad y el hogar. Con agudo ingenio, el escritor inglés enfrenta todas estas venerables verdades con las modas del divorcio, la anticoncepción y el aborto, y con las perturbadoras filosofías del último siglo. La sociedad se construye sobre la familia, en toda su belleza sin glamour, y Chesterton ayuda a los lectores a ver esta realidad con nuevos ojos. Como él escribe: «Las primeras cosas deben ser las mismas fuentes de la vida, el amor, el nacimiento y la infancia; y estas son siempre fuentes resguardadas, que fluyen en los tranquilos patios del hogar».
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Seitenzahl: 372
Veröffentlichungsjahr: 2023
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G. K. CHESTERTON
HISTORIA DE LA FAMILIA
Sobre el único Estado que crea y ama a sus propios ciudadanos
Edición e introducción de Dale Ahlquist
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: The Story of the Family. G. K. Chesterton on the Only State that Creates and Loves Its Own Citizens
© 2022 Ignatius Press, una división de Guadalupe Associates, Inc.
© 2023 de la traducción realizada por AURORA PIMENTEL
by EDICIONES RIALP, S.A.
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión / eBook: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-6354-8
ISBN (versión digital): 978-84-321-6355-5
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
PRELUDIO
INTRODUCCIÓN
1. LA FAMILIA... Y EL MUNDO Poema: La casa de Navidad “Citas” Textos y fragmentos:
DONDE LA HISTORIA COMIENZA
HISTORIA DE LA FAMILIA
SOBRE CIERTOS ESCRITORES MODERNOS Y LA INSTITUCIÓN DE LA FAMILIA
¿QUÉ ES LA INSTITUCIÓN DE LA FAMILIA?
LA ALTERNATIVA A LA FAMILIA
2. AMOR… Y SEXO Poema: La extraña música “Citas” Textos y fragmentos:
A FRANCES
DOS OBSTINADOS TROZOS DE HIERRO
LA ESENCIA DEL ROMANCE
EL AMOR LIBRE EN LA LITERATURA
LA PRÓXIMA HEREJÍA
UNA FURIA
SEXO Y PROPIEDAD
3. MATRIMONIO… Y DIVORCIO Poema: El día de la Creación “Citas” Textos y fragmentos:
DEFENSA DE LOS VOTOS ARRIESGADOS
EL DECLIVE DEL HONOR
EL MATRIMONIO Y EL PENSAMIENTO MODERNO
INCOMPATIBLES
LA LIBERTAD DEL MATRIMONIO
LOS LAZOS DEL AMOR
EL MATRIMONIO CIENTÍFICO
SOBRE DIVORCIO Y DIVINIDAD
ASESINATO Y MATRIMONIO
LA EXCENTRICIDAD DEL MATRIMONIO
DIVORCIO Y ESCLAVITUD
LAS TRAGEDIAS DEL MATRIMONIO
EL SEÑOR Y LA SEÑORA MACBETH
4. NIÑOS… Y CONTROL DE LA NATALIDAD Poema: Por el niño no nacido “Citas” Textos y fragmentos:
DEFENSA DEL CULTO AL NIÑO
TRES ENEMIGOS DE LA FAMILIA
REFORMA SOCIAL VERSUS CONTROL DE LA NATALIDAD
BEBÉS Y DISTRIBUTISMO
CONTROL DE LA NATALIDAD Y DE CEREBRO
BLASFEMIA Y BEBÉ
ESCIPIÓN Y LOS NIÑOS
LA FAMILIA NUMEROSA
5. LOS PADRES… Y LA EDUCACIÓN PÚBLICA Poema “Citas” Textos y fragmentos:
DE DENTRO AFUERA
PARQUES DE JUEGOS PARA ADULTOS
EL MAESTRO DISTRIBUTISTA
SOBRE LOS JUGUETES PELIGROSOS
INFANCIA Y MILITARISMO
EL HIJO DEL ESTADO SERVIL
6. EL HOGAR… Y EL TRABAJO Poema: Un canto a la educación “Citas” Textos y fragmentos:
LO INDÓMITO DE LA DOMESTICIDAD
LA DERIVA DE LA DOMESTICIDAD
LA EMANCIPACIÓN DE LA DOMESTICIDAD
LA DIGNIDAD DE LA VIDA DOMÉSTICA
LA MUJER EN EL TRABAJO Y EN EL HOGAR
LA FEMINISTA Y LA FÁBRICA
UNA FALACIA FEMINISTA
LA CABEZA DEL HOGAR
LA IGUALDAD DE LA FALTA DE SEXO
DE DIOSES Y DUENDES DOMÉSTICOS
POSTLUDIO: Un pensamiento final de G. K. Chesterton
AUTOR
PRELUDIO
Defensa del triángulo
[Por Dale Ahlquist]
Puedes liberar a las cosas de leyes ajenas o accidentales, pero no de las leyes de su propia naturaleza. Puedes, si quieres, liberar a un tigre de los barrotes de su jaula; pero no lo liberes de sus rayas. No liberes a un camello de la carga de su joroba: puedes estar liberándolo de ser un camello. No vayas por ahí como un demagogo animando a los triángulos a salir de la prisión de sus tres lados. Si un triángulo se escapa de sus tres lados, su vida tiene un lamentable final.
—G. K. Chesterton, Ortodoxia
LA ANTERIOR ES LA CITA por excelencia de Chesterton: agradable al oído, atractiva a la vista, con un humor suave y un agudo ingenio, y con un razonamiento inexcusable. No podemos liberar a una cosa de su propia naturaleza. Solo podemos amar algo y defenderlo para que sea lo que es y no otra cosa. Cuando un triángulo pierde uno de sus tres lados, deja de ser un triángulo. No cabe discusión sobre esto. La misma lógica se aplica si el triángulo resulta ser una familia: padre, madre e hijo. Ah, ¡pero entonces de repente y encarnizadamente empiezan las discusiones!
Es difícil defender lo que es obvio. No sabemos ni por dónde empezar. También es fácil olvidar lo evidente. Respirar solo se convierte en un problema cuando nos quedamos sin aire. La familia es un ejemplo perfecto de algo que, tan obvio, es difícil defender; tan evidente, que es fácil ignorar. Pero la decadencia comienza a instalarse, dice Chesterton, cuando olvidamos las cosas obvias.
Cuando la gente empieza a discutir sobre el triángulo de la familia dan vueltas a la definición de lo que es. Sin embargo, no desean tratar nada más que de sus excepciones, lo que significa que precisamente están asumiendo esa definición que no quieren discutir. En otras palabras, los debates sobre la familia parecen ignorar en gran medida a la familia, ignorar lo normal y centrarse en lo anormal, con fervientes defensores que realizan alegatos apasionados sobre las familias rotas; sobre los hijos no deseados; sobre los padres que no están casados entre sí; sobre los no padres que están casados entre sí; sobre los divorciados y vueltos a casar; sobre los que sufren una atracción por el mismo sexo y que simplemente quieren ser “felices” (lo que, según afirman, conseguirán si juegan a las casitas); sobre los padres solteros, los padres abusivos y los padres ausentes. Como dice Chesterton: «Casi nadie [fuera de la prensa religiosa] se atreve a defender a la familia. El mundo que nos rodea ha aceptado un sistema social que niega la familia. A veces ayuda al niño a pesar de la familia, a la madre a pesar de la familia, al abuelo a pesar de la familia. Pero no ayuda a la familia»[1].
Estamos discutiendo sobre los bordes raídos de una prenda esencial y hemos olvidado el propósito de esa prenda. Hemos olvidado la función básica de la familia, lo que hace difícil, si no imposible, el estudio de la antropología de la familia.
En un libro de 1920 titulado La superstición del divorcio, Chesterton vuelve a lo esencial y nos cuenta “La historia de la familia”. Sus tres primeros puntos son: la familia es la más antigua de las instituciones humanas, tiene autoridad y es universal.
Es una institución que precede al Estado. Se diferencia del Estado, y de cualquier otra institución, en que «parte de una atracción espontánea»[2]. No es coercitiva. «No hay nada en ninguna otra relación social que sea paralelo a la atracción mutua de los sexos. Al pasar por alto este simple punto, el mundo moderno ha caído en cien locuras»[3].
La regulación estatal del matrimonio es una de esas locuras. Pero las insensateces políticas son solo el resultado de las insensateces culturales, como es el feminismo, que Chesterton define como mujeres que intentan ser hombres[4]. Tales disparates nos han llevado a nuestras recientes obsesiones respecto a la “confusión de género” y a la prisa por condonar, en lugar de reprobar, atracciones sexuales de tipo extraño. La rebelión de las mujeres contra los hombres ha alimentado la rebelión de los hombres contra las mujeres.
Chesterton dice: «Estas son verdades muy sencillas; por eso hoy en día nadie parece reparar en ellas; y la verdad que sigue a continuación es igualmente obvia. No hay discusión sobre el propósito de la Naturaleza al crear tal atracción. Sería más inteligente llamarlo el propósito de Dios, porque la Naturaleza no puede tener un propósito a menos que Dios esté detrás de ella. Hablar del propósito de la Naturaleza es hacer un inútil intento para evitar ser antropomórfico, simplemente por ser feminista. Es creer en una diosa porque se es demasiado escéptico para creer en un dios»[5].
En el plano natural más básico, «el niño es una explicación del padre y la madre»[6]. En el plano más humano, el niño es la explicación «de los antiguos lazos humanos que unen al padre y a la madre»[7]. Así, la familia es «la situación primigenia del grupo humano». Sobrevive a los regímenes. Sobrevive a los imperios. Sobrevive a las civilizaciones. «Este triángulo de verdades, de padre, madre e hijo, no puede ser destruido; solo puede destruir a las civilizaciones que lo ignoran»[8].
Pero cuando la familia se desmorona, solo hay una entidad con peso suficiente para cubrir sus funciones: el Estado. El Estado puede intervenir como proveedor, educador, animador, consejero, cuidador. Sin embargo, cuando tiene que asumir el papel de sustituto de la familia en el mejor de los casos es una medida provisional. En última instancia, no puede sustituir un proceso natural, solo puede interferir en él. Cualquier tentativa sostenida resultará inútil. Ya trabajamos bastante para criar a nuestros propios hijos. No podemos criar a los hijos de los demás. «Si la gente no puede ocuparse de sus propios asuntos, no es posible que sea más económico pagarles para que se ocupen de los asuntos de los demás; y menos aún para que se ocupen de los bebés de los demás. Es simplemente deshacerse de una fuerza natural y luego pagar por una fuerza artificial; como si un hombre tuviera que regar una planta con una manguera mientras sostiene un paraguas para protegerla de la lluvia»[9].
Chesterton dice que los reformadores no entienden la esencia de lo que intentan reformar. No se puede desmantelar la unidad básica de la civilización, que es la familia. No se puede sustituir la autoridad de los padres. No se puede sustituir el vínculo entre un marido y una mujer. No se puede reemplazar el vínculo entre una madre y su hijo. Solo puedes perder el tiempo intentándolo. Y la desintegración de la sociedad con la atomización de los intereses particulares, la exaltación de la educación estatal y la legalización del divorcio y la anticoncepción y el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo son todas ellas pérdidas de tiempo. La familia sobrevivirá a todos ellos. La familia, que surgió sin el gobierno, y ha seguido existiendo sin el apoyo del gobierno, resistirá a cualquier ley antinatural concebida por el gobierno. Pero mientras tanto, todos sufren. Todos. Porque todos son padres, madres o hijos.
Hace un siglo Chesterton afirmó que la autoridad de la familia está siendo socavada por un “oficialismo” que se apoya en una pretendida literatura científica que goza de una autoridad difusa sin que nadie puede definir y que no responde ante nadie. Nos advertía que ese oficialismo no haría más que fortalecerse. Poco antes de morir en 1936 observó proféticamente: «El espantoso castigo de la supuesta liberación sexual no es la anarquía, sino la burocracia»[10]. Su profecía, por supuesto, se ha cumplido con dolorosa exactitud. La generación que quería liberarse de la familia se ha encontrado encadenada.
Mientras tanto, la familia ha pasado de ser ignorada y descuidada a ser atacada y destrozada. Y lo que se ha vuelto a recomponer no se parece en nada a la familia. La disposición práctica de tres lados ha sido descartada por modelos experimentales que pueden ser oficialistas, pero que no son prácticos. «La desintegración de la sociedad racional comenzó con el abandono del hogar y la familia», dice Chesterton. «La solución debe ser el regreso»[11].
La familia siempre ha tenido que luchar para protegerse, ya sea contra la fiera en el bosque, el invasor bárbaro en la aldea, la máquina industrial en la ciudad o el desquiciado funcionario del Estado. Parece que todo ha estado siempre en contra de esta antigua institución de la familia. Todo. Con una excepción. En un determinado momento de la historia, surgió otra institución que acudió en defensa de la familia. No solo reconoció su importancia, sino que la bendijo y la hizo sagrada. Fue la Iglesia católica. Nada puede destruir el triángulo sagrado de la familia, pero la Iglesia, dice Chesterton, consiguió dar la vuelta al triángulo: «Sostuvo un espejo místico en el que se invirtió el orden de las tres cosas; y añadió una familia sagrada de hijo, madre y padre a la familia humana de padre, madre e hijo»[12].
[1] G. K. Chesterton (de aquí en adelante, salvo que se especifique otra cosa, el autor es Chesterton). G. K´s Weekly, 20 de septiembre 1930.
[2] “Historia de la familia”, La superstición del divorcio.
[3] Ibid.
[4] “La tontería y la educación de la mujer”, Lo que está mal en el mundo.
[5]“Historia de la familia”, La superstición del divorcio.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10]Illustrated London News, 4 de enero de 1936.
[11]G. K.’s Weekly, 30 de marzo de 1933.
[12]“Historia de la familia”, La superstición del divorcio.
INTRODUCCIÓN
[Por Dale Ahlquist]
HAY UNA ESCENA ENEl hombre que fue jueves en la que el poeta vagabundo Gabriel Syme entabla una conversación con un policía en una noche de niebla recorriendo el Embankment de Londres. El policía informa a Syme de que una extraña «conspiración puramente intelectual pronto amenazará la existencia misma de la civilización, que los mundos científico y artístico están silenciosamente unidos en una cruzada contra la Familia»[1]. Continúa diciendo que el «criminal más peligroso ahora es el pensador moderno totalmente al margen de la ley»[2]. Estos destructores de lo que es normal «odian la vida misma, tanto la suya como la de los demás»[3].
La historia de este detective universal se publicó en 1908. Desde entonces, las cosas no han hecho más que empeorar, pero G. K. Chesterton no ha hecho más que mejorar. Sus planteamientos sobre los dilemas resultan tan oportunos y lúcidos como siempre, pero lo más importante es que sus conclusiones siguen siendo estimulantes, agudas y completamente acertadas. Chesterton es un defensor de la familia en la misma línea que santo Tomás Moro, con el mismo ingenio y también, me atrevo a decir, con la misma santidad. De hecho, yo diría que santo Tomás Moro, el glorioso mártir, tuvo una tarea más sencilla: solo tuvo que enfrentarse a un rey loco y asesino, mientras que Chesterton se enfrenta a toda una cultura loca y asesina infectada, sin saberlo, por una filosofía que odia la vida misma. «Ya no estamos en un mundo en el que se considera normal ser moderado o incluso necesario ser normal. La mayoría de los hombres ahora no se precipitan a los extremos, sino que simplemente se deslizan hacia los extremos; e incluso llegan a los extremos más violentos siendo casi totalmente pasivos… Ya no podemos confiar ni siquiera en que el hombre normal valore y proteja su propia normalidad»[4]. La gran tarea de Chesterton es defender lo normal. Su gran don es explicar lo obvio a un mundo que ha perdido totalmente la noción de ello. Y nos ilumina como un relámpago en un paisaje que se ha vuelto oscuro.
La familia, el amor, el matrimonio, los niños, los padres y el hogar son cosas normales. Este mundo no respeta ninguna de estas cosas. El mundo está trastornado y descarriado y, sin embargo, pretende educar a la familia. El sexo ha sido separado del amor, del matrimonio, del nacimiento, y no solo ha perdido su propósito principal, sino que se ha declarado en su contra. El aula y la oficina —dos lugares donde la mayoría de la gente normal odia estar— se han vuelto más importantes que el hogar, que es donde cualquier persona normal preferiría estar.
Una de las cosas más difíciles de defender o incluso de describir o discutir es lo obvio. Así que Chesterton tiene que hacer que veamos esta cosa tan familiar como una cosa extraña para que podamos verla, realmente verla, posiblemente por primera vez. Así empieza pidiéndonos que imaginemos que vamos a una ciudad cualquiera, a una calle cualquiera, a una casa cualquiera, y que bajamos por la chimenea y tratamos de entendernos con la gente que vive allí. Eso, dice, es lo que nos ocurre a cada uno de nosotros el día que nacemos. Así es como entramos en una familia. En una familia, tenemos que llevarnos bien con un grupo de personas que no elegimos para vivir, lo que resulta ser la misma situación que nuestra relación con el resto del mundo: «Los hombres y mujeres que, por buenas y malas razones, se rebelan contra la familia, están, por buenas y malas razones, simplemente rebelándose contra la humanidad»[5].
El hecho, ridículamente obvio, es que el matrimonio es el fundamento natural para la crianza de los hijos; si destruimos el matrimonio mediante el divorcio le quitamos a los niños la estabilidad que merecen. Destruimos la familia. La guerra contra la familia comienza con el ataque contra matrimonio, luego contra el acto matrimonial, luego contra los niños —primero matando a los niños en el vientre materno o en la camilla de parto, luego asesinando la inocencia sin matar al niño—, y luego contra el alma a través de un sistema educativo que ha desterrado a Dios. También hay que mencionar el ataque al hogar a través de un sistema político y económico que ha intentado disolver las dos relaciones humanas más básicas que tradicionalmente han proporcionado la satisfacción más natural: la relación entre el marido y la mujer y la relación entre la madre y el hijo. Estas dos relaciones, dice Chesterton, «son también las dos únicas combinaciones reconocidas en la civilización capitalista que ese sistema se ha propuesto destruir»[6].
¿«Civilización capitalista»? Ni por asomo. Por el contrario, la argumentación de Chesterton es que el sistema salarial que ha sacado al padre y a la madre del hogar, haciéndoles trabajar para otros en lugar de para ellos mismos, ha roto la familia. Y cuando la familia fracasa, solo una fuerza es lo suficientemente fuerte para sustituirla: el Estado. Por eso el capitalismo y el socialismo están confabulados: el gran gobierno, al que Chesterton llama Hudge, y las grandes empresas, a las que Chesterton llama Gudge, han conspirado contra Jones, el hombre corriente.
Es importante señalar que el razonamiento de Chesterton representa una filosofía integral y coherente: existe una conexión entre las grandes empresas y el control de la natalidad, entre el auge de la educación pública y el declive de la paternidad.
En 1968, san Pablo VI publicó la encíclica quizás más importante del siglo XX: la Humanae Vitae. Advirtió que la anticoncepción llevaría al divorcio, al aborto, al infanticidio, a la perversión sexual. Y tenía razón. Pero G. K. Chesterton hizo las mismas advertencias una generación antes. Tenía razón. Sin embargo, vio la contracepción solo como una parte del complot contra la familia. Había una fuerza mayor en juego, y Chesterton lo entendió basándose en la encíclica de un papa anterior, la Rerum Novarum de León XIII en 1891 que constituyó el fundamento de la enseñanza social católica y que ha sido afirmada por todos los papas desde entonces. Fue el papa León quien argumentó por primera vez que toda nuestra estructura social y económica moderna socava la familia, que el capitalismo industrial había producido condiciones casi peores que la esclavitud, y que la reacción contra él, el socialismo, era igual de mala. La solución justa era que más trabajadores se convirtieran en propietarios. Tenía razón. Chesterton amplió las ideas del papa León. Argumentó que el capitalista Gudge, con su énfasis en los intereses individuales, y el socialista Hudge, con su énfasis en los intereses del Estado o de la comunidad, son enemigos del señor y la señora Jones y de todos los niños de los Jones. Una sociedad sana se basa en los intereses de la familia porque la familia es la unidad básica de la sociedad.
Fue la doctrina social de la Iglesia el argumento final para convencer a G. K. Chesterton de que se hiciera católico. En 1922, en vísperas de su conversión, escribió una carta a su madre en la que decía: «Estoy convencido […] de que la lucha por la familia y el ciudadano libre y todo lo que es decente debe ser librada ahora por la única modalidad combativa del cristianismo»[7]. Quería unirse a la Iglesia que lucharía por la familia. Durante el resto de su vida batalló por la fe y por la familia.
La filosofía del distributismo de Chesterton sigue siendo descartada pero no se desvanece. El principal criterio del distributismo es que todo parta del ámbito local. Una empresa familiar forma parte de un mundo familiar. Es una solución de abajo arriba. Las funciones de la ciudad son secundarias a las del hogar. La escuela es una preparación para el hogar, y no un mero lugar de paso para la escuela. Si cuidamos de nuestras familias, cuidamos del mundo. A su vez, si tenemos familias, tendremos mundo. Y si nos ocupamos de las familias, nos ocupamos del mundo. Y si hay familias, tendremos mundo.
La frase inicial de El hombre eterno: «Hay dos maneras de llegar a casa, y una de ellas es quedarse allí». Chesterton casi podría haber dejado de escribir el libro ahí mismo. Pero tenía que hablar de la otra forma de llegar a casa, y esta implicaba toda la historia del mundo, que incluye arte, comida, caballos, espadas, tribus, torres, templos y una cruz en una colina. Aunque todos los personajes de esa historia estén tratando de llegar a casa.
Hay quienes en el mundo defienden el hogar porque nunca han salido de él. Pero luego estamos los demás que hemos tenido que descubrir el hogar por haber salido de él y recorrer el mundo y llegar de nuevo a él. El destino final de todo viaje es el hogar.
[1]El hombre que fue jueves.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4]América, 4 de enero de 1936.
[5] “Sobre ciertos escritores modernos y la institución de la familia”, Herejes.
[6]New Witness, 21 de octubre de 1921.
[7] De una carta citada en la biografía de Chesterton de Maisie Ward (Gilbert Keith Chesterton, Maise Ward, Editorial Sheed and Ward, Nueva York, 1943).
1.La familia… y el mundo
LA CASA DE NAVIDAD
Allí llegó una madre expulsada
fuera de la posada a vagar;
allí, donde ella no tuvo techo,
todos los hombres sienten su hogar.
Cerca a mano el endeble establo
de madera temblorosa en arena movediza
se hizo fuerte para resistir y perdurar más
que los sillares de Roma.
Porque los hombres hasta en sus casas añoran su hogar,
y se sienten forasteros bajo el sol,
y reclinan sus cabezas en tierra extraña
cuando la jornada acabó.
Aquí tenemos la batalla y los ojos radiantes,
y fortuna y honor y gran admiración,
pero nuestros hogares están bajo esos cielos milagrosos
donde la historia de la Navidad comenzó.
Un Niño en un inmundo establo
en el que se alimentan y babean los animales;
solo allí donde Él no tuvo hogar
tú y yo nos sentimos en casa;
tenemos manos que trabajan y cabezas
que conocen,
pero ¡hace tanto tiempo que perdimos nuestros corazones!
en un lugar que ni carta marina ni barco pueden situar
bajo la bóveda celestial.
Este mundo es atroz como un cuento de brujas,
las cosas sencillas extrañas son,
basta la tierra y basta el aire
para nuestro asombro y nuestro batallar;
pero nuestro descanso queda tan lejos como los vaivenes del flamígero dragón
y nuestra paz se halla en lo imposible
donde inconcebibles alas chocaron y tronaron
en torno a una insólita estrella.
Abierta de par en par una casa al anochecer
volverán los hombres a su hogar,
ese lugar más antiguo que el Edén
y una ciudad que Roma mayor.
Al final del camino de la estrella errante,
a las cosas que no pueden ser y que son,
al lugar donde Dios no tuvo techo
y donde todos los hombres sienten su hogar.
El cristianismo siempre fue una religión doméstica. Comenzó con la Sagrada Familia.
—Illustrated London News, 5 de julio de 1919
Casi nadie (fuera de una determinada prensa religiosa) se atreve a defender la familia. El mundo que nos rodea ha aceptado un sistema social que niega la familia. A veces ayuda al niño a pesar de la familia, a la madre a pesar de la familia, al abuelo a pesar de la familia. Pero no ayuda a la familia.
—G.K.’s Weekly, 20 de septiembre de 1930
Hacer feliz a la familia humana es el único objetivo posible de toda educación, como lo es de toda civilización.
—The Merry-Go-Round, junio de 1924
Podemos decir que la familia es la unidad del Estado; es la célula que compone su formación.
—“Hombres deciencia y hombres prehistóricos”, El hombre eterno
La familia es un hecho mucho más importante incluso que el Estado.
—Illustrated London News, 20 de febrero de 1909
La mera palabra “Ciencia” se utiliza ya como una palabra sagrada y mítica en muchos asuntos de política y ética. Y se usa de manera vaga para amenazar las tradiciones más vitales de la civilización: la familia y la libertad del ciudadano.
—Illustrated London News, 9 de octubre de 1920
Las cosas primeras deben ser las mismas fuentes de la vida, el amor, el nacimiento y la infancia, y estas son siempre fuentes resguardadas que fluyen en los tranquilos patios del hogar.
—“El eclipse de la libertad”, La eugenesia y otras desgracias
Solo los hombres para los que la familia es sagrada tendrán alguna vez un criterio para criticar al Estado.
—“La guerra entre los dioses y los demonios”, El hombre eterno
La familia como idea colectiva ha pasado a un segundo plano y corre el peligro de desparecer en él.
—“La familia y el feudo”, Impresiones Irlandesas
El mundo moderno cambia de filosofía tan a menudo como la heroína moderna cambia de marido. Hemos mantenido siempre que la familia es esencial para toda construcción social en el terreno de la realidad. Pero no es menos cierto que es esencial incluso para la creación artística en el mundo de la ficción. La familia no es solo la base de una casa, sino también el bastidor de un retrato.
—G. K.’s Weekly, 10 de septiembre de 1927
Hay un ataque a la familia, y lo único que se puede hacer con un ataque es atacarlo.
—G. K.’s Weekly, 5 de octubre de 1929
Así como es humano cubrir el cuerpo para adornarlo y dignificarlo, también es humano proteger la vida familiar con una pared y un techo en aras de la privacidad y la domesticidad.
—G. K.’s Weekly, 19 de julio de 1930
La familia no es ningún lema, es una institución específica y objetiva con determinados límites y libertades que genera, dondequiera que prevalezca, pruebas definitivas de autoridad o de herencia y un tipo particular de moralidad popular.
—New Witness, 6 de abril de 1923
El mundo científico y el artístico están unidos silenciosamente en una cruzada contra la Familia y el Estado.
—“Historia de un detective”, El hombre que fue jueves
La mayoría de la experiencia humana demuestra que cuanta más familia realmente haya, mejor será; es decir, cuanto más se componga esta de verdad de padre, madre e hijos.
—Illustrated London News, 3 de abril de 1909
Ya no estamos en un mundo en el que se considere normal ser moderado o incluso necesario ser normal. La mayoría de los hombres ahora no se precipitan a los extremos, sino que simplemente se deslizan hacia los extremos; e incluso llegan a los extremos más violentos siendo casi totalmente pasivos […] Ya no podemos confiar ni siquiera en que el hombre normal valore y proteja su propia normalidad.
—América, 4 de enero de 1936
La familia es la prueba de la libertad, porque la familia es lo único que el hombre libre hace para sí mismo y por sí mismo. Otras instituciones deben ser en gran parte hechas para él por extraños, ya sean instituciones despóticas o democráticas. No hay otra forma de organizar la humanidad que pueda otorgar este poder y dignidad no solo a la humanidad, sino a los hombres.
—“A Defence of Dramatic Units”, Fancies Versus Fads
(“Una defensa de las unidades dramáticas”, Fantasías contra modas)
Un hombre está mucho más estrechamente ligado a la vida de la naturaleza al amar a sus propios hijos que intentando añorar a la boa constrictora juvenil o acariciar al rinoceronte infantil.
—Daily News, 7 de agosto de 1901
Para controlar la vida familiar, por ejemplo, hay que tener al menos un espía policial por cada familia. Los espías de la policía son ahora una minoría (aunque me temo que una minoría cada vez mayor) porque hasta ahora se ha calculado —y no, quizás, con demasiado optimismo— que los delincuentes serán una minoría. Una vez convertido en delito lo que cualquier hombre puede hacer, todo hombre debe tener un detective “a la sombra”, como todo hombre tiene una sombra. Sin embargo, este es precisamente el absurdo fin al que se dirigen la mayoría de los proyectos modernos de “reforma social” que seleccionan cosas como la bebida, la dieta, la higiene y la selección sexual. Si los hombres no pueden gobernarse en estas cosas por sí solos, es físicamente imposible que se gobiernen en ellas colectivamente. No solo significa publicidad en lugar de privacidad, significa que cada hombre en cuanto a su capacidad pública está a cargo de todos los demás hombres por lo que respecta a su privacidad. No solo significa lavar los trapos sucios en público, significa que todos nosotros vivimos aceptando los trapos sucios de los demás.
—Illustrated London News, 9 de junio de 1917
Habrá más, y no menos, respeto por los derechos humanos si pueden ser tratados como derechos divinos.
—Illustrated London News, 13 de enero de 1912
La falsa ciencia y psicología barata se están utilizando para destruir la autoridad natural y la tradición cristiana del hogar.
—New Witness, 26 de agosto de 1921
Si quieres que el hombre corriente luche, debes ofrecerle aquello por lo que mejor lucha: su propio honor y su propio hogar.
—New Age, 15 de abril de 1909
La espada considerada como símbolo sería un símbolo precisamente de aquellos derechos del ciudadano que ahora son más necesarios y están más descuidados. Representa la idea de que tiene, en última instancia, el derecho de defender a su familia individualmente, así como de defender a su país colectivamente.
—Illustrated London News, 1 de enero de 1921
La Sagrada Familia está en peligro de ser insultada; pero no porque sea sagrada, sino simplemente porque es una familia.
—New Witness, 10 de diciembre de 1920
DONDE LA HISTORIA COMIENZA[*]
Nunca recuperaremos la sensatez en la sociedad hasta que no empecemos por el principio. Debemos comenzar donde toda historia empieza, con un hombre y una mujer y un niño y los derechos de libertad y propiedad que estos necesitan para ser plenamente humanos. Pero tal y como están las cosas, empezamos donde termina la historia o, mejor dicho, donde concluye el periodismo confuso. Nos detenemos repentinamente ante los sobresaltos de las noticias de hoy y juzgamos todo desde el particular desconcierto del momento.
HISTORIA DE LA FAMILIA[*]
La más antigua de las instituciones humanas tiene una autoridad que puede parecer tan salvaje como la anarquía. Única entre todas las instituciones de este tipo, comienza con una atracción espontánea y puede decirse, de manera estricta y no sentimental, que está fundada en el amor en lugar del miedo. El intento de compararla con instituciones coercitivas que complican posteriormente el devenir de la historia ha conducido a infinitas incoherencias en los últimos tiempos. Es tan única como universal. No hay nada en ninguna otra relación social que sea paralelo a la mutua atracción entre los dos sexos. Al pasar por alto este simple hecho, el mundo moderno ha caído en cien locuras. La idea de una rebelión general de las mujeres contra los hombres ha sido proclamada con banderas y manifestaciones como una sublevación de los vasallos contra sus señores, de los esclavos contra los negreros, de los polacos contra los prusianos o de los irlandeses contra los ingleses; para todo el mundo es como si realmente creyésemos en la fabulosa nación de las Amazonas. La idea, igualmente filosófica, de una insurrección general de los hombres contra las mujeres ha sido plasmada en diversos panfletos. Pero al primer contacto con la verdad de que existe una atracción original, todas esas comparaciones se derrumban y se ven como algo cómico. Un prusiano no siente desde el primer momento que solo puede ser feliz si pasa sus días y sus noches con una polaca. Un inglés no piensa que su casa está vacía y sin alegría a menos de que en ella se encuentre un irlandés. Un blanco no sueña en su romántica juventud con la perfecta belleza de un negro. Un magnate del ferrocarril rara vez escribe poemas sobre su fascinación personal por un mozo de andén. Todas las demás revueltas contra todas las demás relaciones son razonables e incluso inevitables, porque esas relaciones se basan originalmente solo en la fuerza o en el propio interés. La fuerza puede abolir solo lo que la fuerza puede establecer; el propio interés puede terminar un contrato cuando el propio interés ha dictado el contrato. Pero el amor entre el hombre y la mujer no es una institución que pueda ser abolida, ni un contrato que pueda ser rescindido. Es algo más antiguo que todas las instituciones o contratos, y algo que seguramente sobrevivirá a todos ellos. Todas las demás rebeliones son reales porque sigue existiendo la posibilidad de que las cosas sean destruidas o, al menos, divididas. Se puede abolir a los capitalistas, pero no se puede abolir a los hombres. Los prusianos pueden salir de Polonia, o los negros pueden ser repatriados a África; pero un hombre y una mujer deben permanecer juntos de un modo u otro y deben aprender de algún modo a soportarse.
Estas son verdades muy elementales; por eso, hoy en día, nadie parece reparar en ellas; y la verdad que se deduce a continuación es igualmente evidente. No se discute el propósito de la Naturaleza al crear tal atracción. Sería más inteligente llamarlo el propósito de Dios, porque la Naturaleza no puede tener un propósito a menos que Dios esté detrás de ella. Hablar del propósito de la Naturaleza es hacer un inútil intento para evitar ser antropomórfico por el mero hecho de ser feminista. Es creer en una diosa porque se es demasiado escéptico para creer en un dios. Pero esta es una controversia que se puede mantener al margen de la cuestión si nos contentamos con decir que el valor vital que se encuentra en última instancia en esta atracción es, por supuesto, la renovación de la propia especie. El niño es una explicación del padre y de la madre; y el hecho de que sea un niño humano es la explicación de los antiguos lazos humanos que unen al padre y a la madre. Cuanto más humano, es decir, cuanto menos bestial es el niño, más lícitos y perdurables serán los vínculos. Por lo tanto, antes de que cualquier avance de la cultura o las ciencias tienda a aflojar dicho vínculo, cualquier progreso debería lógicamente tender a reforzarlo. Cuanto más cosas tenga que aprender el niño, más tiempo deberá permanecer en su escuela natural para aprenderlas y más deberán posponer sus maestros, al menos, la disolución de dicho vínculo. Esta verdad elemental se esconde hoy en día a las enormes masas de trabajo por cuenta ajena, indirecto y artificial, bajo la falacia fundamental de la que me ocuparé en un momento. Aquí hablo de la posición primigenia del grupo humano, tal como ha permanecido a través de amplias épocas de civilizaciones en auge y declive, a menudo incapaz de delegar nada de su trabajo, y siempre incapaz de delegarlo por completo. En esto, repito, siempre será necesario que los dos maestros permanezcan juntos en la medida en que tengan algo que enseñar. Por ejemplo, una de las bestias marinas sin forma que simplemente se desprende de su descendencia y se aleja flotando podría nadar hacia un tribunal de divorcio submarino, o hacia un club progresista fundado en el amor libre que se tiene por los peces. La bestia marina podría hacer esto, precisamente porque la descendencia de la bestia marina no necesita hacer nada: porque no tiene que aprender la polka o la tabla de multiplicar. Todo esto son perogrulladas, pero también son verdades, y verdades que volverán; porque la actual maraña de sucedáneos semioficiales no solo supone un parche, sino que no resulta lo suficientemente grande para llega a tapar el hueco. Si la gente no puede ocuparse de sus propios asuntos, no puede ser más económico pagarles para que se ocupen de los asuntos de los demás, y menos aún para que se ocupen de los niños de los demás. Es simplemente desperdiciar una fuerza natural y pagar por una fuerza artificial, como si un hombre tuviera que regar una planta con una manguera mientras sostiene un paraguas para protegerla de la lluvia. En realidad, todo se basa en la ilusión plutocrática de una oferta infinita de siervos. Cuando presentamos cualquier otro sistema como una “carrera profesional para las mujeres” en realidad estamos proponiendo que un número infinito de ellas se conviertan en sirvientas, ya sean de tipo plutocrático o burocrático. En última instancia, estamos argumentando que una mujer no debería ser madre de su propio bebé, sino una niñera del bebé de otra persona. Pero esto no funcionará ni siquiera sobre el papel. No podemos vivir todos aceptando la colada de los demás, sobre todo si son delantales. En última instancia, las únicas personas que pueden o quieren prestar cuidados individuales a cada uno de los niños son sus propios padres. La expresión, referida a quienes se ocupan de multitudes variables de niños, es una elegante y lícita floritura verbal.
Este triángulo de verdades, de padre, madre e hijo, no puede ser destruido; solo puede destruir a las civilizaciones que lo ignoran. La mayoría de los reformadores modernos son simples escépticos sin fundamento alguno y no tienen base ninguna sobre la que reconstruir; y es bueno que tales reformadores se den cuenta de que hay algo que no pueden reformar. Se puede derribar a los poderosos de su puesto, se puede poner el mundo al revés, y aun así habría mucho que decir respecto a la posibilidad de que entonces fuera el camino correcto. Pero no se puede crear un mundo en el que el bebé cargue con la madre. No se puede crear un mundo en el que la madre no tenga autoridad sobre el bebé. Puedes perder el tiempo intentándolo, dando votos a los bebés o proclamando una república de bebés alzados en armas. Se puede decir, como dijo un pedagogo el otro día, que los niños pequeños deben «criticar, cuestionar la autoridad y suspender su juicio». No sé por qué no siguió diciendo que deberían ganarse la vida, pagar el impuesto sobre la renta al Estado y morir en la batalla por la patria; porque evidentemente lo que se propone es que los niños no tengan infancia. Pero se puede, si se encuentra diversión en tales juegos, organizar un “gobierno representativo” entre los niños y niñas pequeños y decirles que se tomen sus responsabilidades legales y constitucionales lo más seriamente posible. En resumen, puedes estar loco, pero no puedes ser coherente. No puedes llevar tu propio principio al grupo original y aplicarlo realmente a la madre y al bebé. No actuarás según tu propia teoría en el más simple y práctico de los casos posibles. No se puede estar tan desquiciado como para eso.
Este núcleo de autoridad natural siempre ha existido rodeado de autoridades más artificiales. Siempre se ha considerado como algo singular en el sentido literal; es decir, como un absoluto que no podía dividirse realmente. Un bebé ni siquiera era un bebé aparte de su madre; era otra cosa, muy probablemente un cadáver. Siempre se reconoció que se encontraba en una relación peculiar con el gobierno, simplemente porque era una de las pocas cosas que el gobierno no había hecho y que podía llegar a existir hasta cierto punto sin el apoyo del gobierno. De hecho, los argumentos a su favor son demasiado poderosos para ser expuestos. Porque el caso es que no hay nada parecido y solo podemos encontrar débiles paralelos en aquellos poderes e instituciones más complejos y perjudiciales que resultan ser sus inferiores. Por ello, la única manera de expresarlo es compararlo con una nación; aunque, comparado con ella, las divisiones nacionales son tan modernas y formales como lo son los himnos nacionales. Así, puedo utilizar a menudo la metáfora de una ciudad, aunque en su presencia un ciudadano es tan reciente como un oficinista. Baste señalar aquí lo que todo el mundo sabe por intuición y admite por implicación: que una familia es un hecho sólido, que tiene un carácter y un color propios como lo tiene una nación. La verdad puede ser comprobada por las experiencias más modernas y más cotidianas. Un hombre dice: «Este es el tipo de cosas que les gustará a los Brown» por más que componga una novela psicológica enmarañada e interminable sobre los matices de diferencias entre el Sr. Y la Sra. Brown. Una mujer dice: «No me gusta que Jemima vea tanto a los Robinsons», y no siempre, en el ajetreo de sus deberes sociales o domésticos, se detiene uno a distinguir el materialismo optimista de la señora Robinson del cinismo más ácido que tiñe el hedonismo del señor Robinson. Hay un color distintivo de cada hogar en su interior tan llamativo como el color de la casa en su exterior. Ese color es una mezcla, y si predomina algún tinte en él es generalmente el preferido por la señora Robinson. Pero, como todos los colores compuestos, es un color diferente, tan diferente como el verde lo es del azul y del amarillo. Cada matrimonio es una especie de equilibrio salvaje; y en cada caso el compromiso es tan peculiar como lo es una rareza. Los filántropos que pasean por los barrios populares suelen ver ese compromiso en la calle y lo confunden con una pelea. Cuando se entrometen, son golpeados por ambas partes, y les está bien empleado por no respetar la misma institución que los trajo al mundo.
Lo primero que hay que percibir es que esta ingente normalidad es como una montaña, pero una montaña que es capaz de ser un volcán. Toda anormalidad que se le oponga ahora es como un montículo hecho por los topos y sus esforzados organizadores sociólogos resultan sumamente parecidos a los topos. Pero la montaña es un volcán también en otro sentido, como sugiere esa tradición de los cultivos meridionales fertilizados por la lava. Tiene un lado creativo y otro destructivo, y solo queda, en esta parte del análisis, señalar el efecto político de esta institución extra-política y los ideales políticos de los que ha sido defensora y de los que quizás resulta ser la única defensora inquebrantable.
El ideal que defiende este estado es la libertad. Defiende la libertad por la sencilla razón con la que se ha iniciado este somero análisis. Es la única de estas instituciones que es a la vez necesaria y voluntaria. Se trata del único control sobre el Estado que está obligado a renovarse tan eternamente como el Estado y más naturalmente que el Estado. Todo hombre cuerdo reconoce que la libertad ilimitada es anarquía, o mejor dicho, que no es nada. El concepto cívico de libertad consiste en proporcionar al ciudadano un ámbito de libertad, unos límites dentro de los cuales el ciudadano es un rey. Esta es la única manera en que la verdad puede encontrar cobijo ante el hostigamiento de lo público y que el hombre bueno sobreviva al mal gobierno. Pero un hombre bueno por sí mismo no es rival para la ciudad. Hay que contraponer a ella otra institución ideal y, en ese sentido, una institución inmortal. Mientras el Estado sea la única institución ideal, el Estado pedirá al ciudadano que se sacrifique y, por lo tanto, no tendrá el menor escrúpulo en sacrificar al ciudadano. El Estado se basa en la coerción y, desde su propio punto de vista, siempre debe estar legitimado para ampliar los límites de la coerción. Tal es el caso, por ejemplo, del servicio militar obligatorio. Lo único que puede erigirse para contener o desafiar esa autoridad es una ley voluntaria y una lealtad voluntaria. Esa lealtad supone la protección de la libertad en la única esfera donde la libertad puede habitar con plenitud. Es un principio de la Constitución que el Rey nunca muere. Es un principio de la familia que su ciudadano nunca muere. Debe haber una divisa y una herencia de libertad, una tradición de resistencia a la tiranía. Un hombre no solo debe ser libre, sino que debe nacer libre.
De hecho, hay algo en la familia que podría llamarse vagamente anarquista y, más correctamente, como amateur