Historia de un emigrante de Albanchez - Juan Pedro García Capel - E-Book

Historia de un emigrante de Albanchez E-Book

Juan Pedro García Capel

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Beschreibung

El libro que tienes en tus manos cuenta, en primera persona, la historia de un albanchelero que dejó atrás su tierra aventurándose a una vida que, plena de lucha y sacrificio, obtuvo recompensas gracias a haberla afrontado con valores, carácter y constancia. La publicación de sus memorias es un homenaje familiar de quienes saben que sus vivencias son un legado generacional, una autobiografía que retrata no solo sus andanzas y aventuras, sino una gran sensibilidad y la preocupación por rescatar del olvido el sufrimiento causado por las luchas fraticidas; en especial la guerra civil española y las consecuencias de la ideología política de la posguerra.

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Historia de un emigrante de Albanchez

Juan Pedro García Capel

© Juan Pedro García Capel

© Historia de un emigrante de Albanchez

Febrero 2023

ISBN papel: 978-84-685-7356-4

ISBN ePub: 978-84-685-7355-7

Depósito legal: M-4306-2023

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

Paseo de las Delicias, 23

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

Prólogo

Capítulo 1 El inicio de mi historia

Capítulo 2 Comenzando de cero

Capítulo 3 El Valle de Arán y el servicio militar

Capítulo 4 Recorriendo Andalucía vendiendo naranja

Capítulo 5 Comienza el viaje

Capítulo 6 La Mina del Barón Thyssen y trabajo en la fundición

Capítulo 7 Estancia en España y nuevo trabajo en la Mannesmann

Capítulo 8 Comienzo en Correos

Capítulo 9 Enlace sindical en la empresa

Capítulo 10 Regreso a casa y fábrica de mármol

Prólogo

“Aquel que tiene un hijo aún no es padre, es padre quien tiene un hijo y se hace digno de él”

Fiódor Dostoyevski

No se entiende a un padre o una madre hasta que tú mismo tienes hijos y te tienes que enfrentar a todas las etapas hasta que son adultos, aún así tienes que aprender a relacionarte y saber cuál es tu lugar para que lo que has construido desde que nacieron no se rompa. A veces se resquebrajará, pero sabiendo que a veces sólo somos espectadores podremos volver a caminar sobre esa cuerda invisible que nos une a nuestros hijos.

Así es como mi padre me trató y como aún sin hablar, porque antes no había teléfonos móviles, yo sabía que cuando lo necesitara ahí estaba apoyándome en todo. Y cuando mis hijos sabían lo que querían hacer con su vida: estudiar, sacarse el carnet de conducir, comprarse su primer coche para empezar un trabajo…entonces ahí estaba su abuelo allanándoles el camino. Qué más se puede pedir a un padre, nada.

Es verdad que el camino que tomó, emigrar tan lejos y durante tantos años no es lo más deseable para ejercer de padre, te pierdes toda la infancia de tus hijos. Viéndolos con suerte un mes o dos al año y los hijos nos perdemos a un padre al que no le ponemos ni cara cuando somos pequeños. Y cuando está con nosotros al principio nos parece extraño que esté en la casa, cuando ya nos acostumbramos a su presencia entonces se va otra vez y vuelta a vivir sin él durante meses.

Está claro que la manera de vivir y las expectativas de futuro en la década de los cincuenta eran muy duras después de haber pasado una guerra civil, aún teniendo tierras para cultivar era duro vivir. Lo que muchos hacían era irse a Alemania para traer dinero a casa, cuando venían compraban tierras, casas o las obraban, mejoraban las condiciones de vida de su familia. Si se pusiera en una balanza las mejoras conseguidas después de emigrar y la pérdida de los años al lado de tu familia, no sabría decir que compensa más visto desde mi situación actual de madre y abuela. El querer mejorar es algo que todos llevamos dentro y si no es así malo María. La resignación cuando eres una persona brillante es difícil de gestionar, si eres inteligente no puedes resignarte, tienes que luchar aún a costa de tu propia felicidad. Hacer siempre lo correcto y lo más beneficioso para tu familia como hizo él.

Siempre ha dicho que ha estado muy a gusto en Alemania, nunca ha hablado del dolor de marcharse y no estar con sus hijos y su mujer, de no poder estar a diario con sus padres en la vejez, de no estar al lado de su madre en sus últimas horas. Llegar de Alemania cuando acaban de cerrar el nicho, qué duro es eso. A pesar de no decirlo, “si no se dice no existe”, yo sé que la tristeza y la añoranza de su familia ha estado muy presente. Sin rendirse siguió adelante, así era, luchador. Incansable, muy inteligente, honrado, sabiendo siempre qué son las cosas importantes y cuáles superfluas, siendo humilde pero con mucho orgullo, muy sentido, muy sensible.

De Conchi, su hija.

Esta es la historia de un emigrante, Juan Pedro García Capel, la historia desde que empecé a tener uso de razón hasta la fecha, cuando he cumplido 89 años.

Estas páginas las he escrito y dictado a mi nieto César.

En Francia cuando estuvieron sus padres de emigrantes (1932)

Capítulo 1El inicio de mi historia

En Brasil se conocieron mis padres en un barco. Coincidió que venían juntos en el barco de regreso a España, una vez llegados aquí, a Albanchez, mi padre iba a visitar a mi madre con una yegua desde La Hoya de Cantoria a Albanchez, dos horas o menos de camino. En Cantoria, en la plaza de su pueblo un pariente suyo le dijo un día a mi padre: “si no quieres ir a la guerra de África, coge el pasaporte de Ángel Luna y vete a Argentina”. Y eso se hizo, cogió el pasaporte, se fue a Buenos Aires y allí estuvo ocho años de agricultor poniendo patatas, trabajó y ya está; las vendió y se trajo los cuartos que tenía y andando. Me contó que cuando fue a vender una partida salió un bandido con un caballo detrás de él, le dijo: “amigo párate que yo te acompaño”, mi padre en cuanto lo oyó le dio espuelas al caballo y salió disparado; salieron detrás de él, pero iba que se las pelaba y no le dieron alcance.

Recuerdo que cuando tenía cinco años mi padre estaba en la entrada reparando una maleta de madera y me regañó, me dijo: “hazte pa’ allá que te voy a dar con el martillo”. La maleta la estaba arreglando para irse a la guerra; después estuvo muy poco tiempo, cinco o seis meses en la compañía que la llamaban “la quinta el saco” en el bando republicano, una de las últimas compañías. Con seis o siete años estaba sacando a la yegua que pacía tranquila en una acequia; dos vecinos nuestros que tenían cerca el ganado se entretuvieron en poner una cuerda que cruzaba la carretera para que cuando pasara la cuadrilla de militares se quedase alguno colgado en la soga. Fue un motorista el que se enganchó y pegó el talegazo, cuando se levantó con la pistola en mano estuvo buscando al culpable, yo para entonces ya me había ido con la yegua pero dos o tres que estuvieron unos trescientos metros más abajo vieron todo el panorama desde un cerro.

En el año 1939 yo tenía ocho años cuando acabó la guerra de España, y entonces vivíamos en La Hoya de Cantoria; mi padre era solo, no tenía hermanos, entonces el cortijo era de él, era de su padre pero era de él, tenía una hermana que se murió de 15 años. Tenían un cortijo con un corral grande y tres secanos y todos esos años sembrando dos fanegas de trigo allí, un pedazo grande de higueras, alrededor del cortijo había un roal grande de olivos, teníamos aceite pa’ comer, siempre estaba muy bueno y había un bancalillo en mitad con un puñado naranjos, limoneros, granaos y muchas paletas. Teníamos de todo allí: una burra, una yegua y un atajo de cabras que guardaba mi abuelo, el padre de mi padre, un hombre muy fuerte y de mucho coraje, mi abuelo era así, me acuerdo de él e iba yo con él con las cabras a tajo parejo. De la fuerza que tenía un día que andaba por el río con su mula, pasó por dónde se encontraba una cuadrilla de hombres descubriendo una zanja en el río, cuando vio que entre los siete no lograban sacar la piedra de la zanja se bajó de la mula y la sacó él solo de una vez, al verlo los de la cuadrilla se empezaron a reír de él y entonces antes de irse la echó de nuevo en la zanja. Había sido marchante de bestias con otro compañero que iban a las ferias de Andalucía, Málaga, Granada etc... Se traían las bestias andando desde tan lejos al pueblo y cuando las terminaban de vender del viaje lo celebraban comprando una arroba de vino y un cordero, se metían en un cortijo y hasta que no se comían el cordero y la arroba de vino no salían de allí.

Cuando acabó la guerra en el 1939 mi padre era alcalde pedáneo y había muchas familias necesitadas que no tenían trabajo ni comida. Al alcalde de Cantoria le mandaban las familias necesitadas para que las colocara en casas que tenían medios, y que les daban trabajo y comida. Por esos motivos cuando acabó la guerra metieron a mi padre en la cárcel cuatro años.

Cuando aún estaba empezando la guerra, mi padre se enteró que estaban destrozando los santos de la iglesia los comunistas; como mi padre era devoto de la virgen del Carmen la sacó y la montó en la burra, se la llevó al cortijo y la encerró en el pajar. Todo el tiempo que duró la guerra estuvo allí encerrada. Cuando terminó la guerra la llevó de vuelta a la iglesia y la entregó, y de seguidas a los pocos días vinieron a por él y lo encerraron en la cárcel de Cuevas. Era de los que metieron la pata, sí, sí, sus primos hermanos fueron los que le denunciaron, eran fascistas y mi padre no era fascista. La Virgen del Carmen de la iglesia de Cantoria, debe seguir, no creo que la hayan vendido, no me da vergüenza, ha luchado, ha hecho lo que ha podio y el que se ha descuidado lo han metido en la cárcel, él estuvo cuatro años.

Mi padre tenía tierras arrendadas de un señor que le llamaban “El Cirilo” de Cantoria. El vecino que teníamos se llamaba Félix y una mañana bien temprano que era martes, le quitó con su familia a mi madre la alfalfa que tenía para los animales, la segaron toda y la llevaron a vender al mercado de Albox. Yo tenía ocho años pero no se me ha olvidado ver cómo nos dejaban sin nada; fui yo a la puerta del cortijo y estaban los tres leones, el suegro viejo, el hijo y él, los vi segar; nos quitaron también los buenos vecinos los trigos que tenía mi padre sembrados. Yo no sé cómo pudo hacer eso, ya ves los vecinos más cerca que teníamos eran ellos, nos quitaron todo lo que podían quitar. Por todo esto como mi abuelo era mayor, del disgusto que cogió cuando a mi padre lo metieron en la cárcel se metió en la cama y ya no se levantó más, a los tres meses murió, el pobre viejo. Juan Pedro “Tarima” tendría 80 años o por ahí, tenía una borriquilla y no hacía más que pasear, se montaba en la borriquilla y donde ella comía allí la dejaba o la amarraba, llevaba un colchón siempre encima de la burra, echaba el colchón al suelo y se acostaba encima; el tío “Tarima” llevaba siempre el colchón de la cama.

Mi madre se quedó sola con cuatro hijos y el mayor era yo con ocho años. Se perdió el ganado, mi madre tuvo que vender la yegua, las cabras y la marrana de cría con los marranillos, todo lo que había se perdió, la casa también, la burra la dejamos, era ya mayor pero estaba en buenas condiciones, era una burra como el pan de buena. Nos quedamos sin nada y tuvo que venirse a Los Paulines de Albanchez con los cuatro hijos, al amparo de su padre que nos ayudó a sobrevivir los cuatro años que estuvo mi padre en la cárcel.

Robaron todo lo que había, porque nosotros éramos socialistas y mi madre sola no podía enfrentarse a ellos. Nos situamos en el cortijo dónde vivía un labrador de mi abuelo con su familia; ellos se fueron a su tierra, mi abuelo nos dejó las tierras que ellos tenían a su cargo para que las trabajáramos. A mi madre en esa época la recuerdo hecha una esclava, porque era muy trabajadora, cuando se quedó sola allí llevaba las bestias, la marrana de cría y lo llevaba todo hasta que lo vendió todo. Al venirnos a Los Paulines mi madre trabajaba en la casa, luego empezó a ayudarnos en el campo; ella era la jefa y mis hermanos eran pequeños todavía, segamos entre los dos un bancal de trigo que teníamos debajo del cortijo, y por voluntad le llevaba todas las semanas desde Albanchez a la cárcel de Cuevas, donde estaba mi padre, un cesto de comida. Los carceleros le quitaban lo que les gustaba y se quedaban con esta comida muchas veces. Iba a la cárcel de Cuevas del Almanzora, andando hasta Almanzora de madrugada; en Almanzora cogía el tren y se iba a Cuevas; luego se venía a las once o las doce de la noche. Mi madre era buenísima, buenísima, trabajadora y honrada, una buena madre y una buena mujer, a mi padre no lo dejó nunca abandonado, el tiempo que estuvo en Cuevas estuvo llevándole cestos. Cuando yo era más pequeño le ayudaba todos los días a mi tío Pedro a labrar los almendros y los olivos, llevaba un azadón que pesaba más que yo, pero como no podía labrar porque era muy pequeño le compraba el tabaco a mi tío, que no fumaba delante de su padre porque le tenía mucho respeto. Vino muy fastidiado de la guerra, no podía trabajar casi, nosotros le ayudábamos a él y él nos ayudaba a nosotros.

Junto a sus padres Juan Pedro y Celia en Francia (1932)

Capítulo 2Comenzando de cero

En 1943 mi padre salió de la cárcel, y cuando salió tuvo que comenzar de nuevo vendiendo todas las fincas que tenía en Cantoria para pagarle a mi abuelo 14.000 reales, que hizo mi madre de trampa en cuatro años. Comenzó echando jornales de siega que le pagaban a doce pesetas el día de trabajo; pero como lo suyo no era echar jornales, con el dinero que le sobró de pagarle a mi abuelo se dedicó a ir a los mercados a hacer tratos para cobrar corretajes y a comprar y vender animales. Eso me lo decía mi padre a mí, después de salir de la cárcel, que ya salía a marchantear a Albox, a Tahal, a Alcudia y a la sierra; a todos esos sitios que iba, donde había mercado iba a comprar, lo mismo compraba chinos, que ganado de ovejas y cabras, que burras y mulos malos para aparejarlos. Lo entendía todo, hombre claro, mi abuelo había sido marchante toda la vida; a mi bisabuelo ya no lo conocí yo, no sé nada. Yo como era el mayor con catorce años tenía que trabajar con los mulos, que algunos tiraban más patadas que una ametralladora; menos mal que teníamos un mulo muy bueno, le llamábamos Comisario y con este mulo domábamos todas las bestias malas que traía. Comisario era de mi abuelo, para labrar era una prenda, era muy inteligente, cuando se atrancaba en una piedra o una retama se paraba, se hacía para atrás hasta que sacaba el rastro. Lo mismo que la yegua que tenía mi tío Pedro, pero como no sabía cuidar los caballos la yegua se resabió, y no podía ponerle la cabeza y para echarle de comer tenía que entrar a la cuadra con una vara para echarla del pesebre; después, como no podía barajarla se la trajo a mi padre porque para labrar era muy buena, yo era quién tenía que cuidarla y manejarla. El primer día que me hice cargo de ella la amarré muy corto y la pude aparejar, le apreté bien la cincha y tirando la bajé al río a darle agua, cuando bebió me monté, subió la cuesta a galope, pero cuando llegó a la era donde se trillaba comenzó a dar saltos y vueltas para tirarme; como yo sabía montar y cogerme bien a la albarda, no me tiró. Cuando se cansó y pude sujetarla, me bajé, le di unos palmetazos en el cuello, seguí acariciándola por todo el cuerpo, le hice la prueba metiéndole la mano en la braga, no se movió y desde aquel día se volvió mansa como era antes, no me mordió ni me daba coces, se acercaba a mí para que la acariciara, los caballos son muy inteligentes y muy nobles, pero no se pueden maltratar, hay que tratarlos con cariño.

Como mi padre se dedicó al trato de animales, yo con catorce años tenía que hacerme cargo de todos los trabajos que había en la finca que nos dio mi abuelo para trabajarlas a medias. Yo tenía que organizar los trabajos y decirles a mis hermanos lo que tenían que hacer, y muchas veces si no les gustaba el trabajo que les mandaba tenía yo que hacerlo y darles a ellos otro trabajo mejor; pero el trabajo que nos mandaba mi padre había que hacerlo a su tiempo, como yo era el mayor de los cuatro era el responsable. Para mí era todo lo más complicado: cuidar los mulos y labrar los árboles y las tierras que teníamos que sembrar. Todos los años sembrábamos de quince a dieciocho fanegas de grano, entre trigo, cebada, avena, centeno, garbanzos; las tierras de secano había que hacerlas barbechos y binar,